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viernes, 21 de febrero de 2025

Una encuesta para traductores sobre traducción e Inteligencia Artificial (5)

Quinto día de la encuesta

Los traductores y la inteligencia artificial (5)

MARÍA JOSÉ FURIÓ (España)

1) ¿Qué tan familiarizada está con lo que puede hacer la Inteligencia Artificial en lo que a traducciones literarias se refiere?

Hasta la fecha he comprobado los resultados imperfectos cuando se pretende traducir fragmentos largos. Hace un par de años recibí un libro que pensaba reseñar, una traducción de catalán a castellano de la que el editor me dijo no se había vendido un solo ejemplar. Me sorprendió lo ilegible que era el resultado, aunque la apariencia de las frases fuera correcta. La respiración del texto no era la propia del castellano. Me devané los sesos pensando qué había ocurrido hasta que llegué a la conclusión de que se había traducido con algún programa y no se habían preocupado de hacer una corrección seria. Supongo que desde entonces los programas de traducción automática han mejorado exponencialmente y para textos de estilo no muy complejo el resultado puede acercarse al que daría un traductor humano.

Tengo colegas que me han dicho que piden al programa deepl.com una primera versión del libro que traducen y a continuación trabajan sobre ella. Se trata de literatura de género.

2) ¿Considera que es una herramienta útil para su trabajo? Si sí, ¿por qué sí? Si no, ¿por qué no?

Me resulta útil como apoyo en el estudio de idiomas y para traducir frases estereotipadas que no sé muy bien cómo formular. En traducción literaria lo utilizo para consultar expresiones, que también busco en diccionarios online especializados. Según mi experiencia, el resultado que ofrece la máquina no siempre es acertado, más de una vez es incluso erróneo. Sin embargo, al tratarse de una especie de almacén gigantesco de alternativas, a veces me proporciona una que no conocía y que me conviene. He leído que la IA ha ayudado en la traducción de textos muy antiguos, así que como cambio de paradigma dentro de la profesión me parece tan importante como lo fue el ordenador. 

3) Cree que la IA supone un riesgo para la profesión?  Si sí, ¿por qué sí? Si no, ¿por qué no?

Sí, hace años que es un peligro para la profesión de traductor. La traducción con programas TAO resulta muy útil para textos largos en los que se repiten varias veces determinadas fórmulas, como pueden ser textos jurídicos o prácticos, así que me parecen un avance. Sé que desde algunas universidades se defiende su uso e incluso han introducido asignaturas dándole más relevancia que a otras formaciones que fortalecerían el criterio del futuro traductor. Agencias y editoriales recurren a estos programas, que se tratan como inversión empresarial, con las consiguientes deducciones en impuestos, y pueden cargar la factura completa al cliente sin tener que repartir el ingreso con nadie, a lo sumo con un corrector freelance mal pagado. Los nuevos programas de IA van a perjudicar probablemente en cuestión de tarifas y se van a crear dos grupos de traductores: una pequeña elite bien pagada que trabajará sobre títulos “importantes” y una masa proletarizada a la que se le exigirá que conozca al dedillo el uso de IA y cuente también con una formación superior. Lo bueno será aprovechar para crear glosarios de todo tipo de temas en los grupos de idiomas más dispares.


MARIANA DIMÓPULOS (Argentina - radicada en Alemania)

Tengo una mirada bastante pesimista (si consideramos las grandes transformaciones y automatizaciones que vendrán como algo negativo por el hecho de que nos afectarán como gremio) de los efectos futuros de la IA en la traducción. Estoy convencida de que la IA cambiará el trabajo de los traductores, incluido el de los literarios y ensayísticos, de manera fundamental en el mediano, acaso ya en el corto plazo. No digo nada sobre sus efectos sobre la escritura, que por supuesto también ya tiene (véase los debates en la educación media y superior, por ejemplo).

A las preguntas de Jorge:

1) Qué tan familiarizado está con lo que puede hacer la Inteligencia Artificial en lo que a traducciones literarias se refiere?

Estoy familiarizada con lo que puede hacer la IA en las traducciones de teoría más que de traducción literaria, pero también la he probado alguna vez para este uso. Pero ante todo la utilizo para auto-traducirme, corregirme en otras lenguas, y consultarle por usos idiomáticos aceptables en lenguas que no son el castellano pero con las que tengo bastante familiaridad. He usado diversas, pago hasta ahora un solo servicio. Cuantas más haya y más podamos comparar sus respuestas, más útiles nos resultarán. Tienen, para la filosofía, herramientas para fijar conceptos, armar glosarios propios, etc. Esto muestra que los desarrolladores se han hecho las preguntas correctas acerca de lo que es una terminología y de cómo personalizarla lo suficiente para el trabajo propio; que no nos den una versión determinada y unificada es algo muy positivo para su aceptación por parte de los profesionales.

2) Considera que es una herramienta útil para su trabajo? Si sí, por qué sí? Si no, por qué no?

Esto está respondido en la pregunta anterior, aunque nunca lo usé para iniciar una traducción por la que fuera a cobrar como traductora.

3) Cree que la IA supone un riesgo para la profesión?  Si sí, por qué sí? Si no, por qué no?

Sí y no, pero más bien sí. Creo que la IA cambiará o está cambiando ya nuestro modo de trabajo de manera fundamental. En principio, y para mí lo más revolucionario es que convertirá toda traducción en una re-traducción. Es decir que, metodológicamente, siempre tendremos una traducción (o muchas, hechas por diversas IA o por la misma con distintas instrucciones de registro, estilo, etc.) que es potencialmente anterior a la nuestra y con la que podremos comparar nuestro trabajo. Esto disuelve la diferencia entre traducción primera y re-traducción, que es para mí una de las diferencias metodológicas y acaso epistemológicas (¿y éticas?) fundamentales del acto traductor. Va a cambiar rotundamente el modo de trabajo de la gran mayoría de los traductores y sólo dejará intacto el trabajo de algunos pocos (poesía, cierta literatura). Esto significa que el grueso de las traducciones, de las que los traductores literarios también viven, se pagarán sólo como trabajos de corrección (y esto por un tiempo, luego ni siquiera habrá que chequear con un humano). No es posible que las editoriales, en el mediano plazo, no conviertan a sus traductores en correctores de estilo. Es una cuestión de presupuesto, y en algún momento será el dinero el que decida, como ha ocurrido siempre con las transformaciones técnicas una vez que ha pasado el tiempo suficiente para que se proyecten sobre la “superestructura”, es decir, sobre el nivel de las prácticas culturales. De modo que en realidad sí, como gremio, es un riesgo o más bien una transformación irrefrenable.


ENRIQUE WINTER (Chile . radicado en Alemania)

1) ¿Qué tan familiarizado está con lo que puede hacer la Inteligencia Artificial en lo que a traducciones literarias se refiere?

