Como posiblemente el lector de este blog
recuerde, en los últimos días se ha generado una polémica a propósito de la reciente
traducción de Finnegans Wake, de James Joyce, realizada por Marcelo Zabaloy. A lo largo de las dos
últimas semanas, hubo una serie de entradas firmadas por Eduardo Lago, Matías Serra
Bradford y Zabaloy, a quienes indirectamente se suman los periodistas Diego Erlan y Román García Azcárate, quienes entrevistaron al traductor. Todo esto puede leerse en las entradas del 6, 7, 8, 11 y 12 de
julio pasados. Precisamente, el siguiente texto, firmado por Serra Bradford, le
fue remitido al Administrador, en respuesta a la última intervención de
Zabaloy.
Posdata a una versión de Finnegans Wake
Puede tener –un lector, un crítico–
vocación de detective, pero no es recomendable que despliegue voluntad de
polizonte. Le agradezco al reciente traductor de Finnegans Wake que
reproduzca públicamente el intercambio de cartas que precediera a la aparición
de un breve artículo mío en el diario Clarín. Dejan en claro dos cosas: mi
ignorancia –con respecto al rosario de nombres locales que el traductor diseminó
en su versión de FW– y el ánimo
solícito de este por sanearla. (Nunca imaginé posible semejante operación; la
ingenuidad propia es incapaz de proyectar el alcance del candor ajeno.)
Pocos días mediaron entre la recepción
del libro impreso y la publicación de esa nota. No es excusa: fueron
suficientes para cruzarme con cuestiones básicas que me alejan de esa versión (como
lector común, no soy erudito ni está entre mis planes leer para serlo). Por
razones de espacio –se privilegió, precisamente, la voz del traductor en una
nota publicada el mismo día, en la misma página, y casi el doble de extensa– no
pude elucidar todo lo deseado en ese artículo, pero ahora el traductor me da pie
amablemente a que suelte algunas precisiones. Es bastante difícil leer el FW en un par de días; es bastante
difícil leerlo a secas. Empecé a leerlo hace unos treinta años y no lo terminé.
Sé que no lo voy a terminar; el libro, por su parte, no se termina, no tiene
punto final y recomienza. Prefiero la modesta ambición de ir leyéndolo toda la
vida (también tengo derecho a mi propio juego de niños.)
¿Qué puedo agregar a lo ya dicho? Para
empezar, el primer párrafo: el traductor decide no traducir la simple palabra
Environs, en “Howth Castle and Environs”, dejándola como la encontró, cuando
bien pudo haber puesto “Howth Castle y Alrededores” (o Aledaños). Son
cuestiones de criterio, hasta de sentido común. No necesito ni aguardo con
ansias que me tire por la cabeza la versión francesa y los mil y un libros de
referencia. Otro caso: en la página 169 decide no traducir las palabras “short”
y “joky” y complica una frase a todas luces cristalina. Más adelante dice “hago
yo mi shop”, en lugar de “hago yo las compras”. Facilito estos ejemplos como
botón de muestra, de decisiones que no comparto –sería lo de menos– pero cuya
razón es harto difícil llegar a intuir. Sobre todo en un libro que rogaba que
tuvieran a bien no añadirle estorbos o zancadillas. Son ejemplos que hacen
pensar menos en una traducción que en un
libro paralelo. Parecen ilustrativos de un entusiasmo remolón que llega a
su cumbre con la incorporación de nombres vernáculos a la traducción. Si estos
apellidos son veinte o treinta, me tiene sin cuidado. No es un problema
literario (vale recordar que el FW es
un libro limítrofe, en más de un sentido); acaso se trate de un asunto ético. Pero
amén de falta de tiempo y voluntad, no soy quién para ir recolectando ejemplos
negativos y asumir el papel de corrector o editor post-mortem; tampoco me
parece recomendable para la circulación de un autor por el que tengo un afecto
desmedido.
