¿Un
proyecto más invisible
que los propios traductores?
que los propios traductores?
¿Qué fue del
Proyecto de Ley de Protección de los Traductores? ¿Qué pasó con el Frente de
Apoyo al ídem? ¿Qué se hizo de quienes reclamaron para sí las riendas de esa
generosa y necesaria iniciativa? ¿Qué pasó con el esfuerzo de largos y duros
años de elaboración e impulso político de un marco digno para el ejercicio de
la profesión? ¿Dónde quedó todo eso? ¿Por qué no se habla abiertamente del
estado de la cuestión? ¿Quién se responsabiliza de la desinformación reinante?
¿De cuándo datan las últimas noticias? ¿Sabremos algo alguna vez?
Este blog, entre
otros muchos espacios, se hizo eco en numerosas ocasiones de lo que se perfiló
desde su inicio en 2013 como una de las iniciativas más significativas y
halagüeñas para una actividad laboral seriamente estigmatizada por la
precariedad y la incertidumbre económica como la traducción sujeta a derechos
de autor. También la prensa especializada acogió con entusiasmo la noticia. Por
fin algo parecía moverse en un sector tan vapuleado materialmente como
piropeado moralmente, sobre todo en los últimos tiempos. Por fin se hablaba de
la traducción en términos de realidad y no sólo de metáfora o metonimia. Por
fin los traductores literarios argentinos parecían despertar de su letargo y
decidirse a hacer frente juntos a sus necesidades y reclamos históricos.
Durante unos años,
con sus vaivenes, avatares políticos, alegrías y desengaños, el proyecto gozó
de una mala salud de hierro, como suele decirse: el camino estaba plagado de
espinas pero nada lo hacía desfallecer, ni siquiera la necesidad forzosa de
reinventarse, reelaborarse, reformularse, renegociarse. Los reveses fueron
duros pero la ilusión no conocía desmayo; las resistencias, tanto internas (e
inesperadas: colegas de otras ramas de la traducción no sólo no apoyaron la
iniciativa sino que la boicotearon abiertamente) como externas, fueron ásperas;
sin embargo, los apoyos tampoco decayeron y el proyecto salió fortalecido de
los reveses. O eso parecía.
Ahora el silencio lo
tiñe todo. Ahora que la precarización laboral está en su punto más álgido en
todo el país, ahora que la situación de los traductores literarios es quizás
más difícil que nunca, ahora es cuando el proyecto ha dejado de ocupar un espacio
en nuestros horizontes y se ha difuminado junto con nuestras expectativas. Si
acudimos a los órganos de difusión, a los blogs, la página web, la página de FB
del frente de apoyo, encontramos entradas antiguas, desactualizadas, marchitas.
La última alusión al proyecto en prensa data de septiembre de 2017 (en una nota
de Perfil) y tampoco ahí se acaba de entender si está vivo o ya boqueaba para
entonces. En la última Feria del Libro de Buenos Aires, CADRA celebró sus ya
tradicionales jornadas sobre propiedad intelectual: ninguna ponencia incluye a
traductores, ninguna mesa alude al proyecto.
Hace ya casi un año,
AATI, la única asociación de ámbito nacional que se percató de que la
traducción autoral también existe, modificó de manera halagüeña sus estatutos.
Lo más significativo de ese cambio fue la posibilidad de que quienes no
tuvieran un título habilitante pero sí méritos equitativos (esto es,
traducciones publicadas) pudieran asociarse como miembros plenos, cuando los
antiguos estatutos los consideraban socios de segunda clase. El cambio quizás llegó
tarde pero llegó, y los traductores profesionales nos congratulamos de ello.
Entre otras cosas, porque suponíamos que AATI recogería el testigo del grupo
redactor del proyecto y el del posterior Frente de apoyo y haría suya la lucha.
No obstante, en sus comunicaciones el proyecto de ley brilla, y de qué modo,
por su ausencia. Hay referencias a todo, desde la vetusta Ley 11.723 hasta las
Recomendaciones, Convenios y Declaraciones más novedosos menos a “eso”. ¿Acaso
siguen atenazados y atemorizados bajo los aún poderosos tentáculos
corporativistas del Colegio de Traductores Públicos o los de la aún más oronda
FAT? Hoy que la asociación ya habla de derechos autorales de los traductores,
la militancia por el proyecto parece haber pasado al pasado. ¿Es así? ¿Hay
alguien ahí que pueda esbozar una postura clara al respecto?
La traducción
literaria o sujeta a derechos de autor está, como ya se ha dicho en este blog,
de moda. Hablar de traducción luce. Investigar acerca de la traducción es cool.
Simpatizar con la penuria y la inestabilidad laboral de los traductores
profesionales es de obligado recibo. Hasta los editores se hacen eco de esta
ola de empatía y no dejan de enmarmolar en público a quienes, en privado, aprietan
hasta que la cuerda se rompe. Estamos, incluso, en los albores de un hito
inédito: la UBA ha abierto la inscripción para una maestría dedicada a esta
disciplina, una Carrera de Especialización en Traducción Literaria.
Congratulémonos, era hora que así fuera. Aunque no dejamos de preguntarnos si
los profesionales seguiremos siendo libélulas y mosquitas de la fruta en
frascos de estudio o se nos dará bola y tiraremos algún centro, e incluso
podremos subir a cabecearlo. ¿Se pondrá de una vez por todas la enseñanza de la
traducción en manos de quienes se pelan los nudillos para que esa máquina siga
echando humo y no pare o continuará todo en manos de titulados con escasísimas
horas de vuelo real? ¿Se abrirá la academia a los profesionales de tomo y lomo? ¿O Mahoma seguirá sin ir a esa montaña? Pero esto es carne
de otro asado, así que retomo y acabo.
Hay mucha gente que
ha dejado en esa militancia de la que hablábamos una dosis descomunal de
energía; hay personas con nombre y apellido que han puesto en ese proyecto tan
necesario cuerpo, cabeza y alma, y se han vaciado con honestidad en el camino. Más
de mil quinientas personas de todos los estamentos de la cultura y decenas de
instituciones de éste y otros países aportaron su adhesión explícita al proyecto. Esa gente merece una explicación, merece que
quienes asumieron la continuidad de la aventura expliquen si la enterraron ya,
si la mantienen viva en algún subsuelo, si está momificada y próxima a
exhibirse en un museo o si han desensillado hasta que aclare. Es una curiosidad
legítima y alguien debería hacerse cargo de satisfacerla sin rodeos. ¿O se
fueron todos y el último no apagó la luz? No lloremos invisibilidades si los
invisibles somos nosotros mismos.
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