viernes, 8 de junio de 2018

¿Sigue vivo el Proyecto de Ley de Traducción Autoral o ya pasó de moda defender de verdad los derechos de los traductores literarios argentinos?

Andrés Ehrenhaus vive en Barcelona desde hace más de cuarenta años. Allá desarrolló su carrera de escritor y traductor. Respecto de esta última, desde muy temprano se interesó en el trabajo de sus colegas y acaso por ello se dedicó a defender sus derechos en cuanto foro tuvo a su disposición. A fuerza de militar, llegó a vicepresidente de ACEtt –la asociación que en otras épocas defendía a los traductores españoles–, en la época en que la presidencia de esa institución estuvo a cargo del también argentino Mario Merlino. Todo este largo preámbulo es para explicar que su vida profesional transcurrió fundamentalmente en otra parte y que, por lo tanto, no necesitaba en modo alguno acogerse a ninguna institución argentina para hacer valer su labor como traductor. Sin embargo, se preocupó por los derechos de sus colegas argentinos. Y no fue porque él, personalmente, pudiera sacar provecho de las eventuales conquistas laborales de estos. Así, formó parte del reducido grupo de traductores que impulsó primero el Proyecto de Ley de Traducción Autoral para la República Argentina y que instó a sus compañeros a crear un frente común que ampliara la discusión y, finalmente, se transformara en ley. El primer Proyecto, luego de diversos avatares, perdió su status en el Congreso. El segundo nunca llegó a prosperar, diluido por intereses espurios de aquéllos a quienes no les conviene que los traductores hagan valer sus derechos y por las mezquindades ajenas. Pero también por las propias, que Ehrenhaus se negó a aceptar. Estas últimas, acaso más dolorosas que las primeras, terminaron de alejarlo. Explicó su decisión en la entrada de correspondiente al 27 de septiembre de 2017 de este blog. Lejos de hacer progresar el proyecto, el alejamiento de Andrés coincide con el ominoso silencio que hoy existe alrededor del Proyecto de la Ley de Traducción Autoral, del que, lamentablemente, ya casi nadie habla. Sobre ese silencio trata el texto que sigue.

¿Un proyecto más invisible 
que los propios traductores?

¿Qué fue del Proyecto de Ley de Protección de los Traductores? ¿Qué pasó con el Frente de Apoyo al ídem? ¿Qué se hizo de quienes reclamaron para sí las riendas de esa generosa y necesaria iniciativa? ¿Qué pasó con el esfuerzo de largos y duros años de elaboración e impulso político de un marco digno para el ejercicio de la profesión? ¿Dónde quedó todo eso? ¿Por qué no se habla abiertamente del estado de la cuestión? ¿Quién se responsabiliza de la desinformación reinante? ¿De cuándo datan las últimas noticias? ¿Sabremos algo alguna vez?

Este blog, entre otros muchos espacios, se hizo eco en numerosas ocasiones de lo que se perfiló desde su inicio en 2013 como una de las iniciativas más significativas y halagüeñas para una actividad laboral seriamente estigmatizada por la precariedad y la incertidumbre económica como la traducción sujeta a derechos de autor. También la prensa especializada acogió con entusiasmo la noticia. Por fin algo parecía moverse en un sector tan vapuleado materialmente como piropeado moralmente, sobre todo en los últimos tiempos. Por fin se hablaba de la traducción en términos de realidad y no sólo de metáfora o metonimia. Por fin los traductores literarios argentinos parecían despertar de su letargo y decidirse a hacer frente juntos a sus necesidades y reclamos históricos.

Durante unos años, con sus vaivenes, avatares políticos, alegrías y desengaños, el proyecto gozó de una mala salud de hierro, como suele decirse: el camino estaba plagado de espinas pero nada lo hacía desfallecer, ni siquiera la necesidad forzosa de reinventarse, reelaborarse, reformularse, renegociarse. Los reveses fueron duros pero la ilusión no conocía desmayo; las resistencias, tanto internas (e inesperadas: colegas de otras ramas de la traducción no sólo no apoyaron la iniciativa sino que la boicotearon abiertamente) como externas, fueron ásperas; sin embargo, los apoyos tampoco decayeron y el proyecto salió fortalecido de los reveses. O eso parecía.