La traducción no es un tema matemático o
forense; está más cerca del tono, del gusto, del oído, o, como quedó dicho, de
la más llana sensatez. El sentido común no es propiedad de lo que el traductor
de FW llamó los “eruditos”; tampoco
predomina entre ellos ni entre quienes no lo son. Como mínimo, un lector tiene
derecho a aquello que un autor o un traductor excesivamente orgullosos
considerarían un acto de inmodestia: que no le agrade lo que está impreso en
una página. Por otra parte, si el traductor logró hacer coincidir la paginación
estamos ante una proeza numérica, no lingüística. Se supone que una traducción
se realiza para desprenderse del original, para no depender de él y vivir
cotejando en el espejo retrovisor. Se supone que se traduce para quienes no
hablan, o no entienden del todo, la otra lengua.
Alguno se preguntará, mientras tanto, en
qué idiolectos se puso a hablar el pentecostés Joyce en Finnegans Wake. Tengo la impresión de que ahondar o alargar la
discusión sólo subrayaría la verdad: FW
es un libro imposible. En cierta manera, entra en la categoría de libro indefendible. Intocable –es decir, invencible–,
inútilmente defendible. Más de
setenta años después, no es difícil comprobar, entre otras cosas, que en
comparación con el Finnegans las novelas radicales de William
Burroughs o Arno Schmidt adquieren la claridad de Platero y yo. Repito lo que
dije en el artículo citado: en no pocos casos,
los defectos de la traducción son los defectos del propio Joyce (que no deja de
entregar momentos excepcionales). Buena parte del problema no lo tiene el
traductor argentino más reciente; lo tendría cualquier otro traductor, en
cualquier lengua. De los gigantes –Kafka, Proust, Faulkner– Joyce será siempre
el menos asible; sobre todo, claro está, en Finnegans
Wake. Es un libro que no se conoce
nunca cabalmente, y quien crea o afirme lo contrario incurre en un acto de
vanidad o autoengaño por lo menos notorios.
Observé que el criterio general del
traductor parecía señalar en esa dirección, la de traducir también el título;
no que yo tomaría esa decisión de estar en la fastidiosa silla de traductor del
FW. Vale aclarar que el hecho de que el
título no lleve una comilla o apóstrofo no imposibilita que se lo titule El velatorio de Finnegan, ya que este es
el apellido del personaje Tim Finnegan en la primera línea de la canción que
inspiró el título del libro. Ya que estamos en este punto: insisto en la
musicalidad del original –que tampoco es constante ni absoluta– y en su imposibilidad
de ser trasplantada. (No descartaría, de paso, que el
libro haya sido una larga y elíptica revancha, la del aspirante a tenor Joyce
por no haber podido tomar clases de canto de joven por falta de dinero.) Temo
que Finnegans Wake no se puede gozar ni en un mínimo grado
–el único que está en condiciones de prometer– si no se posee no sólo un sólido
conocimiento del inglés, sino también una porosa recepción auditiva en esta
lengua. Es este un requisito –propio de un libro mágico– que no garantiza ni
siquiera la condición de hablante nativo. Es probable que haya habido una sola
persona capaz de reunir estas condiciones: el autor. Algo advertía Joyce
cuando rogaba la aparición de “un lector ideal que padezca de un insomnio
ideal”. A propósito, si el traductor desconoce que el FW “sucede” de noche y desconoce algunos pliegues biográficos de
James Joyce –amén de más de una alusión en FW
a Lucia Joyce y a la locura de Shem, alter ego del autor–, no queda otra
alternativa que lamentarlo.
Pero vamos a la cuestión que tanto lo
desvela al autor de esta versión del FW:
la incorporación de nombres locales y actuales (políticos, celebridades, etc).
Verifiqué los nombres que me proporcionó donde los señaló, los encontré, y le
agradezco que me haya procurado un atajo. No tenía ni tiempo ni ganas de rastrear
600 páginas tras las chanzas escondiditas de un bromista de ocasión. Se puede
discutir mil años cómo traducir una palabra u otra. Lo que resulta inaceptable
es que el traductor parezca haber querido nacionalizar la obra de Joyce incorporando
referencias onomásticas del todo ajenas al libro y, más curioso, que se ufane
de ello. Y que se ufane, ya en el colmo de la autoincriminación vestida de
viveza, de haber pretendido engañar a un reseñista, como bien dice, apresurado.
