Daniel Hahn, escritor
de no ficción, traductor de José Luís Peixoto, Philippe
Claudel, María Dueñas, José Saramago, Eduardo
Halfon, Gonçalo M. Tavares, entre otros, y director del British
Centre for Literary Translation, .publicó publicó el 16 de agosto pasado,en el
diario inglés The Guardian, el
siguiente artículo, traducido al castellano por Julia Benseñor, sobre un experimento realizado con el lenguaje y los efectos
del estilo.
Una reseña de Multiples:
12
cuentos en 18 idiomasescritos por 61 autores,
editados por Adam Thirlwell
Muy a menudo se habla de
traducción en términos de pérdida. ¿Qué es
lo que quedó afuera? ¿De qué manera la traducción es inferior al original? Multiples viene a traer un soplo de aire
fresco al hacer lo contrario, ya que se pregunta ¿qué sobrevive en una
traducción? Y más específicamente, ¿acaso algo del “estilo” –al que le
asignamos una relación tan estrecha con la especificidad de la actividad lingüística–
logra sobrevivir después de exprimírselo a una lengua e intentar trasladarlo a
otra? El novelista Adam Thirlwell pergeñó un experimento para poner a prueba
estos interrogantes. El resultado es este libro tan fascinante como imposible.
La propuesta en pocas palabras es
la siguiente: hacer traducir una historia varias veces en serie (del ruso al
francés, al inglés, al neerlandés, etc.) y, a medida que aumenta la distancia
respecto del original, observar qué cambia y qué queda. Para tensar aún más la indemnidad
del original, Thirlwell decidió convocar para la traducción a un grupo de
novelistas. Muchos de ellos nunca antes habían traducido. Algunos tenían –y se
nota– una comprensión apenas rudimentaria de la lengua fuente. A esto se suma
el hecho de que es de esperar que los novelistas tengan su propio estilo (a diferencia
de nosotros, los traductores, a quienes no se nos está permitido tenerlo), lo
que generaría una lucha por evitar incorporar sus propias distorsiones
estilísticas. ¿Cómo podría sobrevivir así un original?
El experimeto, al final del
camino, abarcó doce cuentos, de Kharms a Kierkegaard, de Vila-Matas a Miyazawa,
de Middleton a Kiš, cada uno traducido sucesivamente cuatro y hasta seis veces
(por lo general, por vía del inglés en etapas alternadas), todo un entramado
que puso en escena 18 idiomas y a 61 novelistas con/sin talento para traducir. Cada
novelista recibía el original (“un texto en tránsito”) que debían traducir sin
ver lo qué había pasado antes (“aguas arriba”) con ese texto. Todo el proyecto
resulta inmenso, absurdamente ambicioso y placenteramente tonto. Pero también
tiene su importancia si se lo observa detenidamente. El diablo, como todo
traductor bien sabe, se esconde en los detalles.
Parte del placer de las traducciones
en serie –y no en paralelo– proviene de detectar cierta ligera distorsión o
imprecisión que se va mezclando o amplificando a medida que la serie avanza.
Una historia libanesa escrita por Youssef Habchi El-Achkar transcurre en un
escenario que Rawi Hage tradujo como un "coffee shop”. La traducción al
francés de Tristán García es "le café", que no es lo mismo. En la
versión al inglés de Joe Dunthorne, se convierte en un "cafe-bar". En
la versión italiana de Francesco Pacifico, es "il bar". Así que
ahora, al parecer, estamos en un bar. Que queda en Londres. Que no es en
absoluto el lugar de donde partimos.
Toda traducción es un nuevo texto
construido a partir de miles de pequeñísimas elecciones. Pero en Multiples, el lector no sabe quién es el
responsable de esas elecciones. ¿Quién puede, después de todo, leer en 18
idiomas? Como angloparlante, puedo leer
la traducción al inglés hecha por
Zadie Smith de un cuento de Giuseppe Pontiggia, y la versión inglesa de
Tash Aw, dos pasos más adelante, en la que a esa altura la historia ya no
trascurre en la Toscana
sino en Guangzhou y el pretérito se convirtió en presente, pero ¿cómo saber si
esa nueva ambientación es atribuible a Aw o a Ma Jian, que fue quien hizo la versión
al chino que está en medio de una y otra, si yo no leo chino? Un lector que
entiende hebreo encontrará algunas cosas; un lector que entiende portugués,
otras.
Algunos escritores se muestran
más ansiosos que otros en no dejar sus huellas. J.M. Coetzee y A.S. Byatt se
acercan bastante a lo que intentamos la mayoría de los traductores
profesionales: contar una historia que sea idéntica a la original, solo que con
otras palabras, sin interferencia visible del propio estilo. Sin embargo, el
estilo propio es un hábito difícil de desarraigar. En la nota a su traducción,
Byatt habla de un momento que estaba “demasiado lejos de cualquier frase que yo
hubiera escrito ".
En cambio, otros escritores son,
por supuesto, más delincuentes: perpetran deliberadamente versiones que no
pretenden preservar o replicar al otro. Quienes están más interesados en
mostrar sus propios destellos y floreos lingüísticos inevitablemente empañan el
cuadro. Lawrence Norfolk y su villanella son muy seductores e inteligentes, pero
sucumbir a sabiendas a la atracción de la infidelidad nos lleva a contar
historias que, aunque individualmente sean interesantes (a veces no lo son),
pierden sentido en el marco de este experimento porque hacen caso omiso a los
vínculos con sus predecesores. (Algunos originales más intimidantes insisten,
por supuesto, en una mayor fidelidad. "Yo no soy quién para meter mano en
Kierkegaard", dice Jean-Christophe Valtat, que opta por ponerse un freno a
sí mismo).
La traducción exige humildad
estilística. Así es que el español usado en las traducciones de Javier Marías o
Álvaro Enrigue no es exactamente el propio; no tiene su pulso o tono distintivo
y habitual; en otras palabras, su estilo. En cambio, el cuento traducido por
Florian Zeller es simplemente un cuento de Florian Zeller. A veces lo que faltó
es empatía con el original, y así el escritor le inyecta algo nuevo. La oración
de dos palabras de Zeller "Enterré vivant." es reexpresada por Wyatt
Mason: "Buried alive, like a miner,
in a mine, a deep, dark, dank, and –in all likelihood– Chilean mine".
No existe tal cosa como una
traducción perfecta, y todos estos escritores han producido traducciones
mediocres. ¿Eso significa que Multiples
constituye un fracaso? Si es así, entonces fracasa de muchas maneras
diferentes: los cuentos cambian, o resisten; los cambios son centrales o solo
cosméticos; algunos sobreviven al proceso; otros se alejan por completo. Según
una definición posible, cada uno de los cuentos traducidos es inadecuado, pero
a la vez cada uno es una pieza clara de escritura que antes no existía. Para alguien
interesado en la traducción –o quizá sea más pertinente decir “interesado en
los efectos del estilo”–, cada fracaso es algo nuevo y fascinante que se gana.
No sè si el experimento original lo incluìa, pero hubiera sido interesante que a partir de alguna traducciòn de la serie se volviera al idioma original, para comparar esa versiòn con la original
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