jueves, 5 de febrero de 2015

"Un editor orgulloso de sus colecciones"


El 2 de enero de este año, el escritor Carlos María Domínguez publicó el siguiente comentario sobre La marca del editor, libro de Roberto Calasso publicado el año pasado por Anagrama y recién distribuido en el Río de la Plata. Fue en El Cultural, suplemento del diario uruguayo El País.

Escenario incierto

LA CULTURA del libro inició el siglo XX con la formación de las más grandes y prestigiosas editoriales y lo terminó en medio de una discusión sobre el futuro de la industria. La aparición del libro electrónico, el ingreso de capitales financieros en la edición, la concentración de la industria en menos manos y las estrategias monopólicas de Amazon son algunos de los cambios que señalan el fin de una era en el mundo de las ediciones y justifican una creciente proliferación de títulos que concentran su atención sobre los libros, las librerías y los editores.

En este escenario llega el libro de Roberto Calasso, La marca del editor, título que adelanta la relevancia, también la defensa, de un rol que amenaza desaparecer. Calasso nació en Florencia en 1941, en una culta y adinerada familia de la Toscana, es autor de una novela y una docena de ensayos literarios sobre la cultura europea y oriental (Las bodas de Cadmo y Armonía, libro que dibuja una visión polifónica de la mitología griega, es su obra más popular), y fue uno de los fundadores de la prestigiosa editorial Adelphi en 1962, sello que preside desde 1999. Su nuevo libro reúne conferencias y artículos sobre la historia de Adelphi y su aporte fundamental a la cultura europea, retratos de destacados editores como Giulio Einaudi, Luciano Foà, Peter Suhrkamp, Roger Straus, y varios polémicos ensayos sobre los cambios en la industria del libro. Es un caballero de la edición, en el sentido más llano en que la expresión puede ser trasladada de las antiguas cortes al prestigio letrado, y en gran parte responsable de la difusión de los escritores de la Mitteleuropa —Italia es el único país, afirma, donde el austríaco Joseph Roth no es confundido con Philip Roth—, de la obra de Joseph Brodsky, Wittgenstein, Simenon, Canetti, muchos tratados esotéricos orientales, Borges y un número selectivo de escritores contemporáneos.

Formando públicos
Su visión es la de un editor orgulloso de sus colecciones, a las que adjudica el valor de una obra no menos articulada y ambiciosa que la de un autor, en sintonía o paralelo con las de otros colegas que difundieron la literatura durante el siglo XX. Hombres que fundaron una vocación a caballo del placer de la lectura y los negocios, sin la ambición de hacerse ricos ni de fracasar, pese a los riesgos que siempre corre la publicación de un título. En estas páginas Calasso enfatiza el valor del editor que selecciona los libros que importan y los difunde en una colección destinada a ganar la complicidad de sus lectores sobre un elemento básico: no desilusionarlos. El modelo implica una clara identificación del sello, la atención sobre las tapas, que para Calasso deben trasladar el espíritu del texto a una imagen armónica con el resto de la colección, y la conquista del interés de un lector que se guía por la garantía de la editorial aunque no conozca al autor. Así funcionaron las editoriales más importantes en la formación del público, sobre su capacidad de hacer leer determinados libros y autores. Este es el esquema que comienza a abandonarse y Calasso cree que sobrevivirá, pese a los predicadores del nuevo día. Pero reconoce que la decisión de continuar enfrenta no pocas dificultades.

Su discusión con un artículo de Kevin Kelly publicado en el New York Times Magazine es especialmente fértil. En diciembre de 2004 Google anunció que había escaneado los libros de cinco grandes bibliotecas públicas en su camino a construir "la biblioteca universal". Afirma Kelly en su artículo que desde las tablillas sumerias a estos días, la humanidad habría publicado no menos de treinta y dos millones de libros. Como la migración de la letra a los bits digitales se ha topado con demoras prácticas, inventaron en Suiza un robot que escanea las páginas mientras las pasa, a un ritmo de mil páginas por hora. La utopía de reunir los libros de la humanidad está en marcha bajo la misma lógica vincular de los tag y los link que proliferan en la web. Actualmente hay alrededor de cien mil millones de páginas en la red, y como cada página contiene una promedio de diez links existen un trillón de conexiones. A ellas se integran los libros "que dejarán de ser una isla". Esta cruzada contra la soledad del libro es uno de los focos de discordia para Calasso, dado que en nombre de una pretendida democratización la operación no rechaza títulos, pero tampoco jerarquiza —ni por criterios de calidad, ni por colecciones, ni por portadas, editoriales o autores—, y desdibuja toda la finalidad editorial.

El supuesto nuevo rey
En el medio de la disputa se encuentra Amazon y su guerra de precios y ganancias con la editorial Hachette en Estados Unidos. Amazon ya controla el 90% del mercado del libro electrónico, pero se ha extendido con rapidez en los países que no tienen un precio único de venta para el libro, y con su política de rebajas y entregas a domicilio, luego de hacer desaparecer a las librerías independientes, acorrala a las grandes cadenas libreras y a las editoriales. Del otro lado de la red, los cambios también han sido notorios. A partir de los años ochenta ingresaron a la industria fondos de inversión y los grandes grupos de comunicación incorporaron el libro a su área de ocio y entretenimiento, exigiéndole una rentabilidad similar a la de otros productos. La primera consecuencia es que en pocos años importantes editoriales dilapidaron el prestigio conquistado y sustituyeron a los editores por gerentes de marketing. Señala Calasso que inevitablemente fracasan unos tras otros, porque el sector nunca recogió los márgenes de ganancia que se le exigen. La proliferación de títulos acompaña la crisis del sector: se venden cada vez menos ejemplares de cada libro, de modo que la abundancia de la oferta ha superado la demanda y las grandes editoriales solo pueden crecer mediante la compra de otros sellos para vender más productos con la misma estructura económica y financiera. La compensación más buscada es el best seller que rompa la medianía de las ventas, como lo fue la saga de Harry Potter o de  Cincuenta sombras de Grey, pero hasta ahora no han encontrado el modo de garantizar el éxito de venta entre los lectores, menos previsibles que el público de otras áreas del entretenimiento.

Un paso más oscuro y revelador es el de las plataformas de venta en internet, que han comenzado a vender sus sitios, ya dotados con información sobre decenas de miles de lectores que eligen y comentan sus libros. El supuesto nuevo rey es el lector, al que la industria abastece de todas las materias de su interés, desde un tratado de filosofía hasta cómo alegrar a un gato. Pero su reinado coincide con el de los  best seller, y su corte de aspirantes a  best seller, lo que supone el definitivo abandono de la formación cultural del público, del fatigoso y aventurero trabajo de varias generaciones de editores. Luego de la pérdida de la hegemonía de la literatura en el mercado del libro, la era de los prestigios editoriales parece llegar a su fin.

Pero en algunos países han nacido pequeñas editoriales independientes que dan circulación a la literatura aprovechando nichos reducidos, más o menos sustentables. A estos problemas Calasso responde con un libro que transita por el testimonio de un erudito y su experiencia como editor. Se suma, así, a la discusión sobre la transición del libro hacia un nuevo escenario que, por ahora, es incierto.


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