Verónica Estévez publicó la siguiente nota en el diario La Gaceta , de Tucumán, del 13 de septiembre, a
propósito del destino de las bibliotecas de los intelectuales de esa provincia.
Bibliotecas buscan lectores
En abril de 1942, el doctor Mario Bravo y su esposa
formalizaron la donación de su biblioteca a la Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales, mientras era rector Adolfo Piossek, que la recibió con gran
beneplácito, ya que consideraba que, junto con la de Lillo, era la donación más
importante a la UNT. Las
primeras remesas llegaron en 1943, cuando ya había concluido el rectorado de
Piossek, y las últimas después de la muerte de Bravo, incluyendo los muebles.
Se trataba de un legado importante de más de 9.000 volúmenes, pero los libros
quedaron encajonados en un cuarto de la vieja residencia de estudiantes en un
local inadecuado. La conservación y aprovechamiento de los libros pasó a ser de
gran preocupación para Piossek. Cuando al fin se los pudo incorporar a la
biblioteca mayor de la facultad, la colección ya estaba bastante diezmada.
A la
muerte del filósofo tucumano Víctor Massuh, sus libros (4.300 aproximadamente,
más innumerados artículos periodísticos, escritos inéditos, entre ellos su
libro último, La pérdida de la inmediatez) fueron donados a la Facultad de Filosofía y
Letras de la UNT. La
colección fue recibida, ya inventariada por Daniel López Salort (filósofo,
escritor y traductor). Hasta la fecha, no fue habilitada al público. López
Salort se lamenta de que todavía “en las cajas, esperan en silencio los
volúmenes, tanto de día como de noche. Esperan el momento jubiloso en que,
puestos en los estantes de una biblioteca pública, dos manos se acerquen, los
tomen, y tras verificarlos los pongan sobre un escritorio, bajo los ojos del
tercer lector” (LA GACETA
22/11/2009).
Lo mismo
sucede con la biblioteca de Roberto Rojo. La donación se realizó en el 2010.
Consta de 2275 libros y recién el año pasado fue llevada a la Facultad de Filosofía y
Letras, a un sector que fue habilitado como depósito. Antes estuvo en un sector
pago de la empresa de transportes La Sevillanita , que se encargó de trasladarla desde
la vivienda de Rojo.
Pero no
son las únicas donaciones a esa institución que esperan ser incorporadas
definitivamente al fondo bibliográfico universitario. También están las del
escritor Julio Ardiles Gray y las de las destacadas educadoras Josefa Sastre de
Cabot, María Delia Paladini y María Victoria Dappe. Y está a medias incorporada
la de la lingüista Lore Terracini, que ingresó en 1997.
Consultada
la directora de la biblioteca, Marta Rosa Quiroga, sobre las dificultades de
incorporar rápidamente estas colecciones, nos explicó que el proceso es muy
lento por varias razones: falta de espacio, personal y presupuesto, entre
otras. Afortunadamente se está realizando una importante remodelación edilicia
que contemplaría estos legados. El personal de biblioteca no es muy numeroso y
está ocupado en las tareas propias de una biblioteca universitaria muy consultada,
que posee más de 100.000 títulos. Por lo tanto, se debe asignar personal
específico para ocuparse de las donaciones. Por otra parte, las incorporaciones
deben hacerse siguiendo un proceso que contempla inventariar uno por uno los
libros y luego catalogar y clasificarlo en la base de datos que maneja la
institución. En algunos casos, llegan con un listado, pero hay que convertirlo
en el formato adecuado. “No es sacar un libro de una caja y ponerlo en un
estante nomás”, concluye Marta Quiroga.
Bibliotecas con testigos
Un
recorrido por los títulos de una biblioteca particular revela los intereses
intelectuales y la formación de su dueño. Sus libros han reflejado y
condicionado relaciones familiares, políticas y académicas y han sido
co-constitutivos de sus identidades. Ese recorrido permite acercarnos, casi
íntimamente, a aquellos que han hecho de ese espacio un refugio de sus placeres
y evasiones apelando a criterios no necesariamente académicos, también al gusto
personal y revalorizando la intimidad de la lectura.
