viernes, 9 de febrero de 2024

"El traductor dotado de intuición y comprensión cultural aporta una riqueza que la tecnología aún lucha por igualar"

Por alguna razón difícil de desentrañar, en los últimos tiempos los medios se ocupan de anunciar la catástrofe que se cierne sobre los traductores por el advenimiento de la Inteligencia Artificial. Por eso, destacan los artículos que, como éste de Traver Pacheco, publicado en la página Ethic, el 26 de diciembre del año pasado, le ponen paños fríos a la cuestión. En su bajada se lee que “Más allá de transcribir palabras, los traductores son arquitectos de puentes lingüísticos que facilitan el intercambio de ideas, conocimientos y emociones entre las culturas de todo el mundo, un papel vital que las máquinas aún no pueden alcanzar”.

El arte invisible del traductor

Desde los primeros registros escritos, la traducción ha actuado como un hilo sutil pero poderoso que teje culturas distantes y acerca a las personas más de lo que las fronteras geográficas permiten. Si retrocedemos en el tiempo, nos encontramos con traducciones de textos sagrados que han marcado el curso de la historia cultural y religiosa. Desde la Biblia, que ha trascendido fronteras y ha influido profundamente en la forma en que las sociedades interpretan su espiritualidad, hasta la narrativa simbólica de la Torre de Babel, que resalta la diversidad lingüística y la importancia de superar las barreras para la construcción colectiva.

Hoy en día, el rol del traductor es más crucial que nunca. La traducción no es simplemente una transposición de palabras, sino una obra de arte que permite que las ideas trasciendan barreras lingüísticas a través de textos, libros, películas o series. Según cifras de W3Tech que recoge Statista, más del 50% de los contenidos digitales son en inglés, pero solo el 20% de la población mundial habla este idioma. Aquí es donde entra en juego el traductor, desempeñando un papel crucial en la accesibilidad global a la información.

Dentro de las páginas de la novela Corazón tan Blanco, obra maestra del prestigioso escritor y traductor Javier Marías publicada en 1992, se nos presenta una escena única que captura magistralmente la complejidad intrínseca de la traducción. Cuando los personajes comienzan a inventar traducciones, Marías arroja luz sobre la subjetividad inherente a esta disciplina. La influencia personal, la capacidad de reinterpretación y la creatividad son elementos esenciales que los traductores imprimen a cada proyecto, dando vida a las palabras de manera única en cada idioma.

Sin embargo, en este siglo de rápidos avances tecnológicos, la inteligencia artificial ha irrumpido como una fuerza que está rediseñando por completo el panorama de la traducción. Un reciente informe de OpenIA, la compañía tras ChatGPT, que buscaba evaluar el impacto potencial de los grandes modelos de lenguaje en diversos campos laborales, llegó a la conclusión de que los traductores e intérpretes están entre las profesiones más vulnerables, con un 76,5% de exposición a la inteligencia artificial.

Sin embargo, Frédéric Ibáñez, CEO y fundador de Optilingua Group, una de las compañías de traducción más importantes de Europa, declaraba en una entrevista a Emprendores, lo siguiente: «Lo primero que se debe aclarar es que la inteligencia artificial no traduce nada. Lo que hacen los algoritmos es buscar todos los textos traducidos en internet, analizarlos, aprender de ellos, comparar y sugerir al usuario el que cree más acertado después de extraer patrones estadísticos, lo que no impide que, a veces, haga interpretaciones absurdas». Por su lado, voces de asociaciones como ATRAE, Asociación de Traducción y Adaptación Audiovisual de España, declaran que «los traductores humanos captamos la importancia de la comprensión cultural y el contexto, pero también la sensibilidad a través del matiz, la sutileza, el doble sentido o el tono, aspectos aún inalcanzables para la inteligencia artificial».

Por tanto, el traductor dotado de intuición y comprensión cultural aporta una riqueza que la tecnología aún lucha por igualar. Pero no solo eso, en el caso de contenidos técnicos, de marketing, financieros, jurídicos o médicos, el más mínimo error o ambigüedad puede desencadenar en consecuencias perjudiciales, dando lugar a litigios y afectando negativamente a la reputación empresarial.

A pesar de estos desafíos, la inteligencia artificial emerge como una herramienta que puede facilitar considerablemente el trabajo del traductor. Ya estamos siendo testigos de la evolución hacia un método híbrido: la traducción neuronal con posedición, que combina las capacidades de la inteligencia artificial con el conocimiento técnico humano. Este método podría transformarse en una valiosa oportunidad para brindar a los traductores un recurso adicional que ayude a mejorar su eficiencia y precisión. Sin embargo, profesionales del sector advierten de sus riesgos. «La posedición puede representar una amenaza al coartar la creatividad, pero también al precarizar el trabajo del traductor. Si una empresa te ofrece una tarifa irrisoria por revisar un texto traducido automáticamente, solo puedes revisar lo mínimo para que te salga rentable o volver a traducirlo todo por un precio ridículo. Al final pierden los traductores, las obras, el público y la cultura en general», señala Daniel Cartagena, traductor de guiones para doblaje.

En definitiva, el traductor persiste como un artista en toda regla, un alquimista de las palabras cuya destreza va más allá de la simple transposición lingüística. Su habilidad radica en fusionar no solo lenguajes, sino auténticos universos de significado y emoción. Aunque la influencia de la inteligencia artificial es innegable y su presencia en el ámbito de la traducción continúa expandiéndose, el distintivo toque humano sigue siendo insustituible para dar vida y alma a la diversidad de idiomas y culturas.



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