José del Valle, |
El 25 de julio
pasado, Héctor G. Barnés publicó
en El Confidencial, de España, la siguiente entrevista a con el lingüista
español José del Valle, autor de un nuevo libro sobre la historia
política de la lengua castellana. En la bajada se lee: “Es
uno de los idiomas más hablados del mundo, lo que lo convierte en un atractivo
objeto de disputa. Un nuevo libro intenta entender un cómo se inventó
políticamente el español”.
La invención del español:
"La RAE está al
servicio del poder blando nacional"
Durante muchos siglos, el español se entendió
un poco como la propia España: como una idea pura, indivisible y sin
posibilidad de ser revisada. Una visión tremendamente ingenua y presuntamente
científica. No era algo propio de nuestro idioma (la gramática histórica
proporcionó durante mucho tiempo el marco para entender las lenguas), pero sus
particularidades históricas y sociales la convertían en un caso aún más
especial. Con el ánimo de poner un poco de orden en dicho asunto se ha editado Historia política del español. La creación de una lengua. (Aluvión
Editorial), un volumen que recoge diversas perspectivas sobre la construcción
política del español, sobre todo en un momento en el que, con sus 400 millones de hablantes, se ha
convertido en un importante valor de marca... y ha suscitado suculentos
intereses económicos. Hablamos con el editor del volumen, José del Valle, catedrático de Lingüística
Hispánica en el Graduate Center de CUNY (Nueva York).
–Todas las lenguas tienen un sustrato
ideológico, son producto de su historia y de su coyuntura. Sin embargo, da la
sensación de que en el caso del español, quizá por su larga historia vinculada
a un imperio colonial, esta vertiente se ha olvidado en favor de una mayor
idealización. ¿Tiende el español más aún que otras lenguas a obviar su lado más
político?
–La imagen
pública de la lengua española (qué es, qué representa y quién está autorizado a
gestionarla) ha sido forjada principalmente por la escuela filológica española.
Esta escuela deriva de la obra intelectual emprendida por Ramón Menéndez Pidal a finales del siglo diecinueve y es,
en muchos sentidos, extraordinaria: compuesta por eruditos filólogos, muchos de
ellos lúcidos e imaginativos (Amado Alonso, Américo
Castro o Rafael Lapesa,
por ejemplo). Fue una escuela compleja, con tensiones internas tanto
intelectuales como políticas, que sin embargo produjo casi sin fisuras el gran
relato de unidad lingüística y cultural sobre el que aún hoy se apoyan el nacionalismo
español y el panhispanismo, esa idea de unidad esencial materializada en la
lengua común a todos los pueblos de España y de la América hispanohablante. Es
un relato que naturaliza el devenir histórico del idioma al minimizar, cuando
no elidir, las tensiones resueltas en su condición de lengua dominante,
nacional e imperial. Se escamotean las condiciones históricas conflictivas que
dan lugar a su cristalización como lengua altamente codificada y a su extensión
territorial. En definitiva, se la presenta como "lengua de todos".
Pero, en contraste con esta representación, el archivo histórico nos permite
también relatarla como lengua que es objeto y efecto de disputas, localizada en
encrucijadas de lucha entre intereses de clase, regionales y étnicos.
Aunque no me atrevo a afirmar tajantemente que en España
se elida la condición política de la lengua más que en otros países (en EEUU,
donde vivo y trabajo, este tipo de borramiento es también escandaloso), sí que
pienso que la escuela filológica española se ha caracterizado por la escasez de
gestos reflexivos y autocríticos y se ha mostrado refractaria a una comunicación
dialéctica con, por ejemplo, teorías de la cultura, del texto, del archivo, de
la historia, del lenguaje mismo que han ido apareciendo en otras disciplinas.
No se ha fomentado (al contrario) la emergencia y desarrollo de una lingüística
crítica, sino que se ha insistido en la preservación de una práctica filológica
y lingüística que, por un lado, se pretendía técnica, objetiva e
ideológicamente aséptica y, por otro, fortalecía el relato de unidad cultural.
–¿No es el menosprecio por parte del
hablante español al hablante de Latinoamérica una de las expresiones más
evidentes hoy en día de ese sustrato ideológico de la lengua?
