miércoles, 5 de febrero de 2014

Borges le vuelve a dar duro a León Felipe

El 30 de diciembre pasado, Marietta Gargatagli publicó en El Trujamán la siguiente columna sobre la crítica que Jorge Luis Borges le hace a León Felipe sobre su traducción del “Canto a mí mismo”. 

Borges escribe sobre Whitman

En 1942, Borges escribió una reseña sobre la traducción de León Felipe de Canto a mí mismo de Walt Whitman1 que incluía observaciones como las siguientes:

Cualquier momento de la historia del universo […] es el resultado fatal de todos los momentos anteriores, que son virtualmente infinitos. Lógicamente, podríamos inferir de esa complejidad que el mundo es variadísimo […] pero, de hecho, la vida es de una simplicidad casi brutal. Cada uno sabe que en su gremio abundan la superstición y las imposturas, pero cree ingenuamente en el universo; el escritor descree de Ricardo Rojas y del doctor Rodríguez Larreta, pero cree en los Rojas de la política y en el Rodríguez de la química orgánica… Otra vez enumeraré las supersticiones de la literatura; básteme, ahora, enunciar ésta: De todas las versiones de un libro la más reciente es la mejorPese a las injurias de Swinburne («emite en algo que puede parecerse al inglés versos no siempre flatulentos y cacofónicos») la importancia de Whitman es evidente; sería lastimoso que algún lector, encandilado por la cifra 1941, lo juzgara por la versión errónea y perifrástica de Felipe.

Los argumentos parecen malhumorados. Borges sitúa a León Felipe al lado de Ricardo Rojas y de Enrique Rodríguez Larreta. El primero es autor de la tan copiosa como discutida historia de la literatura argentina que, reducida a lo esencial, reúne todo lo que Borges detestaba: la invención del pasado colonial, la valoración de la gauchesca por lo telúrico y no por la voz de los poetas, el regodeo estéril en los temas argentinos, etcétera. Enrique Rodríguez Larreta, autor del popular libro La gloria de Don Ramiro, representa una enemistad paralela: el escritor seducido por una hispanidad imaginaria que se plantea como reto escribir mejor que los españoles. Se trata, por tanto, de dos individuos que sucumben ante formas literarias que sólo la sueñera mental o lo que Unamuno llamaba cultivadores del «estilo de hamaca» podía considerar prestigiosas.

Por tanto, Borges al criticar en qué convierte León Felipe a Whitman («en Núñez de Arce, en peroratas, onomatopeyas y engreídos grititos de cante jondo») cuestiona que la novedad estética de Whitman desaparezca detrás de la comodidad doméstica y de la simple repetición de lo conocido. Y cita lo siguiente:

Ejemplo: Whitman escribe (Song of myself, p. 40):

Todos los cuartos de la casa los pueblos con una fuerza armada: 
Mis amantes, burladores de tumbas.

Felipe, fiel a Núñez de Arce, prefiere (Canto a mí mismo, p. 142):

Toda esta habitación la lleno yo de una fuerza poderosa, 
de un ejército invencible,
de elementos que me aman.
de genios destructores de sepulcros
Whitman acaba así un poema (Song of myself, p. 34):

A las once de la mañana empezaron a quemar los cadáveres
Esta es la relación del asesinato de cuatrocientos doce muchachos.

Felipe corrige esa brevedad (Canto a mí mismo, p. 127):

A las once comenzaron a incinerar los cadáveres.
Y ésta es la historia del asesinato a sangre fría, de aquellos cuatrocientos 
doce soldados, gloria de los Guardias Montañeses, tal como la contaban en  
Texas cuando yo era muchacho.

Whitman acaba así otro poema (Song of myself, p. 12):

No se apresuran, cada hombre golpea en su lugar.

Felipe le regala onomatopeyas (Canto a mí mismo, p. 60):

Ninguno se precipita
y todos dan en su sitio
pin, pan, pin, pan, pin, pan…

Whitman escribe (Song of myself, p. 24):

Walt Whitman, un cosmos, de Manhattan el hijo, 
Turbulento, carnal, sensual, comiendo, bebiendo, engendrando

Felipe «traduce» (Canto a mí mismo, p. 88):

Yo soy Walt Whitman…
Un cosmos ¡Miradme!
El hijo de Manhattan.
Turbulento y fuerte y sensual;
como, bebo y engendro…

Y termina Borges:

La transformación es notoria; de la larga voz sálmica hemos pasado a los engreídos grititos del cante jondo. Guillermo de Torre salva este libro con un epílogo excelente, que encierra alguna traducción fidedigna del poeta calumniado por León Felipe.
·                                  

(1) Buenos Aires, Sur, n.º 88, 1942, pp. 68-70. 

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