Tercer artículo de Marietta Gargatagli sobre Manuel Puig y la traducción. La columna
de hoy fue publicada en El Trujamán el 31 de marzo pasado.
Manuel Puig y
la traducción (III)
La
forma multilingüe y el carácter extraterritorial de la obra de Manuel Puig son
atributos que definen a un autor fuerte que —anticipándose al futuro— ejerció
una vigilancia exhaustiva sobre sus ediciones, contratos, traducciones y apostó
decididamente por la repercusión internacional.
Aquella decisión, sin embargo, no desmiente que sus lectores naturales sigan
estando en su país, donde no deja de crecer un riquísimo aparato crítico y
donde se editan con regularidad sus libros, cuyos derechos posee Planeta que
tiene filiales en Buenos Aires. Ahora hay obras de Manuel Puig en coreano,
chino, letón, ruso y tailandés.
En
España, son escasas las ediciones vivas de sus novelas y lo mismo
parece ocurrir en países donde, en el pasado, fue ampliamente traducido, como
Francia, Brasil, Italia y Estados Unidos.1 Tampoco
constan publicaciones de países de América Latina, aunque sí en Canadá.
Angelo
Morino, el traductor al italiano, contaba que Manuel Puig pedía que le enviaran
las páginas a medida que el trabajo avanzaba y solía disputar palabra a palabra
cada hoja. Devolvía esos fragmentos con variedad de comentarios —opiniones,
elogios y chistes interesantísimos de leer, dicho sea de paso— que reflejaban
lo agotador que podía resultar tratar con un escritor incansable y rapidísimo.
No obstante, de esas negociaciones y de la calidad innegable de esas
traducciones, dependió la fama internacional que lo acompañó en vida.
No
creo, sin embargo, que la presente internalización del escritor sea
lo mismo. Desconozco la recepción en otros países y dejo a los especialistas en
coreano, letón y tailandés el cotejo de esas versiones. No puedo saber, por tanto,
qué variaciones de Puig incluye el presente ni definirá el porvenir.
Mis
sospechas sobre la nueva identidad nacen de una cuestión lateral. Ilustraba la
cubierta de la primera edición de Boquitas
pintadas de 1969 una imagen propuesta por la diseñadora y periodista
Felisa Pinto, la sobrina nieta de Santiago Rusiñol, la gran amiga de Puig. En
Barcelona, en 1974, aquellas dos mujeres estilizadas cambiaron por otras no
iguales, pero semejantes. En los años sucesivos, las damas fueron sustituidas
por alguien parecida a Anna Pavlova, después por una mujer regordeta, desnuda,
que huía sosteniendo un corazón, después o antes por bocas pintadas repetidas
en los espejos. Ahora decoran la cubierta los rostros de una pareja, recortados
de una vieja postal, se diría, pornográfica, en cualquier caso menos obscena
que convencional. No podemos interpretar el hecho, tampoco dejar de hacerlo:
atrás quedó el sentido y el resto avanza hacia la literalidad y la
conveniencia, una combinación nada favorable para traducir.
Algo
semejante ocurre con la foto del autor que figura en la solapa. Parece un
hombre anciano, un posible abuelo acartonado, un individuo al que un lector le
confiaría su dinero, nunca su imaginación. Lo opuesto exacto al hombre feliz
que le decía —con una prosa que sólo promueve la aprobación y la alegría— a su
amigo Mario Fenelli: «le escribo primer cartún desde New Yorkún, le escribe
Salla desde tierra donde vino a buscar marido. ¿Lo encontrará? Por el momento
solo ve legiones de locas y negros y centroamericanos que le dan miedo. Bueno,
¿por dónde empezar? Me parece una ciudad fiabeschissima. Ud.se
enloquecería, la gente parece salida de Dickens, esos tipos exageradísimos de
las vistas Damon Runyon son tal cual, y belleza y poesía de rascacielos…».2
Notas
(1) Angelo
Morino refiere también versiones al alemán, turco, japonés y polaco, aunque no
tengo datos sobre estas traducciones ni cuándo se realizaron. Las informaciones
que siguen sobre la forma de colaboración autor-traductor también proceden de
la misma fuente: Angelo Morino, «Manuel Puig a través de sus cartas», en http://www.cisi.unito.it/artifara/rivista3/testi/cartas_puig.asp.
(2) Suzanne Jill Levine: Manuel Puig y la mujer araña, Barcelona, Seix Barral, 2000, p. 145.
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