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viernes, 11 de agosto de 2017

"Ellos me ignoran y yo me divierto ignorándolos"

Zabaloy y su traducción, con la estatua de Joyce en St. Stephen's Green


Por alguna razón, que ya linda con la coquetería,  Marcelo Zabaloy, el traductor argentino de Ulises y de la versión completa de Finnegans Wake se la pasa diciendo que es un outsider y que los traductores profesionales lo ignoran, razón que, a su vez, lo lleva a ignorarlos. Lo cierto es que, desde 2015 a la  fecha, aparece directa o indirectamente en 16 entradas distintas de este blog –muchísimo más que ningún otro traductor, fue invitado a presentar su versión del Ulises en la Biblioteca Nacional, en el marco de la celebración que hizo el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires por los 70 años de la aparición de la primera edición en castellano –la de Salas Subirat– y fue presentado a Laszlo Erdelyi, director del suplemento de cultura del diario El País, de Montevideo, quien le dedicó nada menos que un número entero, tapa incluida y caricatura de Ombú, el mejor dibujante y caricaturista del Uruguay. Convengamos que o ésta es una manera muy extraña de ser "ignorado" o Zabaloy espera algo más que no queda del todo claro, sobre todo, porque, contrariamente a lo que él supone, ya recibió una enorme atención y su labor, una gran cobertura así como múltiples elogios (más algunas críticas, como no podía ser de otra manera). Así planteadas las cosas, volvemos a publicar una nueva entrevista –otra más con el traductor de Bahía Blanca, está vez a cargo de Julián Doyle. Salió publicada en el último número de The Southern Cross, el periódico de la comunidad irlandesa argentina, y se reproduce acá por gentileza del autor y de Guillermo MacLoughlin, director del periódico.

“Los presos dicen que leen la Biblia para ser mejores. Deberían leer Ulises

Espíritu amateur. Provocador sin provocar. Toda una vida reparando computadoras y haciendo los tendidos de cables de redes de datos. Toda una vida leyendo como hobby. Bahía Blanca. “No tengo pose de escritor ni de traductor. Si a mí me gusta una palabra, la pongo”. Una traducción del Finnegans Wake, un libro aún más desafiante que el Ulises, con diez revisiones antes de entregar el texto definitivo. “Te podrás imaginar cómo me ha quedado el cerebro. No hay argumento, no hay una historia que puedas relatar, es una misma historia contada una infinita cantidad de veces. Y en una línea, donde hay diez palabras, cuatro de ellas no existen. No están en los diccionarios. Estás obligado a crear neologismos”.

El autor de la traducción al castellano rioplatense de dos de las obras fundamentales de James Joyce, tiene seis hijos, anda por los 60 años, una vida made in Bahía Blanca, ex jugador de rugby, y se autodefine como un buscavidas.

A 72 años de la primera traducción al español del Ulises, realizada por el argentino J. Salas Subirat, que también era alguien excéntrico del mundo literario: su mundo era el de la venta de seguros. Gracias al reciente libro de Lucas Petersen sobre la vida de Salas Subirat se supo mucho más sobre una figura ignota e ignorada por el ambiente de los libros. Algo similar le ocurre a Zabaloy, aunque con algunas diferencias de escala. “En el año 1961 yo tenía cinco años. No era habitual que los chicos estudiaran inglés, pero a mi no me costaba, me gustó, se me hizo como un caramelo”.

Recuerda el momento en que, una vez terminada la traducción, su señora le preguntó por qué no buscaba editor. “Yo no sabía, porque por ahí algo te da mucho placer hacerlo y para otro es una porquería. Además estaba muy deprimido. Entonces un domingo a la mañana empecé a escribir por email a las editoriales que encontré en una lista. Adjuntaba el capítulo 15, Circe, el que transcurre en el burdel a medianoche, para mostrar que la cosa iba en serio. Escribí a todas las editoriales en Argentina, México, España. Pero nada. Ni una respuesta. La Asociación James Joyce de Bahía Blanca no pareció interesarse en absoluto; la editorial Ediuns, de la Universidad Nacional del Sur, dijo que no tenía gente para evaluarlo y que si quería podía editarla a mi exclusivo cargo, sin revisar el texto; los diarios y revistas literarias argentinas tampoco se interesaron.

Pero en febrero de 2010, seis meses después, recibió una llamada en Bahía Blanca. “¿El señor Zabaloy? Buenos días, le habla Edgardo Russo”. Trabajaron juntos hasta el 2012, capítulo tras capítulo. “Mientras tanto, como yo necesitaba mi droga, me puse a traducir el Finnegans Wake. En el 2012 tenía el 70% hecho”.

El irlandés Declan Kiberd, autor de la introducción al Ulises más vendida del mundo anglosajón (el de Penguin Classics) contó que Joyce amaría esto, “porque él escribió el Ulises pensando en gente como Zabaloy. Lo hizo para porteros, para guardas de tren, personas con oficios comunes o trabajos mecánicos. Él con el Ulises estaba celebrando a la gente común, a la mujer común. Es realmente un privilegio que el Ulises esté siendo traducido por gente que no proviene del mundo literario. Casi todo el libro se nutre del discurso y el habla común de la gente de la calle”. 

Si Dublín desapareciera de la faz de la tierra, podría reconstruirse entera a partir de las páginas de mi novela, se jactó James Joyce. Hay solo cuatro traducciones del Ulises al español: dos argentinas y dos españolas. La primera de Salas Subirat, la segunda del español José María Valverde (1976), la tercera de los españoles García Tortosa y Venegas (1999), y la última de Zabaloy (2015).  “La primera lectura del Ulises me llevó seis meses, o algo así, porque leía despacio, en la cama con el diccionario en la panza, y eso requiere paciencia. Desde el primer párrafo me sentí perplejo y cautivado. El famoso monólogo de Molly Bloom me llevó un mes o un poco más”.

Para el Ulises, Zabaloy se rodeó de un equipo de expertos, comenzando por su editor, el ya fallecido Edgardo Russo, a los que se sumarían los especialistas Teresa Arijón, Anne Gatschet y Eugenio Conchez, en la traducción y revisión del texto y la redacción de las sumamente pertinentes notas explicativas; se agrega, al final, una tabla comparativa entre las ediciones inglesas, y una francesa, consultadas, pensada sobre todo para los especialistas, y una lista de personajes, útil, ésta sí, para el lector perdido en la selva joyceana. Desde todo punto de vista, una edición cuidada y confiable.

En cuanto a Finnegans Wake Joyce lo publicó en 1939, diecisiete años después de la primera edición del Ulises y dos años antes de su muerte en 1941. La novela, una gigantesca epifanía, arranca con la historia de Finnegan, un albañil que se cae de un andamio y resucita (o se despierta) gracias a unas gotas de whiskey para reencarnarse en el personaje central de la obra: H.C. Earwicker. “En distintos momentos incorpora oraciones e incluso párrafos enteros en 70 idiomas”. Aunque hay traducciones parciales, como la de Víctor Pozanco, de 1993, o la de Francisco García Tortosa, de 1992, esta es la primera traducción al español íntegra del libro.

