viernes, 23 de mayo de 2014

Una melancólica columna surgida de la gran crisis española que advierte sobre lo que va a pasar

El 20 de mayo pasado el escritor y traductor español Ramón Buenaventura –quien, entre otros ha traducido a Arthur Rimbaud, Prosper Mérimée, Alain-Fournier, Sylvia Plath, Anthony Burgess, Kurt Vonnegut, Philip Roth, Jonathan Franzen, Don DeLillo, Francis Scott-Fitzgerald–  escribía en El Trujamán la siguiente columna, donde imaginaba que, crisis mediante, en pocos años España iba a asimilarse al modelo cultural estadounidense “con todo lo que ello implica de control de la creatividad por el Dinero”. Una de las consecuencias previstas es, claro, la disminución de traducciones.

La GC se niega a traducir

Esta Gran Crisis (GC en adelante, para recortar gastos) se distingue de las restantes crisis que uno recuerda por una peculiaridad: no tiene expertos verdaderos, ni especialistas más que en provocarla, ni la explica nadie de modo que los demás entendamos. Mi cabeza le va moldeando explicaciones y diagnósticos —casi todos malignos—, porque las cabezas están para eso, para cavilar, pero lleva años, ya, haciéndolo sin esperanza de acertar en nada, por ocupar un poco las neuronas, por nutrir la indignación imprescindible ante una estafa.

Una parte de la GC, sin embargo, está clarísima y no requiere explicaciones causales, porque se ve y se toca: la cultura y la educación están sufriendo el expolio más riguroso de los tiempos modernos. Si los designios de los ricoshombres siguen cumpliéndose, dentro de unos años habremos abandonado nuestra historia de cultura y educación sostenidas con los impuestos de los ciudadanos para ingresar en la cultura rentable o sostenida por mecenas. Dicho en otras palabras: habremos pasado al modelo americano, con todo lo que ello implica de control de la creatividad por el Dinero. (El control de la creatividad por el Dogma político tampoco es bueno, pero tiene al menos la ventaja de que puede cambiar de intención, cuando el poder cambia de manos).

Ustedes saben que en Estados Unidos apenas se traduce de ningún idioma al inglés: no les trae cuenta, levanta suspicacias en los controladores culturales, que no tienen el menor interés en contaminar con ideas ―casi siempre peligrosas, por no decir rojas― su impoluto mundo mercantil. De vez en cuando, claro, surgen excepciones: del español están traducidos muchos del equipo boom y algunos más modernos (recordemos el sorprendente caso de Roberto Bolaño). Tienen, incluso, una buena página web de literatura internacional —Three Percent— en que se presta especial atención a las traducciones que van surgiendo. Pero el gran público lector americano (incluido don Haroldo Bloom: es broma) desconoce casi totalmente la literatura universal no escrita en inglés y, por falta de información y promoción, tampoco la echa de menos. Como, en realidad, apenas hay ningún otro sector editorial en que podamos desde otros países aportarles nada a los cives americanorum, la traducción languidece. Podríamos afirmar que la cultura está en inglés, y aquí paz y en el cielo gloria.

Pero la cultura vigente no está en castellano, ni en ningún otro idioma europeo (a no ser que pretendamos ensanchar la noción de Europa hasta incluir en ella al Reino Unido), y aquí tenemos que traducir si queremos enterarnos de algo. Ya antes de la GC estábamos acumulando un espectacular retraso en todas las asignaturas del conocimiento (hasta el punto de que hoy no se pueda en España ser biólogo, sociólogo, químico, físico, etc. sin leer bien el inglés), pero ahora podemos conseguir la parálisis también en el campo literario. Las perspectivas son escalofriantes, porque a los gastos que normalmente acarrea la publicación de un libro hay que añadir, para los escritos en lenguas extranjeras, el estipendio del traductor. Teniendo en cuenta que las ventas de literatura han caído a plomo, que una novela de autor no bestselero vende lo que antes vendía un poemario de poeta exquisito, ya me dirán cómo va una editorial a pagar (pongamos una tarifa discreta) 10 €/página por un libro de 300, es decir 3000 €, bastante más de lo que cobraría en concepto de adelanto un escritor literario español por una obra nueva. Crecerán los recortes.

Los franceses, al menos, pueden presumir de que todo está traducido a su lengua: la ciencia y la literatura. Nosotros, en este milenio, tendríamos que haber emprendido una tremenda labor de recuperación de nuestro retraso secular, y quizá lo hubiéramos hecho si la burbujosa situación económica hubiera seguido como estaba (imposible, ya lo sé). Ahora, la GC se lleva por delante cualquier esperanza de puesta al día.

Lo peor, como sugería al principio, es que nadie nos lo explica, o sólo nos lo intentan explicar los culpables inconfesos.


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