Sobre el poder del amor
Si se preguntara en librerías o entre lectores de su época, pocos, muy pocos sabrían quién era George Christoph Lichtenberg (Ober-Ramstad, 1742-Gotinga, 1799). Era conocido entre una cierta élite este personaje antipersonaje, último de diecisiete hijos de un pastor protestante, que alcanzó a ser miembro de la Real Sociedad Científica de Londres, de la Academia de Ciencias de San Petersburgo y de la Sociedad Holandesa de ciencias. "Fue maestro de Alexander Humboldt, corresponsal de Kant e interlocutor de Goethe, Lavater, Volta y Lessing". Durante veinticinco años fue el director del Almanaque de Bolsillo de Gotinga, "a cambio de lo cual disfrutó de alojamiento gratuito en la vivienda de su editor. Fue también profesor de matemáticas en la Universidad de Gotinga. Una anécdota define muy bien su simpatía, su sentido de la paradoja, su intuición para traer a cuenta lo más inesperado de cada situación: "cuando, visitado por Volta, Lichtenberg le preguntó si conocía la 'manera más sencilla de eliminar el aire de una copa', el inventor de la pila eléctrica permaneció mudo mientras u anfitrión llenaba la suya de vino".
José Luis Gallero, cotraductor de este libro en compañía de Lucas Martí Domken, escribe en el prólogo que “nos hallamos ante la personalidad reconocida como precursora en mayor número de campos: fluidos eléctricos, cálculo de probabilidades, principio de incertidumbre, expansión del universo, efecto mariposa (‘si esto no hubiera sido escrito hoy, dentro de mil años, entre las seis y las siete de la tarde, se dirían cosas muy distintas en cierta ciudad de Alemania’), estudio de los sueños (‘uno de los privilegios del ser humano consiste en soñar y en saber que sueña’), dialéctica, semiótica, arte conceptual, piano preparado (‘siempre es bueno que los artistas se vean obstaculizados para ejercer su arte; Forkel metía sus dedos en harina cuando tocaba el piano’), nuevo periodismo, humor negro (‘un pensamiento que haga morir de la risa a quien lo oiga’), balnearios, donación de órganos, método de lectura para ciegos, moneda única, devoción por Shakespeare, fervor por Spinoza, principio de Peter (‘siempre es mejor que el puesto esté por debajo de las aptitudes’), leyes de Murphy (‘siempre llueve cuando hay mercado o queremos poner a secar la ropa’; ‘lo que buscamos está siempre en el último bolsillo en que introducimos la mano’)…”.
La verdadera gloria de Lichtenberg sobrevino después de su muerte. Él había llevado durante toda su vida unas libretas, en total son once, donde apuntaba de todo: “más de mil páginas de ejercicios mentales, apuntes personales, listas de compras (…), exabruptos varios”. Y aclara en el epílogo que “tradicionalmente se ha hablado de sus aforismos, lo que sugiere un género literario propio, que responde a unas reglas conocidas: frases breves, de corte lapidario, que sintetizan una idea o abren una sugerencia sobre algo. Frases, por eso mismo, elaboradas y precisas, pulimentadas y meditadas. Nada más lejos de lo que contienen estos cuadernos. Lo que hay en esas páginas densas llenas de párrafos discontinuos son pensamientos sueltos, escritos al hilo del pasar de los días, que afectan a los temas más diversos que pueden afectar a la vida interior de una mente humana: desde las rencillas con los colegas de la vida académica y cultural a observaciones que lindan lo soez sobre las criadas, desde pensamientos matemáticos y observaciones científicas a meditaciones ensimismadas de un hombre que se asoma a una ventana”.
Apenas se murió, sus amigos publicaron una selección de sus escritos con el título de Aforismos. Y lo que siguió fue una inmortalidad en donde sus devotos son tipos como un tal Federico Nietzsche (“dejando aparte las obras de Goethe, ¿qué queda realmente de prosa literaria alemana que merezca ser leída una y otra vez? Los Aforismos de Lichtenberg”), o como un tal Albert Einstein (“no conozco a nadie que oyera crecer la hierba con tanta claridad”), o como Goethe (“podemos utilizar los textos de Lichtenberg como la más maravillosa de las varitas mágicas. Allí donde hace una broma, se oculta siempre un problema”). Podemos agregar a la lista individuos como Kant, Peter Handke, Stendhal, Auden, Susan Sontag, Paul Celan y Elias Canetti.
El mismo Lichtenberg lo había previsto con esta prescripción: “esfuérzate por no ser un tipo de tu tiempo”.