A 650 kilómetros de Buenos Aires, Zabaloy responde los mails de TSC:

–¿Cómo es la vida en Bahía Blanca, cómo es tu vida en Bahía Blanca, la ciudad cambió mucho en estos años?
–Nací y viví acá toda la vida. Trabajo con uno de  mis hijos en su agencia de viajes un poco en casa y un poco en  la oficina. Los martes voy a la Unión de Rugby y el jueves cocino en el club para la subcomisión.  Los sábados voy a ver a la Primera y a veces  los infantiles o los juveniles. En los ratos libres traduzco algo que me guste, sin encargos por lo general. No quiero trabajar de  traductor. Soy un aficionado. Los traductores son maltratados por las editoriales y yo no tengo ningún interés en dejarme maltratar. Traduje este año El atentado de Sarajevo (Georges Perec) para El Cuenco de Plata pero solo porque adoro a Perec.

–¿Cambió mucho tu estilo de vida después del Ulises, fue un antes y un después para vos?
–Después de leer y traducir el Ulises cambian muchas cosas en el interior de una persona pero no me cambió el estilo de vida.  Tuve la necesidad de seguir con algo que le diera sentido al tiempo libre. Y empecé a leer y traducir Finnegans Wake.
–¿Cómo te sentís cuando leés en las entrevistas que te hicieron cosas como: “No es escritor ni traductor profesional. Ni siquiera es profesor de literatura.”?
–Tienen razón. La figura del outsider no me molesta. Y es genuina. Toco de oído y ni siquiera soy un profesor de literatura. Leo desde que tengo memoria. Escribo y no publico porque el pudor me frena. Traduzco porque me apasiona hacerlo.

–Me pasa seguido encontrar traducciones al español  de libros que me interesan y no poder leerlos por tanto español madrileño presente en el texto. Se complica aún más cuando se trata de ficción.
–Lo que me interesa por lo general lo leo en inglés o en francés. Gracias a Dios, Vladimir Nabokov se auto-tradujo (su hijo y él). Cada lechón en  su teta. Los españoles se mofan de  los argentinos y viceversa. No me da la talla para criticar a nadie.

–¿Cómo fue tu infancia, tu familia viene de la inmigración o no hay conexión con ese tipo de historias de puerto y campo?
–Mi infancia son recuerdos de un patio en calle Alsina y un huerto claro donde madura un limonero. Mis abuelos maternos eran hijos de vascos y franceses escapados del hambre. Nada original. Mis abuelos paternos, uno nieto de alguien impreciso de Aquitania o el país vasco francés y otra nieta de suecos. Es decir, producto netamente argentino. Pero sí, claro, todos inmigrantes. Mi vieja nació en Coronel Pringles y vivió en el campo hasta que se casó. Hice la primaria y la secundaria en escuelas públicas y después estudié dos años de abogacía en la UCA. En 1976 murió mi viejo y volví a casa. Después me casé.

–Dijiste en varias notas que en Ulises está prácticamente todo, que es un libro que te hace mejor persona sin ser de autoayuda.
–Es cierto que está todo. Los presos dicen que leen la Biblia para ser mejores. Deberían leer Ulises. El tiempo no se siente. Es posible que se acelere y acorte penas. De  todo tipo. En todos los sentidos de la palabra pena. Y en todos los sentidos de la palabra tipo.

La cuestión dela infidelidad está muy presente en Ulises y más que nunca en la sociedad actual con sus redes sociales, etc. ¿Cuál es tu visión de este punto en la historia de Joyce y también en paralelo con nuestra sociedad?
–La carta que Bloom recibe en su casilla de correo de parte de una tal Martha Crawford está dirigida a Henry Flower, su apodo. La trampa matrimonial se ajusta a los tiempos que corren. De las palomas mensajeras a la carta con lápiz labial en beso al incitante mensaje de Whatsapp, la esencia no ha cambiado. Hay una urgencia que apaciguar y por el medio más discreto. La tecnología que se inventó para la guerra termina usándose para  los amores clandestinos. A Bloom, víctima y victimario, no le pareció  tan terrible. A Molly, menos. A Joyce, menos que menos. No voy a llevarles la contra.

–¿Para quien nunca leyó nada de Joyce, le conviene arrancar por Ulises o por algo menos extenso?
–Describo mi experiencia. Primero leí un cuento de Dublineses, “Counterparts”, que me encantó. Muchos años después leí todo Dubliners, una maravilla. Después vino  el retrato del artista adolescente. Y mucho después Ulises.

–¿Encontraste un método para trabajar? En una nota decías que le dedicabas diez horas por día de lunes a lunes!
–Es cierto. Encontrar el método quiere decir encontrarle el gusto a la cosa.  Ver que es posible. Que hay un modo de  escribir una frase complicada en otro idioma  y escribirla en castellano sin quitarle la complicación original. Y que quede linda. Que sea agradable de oír. Y entonces cuando leía en voz alta lo escrito y me gustaba había encontrado el método.

Y también es cierto que le dediqué a las correcciones de Ulises entre diez y doce horas diarias durante un año. Leíamos por Skype con Edgardo Russo y  nos reíamos como locos. Fue un placer exquisito y lamento muchísimo que se hayan terminado dos cosas: la vida de Edgardo y la traducción del Ulises.

Es difícil de creer que algún tipo haga esto por nada. Pero no era por nada. Era para que el Ulises se publicara y para ese entonces ya tenía un contrato con El Cuenco. No podría haberse hecho de otra forma. Por otra parte en 2012 ya había decidido retirarme del trabajo de cableados. Había sufrido dos infartos y mi hijo me propuso que lo ayudara con su agencia. Tenía tiempo y la subsistencia asegurada.

A Finnegans Wake le dediqué mucho más tiempo. De los siete años que me llevó traducirlo, cuatro fueron a tiempo completo. Salvo los días que estuve de viaje, el resto los pasé traduciendo, de la mañana a la noche incluso sábados y domingos. La ayuda de  Eugenio Conchez en Ulises y sobre todo en Finnegans Wake trasciende lo humano. Eugenio es una maravilla de persona. Un fulano irrepetible. No hay quien le llegue a los talones en el arte de revisar. Es implacable.

–“Juro por lo más sagrado que jamás espié ninguna de las traducciones al castellano”. No me queda claro si aún hoy no has leído ninguna edición al castellano de Ulises o quisiste decir que en el momento de traducirlo no las tuviste en cuenta?
–No leí ninguna traducción al castellano del Ulises, ni antes, ni durante, ni después de traducirlo. Sí leí y  tuve siempre delante la traducción al francés de Auguste Morel y Valéry Larbaud.

–Salas subirat:“Una obra difícil de entender en inglés tenía forzosamente que desanimar a los traductores. Pero traducir es el modo más atento de leer, y el deseo de leer atentamente es responsable de la presente versión”.
–Nada más cierto. Sin saber nada de Salas Subirat y sin tener la más mínima  intención de traducir el Ulises y que alguien lo publicara hice lo que él hizo. Empecé  traducir para entenderlo mejor.

–¿Cuál fue el principal obstáculo que te encontraste a la hora de traducir Ulises?
–Las primeras hojas de Oxen of  the Sun, una génesis de la literatura inglesa.

–El traductor Matias Battiston decía que tuvo que viajar a Dublin para poder terminar su libro sobre James Stephens, caminar por las calles que nombraba el libro, por los lugares, etc. Como una forma de pesquisar detalles circunstanciales y biográficos que quería incluir.
–Había terminado la primera lectura de Ulises cuando fui a Irlanda por primera vez. Apenas estuve un día caminando por Dublín. Después fui varias veces más pero siempre con grupos así que no tuve mucho tiempo libre. Estuve en Sandycove, en la Torre Martello, etc. Me sirvió  todo lo que había leído antes y durante la traducción. Las visitas a Dublín me provocaron nostalgia de cosas jamás vividas.

