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jueves, 30 de abril de 2020

Otro traductor literario colombiano entrevistado

Juan Gabriel Vázquez
Dos días después de la anterior entrevista, Carlos Torres, nuevamente en la Revista Cromos –del diario colombiano El Espectador–, publicó el 4 de noviembre de 2019, una entrevista con el novelista y traductor colombiano Juan Gabriel Vázquez. Es la que sigue.

Una charla con Juan Gabriel Vázques
Sobre el arte de traducir

Usted tiene una idea diferente a la de Umberto Eco, que decía que un texto traducido es una suerte de prótesis.
Entiendo lo de Eco: la traducción es una prótesis porque nos prolonga o subsana nuestras carencias. Llegamos mediante la traducción a lugares adonde de otra forma no llegaríamos, ¿no? Pero yo prefiero la idea musical de interpretación: el traductor tiene una partitura, el texto original, y la interpreta como mejor pueda, más adagio o más allegro. No todas las traducciones de Madame Bovary son iguales, como no son iguales todas las sonatas para piano de Beethoven: depende un poco de quién toque

¿Cuál es el objetivo del traductor?
El objetivo no es captar la belleza de las palabras originales, sino reproducirla en la lengua de destino, inventar una música análoga y unos ritmos análogos y una ficción análoga. Se trata de que se pierda lo menos posible. En prosa es posible a veces que no se pierda nada, o que lo que se pierda sea poco importante. Lo que uno hace, como me dijo una vez Javier Marías, es cabalgar sobre el texto: encontrar un uso de la lengua española que le permita montarse sobre el texto original e ir con su paso, a su ritmo, imitando sus efectos. La satisfacción del traductor es la misma que la del escritor: ocurre cuando uno mira la página y se dice: “Ya no sé cómo se puede hacer mejor”

El traductor es un lector que abre una puerta hacia una dimensión desconocida, buscando descifrar el texto. Usted aterrizó al español El corazón de las tinieblas. ¿Cómo fue su experiencia con Conrad, África y el viaje interior que propone este texto?
Había leído tantas veces el libro, que pensé que traducirlo iba a ser como pasear por un parque conocido. No fue así: nadie lee tan bien como un traductor, ni siquiera el lector reincidente, y yo descubrí en los rincones secretos de El corazón de las tinieblas cosas que no había visto nunca. Siempre he dicho que la traducción es la mejor escuela de escritura: ver tan de cerca los procesos de Conrad, las decisiones estéticas que toma, la manera de construir una frase o una escena... Todo eso es impagable. Descubrí también que la traducción de mi admirado Sergio Pitol, eufónica y bella, comete de todas formas algunos errores, y espero haberlos subsanado de la mejor forma posible.

¿Usted, que también es ensayista, ha reflexionado sobre el arte de traducir?
Di una conferencia una vez frente a un grupo de traductores y la publicaron en Cromos. Se llama “El traidor traicionado”, pero no sé si la pueda encontrar fácilmente. Aparte de esto, escribí un ensayo sobre mi traducción de Hiroshima. El ensayo aparece en un libro mío, El arte de la distorsión.

jueves, 20 de octubre de 2016

"Hacer que lo abstracto se vuelva concreto"




Mora Cordeu, durante muchos años jefa de la sección cultural de la Agencia Telam, escribió el siguiente texto, que incluye una breve entrevista con el escritor y traductor colombiano Juan Gabriel Vázquez, en junio de 2016. El artículo fue distribuido y publicado por diversos diarios del país.




Reeditan Hiroshima, el texto de John Hersey
que cambió la historia del periodismo

La bomba atómica que arrasó la ciudad de Hiroshima el 6 de agosto de 1945 generó infinidad de artículos pero ninguno como el de 150 páginas escrito por el periodista estadounidense John Hersey apenas un año después y publicado en la revista The New Yorker, revelando por primera vez el enfoque humano de la tragedia.

Por ese entonces corresponsal de la revista Time en Oriente, Hersey llegó en mayo de 1946 a la ciudad japonesa con la intención de cubrir ese bache informativo, se sentó a escribir luego de tomar el testimonio de seis sobrevivientes de la bomba y en la edición del 31 de agosto de ese año apareció ocupando la edición completa de la emblemática revista norteamericana.

Ese artículo, luego convertido en libro con el título de Hiroshima y que acaba de ser reeditado por Debate en la Argentina, setenta años después de su aparición, empezaba así: “Exactamente a las ocho y quince minutos de la mañana, hora japonesa, el 6 de agosto de 1945, en el momento en que la bomba atómica relampagueó sobre Hiroshima, la señora Toshiko Sasaki, empleada del departamento de personal de la Fábrica Oriental de Estaño, acababa de ocupar su puesto en la oficina de planta y estaba girando la cabeza para hablar con la chica del escritorio vecino. En ese mismo instante, el doctor Masakazu Fujii se acomodaba con las piernas cruzadas para leer el Asahi de Osaka en el porche de su hospital privado, suspendido sobre uno de los siete ríos del delta que divide Hiroshima…”.