Calculó acertadamente: era demasiado improbable que lo descubrieran. ¿Por eso
sentirá la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos? Nadie lee el Finnegans entero. Ya lo vaticina el
mismo traductor cuando afirma: “pensamos que no habría ninguna persona que
pudiera tomarse el tiempo necesario para leer a fondo la obra”. (Confieso que
no dejo de tener curiosidad por saber qué clase de lector un traductor de FW imagina para el libro.) A
continuación da por sentado que ese prólogo que no existió habría tenido, en
consecuencia, “un montón de palabras huecas decoradas por una firma
prestigiosa”. Hace rato que no oía el disparo de una escopeta de kermesse, con
balas de corcho, y tengo la sensación de que en lugar de patitos en fila le
apunta a fantasmas de su propia creación. Por la recelosa firmeza de sus
formulaciones, cabe preguntarse, entre otras cosas, por qué no escribió una
introducción él mismo, por qué no buscó iluminar al lector desprevenido, así
fuera mínimamente, acerca del tenor de la aventura en la que se estaría
embarcando.
Creo que le dediqué un espacio
considerable a la versión del Ulises
de este mismo traductor –en colaboración con Edgardo Russo– en la revista
virtual Otra Parte (p://revistaotraparte.com/ semanal/discusion/los- traductores-del-ulises-y-la- traicion/),
y la elogié con algunas observaciones, como hice y hago en este caso. No
recuerdo que en aquella ocasión la ofensa y la ofensiva del traductor rozaran
el exabrupto; ni siquiera, a Dios gracias, existieron. Hacia el final de la
nota de Clarín citada, mi palabra “heroico” por lo visto al traductor no le
dice nada. (Y la palabra “inútil”, como quedó dicho, responde más bien a la
naturaleza del libro entre manos.) Tratándose de una obra de semejante
complejidad nadie le iba a exigir excelencias incumplibles, pero sí al menos
que tradujera las palabras más simples y que no despistara con chistes
adicionales a los originales. Pareciera que el traductor buscó problemas adonde
no existían –en un libro que le presentó un generoso repertorio de
inconvenientes–, aunque esto mismo, desde ya, no es razón para descalificar la
empresa en su totalidad.
Me pregunto si lo que le faltó al traductor no fue un editor. Un editor como lo era Edgardo Russo, tan maniático como sensato, y creo adivinar –por las ocasiones en que hablé con Russo de Joyce, antes y después de declinar su invitación a prologar el Ulises– que muchas de estas cuestiones se hubieran evitado con su intervención. Lo mismo corre para la ausencia de prólogo o posfacio y notas. A casi nadie puede resultarle extraño que la misma editorial que publicó Ulises con variados prólogos, notas, etc, se abstenga de hacer algo similar con un libro diez veces más complejo. No obstante, esta edición de Finnegans Wake, valiosa en más de un aspecto, demuestra la voluntad de su editorial argentina de seguir fiel a una idea de la literatura que asume riesgos –ahí está su catálogo para quien quiera verificarlo–, contra todos los obstáculos que se le presenten, dentro y fuera de un libro, incluso contra obstáculos planteados por la mente excesivamente brillante y ambiciosa de un autor incomparable.
Diría que yo estoy traduciendo a Joyce, diría que "Finnegans Wake"; diría que mi propuesta castellaniza todas las palabras "extranjeras", veladas en simbiosis o "portafolios", que el texto original ofrece; diría, como Joyce, que todas las palabras tienen explicación & que el texto es cosecutivo y está interrelacionado: diría que cuenta algo. Mucho. De muchas maneras y de forma simultánea. Diría que es tan seminal como "Ulises", al introducir un proto-hipertexto en una prosa "secuenciada".