–En relación a Finnegans Wake, cómo fue la gestación del libro, tuvo la mística que has contado acerca de tu aproximación a Ulises o lo tomaste más como un “encargo”?
–No hubo ni podría haber habido encargo alguno. ¿Quién encargaría algo así a un outsider? Finnegans Wake, su traducción a lo largo de siete años y sus doce lecturas en voz alta, solo en mi biblioteca, han dejado una huella y en Bahía Blanca hay quienes lo notan y cruzan de vereda cuando me ven. Con Finnegans Wake encontré el método y me hice amigo de Hervé Michel. Este genio ignorado fue mi guía.Y los muchísimo ensayos y libros que leí mientras traducía. Me pasé un mes entero en la BNF en Paris leyendo todo lo que pude sobre la gestación de FW. Esto fue sin beca, por supuesto. Así le encontré la vuelta. Todo fue un goce sublime.

–Hay algo que sobrevuela en todas las notas que leí sobre vos, que es el nivel de corporativimo de los traductores profesionales y de la literatura argentina vista como un ambiente cerrado o sesgado.
–Está bien que así sea. Los literatos y los académicos hacen lo suyo. Cuidan la quinta. No tengo ningún reproche. Son, para mí, mundos ignotos. Ellos me ignoran y yo me divierto ignorándolos. A mí no me da la talla para mito. Salas Subirat fue un héroe absoluto. Me avergüenza que me comparen con él. No tiene sentido. Más allá del honor que me hacen.

–¿Mantuviste contacto con alguien de la comunidad irlandesa en Bahía Blanca?
–La Asociación James Joyce de Bahía Blanca me invitó el año pasado a dar una charla en un salón enorme de la Municipalidad. Ellos pusieron mucho entusiasmo en la difusión. Una bella soprano cantó “Love's old sweetsong”. Lo pasamos muy lindo aun con poca gente. 

–Por último, que enseñanzas te dejó el rugby, crees que sirvieron para darte fuerza a la hora de cambiar de rumbo en un momento de tu vida?
–Soy dirigente del club El Nacional y de la Union de Rugby del Sur. El rugby me dio casi todas las oportunidades que tuve para ir acomodándome en la vida. Por el rugby mantuve vivo mi interés por los idiomas del rugby, el francés y el inglés. Por el rugby conocí muchos países. Sin dudas ambas traducciones son producto directo del rugby.





jueves, 6 de julio de 2017

"Capacidad de comprender sistemas muy complejos, y de resolver con solvencia en lo concreto"

El 29 de junio pasado, con la agudeza que suele exhibir cuando reflexiona, la escritora y traductora María José Furió publicó la siguiente columna en El Trujamán. Allí se refirió al escándalo oportunamente desatado cuando la publicación de Finnegans Wake, de James Joyce, en versión del traductor argentino Marcelo Zabaloy. Si bien ya hemos dado espacio a esa polémica en este blog, recordamos que además de Zabaloy, participaron de la discusión el escritor español Eduardo Lago –parte interesada, como se verá–, Matías Serra Bradford y Román García Azcárate.

El crítico que pidió al traductor una cuerda para ahorcarlo
y recibió una tirita de papel

En 2016 se ha publicado una versión en español de Argentina del Finnegans Wake (1939), de James Joyce, obra del traductor originario de Bahía Blanca Marcelo Zabaloy, quien ya tradujo y publicó el Ulises. Varios aspectos se sumaban para convertir esta traducción, «la primera completa en español», en un acontecimiento y provocar un debate o varios, aprovechando no solo la inclinación iconoclasta de los argentinos sino también el carácter outsider del traductor. Éste no es un profesional en el sentido en que habitualmente usamos este adjetivo: Zabaloy (1957) trabajó durante décadas en un sector ajeno al ámbito intelectual –creí entender que en complejos tendidos de cableado informático para empresas y como entrenador de rugby–; llegó a la traducción por una mezcla de entusiasmo por el original de Joyce –cuando en 2004 su esposa le regaló el Ulises–, pasión descifradora –recurre a bibliografía experta para desentrañar sus dudas– y temeridad. Los pormenores de su andadura están recogidos en los sucesivos posts publicados en el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. Me interesa subrayar la dificultad de la crítica de traducción literaria, no solo cuando el idioma y su producción literaria son minoritarios, también cuando el original es difícil o, en el caso de Joyce, icónico. Los galones de obra maestra no se regalan; tampoco se otorgan a los don nadie, a los intrusos, a los parvenus, a los aventureros de cualquier arte. Y la traducción de obras maestras no puede ser cosa de cualquiera. Se olvida a menudo que es la crítica literaria, de obras traducidas o de obras originales, lo que tampoco puede abandonarse en manos de cualquiera, porque lo fundamental siempre es el rigor.

Este es el intríngulis del debate que emergió durante unas semanas de julio –mientras los españoles andábamos sonámbulos por el calor– en varias publicaciones argentinas, al que se sumaron algunos profesionales extranjeros, que se reunieron en el blog citado.

El aspecto significativo de la versión de Zabaloy es, según aplauden unos y critican otros, la radical opción «regionalista», con alusiones a personajes y circunstancias contemporáneas de Argentina como deliberada equivalencia del original joyceano, con juegos de palabras que no podrá comprender el lector de fuera del país. No lleva notas y, además, no la presenta un prólogo con firma de renombre susceptible de tranquilizar sobre la seriedad del empeño al lector interesado. Para aumentar el drama del atrevimiento, el editor que revisara «línea por línea» la versión del Ulises de Zabaloy falleció en el curso de la revisión del Finnegans, de modo que ésta se presenta sin los avales de cordura que tópicamente atribuimos a la presencia de un editor, correctores y otros colegas expertos.

En el transcurso de los rituales de presentación al público, se solicitó la opinión del escritor y traductor español Eduardo Lago, quien se mostró reticente sobre el resultado y discurrió sobre la profusión de referencias a la realidad argentina, incomprensibles para la mayoría de los ajenos a ella. Su reticencia y la críptica manifestación de respeto intelectual a Zabaloy me resultaron enigmáticas y, escarbando en Google, descubrí que Lago coordina actualmente la traducción de una nueva versión del Ulises, subvencionada por un ilustre organismo cultural mexicano. Es parte interesada en el negocio de las versiones de Joyce, y su enfoque aglutina típicos rasgos de seriedad academicista.

Ahora bien, el momento cumbre lo proporcionó Matías Serra Bradford, escritor y traductor, en una reseña crítica publicada en el diario Clarín. En pocas líneas se cargó los años de trabajo de Zabaloy utilizando como arma varias de las soluciones que éste ofrecía al peliagudo original. Poco después llegó una respuesta del traductor desvelando la mala fe con que había actuado el articulista. En resumen: entre la publicación del Finnegans y la de la reseña no mediaba tiempo suficiente para leer a fondo el libro, por lo que difícilmente pudo formarse una idea precisa de la calidad y el acierto generales.