–El
prejuicio lingüístico es una de las manifestaciones de la discriminación; desde
el clasismo hasta el racismo pasando por el sexismo operan
lingüísticamente. Cuando una autoridad lingüística inscribe un orden social en
una configuración gramatical o léxica, contribuye a invisibilizar su
contingencia, pues aquellas diferencias sociales (que son producto de
condiciones históricas concretas) parecen, en su materialización lingüística, naturales
e inevitables. Ese gran relato lingüístico al que me refería en la respuesta a
tu pregunta anterior presenta una lengua española estratificada social y
geográficamente. Formas "vulgares", "coloquiales" o
"cultas" corresponden a posiciones sociales, y "español
peninsular centro-norteño" o "español de América" a identidades
regionales. Estas taxonomías nada significan por sí solas, sino que funcionan
socialmente al entrar en contacto con sistemas de valores asociados a prácticas
culturales, nociones de progreso y desarrollo, formas de organización
económica, etcétera. Si los prejuicios contra la forma de hablar de
"catetos" y "pueblerinos" son una herramienta del clasismo,
quien se hace eco de prejuicios contra variedades americanas del español está
reproduciendo jerarquías culturales coloniales.
–España ha vivido un acelerado proceso de
cambio desde los años 70, en el que aún surgen polémicas casi diarias sobre
aspectos muy distintos de la convivencia. Uno de ellos son las políticas
lingüísticas, gran punto de desacuerdo. ¿Es una cuestión de tiempo que
desaparezca la controversia, o siempre habrá una guerra entre las distintas
lenguas oficiales del país?
–En España
hay un conflicto lingüístico que tiene su origen en la coexistencia a lo largo
de la historia moderna y contemporánea de proyectos incompatibles de construcción nacional.
En la gestión política de esta tensión constitutiva, el nacionalismo español
(da igual que sea liberal o conservador, fascista o socialista) se ha llevado
el gato al agua: por un lado, se ha naturalizado, al despolitizarla, la
presencia del castellano en la totalidad del territorio; y por otro, se ha
utilizado el hecho de que la lengua se conozca y se use habitualmente en toda
la geografía española para justificar la articulación política del país como
nación única e indivisible. Esta operación ideológica ha sido muy eficaz: la
histórica jerárquización de las lenguas de España se confirmó como ley con la
Constitución del 78 y ha hecho sumamente difícil la formulación y adopción de
políticas lingüísticas orientadas a la oficialización e implantación social de
lenguas tales como el gallego, el euskera y el catalán. Los intentos de
establecer esas lenguas en ciertos espacios institucionales y sociales (la
educación o los medios de comunicación, por ejemplo) se han tenido que
enfrentar a la fuerte oposición del gobierno central y la opinión pública
española, e incluso de ciertos sectores de las propias sociedades gallega,
vasca o catalana.
Mientras persista la tensión entre proyectos nacionales
enfrentados, persistirá también este conflicto. Para el nacionalismo español (en sus configuraciones actuales), una
nación española en la que Galicia, Euskadi o Cataluña gestionen su vida
lingüística desde la igualdad entre las lenguas está afuera de lo posible (y de
la legalidad constitucional).
Por otro
lado, el desafío para las organizaciones que aspiran a la constitución de
Galicia, Euskadi o Cataluña como unidades políticas con derecho a decidir su
destino y su relación con el estado español pasa por no reproducir relatos de
unidad cultural análogos a los del nacionalismo español y por no quedarse
afuera de la historia reivindicando políticas lingüísticas de construcción nacional
más propias del siglo diecinueve que de principios del veintiuno. Es evidente
que las lealtades ciudadanas se forjan por medio de lenguas, paisajes y
rituales compartidos, pero también por los proyectos de país a que se asocian,
por las formas de ejercicio de la ciudadanía que proponen y por los valores de
convivencia que abrazan.
–El español ha adquirido
un importante atractivo comercial: ¿de qué manera instituciones como la RAE o
el Instituto Cervantes, entre otros, están situándose estratégicamente como
faros del idioma, promoviendo además la comercialización del español en su
favor?
