René Montero Montano publicó una
columna en La Jornada , de
Veracruz, México, el pasado 21 de abril, a propósito de la entente creada entre el Instituto
Cervantes, la Universidad
de Salamanca, la UNAM
y la Universidad
de Buenos Aires, con Telefónica, con el objeto de certificar el castellano.
Nuevo negocio con piel de academia
Política
hegemónica y negocios se despliegan hoy sobre el uso y construcción permanente
del español como idioma y lengua compartida, sin duda, una intentona contra la
diferencia cultural, la multivocidad del significante y la indiferencia de las
culturas mesoamericanas que, de alguna manera, han sido inundadas
lingüísticamente desde el encuentro colonizante con el mundo occidental, hasta
hacer suya una técnica/herramienta de comunicación y formas de estar en el
mundo.
El
Instituto Cervantes, la
Universidad de Salamanca y Telefónica (USAL), la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM) y la
Universidad de Buenos Aires (UBA), junto con otras 60
universidades iberoamericanas se integran ya en un consorcio, un McDonald’s
lingüístico, para que a través de centros expandidos en todo el mundo
"autoricen" de manera rápida a quien lo solicite, de una
certificación, de una autorización de buen dominio de la lengua española.
Este
nuevo intento homogeneizador y quimérico de la restauración de la hegemonía, se
ha instalado como el Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española
(SIELE), que no sin un simbolismo imperial, se presentó recientemente en el VII
Congreso Internacional de la
Lengua Española de San Juan de Puerto Rico, luego de
cabildeos realizados durante cerca de cuatro años. El mercado considerado:
Estados Unidos, Brasil y China.
No
sin interés protagónico, al interior de esta intentona, España aspira a
instaurarse como el lugar de "arbitraje" del uso y límites de la
lengua castellana, y por supuesto que en ello pondrán en juego su propia
debacle. Ya los argentinos del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires
destacan el dejo de soberbia de la intelectualidad académica española, que se
asume distante del no saber, asegurando su cercanía a un "verdadero
castellano", una actitud que ya Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez
y Carlos Fuentes han cuestionado desde siempre.
Este
retorno a una "hegemonía encubierta" con el discurso académico ya en
desuso para el mundo contemporáneo, sólo es sostenible desde un discurso
universitario (en el sentido lacaniano del concepto) que al día de hoy, luego
del cabildeo mencionado, no se ha desarticulado de la política española que,
incluso en Podemos, sostiene a la hegemonía como la única para desarticular la
supervivencia de la y los políticos que sufrimos.
Indiscutiblemente
que esta política de mercado encontrará espacios de éxito y una temporalidad
propia al business, siendo apuntalada
por el academicismo sapiente del idioma español que se ha instalado en las universidades
que forman parte de la iniciativa. Lo más inquietante es que recupera la vieja
tradición del "tumba burros" que vivimos con el diccionario, y que
como tal, reinstala la certidumbre del buen saber, frente a la complejidad de
lo diferente, multívoco y complejo. Va sobre el aseguramiento desde un acto de
fe que lo dicho y significado, la sintaxis y la semántica
"autorizada", darán sentido y seguridad a la existencia en la lengua
española a quienes se han atrevido a vivir dentro de ella.
"La
lengua nos permite pensar y actuar fuera de los espacios cerrados de las
ideologías políticas o de los gobiernos despóticos. La palabra actual del mundo
hispano es democrática o no es." Decía Don Carlos Fuentes en su
intervención inaugural del III Congreso Internacional de la Lengua Española
("Identidad lingüística y globalización"), el texto completo de su
intervención desarticula cualquier intención hegemónica respecto a la lengua
castellana, posicionando las múltiples voces que la han acuñado. Curiosamente,
es el Instituto Cervantes, quien resguarda el documento completo y lo circula a
través de su portal, y sin duda sería clave recuperarlo como pretexto para
reabrir la discusión que en su momento la administración del instituto instó a
dar en aquel año 2004.
A 12
años de distancia, con una geografía política "gatopardo", y permeada
por una razón instrumental renovada, el reconocimiento a la construcción
histórica de la lengua castellana en América, el indoespañol, como lo llamaba
Don Carlos, pasa de la indiferencia a la exclusión, evadiendo todo compromiso
con la interculturalidad que lo construye, para instaurar la posibilidad de su
acotamiento al discurso de los mercados. Bonita cosa.
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