viene de ayer
Reescribir en otro idioma (II)
jt: ¿Han leído versiones de su
propia obra en otro idioma?
fm: Desgraciadamente no puedo
apreciar una traducción de mis textos al inglés o al francés porque mi
conocimiento de esas lenguas es bastante rudimentario. Pero sí lo puedo
apreciar en italiano. Una vez se me ocurrió por juego traducir un texto mío que
se llama Caja de herramientas al italiano. Lo traduje y se lo mostré
a una traductora, quien me dijo: “Está muy bien. Todo es correcto. Ahora, si
quieres, yo te lo traduzco.” Pasó entonces algo muy curioso. Su traducción era
mejor porque era más libre que la mía. A pesar de ser el autor, no me atreví a
tomarme ciertas libertades necesarias. Esas pequeñas traiciones que ella, como
una traductora muy sensible y experimentada, había cometido, le daban otra
respiración al texto. La libertad que había tenido como autor desapareció por
completo en mi función de traductor. Son dos cosas distintas. Existe una
sensación de extrañamiento, un poco metafísica. “¿Yo he escrito eso? No me
reconozco en ninguna palabra.”
¿Qué
significa ser traducido? Luego de una especie de rechazo inicial (“ese no soy
yo”), de lo que se trata es de aceptar que hubo una metamorfosis que además
depende de otra persona. Por eso entiendo la reacción de Mark Strand, que debe
ser probablemente la de la mayoría de los escritores, cuando se da cuenta de
que el traductor es confiable. Dice: “Haz de este texto lo que puedas hacer.”
Frente a un texto propio una vez que se ha publicado, soy otro lector.
jt: ¿El autor está demasiado
involucrado como para poder traducirse o tú mismo acotas tus propias
libertades?
jmv: No he tenido la experiencia
de traducirme, pero sí he tenido la experiencia del extrañamiento, por ejemplo,
al sentir que el traductor es más elegante que yo al escribir, lo que me hace
preguntarme: “¿Soy elegante? ¿Por qué buscó el traductor este estilo elegante?”
No me había dado cuenta de que podría ser esa la impresión que daba. Me he
topado también con traductores que no son muy duchos en la lengua española, a
los cuales hay que hacerles acotaciones. En esas acotaciones me doy cuenta de
que en mi forma de escribir hay muchos localismos, que no estoy escribiendo
para el mundo. Esa idea común de que cuando uno escribe un libro este ya tiene
vida propia, yo la aplicaría a la traducción. Una traducción debe tener vida
propia.
fm: Cuando te pregunta un
traductor: “En esta línea, ¿qué quiso decir?”, uno descubre cosas que
originalmente no quería decir. Uno se alarma porque dice: “Debería ser más
riguroso con lo que escribo. Debería saber perfectamente qué es lo que quise
decir con esa frase.” Un traductor que es también un lector acucioso dice:
“Esto podría interpretarse de este modo.” Al principio uno responde: “No, no
entendiste”, para luego darse cuenta de que esas otras interpretaciones son muy
plausibles, que uno ha echado a andar un barco al agua y este se tambalea y
cruje. Es ahí donde comienza realmente la vida del libro, gracias a un
traductor que nos hace ver cómo su lectura es tan distinta a la nuestra a pesar
de que él quiere ser lo más fiel posible.
jt: El traductor es el primer
disparador de las interpretaciones. Si yo enseñara traducción, cosa que nunca
he hecho, la teoría no sería parte de la cátedra, sin dejar de lado que hay muy
buena bibliografía sobre la traducción.
fm: Conozco poco esa bibliografía.
Hay un libro muy bueno de Umberto Eco que se llama Decir casi lo mismo, las reflexiones de un traductor. Habla de la
cocina del traductor y de todos los problemas que él ha ido encontrando. Luego
los clasifica: problemas de sentido, problemas que dependen de cuestiones
culturales o de género lingüístico. Es un espléndido manual para un traductor,
porque son los problemas a los que se enfrenta al momento de traducir. No niego
que existan libros sobre teoría de la traducción muy estimulantes, pero dudo de
que lo sean al grado de que puedan mejorar a alguien como traductor.
jmv: Recuerdo sobre todo el libro
de George Steiner que tradujo Adolfo Castañón, Después de Babel. He
leído otras cosas en francés, pero tampoco es un tema que me interese
particularmente. Quizás hay una especie de temor. No pertenezco a ninguna
asociación de traductores, no me considero un traductor profesional, no me
gustaría meterme en ese mundo, ni en el territorio académico de la traducción.
