viernes, 8 de octubre de 2021

"No se recurre a un proctólogo para una migraña"



El universo de la traducción abarca muchas especies: dejando por un momento de lado el mundo de los intérpretes, están los traductores públicos (a quienes en otros países se los llama "jurados" o "diplomados"), están los traductores científico-técnicos, están los traductores literarios. Si nos atuviéramos a las subespecies, en esta última especialización hay traductores de filosofía, de historia, de sociología, de psicología, de antropología y, por supuesto, de literatura. Y, por ejemplo, dentro de los traductores estrictamente literarios que se dedican a la literatura, los hay especializados en una determinada literatura o en un determinado autor. Por caso, traducir a Dante, o a Shakespeare, o a Cervantes, o a Camões, o a Goethe, o a cualquier autor considerado "clásico" exige saberes muy particulares que comprenden muchas disciplinas no necesariamente literarias, más la buena cuota de filología y otros conocimientos aledaños. Dicho esto, queda en claro que no todos los traductores (vale decir, las personas que se dedican a trasladar un discurso del tipo que sea, de una lengua a otra) no están calificados para hacerlo todo. Cada especialidad requiere conocimientos específicos y, por supuesto, gente que maneje esos conocimientos. Y aclaro: no hay en esto ningún criterio valorativo sobre cada una de las especialidades. Del mismo modo que los traductores públicos o científico-técnicos no están necesariamente capacitados para vérselas con obras literarias, ningún traductor literario está capacitado para disertar sobre partidas de nacimiento, poderes, dinámica de los fluidos o especialidades farmacéuticas, salvo que unos y otros posean el entrenamiento necesario y los saberes específicos de cada especialidad. 

Si uno comparara entonces el mundo de la traducción con el de la medicina, sería evidente que no se recurre a un proctólogo para una migraña, ni se trata un cólico acudiendo a un traumatólogo. Pero la gente, en general, suelen pensar que la traducción es todo lo mismo. O peor aún, que trátese de la actividad que sea, todo es lo mismo, aunque sea evidente que un carpintero no es necesariamente un ebanista, ni un verdulero un floricultor. 

Entonces, llegado a este punto, cabe preguntarse para qué sirven (y sobre todo, a quiénes les sirven) las muchas agencias de traducción que suelen pulular en la web. Su lógica parece ser exactamente la misma que mueve al mundo de las empresas: mejor tratar de empresa a empresa que con eventuales particulares, por muy calificados que estos sean. Seguramente hay elementos vinculados a la administración de empresas, el marketing y a otras fealdades que se me escapan y que, aparentemente, estarían justificando la plusvalía que generan los traductores conchabados por esas agencias para atender las necesidades de corporaciones y firmas del todo ajenas al mundo de la lengua.

Me dirán que, como los agentes literarios, son un mal necesario: evitan que el escritor tenga que lidiar con criterios comerciales del todo ajenos al mundo específico de la escritura, velan por sus intereses y negocian de igual a igual con gente que, lejos de interesarse por la cultura y la técnica, sólo hace negocios. Creo, sin embargo, que la cosa es peor. Creo que las agencias dan trabajo, limitándose a ser una fachada para la explotación más repugnante de los traductores. Creo que el manejo de las relaciones públicas no debería habilitar a nadie a recibir una parte de la paga que le corresponde a quien efectivamente hace el trabajo. 

Como supongo que mis creencias no les interesan a quienes lucran con el esfuerzo ajeno, seguirá habiendo agencias de traducción, algunas de las cuales propondrán incluso el trabajo de traductores literarios. 

También supongo que la gente seguirá confundiendo intérpretes con traductores, traductores públicos con científico-técnicos, traductores científico-técnicos con literarios y, probablemente, al Colegio de Traductores y a la AATI con instituciones que velan por los intereses de los traductores literarios. 

En la medida en que todo esto no sea más claro, sobre todo para los jóvenes que se inician en la profesión, no habrá gremio, sino rejuntes, presa fácil de los oportunistas de todo tipo.

Jorge Fondebrider


 

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