Jose María Espinasa (Ciudad de México, 1957 ) es poeta, ensayista y crítico. Fue, asimismo, profesor, periodista y editor. Ha
sido asesor de difusión cultural y jefe de relaciones culturales del
departamento de publicaciones y del departamento de actividades literarias de
la Universidad Autónoma Metropolitana; fue asistente de programación de
actividades culturales de la UAM-A; miembro del consejo de redacción de
Intolerancia; ha dirigido las revistas nitrato de plata y la orquesta; editor
de Nueva Época; secretario de redacción de Tierra adentro, Casa del tiempo y La
Jornada Semanal. Fundo y dirigió durante dos años el suplemento Ovaciones en la
Cultura. Director de Ediciones sin Nombre y coordinador de producción editorial en El Colegio de México, fue parte
del Sistema Nacional de Creadores del Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes. Actualmente dirige el Museo de la Ciudad de México.
Oración para San
Jerónimo,
patrono de los traductores
patrono de los traductores
El
30 de septiembre pasado fue el día de los traductores y, para celebrar, los
miembros de la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación
Colegial de Escritores de España (ACETRADUCTORES, ACETT) publicaron una lista de
“traducciones canónicas”. La idea es interesante y atractiva, pero el
imperialismo español actual no tiene medida del ridículo y el resultado de ese
ejercicio absurdo. En la lista de 20 no hay una sola hecha por un traductor
latinoamericano ¿Será que no les han avisado que Colón descubrió un nuevo
continente, que hay cuatrocientos millones de personas que no son españoles y
que lo hablan y escriben? Normalmente son muy parciales las listas que
elaboran en la península ibérica, pero de vez en cuando maquillan el asunto con
alguna mención para no dejar tan en evidencia su condición imperial.
La
lista es absurda por donde la veas, no hay manera de encontrarle alguna razón o
sentido. Hay, por ejemplo, traducciones de clásicos: La Divina Comedia –se pone la de Luis Martínez de Merlo– y La Ilíada –Agustín García Calvo– y La Odisea –de José Manuel Pabón–. Siento
una enorme simpatía y admiración por el trabajo de Agustín García Calvo y me da
gusto que empiece a salir, a más de quince años de su muerte, del ostracismo en
que estaba en España (también, en todos lados se cuecen habas, en América latina donde no lo conoce ni Dios. Supongo que la frase le habría gustado).
Pero ¿de veras es mejor la de José Manuel Pabón que la de Rubén Bonifaz Nuño? ¿Y la de Martínez de Merlo es mejor que la de Jorge
Aulicino?
Tres
clásicos históricos escritos en verso, pero solo uno más de los libros
incluidos es de poesía: Amor, duelo,
contradicciones, de Erich Fried, traducción de Jorge Riechmann. Vamos, no
ponen ninguna, y desde hace unas dos décadas abundan las buenas, de William
Shakespeare, porque no habrían tenido más remedio que poner la de Hamlet de Tomás Segovia, escritor que
les incomoda, en parte por su transtierro, en parte por su mexicanidad, fruto
de ese trastierro, y en parte por su excentricidad, fruto de ambas cosas. Vaya
y pase. Después mencionan la traducción de Madame
Bovary (¡Señora Bovary! Que
genialidad). ¿De veras piensan que la de María Teresa Gallego es mejor que la
de Jorge Fondebrider? Si es así, es evidente que los españoles no saben español
o no saben leer, o ambas cosas.
Incluyen,
yo creo que por méritos propios, la versión de Francesc Roca de la Lolita de Vladimir Navokov, pero, ¿es
más canónica como traducción que la de Raúl Ortiz y Ortiz de Bajo el volcán, verdadero desafío formal
para su traslación al español? ¿O lo que se juzga es el libro original y no su
traducción? En los dos casos, grave error. Pero como el batiburrillo de libros que enlistan no
parece regirse por un canon, ni por una dificultad de la traducción, ni tampoco
por su rareza y su independencia, el lector del listado se queda sin entender
nada. No basta decir, como acostumbran a hacer los españoles, con orgullosa
cerrilidad, “hagan ustedes la suya”, porque ni el canon, ni la traducción, ni
la literatura –incluso ni los países, salvo que terminen adoptando la actitud
de Trump– funcionan así. Esa actitud es la que ha traído que en España se hagan
las peores traducciones de nuestra lengua y que los latinoamericanos tengan que
limpiar muchas veces el desastre. Pero –piensan los señores de la ACETT– no los
elogies que vienen y nos quitan el trabajo.
