Ángel Pititto/Mahler |
Horacio Rodríguez Larreta |
No es una novedad que el partido gobernante en la Argentina
carece de referentes en el mundo de la cultura y por eso tiende a reemplazarlos
por personajes del mundo del espectáculo o de la farándula. Tampoco, que esa situación que se da
a nivel nacional, se reproduce en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cada vez
menos autónoma y cada vez menos ciudad. Ángel
Pititto –no es un seudónimo– es Ángel Mahler –es seudónimo–, el músico que
compone para las comedias musicales de trazo grueso de Pepito Cibrián, y acaba de
ser nombrado Ministro de Cultura de la ciudad, de manera absolutamente
inconsulta y caprichosa, por Horacio Rodríguez Larreta, el actual jefe de gobierno.
La designación se realiza luego de que el puesto quedara vacante con la renuncia parcial de Darío Lopérfido, quien acusó a las organizaciones de derechos humanos de hacer dinero exagerando el número de desaparecidos de la última dictadura militar argentina, sufriendo luego el descrédito en todo acto cultural que presidiera. Ahora bien, más allá del hipotético talento de Pititto/Mahler, carece de antecedentes para ocupar un cargo de gestión tan importante. Pero en la Argentina todo es posible. Por eso, por la gravedad del caso, se reproduce a continuación la columna de opinión que ayer publicó el escritor y crítico Diego Fischerman en el diario Página 12.
La designación se realiza luego de que el puesto quedara vacante con la renuncia parcial de Darío Lopérfido, quien acusó a las organizaciones de derechos humanos de hacer dinero exagerando el número de desaparecidos de la última dictadura militar argentina, sufriendo luego el descrédito en todo acto cultural que presidiera. Ahora bien, más allá del hipotético talento de Pititto/Mahler, carece de antecedentes para ocupar un cargo de gestión tan importante. Pero en la Argentina todo es posible. Por eso, por la gravedad del caso, se reproduce a continuación la columna de opinión que ayer publicó el escritor y crítico Diego Fischerman en el diario Página 12.
Las imposturas del “falso Mahler”
El cuarteto de cuerdas y el pianista, vestidos de riguroso
frac, entran en el escenario del teatro de provincias. El programa incluye
algunas de las canciones de las comedias musicales que Angel Mahler, el
pianista, compuso junto a Pepe Cibrián (h) y sencillos arreglos de músicas de
películas. Las notas del programa presentan al músico como “compositor y
director de orquesta” y aseguran, igual que su currículum publicado en
Internet, que “estudió piano con Evi Swillinger y orquestación con Manolo
Juárez”. Todo es una impostura, desde el nombre falso del protagonista hasta lo
que toca el cuarteto, pasando por el apellido de su supuesta profesora de piano
–que se escribe con “z”–, y la mención a Juárez, que reveló en una entrevista
con este diario publicada el 7 de noviembre de 2014, que lo echó de sus clases
y alguna vez pensó en hacerle juicio por la fraudulenta utilización de su
nombre.
Nacido como Angel Pititto, el autor de Drácula había dicho,
también en Página/12, que la elección de su célebre nuevo apellido se debió a
que “alguien me dijo que había un compositor con ese nombre y me gustó cómo
sonaba”. No es director de orquesta: apenas marca los pulsos en sus propias
piezas y en los pobrísimos arreglos de éxitos ajenos que pasea por teatros de
la Argentina. La escritura de las cuerdas remeda las pistas con sintetizadores,
sin contrapunto ni asomo de movimiento contrario en las voces. En sus obras,
los acompañamientos del piano en arpegios, con un invariable crescendo al
final, acompañan melodías cantables, que provienen en partes iguales de los
estilos de Andrew Lloyd Webber junto al letrista Tim Rice y, claro, del
inagotable Giacomo Puccini. Como en su nombre y en su curriculum espurio, lo
que importa es la apariencia, que recurre al aura de prestigio de la llamada
música clásica. Más allá de numerosos litigios por parte de músicos que
trabajaron con él, por incumplimiento de obligaciones contractuales, el
compositor auto bautizado como Mahler no goza de prestigio alguno en el medio
artístico porteño. Se reconoce, sí, el éxito popular de sus comedias musicales,
donde fue determinante el carisma del tenor Juan Rodó como su protagonista.