Ahora el silencio lo tiñe todo. Ahora que la precarización laboral está en su punto más álgido en todo el país, ahora que la situación de los traductores literarios es quizás más difícil que nunca, ahora es cuando el proyecto ha dejado de ocupar un espacio en nuestros horizontes y se ha difuminado junto con nuestras expectativas. Si acudimos a los órganos de difusión, a los blogs, la página web, la página de FB del frente de apoyo, encontramos entradas antiguas, desactualizadas, marchitas. La última alusión al proyecto en prensa data de septiembre de 2017 (en una nota de Perfil) y tampoco ahí se acaba de entender si está vivo o ya boqueaba para entonces. En la última Feria del Libro de Buenos Aires, CADRA celebró sus ya tradicionales jornadas sobre propiedad intelectual: ninguna ponencia incluye a traductores, ninguna mesa alude al proyecto.

Hace ya casi un año, AATI, la única asociación de ámbito nacional que se percató de que la traducción autoral también existe, modificó de manera halagüeña sus estatutos. Lo más significativo de ese cambio fue la posibilidad de que quienes no tuvieran un título habilitante pero sí méritos equitativos (esto es, traducciones publicadas) pudieran asociarse como miembros plenos, cuando los antiguos estatutos los consideraban socios de segunda clase. El cambio quizás llegó tarde pero llegó, y los traductores profesionales nos congratulamos de ello. Entre otras cosas, porque suponíamos que AATI recogería el testigo del grupo redactor del proyecto y el del posterior Frente de apoyo y haría suya la lucha. No obstante, en sus comunicaciones el proyecto de ley brilla, y de qué modo, por su ausencia. Hay referencias a todo, desde la vetusta Ley 11.723 hasta las Recomendaciones, Convenios y Declaraciones más novedosos menos a “eso”. ¿Acaso siguen atenazados y atemorizados bajo los aún poderosos tentáculos corporativistas del Colegio de Traductores Públicos o los de la aún más oronda FAT? Hoy que la asociación ya habla de derechos autorales de los traductores, la militancia por el proyecto parece haber pasado al pasado. ¿Es así? ¿Hay alguien ahí que pueda esbozar una postura clara al respecto?

La traducción literaria o sujeta a derechos de autor está, como ya se ha dicho en este blog, de moda. Hablar de traducción luce. Investigar acerca de la traducción es cool. Simpatizar con la penuria y la inestabilidad laboral de los traductores profesionales es de obligado recibo. Hasta los editores se hacen eco de esta ola de empatía y no dejan de enmarmolar en público a quienes, en privado, aprietan hasta que la cuerda se rompe. Estamos, incluso, en los albores de un hito inédito: la UBA ha abierto la inscripción para una maestría dedicada a esta disciplina, una Carrera de Especialización en Traducción Literaria. Congratulémonos, era hora que así fuera. Aunque no dejamos de preguntarnos si los profesionales seguiremos siendo libélulas y mosquitas de la fruta en frascos de estudio o se nos dará bola y tiraremos algún centro, e incluso podremos subir a cabecearlo. ¿Se pondrá de una vez por todas la enseñanza de la traducción en manos de quienes se pelan los nudillos para que esa máquina siga echando humo y no pare o continuará todo en manos de titulados con escasísimas horas de vuelo real? ¿Se abrirá la academia a los profesionales de tomo y lomo? ¿O Mahoma seguirá sin ir a esa montaña? Pero esto es carne de otro asado, así que retomo y acabo.

Hay mucha gente que ha dejado en esa militancia de la que hablábamos una dosis descomunal de energía; hay personas con nombre y apellido que han puesto en ese proyecto tan necesario cuerpo, cabeza y alma, y se han vaciado con honestidad en el camino. Más de mil quinientas personas de todos los estamentos de la cultura y decenas de instituciones de éste y otros países aportaron su adhesión explícita al proyecto. Esa gente merece una explicación, merece que quienes asumieron la continuidad de la aventura expliquen si la enterraron ya, si la mantienen viva en algún subsuelo, si está momificada y próxima a exhibirse en un museo o si han desensillado hasta que aclare. Es una curiosidad legítima y alguien debería hacerse cargo de satisfacerla sin rodeos. ¿O se fueron todos y el último no apagó la luz? No lloremos invisibilidades si los invisibles somos nosotros mismos.

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