lunes, 12 de mayo de 2014

"No tuve tiempo de ser cortés y esas cosas"

A pesar de que el 30 de abril le dedicamos una entrada en este blog, Andrew Wylie resulta un personaje por demás interesante. A diferencia de otros agentes, no parece interesado en el tipo de historia entre testimonial y pedorra que tanto le gusta contar a Juan Cruz, sino que demuestra un verdadero conocimiento de la literatura. Tampoco le interesa ponerse a la altura de sus autores como hacen otros (al tiempo que se zampan un sanguche de butifarra siempre al borde del pasmo debajo del cielo catalán). Y su mala reputación, se debe, entre otras cosas, a que le ha mojado la oreja sistemáticamente a las multinacionales del libro y a las grandes cadenas de distribución, siempre en favor de los autores. Tal vez por eso, volvemos a dar cuenta de su visita a la ya agonizante Feria del Libro de Buenos Aires, ofreciendo la crónica de Guido Carelli Lynch, publicada en Ñ digital del 5 de mayo pasado.

El Chacal Wylie: maldición eterna
a Amazon y al lector digital

Para amenazar a una cadena internacional de librerías y seducir a la viuda de un maestro del siglo XX, para embestir a un gigante como Amazon –con argumentos tradicionalistas, en el país de la innovación tecnológica–, se necesita a alguien como Andrew Wylie, el agente literario más poderoso del mundo.

No es el que “El chacal”, como se conoce al representante de Susan Sontag, Vladimir Nabokov, Jorge Luis Borges, Martin Amis, Philip Roth y Salman Rushdie, entre otros, carezca de escrúpulos. Quizá tiene pocos y se empeña en no traicionarlos si la cuenta le da a favor, o si se trata de sumar una rúbrica a su cartera de autores de indiscutida calidad o de mejorar sus contratos (de los que él, claro, cobra un porcentaje).

Lo dijo él mismo hace unos días, durante la entrevista sutil que condujo Flavia Pitella, en la que fue la actividad más esperada de las jornadas profesionales de la Feria del Libro. Por eso lo escuchaban la plana mayor de los editores argentinos. Desde Juan Boido, director de Penguin Random House, hasta Augusto Di Marco, director de Santillana. Desde Ana María Cabanellas, ex presidenta de la Unión Internacional de Editores, hasta Leonora Djament, responsable editorial de Eterna Cadencia.

Wylie hizo valer hasta el último centavo de la entrada a su charla. A pesar de su fama de antipático, mostró un sentido fino de la ironía, imitó a Henry Kissinger y recitó la Odisea en griego antiguo. No se olvidó de la pirotecnia y las bombas de estruendo.

El secreto de su antipatía, por la que se granjeó el mote de “Chacal”, lo reveló rápido: “Yo no tuve tiempo de ser cortés y esas cosas. Yo analizaba las desventajas de los agentes y se las transmitía a los autores. Y sigo haciéndolo. Y funciona”, explicó.

Pitella quiso saber qué observó a la hora de montar su agencia. “Cuando comencé, en los 80, noté que a los peores autores se les pagaba bien y a los buenos, mal. Los malos autores aportan muy poco a la calidad duradera, que es lo que mantiene vivo este negocio”.

Su obra preferida de Shakespeare es Rey Lear, pero desde que se subió al avión que lo trajo a Buenos Aires está leyendo a Borges. En su anterior visita al país selló un acuerdo con María Kodama para negociar los derechos del escritor más grande de la literatura argentina. Kodama estaba preocupada porque no podía impedir que se montara una obra de teatro sobre Borges. “Yo soy tu agente, vamos a detenerlos”, le dijo y cumplió. Al poco tiempo vendió los derechos del escritor a Random House por 2 millones de euros, según se dijo.

Pitella quiso saber qué pasó con el libro Principiantes, de Raymond Carver. Y entonces, por fin, empezaron las clases de extorsión. Se sabe, la viuda de Carver contactó a Wylie, para publicar Principiantes, la versión original del libro De qué hablamos cuando hablamos de amor, la obra que lo consagró pero en la cual su anterior agente y editor, Gordon Lish, había metido demasiado las manos. “Gordon Lish intimidaba y generaba inseguridad en sus autores”, definió Wylie. Entonces nadie quería publicar o vender la nueva versión y tener una demanda de Lish. “Por eso le mandé el original a Philip Roth y le pregunté cuál es era su opinión. Era mejor tenerlo de mi lado”, recordó Wylie, quien envió la opinión de Roth al “New York Times” para ir preparando el terreno. “Cuando de la (cadena de librerías) FNAC me dijeron que no venderían el libro, les comenté que esa historia es la que le habría gustado escribir al diario Financial Times. Es un gran libro, esa es la historia”, concluyó como si no hubiera habido ninguna amenaza.

Por fin llegó el turno de hablar de Amazon. “Se volvieron locos, querían cargarse a la industria editorial como Apple se cargó a la música. Este señor (Jeff Bezos) vio que su competencia era Walmart. Sólo puedo decir que todos lo que leen digital se les van a morir a Amazon. Todo va a terminar en la nada. Es muy trágico, pero es lo que se merecen”, dijo un rato antes de definir al Kindle como “un dispositivo perturbador, letal y cancerígeno”.

No es simpático. Insulta por teléfono a los diseñadores que arruinan algunas tapas de libros, según contó. “Algunos lo entienden y otros se lo toman muy a pecho”, reconoció con una sonrisa imperturbable. Acerca de su apodo, el Chacal concluyó que no le sugiere “nada”.


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