Cada vez más. Empecé usándola como cortafuegos para tareas burocráticas y ahora, cuando tengo el computador cerca, es la primera destinataria de mis preguntas. Incluyo las de traducción, que casi podría definirse como el oficio de la duda. ChatGPT traduce textos completos y con mayor criterio literario que Deepl, que es una plataforma más precisa en el contenido, desarrollada aquí en Colonia. Comparar ambas versiones ya deja avanzada la traducción de un poema. O apenas en los cimientos, según como se mire, porque solo entonces comienza la literatura. El desarrollo vertiginoso de esta tecnología está empujando su uso a las primeras etapas del proceso. Hasta hace unos meses, me parecía apenas útil para el cotejo final. Así lo había pensado par mi traducción de Lorine Niedecker, cuya primera mitad terminé hace años y que retomaré esta semana, probablemente con un rol más activo de la Inteligencia Artificial en los contextos de escritura y en las variantes sonoras. Su antología Objetivismo rural será publicada este año por las las Ediciones de la Universidad Austral de Chile. 

2) ¿Considera que es una herramienta útil para su trabajo? Si sí, ¿por qué sí? Si no, ¿por qué no?

Todos los libros que he traducido fueron publicados antes de la masificación de la Inteligencia Artificial, y me alegra que así haya sido, porque la máquina aún no enseña el oficio de leer cada sílaba con atención. Sin embargo, y aquí radica curiosamente su utilidad, esta herramienta reduce el tiempo de traducción del contenido informativo que intenta ser claro y directo. Puedo revisar con rapidez el original y la versión de la IA, corrigiendo errores de apreciación. Es como contar con un asistente que redacta el borrador. Nunca he tenido uno, claro está, pero sí fui ese asistente cuando trabajaba elaborando leyes. Como la máquina está particularmente entrenada en las expresiones comunes y en los conectores que permiten la continuidad, puede ser útil para atreverse a traducir al fin desde la lengua materna a la adquirida. Eso hago ahora, a pedido de Provincianos Editores, con la poesía de Soledad Fariña, Elvira Hernández, Roxana Miranda Rupailaf y Victoria Ramírez. En cada una de ellas, el conocimiento de los giros propios del castellano de Chile, de los énfasis que generan sus respiraciones y cortes de versos, me parece tanto o más relevante que el dominio absoluto de la lengua de destino.

Una vez que siento resuelto el fraseo, mi amable asistente de IA —a quien siempre le pregunto cómo se encuentra y a la vez le cuento cómo me las arreglo en el exilio— me ofrece una traducción literal que comparo con la mía. Por el camino recto que le exigen los apuros actuales, más de una vez atina allí donde mis vueltas, que son las que dejan, pueden errar. Entonces negocio, con la voz de las poetas en la cabeza, y asiento: sí, así habla este poema en inglés. Si se trata de revisar una traducción ajena, en cambio, como la aguda versión de Catalina Ponce para Daño severo de Aria Aber, la IA no me ofrece más utilidad que la de un diccionario de sinónimos. Es el turno de mi oído y del conocimiento de las formas y del tema. Creo que la máquina es más provechosa a medida que se domina menos un idioma. Como con los demás, el alemán se enseña a través de contextos, de modo que uno sienta su lógica antes de comprenderla. Pero yo crecí entre tablas y, desde la poesía, naturalmente amo los procesos lingüísticos. Entonces le pido a la IA que sistematice lo que me confunde, como hoy con los adverbios temporales. O que me dé su versión en castellano de mi propia obra traducida al alemán. Así, leo la devolución de ChatGPT respecto de lo hecho por el talentoso Léonce Lupette con mi ensayo en verso Una poética por otros medios y sólo reviso aquello que no resuena con mis ideas. Puedo preguntarle por alternativas para lo que quería argumentar y que quizás ni aún en el original expresé claramente. Es que la ambigüedad es un placer, sobre todo cuando uno se deja llevar por la música de la relativa libertad sintáctica del castellano, una libertad que hereda quien la lee.

3) ¿Cree que la IA supone un riesgo para la profesión? Si sí, ¿por qué sí? Si no, ¿por qué no?

Por supuesto que sí. Es un nuevo golpe para un oficio de por sí precarizado. Quienes contratan un proyecto asumen que la mayor parte puede ser resuelta por la máquina y pagan por menos horas de trabajo, cuando no se lo encargan directamente a la IA y explotan a un corrector. También veo un riesgo en la unificación del estilo, pues tienta someterse a correcciones que convierten todo lenguaje en uno claro, fluido, cohesionado y preciso. Justamente ese fue el objetivo de las mejoras realizadas por ChatGPT sobre mis respuestas a esta entrevista. Como luego celebró que agregara este punto, un peligro adicional lo constituye su uso sin consentimiento de nuestras ideas, pero esto ya lo hacíamos los humanos y ojalá siga siendo a nuestro favor. Aunque estos peligros son ciertos tanto en un sentido material como en uno estético, creo que la literatura se juega casi por entero en aquello que la IA no resuelve. No porque no pueda hacerlo algún día, sino porque no representa un interés económico para la industria ni parece ser el insumo que le dan sus usuarios. Como traductor literario me vuelco a todo aquello que excede la función comunicativa de las palabras. Sopeso sonidos, cadencias y evocaciones para traspasar con la mayor intensidad posible la experiencia del original. La IA no está programada para eso, pero colabora cuando se lo pido.



martes, 18 de junio de 2024

"Cada vez más distanciado del inglés y de la cultura que representa”

Como ampliación al artículo publicado ayer, una nota de la agencia EFE, luego reproducida por Infobae Cultura, el pasado 17 de junio, donde J. M. Coetzee vuelve a reflexionar sobre la traducción y explica sus deseos de borrar de sus textos toda marca que remita a la cultura inglesa. Según el texto de la bajada, "El Nobel sudafricano, que recibió el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia, reflexionó sobre las lenguas, las traducciones y se preguntó si “toda escritura tiene que pertenecer a algún lugar".

Coetzee se distancia de idioma inglés y de “la cultura que representa” por pertenecer a un “antiguo colonizador”

El escritor sudafricano John Maxwell Coetzee, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2003, aseguró este lunes que, a pesar de haber creado toda su obra en inglés, se siente “cada vez más distanciado” de esa lengua y “de la cultura que representa”. Coetzee, que este lunes recibió el título de Doctor Honoris Causa por la española Universidad de Murcia (sureste), reflexionó sobre la posibilidad de que un libro y su traducción puedan ser equiparables, sin distinguir el original del traducido.

La Universidad de Murcia, con esta distinción, reconoce su brillante trayectoria y su contribución a las letras con una obra que trasciende los límites tradicionales de los géneros literarios, según defendió su padrino en la ceremonia, el profesor José Carlos Miralles Maldonado, catedrático de Filología Clásica, y se convierte en la primera universidad española que le otorga esa distinción.

Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) hizo una reflexión sobre el papel que juegan las lenguas en el desarrollo de la persona y destacó cómo en el continente africano “la lengua de la educación, los negocios y el gobierno es, por lo general, un idioma heredado de un antiguo colonizador, normalmente el inglés o el francés”, que difiere de la lengua materna. Él mismo experimentó esa realidad en su propia familia, donde en casa se hablaba el neerlandés y el alemán, que eran las lenguas maternas de sus abuelos, y el inglés “en el mercado”.

