Publicado en La Jornada , de México, allá por el 19 de
septiembre de 2008, el siguiente artículo de Andrés Timoteo Morales da cuenta de la aparición de los que
entonces eran dos nuevos volúmenes de la colección de la Universidad de Veracruz que reúne las traducciones
completas del escritor y traductor mexicano Sergio
Pitol
“Si no hubiera sido traductor,
hoy sería un novelista malísimo”
Jalapa, Ver., 18 de septiembre. A
Sergio Pitol le fascina ser escritor más que traductor de obras ajenas, pero
transcribir e interpretar la literatura universal fue su mejor escuela.
Al respecto, comparte: “Si no hubiera sido traductor, ahora sería un novelista malísimo”.
Traductor de unas 45 obras del
húngaro, polaco, checo, inglés, ruso e italiano, el premio Cervantes de
Literatura afirma que los escritores, cuya obra llevó al español, le develaron
el secreto de “atrapar el tiempo y los personajes en un texto”.
En este sentido, la maestra Nidia
Vincent resume el quehacer de Pitol como traductor al “desentrañar el mensaje
cifrado de los autores para llevarlo a la lengua de El Quijote y en reciprocidad, ellos convertidos en sus maestros, le
regalaron sus secretos, las trampas y el engranaje de sus tramas”.
La tarde del miércoles, en el
contexto de la
Feria Internacional del Libro Universitario 2008, la
editorial de la
Universidad Veracruzana presentó los dos nuevos títulos de la
colección “Sergio Pitol traductor”, que son Corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, y Madre de reyes, de Kazimierz Brandys.
Vislumbres capitales
En la mesa de presentación, el
escritor y crítico literario Álvaro Enrigue expuso que el arte de la traducción
consiste en “recrear el espíritu de un libro, perseguirlo en términos de
sentido con empeños de lobo y renovar la lengua propia forzándola a sonar como
la lengua original”.
Esto lo ha logrado Pitol “al
perseguir, asediar, morder una novela escrita en otra lengua e incorporar
nuevas herramientas, expresiones que por artificiales resultan poderosas.
Estrategias narrativas simplemente impensables en la lengua original”.
Citó como ejemplo lo logrado en
la traducción de Madre de reyes, del autor polaco Kazimierz Brandys, cuyos
recursos se plasman también en la obra literaria de Pitol.
“Gracias al trabajo duro, poco
glamoroso de Sergio Pitol, hoy podemos invocar el nombre de Brandys, y con él,
el del misterio de toda una literatura de la que ya habíamos tenido vislumbres,
hoy capitales para nuestra propia lengua, en el Tañido de una flauta, Juegos
florales y El viaje.”
A su vez, Vincent resalta que el
papel de traductor es sólo “de mirador, de puente invisible que lleva a la otra
orilla de forma natural para que nos haga creer que el libro ha sido escrito en
nuestra lengua”.
Y este papel debe ser por demás
modesto, pues “su presencia deberá diluirse, cumplirá su labor y dejará las
luces del escenario para el autor original, en cuyas ideas y estilo está
dirigido el interés de los lectores”.
Pitol, afirma Nidia Vincent,
cumplió este papel, pero de paso se alimentó de los autores húngaros, polacos,
checos, ingleses, italianos y rusos, para el deleite de sus lectores en habla
hispana. Recordó que en El mago de
Viena, el narrador insiste en la necesidad de que un joven escritor aprenda
de autores consagrados.
“Sergio afirma: no conozco mejor
enseñanza para estructurar una novela que la traducción, y compara la actividad
del escritor como un simio que imita o de un detective que investiga.
“A los autores a los que tradujo,
los sostuvo sin titubeos en la lengua del Quijote y ellos, en reciprocidad, le
regalaron sus secretos, sus reflexiones, mostrándoles los recursos de su
escritura, las trampas de sus procedimientos y el engranaje de sus tramas. Como
el mono mimético, el aprendiz del que habla, tomó para sí lo que la gran
escuela del ejercicio de la imitación le ofreció y siguió por su cuenta,
llevándose lo que era ya suyo.”
Pasión y escuela
Pese a que Sergio Pitol no emitió
ningún mensaje en la mesa de presentación, debido a un problema en las cuerdas
vocales, el narrador aseguró a La Jornada ,
que su pasión es escribir, pero su escuela fue la traducción.
“Hice el oficio de traductor por
15 años, tengo 45 títulos traducidos, algunos muy difíciles, y cuando tuve un
tiempo de retiro, comencé a escribir novelas”, dijo en breve charla.
–¿Qué disfrutó más, ser traductor
o escritor?
–Ser escritor es mi pasión, pero si
no hubiera traducido creo que hoy sería un novelista malísimo.
–Entonces, la traducción fue
importante.
–Me alimentó, sí, porque ahí ve
uno cómo se atrapa el tiempo en una novela, en un texto y cómo se colocan los
personajes, los grandes y los pequeños, todos son imprescindibles.
Los tres libros que más le
sirvieron a Sergio Pitol en su crecimiento como escritor y que disfrutó más al
traducir al español son El buen
soldado, de Ford Madox Ford; Las
puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewski, y Los papeles de Aspern, de Henry James. “Los sigo leyendo”, concluyó
el autor de Domar a la divina garza.
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