Durante
muchos años, buena parte de la intelectualidad progresista de Latinoamérica, sirviéndose de una doble moral, evitó criticar las políticas culturales de Cuba y de su gobierno, tal como hoy sucede con la Venezuela de Maduro. Sin embargo,
desde casi el principio de la revolución cubana, hubo voces disonantes a las
que, de inmediato, se identificó con el fascismo, por el simple hecho de
disentir o de manifestar diferencias con la política oficial. Los tiempos
cambiaron, aunque no todo el mundo se enteró. Por eso resulta interesante leer
el artículo publicado el pasado 14 de julio, en el diario La Nación, de Buenos Aires, por Natalia Blanc, a propósito de la actividad editorial independiente
en Cuba.
Editoriales independientes
en Cuba:
el desafío de publicar por
fuera del sistema
Las editoriales independientes suelen
configurar un mapa amplio de producciones literarias de calidad, apuestas
riesgosas y rescates de tesoros que no entran en los planes de los grandes
grupos del sector. Sus publicaciones, en general, no responden a las tendencias
del mercado ni a las modas temáticas fugaces. Tienen un público propio, acotado
y fiel, y sus respectivos catálogos son una demostración de la bibliodiversidad que impera
en cada país.
¿Pero qué pasa en naciones como Cuba donde están
prohibidas las ediciones por fuera del sistema que controla el Estado?
¿Cómo hacen los autores y editores independientes para publicar y difundir sus
obras? ¿Cómo sortean la ilegalidad los que se mueven en el circuito literario
off cubano? Tres editores de la isla donde nacieron José Martí, Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante contaron
a La
Nación los obstáculos y los riesgos de ir contra la corriente y
publicar libros políticamente incorrectos que resultan incómodos para la
cultura oficial.
“Desgraciadamente la ilegalidad a la que
somos sometidos por las leyes restrictivas cubanas que limitan la creación de
editoriales independientes nos impide llegar a muchas personas y a públicos muy
ávidos de nuestra literatura”, asegura Yoe Suárez, periodista, escritor y
editor de Boca de Lobo, uno de los sellos nacidos en La Habana en 2018,
especializado en títulos de no ficción. En sus dos primeros años, ha publicado
seis libros. El catálogo incluye a autores consagrados como el poeta y
ensayista Antonio José Ponte y
otros más jóvenes como la periodista Yaiset Rodríguez Fernández. “No tenemos
posibilidad de inscribirnos legalmente y esto genera condiciones de
vulnerabilidad extrema”, agrega Suárez que sufrió persecuciones y censura
por su trabajo como periodista y tiene prohibida la
salida de Cuba desde febrero pasado. “Estoy 'regulado', por orden del gobierno.
Eso limita mi libertad de movimiento”.
“No solo las
editoriales independientes son (y han sido desde el triunfo de la Revolución)
ilegales en Cuba. Hay que precisar que el gobierno cubano siempre ha buscado
las formas de restringir la actividad intelectual y cultural independiente. Por
sólo poner ejemplos recientes, desde el 2018 el Estado emitió una serie de
decretos para regular aún más la actividad cultural independiente y tener un
control legal. Es decir, que lejos de declararla legal, el Estado crea leyes
antidemocráticas para restringir la actividad cultural que surge bajo una ardua
y constante batalla. Es el caso del Decreto 349 para los artistas visuales, del
Decreto 370 para el periodismo independiente, especialmente para el control de
Internet, y del Decreto 373 para el cine independiente”, aporta el artista
visual Lester Alvarez, creador y director del proyecto editorial La Maleza. “Es
muy complejo explicar cuánto afectan estas leyes a la cultura. Uno de los
signos más visibles es el éxodo y la frustración que causan en las creadoras y
creadores más jóvenes”.
Alvarez, que vive y estudia en España hace
diez meses, creó a finales de 2015 una instalación con libros que no pueden
circular en Cuba. La obra, titulada La Maleza, dio lugar en 2018 a una
editorial sin fines de lucro, que lleva adelante junto al diseñador gráfico
alemán Julian Goll. “Concebimos La Maleza como un proyecto para visibilizar
zonas marginadas de la cultura cubana. Nos sentimos totalmente excluidos. Hablo
en mi nombre y en el de varios de los colaboradores habituales de La Maleza”,
asegura el artista, quien detalla los motivos por los que muchos autores
jóvenes prefieren buscar caminos alternativos para publicar sus obras: “En
primer lugar, las editoriales estatales cubanas son burocráticas y están
carentes de vitalidad. Para publicar, lo primero que hay que hacer es ganar un
certamen literario. Luego, caer en las garras de los editores censores y
finalmente esperar los años que sean necesarios para que el libro salga de
imprenta. Todo eso sin contar que hay autores (vivos o muertos) que por su obra
nunca serían publicados por las editoriales oficiales. Insisto en que no es un
problema únicamente político, aunque sea esta la razón original para tanto
control”.