–Es cierto que ha aumentado
considerablemente el número de personas en el mundo que quieren aprender español. Y
la fase en que nos encontramos del desarrollo del capitalismo ha propiciado que
ese hecho dé lugar a la mercantilización extrema de la lengua, a que se piense
como producto que se valora al alza en los mercados lingüísticos
internacionales. La participación en una industria que se desarrolla en torno a
la enseñanza del español es una de las funciones del Instituto Cervantes desde
su fundación en 1991 (además de promover la marca España y cooperar con la
promoción internacional de empresas y artistas españoles). Abren y gestionan
centros de enseñanza de español por el mundo, producen materiales didácticos,
ofrecen programas de formación de profesores y promueven un sistema único de
certificación de conocimientos de español.
Este
último proyecto es quizás el que ha encontrado mayor resistencia, sobre todo en
Latinoamérica. Si bien son bastantes las instituciones universitarias
latinoamericanas que han firmado acuerdos con el Cervantes (entre ellas la UNAM
de México y la Universidad de Buenos Aires), hay importantes sectores entre los
lingüistas y profesionales de la enseñanza del español de estas instituciones
que consideran la decisión de sus rectores una claudicación y un gesto de
sumisión poscolonial. Yo estoy completamente de acuerdo con estos colectivos
críticos. Que el Cervantes abrace un concepto primordialmente instrumental de la lengua,
que se proponga vendérsela al mejor postor en los mercados lingüísticos
internacionales y que pretenda monopolizar ese mercado no me sorprende: es
consistente con los modelos dominantes de cultura y acciones de política
cultural de la España setentayochista (me refiero en términos generales al
dispositivo que Guillem Martínez ha llamado CT o Cultura de la
Transición). Pero de instituciones universitarias cabría
esperar la adopción de modelos de educación lingüística más sofisticados, más
ligados al ejercicio de una ciudadanía libre y crítica, más abiertos al
plurilingüismo y la comunicación translingüe. En fin, cabría esperar una
enseñanza de idiomas ligada a la formación ciudadana y a la sensibilización
ante la diferencia cultural, y no orientada a las necesidades inmediatas del
turista y del gerente de empresa.
La RAE ha jugado un papel complementario, pero distinto. Desde los
noventa, asumió como objetivo la consolidación de la ideología panhispanista
que ya te mencioné antes. En un momento en que empresas españolas, por medio de
alianzas estratégicas con empresarios y políticos latinoamericanos, se
proyectaban sobre mercados que coincidían con los antiguos territorios del
imperio, la RAE se propuso como misión central construir una imagen de la
lengua española como base y vínculo inalienable de la comunidad panhispánica,
de una arcadia comunicativa y convivencial. En mi lectura, la RAE decidió
convertirse en una pieza clave de la diplomacia española y ponerse al servicio
de la extensión del poder blando de España. Curiosamente, esto (el deseo de
controlar el valor simbólico de la lengua panhispánica) los obligó a emprender
una gestión más abierta y tolerante de la matriz gramatical del idioma, a
definir el español, por ejemplo, como una lengua pluricéntrica y a avanzar una
y otra vez lugares comunes tales como que el peso de la lengua española está en
América o que España es apenas una provincia de la lengua española.
–Usted vive en Estados Unidos, un país
donde el español ha crecido sustancialmente de mano de la población latina. ¿Es
una locura imaginar a Estados Unidos como el motor del español a nivel
internacional, arrebatando a la propia España un puesto que ha ocupado durante
siglos?
–En EEUU
está el corazón del monstruo. La lógica del capitalismo se despliega casi sin
matices y cualquier cosa o idea es susceptible de ser convertida en mercancía
sin el menor reparo y con todas las consecuencias. Y la lengua española no es
una excepción. Su enseñanza dentro del país está totalmente controlada por
actores económicos e institucionales internos: se enseña principalmente en las
escuelas y universidades, y son empresas multinacionales de base
anglo-norteamericana las que controlan el lucrativo mercado de los materiales
didácticos (los precios de los libros de texto pueden llegar a ser, desde un punto de
vista ético, criminales). En este contexto, la contribución del Instituto
Cervantes a la presencia de español en EEUU es microscópica. Como lo es (todo
hay que decirlo) la de quienes defendemos la implantación de modelos pedagógicos
críticos desde las escuelas y la universidad.