ResponderEliminarTambién diría que el trabajo de edición es excepcional, titánico; diría que la versión de Zabaloy SÍ es el FW al que puede acceder un lector medio en lengua inglesa, y que esa fue la intención de Marcelo desde el primer momento, en 2009; diría que esta traducción ocupa desde ahora un sitio respetable en la historia de las traslaciones de FW a cualquier lengua, por completa, valerosa, valiosa y entregada: exigente consigo misma; diría que Joyce alentaba la "apropiación" de esta novela al contexto de cada lector, como lo demostró al "convertir" sus alusiones irlandesas al contexto de Francia e Itañia, cunado colaboró en la respectiva traducción de algunos fragmentos.
En el ejemplo citado del primer párrafo, diría que la decisión de Zabaloy fue respetar el juego joyceano de presentar las iniciales del protagonista (HCE) en su primera mención, lo cual es un referente constante en toda la novela; y así, y todo.
Finalmente, diría que la elección del reseñista no fue la más adecuada, considerando la premura y el desconocimiento de los retos que este trabajo en particular enfrentaba, para justipreciar los alcances de este tomo, monumental en todos los sentidos.
Pueden cotejar avances de la otra traducción latinoamericana en FW en:
http://esteladefinnegan.blogspot.mx/
Para sumar al FW en castellano y apoyar los medios alternativos de promoción & edición, alentando una lectura anotada de este texto clave de los siglos XX y XXI:
ResponderEliminarDesde 2005 estoy realizando la traducción anotada de "Finnegans Wake", la última novela de James Joyce, prácticamente inédita en cualquier idioma (incluyendo el inglés), en lo que puede considerarse un “centauro” entre la narrativa y el ensayo.
El primer capítulo, por ejemplo, incorpora en mi versión 1,037 notas que refieren a alrededor de 7,000 referencias que no están explícitas para el lector común, por tratarse de canciones, alusiones históricas, literarias, mitológicas, bíblicas, coránicas, etcétera. Ofrezco por este medio participar en la Edición Príncipe de ESTE CAPÍTULO ENTERO, con el tratamiento que le he dado, lo que lo hace ASOLUTAMENTE LEGIBLE en español, pues he castellanizado todas las variaciones idiomáticas provenientes de alrededor de 60 lenguas, nativas o artificiales (francés, alemán, italiano, sueco, danés, noruego, volapuk, etcétera).
Esta labor ya ha sido reconocida por creadores de la talla de José Emilio Pacheco (+), Juan Villoro, Patricio Pron y Enrique Vila-Matas, quien utilizó material mío para una de sus columnas en El País (2009), y que ahora tiene una liga destacada a mi blog desde el suyo.
Por esa razón, planeo que se publique un avance de lo que tengo terminado en un libro de pasta dura, con aproximadamente 150 páginas que cubren el primer capítulo íntegro. Para ello inscribí este proyecto en una iniciativa por Internet llamada Fondeadora, que ayuda a que todas las personas interesadas alrededor del mundo apoyen propuestas culturales y productivas de Latinoamérica.
Hay oportunidades de fondear de manera individual, grupal & como patrocinio empresarial o institucional.
Para Sudamérica, por fondear con $800 (44 dólares, aproximadamente), se recibirán dos libros + mi novela Carne de Cañón + ¡dos menciones (nombres) en los Agradecimientos! + Envío sin costo por correo ordinario con registro. Utiliza PayPal para transacciones en tu país e internacionales ¡a cualquier sitio! Sólo te registras una sola vez ¡y listo!
Por fondear con $1,800 (98 dólares, aproximadamente): cinco libros + mi novela Carne de Cañón + ¡cinco menciones (nombres) en los Agradecimientos! + Envío sin costo por correo ordinario con registro. Utiliza PayPal para transacciones en tu país e internacionales ¡a cualquier sitio! Sólo te registras una sola vez ¡y listo!
Cualquier otra alternativa será convenida entre el fondeador y el creador, en comunicación escrita ex profeso.
La liga para fondear es…
https://fondeadora.mx/projects/edicion-principe-de-finnegans-wake-en-espanol
Se pueden cotejar avances en:
http://esteladefinnegan.blogspot.mx/
Saludos desde México.