Imprimir en Cuba es muy
complicado porque hay pocas opciones. “Nosotros tuvimos muy mala experiencia
con nuestro primer libro (la novela Trenes van y trenes vienen, de
Roman Gutiérrez) y terminamos imprimiendo algunos ejemplares en España. En un
principio establecimos una impresión de 100 copias de cada libro con entrega
gratuita. Pero eso es algo que ahora nos estamos replanteando, sobre todo por
la posibilidad de que los libros puedan llegar a cualquier parte del mundo y
cubrir los gastos de producción. Por el momento, la forma de financiación ha
sido a través de residencias artísticas”, explica Alvarez. En agosto de 2019,
La Maleza fue premiada con una residencia del Instituto Internacional de
Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), que dirige la artista cubana Tania Bruguera, blanco constante del gobierno por
sus actos a favor de la libertad de expresión.
Parte de los libros del circuito
alternativo han sido donados a bibliotecas independientes (no estatales) como
un camino para abrir la distribución y el boca a boca. El caso de El soplo del demonio, una investigación periodística
sobre la violencia y el pandillerismo en La Habana escrita por Suárez, que fue
el primer libro publicado por Boca de Lobo, fue curioso: se presentó el 23 de
julio de 2019 en el centro penitenciario 1580, a partir de la gestión de la
Capellanía de Prisiones de la Liga Evangélica de Cuba. La editorial donó 500
ejemplares que se repartieron en cinco cárceles de la isla. En estos meses de pandemia, la editorial creó la
iniciativa Lectura de Cuarentena: ya distribuyeron de manera gratuita decenas
de ejemplares a lectores habaneros. “El soplo del demonio me
permitió acceder a un mundo hasta entonces desconocido y lo que vi me conmovió.
Por eso doné los derechos de autor para la capellanía evangélica”, cuenta
Suárez.
Otra editorial independiente que navega
contra la corriente en Cuba es Oncritika, lanzada por los jóvenes escritores
Ariel Maceo Tellez y Abu Duyanah Tamayo con el fin de editar libros de
literatura cubana, hechos a mano, con recursos mínimos. Oncritika se propone
publicar y promocionar escritores que estén fuera del sistema, “escritores
malditos”, como los definen. Les interesa la “buena literatura, que no será la
que están acostumbrados a leer, sino otro tipo de literatura, la prohibida. La
que leen a escondidas tus vecinos”.
Para Maceo Tellez, llevar adelante esta
iniciativa es un desafío muy complejo. “Nos valemos de recursos limitados y de
la buena fortuna del arte libre, en el que cualquiera nos puede ayudar.
Tratamos de buscar las mejores opciones de impresión, los lugares que nos
ofrezcan los mejores precios. Además de eso también tenemos la posibilidad de
crear los libros manualmente. La idea es venderlos y comercializarlos de mano
en mano, que puedan llegar a la gente de cualquier manera posible. Aunque ya
comenzamos a colgar alguno en la plataforma de Amazon. Y sí, alguno de estos
libros se leen a escondidas”, dice el poeta, narrador y fotógrafo, autor de los
libros Último cumpleaños (Bruma Ediciones, Argentina,
2015), ¿Sabes quiénes son los monstruos? (Guantanamera,
España, 2017) y Esperando la carroza, que saldrá este mes por
OnCritika. “Llegué al punto en el que he decidido no participar de ningún
concurso literario ni de intentar publicar con alguna editorial del país a las
que no le gusta tocar temas controversiales de la sociedad cubana. Es una
decisión tomada”, declara el editor que prepara en la actualidad un libro de
una periodista cubana con artículos y crónicas. “Cuando salga, no será bien
visto por parte del gobierno. Todo por el simple hecho de ser un material
discursivo que se aleja de los cánones establecidos por la revolución cubana”.
Maceo, que nació en La Habana en 1986,
comparte una sensación frecuente: “A veces me levanto en la mañana
preguntándome si estoy haciendo algo malo, pero sé que no es así. Sólo somos
jóvenes artistas haciendo lo que nos gusta. Me gustaría pensar que, más que un
grupo de resistencia, somos artistas que abogamos por la libertad de expresión
y por los derechos culturales y elementales de todos los cubanos”.
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