Zabaloy publicó el intercambio de correos y cómo Serra Bradford utilizó los ejemplos que le brindó para usarlos de cuerda para ahorcarlo. El traductor no tenía en su agenda morir ese día ni de esa manera y dejó al desnudo la mala fe del crítico. A éste no le quedaba otra que justificar su tropelía y lo hizo encadenando sofismas, golpes en el pecho –«la ingenuidad propia es incapaz de proyectar el alcance del candor ajeno»– y lugares comunes: no había tiempo de leerlo completo persiguiendo los chistes encerrados ahí por un «bromista de ocasión» y, más, el Finnegans es en sí interminable. No obstante, ya en las primeras páginas encontró «cuestiones básicas» que lo «alejaron» de la nueva versión, que, dicho sea de paso, es intraducible…: imposible es también reproducir la musicalidad del original; no se puede leer una traducción pensando en el original para entender algo. Otro profesional encajó muy sagazmente la trayectoria profesional de Zabaloy en su empeño autodidacta de traducir a Joyce: posee la «capacidad de comprender sistemas muy complejos, y de resolver con solvencia en lo concreto».

Del ir y venir de artículos me interesó la posibilidad bien aprovechada de debatir, incluso cuando interviene la mala fe, que brinda Internet –esta polémica difícilmente sería rentable para una publicación especializada de pago–, medio que favorece la intervención de comentaristas extranjeros, como el de los traductores que a pie de post celebraban la iniciativa de Zabaloy en su particular versión –«completa, valerosa, valiosa y entregada: exigente consigo misma»–, subrayando su cercanía al espíritu de Joyce en la libertad de adaptar a la propia cultura una obra experimental «escrita en un extraño idioma políglota que puede incluir palabras en inglés, polaco, serbocroata e incluso persa, entre otras lenguas».

La atinada reflexión de Román García Azcárate, traductor y colaborador del suplemento Ñ, cerró la polémica, que había permitido «reflexionar sobre cuestiones centrales de la traducción literaria en general», esto es: «las eventuales fronteras entre el autor original y el intérprete, los derechos individuales y los comunes a ambos, la cercanía a la literalidad y la transposición de lo intangible, las exigencias a menudo contrapuestas que plantean la fidelidad incondicional y la buena literatura».


viernes, 22 de julio de 2016

Otra voz que se suma

Román García Azcárate, periodista de Ñ y también traductor, interviene con este comentario en la polémica que tuvo lugar en las páginas de este blog en las semanas previas. Lo hace con una reflexión sobre la traducción que acaso vaya más allá de la traducción de Finnegans Wake.

It ain’t necessarily so

Continuar la polémica en torno de la traducción de Finnegans Wake realizada por Marcelo Zabaloy ofrece la posibilidad de repasar aspectos que van más allá de ese complejo trabajo para formar parte de cuestiones centrales de la traducción literaria en general sobre los que tantas veces reflexionamos. Entre ellos: las eventuales fronteras entre el autor original y el intérprete, los derechos individuales y los comunes a ambos, la cercanía a la literalidad y la trasposición delo intangible, las exigencias a menudo contrapuestas que plantean la fidelidad incondicionaly la buena literatura,y, por supuesto, la vieja pasión argentina de enseñarle al asador cómo hacer el asado, incluso si ya nos lo comimos junto con él.

Concentrados fundamentalmente en este blog, los aspectos concretos de la polémica hasta el momentopueden consultarse en el menú de entradas. De ellos parten las consideraciones que siguen.

¿Qué traductor experimentado y cuántos lectores bien fogueados podrían asegurar que no objetarían de diez a cien o más decisiones de Borges en su versión al español de Las palmeras salvajes de Faulkner, de Aurora Bernárdez en Justine de Durrell, de Cortázar en los cuentos de Poe, de Piglia en los de Hemingway Hombres sin mujeres? No cuenten conmigo para eso.

Además de a una parte reducida de los asadores, perdón, de los traductores más prestigiosos de Argentina,acabamos de referirnos a libros cuya complejidad ni se acerca, en más de un aspecto, a la que reviste trasladar Finnegans a nuestro idioma. Ninguno de ellos encaró una proeza de tal dificultad en la translación idiomática. Tampoco siquiera a ellos, ni a nadie cuyo talento o celebridad pudiera acercárseles, se atrevió editorial alguna de nuestra lengua a encargarles semejante tarea. Existen motivos, por otra parte, para dudar de que cualquiera de los nombrados haya sido nunca responsable de un antológico vacío a la parrilla.

Ante una misma partitura de una sonata de Schubert, Brahms o Prokofiev, intérpretes máximos del piano de todos los tiempos han generado su versión propia, la que consideraban que debían entregar, atándose más o menos a lo que pergeñó el autor, apurando aquello, enfatizando esto otro, utilizando más o menos el pedal del instrumento, jerarquizando o atenuando lo que decidieron ellos dentro del riguroso plan definido por escrito en el pentagrama por el compositor y consultado a lo largo de meses por el ejecutante. ¿Sólo Argerich, Brendel, Gulda, Gelber, Rubinstein, Piresy monstruos de tal estatura tienen derecho a eso? ¿Cortázar puede elegir si traduce“equivocarse” en lugar de “pifiarla” pero yo no? Los grandes pianistas sí, porque son creadores sensibles, pero los intérpretes literarios de idiomas no, ya que somos, “¿genuflexos técnicos hipertransparentes que jamás podemos sacar los pies del plato, ya trabajemos sobre textos de Kafka, Lispector, o un chantapufi de reciente aparición con ventas sustanciosas? Que quede claro, la genuflexión, por su parte, suele ser de vocación interna o impuesta por pautas del mundo editorial.  

Claro que hay límites. Por eso las comparaciones citadas refieren al piano clásico y no a improvisaciones de jazz, con su inmenso valor. Si tus traducciones de Thomas Mann recuerdan capítulos enteros de Milan Kundera, vamos mal. Si,en tu versión, Céline parece Houellebecq o Le Clézio, perdimos todos. Por creativa e ingeniosa que sea una traductora, no va a lograr —ni debe—empardar jamás a Dostoievski con Hernández (ni José, ni Miguel, ni Felisberto,…ningún Hernández). Ahora, dentro de trabajadores medianamente sensatos de nuestra profesión, opinar “en lugar de esto yo hubiera puesto esto otro” debería en todo caso circunscribirse a las charlas de café. Las  ediciones periodísticas de muchos miles de ejemplares requieren una prudencia y un respeto diferentes, sobre todo cuando no es patear el tablero del establishment lo que está en danza: eso se juega en otros campos.

Mucho de lo que alimentó esta polémica se ha aventurado sin el respaldo del conocimiento específico necesario. El traductor Zabaloy, recordémoslo, invirtió 7 (siete) años a full en su versión de Finnegans Wake que hasta sus enemigos personales deberían calificar de cuando menos muy digna (si les diera el cuero para leerla en profundidad, claro).

Cada lector que se aventure a avanzar en las páginas dellibro podrá apoyar el mérito dela traducción o las objeciones ventiladasantes en este Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, en Clarín y en sus repercusiones en el número por salir de Revista Ñ. Nadie que meta un rato sus narices en lo que nos ocupa puede pasar por alto la enorme puerta que abre Joyce a quien encare la versión de su libro especialmente único en la milenaria historia de las letras.

Ninguna persona con criterio, cierta calma y buena fe, entonces, debería limitarse a esquemas de evaluación tal vez válidos para otros textos, una inmensa mayoría, pero no para juzgar la traducción de Finnegans Wake al español ni al idioma que sea. La rigidez de conceptos puede llevarpor mal caminoa cualquier analista, aun con experiencia en traducciones, por ducho que se considere. En Finnegans, más que nunca, Joyce descoloca al lector (que incluye al crítico). Busca eso. Se lo propone con porfía. Pero no se trata sin embargo más que de uno de los modos de enriquecerlo, aunque únicamente si, tarde o temprano, el lector se aviene: si en algún momento elige relajarse y gozar pese a lo que condena el barrio.