Aunque domina ese idioma, del que ha sido profesor y en el que ha escrito toda su obra literaria, aseguró que cada vez siente más que sus libros “no ‘pertenecen’ a la lengua inglesa ni a su cultura”, como tampoco pertenecen, por ejemplo, a la lengua ni a la cultura francesa las traducciones que de ellos se hacen al francés. “A medida que envejezco, me encuentro cada vez más distanciado del inglés y de la cultura que representa”, insistió, y se preguntó si es cierto que “toda escritura tiene que pertenecer a algún lugar”.

Para contestar a esa cuestión, el autor de En medio de ninguna parte, Desgracia o Elisabet Costello, entre otras, relató cómo hizo un experimento junto a la traductora que habitualmente lleva su obra al español, Mariana Dimópulos, cuando publicó su novela corta The Pole. Entre ambos, revisaron tanto el original como la traducción para tratar de borrar “todas las huellas de pensamiento específicamente inglés, de modo que al final no pudiéramos detectar cuál era el texto original y cuál la traducción”.

El experimento, aseguró, “fracasó”, puesto que el resto de traducciones se hicieron a partir de la obra en inglés y The Pole, como el resto de sus novelas, siempre se consideró escrita en esa lengua originalmente, pero Coetzee valoró que, a nivel conceptual, ese experimento dio lugar a reflexionar sobre si es posible que la traducción de un libro pueda llegar a ser mejor que la obra original.

lunes, 24 de julio de 2023

"Los poderes en la industria editorial se negaron"

El pasado 3 de julio, Sergio C. Fanjul publicó en el diario madrileño El País un artículo referido a la charla que el escritor sudafricano J. M. Coetzee y su traductora argentina Mariana Dimópulos tuvieron en el Museo del Prado, en razón de la residencia del primero en la institución. La bajada dice: "El escritor sudafricano es el primer autor, dentro de un nuevo ciclo, que está pasando tres semanas en la pinacoteca para escribir sobre la relación entre pintura y literatura".

El Nobel Coetzee se traslada al Museo del Prado: “Es imposible traducir imágenes en palabras”

En la pantalla se proyecta el cuadro San Jerónimo leyendo una carta (1627-29), de Georges de La Tour. En el lienzo San Jerónimo, vestido de rojo, se abisma sobre un papel, absorto, mientras sujeta los anteojos en la mano. Estamos intentando traducir esta imagen a palabras en un artículo periodístico y esa es precisamente la pregunta que se hace el escritor J. M. Coetzee. ¿Es posible traducir una imagen a palabras, a un bloque de texto? “La respuesta es no. Se puede encontrar una forma sustitutiva, pero no traducirla”, dice. Antes se ha proyectado el célebre cuadro sobre la construcción de la torre de Babel, de Brueguel el Viejo, tan utilizado en el sector literario. Así que ahora Coetzee se pregunta. “¿Se ha librado la imagen de la maldición de Babel?”. Y se responde: “No lo creo, la imagen puede ser más falsa que la palabra”.

El premio Nobel sudafricano de 83 años, muy bien llevados, mantuvo este jueves una charla en el Museo del Prado sobre las relaciones entre la literatura y la pintura con su traductora al español, la filósofa y escritora argentina Mariana Dimópulos. Antes de comenzar, Coetzee tuvo la cortesía de dar los agradecimientos en un español de difícil traducción, ya que estamos con el tema, pero esforzado: prometió más y mejor a la próxima. La conversación fue extraña, porque fue una conversación leída, cada uno de los contertulios repitiendo las frases que llevaban impresas en un papel, lo que dio cierta sensación de ortopedia. El evento se celebraba para inaugurar el proyecto Escribir el Prado, con la colaboración de la Fundación Loewe, y transcurrió como una especie de lección de filosofía del lenguaje que recordaba a las divagaciones de Ludwig Wittgenstein o a los experimentos literarios de Georges Perec. Una de las discusiones trató sobre la posibilidad de escribir la mirada del retrato del papa Inocencio X de Velázquez. Conclusión: también es imposible.

“Necesitamos las palabras para entender las imágenes”, dijo Dimópulos. La prueba es el propio museo, donde necesitamos como mínimo las cartelas para saber lo que estamos viendo (y aunque los textos museísticos muchas veces, sobre todo en el arte contemporáneo, no sean de fácil lectura). “Las imágenes dominan cada vez más nuestro mundo, lo que puede dar a entender que las imágenes son igual de importantes que las palabras. Nuestro cerebro, de hecho, traduce constantemente entre palabras e imágenes, pero no sabemos cómo”. Coetzee quiso añadir una tercera variable a la práctica literaria: no son solo palabra e imágenes. Es también la música, la música de las frases.

El invitado confesó que se siente incómodo en idiomas que no tienen fórmulas de trato de respeto, como usted (en ingles you no diferencia entre tú y usted). Y observó algo curioso: en las historias escritas podemos saber cuando se pasa de la distancia a la intimidad, cuando se pasa del usted al yo, entre dos personajes. Pero en inglés eso no se especifica. “Quien traduce eso al español”, dijo Coetzee, “tiene que conocer bajo la superficie de la vida de los personajes, incluso más de lo que los conoce el autor, de modo que hace una aportación semiautoral”.

También contó que quería que ninguna traducción de su última novela, El polaco (Hilo de Ariadna), fuese inferior a su original en inglés. Y que, “como dueño de los derechos de autor”, pidió que todas las traducciones manasen de la traducción en español. “Pero los poderes en la industria editorial se negaron, porque es como un artículo de fe que se debe traducir del original”. A Coetzee no le cabe duda de que si este libro se hubiera escrito en una lengua “menor, por ejemplo, el albanés”, las editoriales no hubieran tenido problema en traducir del inglés. “Se hubieran saltado sus principios. ¿Por qué? Porque el inglés es, tal vez, la lengua más importante en este momento. Fui el perdedor en ese combate. Es de lamentar”.

Residencia en el Prado
Imagínese disponer de tres semanas para perderse en la contemplación de las colecciones del Museo del Prado. Si Andy Warhol se jactó de ver el museo en unos minutos, Coetzee, residente en Adelaida, Australia, se afinca en Madrid durante 21 días para “interpelar desde la imaginación narrativa” las colecciones del Museo, según informa la institución. A partir de esta estancia escribirá un texto, el primero de una colección publicada en la revista Granta que se centrará en explorar esos vínculos entre la escritura y las artes plásticas. Un buen entretenimiento cultural podrá ser, durante los siguientes días, visitar el museo para ver si uno se cruza, además de con la princesa Margarita Teresa de Austria y las meninas, con el Nobel sudafricano. Coetzee es el autor seleccionado para inaugurar el proyecto, con Valerie Miles, editora de Granta, como asesora literaria, que invitará a escritores de prestigio internacional a sumergirse en esta experiencia.

