Marcelo Montesinos |
Éste, en julio de 2013, publicó la siguiente columna
en la Edición N º
12 de El desconcierto.cl:
“Desde el año 2011 a la fecha, nuestra
sociedad está viviendo momentos decisivos. La irrupción del movimiento social,
expresado con mayor fuerza por los estudiantes, ha golpeado el tablero de
nuestra clase política. Todo indica que vienen cambios profundos a partir de
esa activación social.
El
2011 debe constituirse en un hito que indique la fecha de inicio que marque el
final de la transición chilena. Si esta fuerza social logra cambiar la Constitución Política
de 1980, podremos decir que finalmente nos estaremos deshaciendo de aquella
legalidad política de amarre creada por la dictadura de Pinochet.
Considerando
lo anterior como un precedente y un contexto necesario para analizar todo
aquello que es expresión de las diversas formas de desarrollo de cualquier
sociedad, es que se va haciendo urgente expresar nuestros puntos de vista. Esto
en calidad de editores independientes. Unos más, otros menos, hemos ido
configurando una nueva realidad y acumulando experiencias que nos ubican como
actores importantes de un segmento cultural y, por qué no decirlo, también
económico.
Hoy
es posible hablar de una realidad editorial muy diferente a la de hace 15 años
atrás. El medio ha constatado la llegada y construcción de un mundo editorial
diverso al representado por las transnacionales. El llamado mundo de la edición
independiente se las ha ingeniado para dar realidad a nuevas voces. Gran parte
de la poesía y de la narrativa actual fluyen a través de la sangre de
editoriales independientes. No es menor que la mayoría de los escritores
contemporáneos estén formando parte de estos catálogos. Se está en presencia de
una práctica diferente en relación al mundo del libro transnacional.
Permanecer
en este costado, en el espacio construido por estas editoriales, reconocer
pares en otras ciudades y latitudes, significa que en Chile ya se ha conformado
una nueva escena del mundo editorial. Nueva escena que ha venido a revitalizar
el medio; con sus catálogos, sus encuentros y mesas redondas y ferias del libro
independiente, a la par de preocuparse por dar forma a una distribución en las
redes de librerías. En fin, todo lo que colabora en la disputa por el espacio
de la cultura y la industria del libro al poder hegemónico de esta economía.
“Disputar”, pienso, es el verbo que debe conjugar un editor independiente.
Unos
de los problemas en Chile tiene que ver con la escasez de librerías. Éstas
figuran en cadenas de malls y puntos específicos de la capital. Obvio, un
negocio obedece a datos puntuales y estadísticos, pero si sólo eso es lo que
cuenta, no es sorpresa que este negocio, las más de las veces, termine
convertido en un témpano. En una ocasión me tocó escuchar al editor de una
transnacional decir que el mercado chileno del libro representa el lugar en
donde termina la cadena del libro. Es decir, en esta perspectiva Chile no
constituye un mercado atractivo, no posee autores importantes, tampoco libreros
y menos editores. Nunca he olvidado esta aseveración, porque mi oficio es el de
editor y porque, fundamentalmente, cualquier ser humano bien puesto debe
rebelarse ante una afirmación tan destructiva. ‘Rebelarse’, pienso, es otro
verbo que debe conjugar un editor independiente.
En
este cuadro, vale la pena hacer valer la idea de cierta protección a este
segmento de la industria nacional. Protección, no subvención por parte del
Estado, pues se debe entender que la industria del libro tiene poco que ver con
la venta de zapatos. En este contexto estamos hablando también de un bien
cultural. Transmisor, si queremos, de cierta identidad que nos constituye como
pueblo.
Puntos
de venta del Estado, sustentados en la compra a editoriales independientes y
que acrediten su aporte a la producción cultural nacional a un precio
preferente, para que los catálogos estén integrados en nuevas librerías
periféricas. Con ello se amplía una red de venta hacia sectores que no
acostumbran a circular por los reconocidos como obvios. Que el Estado gestione
librerías en espacios públicos, en donde cualquier lector de escasos recursos
pueda tener a su alcance un libro de literatura chilena. Al mundo de la edición
independiente, en estas circunstancias, no le molestaría hacer un trato con el
Estado. Por ejemplo, a través de la venta por el plazo de un año de ejemplares
del catálogo, y que si al finalizar ese tiempo aún hay títulos que no han
tenido movimiento, tener la capacidad por nuestra parte de devolver ese pago
anticipado que ha permitido mantener en funcionamiento la cadena de producción.
En este caso, el Estado no subvenciona.
Esto
que se plantea tiene un trasfondo no menor, y dice relación con ir avanzando en
la generación de un Registro Nacional de Editoriales, al cual debieran poder
optar aquellas que posean un catálogo mayoritariamente constituido por autores
chilenos y cuyas casas matrices se encuentren en el país, para evitar que el
Estado siga subsidiando, a través de sus distintos fondos concursables y
programas de apoyo, a las filiales de las trasnacionales de la edición
instaladas en el país.
Pensamos
que a esta altura insistir en que el eje de la discusión del valor del libro y
su poca venta apunta sólo a restringir el 19% del IVA es desviar el foco de
atención, pues se sabe que el alto valor de las ediciones, entre otros motivos,
también tiene que ver con el tiraje. Va siendo hora de olvidarse de las grandes
tiradas tipo Quimantú (1970-1973), por ejemplo.
En
esta perspectiva, otro elemento que parece necesario es que el valor de las
ediciones figure en la portada, para evitar depender de lo que cada dueño de
librería y su criterio definan como precio de venta final, el que es
independiente, muchas veces, del Precio de Venta a Público (PVP) que el editor
fija.
Es
éste un momento muy importante en muchos aspectos para el país. En el mundo de
la edición independiente se están produciendo movimientos que indican un mejor
presente y futuro. El momento actual exige proponer modos de actuar menos
simbólicos. No necesitamos de editores que no editen, menos que terminen
convertidos en meros operadores del mundo del libro. El tiempo presente y el
que viene necesita de actores comprometidos con su oficio; no habrá espacio
para especulaciones”.
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