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jueves, 26 de agosto de 2021

Trampas que Roberto Arlt depara a los traductores


Una vieja nota de Fernando Sorrentino, encontrada al azar de Internet y luego oficialmente solicitada, sin “trompiezos” ni “disgresiones”, donde se demuestra la sagacidad de una traductora para sortear los peligros del DRAE.

 Esófago en la plaza: de cómo Roberto no logró engañar a Michele

Así como el parecido morfológico o fonético entre dos o más palabras de diferente significado en distintas lenguas (los llamados falsos amigos) puede inducir a error al traductor, me parece que también existen falsos amigos dentro de una misma lengua. Veamos unos pocos ejemplos.

Recuerdo que, en algún momento de mi escuela primaria, yo, en lugar de decir redundante y redundancia, decía rebundante y rebundancia, pues imaginaba que el pleonasmo se relacionaba con la idea de sobreabundancia. En el habla argentina muy tosca, no falta quien diga trompezar por tropezar, pues parece vincular el tropiezo con el hecho de caer de trompa (es decir, boca abajo). Y, en el habla presuntamente culta, no pocas personas con estudios universitarios incurren en imaginarias disgresiones y eluden las razonables digresiones, pensando acaso que el vocablo provendrá de disgregar. 

En fin, nadie está libre de ser engañado por el sonido o la forma de una palabra y de atribuirle un significado que no le corresponde. Creo que inconsútil es un vocablo diabólicamente simulador, y que preboste —aunque se ignore qué quiere decir— tiene que ser algo desagradable o malvado.

Pues bien, yo no diré que el lenguaje de Roberto Arlt es correcto ni incorrecto, ya que estos términos encierran juicios de valor, pero me atrevo a decir, sin hipérbole y sin metáfora, que es extravagante.

Realizada por la profesora estadounidense Michele McKay Aynesworth, y con el título de Mad Toy, acaba de aparecer (Durham/Londres, Duke University Press, 2002) la versión inglesa de El juguete rabioso (1926), de Roberto Arlt.

Desde luego, me movió el interés de saber cómo diablos se arreglaría la traductora para poner en inglés una narración que le interpondría toda clase de trampas, laberintos y galimatías sintácticos, morfológicos y léxicos.

El cotejo entre el texto español y la versión inglesa me resultó tan divertido como sorprendente, y me sirvió para descubrir muchísimas curiosidades. De entre tantas y tantas, ahora me limitaré a mostrar cómo procede la traductora en un preciso caso en que se topa con una inexactitud léxica en el original español.

El primer capítulo de El juguete rabioso se titula «Los ladrones». En cierto pasaje, Arlt escribe:

Un agente de policía cruzó el herbero de la plaza hacia nosotros.

De acuerdo con el drae, herbero (del lat. herbarius) no es otra cosa que el «esófago o tragadero del animal rumiante». Siendo esto así, será difícil imaginar un esófago de vaca que descanse en una plaza y que, además, sea cruzado por un agente de policía.

Sin duda, Arlt relacionó el sonido de herbero con la hierba de la plaza, y obró en consecuencia, utilizando aquel vocablo en lugar de, por ejemplo, césped.

 Pero, por fortuna, Michele no sólo no se dejó engañar por Roberto, sino que, además, y según lo anticipó en «A note on the translation»,* tuvo el buen tino de escribir

 A policeman was heading our way over the grassy plaza.

 y de no colocar ninguna nota de pie de página.

 

*«Although I felt it necessary to correct Arlt’s use of herbero (esophagus) to mean hierba (grass)…», pág. 13.

 

miércoles, 16 de marzo de 2016

De a poco, todo Arlt se va publicando en Francia


Antonia García Castro es una escritora y traductora chilena, durante muchos años residente en Francia y, desde hace algo más de una década, radicada en Buenos Aires. El siguiente comentario, traducido por el Admnistrador de este blog, trata sobre su más reciente traducción. Salió publicado en el diario Le Monde del 11 de marzo pasado. En él, Ariane Singer da cuenta del último Roberto Arlt traducido al francés y postfacio de Ricardo Piglia, publicado por la pequeña editorial Asphalte.