En la presentación, el exministro Javier Solana, presidente del patronato del Prado, le auguró muchas dificultades a la hora de traducir a palabras este museo. “Es una tarea compleja”, sentenció. Describió a Coetzee como un autor duro, difícil de leer, aunque de su gusto. “Casi siempre encuentro algo que tiene que ver con la vida de verdad. Creo que es un hombre que cree en el género humano. También en sus desgracias, pero con la convicción de que podemos elevarnos y dejar de sufrir en algunos momentos. De que podemos ser felices”.


miércoles, 4 de noviembre de 2020

"Cada nación, cada país y cada cultura se define por la relación que establece con su lengua"

“En un mundo globalizado e hiperconectado, la lengua es una forma de proteger, desarrollar e internacionalizar la literatura autóctona. Pero, ¿es igual para todos? ¿Qué implicancias tiene en el universo de los libros? Infobae Cultura conversó con Ariana Harwicz, Mariana Dimópulos, Víctor Malumián y Martín Kohan”. Eso dice la bajada de la nota publicada por Luciano Sáliche el pasado 1 de noviembre.

El idioma en disputa: cómo influye la supremacía del inglés en las literaturas y los mercados editoriales periféricos

 

Si el lenguaje es un terreno de intensa lucha política —la arena de la lucha de clases, decía Voloshinov—, el idioma es un campo de batalla que repercute en todas las esferas de las relaciones sociales. “En la historia occidental, hubo muchas ‘lenguas del imperio’. Al español le tocó su hora, lo sabemos por nuestra propia historia latinoamericana. Bastante simplificado se puede decir: primero fue el italiano, después el español, luego el holandés, luego el francés y por último el inglés”, dice Mariana Dimópulos, autora y traductora. ¿Y qué implicancias tiene la supremacía del inglés en las literaturas y mercados editoriales periféricos? ¿Se puede seguir hablando de colonialismo cultural en este mundo globalizado, hiperconectado y sobreinformado? ¿Cómo se tallan los libros en los márgenes lejanos del gran imperio?

 

Desde 2007, Ariana Harwicz vive en Francia, donde “la lengua es todo”. “El que maneja la lengua se puede defender. El que no la maneja está muerto socialmente, políticamente. Con excepción del comodín del inglés. Digamos que los franceses te lo perdonan por esa devoción oculta y esa relación contradictoria y de fascinación que tienen con el inglés. Pero todas las otras lenguas son ‘menores’. En Francia la adaptación a la cultura pasa por la lengua, pero cada nación, cada país y cada cultura se define por la relación que establece con su lengua, y también respecto a los inmigrantes, a los extranjeros, que no la hablan o que la hablan de otro modo. Es eminentemente, de manera obvia, una relación de poder, de centro y periferia, de centralidad y marginalidad, de imperio y subordinados”, agrega la escritora argentina.

 

“Yo siempre lucho para poder hablar en español —continúa la autora de Matate, amor y Degenerado—. Más allá de que soy bilingüe con francés y entiendo inglés, no es que tenga una postura firme e inamovible de no pasar de lengua. Es una cosa muy interesante pasar de lengua. Lo digo yo que vivo en otra lengua. Lo que pasa muchas veces es que todos los latinoamericanos que conozco en todos los ámbitos se esfuerzan por hablar un inglés perfecto. Al revés no pasa nunca. Me acuerdo en la Alianza Francesa, antes de irme a vivir afuera, y me acuerdo del Instituto Goethe y de cualquier evento: cuando vienen de afuera son dioses, viene un francés o un yanqui o un inglés y todos corremos a hablar la lengua de ellos. Ellos no pueden hablar español, ni tres palabras, ni aunque estén en nuestro país. Y cuando nosotros vamos allá, no hablamos español porque somos los recibidos. Hay una relación de fuerza que la asumimos como statu quo y no la peleamos, y me parece que sería interesante pensarla.”


Por su parte, Martín Kohan prefiere matizar las implicancias del supremacismo inglés en las literaturas periféricas: “En lo que a mí respecta, [no repercute] en nada que yo alcance a advertir. Hay novelas mías traducidas al inglés, como las hay en otros idiomas. Y en cuanto a las ferias del libro o los festivales literarios, me ha tocado estar por caso en Gran Bretaña, en Francia, en Italia o en Brasil: siempre me ofrecieron la posibilidad de contar con un traductor, si lo precisaba. Supongo que pasa a ser un requisito de importancia para un agente literario o para un agente de prensa; pero como yo no me ocupo de gestionar mis libros ni tampoco de promocionarlos, la cuestión no me afecta”. Respecto a si existe un imperialismo cultural en la cuestión de la lengua, sostiene que, “en términos económicos, sin duda; pero en términos lingüísticos, no me parece”.

 Víctor Malumián, editor de Godot y coautor de Independientes, ¿de qué?, ha concurrido a varios festivales internacionales y sostiene que “en todos los países la lengua de habla entre una persona proveniente, por ejemplo, de China y de Alemania suele ser el inglés. No es un tema sólo del castellano”. En Argentina es común la figura del traductor en mesas de festivales, pero, ¿qué ocurre en los eventos literarios de otros países? “Es común, en parte no solo por una tradición, además influye el excelente trabajo de instituciones como el Goethe, Institut Français Argentina y CCEBA, que están siempre pendientes de lo que sucede a nivel cultural e intentan generar una conversación donde se hacen eco del trabajo local y logran un estupendo nivel de participación. Es determinante si se piensa en una política cultural de la lengua o de nuestro país en otros territorios y lenguas”.

 

“Toda literatura en lengua que no sea la inglesa ‘depende’ en buena parte de la traducción para poder circular internacionalmente”, dice Dimópulos, autora de Quemar el cielo y Carrusel Benjamin. “Esto está condicionado por los lectores en las editoriales, los editores, y por supuesto los agentes. Le pasa tanto a un libro de un autor alemán u holandés como a un libro de un autor latinoamericano. Claro, las editoriales de mayor poderío pueden mandar a traducir muestras de libros para ‘competir’ en el mercado internacional. Esto respecto a los libros en sí mismos. Ahora bien, seguramente el autor alemán y el autor holandés tienen, por el simple hecho de pertenecer a sociedades de bienestar y de enorme vinculación con el mundo angloparlante, muchas mayores posibilidades de hablar (bien) en inglés si alguna vez son invitados a un festival o a un congreso. No les pasa sólo a los escritores, esto es un fenómeno que se da en el comercio, en el arte, en los intercambios culturales en general. Sólo que el escritor se ve afectado especialmente: su medio de trabajo es la misma lengua que debe abandonar”.

 

Para Malumián, la cuestión imperialista en este debate por la lengua "es determinante. Los pocos países de primer mundo que no tienen programas de traducción para facilitar la internacionalización de la producción cultural son Estados Unidos e Inglaterra, y eso está dado, en gran parte, porque su idioma se ha convertido en el punto de encuentro del resto del mundo. La lista de países o lenguas que invierten en promover su cultura ya sea mediante traducciones, apoyos a viajes, promoción, etc. es bastante extensa y oscila desde el francés y el alemán hasta el polaco y el esloveno. No solo depende de la tensión entre centro y periferia sino además de la voluntad gubernamental de construir una política cultural que ayude a difundir lo que sucede puertas adentro de un país.