En el campo de la gestión cultural, en cambio, carece de
antecedentes. Ha producido sus propios espectáculos y un disco de la Memphis.
No se conocen sus opiniones sobre danza contemporánea, sobre óperas y
conciertos ni sobre el teatro actual o el clásico. Nunca ha expresado
públicamente sus ideas acerca del papel de los teatros públicos en la cultura
de una ciudad o de la defensa del patrimonio cultural ni ha participado en
debate alguno acerca de tendencias estéticas o políticas de financiamiento a
emprendimientos en la materia. No es público habitual ni del teatro
independiente de Buenos Aires, ni del Teatro Colón ni, en rigor, de ninguno de
los organismos que, en el caso de prosperar su desatinado nombramiento, habrán
de estar bajo su égida.
Buenos Aires, además de su peso como foco cultural en
Latinoamérica, cuenta con una poderosa estructura oficial destinada a la
defensa del patrimonio y el cuidado de la vitalidad actual de esas tradiciones.
El Ministro de Cultura tiene en su órbita ni más ni menos que el Teatro Colón,
el Complejo Teatral de Buenos Aires (San Martín, Alvear, De la Ribera, Regio y
Sarmiento), la Sala 25 de Mayo, los Centros Culturales San Martín y Recoleta,
la Usina del Arte, las orquestas Filarmónica de Buenos Aires, Estable del
Teatro Colón, Académica y de Tango de Buenos Aires, la Banda Municipal, los
Coros Estable y de Niños del Colón, el Ballet Estable de ese teatro y la
compañía de Danza Contemporánea del San Martín, la compañía de títeres de ese
mismo teatro, los festivales de tango, de cine independiente, de jazz y el FIBA
(Festival Internacional de Buenos Aires), el ciclo de Música Contemporánea del
Complejo Teatral, todas las bibliotecas municipales, la mayoría de los museos de
la ciudad, la totalidad de la enseñanza artística, incluyendo el Conservatorio
Manuel de Falla y, desde ya, los diversos programas de estímulo a la lectura y
la creación literaria y los subsidios a la creación de teatristas y
coreógrafos.
Angel Mahler no tiene experiencia, ni opinión que pueda
conocerse, acerca de los campos específicos relacionados con ninguna de estas
instituciones. Ante la magnitud –y al mismo tiempo la alta especificidad– de
las responsabilidades de un ministro de esa área, en la ciudad, y teniendo en
cuenta la tradición y el prestigio de Buenos Aires en ese campo, además del
valor simbólico que muchos de sus habitantes le otorgan (aún) a la cultura, la
designación del falso Mahler puede deberse a dos causas y ninguna de ellas es
compatible con los deberes de una administración democrática. La primera, la
más sencilla, es la letal combinación entre ignorancia y prepotencia que hace
que en aquellos terrenos en que se lo ignora todo no se consulte a los más
informados en la materia. Actores, músicos, dramaturgos, directores teatrales,
bibliotecólogos, editores de libros, especialistas en mecenazgo, coreógrafos,
bailarines y educadores podrían haber alertado a tiempo acerca de lo
disparatado de tal nombramiento. La segunda causa sería aún más peligrosa. La
elección del falso Mahler como ministro de cultura podría deberse a una
provocación. El ámbito de la cultura es el único que ha expresado una oposición
consistente al gobierno del PRO, que lo sabe enfrentado a sus designios y, para
peor, lo considera incomprensible. Sería, simplemente, un castigo al sector de
la población al que consideran más díscolo.
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