Impredecible, para mostrar las debilidades de la democracia llegó a escribir que “el bienestar de muchos países se decide por mayoría de votos, pese a que todo el mundo reconoce que hay más gente mala que buena”. Impasible, podía también emprenderla contra la monarquía y la nobleza: “ningún príncipe reconocerá jamás el valor de un hombre por su simpatía; que un soberano sea habitualmente una persona miserable no es una conclusión basada en una sola experiencia. El de Francia [Luis XV] elabora pasteles y engaña a muchachas decentes; el de España [Fernando VI] trocea liebres a bombo y platillo; el último rey de Polonia y elector de Sajonia le disparó a un bufón en el trasero con una cerbatana; durante un terrible incendio, el príncipe de Löwenstein sólo lamentó la pérdida de su silla de montar; el landgrave de Kassel, queriendo agradar a una bailarina, se presenta en la suite de un príncipe no mucho mejor que él y es engañado por las personas más abyectas; el duque de Wittenberg se baña públicamente en el Lahn; casi todos los dirigentes mundiales son tamborileros, furriers [peleteros] y cazadores. Y siendo ellos quienes ocupan la cúspide humana, ¿cómo es posible soportar la vida en la tierra? ¿De qué sirven la introducción al comercio (…), los padres de familia, cuando un idiota, que sólo reconoce la superioridad de su estupidez, sus caprichos, sus prostitutas y sus sirvientes es dueño de todo? ¡Oh, si el mundo despertase! ¡Si se murieran tres millones en la horca, tal vez habría cincuenta u ochenta millones de personas más felices!”.
José Luis Gallero y Lucas Martí Domken armaron este volumen, Sobre el poder del amor, repasando la obra toda de Lichtenberg y seleccionando los pasajes que aluden al amor. Para esto, nos cuentan cómo fue la vida amorosa de este hombre que, es el momento de revelarlo, tenía una especie de giba, “consecuencia de una temprana lesión en la columna”: “en 1777, fecha decisiva en su biografía, se prenda de una joven vendedora de flores, Dorotea Stechard, cuya dolorosa pérdida no empañará la memoria del idilio (…). Doce años más tarde –en 1789, año de la Revolución Francesa, como le gusta subrayar– contraerá matrimonio con su ama de llaves y vendedora de fresas, Margarethe Kellner, con quien tuvo varios hijos antes y después del matrimonio”. El propio Lichtenberg lo cuenta así, en tercera persona: “apenas amó un par de veces. Si la primera no fue desdichado, la segunda se sintió feliz: conquistó un corazón honrado a base de alegría y ligereza”.
Enseguida va una selección de mis subrayados, todos escritos por Lichtenberg:
-Todo el mundo debería estudiar suficiente filosofía para hacer más deliciosas sus experiencias sexuales.
-Decir Dios no significa otra cosa que, en el pleno ejercicio de mi libre albedrío, sentir la necesidad de hacer el bien. ¿Para qué otra cosa necesitamos un Dios?
-¿No es extraño que los gobernantes del género humano ocupen un rango tan superior al de quienes los educan? Esto revela qué animal tan esclavo es el hombre.
-Además del tiempo, hay otro medio para producir grandes transformaciones: la violencia. Cuando el primero transcurre muy despacio, el segundo toma la delantera y hace el trabajo.
-Quien tiene menos de lo que ambiciona, debe saber que tiene más de lo que merece.
-He recibido en mi vida tantos honores inmerecidos que bien puedo soportar de vez en cuando alguna crítica injusta.
-Leer quiere decir pedir prestado; crear desde la lectura es pagar nuestras deudas.
-Mientras otros escriben públicamente sobre pecados secretos, yo me he propuesto escribir secretamente sobre pecados públicos.
-¿Es tan irresistible el poder del amor o tan influyente el atractivo de una persona como para sumirnos inevitablemente en un estado miserable del que sólo la exclusiva posesión de esa persona logre sacarnos?
-Ninguna muchacha ofrece así como así su corazón; lo vende por dinero o lo cambia por matrimonio o por algo de lo que puede o crea poder sacar provecho.
-Muchos hombres consideran que el género femenino es tan débil, vanidoso, crédulo y engreído, que sus representantes aceptan cuando se les dice siempre que concierna al poder de sus atractivos. Esos hombres, si es que se les puede llamar así, se equivocan por completo. ¿No le parece, madame?
-Tal vez nuestra Tierra sea hembra.
-Nuestro mundo se volverá tan sutil que creer en un dios será tan ridículo como lo es hoy creer en fantasmas.
-Hay gente que alardea de franqueza, pero no debería olvidar que la franqueza tiene que fluir del carácter; de lo contrario, será considerada como una grosería incluso por quien la aprecia cuando es espontánea.
-Estoy convencido de que uno no sólo se ama en los otros, sino que también se odia en los otros.
-Una de las grandes comodidades del matrimonio consiste en dejar que la esposa se ocupe de las visitas indeseables.
-Quien está enamorado de sí mismo tiene al menos la ventaja de no contar con demasiados rivales.
-Aquí enfrente hay tal ruido que verdaderamente no oigo lo que escribo.
-Yo estaría mucho mejor si fuese capaz de olvidar su voz.
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