 

Es muy común la figura del traductor, del intérprete en festivales de toda Europa, pero siempre con la excepción del inglés. Alguien me podrá decir: es obvio, es la lengua del imperio, es la lengua común. Pero la desproporción, la disparidad, la injusticia es enorme”, comenta Harwicz. “Digamos que se sobreentiende que tenés que saber inglés. No importa cuán consagrado estés, cuánta visibilidad tengas, cuán importante o no sea tu obra, si no sabés inglés quedás excluido de muchos eventos. Contrariamente a lo que veo que pasa en América Latina y en Argentina, que lo conozco más, en donde seguimos en esta época con luchas sobre paridad de género, una lucha revolucionaria retomada por las feministas hoy, me llama la atención que ese otro modo de sumisión concreto, político, ese otro modo fuertísimo, feroz de sumisión que es la lengua, una lengua sometida a otra, no sea denunciado en ámbitos culturales”.

 

Agrega Ariana Harwicz: “Veo una gran pasividad y una aceptación. No veo que se esté ‘combatiendo’ eso, veo una docilidad respecto de esa desigualdad de poder y hasta algo ciertamente snob con la lengua inglesa. En algunos festivales, hablar inglés es excluyente. Me llama menos la atención que en festivales de la India, por ejemplo, donde se podría considerar ‘neutral’, te exijan que hables en inglés como lengua común... eso me llama menos la atención que editoriales y festivales que trabajan sobre la cultura latinoamericana; ahí me parece más contradictorio el regodeo con la lengua inglesa cuando de lo que se trata es de hablar de literatura latinoamericana. Vienen autoras inglesas o norteamericanas al Filba y las entrevistan las argentinas que mejor hablan inglés: perfecto. Pero después cuando esas mismas autoras van afuera y ellas piden hablar español no se les permite”.


“La lengua fabrica y a la vez expresa los dominios culturales en general”, apunta Mariana Dimópulos, y continúa: “En la circulación de las traducciones se ve fácilmente: Londres y Nueva York traducen muy poco en comparación con lo que exportan a otras lenguas. Acá no hay discusión alguna, para mí: el inglés es la lengua de los intercambios internacionales, en la literatura, en la filosofía, por no hablar de las ciencias. Hay que ver si se trata de ‘imperialismo cultural’: no todo el que tiene que usar el inglés para comunicarse en escenarios de intercambio internacional ‘consume’ los productos de habla inglesa necesariamente, y mucha, muchísima gente que no participa de esos intercambios, y que no habla inglés, consume la producción cultural de las metrópolis de lengua inglesa. ¿Está en la lengua el dominio mismo? No, a la lengua en sí no le podemos imputar semejante cosa. Es la política, la economía, la circulación de capital, lo que determina esto”.

jueves, 13 de junio de 2019

"Los enemigos del logos como razón unívoca pueden ser un modelo"

Grafismos de León Ferrari
En el número 323 de la revista Otra parte, la escritora y traductora argentina Mariana Dimópulos publicó la siguiente reseña sobre Elogio de la traducción, de Barbara Cassin. La reproducimos a continuación.



Elogio de la traducción

Por forma y contenido, que no se separan, este Elogio de la traducción debe hacerse en primer lugar a su propia traductora a la lengua castellana, Irene Agoff. El libro de la francesa Barbara Cassin, conocida por su lazo con la sofística, es el producto de una más de sus reflexiones sobre el lenguaje. Esta vez, la inspiración principal proviene de la experiencia del proyecto llamado Diccionario de los intraducibles, que se publicó en Francia bajo su coordinación hace quince años y viene siendo, al parecer, un éxito mundial, es decir, un éxito de traducción.

Los griegos imaginaron que su lengua era la única lengua de la razón e hicieron de sus no hablantes “los bárbaros”. Cassin, en la estela de Heidegger pero a regañadientes, saca la opuesta conclusión del “maestro de Alemania”: no somos directos herederos de los griegos, sino de los bárbaros y esclavos. Hacemos bla-bla-bla. Y es precisamente en la diversidad de nuestro modo de hablar donde ocurren la necesidad y el hecho de la traducción. A diferencia de los ideales universalistas, que por medio de una lengua originaria —¿el griego o el hebreo?— o por medio de una lengua perfecta —la lógica de Wilkins o el esperanto de los hombres de buena voluntad— resolvían la diversidad, Cassin nos recuerda que los enemigos del logos como razón unívoca pueden ser un modelo. Esto es, los sofistas. Para Gorgias, por ejemplo, la homonimia y la polivalencia son el lugar del pensamiento. El equívoco, siempre tan temido por la filosofía, no es entonces “una casualidad ni un defecto: es la implementación reflexiva de un recurso de la lengua”. Por eso, la traducción no se mantiene pegada a la línea de una frase, pronunciada o escrita, dice Cassin, sino que pertenece al “orden de la arborescencia”. La significación se multiplica, la frase crece en volumen, el referente se echa a andar por el mundo. Todo esto, que a la filosofía le causa temor, a Cassin le causa regocijo.

¿Pero qué ocurre entonces con la verdad, si toda significación es peregrina? ¿Caeremos en el mal del relativismo? Cassin afirma que un relativismo consecuente, consciente de sí, es la solución por atender a la evidencia de lo que, efectivamente, ocurre con las lenguas en nuestro mundo. Pero ante el temor de que esa multiplicidad sea tal que imposibilite no sólo la comprensión sino cualquier construcción de una verdad, Cassin vuelve a echar mano de los griegos y, con inspiración socrática, aboga por una verdad que sea “mejor para”, esto es, un “universal dedicado”. Su ejemplo es político, se trata de los no juicios en la experiencia sudafricana ante el fin del apartheid, y a nuestros ojos le hace perder pronto la misma fuerza que ha venido acumulando durante toda su argumentación.

Alegato contra el globish (global English), defensa de la educación plurilingüe y de las múltiples culturas que conviven —mal— en Europa, el libro muestra que todavía, a pesar del cierre del giro lingüístico, sobre nuestra concepción de las lenguas, su diversidad y la necesidad innegable de la traducción giran preguntas esenciales, antiguas, constitutivas. Que se mantienen desde siglos, a pesar de todo relativismo consecuente.

Barbara Cassin, Elogio de la traducción. Complicar el universal, traducción de Irene Agoff, El Cuenco de Plata, 2019, 192 págs.

viernes, 30 de octubre de 2015

" Controlar el mercado del libro en lengua española mediante la industria editorial y la enseñanza internacional de la lengua "

“Glotopolítica. Definir el idioma argentino preocupó a Borges y a la lingüística local. Mientras, el Instituto Cervantes evalúa la “corrección” de lo hablado.” Así reza la bajada de este artículo, firmado por la novelista y traductora Mariana Dimópulos, publicado por la revista Ñ, el 11 de octubre pasado.

