El
20 de agosto pasado, Marcelo Zapata
públicó el siguiente artículo en el diario Ámbito Financiero. Allí se habla de Lorenzo Mascialino, profesor de griego
y latín, quien acuñó un término que Julio
Cortázar hizo famoso en el mundo entero.
Mascialino: un cronopio sin la fama merecida
Entre
las muchas cosas que le debe la cultura criolla a uno de sus últimos
humanistas, el profesor de griego y latín Lorenzo Mascialino (1914-1988), se
cuenta la incorporación al español de un neologismo hoy celebrado, pero que no
le ha dado fama a él sino a su colega de los años 40 en Mendoza, Julio
Cortázar. Porque fue Mascialino, y no Cortázar, quien acuñó, en una lejana
noche de copas e improvisaciones, la palabra "cronopio".
Mascialino
(mencionado en dos ocasiones en en el libro del profesor Jaime Correas, Cortázar en Mendoza) coincidió en la Universidad de Cuyo
con el autor de Rayuela por la misma época en que éste llegaba desde Chivilcoy.
Nunca
fueron amigos cercanos; Cortázar, que dictaba literatura francesa en Mendoza, era
por entonces un librepensador sarmientino de cuño liberal, y Mascialino, un
ítalo-argentino de familia numerosa (de aquellas donde nunca faltaba un cura),
ya profesaba ese credo nacionalista que lo llevaría, más tarde, a adherir al
naciente peronismo.
Sin
embargo, sus tenidas filológicas acompañadas por los generosos vinos de la zona
("In vino veritas", era uno
de los apotegmas más citados por el prestigioso latinista), y cimentados por su
profundo amor por la lengua ("la única forma de entender al hombre", también decía) no eran infrecuentes.
En
uno de esos encuentros, contó años después contó años después Mascialino a
algunos de sus discípulos, se habían
puesto a imaginar, junto con Cortázar, un mundo fantástico en el que existieran
criaturas que pudieran ver, físicamente, las dos dimensiones: no sólo el espacio,
sino también el tiempo.
–¿Y
cómo llamaríamos, para usar una palabra griega,
a ese ser capaz de percibir el tiempo
con sus propios ojos? –desafió Cortázar a Mascialino.
Éste
lo pensó un momento, y respondió sin titubear:
–Cronopio.
Se llamaría cronopio, por supuesto.
La
síntesis era perfecta. Como explica otro testigo del relato de Mascialino, Luis
Ángel Castello, titular de la cátedra de griego en la UBA : "'Cronos', como es bien sabido, es
'tiempo', y la desinencia -opios
viene del verbo horao (que significa
'ver', 'mirar con atención', de cuyo futuro 'hopsomai' (sale 'opsis' (de la que
nacen tantas palabras como 'óptica', 'autopsia', etcétera. Cronopio, entonces,
es el que ve el tiempo.
No
hay testimonios de que Cortázar, después de su festejada Historias de Cronopios y de Famas, le haya reconocido a Mascialino
la creación de la que en el futuro de la literatura argentina sería palabra tan
célebre. Pero a él tampoco le preocupaba: "Seguramente le gustó y se
acordó de ella cuando escribió el
libro", lo disculpaba Mascialino, quien nunca demostró otra preocupación
que la de incorporar, a lo largo de su vida, el conocimiento de la mayor cantidad
posible de las lenguas llamadas "falsamente" muertas. "La gente
sigue hablando latín, y no se da cuenta", como decía en tantas de sus
clases.
Inventor
del "método inductivo" para la enseñanza de las lenguas clásicas (en
el cual los alumnos no eran perseguidos por abrir el diccionario durante los
exámenes), creía que la razón y no la memorización, esa costumbre de
computadoras y de secretarias, podía llevar al auténtico conocimiento.
Bajito
de estatura, amante de la filología y la poesía alemana, de las comedias de Menandro
(autor de quien dejó estupendas versiones, consultadas hoy en todas las universidades
del mundo), de las causas perdidas, de las bellas mujeres y del vino, Lorenzo
Mascialino fue lo más cercano a un "cronopio" viviente, un hombre
sabio capaz de ver el tiempo
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