Digo temor porque mal que bien tengo cierta libertad que quizá metiéndome más
en una especie de gremio haría que me diera cuenta de que hago muchas
barbaridades. Concibo la traducción como una cuestión muy hedonista.
fm: Claro. Habría que hacer una
división entre los traductores profesionales, los que viven de la traducción, y
los traductores ocasionales, que suelen ser muchos. Creo que si algo
caracteriza a nuestra generación es que prácticamente todos hemos traducido.
Para muestra está la antología de traducciones que publicó Tedi López Mills:Traslaciones.
Poetas traductores 1939-1959. Somos traductores ocasionales, no profesionales.
No sé si hay una diferencia, sospecho que sí. Un traductor profesional, como
traduce lo que le piden, seguramente homogeneiza un poco todos los estilos. Eso
es distinto a quien dice: “Quiero traducir a Henry James porque lo tengo en la
cabeza desde hace veinte años y yo sé qué quiere decir Henry James.” Esto
último no es garantía de nada, pero al menos va a ser una traducción diferente
a la que haría un traductor profesional.
jt: Al principio hablábamos de De
Chirico, que escribió en francés y luego se tradujo al italiano. Pienso en
muchos otros, como Nabokov, cuya lengua materna es el ruso pero escribe Lolita en
inglés. Tu caso en particular, Fabio, es el de quien escribe en una lengua que
no es la materna. ¿Hay un proceso implícito de traducción, o es algo que se da
de manera completamente natural?
fm: La lengua materna de algún
modo siempre está presente. No puedo estar seguro de que cuando escribo una
frase en español la lengua materna no esté haciendo ruido por abajo. A veces
cometo errores, escribo italianismos, sobre todo en las preposiciones. Pero a
lo mejor la invasión del idioma materno es más fuerte, psíquica, y determina
mis elecciones no solamente de palabras sino quizás temáticas. Solo se puede
escribir dentro de un intenso monolingüismo. Puedes tener conciencia de una
multiplicidad de lenguas, pero tienes que calzarte totalmente en un solo idioma
para escuchar con más atención todas las resonancias que produce lo que
escribes. En mi caso no podría garantizar que el italiano como lengua materna
no esté erosionando y determinando elecciones, “estorbando”...
jt: Steiner dice que escribe con
demonios en francés, en inglés y en alemán participando en el momento de la
escritura: ¡qué clase de experiencia poética será esa! Se educó en las tres
lenguas y la influencia sobre su escritura debe ser muy interesante.
jmv: Steiner es un ejemplo muy
peculiar de plurilingüismo. Yo estudié en una escuela bilingüe en inglés, y no
puedo decir que sea bilingüe. Me hago entender, pero no tengo la competencia de
un hablante nativo del inglés, lo mismo me sucede con el francés, a pesar de
que lo estudié mucho tiempo. En México tenemos también ejemplos de
plurilingüismo, como Juan Almela y Ernesto de la Peña. Son personas que
se animaban a traducir de lenguas muy diversas y lejanas con la ayuda de la
gramática y los diccionarios.
fm: Jaime, ¿qué tanto te
influyeron otras traducciones de Mallarmé?
jmv: Leí muchas otras
traducciones, sobre todo de "Un tiro de dados jamás abolirá el azar". De "Variaciones
sobre un tema" había muy pocas que revisar. Es un libro que tuvo una vida
muy peculiar porque Mallarmé nunca lo llegó a concebir como un libro terminado,
sino que era un proyecto que iba reelaborando. Algunos de los pasajes que
escribió para ese libro no quedaron en la obra completa porque él los desechó
antes y, sin embargo, fueron traducidos al español.
fm: En el caso de Un tiro de
dados, ¿no te molestaban las traducciones previas?
jmv: No, fueron de gran utilidad.