No es impensable que estas
empresas anglo-norteamericanas decidan que quieren participar de la venta del
español en zonas de los mercados lingüísticos internacionales tan valiosas como
Brasil o China (es posible incluso que se esté dando y yo no lo sepa). Pero la
clave, desde mi perspectiva, no está en oponerse a tal expansión exclusivamente
en base a criterios nacionalistas y de reivindicación de soberanía. La clave
está en que esa reivindicación del derecho a la gestión soberana de una
actividad tal como la enseñanza del español sea también la reivindicación de un
modelo de lengua y ciudadanía alternativo.
–También hay en marcha una guerra contra
los barbarismos y a favor de la pureza (incluso una infravaloración del español
de Sudamérica, por estar "contaminado"). ¿A qué se debe esa
pervivencia de la pureza del lenguaje respecto al español?
–En toda
sociedad existen prácticas de higiene verbal, denuncias de usos del lenguaje
que se consideran improcedentes y que incluso, en ocasiones, avanzan propuestas
para evitarlos. Por ejemplo, no son infrecuentes (y en España han proliferado
desde el 15-M) las denuncias de los efectos de la neolengua, o uso
políticamente manipulador del lenguaje. A nadie se le escapan tampoco las
propuestas de uso no sexista del lenguaje realizadas por colectivos feministas
e incorporadas por algunas instituciones. Estos son dos tipos de discurso de
higiene verbal por los que yo, por ejemplo, siento gran simpatía y con los que
incluso me identifico. Ambos están directamente relacionados con procesos
políticos emancipatorios, de resistencia al ocultamiento de la explotación
económica y a la discriminación de la mujer respectivamente.
El purismo lingüístico es
otro tipo de higiene verbal que se preocupa por la preservación de la lengua en
un estado de pureza que supuestamente habría alcanzado en algún periodo áureo
de su pasado. En su estructura discursiva, el purismo refleja la ansiedad del
intelectual letrado que habiendo tenido la fortuna (o privilegio) de dominar
esa forma exquisita del idioma percibe que al espacio de la letra acceden
actores sociales históricamente excluidos. El purismo es una raya en la arena
(que, por tanto, borrará la marea inexorablemente) que pretende distinguir a un
nosotros de un ellos y que, aunque en superficie se moviliza en nombre del
idioma (y de su purísima concepción), responde siempre a ansiedades sociales
contingentes que trascienden lo lingüístico.
–¿Veremos
una España en la que todas las lenguas cooficiales forman parte de los planes
de estudios nacionales? ¿Qué circunstancias tendrían que darse?
–Lo veo muy poco
probable. No es infrecuente oír o leer el dislate de que el español peligra en
España; en Cataluña en particular (evidentemente, quienes esto creen no se han
dado un paseo por Barcelona). Este tipo de tergiversaciones de la compleja vida
lingüística catalana sirven para alimentar el fuego de un contencioso histórico
entre los nacionalismos español y catalán que ya está tan cocinado que no se
puede comer. Yo creo que tendría que darse una refundación del país
necesariamente atravesada por el reconocimiento previo del derecho de Galicia,
Euskadi y Cataluña a la autodeterminación. Si estos países decidieran hacer uso
de tal derecho, veríamos por qué modelo de relación con el estado español
optarían. Y, a partir de ahí, sabríamos qué visión de su futuro lingüístico
adoptarían. El hecho de que lo que acabo de decirte suene a ciencia-ficción
habla por sí solo de la probabilidad de una España en la que el plurilingüismo
sea una realidad democrática.
