El 20 de mayo pasado el escritor y traductor español Ramón Buenaventura –quien, entre otros
ha traducido a Arthur Rimbaud, Prosper Mérimée,
Alain-Fournier, Sylvia Plath, Anthony Burgess, Kurt Vonnegut, Philip Roth,
Jonathan Franzen, Don DeLillo, Francis Scott-Fitzgerald–
escribía en El Trujamán la siguiente columna, donde imaginaba que, crisis
mediante, en pocos años España iba a asimilarse al modelo cultural
estadounidense “con todo lo que ello implica de control de la creatividad por
el Dinero”. Una de las consecuencias previstas es, claro, la disminución de
traducciones.
La GC se niega a traducir
Esta Gran Crisis (GC en
adelante, para recortar gastos) se distingue de las restantes crisis que uno
recuerda por una peculiaridad: no tiene expertos verdaderos, ni especialistas
más que en provocarla, ni la explica nadie de modo que los demás entendamos. Mi
cabeza le va moldeando explicaciones y diagnósticos —casi todos malignos—,
porque las cabezas están para eso, para cavilar, pero lleva años, ya,
haciéndolo sin esperanza de acertar en nada, por ocupar un poco las neuronas,
por nutrir la indignación imprescindible ante una estafa.
Una parte de la GC, sin
embargo, está clarísima y no requiere explicaciones causales, porque se ve y se
toca: la cultura y la educación están sufriendo el expolio más riguroso de los
tiempos modernos. Si los designios de los ricoshombres siguen cumpliéndose,
dentro de unos años habremos abandonado nuestra historia de cultura y educación
sostenidas con los impuestos de los ciudadanos para ingresar en la cultura
rentable o sostenida por mecenas. Dicho en otras palabras: habremos pasado al
modelo americano, con todo lo que ello implica de control de la creatividad por
el Dinero. (El control de la creatividad por el Dogma político tampoco es
bueno, pero tiene al menos la ventaja de que puede cambiar de intención, cuando
el poder cambia de manos).
Ustedes saben que en Estados
Unidos apenas se traduce de ningún idioma al inglés: no les trae cuenta,
levanta suspicacias en los controladores culturales, que no tienen el menor
interés en contaminar con ideas ―casi siempre peligrosas, por no decir rojas―
su impoluto mundo mercantil. De vez en cuando, claro, surgen excepciones: del
español están traducidos muchos del equipo boom y algunos más
modernos (recordemos el sorprendente caso de Roberto Bolaño). Tienen, incluso,
una buena página web de literatura internacional —Three Percent— en que se
presta especial atención a las traducciones que van surgiendo. Pero el gran
público lector americano (incluido don Haroldo Bloom: es broma) desconoce casi
totalmente la literatura universal no escrita en inglés y, por falta de
información y promoción, tampoco la echa de menos. Como, en realidad, apenas
hay ningún otro sector editorial en que podamos desde otros países aportarles
nada a los cives americanorum,
la traducción languidece. Podríamos afirmar que la cultura está en inglés, y
aquí paz y en el cielo gloria.
Pero la cultura vigente no está
en castellano, ni en ningún otro idioma europeo (a no ser que pretendamos
ensanchar la noción de Europa hasta incluir en ella al Reino Unido), y aquí
tenemos que traducir si queremos enterarnos de algo. Ya antes de la GC estábamos
acumulando un espectacular retraso en todas las asignaturas del conocimiento
(hasta el punto de que hoy no se pueda en España ser biólogo, sociólogo,
químico, físico, etc. sin leer bien el inglés), pero ahora podemos
conseguir la parálisis también en el campo literario. Las perspectivas son
escalofriantes, porque a los gastos que normalmente acarrea la publicación de
un libro hay que añadir, para los escritos en lenguas extranjeras, el
estipendio del traductor. Teniendo en cuenta que las ventas de literatura han
caído a plomo, que una novela de autor no bestselero vende lo que
antes vendía un poemario de poeta exquisito, ya me dirán cómo va una editorial
a pagar (pongamos una tarifa discreta) 10 €/página por un libro de 300, es
decir 3000 €, bastante más de lo que cobraría en concepto de adelanto un
escritor literario español por una obra nueva. Crecerán los recortes.
Los franceses, al menos, pueden
presumir de que todo está traducido a su lengua: la ciencia y la literatura.
Nosotros, en este milenio, tendríamos que haber emprendido una tremenda labor
de recuperación de nuestro retraso secular, y quizá lo hubiéramos hecho si la
burbujosa situación económica hubiera seguido como estaba (imposible, ya lo
sé). Ahora, la GC se lleva por delante cualquier esperanza de puesta
al día.
Lo peor, como sugería al
principio, es que nadie nos lo explica, o sólo nos lo intentan explicar los
culpables inconfesos.
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