Habría
sido más coherente y cierto hacer un listado canónico con puras traducciones
latinoamericanas. Se les olvida, por ejemplo, en el caso de México la labor
extraordinaria que hizo y hace el Fondo de Cultura Económica, con importante
ayuda de esos exiliados de la República que la cultura española quiere olvidar
(recomiendo leer el libro de Javier Garciadiego El Fondo, La Casa y la introducción del pensamiento moderno en México,
muy informativo de esa gestión traductora realizada en México. Y ejemplos
semejantes se pueden encontrar en Argentina, Colombia y otros países de habla
española.
Hay
que recordarles también que la generación de traductores nacidos en los 40 y 50
en nuestro continente tiene una enorme calidad, tanto que a pesar de esa mirada
despreciativa sobre los traductores fuereños en España, algunos como Selma
Ancira, Fabio Morabito y José Luis Rivas, Juan Villoro Francisco Segovia han
roto el bloqueo, y que el trabajo aquí de Juan Tovar, Eliza Ramírez, Jeannette
L. Clariond, Marco Antonio Campos,
Rafael Vargas, Pedro Serrano, Pura López Colomé o José Javier Villarreal, o más jóvenes como
Gabriel Bernal, es extraordinario, y en
la misma línea cualitativa que lo que han hecho anteriormente Antonio Alatorre,
Guillermo Fernández, Gerardo Deniz, Sergio Pitol, Francisco Cervantes y Ulalume
González de León.
La
lista mencionada, además de ser de una desvergüenza rampante y una
deshonestidad evidente parece hecha por alguien –persona o ente– que mezcla lo
que sea, clásicos con novelas policiacas, escritores que son ya, en el buen
sentido, un lugar común, y otros que son muy poco conocidos y –eso sí– los
menos franceses posibles, no vayan a decir que somos afrancesados. San
Jerónimo, apiádate de tus fieles, pues la política imperialista de ese país que
quiere recuperar su actitud de imperio aunque por dentro se esté desgajando, es
una estrategia muy bien montada, incluida la certificación del “español
correcto”.
La nota introductoria señala que es una elección de la asociación, es decir, colectiva, pero no se explica cuál fue el mecanismo de elección, y además se habla de una supuesta polémica sobre si una autora debe ser traducida por una mujer o un autor por un hombre ¿a quién se le ocurre tamaño dislate? Como suele ocurrir los gobiernos de los países latinoamericanos suelen mirar para otro lado en cuestiones culturales, pero nunca sabemos para dónde miran porque en realidad están ciegos y dejan hacer a los tuertos, por lo tanto no promueven los derechos del traductor ni su importancia para un desarrollo social, científico y económico. La consecuencia es que la industria editorial española busca imponer la mala calidad de sus traducciones por puritita prepotencia.
La nota introductoria señala que es una elección de la asociación, es decir, colectiva, pero no se explica cuál fue el mecanismo de elección, y además se habla de una supuesta polémica sobre si una autora debe ser traducida por una mujer o un autor por un hombre ¿a quién se le ocurre tamaño dislate? Como suele ocurrir los gobiernos de los países latinoamericanos suelen mirar para otro lado en cuestiones culturales, pero nunca sabemos para dónde miran porque en realidad están ciegos y dejan hacer a los tuertos, por lo tanto no promueven los derechos del traductor ni su importancia para un desarrollo social, científico y económico. La consecuencia es que la industria editorial española busca imponer la mala calidad de sus traducciones por puritita prepotencia.
Hola, sólo un apunte de corrección en cuanto a los datos sobre la muerte de García Calvo: que dejó de existir el 1 de Noviembre de 2012. Gracias, salud.
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