Sin embargo, a pesar de la
persistencia y hostilidad del nacionalismo español a las que me vengo
referiendo y de las pulsiones puristas y esencialistas de ciertos sectores de
los nacionalismos gallego, vasco y catalán, creo que los pocos espacios creados
por la Constitución del 78 se han aprovechado (mejor o peor, pero se han
aprovechado) para constituir sistemas culturales robustos y autónomos anclados,
respectivamente, en el gallego, euskera y catalán. Y esto es bueno. Bueno para
la activación de la cultura en general y para la promoción de una cultura
democrática en particular. Que las lógicas de producción cultural puedan
discutirse y desplegarse autónomamente en distintos lugares, que los espacios
de diálogo y negociación estén más cerca de la gente, que las condiciones
históricas propias del desarrollo de cada comunidad den lugar a modulaciones
distintas de lo cultural no puede sino ser promisorio. Lo otro (un orden
cultural piramidal disfrazado de cosmopolitismo) ya sabemos adónde nos ha
conducido.
En relación con la inserción de la lengua en los planes
de estudios en España quisiera señalar un asunto que encuentro tan importante o
más que la gestión del plurilingüismo. ¿En qué debe consistir la educación
lingüística escolar? El hecho es que, si la educación lingüística de niñas y
niños consiste sólo en enseñarles la forma gramatical y uso apropiado de una lengua
altamente codificada para que luego se inserten dócilmente en la vida de un
país políticamente castrado, francamente me da igual que esa lengua se llame
gallego, español, inglés o quechua. Lo que sería ilusionante sería ver
políticas de educación lingüística de la ciudadanía que contribuyan a
prepararla para su plena participación en una sociedad compleja, deliberante,
crítica y solidaria.
Típica entrevista destinada a insultarnos a los castellanoparlantes. Si se da un paseo por Barcelona, cualquiera descubrirá que el castellano que se habla aquí es espantoso, de modo que da lo mismo que hable castellano o swahili. En el campo cultural, dominado por catalanes y catalanoparlantes también se ha producido un descenso en la calidad del idioma. Basta leer cualquier ejemplar de La Vanguardia de hace 30 años con la edición castellana de un ejemplar publicado hoy mismo para verificar lo que digo.
ResponderEliminarPara granjearse la simpatía de los latinoamericanos parece que basta con arrojar mierda sobre el castellano. En fin, lo de siempre, Jorge.
bueno, no estoy del todo de acuerdo contigo, liu. no creo que el muchacho le eche mierda a los castellanoparlantes sino al modelo lingüístico-político puesto al servicio del "poder blando de españa", como acierta a decir, tanto en su proyección interna como externa. y propone que se abra el espectro del estudio crítico de esas políticas a la luz de las diversas coyunturas históricas. también señala la claudicación de los grandes aparatos académicos americanos ante la ofensiva lingüística de la marca españa, que se apresuran a ocupar un espacio de mercado desde situaciones de subordinación jerárquica (reproduciendo, por tanto, la lógica poscolonial barata de la ex metrópoli), cuando de hecho tienen la base cultural y el fermento local necesarios como para fortalecer modelos propios, capaces de relacionarse entre sí de manera horizontal y no eternamente dependiente, a pesar de los eufemismos, del centro rancio de lavado y peinado de LA lengua. el deterioro del castellano (y del catalán) en barcelona no tiene que ver con la lucha o las tensiones entre uno y otro sino con la degradación que recogen alegremente los medios públicos de uno y otro lado, más atentos a la producción de la cosa que a la cosa en sí. tampoco sé si acuerdo con del valle en todo lo que dice (o dice que dice el periodista), pero entiendo que tampoco se congratula demasiado por el modo en que se han implementado las políticas lingüísticas y acciones culturales en euskadi, galicia o catalunya, y advierte contra la repetición o calco del modelo paranoico que propone e impone el nacionalismo español. para mí el problema no está en la contaminación en sí misma sino en la manera en que esa contaminación se pretende instalar como excusa de la molicie y desidia de los responsables intelectuales de que la lengua fluya y ofrezca siempre nuevos espacios de creación. abrazo.
ResponderEliminarYo conozco y "disfruto" del "modelo paranoico" catalán, que es el que me impide ganarme la vida como traductora y como escritora en mi país. Barcelona es España, legal e históricamente. Podía extenderme más, pero me aburre y me agota. Un escritor latinoamericano tiene mejor entrada en el sistema editorial y universitario de Barcelona que un escritor castellanoparlante. Basta con echar cuentas mirando a nuestro alrededor. Otra cosa es negar la realidad.
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