El autor seguirá enumerando qué hacía cada uno de los seis testigos que buscó para su reportaje, en el momento de la explosión de la bomba -la lista se completa con una viuda con tres hijos pequeños, Hatsuyo Makamura; un misionero alemán, padre Wilhem Kleinsorge; un joven cirujano, Terufumi Sasaki y un pastor metodista, Kiyoshi Tanimonto.
En aquellos días The New Yorker vendía 300.000 ejemplares, a quince centavos el ejemplar, y a las pocas horas ya había agotado su edición. Su contenido fue replicado de inmediato por medios de comunicación en Europa y los Estados Unidos, y la editorial Alfred A. Knopf lo publicó como libro al año siguiente, luego de lo cual fue traducido en casi todo el mundo. El célebre artículo ha sido diseccionado como material de estudio en las universidades y Hersey se convirtió en un referente obligado del periodismo narrativo y de investigación.

Esta nueva edición incluye cinco capítulos: los primeros cuatro corresponden al artículo publicado por The New Yorker y el quinto está centrado en una segunda parte escrita por Hersey casi cuarenta años más tarde, en la que analiza lo que le pasó a los sobrevivientes durante todo ese tiempo.

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, quien tuvo a su cargo la traducción y el prólogo del libro desgrana en diálogo con Télam la singularidad de este relato y de su autor, quien marcó un hito dentro del periodismo.

– En su análisis emerge una manera de ejercer el periodismo por Hersey que parte de ser testigo de los hechos evitando cualquier interferencia personal ¿Qué piensa al respecto?
– Hersey escribió Hiroshima en una época en que el periodismo norteamericano cristalizaba alrededor de esa idea: el periodista debe ser invisible, la historia debe contarse a sí misma. En el polo opuesto está el periodismo “Gonzo” de Hunter Thompson, por ejemplo, donde todo depende de la primera persona. Creo que cada historia o cada tema exige sus propias estrategias, y no me cabe la menor duda de que esta supuesta imparcialidad o invisibilidad le da a Hiroshima una potencia, una urgencia, que no tendría si viéramos a Hersey todo el tiempo.

–¿Recuerda lo que sintió la primera vez que leyó el texto?
–Lo recuerdo muy bien porque fue una impresión muy profunda. Hasta ese momento, la bomba era para mí una abstracción, una nube en forma de hongo. Pero la imagen del hombre con los ojos derretidos o de las sombras que el calor imprimió en la piel de las mujeres no me abandonarán nunca. Esa es la mejor virtud del gran periodismo: hacer que lo abstracto se vuelva concreto y que el ser humano vuelva a ser la medida de las cosas.

–Me imagino que encarar la traducción de un libro como este debe implicar un desafío y un compromiso al mismo tiempo ¿Tuvo esta percepción?
–Por supuesto. No sólo porque un libro tan importante no se hubiera traducido nunca en España (la única traducción a nuestra lengua era, justamente, argentina, y del año 1962), sino porque me di cuenta de lo mucho que podía aprender traduciendo. Eso por no hablar de la presencia que tiene en nuestras facultades de periodismo: en todo el mundo hispánico se aprende leyéndolo.

–¿Qué implica para usted ese capítulo final, “Las secuelas del desastre”, escrito por Hersey casi 40 años después?
–Ese texto fue escrito desde la perspectiva que no se tenía en 1945, y esa perspectiva llegó con una conclusión triste: la tragedia atómica, la muerte de miles de civiles, no era necesaria para ganar la guerra. Es más: Hiroshima fue una especie de laboratorio en que una potencia de la incipiente Guerra Fría le mostró a la otra lo que era capaz de hacer. Que tantos no-combatientes hayan perdido la vida en ese espectáculo de fuerza no sólo es terrible: es inmoral. Esa indignación, en sordina y entre líneas, está en “Las secuelas”.

–¿Piensa que la manera de concebir el periodismo sintetizada en este texto emblemático sigue teniendo vigencia?
Hiroshima es gran periodismo y el gran periodismo no sólo sigue teniendo vigencia: es más urgente y pertinente y necesario que nunca. Junto a “Hiroshima”, mucho periodismo de hoy se ve como un juego amateur. Y aquí viene Hersey a recordarnos la virtud de ver con los propios ojos, no con los de Facebook, y el afán de entender, el maravilloso afán de entender que reemplaza la pasión de las redes sociales por juzgar, señalar con el dedo y condenar desde lejos.

Por su parte, el escritor y profesor universitario Roberto Herrscher, director del Master de Periodismo de la Universidad de Barcelona, ciudad donde vive desde hace años, dice a Télam que la forma de concebir el oficio por parte de Hersey “continúa vigente y más que nunca. Escuchar a la gente común, las víctimas, los sobrevivientes, los que son capaces de recordar y pensar sobre la tragedia que les sucedió: buscarlos, escucharlos bien, preguntarles con profundidad y respeto, escribir su testimonio. El camino de Hersey es el que siguieron, entre otros, Elena Poniatowska o la Premio Nobel Svetalana Alexievich”.

A su juicio, en el periodismo actual, y en la crónica por lo general, sobra el yo. “No creo que deba estar prohibido, pero solo tiene sentido cuando algo que nos pasó a nosotros es importante para entender el tema y a los personales, o cuando el periodista busca que el lector se identifique con él. En Hiroshima lo único que importa es la experiencia y los relatos de los seis sobrevivientes. Testigo y transmisor: no falta nada”.