Buenos Aires al infinito 

“Vivimos en uno de los oasis de esta Tierra. Incluso puede ser el Paraíso”, solía recordarles el escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942), a los lectores del diario El Mundo, en 1937, en el momento en que la guerra se avizoraba en Europa. Para el autor de Les Sept Fous (Los siete locos, Belfond, 2010), la capital argentina, por entonces considerada aburrida, fue un terreo de exploración infinito. Entre 1928 y 1942, le consagró decenas de crónicas periodísticas. Complemento de las Eaux-fortes de Buenos Aires (Aguafuertes porteñas, Asphalte, 2010), estas Derniéres nouvelles de Buenos Aires ofrecen un retrato contrastado, día a día, de la ciudad que él consideraba como “la más cosmopolita del mundo”. Nostálgico cuando evoca las demoliciones de los viejos edificios, cáustico cuando describe su “alta sociedad”, francamente irónico cuando denuncia el cinismo de un político, finalmente enfático en su pintura de los más modestos, Arlt decodificacon un trazo siempre muy agudo aquello que constituye la personalidad de la metrópolis argentina. Su riqueza.

jueves, 27 de junio de 2013

Arlt en francés por una traductora chilena

En su edición del 26.02.2011, el diario Tiempo Argentino publicó una entrevista de Edgardo Lois con la traductora chilena Antonia García Castro, quien acababa de llevar al francés las Aguafuertes porteñas de Roberto Arlt.

Las  Aguafuertes porteñas 
ahora también pueden leerse en francés

Antonia García Castro es la traductora al idioma francés de las Aguafuertes porteñas (Eaux-fortes de Buenos Aires) de Roberto Arlt. La obra acaba de ser publicada por la editorial Asphalte (París). La traducción fue hecha con el apoyo del Programa Sur (apoyo a las traducciones) de la Cancillería en el marco de la Feria del libro de Frankfurt. García Castro es autora del libro Cuarteto Cedrón. Tango y quimera (Corregidor, 2010), un ensayo/historia del cuarteto liderado por Juan Cedrón, y también de una investigación sobre memoria y poder dedicada a los desaparecidos en su país natal, publicada en Francia en el año 2002 y que será publicada en Chile durante 2011 por la editorial Cuarto Propio: La muerte lenta de los desaparecidos en Chile. Trabajó como editora en el libro de Enérico García Concha Todos los días de la vida. Recuerdos de un militante del MIR chileno (Cuarto Propio, 2010), y conserva, momentáneamente a resguardo, su obra de ficción. Se educó en París, es doctora en Sociología, diplomada en Ciencias Políticas; trabaja como redactora de la revista de sociología Cultures & Conflits donde dirige la sección de cultura y política. Es traductora independiente especializada en ciencias sociales y humanísticas, ha traducido entre otros autores a E. Morin, V. Jankélévitch, P. Leroux, P. Groussac. Antonia tiene mirada profunda, reveladora del pensamiento; al escucharla hablar uno suscribe la definición del Tata Cedrón: ella tiene el equilibrio justo entre lo académico y lo callejero. Y quizá lo callejero haya empezado a ser parte de su mundo cuando era una nena recién llegada a París. Sin proponérselo, comenzó a ser la traductora oficial de la familia exiliada, es sabido que los pibes aprenden más rápido, y es en esta acción donde aparece el germen de su oficio. No tiene formación profesional como traductora, sólo cuenta con ambas lenguas, la literatura como soporte, el bagaje del estudio, y sí, claro, la calle.
–¿Traducir a Roberto Arlt fue más que un trabajo?
–Se tradujo Los siete locos, Los lanzallamas y El criador de gorilas, pero había un vacío. Los amigos franceses que viajaban a Buenos Aires preguntaban qué podían leer, recomendaba a los que leían el idioma las Aguafuertes porteñas, y el Adán Buenosayres de Marechal, que sí estaba en francés. La no traducción de las Aguafuertes era un vacío porque es un texto referencial para muchos creadores nacionales y esencial para conocer a los argentinos, es como Víctor Hugo para los franceses. Fue placentero traducirlo, fue sentir que aportaba un granito de arena a un intercambio cultural histórico.

–¿Cómo es leer a Arlt?
–Leer las Aguafuertes fue algo muy importante. Ya había leído las novelas, soy de las que lloran la muerte del Rufián melancólico, no hago diferencia entre las personas y los personajes. Las había leído hacía años, de ellas recordaba "Atenti, nena, que el tiempo pasa", un texto notable de la literatura argentina, y "La silla en la vereda". Leerlas hoy fue redescubrirlas. Más allá de su valor literario, impresiona cómo va cambiando tu manera de mirar, es imposible mirar a Buenos Aires de la misma manera después de leer las Aguafuertes, Arlt te marca, hay un antes y un después. En el final de "Molinos de viento en Flores" él habla de un pino, un mirador, un molino, el paisaje que veía desaparece y anota una reflexión.

–Era un muchacho al que le gustaba andar pensando.