“I loves you, Porgy”, le canta Bess a su negro amado en la celebérrima opera de George Gershwin, para escándalo de todos los teachers de inglés, actuales y pasados, al norte y al sur del Río Grande, al este y al oeste del planeta. ¡Esa ese en loves, además de todas las transgresiones lingüísticas al idioma en el libreto de DuBose Hewyward & Ira Gerschwin! ¿Where were you, William Shakespeare, when we needed you most?Es poco menos que imposible que Joyce siquiera haya tomado conocimiento previo dela gran Porgy and Bess y su léxico de afroamericanos a lo largo de la creación de su más que rebelde y última novela. Finnegans Wake, que vio la luz en 1937, dos años después apenas que la obra de George Gershwiny sus letristas.Pero el título de una de las piezas de la ópera, sólido standard del mejor jazz desde hace décadas, guarda enorme relación con la polémica reciente en cuanto a la traducción al español, tan fresca aún, del gran trabajo final del escritor irlandés. Aquí y allá, innumerables veces al cabo de 628 páginas: “No es necesariamente así”. Casi nada, casi nunca. Nadie, por lo demás. 

viernes, 15 de julio de 2016

M. Serra Bradford le responde a M. Zabaloy

Como posiblemente el lector de este blog recuerde, en los últimos días se ha generado una polémica a propósito de la reciente traducción de Finnegans Wake, de James Joyce, realizada por Marcelo Zabaloy. A lo largo de las dos últimas semanas, hubo una serie de entradas firmadas por Eduardo Lago, Matías Serra Bradford y Zabaloy, a quienes indirectamente se suman los periodistas Diego Erlan Román García Azcárate, quienes entrevistaron al traductor. Todo esto puede leerse en las entradas del 6, 7, 8, 11 y 12 de julio pasados. Precisamente, el siguiente texto, firmado por Serra Bradford, le fue remitido al Administrador, en respuesta a la última intervención de Zabaloy.

Posdata a una versión de Finnegans Wake

Puede tener –un lector, un crítico– vocación de detective, pero no es recomendable que despliegue voluntad de polizonte. Le agradezco al reciente traductor de Finnegans Wake que reproduzca públicamente el intercambio de cartas que precediera a la aparición de un breve artículo mío en el diario Clarín. Dejan en claro dos cosas: mi ignorancia –con respecto al rosario de nombres locales que el traductor diseminó en su versión de FW– y el ánimo solícito de este por sanearla. (Nunca imaginé posible semejante operación; la ingenuidad propia es incapaz de proyectar el alcance del candor ajeno.)

Pocos días mediaron entre la recepción del libro impreso y la publicación de esa nota. No es excusa: fueron suficientes para cruzarme con cuestiones básicas que me alejan de esa versión (como lector común, no soy erudito ni está entre mis planes leer para serlo). Por razones de espacio –se privilegió, precisamente, la voz del traductor en una nota publicada el mismo día, en la misma página, y casi el doble de extensa– no pude elucidar todo lo deseado en ese artículo, pero ahora el traductor me da pie amablemente a que suelte algunas precisiones. Es bastante difícil leer el FW en un par de días; es bastante difícil leerlo a secas. Empecé a leerlo hace unos treinta años y no lo terminé. Sé que no lo voy a terminar; el libro, por su parte, no se termina, no tiene punto final y recomienza. Prefiero la modesta ambición de ir leyéndolo toda la vida (también tengo derecho a mi propio juego de niños.)

¿Qué puedo agregar a lo ya dicho? Para empezar, el primer párrafo: el traductor decide no traducir la simple palabra Environs, en “Howth Castle and Environs”, dejándola como la encontró, cuando bien pudo haber puesto “Howth Castle y Alrededores” (o Aledaños). Son cuestiones de criterio, hasta de sentido común. No necesito ni aguardo con ansias que me tire por la cabeza la versión francesa y los mil y un libros de referencia. Otro caso: en la página 169 decide no traducir las palabras “short” y “joky” y complica una frase a todas luces cristalina. Más adelante dice “hago yo mi shop”, en lugar de “hago yo las compras”. Facilito estos ejemplos como botón de muestra, de decisiones que no comparto –sería lo de menos– pero cuya razón es harto difícil llegar a intuir. Sobre todo en un libro que rogaba que tuvieran a bien no añadirle estorbos o zancadillas. Son ejemplos que hacen pensar menos en una traducción que en un libro paralelo. Parecen ilustrativos de un entusiasmo remolón que llega a su cumbre con la incorporación de nombres vernáculos a la traducción. Si estos apellidos son veinte o treinta, me tiene sin cuidado. No es un problema literario (vale recordar que el FW es un libro limítrofe, en más de un sentido); acaso se trate de un asunto ético. Pero amén de falta de tiempo y voluntad, no soy quién para ir recolectando ejemplos negativos y asumir el papel de corrector o editor post-mortem; tampoco me parece recomendable para la circulación de un autor por el que tengo un afecto desmedido.

La traducción no es un tema matemático o forense; está más cerca del tono, del gusto, del oído, o, como quedó dicho, de la más llana sensatez. El sentido común no es propiedad de lo que el traductor de FW llamó los “eruditos”; tampoco predomina entre ellos ni entre quienes no lo son. Como mínimo, un lector tiene derecho a aquello que un autor o un traductor excesivamente orgullosos considerarían un acto de inmodestia: que no le agrade lo que está impreso en una página. Por otra parte, si el traductor logró hacer coincidir la paginación estamos ante una proeza numérica, no lingüística. Se supone que una traducción se realiza para desprenderse del original, para no depender de él y vivir cotejando en el espejo retrovisor. Se supone que se traduce para quienes no hablan, o no entienden del todo, la otra lengua.

Alguno se preguntará, mientras tanto, en qué idiolectos se puso a hablar el pentecostés Joyce en Finnegans Wake. Tengo la impresión de que ahondar o alargar la discusión sólo subrayaría la verdad: FW es un libro imposible. En cierta manera, entra en la categoría de libro indefendible. Intocable –es decir, invencible–, inútilmente defendible. Más de setenta años después, no es difícil comprobar, entre otras cosas, que en comparación con el Finnegans las novelas radicales de William Burroughs o Arno Schmidt adquieren la claridad de Platero y yo. Repito lo que dije en el artículo citado: en no pocos casos, los defectos de la traducción son los defectos del propio Joyce (que no deja de entregar momentos excepcionales). Buena parte del problema no lo tiene el traductor argentino más reciente; lo tendría cualquier otro traductor, en cualquier lengua. De los gigantes –Kafka, Proust, Faulkner– Joyce será siempre el menos asible; sobre todo, claro está, en Finnegans Wake. Es un libro que no se conoce nunca cabalmente, y quien crea o afirme lo contrario incurre en un acto de vanidad o autoengaño por lo menos notorios.

