Laura Wittner (1967) es, además de traductora, poeta. Y en estos días la editorial Gog & Magog acaba de publicar Lugares donde una no está (Poemas 1996-2016), suerte de poesía reunida, que se cierra con una serie de traducciones (de Patrizia Cavalli, Nicole Sealy, Frank O'Hara, Lydia Davis, Billy Collins, Giusi Quarenghi, Giorgio Vasta, Dylan Thomas y Raymond Carver) y con tres breves ensayos, el último de los cuales se reproduce a continuación.
El volumen se presentará, conjuntamente con Viaje sentimental, de Sandro Barella, también publicado por la misma editorial, en la Casa de la Lectura, Lavalleja 924 (Villa Crespo), el próximo jueves 14 de diciembre, a las 19 hs.
Una locomotora
llamada melopeia
(Publicado originalmente en La música de la poesía, de Ediciones Del Dock, en 2012).
¿Por qué me tira tanto la temática ferroviaria? ¿De dónde me
viene esa constante inclinación a usar imágenes relacionadas con el tren?
Porque me tira, me tira... ¿O será que en realidad tira de mí, igual que la locomotora da tracción a los vagones que
la siguen? Tal vez es eso: un motor que impulsa mi escritura y mis lecturas.
Delante va el motor y detrás los vagones, dejándose llevar. Pero dejándose
llevar con cierta musiquita: ta-tán, ta-tán, quetrén, quetrén... Sí; es posible
que me identifique con los trenes porque, como yo, tienen locomotora: la que
los mueve y les propone un ritmo. Y a mí se ve que tienen que moverme, y
moverme con ritmo.
La poesía que me gusta tiene tracción a música. Está hecha
de versos que se pueden canturrear. Guardo en la memoria (entre tantas otras
cositas sueltas) una colección de partes de poemas que sé que me gustaron o me
gustan pero que no recuerdo palabra por palabra. Lo que recuerdo es su música,
y ciertas características sonoras que vuelven a desplegarse en su totalidad
cada vez que los releo. Y son muchas las veces que el impulso de releerlos lo
provoca la aparición espontánea de su musiquita, como desde un almacén mental
de larga data que se autoactiva en random
en los momentos más inesperados –en la calle, caminando, bajo influencia de
unos mazazos contra la pared o invocados por el traqueteo del carrito de bebé
sobre diferentes modelos de baldosas– y
me ofrece pintorescos popurrís. (De larga data, aclaro, porque los elementos incorporados
en la infancia y la adolescencia no sólo no se borran, sino que suelen ser los
primeros en aparecer).
Para armar un ejemplo:*
Wanted, wanted:
Dolores Haze.
Hair: brown. Lips: scarlet.
Age: five thousand three hundred days.
Profession: none, or "starlet".
Brillan las moreras y los carolinos,
se hinchan los sarmientos de las viñas prietas,
y hay en los caminos
y en las ríspidas sierras violetas
una triste alegría pagana
que es oro en la tarde y oro en la mañana.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Rage, rage, against the dying of the light.
allá va
allá va
un satélite en el cielo...
Rage, rage, against the dying of the light.
Y ya que lo cité:
igual que Dylan Thomas, me enamoré primero del sonido de las palabras. También
a mí me sedujeron, al principio, las formas sonoras de las rimas infantiles más
que las peripecias de sus personajes. Y poco a poco pude ver que esas formas sonoras
entraban en contacto produciendo toda clase de música. No sólo la
agradablemente melodiosa, la de métrica regular y rima exacta, la equipada con
acentos internos que vuelven a un poema “poema cantable” (como el cantabilísimoWanted, wanted de Nabokov). También la
musical rispidez con que ciertas palabras se miden entre sí, se entrechocan o
se suben una encima de otra:
What are the roots that clutch, what branches
grow...
O esas líneas
sueltas que se nos instalan como si fueran estribillos, resurgen una y otra vez
convocadas por ¿qué? Nunca se sabe: una idea que se mueve por el mismo camino
sonoro, la intención de decir alguna cosa con iguales altibajos... la
intención, incluso, de moverse con
iguales altibajos:
El pasto, el sábado, surcado por las huellas...
A esta hora dignísima de la noche...
La tuairrequietudine mi fa pensare
agliuccelli di passocheurtanoaifari
nelleseretempestose...**
¡“Nelleseretempestose”! Acá Montale, sin
duda por medio de la alquimia, logra una música tan breve y tan exacta que repetir esta sucesión
de tres palabras es casi como comer un caramelo. Y no es sólo el sonido (hay
frases donde sí); me parece que interviene, además, otra cuestión, que es la
musicalidad surgida del feliz alineamiento de una idea con la manera en que es
expuesta (cuando forma + contenido = música). Comparar una sensación de
inquietud con pájaros que se chocan contra los faros en las noches de tormenta
es ya, en mi opinión, una forma de composición musical. Decirlo con las
palabras de Montale es lograr que esa composición ofrezca no sólo placer
intelectual y auditivo, sino también una cierta voluptuosidad gustativa.
Y hablando de
ponerse frases en la boca, pienso que existen incluso palabras que funcionan
como microcanciones. Cada uno tiene, según su gusto, una serie de palabras que
disfruta pronunciar, como quien canta o tararea. Sílabas incluso o, para oídos
sutiles, sonidos sueltos. Cuando se escribe siempre están ahí a mano, como
recurso para impregnar el entorno con su posibilidad musical, para impulsar la
frase (quetrén-quetrén) o para dar la nota.
Esta muy breve
reflexión me llevó del poema a la estrofa, de la estrofa al verso suelto, y de
ahí a la frase aislada, a la palabra tentadora, al fonema solitario y sin
embargo cantor. Sólo me queda incluir el silencio, que arma y desarma melodías
a un lado y otro de la barrera de mutismo. Silencio músico que gira entre las
ruedas del
quetrén...
quetrén...
enlenteciéndolas,
cuando vamos llegando a la estación,
cuando volvemos a
arrancar.
*Se puede imaginar, entre fragmento y fragmento, el chillido de la púa
sobre el vinilo cuando el disc-jockey lo mueve hacia atrás y hacia delante.
** (Los versos que cité pertenecen –en orden– a
Vladimir Nabokov, Alfredo R. Bufano, Jorge Teillier, Dylan Thomas, Leónidas
Lamborghini, T. S. Eliot, Jorge Aulicino, Rodolfo Edwards y Eugenio Montale).
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