La historiadora
Elena Perilli de Colombres Garmendia, estudiosa de los miembros de la Generación del
Centenario tucumana, sostiene que en el contenido de la biblioteca de Ernesto
Padilla, por dar un ejemplo, está expresada la visión totalizadora de un
político de la vieja escuela. “En los estantes puede seguirse el rastro de su
acción pública, conocer sus gustos, identificar a sus amigos, detectar sus
preocupaciones; en fin, seguir su pensamiento” (LA GACETA Literaria ,
12/09/04).
Toda
colección personal presenta huellas materiales (marcas que hacen los
propietarios): una anotación al margen, un subrayado, una nota pegada, una
determinada organización que le dan cierta individualidad y entidad que la
distingue de las demás. Es que se constituye, en cierta medida, en una imagen
especular, en una extensión de sus dueños. ¿Qué pasa con esas marcas
particulares cuando la biblioteca pasa a ser de dominio público? ¿Cuándo se la
uniforma siguiendo criterios bibliotecológicos? Esto es motivo de gran
preocupación a la hora de realizar la donación.
Ezequiel
Martínez, hijo de Tomás Eloy Martínez, cuenta en una nota a La Nación
(21/02/2015) que su “papá marcaba mucho los ejemplares. Los dejé con los stickers que usaba”.
Ana
Mujica, hija de Mujica Lainez, en la misma nota, advierte que el orden de los
libros también era importante “Cuando mi padre vivía, su biblioteca tampoco
estaba clasificada, pero sí estaba fantásticamente organizada. Era facilísimo
encontrar un libro. Cualquiera de nosotros sabía dónde estaban los franceses,
los ingleses, los de religión, los de Buenos Aires u otros”. Pero esa
organización particular no se mantuvo: “Un bibliotecario los movió según el
orden que técnicamente debe tener una biblioteca”, se lamentó.
El ejemplo mexicano
Walter
Benjamin (en un bello escrito titulado “Desembalo mi biblioteca. Un discurso
sobre el arte de coleccionar”) define: “Una biblioteca verdadera siempre tiene
algo de impenetrable y, a la vez, de inconfundible.” En ese sentido, México
tiene una ejemplar política de Estado para adquirir y preservar grandes
bibliotecas personales de notables hombres de letras del siglo XX mexicano. Su
objetivo es dar a conocer la génesis de construcción del pensamiento de estos
notables, a la par de propiciar el diálogo entre generaciones a través de la
lectura. Para ello restauró y acondicionó un sector de la Ciudadela , “La Ciudad de los libros y la
imagen”, sede de la
Biblioteca de México, para albergar las bibliotecas de José
Luis Martínez, Carlos Monsivais y Antonio Castro Leal, entre otros. Es muy
interesante ver que conservaron su individualidad, al construir salas
particulares (que los arquitectos diseñaron después de estudiar la personalidad
y la colección de libros) y respetaron la distribución que tenía como
biblioteca particular. Incluso en el catálogo digital se incluye un campo
denominado “Testigo” (término técnico para denominar las huellas del lector) en
el que se consigna si el texto tiene dedicatoria, anotaciones, etc.
Walter
Benjamin (en el artículo ya citado) dice que para los coleccionistas de libros
quizás “la propiedad sea la relación más profunda que puede entablarse con los
objetos: no es que los objetos despiertan a la vida en él, por el contrario, es
él mismo quien los habita.” El mejor destino para estos objetos animados es la
lectura, una luminosa posibilidad de acercarnos a sus antiguos propietarios,
para que los saberes ocultos allí resuciten, se reproduzcan y se resignifiquen.
Sólo hay que encontrarles un espacio propio, porque con ello enarbolamos, y
renovamos, nuestra fe inquebrantable en el libro.
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