Lo que sigue es la reflexión del traductor argentino Andrés Ehrenhaus, radicado en Barcelona desde hace décadas, quien se suma así a la reflexión que el Administrador y Jorge Aulicino hicieron sobre la traducción.
La cabeza del traductor (3)
Recojo el envite lanzado por Jorge y redoblo la apuesta: no sólo nuestras cabezas traductoras son diferentes; también lo son nuestros cuerpos. La cabeza es la sinécdoque del cuerpo entero: sentimos, nos movemos, nos cansamos, sudamos diferente. En el cuerpo también está nuestra idiosincracia, en el cuerpo también está nuestra historia. El cuerpo es cabeza y la cabeza, cuerpo; así y sólo así entiendo yo la protesta de Jorge, sobre todo y más que nunca ahora, en la era del intelecto electrónico y la invisibilización de los cuerpos.
Si la cabeza traductora tiende a ser, hacerse o sentirse invisible, qué decir de nuestros cuerpos. ¡Es como si no los tuviéramos! ¡Como si no necesitáramos comer para seguir trabajando! ¡Como si traducir fuese la labor etérea por excelencia! Y así hasta que creamos que realmente puede hacerlo una máquina. Y aquí radica la importancia del reclamo fondebridiano: la riqueza de la traducción radica precisamente en su inevitable y necesaria diversidad. Creer que puede tenderse a un grado cero de la traducción equivale a abrir la espita del gas y meter la cabeza (acá más que nunca como sinécdoque de cuerpo) en el horno.
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