Mientras en el VI Congreso de la Lengua el escritor
colombiano William Ospina señalaba que
“"los más cordiales
enemigos de la lectura son la academia y la industria editorial" y el filólogo
argentino José Luis Moure abordaba el
tema de la autonomía de la lengua citando a Juan Bautista Alberdi –“Una
lengua es una facultad inherente a la personalidad de cada nación, y no puede
haber identidad de lenguas, porque Dios no se plagia en la creación de las
naciones” –, Guido Carelli Lynch, enviado del diario Clarín a Panamá, se ocupaba de investigar qué ocurre con el
castellano en los Estados Unidos. La bajada de su artículo del día 22 de
octubre pasado reza: “En EE. UU. hay 46,3 millones de hablantes de castellano.
¿Están elaborando una variedad propia del idioma?”
Te llamo pa’trás:
el español que están creando los “hispanounidenses”
“Lengua mojada, clandestina y
subversiva”: las palabras de Sergio Ramírez para referirse al castellano que se
habla en los Estados Unidos de la mano de los inmigrantes retumbaron fuerte en
la inauguración del VI Congreso de la
Lengua que se realiza hasta el miércoles en Panamá. La
definición del escritor nicaragüense puede ser más precisa que los números, que
cada tanto no dicen la verdad. Se repite sin pensar que en
el país del Norte viven 50,5 millones de hispanohablantes, cifra que lo
convierte en la nación con más hispanohablantes después de México, pero el dato
no es del todo cierto, porque no todos los hispanos hablan español.
Según el último
censo de los Estados Unidos, sólo 36,9 millones de los hispanos hablan el
idioma de Cervantes, pero no tiene en cuenta a los 9,4 millones de
inmigrantes ilegales latinoamericanos que estira la cifra hasta 46,3, lo que
coloca a ese país en el tercer lugar, detrás de España. “Dada la baja tasa de
natalidad en España será segundo, pero nunca superará a México”, pronostica Kim
Potowski, profesora de Lingüística Hispánica de la Universidad de
Illinois, Chicago.
Para esta
especialista en la relación entre lengua e identidad, la imposibilidad de
“alcanzar” a México radica en el “desplazamiento del español hacia el inglés”:
muchos inmigrantes latinoamericanos dejan de hablar español para ser aceptados
socialmente, para no ser diferentes, para pertenecer. “El español se mantiene
como lengua muy viva por el flujo migratorio, pero el inglés de los hijos de
los inmigrantes, que muchas veces nacen en Estados Unidos, supera a su español
en tercer grado. Y los nietos de los que inmigraron muy pocas veces mantienen
niveles productivos en español, aunque entienden”, señala Potowski. La falta de
práctica y una fuerte presión hegemónica tienen la culpa. “La meta principal es
que aprendan inglés”, agrega.
¿Pero qué clase
de español hablan los hispanoudinenses? Potowski rechaza la
idea del spanglish, porque es una forma de decirles a esas millones de
personas que lo que hablan no es español, de frustrarlos y estigmatizarlos. “Si
los puristas insisten demasiado acabarán perdiendo, porque un chico cuando se
siente regañado deja de hablar el idioma”, explica.
El castellano, en
contacto cotidiano con un vecino poderoso, cambia. Incorpora palabras del
inglés como “voy a tomar un break ”. O, a veces, una palabra toma nuevos
significados como “he realizado”, usada para indicar que se ha comprendido, que
viene del verbo to
realize . Por último, a veces se
traduce literalmente expresiones del inglés como “te llamo para atrás” ( I call you back ) o “correr para presidente” ( run for
president ).
En esas formas
híbridas no todos ven vitalidad. “Hay que estar muy alerta para no dejarse
llevar por las sirénidas voces anglicadas, por no caer en burdas traducciones”,
advierte Gerardo Piña-Rosales, andaluz y director de la Academia Norteamericana
de la Lengua ,
la más joven de las 22 academias que participan del Congreso.
Todos los
expertos coinciden en un punto: Estados Unidos es el verdadero laboratorio del
español en el mundo. No por el contacto con el inglés, sino por las relaciones entre los expatriados de todos los países latinoamericanos. A
pesar de que el 65 por ciento viene de México, no existe una norma de la
lengua. “En Nueva York, los caribeños –que usan un 75 por ciento de las veces
el pronombre antes del verbo (“yo como” en vez de simplemente “como”)– están
bajando su uso, mientras los mexicanos (que los usan sólo un 30 por ciento), lo
están aumentando.
Se van igualando, explica Francisco
Moreno-Fernández, director del flamante Observatorio de la lengua en los
Estados Unidos que el Instituto Cervantes acaba de inaugurar en Harvard. Para
Potowski, es como un experimento de química: los dialectos se pueden
desarrollar y afectar mutuamente. Los salvadoreños, que debilitan la ese al
final y vosean, rodeados de mexicanos, abandonan sus modismos.
Mientras
Moreno-Fernández cree que el español que se habla en Estados Unidos puede
convertirse en una variedad dialectal más, la experta es tajante: “No hay un
español estadounidense y nunca lo habrá”.
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