–Muchas veces Arlt hace un encadenado de reflexiones de las que casi no te das cuenta, parece que las ideas aparecían sin pedir permiso y el autor no se preocupaba por el mejor lugar para decir lo que quería decir, tan distinto a los escritores franceses donde todo debe estar ubicado a la perfección. En Arlt hay cachetadas sorpresivas, es dar vuelta en la esquina y encontrarte con alguien inesperado, las Aguafuertes están llenas de esquinas. Después de leer ese texto me encontré mirando las calles, pensando sobre aquello que ya no está, que nunca conocí. Hay otro texto sobre los adoquines, cada vez que veo alguno asomado en la calle, me acuerdo de Arlt.

–¿Algún otro hallazgo en la relectura?

–Las Aguafuertes tienen mucho humor, y ese fue un descubrimiento, no ocurre lo mismo en las novelas y esa es otra de las razones para acercarlo al público francés. Hay una sola mirada que puedo asociar a la de Arlt y es la Discépolo, esa mirada ácida, crítica, tristemente lúcida, pero a la vez no exenta de ternura, y esto es nuevo para mí, él, tan oscuro, con esta capacidad para la ternura. Duele, emociona lo que cuenta, y a la vez me duele imaginar a Arlt contemplando aquello que cuenta. Todo el tiempo sentí a un hombre con el corazón en la mano, por ejemplo en "Sobre la simpatía humana".

–¿Qué pasó con las particularidades de la escritura de Arlt?

–Arlt va de un extremo al otro, es su manera, utiliza palabras de la academia, el lunfardo, y llega a permitirse, por pura libertad, utilizar el nombre Chiclana como adjetivo:  "Engañando el aburrimiento: (...) y turbulenta, chiclana y fea como un diablo aparece La Maleva." Transforma la calle, el barrio y el tango ("Sos de Chiclana, no hay nada que hacer, / tu pedigré es del más puro arrabal") en un adjetivo, pinta así a las chicas del barrio, las costureritas que se fueron para el centro y terminaron mal. Opté por dejar la palabra en castellano, se las dejé de regalo y con una nota al pie explico el asunto, pero manteniendo cierto misterio para que el lector se sienta tentado a investigar, no me gusta servir toda la mesa.

–¿Qué es traducir? ¿Qué tan cerca se está de la creación?

–Es una lectura interpretativa, es tu lectura y eso es lo que vos restituís. En este trabajo tuve mucha suerte ya que las editoras Estelle Durand y Claire Duvivier, fundadoras de la editorial, me dieron un margen amplio. En Francia está establecido que hay que escribir bien, se respetan todas las normas de lo que significa expresarse bien, entonces surgió el problema de las repeticiones de palabras. Se repiten en el original aunque no corresponde. Yo no puedo saber si esas repeticiones se deben a un error o a una elección del autor, pero ahí están, hice mi apuesta y opté por dejarlas. Arlt había escrito como quería escribir y por ende yo debía restituir respetándolo.

–Respetar la voz.

–Hay que respetar el impulso del autor. Hay que restituir el registro. Releía Los miserables de Hugo y me encontré con una repetición, fonética en este caso, más que notable, ¿entonces?, ¿el autor lo quiso o no lo quiso? Hice algo muy feo (se ríe), mandé la línea a cinco amigas que trabajan en el tema, pregunté si era correcta, las cinco la corrigieron sin saber que era de Hugo: frase poco hábil, repetición innecesaria, después les pedí disculpas. Una de ellas reflexionó sobre el deber de escribir bien cuando sos un joven escritor y el derecho a escribir mal cuando sos uno reconocido. Quedaron las repeticiones. Hubo frases que no estaba bien escribirlas de esa manera en francés, como tampoco era correcto escribirlas así en castellano, pero que se entendían, hace años que los lectores las entienden. Se trata de la discusión de siempre: qué es escribir bien o hacerlo mal.

–¿Qué significa "restituir"?
–Restituir lo que vos creíste entender, los traductores somos como pintores impresionistas. No me importa equivocarme en una palabra, lo que no me puedo equivocar es en la emoción, en el impulso que tuvo Arlt, es una cuestión de espíritu. Yo no debía cambiar la melodía original, si Arlt, sin preámbulo, te daba tres golpes, tres cachetadas, eso debía quedar, Arlt es áspero y así debía ser en la traducción. Es relativamente fácil traducir como si el texto hubiera sido escrito en el otro idioma, no digo que esté mal, pero mucho más difícil es transmitir la extrañeza, por más que lo primero que piense el lector sea que la traducción está errada. En esto no hay receta, cada texto es un mundo.

–Es cierto, Arlt es áspero, raspa.

