Traductor, traidor (II)
Los
mexicanos usamos la palabra itacate y nos entendemos muy bien con ella: «mi
tía Rosa te mandó tu itacate de chiles en nogada» o «¡ay, mi’jita, no has
pasado por tu itacate de mole verde!», pero este término es difícil de traducir
a otra lengua, no porque la misma palabra lo sea, sino porque el uso y costumbre
que se refiere a ella requiere toda una explicación –de hecho, en el
diccionario Webster encontramos que en inglés la palabra que usan es también itacate–, porque si
no tendrían que decir que es «la provisión de comida que se lleva de un lugar a
–otro, después de un convivio
o fiesta» o algo por el estilo. En el inglés mismo encontramos dos palabras
para lo que en español llamamos «carne»: flesh, «carne humana», y meat: «carne de animal» para comer. Por lo que, si en
español decimos «un pecado de la carne», para ellos no quedaría claro si es que
rompimos la vigilia o «nos dejamos llevar por la pasión».
LENGUA
Y CULTURA
Así, podemos decir que, para
aprender francés y traducirlo de forma correcta, no basta con aprenderse un
vocabulario y repetir: perro = chien, gato = chat, coche = voiture; hay que adentrarse en la cultura y la forma
de pensar de los franceses, para quienes es muy importante la manera en que se
pronuncian los fonemas. Por eso, una academia no enseña lengua francesa, sino
lengua y cultura francesas, de la misma manera que para aprender japonés o
chino se tiene que aprender la forma en que ellos piensan y la cultura en la
que viven. Recordemos la anécdota del profesor estadunidense que estaba dando
un curso a profesionales japoneses, pero no entendió que en esa cultura es una
imprudencia solicitar un intérprete, porque los hace sentir incapaces o poco
educados y, al hacerlo, rompió con la dinámica del curso. Traducir es, pues,
adentrarse en otra forma de pensar, en otra manera de comprender la realidad.
Al hacerlo, se descubre todo un mundo nuevo, un modo singular de reconocer,
segmentar, relacionarse y convivir con la realidad.
LA IMPOSIBILIDAD
Se pueden traducir los
términos, pero no es fácil traducir los ánimos, las sensaciones, el ritmo o el
sabor de las palabras. Tal como dice Javier Marías: «Por una parte, tenemos la
tendencia a creer, y aun a dar por sentado, que todo puede decirse en todas las
lenguas o, por lo menos, en las más próximas [...] [Y] nos encontramos, así
pues, con la paradoja de que todo puede traducirse, o eso creemos, y de que la
traducción es imposible, si nos ponemos muy estrictos o muy teóricos, ambas
cosas vienen a ser lo mismo».
Y aun hablando una lengua y
comprendiéndola, si no se vive a fondo en el lugar y con la comunidad que la
habla, tampoco es fácil saber en qué contexto se usa un término y en cuál no.
Por ejemplo, un amigo alemán que acababa de aprender español solía, además de
usar mal los artículos, que es de lo más común: el bolsa, la tequila, usar el
sustantivo éxito concordando con el género: «el concierto fue un éxito» y «la
fiesta fue una éxita». Otro conocido, que era inglés, no entendía la diferencia
entre vomitar o guacarear, o sea,
una embarazada «vomita» y un borracho «guacarea», pero no al revés, como él lo
usaba.
La gente suele traducir lo que
considera más familiar, lo que es parte de las dos culturas a las que se está
traduciendo, no nos olvidemos de los mil y un casos de errores garrafales de
traducción –pondremos como ejemplo el inglés que, por ser la lengua geográficamente
más cercana, es la que más casos tiene–; entre ellos, y encabezando la lista,
los títulos de películas, donde se pone de manifiesto el desconocimiento de la
lengua, del contexto, de los usos y costumbres, de la cultura por parte del
traductor. Hay desde traducciones literales, como «lowcarpet», por
«bajoalfombra», o «burninghead», por «quemacocos»; casos inventados como
«ishotcold», por «escalofrío» o «freshpicture», por «pintura fresca»; y hasta
traducciones que no tienen nada que ver con el sentido original, como «eso fue
demasiado frío», por «that’s really cool», no entendiendo que cool remite en ese
caso a: «genial», «buena onda». Ejemplos hay muchos más y, seguramente todos
conocen uno en alguna lengua. Una amiga que da clases de francés contaba que,
en una ocasión, uno de sus alumnos entró tarde al salón y, cuando ella lo
saludó con un: «ça va» –sabá–, él le contestó muy seguro: «No, me quedo».
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