Sobre todo para ver por dónde no debía seguir. Pude ver las enormes
equivocaciones que había en otras traducciones pero también los grandes
aciertos. Del prólogo a Un tiro de dados, una parte importante del poema
porque lo explica, encontré una excelente traducción, pero que tenía dos o tres
errores garrafales. Intenté entonces la mía superando esos errorcitos. Esto de
dar un paso más en relación a las versiones previas queda muy claro en mi
versión del título. El poema se solía traducir como "Un golpe de dados" o "Una
tirada de dados", hay tres o cuatro títulos distintos. Pero para mí no lograban
alcanzar la fuerza sonora del francés:Un coup de dés. “Coup” es “golpe”, pero
también tiene el sentido de “tirada”. Decidí ponerle "Un tiro de dados",
que no es muy preciso, pero que me daba esa idea de golpe...
fm: En cambio yo disfrutaba
enormemente encontrarme de pronto con las metidas de pata de los traductores de
Montale. Y me daba bronca cuando daba con un hallazgo que sabía que era
insuperable. Me enfrenté a una disyuntiva: “Plagiarlo o resignarme a mi
versión. Si lo plagio, es demasiado bueno como para que crean que a dos
traductores se les ocurrió lo mismo. Tendré que resignarme a mi versión, que es
inferior, para evitar el plagio.” Afortunadamente abundaban torpezas y errores.
Llega un momento en el que también tienes que plantearte, si encuentras que
algo está muy bien traducido, ¿para qué volverlo a hacer? Si un poema ya está
muy bien traducido y tú no puedes aportar algo mejor, vale la pena simplemente
decir: “Aquí puse una coma que a nadie se le había ocurrido ponerla, o un
adjetivo.” Hay que enfrentar el hecho de que hay una cierta perfección que
puede asentarse en tu época, y que es un poco vano tratar de superarla.
jt: Hay autores que se dejan
traducir con relativa facilidad, como Cavafis o Pessoa. Parece que es muy
difícil “traicionarlos”, ya que siempre suenan a Pessoa, siempre suenan a
Cavafis, a pesar del nivel del traductor. Hay traductores que imponen su peso
lingüístico al autor traducido. Recuerdo una traducción de Borges de Virginia
Woolf en donde ella suena totalmente a Borges. ¿Esto es malo o bueno? Montale
debe sonar a Montale, no a Morábito, y Mallarmé no debe sonar a Jaime Moreno
Villarreal, sino a algo que parezca Mallarmé. ¿Qué tanto se debe imponer una
subjetividad frente a su autor? ¿O más bien el traductor debe reducirse y
anularse totalmente frente al autor?
jmv: Es imposible anularse. Está
por un lado la inventiva del traductor; por el otro, el afán de hacer
comprensible el texto. Hay textos que son fácilmente comprensibles y otros no.
Uno se entiende primero con el autor, ya sea desde el texto o a través de la
correspondencia, de modo directo. En este proceso se puede llegar a perder
afecto por ciertas características del autor. Cuando uno se da cuenta de que el
texto en su lengua original tiene defectos, uno puede añadir y tratar de
componer, hacer una pequeña talacha. Sin percatarse de que en ese momento ya
está desviando hacia la claridad algo que originalmente no era claro. Uno se
impone como autor a otro autor para darle cierta cohesión o claridad que, se
supone, no tiene el texto. Todo lo demás sería un abuso.
fm: Solemos pensar que el
traductor, en la medida en que también es un autor, va a dejar su huella
estilística en el texto. En efecto, es imposible que eso no ocurra. Aunque
prefiero pensar que, en el momento en que traducimos, dejamos de ser el autor
que somos. Como traductores debemos abrirnos a una serie de tradiciones, de
retóricas de otros autores que rodean a nuestro autor o que nos rodean a
nosotros. La traducción es un gran acto de escucha, de amplificación.