–Pienso en el libro como en un inmigrante. Una persona mayor que emigra va a hablar el idioma nuevo con acento. Eso tiene que ver con la identidad y en este caso había que dejarle ese "encantador pequeño acento", como dicen los franceses. No sé si el acento de Arlt será encantador, pero ahí está. Sin duda, hablamos de inmigración.

–¿Cómo conviven los mundos de la traducción y de la escritura?

–El mundo es solo uno. Todas las cosas importantes de la vida deberían estar en un libro. Ante el libro tengo la actitud del primer hombre mirando la Luna. Necesito al objeto libro, lo quiero, y lo que une todo es la emoción que siente un ser humano frente a otro en una circunstancia particular. Algo te llama la atención, algo hace que te distraigas y mires hacia otro lado, es el poder de la gente de captar tu atención. No importa que el hecho haya durado un minuto o cuarenta y cinco años como la obra del Cuarteto Cedrón, es lo que sucede cuando algo te tocó. Eso es lo que hay detrás de todos estos trabajos, uno tiene herramientas en la vida y con ellas puede hacer un trabajo de sociología, contar una historia, escribir una novela o un cuento. La forma es algo secundario, lo que importa es que hay algo que contar, importa que el disparador sean personas reales, y ante todo, importa que hablen los demás, ellos. Una vez, mi cuñado, en un asado en su casa, decidió recitar "Fundación mitológica de Buenos Aires" para lo cual se subió a un sillón destartalado, para no caerse buscó apoyo, puso su mano en mi hombro y recitó, yo no lo veía, lo escuchaba, pienso que un escritor, un traductor, es eso, el hombro donde apoyarse para decirle cosas a la gente, somos el lugar desde donde pueden hablar los demás.

–¿Qué otros autores argentinos quisieras llevar al francés?

–Por años anduve detrás de la traducción de Operación masacre de Rodolfo Walsh, traduje una parte y lo propuse a varias editoriales por considerarlo necesario para comprender el siglo XX argentino, pero no hubo suerte. El último intento es de hace dos años, pero según el director de la editorial en Francia no había público para ese libro. Después me entero de que otra editorial, con traductor incluido, había arreglado los derechos. Fue una tristeza no poder hacer el trabajo, pienso colocar en mi CV que soy la que no tradujo a Walsh (se ríe). Me interesa traducir Megafón o la guerra de Marechal, pero las traducciones tienen que ver con un contexto que las hace posibles, es importante el programa Sur de Cancillería, que se va a prolongar para difundir el libro argentino en el mundo. Y más allá del caso argentino, sería importante pensar en la región, en las obras fundamentales de los países de Latinoamérica, buscar la manera de escaparle al mercado y poder presentar lo que uno es y lo que valoriza de su cultura. Somos Megafón, somos Operación, somos Aguafuertes, Borges, Macedonio...

–Márquez, Onetti, Arguedas...

–Somos todos ellos, y está bien conocer a los nuevos, pero también a los del pasado que quedaron sin conocer y que son fundamentales, tanto como los conocidos. Estudiando ciencias políticas en Francia uno se entera de la existencia del "resplandor cultural", tiene que ver con esto, con la exportación de la cultura. Francia es cultura y ha creado sus propios mitos, se los cree y no me parece mal. En el marco de un programa cultural inteligente, la traducción debería tener un lugar destacado.



martes, 29 de mayo de 2012

Jorge Aulicino lee a Roberto Arlt y dice


Una reflexión de Jorge Aulicino, especialmente enviada por él a este blog, en la que se lee la tan mentada desprolijidad de Roberto Arlt a la luz de los textos traducidos que el autor de Los siete locos consumía.

Ironía y traducción

Mi amiga Gabriela Cabezón Cámara solicitó en Facebook títulos de cuentos que trascurren en ambientes únicos y cerrados. Quien esté o quiera asociarse a FB puede consultar la larga lista que le propusieron. Alguien, por alguna razón, recomendó "El jorobadito" de Roberto Arlt. Y yo comenté de inmediato algo así como "claro, 'El jorobadito'", por mostrarme nacional (yo había recomendado "La pata del mono", de W.W. Jacobs). Entonces recordé que "El jorobadito" no ocurre, en rigor, en un solo escenario, aunque al escenario decisivo y el que yo memorizaba es la sala de una casa de la mediana burguesía porteña. No quise corregir el error en el FB de Gabriela. Me puse a leer de nuevo "El jorobadito" y me divertí con él como no me había divertido cuando lo leí por primera vez a los 16 años, una edad que no recomiendo como ideal para leer "El jorobadito".