Observé que el criterio general del traductor parecía señalar en esa dirección, la de traducir también el título; no que yo tomaría esa decisión de estar en la fastidiosa silla de traductor del FW. Vale aclarar que el hecho de que el título no lleve una comilla o apóstrofo no imposibilita que se lo titule El velatorio de Finnegan, ya que este es el apellido del personaje Tim Finnegan en la primera línea de la canción que inspiró el título del libro. Ya que estamos en este punto: insisto en la musicalidad del original –que tampoco es constante ni absoluta– y en su imposibilidad de ser trasplantada. (No descartaría, de paso, que el libro haya sido una larga y elíptica revancha, la del aspirante a tenor Joyce por no haber podido tomar clases de canto de joven por falta de dinero.) Temo que Finnegans Wake no se puede gozar ni en un mínimo grado –el único que está en condiciones de prometer– si no se posee no sólo un sólido conocimiento del inglés, sino también una porosa recepción auditiva en esta lengua. Es este un requisito –propio de un libro mágico– que no garantiza ni siquiera la condición de hablante nativo. Es probable que haya habido una sola persona capaz de reunir estas condiciones: el autor. Algo advertía Joyce cuando rogaba la aparición de “un lector ideal que padezca de un insomnio ideal”. A propósito, si el traductor desconoce que el FW “sucede” de noche y desconoce algunos pliegues biográficos de James Joyce –amén de más de una alusión en FW a Lucia Joyce y a la locura de Shem, alter ego del autor–, no queda otra alternativa que lamentarlo.

Pero vamos a la cuestión que tanto lo desvela al autor de esta versión del FW: la incorporación de nombres locales y actuales (políticos, celebridades, etc). Verifiqué los nombres que me proporcionó donde los señaló, los encontré, y le agradezco que me haya procurado un atajo. No tenía ni tiempo ni ganas de rastrear 600 páginas tras las chanzas escondiditas de un bromista de ocasión. Se puede discutir mil años cómo traducir una palabra u otra. Lo que resulta inaceptable es que el traductor parezca haber querido nacionalizar la obra de Joyce incorporando referencias onomásticas del todo ajenas al libro y, más curioso, que se ufane de ello. Y que se ufane, ya en el colmo de la autoincriminación vestida de viveza, de haber pretendido engañar a un reseñista, como bien dice, apresurado. Calculó acertadamente: era demasiado improbable que lo descubrieran. ¿Por eso sentirá la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos? Nadie lee el Finnegans entero. Ya lo vaticina el mismo traductor cuando afirma: “pensamos que no habría ninguna persona que pudiera tomarse el tiempo necesario para leer a fondo la obra”. (Confieso que no dejo de tener curiosidad por saber qué clase de lector un traductor de FW imagina para el libro.) A continuación da por sentado que ese prólogo que no existió habría tenido, en consecuencia, “un montón de palabras huecas decoradas por una firma prestigiosa”. Hace rato que no oía el disparo de una escopeta de kermesse, con balas de corcho, y tengo la sensación de que en lugar de patitos en fila le apunta a fantasmas de su propia creación. Por la recelosa firmeza de sus formulaciones, cabe preguntarse, entre otras cosas, por qué no escribió una introducción él mismo, por qué no buscó iluminar al lector desprevenido, así fuera mínimamente, acerca del tenor de la aventura en la que se estaría embarcando.

Creo que le dediqué un espacio considerable a la versión del Ulises de este mismo traductor –en colaboración con Edgardo Russo– en la revista virtual Otra Parte (p://revistaotraparte.com/semanal/discusion/los-traductores-del-ulises-y-la-traicion/), y la elogié con algunas observaciones, como hice y hago en este caso. No recuerdo que en aquella ocasión la ofensa y la ofensiva del traductor rozaran el exabrupto; ni siquiera, a Dios gracias, existieron. Hacia el final de la nota de Clarín citada, mi palabra “heroico” por lo visto al traductor no le dice nada. (Y la palabra “inútil”, como quedó dicho, responde más bien a la naturaleza del libro entre manos.) Tratándose de una obra de semejante complejidad nadie le iba a exigir excelencias incumplibles, pero sí al menos que tradujera las palabras más simples y que no despistara con chistes adicionales a los originales. Pareciera que el traductor buscó problemas adonde no existían –en un libro que le presentó un generoso repertorio de inconvenientes–, aunque esto mismo, desde ya, no es razón para descalificar la empresa en su totalidad.

Me pregunto si lo que le faltó al traductor no fue un editor. Un editor como lo era Edgardo Russo, tan maniático como sensato, y creo adivinar –por las ocasiones en que hablé con Russo de Joyce, antes y después de declinar su invitación a prologar el Ulises– que muchas de estas cuestiones se hubieran evitado con su intervención. Lo mismo corre para la ausencia de prólogo o posfacio y notas. A casi nadie puede resultarle extraño que la misma editorial que publicó Ulises con variados prólogos, notas, etc, se abstenga de hacer algo similar con un libro diez veces más complejo. No obstante, esta edición de Finnegans Wake, valiosa en más de un aspecto, demuestra la voluntad de su editorial argentina de seguir fiel a una idea de la literatura que asume riesgos –ahí está su catálogo para quien quiera verificarlo–, contra todos los obstáculos que se le presenten, dentro y fuera de un libro, incluso contra obstáculos planteados por la mente excesivamente brillante y ambiciosa de un autor incomparable.

martes, 12 de julio de 2016

Respuesta al juicio de Matías Serra Bradford sobre el "Finnegans Wake" de Marcelo Zabaloy

Como era previsible, Marcelo Zabaloy responde a la crítica que le hiciera Matías Serra Bradford en Clarín, que puede ser leída en la entrada del día de ayer.

Derecho a réplica

Para responder a la nota de Matías Serra Bradford aparecida el martes 5 de julio en  la página 35 de Clarín quisiera formular algunas observaciones en mi descargo:

Los datos que ofrece el periodista como prueba de mis bromas privadas de tino no tienen como origen una lectura ni siquiera diagonal de mi traducción que por otra parte nunca podría haberlo hecho llegar por casualidad a dar con los nombres que SB afirma que incluyo, sin un correo que me hizo llegar unos días antes, el 1 de julio y que expresaba cordialmente: 

Estimado Marcelo Zabaloy:
Le escribo desde la revista Ñ/Clarín a propósito de la entrevista que le efectuara Román Azcárate. Tengo una duda: he estado hojeando la traducción y no encuentro las referencias nacionales y actuales a las que aludió (Wanda Nara, Horangel, Macri, etc) en su conversación con el Sr Azcárate. ¿Sería tan amable de señalarme las páginas en las que aparecen? Desde ya, muchas gracias.
Cordialmente,
Matías Serra Bradford

Como efectivamente días antes yo había mantenido una larga entrevista para Ñ/Clarín con el señor Román García Azcárate en la que le había comentado que había nombres de personas que parecían remitir a gentes de estos pagos supuse que la nota la elaborarían en conjunto ya que se trataba del mismo diario.

A este mail respondí:

Hola Matías,
Menem (95) Macri (96) Massa (79) Wanda (sin Nara) 147, Magnetto (8); también están, pero ya no recuerdo el número de hoja, y los word de los capítulos donde podría buscarlos están separados y me llevaría un rato largo:

Saer, Mujica, Insaurralde (como adjetivo: ¡Oh, qué insaurralde!) Berni, NIsmann, Suris, Horangle, Fariña, Donda, Alak, Rial. Aira, MacAlister, Elaskar, Discepoleano, Fontanarrosa, Griesa et alter.
Un abrazo.