Finalmente nos permite también salirnos de nosotros mismos para dejar de ser ese
autor que en todo lo que escribe en primera persona deja definitivamente una
huella estilística muy reconocible. Creo que hay una metamorfosis real. Nos
transformamos en una especie de larva, de vehículo de cosas más líquidas, más
plásticas, que nos impide que impongamos nuestra huella estilística de una
manera definitiva. Por eso es cierto que quizás en traducciones de Borges
encontremos la presencia de Borges, pero quizás en menor medida de lo que
suponemos. Lo decimos porque estamos frente a un traductor tan memorable que
hace decir: “Esto suena a Borges.” La traducción es ante todo una apertura.
jt: Jaime ha señalado que el
primer trabajo del traductor es el de lector. Pero hay textos que son ambiguos.
El traductor tiene entonces que elegir entre las varias posibilidades de un
texto, vedando la posibilidad de las tres o cuatro opciones existentes. ¿Cómo
elegir? ¿Cómo saber que no estás dejando fuera un conjunto polisémico?
jmv: Ser traductor te hace un poco
filólogo. Te encuentras con un texto que es ambiguo, o más que ambiguo,
polisémico, como dices, y tienes que ir hilando, quizá no únicamente por un
solo sentido, sino hilando varios, y eso tienes que expresarlo de manera
económica. No lo vas a analizar, sino que lo vas a sugerir, vas a descubrir esos
caminos. A veces ocurre que no eres consciente de la ambigüedad, entonces
eliges la versión más cercana a la literalidad. Es muy gratificante traducir de
lenguas romances, porque compartimos muchos lazos y a veces la otra lengua nos
propone elementos que no vamos a encontrar inmediatamente pero que encontramos
en un tercer nivel.
fm: De acuerdo. Acabas de señalar
algo muy delicado de la traducción. Toda traducción empobrece el original.
Porque, efectivamente, hay que elegir, siempre hay que elegir. En muchas
exégesis que consulté para mi traducción de Montale me di cuenta de que el
traductor académico dejaba un verso abierto. Pero como traductor no podía
quedarme con esa definición, tenía que dar una solución textual, porque soy
productor de un texto. Muchas veces tuve que escoger un camino que sabía que
empobrecía. Creo que tenemos que aceptar eso.
jt: ¿Qué torpezas van a encontrar
los lectores futuros de sus versiones de Mallarmé y Montale? ¿Han seguido
revisando y encontrando fallas?
jmv: Sometí a revisión la primera
versión de Un tiro de dados y publiqué una segunda bastante diferente. Me
gustan muchas de las soluciones nuevas que propongo, pero mi primera versión me
parece muy acabada y bien hecha. En Ditoria hicieron un libro muy hermoso.
fm: Cuando acababa de entrar a
imprenta la traducción de Montale descubrí un error terrible: en un verso había
escrito todo lo contrario de lo que decía Montale. Entonces le escribí
inmediatamente a Nicanor Vélez, el editor, que me dijo: “No te preocupes, eso quiere
decir que es una buena traducción. Tuviste que tener esa.”
Es
deseable, y seguramente va a ocurrir, que otros traductores mexicanos se animen
con Un tiro de dados, como va a haber otras traducciones al español de la
poesía de Montale. Lo que seguramente va a cambiar, más que corregir o mejorar
tal poema o tal verso, es distinto: otra mirada y, sobre todo, otro ritmo. Es
el caso de la traducción que hice del Aminta de Torcuato Tasso. Juan
de Jáuregui, su primer traductor y único hasta que llegué a molestar, hizo una
traducción maravillosa, pero obviamente fechada. Es un poema que ya pedía a
gritos, después de cuatro o cinco siglos, una nueva lectura. ¿Qué cambió? La
estilística, la visión, el ritmo, el tiempo de los nuevos traductores.
Probablemente dentro de diez o quince años nuestras traducciones hayan
envejecido y alguien diga entonces: “Están bien, están correctas, pero falta
otra respiración.”
jt: Será mucho antes que después,
porque la lengua se está transformando a una velocidad de vértigo.
fm: La traducción es un ejercicio
perpetuo, no autoritario ni definitivo.
Muchas gracias por compartir esta entrevista, tan cercana a nuestras experiencias y vivencias. Comparto casi en un todo los conceptos vertidos, excepto dos:
ResponderEliminar1. Si un traductor profesional hace honor a su adjetivo, no tiene por qué homogeneizar a los distintos autores.
2. "Toda traducción empobrece el original"... bueno, hasta en los mejores partidos algunos centros caen en la tribuna.