Supe al rato el porqué de mi regocijo.

Sabrán todos que Arlt está reputado como un genio que escribía mal. Se lo suele comparar con Poe, en este sentido. Se ha dicho, por otra parte, que no sólo los personajes sino también el lenguaje de Arlt son malas copias de los de Dostoievski.

Bien: he aquí que leyendo de nuevo "El jorobadito" observé dos cosas que paso a reseñar. En primer lugar, el uso irónico del lenguaje por Arlt. Esto es que allí donde su personaje habla un dialecto excesivamente literario advirtamos de inmediato una intención paródica.

En los primeros párrafos del relato, donde el personaje narrador recuerda cómo amonestaba al Jorobadito, por su despiadado hábito de apalear a una chancha, el personaje cuenta:

...yo me veía obligado a decirle todos los días:
–Mirá, Rigoletto, no seas perverso. Prefiero cualquier cosa a verte pegándole con un látigo a una inocente cerda. ¿Qué te ha hecho la marrana? Nada. ¿No es cierto que no te ha hecho nada?...
–¿Qué se le importa?
–No te ha hecho nada, y vos contumaz, obstinado, cruel, desfogas tus furores en la pobre bestia...

No hace falta ser demasiado agudo para reparar en el uso del voseo argentino seguido de tres adjetivos de neto cuño literario: "contumaz, obstinado, cruel", para continuar con una conjugación del verbo en “tú”, no en “vos”. Se trata de un verbo asimismo literario: “desfogar”, y que va seguido del plural de furor, decididamente arcaico y literario.

Todo esto, o más bien, decisivamente, el voseo seguido de tantas apelaciones arcaizantes, es lo que me movió a la risa, porque no pude menos que pensar que Arlt era perfectamente consciente de que un personaje porteño o bien hablaba así en plan paródico o bien porque era deliciosamente ridículo. O bien porque quería parecer respetable y culto al escribir su memoria para el público al que va dirigida.

Descarto de plano que ése fuese el lenguaje literario que Arlt se tomaba en serio.

Otros datos, uno en particular, me indican que Arlt manejaba los distintos registros del personaje narrador con la misma plena conciencia con que lo hacía éste con los suyos propios.

Cuando, dostoievskianamente, el personaje lleva al Jorobadito a la casa de su novia para obtener de ella una prueba de amor (un beso al jorobado), ante una de las muchas protestas del jiboso (todas ellas en tono siempre formal, encabezadas por el apelativo "caballero"), le responde brutalmente: "A ver si te callás".

La cuestión que quiero poner a consideración es que la ironía de Arlt frente al lenguaje implicaba una crítica de segundo grado. No sólo al lenguaje pretendidamente refinado que usaba, quizá, la burguesía porteña en sus escritos oficiales y literarios (tal vez incluso hasta en las cartas privadas), sino al lenguaje de las traducciones de las novelas de Dostoievski que había leído Arlt en su juventud. Porque, va de suyo, no leía en ruso. Por entonces, un personaje de Dostoievski decía "marrana" y no "chancha", podía decir “contumaz” en lugar de “porfiado”, y decir “obstinado” para reforzar el mismo significado. De igual modo, en las novelas del ruso solía soplar el “cierzo helado” y los caminantes aguantaban la “cellisca”; y en las novelas de Arlt, pasaban cosas en términos semejantes, aunque no hemos conocido por aquí el “cierzo helado”, ni nadie suele y solía ser interpelado como "contumaz".

La parodia de Arlt, entonces, es sobre una lengua literaria cuya base estaba en la traducción de los textos rusos y franceses en España (en lo que se refiere a las principales novelas del siglo XIX).

No sabemos con exactitud si alguna vez se detuvo a pensar si los rusos, y en particular Dostoievski, hablaban en ese registro, esto es, en un registro literario arcaizante. Ningún traductor suele llegar a esa sutileza –la percepción sutil de los registros locales–, de modo que no podemos pedirle tal refinamiento a la crítica de los lectores a menos que sean bilingües. La crítica de Arlt era la del arcaísmo local, porque ya era arcaico para nosotros ese tipo de lenguaje (recuérdese la parodia de Borges en "El aleph" a través de la figura de Carlos Argentino Daneri). Es posible que Arlt y muchos lectores hayan recibido aquel dialecto en su mayor parte a través de los traductores, que en la Madre Patria debían de considerarlo normal, y cuyo registro quizá pensaban como "medio", en tanto aquí lo reproducían sin mayores consideraciones los traductores de la industria local y hasta los periódicos, pero que sonaba arcaico a un oído sensible al lenguaje de la calle, como el de Arlt.