Apropiaciones de la lengua española

¿Qué hablan los argentinos? Su idioma tiene un nombre, el castellano, pero no es igual al que se usa en otros países. Al igual que en otros países, al menos desde el surgimiento de los estados-nación, su lengua ha sido objeto de especulaciones, de debates, de regulaciones. Hasta de sospecha de inexistencia. Así lo denunciaba Borges, por ejemplo, en un texto temprano: algunos creerán que el idioma de los argentinos es un embeleco, un engaño que de ninguna realidad es sostén. El no era uno de los incrédulos, por supuesto, y apelaba, además de a la ironía, al corazón y a la esperanza para remediarlo. Ante todo, a la esperanza de la lengua literaria –y argentina– que él mismo planeaba inventar.

Eso que Borges ejercía en una conferencia de 1927 hoy es estudiado por la lingüística y ha adquirido, hace poco, su denominación técnica: glotopolítica. Al menos desde la Revolución Francesa, ese medio no único pero fundamental de comunicación se había convertido en un objeto de gobierno y de planificaciones. Pero hace algunos años la lingüística puso su atención en que esa no era la única forma ni de operar sobre la lengua ni de hacer política sobre ella. Las instancias de lo político eran múltiples, e iban de lo más normativo hasta lo más inofensivo al parecer: las ideas de los propios hablantes. En el caso del castellano, desde la tarea directiva, por ejemplo, de la Real Academia Española, hasta la convicción, casi cien años después de la proclama de Borges, de que aunque no se dude de la existencia del idioma de los argentinos, sí se lo condene. Porque puestos ante la pregunta ya no del qué hablan, sino de cómo lo hacen, la mayoría de ellos responderá: hablamos mal.

La primera apropiación de la lengua para cada hablante no tiene lugar en la casa, sino en la escuela, si es que por apropiación entendemos ser conscientes de nuestro instrumento, aprender a escribirlo y a conocerlo. Pero la escuela no está exenta de los tironeos de los diversos actores que, estudiados por la glotopolítica, afectan, condicionan y definen el idioma. Antes, su vehículo era la palabra del maestro y su figura de autoridad. Pero tal como lo muestra María López García en Nosotros, vosotros, ellos (Miño y Dávila), hoy esa figura ha quedado desplazada por los manuales escolares y su protagonismo. Y lo que nos enseñan, de ahí el notable descubrimiento del libro, es que nuestra lengua, el idioma de los argentinos, se define en los bordes y en la excepción. El voseo, por ejemplo, es presentado como un rasgo “exclusivo y apartado de las formas normales”.

Nada se dice de nuestro sistema de posesivos ni de nuestros modos de enfatizar (un rioplatense dirá “detrás mío” y dirá “está re-bueno”). El “vosotros” sigue consignado en todas las tablas, aunque lo utilice sólo el diez por ciento de los hablantes mundiales del español. Se crece en una lengua que es propia a medias, formalizada en una mezcla de directivas confusas y convivencia de paradigmas. El resultado no alienta a seguir estos pasos: “un hablante inseguro de su lengua y del uso que hace de ella”.

Oído en los arrabales
Si a principios del siglo XX en Buenos Aires el debate se daba entre la lengua del arrabal y un purismo lingüístico basado en una falsa imitación de la dicción de España, hoy la glotopolítica –que acaba de celebrar su primer Congreso Americano– indica que los actores han cambiado. Con la transformación de España y el enorme desarrollo literario de América latina a lo largo del siglo, las instituciones clásicas de normativa se vieron obligadas a renovarse. La Real Academia Española ha dejado de fijar, limpiar y dar esplendor –como decía su blasón– a una lengua que se le escapa y se expande. El giro de la estrategia responde a un principio de realidad y a una necesidad económica, la de controlar el mercado del libro en lengua española mediante la industria editorial por un lado, y mediante la enseñanza internacional de la lengua por el otro, a través del Instituto Cervantes. El gobierno y las instituciones españolas depusieron las armas de la regla y levantaron las de la concordia: el castellano es ahora entendido como una “lengua de encuentro”, y este encuentro debe ser, ante todo, para ellos rentable.

La norma, entonces, queda velada en la cordialidad de lo vendible y lleva, cuando abandona el sello de la Península, el de la neutralidad. Desde la televisión hasta la literatura traducida en América, el “neutro” se ha vuelto preocupación de todo aquel que ponga en circulación contenidos en castellano. Es una nueva inquietud que ha adquirido el debate; nuestro borde ya no es ni el castizo ni el arrabal. Lo que nos amenaza es la neutralidad, que encarna una nueva discusión entre la lengua nacional, como identitaria, y el castellano como ilusión del intercambio irrestricto entre quienes lo hablen. El neutro resulta una forma –buena y mala– de globalizarnos. “La necesidad de homogeneizar es funcional al desempeño activo del mercado en la regulación de los medios de comunicación”, entiende López García. Pero también hay, detrás de la entelequia de un castellano neutro, la expresión de un miedo de los hablantes a quedar –la pesadilla del mundo de hoy– perorando a solas.

La historia de la lengua enseña que todos los idiomas tienden a la dialectización absoluta; es decir, que las fronteras naturales y políticas harán, tarde o temprano, que los que hablaban la misma lengua acaben a lo largo de los siglos por hacerlo en idiomas distintos. En el mientras tanto del castellano, usado en un vastísimo territorio por casi quinientos millones de personas, conviven el deseo clásico de la identidad como lengua de un estado-nación, en tanto espejo de los ciudadanos, y la voluntad de comunicación transnacional. Pero esta voluntad entraña, como muestra López García en el caso particular de los argentinos, la denegación de nuestra propia variante en su versión más triste: la de su desconocimiento. La glotopolítica ha enseñado que no toda la norma es la que se enuncia como tal; el poder simbólico de un agente de la lengua, aunque no se anuncie como regla, la estará estableciendo. Y en caso de ausencia de regulación del Estado, esa norma será impuesta por la industria editorial, por los medios, por la escuela a través del dominio del manual escolar.

Variedad rioplatense; habla coloquial
Este cambio está afectando también a los saberes lingüísticos. La antigua diferencia entre lengua (como ideal) y habla (como realidad cotidiana) que había instaurado el padre de la disciplina, el suizo Saussure, está en duda. El peso va cayendo hacia el habla, hacia el estudio del uso efectivo de una lengua en un territorio dado. Es decir, la descripción tiende a hacerse normativa. De ahí que Nosotros, vosotros, ellos cierre con una reparación: la tentativa de describir para la escuela –para ese maestro inseguro que confunde variedad rioplatense con habla coloquial– eso que es el idioma de una buena parte de los argentinos.

