“Apoyado en cifras contundentes de caída de
ediciones, cierre de librerías, pérdida de puestos de trabajo y retiro del
apoyo estatal, el Fahrenheit criollo del Observatorio Universitario de Buenos
Aires concluyó que ‘esta tal vez sea la crisis más prolongada, alcanzando
ribetes estructurales por su extensión en el tiempo’”. Así dice la bajada del
artículo que publicó Silvina Friera
en Página 12, el sábado 8 de junio de
este año.
El Fahrenheit de Cambiemos
Los libros están considerados como un arma
peligrosa en Fahrenheit
451, la distopía que Ray Bradbury escribió en los años cincuenta del siglo
pasado, preocupado por la ruina que estaba provocando el macartismo en la
sociedad estadounidense. ¿Quién escribirá nuestro Fahrenheit en estos tiempos
de sistemática destrucción, orquestada por la política económica de Cambiemos,
si es que no hay una escritora o escritor que ya lo está haciendo después de
cuatro años de debacle del libro argentino? “Editoriales, libreros y cámaras de
la industria editorial argentina confirmaron en los primeros meses de 2019 su
peor crisis histórica agravada por los millones de volúmenes perdidos y por la
generación de verdaderos daños estructurales”, plantea un informe difundido por
el Observatorio Universitario de Buenos Aires (OUBA), que depende de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA),
titulado Fahrenheit
criollo.
“La caída editorial argentina
desde 2016 registró, con la combinación explosiva de retracción del consumo
generalizada a nivel nacional, inflación acumulada superior al 200% y
devaluación persistente, una baja de ventas de al menos 36%, así como la
pérdida de cerca del 35% de puestos de trabajo directos e indirectos y el
cierre de decenas de librerías, con problemas de ventas”, añade el documento. “El
sector atravesó varios momentos severos de crisis a lo largo de su desarrollo,
que posiblemente no puedan ser estrictamente comparables entre sí por
circunstancias históricas y puntuales, pero sí podemos decir que esta tal vez
sea la crisis más prolongada alcanzando ribetes estructurales por su extensión
en el tiempo”, advirtió Diana Segovia, gerenta de la CAL (Cámara Argentina del
Libro), una de las entidades más representativas del sector. “Estamos con la
mitad del mercado de producción de la primera tirada en relación al año 2015.
Se pierden lectores y después es muy difícil recuperarlos, además estos tiempos
propician el auge de la piratería en especial en formatos digitales de distinto
tipo con perjuicios para la industria”, explicó Segovia.
Esta pérdida de lectores se
manifiesta en un dato: el promedio anual de lectura pasó de tres libros por
habitante en 2013 a 1,5 en 2017, según la Encuesta Nacional de Consumos
Culturales. En el marco recesivo argentino desde la asunción del gobierno de
Mauricio Macri en diciembre de 2015, el sector editorial fue uno de los
primeros en sufrir graves pérdidas, dos años antes que otros sectores como
electrodomésticos, textiles, calzados y automóviles. “El vértigo de la debacle”
se expresa ante la cantidad de ejemplares que se imprimieron de enero a octubre
de 2018: 36.320.000 millones de ejemplares, comparado con el récord histórico
absoluto de 128.900.000 millones en 2014. “En lo que va de 2019 se generaron
22,6 millones de ejemplares. Esto muestra una pérdida de un cuarto de tirada
promedio para la edición general argentina”, dijo Adrián Vila, especialista en
Políticas Editoriales de la UBA. También la producción de ejemplares del Sector
Editorial Comercial (SEC) se desploma desde 2016 y el año pasado fue de cerca
de ocho millones de ejemplares menos. El panorama se torna más dramático cuando
se desglosa la pérdida de puestos de trabajo, que hasta el mes de febrero de
este año implicó una caída directa de al menos 20 por ciento de trabajadores, a
lo que debe sumarse la desocupación indirecta ligada a la falta de tareas para
correctores, diagramadores, traductores y otros oficios que participan
externamente en la producción de libros, que suma al menos 15 por ciento. En la
industria gráfica se perdieron más de cinco mil puestos de trabajo entre 2016 y
2018.
El informe del OUBA alerta
sobre el impacto de la deserción del Estado macrista. “Los incentivos a la
producción y la compra estatal de libros, por licitación, se dejaron de lado,
tras tomar impulso con la sanción, en 2006, durante el gobierno de Néstor
Kirchner, de la Ley de Educación Nacional, en la que los libros se concibieron
como material de promoción de lectura en escuelas públicas de los niveles
inicial, primario y secundario y llegaban gratis a los alumnos. Alberto
Sileoni, que se desempeñó como ministro de Educación entre 2009 y 2015 durante
las dos presidencias de Cristina Fernández de Kirchner, promovió la compra,
también por licitación, y con la misma finalidad de promoción de la lectura, de
autores nacionales. Por otra parte la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas
Populares), conformada por casi dos mil bibliotecas y 30 mil voluntarios en
toda Argentina, contribuyó asimismo a la promoción de la lectura. Una estadística
oficial muestra con claridad el cambio de situación con la asunción del
gobierno de Macri: de 1150 millones de pesos en 2015, en el renglón de compras
estatales de libros, se pasó a erogar sólo 100 millones de pesos en 2016”,
compara el Fahrenheit
criollo.
El drama en sordina de las
librerías crece. Según cifras de la CAL, desde 2016 se cerraron 35 pequeñas
librerías en el país y otras 30 liquidaron sucursales, fueron absorbidas por
cadenas o redujeron espacios y personal. Para el librero Ecequiel Leder Kremer,
responsable de Librería Hernández, las cifras de cierres hasta el mes de mayo
de este año son casi el doble a las estimadas en el último informe de la CAL,
de acuerdo con mediciones propias que llevan adelante entre representantes de
librerías. “Nuestros relevamientos en el sector nos indican al menos los
cierres de 56 puntos de venta si agregamos las seis sucursales de la cadena
Distal que se contabilizaron a principios de mayo de este año”, precisó Leder
Kremer. “Los grandes grupos editoriales dominan una porción vastísima del
mercado, mientras que las editoriales medianas, pequeñas e independientes se
disputan una porción muy pequeña. Este rasgo estructural que acompaña el
movimiento de la industria editorial a nivel global, solamente puede ser
modificado por medio de regulaciones del Estado, que no es precisamente el
concepto que tiene hoy la política hegemónica”, subrayó el vicedecano de la
Facultad de Filosofía, Américo Cristófalo. “Estamos ante una crisis
incomparable, ni durante las dictaduras ni en la década menemista de los 90,
que marcó el inicio de la concentración de la industria editorial argentina, se
verificó un panorama tan desolador”, reconoció Cristófalo.
El informe –que pondera el
proyecto parlamentario presentado por el diputado nacional Daniel Filmus para
la creación del Instituto Nacional del Libro Argentino (INLA)– señala que la
vida del libro argentino “requiere políticas urgentes de reparación y de
recuperación activa”. De cara a las próximas elecciones, el Fahrenheit criollo concluye:
“Entre distintos actores del mundo editorial circula la convicción generalizada
de que un período de cuatro años más en estas condiciones va a significar un
golpe de gracia letal para la industria cultural tal como la conocemos hasta el
momento”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario