Segunda parte del artículo publicado por Marietta Gargatagli en El Trujamán,
esta vez el 12 de abril del presente año.
Sospechas
de Inquisición en Hamlet (II)
Cuando T. S. Eliot en «Hamlet and His Problems»
(1919) reconstruyó el proceso de escritura de la tragedia de Shakespeare
observó que en «Hamlet hay una superposición de estratos, que
representan los esfuerzos de una serie de hombres, cada uno descifrando el
trabajo de sus predecesores. (…) Hubo, como sabemos, una obra antigua de Thomas
Kyd, ese extraordinario genio dramático (o poético) que fue con toda
probabilidad el autor de obras tan distintas como Spanish Tragedy y Arden
of Feversham. Podemos adivinar lo que era esta obra [el Ur-Hamlet] a través
de tres pistas: la propia Spanish Tragedy, la historia de
Belleforest [traductor de Saxo Grammaticus en Histoires
Tragiques] en la
que el Hamlet de Kyd pudo haberse basado y la versión que se
hizo en Alemania en tiempos de Shakespeare que nos ofrece pruebas evidentes de
que debió adaptarse de la anterior [de Kyd] y no de la posterior [de
Shakespeare]». Y más adelante Eliot añade, «hay paralelos verbales tan cercanos
a la Spanish Tragedy como para no dudar de que en algunos
pasajes Shakespeare estaba sólo revisando el texto de Kyd. Existen escenas (…),
como la de Polonio y Laertes y la de Polonio y Reynaldo, para las que no hay
justificación. Esas escenas no tienen el estilo del verso de Kyd ni tampoco el
estilo de Shakespeare (…), son escenas de la obra original de Kyd reescritas
por una tercera mano (…) antes de que Shakespeare acariciara siquiera la obra».1
Los intrincados entrecruzamientos de la
intertextualidad de tradición isabelina favorecen la hipótesis de que la
lectura fortuita, la reminiscencia oral o escrita de los relatos de Reinaldo
Montano pudieron reflejarse en la desconocida secuencia que va del Ur-Hamlet a Hamlet y
presentarse como cita o como parodia en la escena del acto II donde figura por
primera y única vez el personaje que lleva el nombre del autor de las Artes
de la Inquisición española.
En esa escena, sin vínculo argumental alguno, Polonio
instruye a su criado Reinaldo sobre el modo de obtener información sobre la
conducta de Laertes, su hijo, en París. Sin duda, existen muchas formas de
interpretar este fragmento, pero el parentesco con las «artes más secretas»2 del
libro de Reinaldo Montano parece evidente. Lo que en las Artes llamaban
«mosca» o «mouche» cumple
la misma función que debería cumplir el criado: insinuar defectos y virtudes de
Laertes entre los daneses de París para así tirarles de la lengua y obtener
información. Ese proceder figuraba ya en la fuente de las Artes, el Manual
de Inquisidores de Nicolau Eymeric (siglo xiv) donde se sugería sonsacar el secreto a algún amigo del
reo, incluso fingiendo ser «del mismo dictamen que el hereje».3 Desde
luego, la escena de Polonio y su criado es mucho más espléndida que estos
antecedentes, más shakesperiana, más puro «polvo indescifrable», como lo llamó
Borges.
Se ha
observado una ausencia de religiosidad en las obras de Shakespeare, la
construcción de un mundo ateo regido por reglas morales no divinas. Por el
contrario, los materiales inquisitoriales componen una burocracia del mal sin
relación alguna con lo moral ni tampoco con Dios. Son como restos geológicos
entre los que se perciben fósiles malignos enterrados en la piedra, relatos
ficticios sobre pequeños asuntos que la imaginación expande, con argucias
intrincadas que ni la trama más inverosímil hubiera podido contener.
No puede
determinarse el influjo de un texto real sobre la imaginación de Shakespeare,
pero la Inquisición vista como una metodología de tortura mental produjo, por
la original invención del anonimato de las delaciones y lo oculto de los cargos
—los temas de Franz Kafka—, escrituras de estremecedoras consecuencias
literarias.
Notas:
(1) T. S. Eliot: Selected Essays, Harcourt, Brace and Co,
New York, 1950, pp.122-123.
(2) Histoire de l'Inquisition
d'Espagne: exposee par exemples pour estre mieux entendue en ces derniers temps, s/l, 1568, pp. 96-98.
(3) Nicolau Eymeric, Manual de Inquisidores,
Barcelona, Fontamara, 1974, p.39.
¿Cómo alguien se va a llamar Kyd?
ResponderEliminarAdemás del dramaturgo inglés Thomas Kyd (1558-1594), está el compositor danés Jesper Kyd (1972). Y sin fecha de nacimiento, Charley Kyd, un estadounidense, desarrollador del sistema Excel. No olvidemos a un tal Reginald Kyd, recaudador de impuestos en Oxford en el 1200. Para finalizar esta demostración sobre la multiplicidad de personas que se llaman Kyd, ahí van dos piratas: uno es el marino inglés William Kyd (1430-1453), y el otro, el marino escocés William Kyd (1694-1701). ¿Es necesario mencionar aquí a otro William, en la ocasión Billy The Kid? Se trataba, y no me dejará mentir, de William Boney (1859-1881). Los ejemplos podrían sucederse, pero no quiero hacerlo sentir mal en Semana Santa.
ResponderEliminarNo entendiste mi expresión, pero en fin. El pírata además se llamaba Kid
ResponderEliminarSi Wikipedia dice que el pirata se llamaba Kyd y no Kid, tiene razón.
ResponderEliminarWikipedia nos cuida y nos educa.
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