En su proclama de 1927, Borges mencionaba el léxico, la cadencia y la afectividad de la frase como características particulares de nuestra lengua. No mencionaba el voseo. Su literatura inventó una elegancia que, vista con atención, se propuso minimizarlo. Una lengua propia pero a medias. Que fuese una proclama da razón a las de hoy: la lengua es una disputa de muchos actores, que van de la maestra al poeta, pero no se resuelve con una fórmula. Lo propio está tan amenazado como atravesado y enriquecido por lo ajeno, y nada se dirime de una vez y para siempre. Pero esto no puede ocurrir a oscuras, esto hay que hacerlo visible.


viernes, 22 de mayo de 2015

Videos de traductores que se confiesan en público

Alan Pauls, Alberto Silva, Andrés Ehrenhaus, Carla Imbrogno, Eduardo Gruner, Gonzalo Aguilar, Irene Agoff, Jorge Fondebrider, Marcelo Cohen, Mariana Dimópulos y Rafael Spregelburd grabaron sendos videos que, luego de editados, pasaron a integrar el video que se pasa continuamente en el marco de la exposición “Casi lo mismo” que actualmente se exhibe en el Museo del Libro y de la Lengua.

Sin embargo, para los curiosos, la versión completa fue albergada en la biblioteca digital Trapalanda, de la Biblioteca Nacional. Se los presenta con esta presentación: Entrevistas alrededor de la traducción. Como parte de la muestra ‘Casi lo mismo’, se grabaron una serie de conversaciones con escritores, traductores, pensadores, para develar ese misterioso amor a la lengua que se despliega en cada traducción. En Casi lo mismo habrá juegos, obras de arte, libros, videos, para rodear y pensar ese hecho fundamental y a la vez siempre un tanto desviado. La traducción: que no es lo mismo, ni siquiera de otra manera. Es casi lo mismo.”

martes, 9 de abril de 2013

Magnus y Dimópulos tienen las cosas claras

Ayer, 8 de abril, los escritores y traductores Ariel Magnus y Mariana Dimópulos protagonizaron un muy interesante debate a propósito de "Traducción de literatura vs. traducción de filosofía" en el seno del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. Hubo definiciones y ejemples, y una muy activa participación del numeroso público que se hizo preente en la velada. Y quien se interese en estas cuestiones puede ver lo que pasó siguiendo este vínculo: http://www.ustream.tv/recorded/31670535

Ariel Magnus
Narrador, periodista y traductor, nacido en Buenos Aires, 1975). Entre 1999 y 2005 vivió en Alemania, primero en la ciudad de Heidelberg y luego en Berlín. Allí estudió literatura española y filosofía becado por la Friedrich Ebert Stiftung, al tiempo que trabajaba para la cátedra de Literatura Hispánica de la Universidad Humboldt de Berlín. Escribió para diversos medios de la Argentina y Latinoamérica, entre ellos la revista Soho y Gatopardo y el suplemento Radar de Página/12 y la revista Ñ, del diario Clarín. Colabora regularmente con el suplemento El Ángel de La Reforma (México) y de forma esporádica con la revista cultural La mujer de mi vida y el diario Taz de Alemania. Actualmente traduce del alemán el diario de filmación de Fitzcarraldo, de Werner Herzog. Publicó Sandra (novela, 2005), La abuela (crónica, 2006), Un chino en bicicleta (novela, Premio "La Otra Orilla", 2007), Cartas a mi vecina de arriba (novela, 2009) y Ganar es de perdedores y otros cuentos de fútbol (2010). Ha traducido a un gran número de autores de lengua alemana; entre otros, Franz Kafka, Peter Handke, Werner Herzog, Tilman Rammsted, etc.



Mariana Dimópulos
Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, nació en 1973. Narradora y traductora, a los 25 años viajó a Alemania, donde vivió entre 1999 y 2005. A la fecha, publicó Anís (Entropía) y Cada despedida (Adriana Hidalgo). Ha traducido obras de Walter Benjamin, Heinrich Meier, Gunnar Kruger, Ulrich Peltzer, entre otros autores.

martes, 26 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (20)

Continúa la encuesta para traductores del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires con dos traductoras argentinas: una del francés y del portugués y otra del alemán y el inglés.

Lucía Vogelfang
Nacida en Buenos Aires en 1980, es Licenciada en Letras por la Universidad
de Buenos Aires. Cursó estudios de postgrado en Cultura Brasileña (UdeSA-FUNCEB). Trabaja en proyectos culturales, editoriales y en educación. Fue invitada a participar de programas profesionales en París y en el sur de Francia para compartir experiencias con gestores culturales y traductores de otros países. A pesar de su juventud, ha publicado un gran número de traducciones de, entre otros, el Marquez de Sade, Charles Baudelaire, Guy de Maupassant, Guillaume Apollinaire, Alain Badiou, Pierre Bourdieu, J. Rancière, Jean Lewinski, etc

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
 Un fragmento de prosa poética que me tocó traducir hace algunos años me enfrentó a las diferencias y semejanzas entre traducción y escritura. Una editorial de poesía porteña me encargó la traducción al español de la obra completa de un poeta francés contemporáneo. La obra poética de Jean Lewinski, el proyecto enciclopédico Les alices (Las alicias), se compone de cuatro tomos sobre el conocimiento humano y uno de sus fragmentos encarna ese punto exacto en el que la escritura y la traducción se parecen y, al mismo tiempo, se diferencian.

En la la la (que no es estrictamente un segundo tomo sino la continuación del primero, Les Alices +1), Lewinski reflexiona acerca de la tarea del traductor, propone desterrar lo literal de la traducción y dice que “la première qualité du traducteur a été désignée au figuré par l'expression française de coup d'œil - en français dans le texte.” Si traducir es, en cierto sentido, hacerle a la lengua que se traduce lo que la lengua original le hace a su propia lengua, ¿cómo lograrlo aquí? Un breve repaso de algunas de las posibles traducciones:

Una traducción literal arrojaría el siguiente resultado:

la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa un golpe de vista – en francés en el texto

una segunda traducción posible sería:

la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa coup d'œil - en francés en el texto

y una tercera, más arriesgada, diría que:

la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión castellana un golpe de vista – en castellano en el texto

La primera, la literal (“la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa un golpe de vista – en francés en el texto”), se encuentra con la dificultad de que ya ha sido reducida al absurdo en “Pierre Menard, autor del Quijote” donde a cada palabra del original en español le corresponde su idéntica porque Menard, dice Borges, “no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran ¬palabra por palabra y línea por línea¬ con las de Miguel de Cervantes.” Esta traducción literal encuentra otra dificultad y es que el mismo Lewinski unos versos más arriba nos la ha prohibido: “le mot à mot à bannir de la traduction”. Y, además, la convención, ese “en francés en el texto” carece aquí de sentido porque la expresión ha sido traducida.

La segunda (“la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa coup d'œil - en francés en el texto”) conserva la expresión francesa con la aclaración de que se respeta la lengua del original pero se pierde el chiste.

