lunes, 18 de diciembre de 2017

Sobre una traducción de Enrique Pezzoni (I)

Las traducciones consideradas canónicas merecen, para seguir siéndolo, ser revisadas con alguna frecuencia. No se trata solamente de que los traductores –incluidos los mejores cometen errores–, sino de que la lengua cambia entre una y otra época, y además, también cambian las condiciones de traducción. Para no hablar de lo que podríamos llamar “modas de la traducción”. Por eso nadie debería escandalizarse de que el escritor y traductor cubano Ernesto Hernández Busto (La Habana, Cuba, 1968), residente en Barcelona, haya criticado duramente la traducción de Lolita, de Vladimir Nabokov, realizada por Enrique Pezzoni (foto) y publicada por la editorial Sur y, posteriormente, por Anagrama. Su comentario salió en la revista Letras Libres, del 31 de diciembre de 2001. Pese al tiempo transcurrido, vale la pena considerarla, conjuntamente con las dos próximas entradas que se publicarán en este mismo blog mañana y pasado mañana.

No corresponde aquí hacer ningún comentario al artículo de Hernández Busto, salvo en su comienzo: llamar a Jorge Herralde “editor tan cuidadoso” es, a la luz de las traducciones que nos despacha, una exageración del todo innecesaria. Luego, finalmente alguien en esa editorial escuchó su reclamo y en 2003 se publicó una nueva traducción, en este caso de Francesc Roca.

Lolita censurada

Es raro que un editor tan cuidadoso como Jorge Herralde y una troupe tan numerosa como la que conforman los lectores de Nabokov en España y Latinoamérica no hayan reparado hasta ahora en el desastre de algunas de sus traducciones al español, editadas por Anagrama.

El peor de los casos es sin duda su novela más famosa, Lolita, traducida por un tal "Enrique Tejedor", que no es otro que el argentino Enrique Pezzoni. A él se debe esta versión, que al parecer editó primero Sur, luego Grijalbo, y que Anagrama ha reproducido desde 1986, junto con una lamentable serie de errores y omisiones.

La distorsión empieza en el capítulo 5, donde Nabokov rastrea la historia de las nínfulas. Si en el original dice "Here is Virgil who could the nymphet sing in a single tone, but probably preferred a lad's perineum", nuestro tímido Tejedor (página 26 de la edición Anagrama de bolsillo; todas las citas que siguen son de esta edición) se limita a sugerir que Virgilio "quizá prefería otra cosa".

En la enumeración siguiente ("Here are some brides of ten compelled to seat themselves on the fascinum, the virile ivory in the temples of classical scholarship. Marriage and cohabitation before the age of puberty are still not uncommon in certain East Indian provinces. Lepcha old men of eighty copulate with girls of eight, and nobody minds"), Tejedor (pág. 26) suprime el adjetivo "viril", tal vez para evitar la rima con marfil, y omite sin más las costumbres de los lepchas, un pueblo descrito por Havelock Ellis en sus Studies in the Psychology of Sex.

En el capítulo II, una descripción tan vívida como "There my beauty lay down on her stomach, showing me, showing the thousand eyes wide open in my eyed blood, her slightly raised shoulder blades, and the bloom along the incurvation of her spine, and the swellings of her tense narrow nates clothed in black, and the seaside of her schoolgirl thighs" se queda en: "Allí mi belleza se echó bocabajo, mostrándome, mostrando a los mil ojos desorbitados en mi sangre, sus omóplatos ligeramente prominentes y la pelusilla en la ondulación de su espinazo" (pág. 51). Siguen unos misteriosos puntos suspensivos, que aparecerán también en otras ocasiones conspicuas.

Parece como si el traductor se hubiera propuesto rebajar el tono de Nabokov a una especie de lirismo cinematográfico para todas las edades. Por ejemplo, algo como "Virginia was not quite fourteen when Harry Edgar possessed her" se convierte en "Harry Edgar se enamoró de Virginia cuando esta tenía apenas catorce años" (pág. 51), mientras que de la confesión de H.H. "this mixture in my Lolita of tender dreamy childishness and a kind of eerie vulgarity, stemming from the snub-nosed cuteness of ads and magazine pictures, from the blurry pinkness of adolescent maidservants in the Old Country (smelling of crushed daisies and sweat); and from very young harlots disguised as children in provincial brothels" se extirpa cuidadosamente la frase referida a las "jóvenes rameras" (pág. 53).

Una descripción de Lolita vestida para una fiesta de cumpleaños, que en el original aparece como "Full-skirted gingham frock. Her little doves seem well formed already. Precocious pet!", se queda en un díptico: "Falda amplia de algodón. Precioso cachorro" (pág. 57). Y lo mismo sucede con dos de los compañeros de clase de la pequeña Lo, recreados por la imaginación del pederasta: uno caracterizado como "Gordon, the haggard masturbator" se convierte en "Gordon, el ansioso" (pág. 61); mientras que de la "adorable Stella" se nos omite un dato importante: "who has let strangers touch her".

Para no aburrir al lector con el dudoso arte de la lectura comparada, citaré, por último, un fragmento ejemplar, del capítulo 13, cuya fatídica simbología me indujo a abandonar mi inquisitiva relectura. El párrafo en cuestión, en el que Nabokov hace gala de su característica precisión descriptiva, reza así:

 It was no easy matter to divert the little maiden's attention while I performed the obscure adjustments necessary for the success of the trick. Talking fast, lagging behind my own breath, catching up with it, mimicking a sudden toothache to explain the breaks in my patter and all the while keeping a maniac's inner eye on my distant golden goal, I cautiously increased the magic friction that was doing away, in an illusional, if not factual, sense, with the physically irremovable, but psychologically very friable texture of the material divide (pajamas and robe) between the weight of two sunburnt legs, resting athwart my lap, and the hidden tumor of an unspeakable passion. 

Nuestro traductor (páginas 67 y 68) lo resumió como:
         
"No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara. Hablaba rápido, contenía la respiración, inventaba un súbito dolor de dientes, para explicar lo entrecortado de mi jadeo, y mientras tanto, fijando una mirada interior de maniático en mi dorada meta, fui aumentando sigilosamente la proximidad.

Si usted creía que el inglés era la más sintética de las lenguas, pruebe el español de Tejedor-Pezzoni y se llevará varias sorpresas. Por lo pronto, Anagrama debería encargar una nueva traducción de la novela que repare estas (y otras) mutilaciones. De lo contrario, la cabeza "pálida y sangrante" del poeta a la que se refería Nabokov en su famoso poema sobre la traducción de Eugenio Oneguin seguirá reducida a un vulgar trofeo de caza, souvenir literario de un traductor feroz. 

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