Desde luego que pensé que iría a verificarlos, pero no lo hizo. A Elaskar y a Fariña los saqué a último momento y no me acordaba; pero valga como explicación de mi inclusión de SURIS (un notable bahiense transformado en personaje de una saga nacional teleabusiva) en este fragmento de la página 207:

“...a Su Afluencia, Ciliegia Grande[1] y Kirschie Real[2], las dos chirsinas, con respecas de su missus, sipi y suris[3], y una petición si podría ella pasar de él por un muñequín.”

Se trata de tres líneas del capítulo 8, el más comentado y traducido, completo o en fragmentos, a todas las lenguas imaginables desde su aparición en transition en noviembre de 1927. En este capítulo Joyce incluyó más de seiscientos ríos de todo el mundo; los nombres de estos ríos funcionan, a veces ligeramente distorsionados, como sustantivos.  La nota iii muestra que los dos fonemas irreconocibles (seepy + sewery en el original) pueden leerse, precedidos de su respectivo missus, como decían los gloriosos Les Luthiers, “Mrs. Sipi”, como queriendo decir, “Mrs. SURIS y Mrs. SIPI”. Y claro, que Rial no está y era una humorada, tonta e infantil de mi parte, lo reconozco y me disculpo ante el periodista, sino que dos líneas más arriba hayalgo parecido, pero es Real, que es un río Brasil y probablemente haya cientos de ríos Real en todo el mundo.

Sólo para dar una idea de qué se trata y cómo funciona este mecanismo cito aquí los ríos nombrados o aludidos en la página 207:

L’Anguille, río de EEUU.
Richmond, río de Australia.
Rhur, río de Alemania.
Rhine, río de  Francia, Austria, Liechtenstein, Nederlands, Alemania y  Suiza.
Eye, río de Inglaterra.
Lippe, río de Alemania.
Birrie, río de Australia.
Loire, río de Francia.
Grande, ríos de México, USA y Brasil.
Real, río de Brasil.
Mississippi y Missouri, ríos de EEUU.
Zambosy, río de Africa.
Slang, río de Irlanda.
Bassein, río de Myanmar.
Spiti, río de la India.
Moselle, río de Francia.
Ogooué, río de Gabón.
Leste, río de Brasil.
Julia (Gelgia), río de Suiza.
Ishikari, río de Japón.
Washimeska, río de Canadá. Caratirimani, río de Brasil.
Bonaventure, río de Canadá.
Malagrasi, río de Burundi y Tanzania.
Liddel, río de Inglaterra.
Oudon, río de Francia.
Test, río de Inglaterra
Hooghly, río de la India.
Iglau (Jihlava) río de la república Checa.
Ems, río de Alemania.
Embarrass, río de EEUU.
Aue, río de Alemania.
Awe, río de Escocia.
Queen, ríos de Australia y EEUU.

Pero además, y siguiendo con mi supuesta inclusión de RIAL, lo que sí hay en la página 287 es algo que hubiera sido difícil de hallar, este rial (por  royol en el original):  Entonces, esconoce el camino rial a Puddlin, toma tu mate como primer comienzo, gran a gogo, back a bach.  Y mate por mut. Donde se puede reconocer el royal road to Dublin, the rocky road to Dublin, el nombre de una canción que se repite cientos de veces como todo en Finnegans Wake. Así que incluí el mate con el mismo derecho que el autor incluye un mut, porque en el contexto cualquier cosa que suene como mut o tuf son  mutt y tuff, Shaun o Shem y todo par de hermanos o compañeros amigo/enemigos de la historia universal; ¿y el mate?; el team mate, me pregunto, en este entorno de ambigüedades inexplicables,  ¿en qué difiere con toma mate?  O con el mate que nos tomamos, con amigos o hermanos o enemigos.

Si MSB dice que he “sembrado el texto con nombres vernáculos y coyunturales” y cita por ejemplo a WANDA NARA no dice la verdad, porque lo que figura en el siguiente pasaje de la página 147 es:  “Ahí están Ada, Bett, Celia, Delia, Ena, Fretta, Gilda, Hilda, Ita, Jess, Katty, Lou, (me hacen toser tan seguro como que las leo) Mina, Nippa, Opsy, Poll, Queeniee, Ruth, Saucy, Trix, Una, Vela, Wanda, Xenia, Yva, Zulma, Phoebe, Thelma. ¡Y Mee!”.

En cuanto al apellido MENEM sucede otro tanto; MSB tomó al pie de la letra mi indicación y mi indicación era, otra vez lo reconozco, una tonta humorada que lo hizo precipitarse en el ridículo. Yo creí en su buena fe y su sentido del humor y le señalé lugares donde se podrían reconocer algunos personajes locales o regionales; me malinterpretó. Y como prueba cito aquí un fragmento de la página 95: “¡Seguro, qué bien puedo teleoler a ese H2 C E3 que le quitaría el aliento a toda una ciudadanía! ¡Pordiós, y lo olfateo tanto como al mene mismo, pata arriba por Kay Wall a las 32 para las 11 con sus alforjas limosas llenas de sesasemillas, el Kaffir de Whiteside, y su effluvium de saimarino y su voz escenimposta, exhalando su atronador repollazo marrón!”. Por cierto, en el pasaje subrayado el texto original dice “I nose him too well as I do meself”  Con lo cual queda demostrado que MSB no leyó aquello que se aventuró a criticar. Mala cosa.

MACRI; otra supuesta mención. Veamos, en la página  96: en Milton’s Park bajo el adorable Padre Whisperer y haciendo la amor ir de risa con sus estufetufos en el languidaje de las flores y tanteándola para saber si estaba mushimushi, y no era eso el mismísimo dúo, las saucicissters, a drahereen o macri!, y (¡espía!) uniendo aguas muy impropias (¡espís!) ronda baile del jardín, gota gota gota tris, ¿mami puedo ya salir, a flirtear un poco plis? Si la nota en FWEET le aclarara a MSB lo que aclara acá abajo         

Irish a dearbhráthairín óg mo chroidhe: o young little brother of my heart (Pronunciation 'a drawhireen oge machree')

MSB vería que machree es un término cariñoso, ¿qué daño o que pecado hubiera cometido este ignoto intraductor en cambiar macri (y no Macri) por  machree? ¿Se justifica el mordiscón descomedido? Y más considerando el entorno historifónico de los flirteos y los chismes y los espías, y en esto MSB tiene razón, que sólo reconoceremos algunos de por acá. Como si de los casi cuatro mil o más nombres que circulan sin motivo aparente por todo Finnegans Wake hubiera alguien en el Dublín de entonces o en el de hoy que los reconociera.

Pero hay otra ocurrencia, que no le indiqué a MSB; una en página 273; donde el original dice “curragh machree, me bosthom fiend”, este torductorescribió “Curras macri, mi desalamado del bosthoon.” ¿Se enojaría el autor de esta supuesta chiquilinada? ¿Lo tomaría mal el supuesto aludido? Y por fin otra en página 535, donde el original dice “...immitiate my chry!” he escrito “...inmitia a macri! Otra vez aquí me reconozco influido por el entorno político o historifónico. Pero me absuelvo sin culpa. Y en cuanto a la recriminación de MSB que pontifica que “...el ánimo bromista del traductor se adjudica atribuciones que sólo le corresponden a un autor...”, quiero responder que adhiero a algoleído en alguna parte que postula que en la traducción el autor es el traductor porque escribe un libro que no existe.