La tercera, más cercana a la traducción que proponía Cicerón “sentido por sentido” (“la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión castellana un golpe de vista – en castellano en el texto”), invierte las referencias a las lenguas y postula que en el texto fuente la expresión aparece en español, cosa que, por supuesto, no es cierta. La expresión francesa coup d'œil en su referencia al cuerpo a través del ojo redobla el efecto poético porque la frase es un golpe de ojo casi como si dijéramos un golpe al ojo o un golpe en el ojo. La expresión en español, más metafórica, “un golpe de vista” o “un vistazo” no traduce entonces esa violencia, el golpe del original.

Si el problema de la traducción literal es que enfrenta dos cuestiones cabales a la hora de pensar un texto poético como lo son el contenido y la forma, Lewinski nos obliga aquí a dejar de lado estas cuestiones para adentrarnos en otras más arduas y pensar no sólo en qué se parecen sino incluso cómo hacer que se parezcan (que ese es quizás el quid de la cuestión) escritura y traducción.

Estos versos funcionan como una puesta en abismo de la tarea de traducción, revelando lo que hay en ella de especularidad, de artificialidad pero revelando también en qué se parecen escritura y traducción y cuánto hay de traducción en la propia escritura.

Esa convención de la tarea de traducción en la que la traducción se revela como tal, evidencia sus operaciones -aquella que permite poner en nota al pie “en castellano en el original”- descubre que ese texto que estamos leyendo no es el que ha sido escrito originalmente sino un texto sobre el que se ha efectuado una operación. Esta convención en la propia escritura pone en evidencia que la escritura también es una operación, un artificio.

Y esta escritura, como la traducción, supone un texto otro, primero, anterior, en una lengua otra (pero, si hacemos una brevísima pesquisa filológica, descubriremos de inmediato que esto es sólo una superchería literaria). ¿Cómo podríamos entonces traducir estos versos sin perder esa referencia a un texto original inexistente si la traducción crearía automáticamente ese texto “otro”, el original, que Lewinski postula hipotéticamente?

Justamente en este punto se parecen y se diferencian: la traducción pretende ser un especie de doble de una escritura que es doble en sí misma. Pero los dobles no existen, porque un doble ya es otro.
  
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Creo que la respuesta a esta pregunta es casi una aporía. El hecho de que un texto es la traducción de un original debe ocultarse hasta el punto en que se note. Vuelvo al “en francés en el texto”, ese repliegue, ese volver sobre sí de la lengua, que inventa una traducción que, a su vez, inventa una primera lengua anterior a la lengua que narra. El texto poético simula referirse a algo distinto de sí y exhibe sus propias tecnologías, como lo hace la traducción.

La traducción, una buena traducción, por supuesto, no debería dejar traslucir el hecho de que se trata de una traducción. Porque sería una nueva escritura que produciría, no un espacio igual, sino, al contrario, un nuevo texto y un nuevo contexto en un espacio diferente.

Octavio Paz dice que el texto original nunca reaparece en la lengua de llegada y, sin embargo, siempre está porque la traducción lo menciona constantemente o lo transforma en un objeto verbal que, aunque distinto, lo reproduce. Por eso el punto de llegada no es el ocultamiento del original, ni su mostración, ni lo idéntico, ni lo distinto, sino un texto análogo, la semejanza entre cosas distintas. El texto traducido es la transformación de un texto-punto-de-mira en una especie de intertexto, y el reflejo entre ambos debiera ser permanente, continuo y recíproco.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Creo, en términos de Umberto Eco en “El lector ideal”, que tanto lector como autor son funciones, operaciones previstas por el texto. En este sentido entiendo también la figura del traductor y su (in)visibilidad respecto del texto traducido. El traductor, es, como lo son autor y lector, una función del texto, un mecanismo que el texto prevé en sus propias operaciones y es allí donde debería visibilizarse su figura.
En este sentido, la “función” traductor/a puede visibilizarse en las notas. En este espacio, en la marginalia del texto, el traductor puede y debe ser más visible que la traducción. Pero esta presencia, las intervenciones  del traductor, debe ser atinada e informativa e interrumpir e invadir lo menos posible la traducción.

Otra cuestión que hace también a la visibilidad del traductor es el traductor de carne y hueso, su corporalidad y su nombre. En este sentido, en una perspectiva más editorial, creo que el traductor es fundamental para la circulación y recepción del texto y que su visibilidad debiera ser total. Me refiero a que, por ejemplo, su nombre debería figurar en la portada del libro e incluso que se podría hacer una breve mención a su trayectoria y a los demás textos que ha traducido en la contratapa, en la solapa o en una página introductoria.


Mariana Dimópulos
Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, nació en 1973. Narradora y traductora, a  los 25 años  viajó a Alemania, donde vivió entre 1999 y 2005. A la fecha, publicó Anís (Entropía) y Cada despedida (Adriana Hidalgo). Ha traducido obras de Walter Benjamin, Heinrich Meier, Gunnar Kruger, Ulrich Peltzer, entre otros autores.

1) ¿En qué se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Se parecen al menos en dos aspectos. Primero, en que en los dos casos se trata de una composición de un texto escrito, que por lo general pertenece a un género, tiene una función dentro de un contexto literario, o científico, o editorial, etc. Segundo, en que la traducción y la escrituran demandan del escritor y del traductor una dedicación a su propia lengua, a las dificultades y a los límites del lenguaje en general, a los desafíos de la expresión. Se diferencian sobre todo en su relación con la creación; la traducción, a lo sumo, es creativa, pero no crea. Saber que ningún autor crea ex nihilo no cambia nada en este punto: sigue habiendo una diferencia indiscutible entre escribir un texto y traducir un texto. El caso de la traducción de filosofía lo ilustra mejor que el de un cuento o una novela: que alguien pueda traducir bien, o hasta muy bien a Heidegger, que es un autor de filosofía enormemente complejo de traducir, no significa de ninguna manera que ese traductor hubiera podido crear ningún texto semejante. La traducción es una especie de frontera entre la lectura y la escritura.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
En el mejor de los casos, debe notarse. La traducción es una puerta abierta a que una lengua diga cosas que, por sí sola, quizá sería incapaz de decir. Y solo las puede decir en el espacio de la traducción, por la invitación que nos hace la otra lengua a pensar distinto el problema de la expresión y del lenguaje en relación con el mundo. Esto no quiere decir que debe ser literal o que debe ser burda, porque esto significa la mayoría de las veces que es simplemente una mala traducción. Pero creo que nunca habría que confundir "buena traducción" con "texto natural", "texto que corre", y todas las otras metáforas que en general se utilizan. Esta será a lo sumo una buena traducción para la gran industria editorial.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No, y hasta es difícil saber si hay "buenos traductores" en general. Sobre todo hay buenas traducciones, o traductores que trabajan bien. Pero lo que está en el texto es la traducción, y sería un poco atrevido decir que se ve al traductor. Hace poco me pasó: abrí un libro de P. D. James traducido, lo empecé a leer y me dije: qué buena traducción. Como creía que debía ser una edición española o mexicana, no me había fijado quién lo había traducido. Después lo hice y comprobé que era de César Aira. Pero César Aira no estaba en ningún lado, solo su traducción era buena.