Otro reproche del crítico MSB se refiere mi inclusión del nombre INSAURRALDE, que como tal no existe. Sí existe un neologismo acuñado para la siguiente expresión del original: Pu! How unwhisperably so! En principio se me ocurrió el adjetivo INSUSURRABLE, tras lo cual me vino el deseo de convertirlo por similutud politicofónica con una cosa que fuera insaurralde de mencionar. Tomarse en serio Finnegans Wake es la primera manera de no entender nada y de frustrarse y perder el control. 

MAGNETTO figura precisamente en la página 8 como un sustantivo, en el siguiente contexto: “Este es el gran Sraugther Willingdone, 44 grande y magéntico con sus espuelas de orichapa y su dux herrado y sus zapatos de madera de quatre bras y sus jarreteras de magnetto y lo mejor de su bangkok y sus galochas de goliardo y sus guerratrusas peloponesias.” Pero no es un apellido sino un sustantivo mal escrito que confunde  un MAGNATE con un MAGNETTO. Esta confusión, esta ambigüedad, este disparate aparente con la apariencia de un lapsus linguae o furcio es una constante en Finnegans Wake. MSB podría haber descubierto él mismo, de haber leído antes de escribir, que el mismo sustantivo reaparece en las páginas 246  y 616  “El campus los llama. ¡Ninan ninan, la gan de la gatillonga! Los pibes serán unos salvajes. Tadicho. Y vamp, vamp, vamp, van las niñas mercando. El magnetto del circo hípico (the horseshow magnete en el original) se traza el campo ¿y no es cierto que vuelan las potrancas?”   “Habiendo sido los magnetto de nuestro medio sobreendilgados por una plethoracia de parachutes. El especio ha permitido el mal ejemplo de fijar ante la milicia lo mejor de nuestra creencia en el más temprano deseo de que el uno en mente fuera la mitigación de los males del rey.” Y que lo que él cree que es NISMAN, cosa que jamás se me hubiera ocurrido, es “Ninan, ninan”.

De la sugerencia apresurada de MSB en cuanto a que el título debería haber sido traducido por mí, de no haber cometido un error infantil que me impidió animarme a cometer un desatino inevitable, como El velatorio de Finnegan, sólo diré que en el título original, Finnegans Wake, no hay un apóstrofe y que no iba a ponérselo yo.  ¿Se enoja acaso MSB de que Madame Bovary siga siendo todavíaMadame Bovaryy no La Señora de Bovary? Y lo de la balada de Tim Finnegan me enteré hace varios años, cuando empecé a leer el libro. De todas maneras agradezco que MSB quiera iluminarme en tal sentido. Una buena cantidad de eruditos ha ganado dinero y prestigio escribiendo tratados sobre el título y las primeras dos páginas de Finnegans Wake.  Tal como están las cosas si de un artículo de cuatro columnas y media por cinco centímetros de alto aparecido en un diario de Buenos Aires va a resultar una réplica de más de cinco carillas en cierto sentido se abre ahora una nueva posibilidad de trabajo para los reseñadores y críticos hispanohablantes y esto parece ser más positivo que pernicioso.

Esta traducción está hecha de forma tal que a cada página del original de Faber and Faber, 1939, le corresponde una misma página en la del Cuenco de Plata. De este hecho bastante singular en la historia de las traducciones de textos raros o mínimamente complicados el crítico no parece haber tomado nota. Aunque haya sido hecho con la sola intención de dar la falsa ilusión de que la imposible traducción literal, con la misma cantidad de páginas que el original, de un libro ilegible e imposible de traducir, había sido finalmente hecha al castellano. Un sencillo trampantojo sin muchas pretensiones, pero nada fácil de realizar. Bien, este hecho minúsculo y evidente hubiera sido fácil y simpático de destacar, no digo ya ni siquiera elogiar.

La falta de un prólogo no es un olvido ni obedece a mi pereza intelectual. Se debe a dos razones: la primera a una decisión que tomamos con Pablo Hernández, el editor del Cuenco de Plata, basados en que en este tipo de casos tan particulares lo mejor era aplicar la  regla del cuanto menos, más. La segunda razón era más evidente: pensamos no habría ninguna persona que pudiera tomarse el tiempo necesario para leer a fondo la obra y estudiarla y compararla con otras traducciones de lo que estuviera traducido en otras lenguas latinas por ejemplo al castellano (Juan Díaz Victoria, Eduardo Lago, Víctor Pozanco, Ricardo Silva Santisteban, García Tortosa, y otros), al francés, al portugués, al italiano. Lo que daría como resultado que por contar con un prólogo terminásemos aceptando un montón de palabras huecas decoradas por una firma prestigiosa. Con Edgardo Russo íbamos a proponerle a Eduardo Lago que escribiese un prólogo, y no que me asesorase en la traducción como ha dicho recientemente; pero Edgardo murió el mismo día que Lago llegó a Buenos Aires y después de cenar conmigo al día siguiente y charlar bastante Eduardo Lago rehusó comprensiblemente el convite.

Las notas estuvieron hechas, todas hasta el capítulo 8; pero dos días antes de que el libro fuera a la imprenta las quitamos porque nos pareció imprudente poner notas a medias. O anotas, o no anotas. Ganó el no, así de simple. Juan Díaz Victoria se encarga desde hace años de elaborar una traducción anotada; Juan Díaz Victoria es joven, yo no.

Resulta sorprendente que alguien que no ha leído el libro que critica se despache diciendo que “Finnegans Wake es el reverso nocturno de la épica diurna montada por Joyce en Ulises. Es un maniático conjuro contra la esquizofrenia de su adorada hija Lucia” Habiendo traducido ambas obras no me había percatado del asunto.

La meticulosidad que roza la insania, que según MSB, le faltó al traductor argentino está tomada de la frase que sigue: “...tan elocuente como agua del alero hacia aquellos presentes (quienes mientras tanto, con creciente falta de interés en su semántica, concedían que variadas adulonrisas subconscientes se bobearan cruzando lentamente por sus pescaras), explicando inconscientemente, por escremplo, con una meticulosidad limitando con lo insano, los varios significados de todas las diferentes partes extranjeras del discurso que malversaba y calamareando cada mentira incontraíble sobre todas las otras personas en la historia, dejando afuera, por supuesto, preconscientemente, la simple falabra y la plaga y la ponzoña con que lo habían arrinconado hasta que no quedara entre ellos ningún siestero que no estuviera completamente indecepcionado hasta el taco del carretel por el recital de ese galimatías.”

La mención de la palabra meticulosidad por parte de este crítico profesional que no lee aquello que simula reseñar debería enseñarle a no escupir nunca para arriba ni mentar la soga en casa del ahorcado.

Para finalizar digo que de las 600 palabras de la página 200,  73 no existen en el diccionario castellano o inglés; cada una de esas palabras apunta, remite o da la idea de, en promedio, cuatro palabras existentes en alguno de los dos diccionarios y otros incontables diccionarios más. Es decir que he tenido que tomar unas 70 x 4 x 628 = 175480 decisiones adicionales a las de la lengua regular durante los aproximadamente ocho años de trabajo que me llevó esta traducción considerada poco meticulosa por MSB.  Y pude haber cometido la misma cantidad de errores más algún que otro acierto. Por los errores me disculpo. Los elogios los acepto con rubor. Lo que no parece justo es que se descalifique mi traducción juzgándola a la ligera. 




[1]Grande, ríos de México, USA y Brasil.
[2]Real, río de Brasil.
[3]Mississippi y Missouri, ríos de EEUU.