sábado, 22 de enero de 2011

"La novela original es una traducción"

En versión del traductor argentino Joaquin Ibarburu, la revista Ñ de hoy publica un texto sobre la importancia de la traducción del novelista estadounidense Michael Cunningham (foto; 1952), previamente aparecido en The New York Times. Llega a este blog por deferencia del signore Aulicino.

Encontrados en la traducción

Tomemos como ejemplo una de las frases más famosas de la literatura, “Call me Ishmael” (Llámenme Ismael). Se trata, como sospecho que ya saben, de la primera frase de Moby Dick, de Herman Melville. Seguimos reconociendo esa frase después de más de ciento cincuenta años.

Sí. “Call me Ishmael”. Tres palabras simples. ¿Qué tienen de importante? Poseen la más fundamental y esquiva de las categorías literarias: autoridad. Como escritores, desde la primera frase debemos hablarles a nuestros lectores con autoridad. Es como bailar un vals por primera vez con una nueva pareja. Todo el que sepa bailar vals o foxtrot o tango o cualquier tipo de danza que exija contacto físico con una pareja receptiva sabe que hay un primer momento en la pista de baile en que se evalúa, de forma automática, si esa nueva persona puede bailar y, si puede hacerlo, qué tan bien. Sabemos de forma casi instantánea si tenemos entre los brazos a una persona inexperta, y también que en ese caso tendremos que trabajar bastante para que las cosas salgan bien.
El sentido y la música
La autoridad es una característica misteriosa, y es casi imposible descomponerla en los elementos que la integran. La primera tarea del traductor, por lo tanto, es volver a presentar cierta contundencia que no puede describirse ni explicarse del todo.
Si bien las palabras “Call me Ishmael” tienen fuerza y seguridad, no basta sólo con la fuerza y la seguridad.
“Idiotas, lean esto” también tiene fuerza y seguridad, pero es menos probable que produzca el efecto deseado. ¿Qué más tienen las palabras de Melville que le falta a la frase “Idiotas, lean esto”? Tienen música. Es ahí donde el trabajo de traducción se hace más difícil.

En la ficción, el lenguaje está compuesto de sentido y música por partes iguales. Las frases deben tener ritmo y cadencia, deben apelar al oído interno y deleitarlo. Lo ideal es que una frase leída en voz alta en una lengua extranjera siga teniendo resonancia por más que el oyente no tenga idea de lo que se le está diciendo.
Tratemos de olvidar que las palabras “Call me Ishmael” significan algo y pensemos en cómo suenan. Escuchemos los sonidos de las vocales: ah, ee, i suave, aa. Son cuatro, todas diferentes, y cada una es una nota suave y tranquilizadora. Escuchemos también la forma en que la frase está envuelta en consonantes.

Abrimos con la c fuerte, llegamos a la l al final de “call” y luego, en un encantador acto de simetría, llegamos a la l final de “Ishmael”. “Call me Arthur” o “Call me Bob” son adecuadas, pero no satisfactorias por razones musicales.

La mayor parte de los lectores, por supuesto, no sabría decir que responde a esas tres palabras porque son tranquilizadoras y simétricas, pero la mayoría de los lectores registra el hecho de forma inconsciente. Tal vez podría decirse que el significado es la fuerza que empleamos y que la música es la seducción. La tarea del traductor es reproducir tanto la fuerza como la música.

Chiamami Ismaele.” Esta es la versión italiana de la frase de Melville, y el traductor ha hecho un buen trabajo. En mi condición de lector que no habla italiano, puedo decirles que esas dos palabras sin duda tienen un sonido atractivo, independiente de su significado. Si bien difiere del inglés, tenemos una progresión nueva e igualmente encantadora de sonidos vocálicos –ee-a, ah, ee, a, ee– y tres emes bien distribuidas. Si alguien está traduciendo Moby Dick, esa es una sola frase, y le quedan aproximadamente un millón más.

Aliento a los traductores de mis libros a tomarse todas las libertades que crean necesarias. No se trata de un gesto heroico, ya que de mi trabajo de años con traductores he aprendido que, en cierto sentido, la novela original es también una traducción. No está traducida a otra lengua, por supuesto, pero es una traducción de las imágenes que el autor tiene en la cabeza a lo que logra poner en papel.

Les voy a contar un secreto. Si se los presiona y son honestos, muchos novelistas admitirán que el libro terminado es una traducción bastante burda del libro que querían escribir. Es una de las cosas más descorazonadoras de escribir ficción. Durante meses o años se tiene en la cabeza la idea de una novela trascendente, de una comicidad brillante y en extremo trágica, que contiene todo lo que uno sabe y todo lo que puede imaginar sobre la vida humana en el planeta Tierra. Es vasta, misteriosa e inspira admiración. Es una catedral de fuego.

Sin embargo, incluso si el libro en cuestión sale bien, no es nunca el libro que uno había querido escribir. Es menor que el libro que se quería escribir. Es un objeto, una colección de frases, y dista mucho de parecer una catedral de fuego. Para decirlo en pocas palabras, parece una traducción mediocre de un gran trabajo mítico.

El traductor, entonces, no hace más que llevar el libro un paso más allá en el continuum de traducción. El traductor traduce una traducción.

Un traductor también traduce un trabajo en progreso, algo que tiene un principio, una parte media y un fin, pero que no está del todo terminado por más que esté en proceso de publicación. Si es buena, una novela, toda novela, no es sólo una traducción levemente decepcionante de las grandes intenciones del novelista, sino también el borrador más trabajado que éste pudo producir antes de desplomarse agotado. Lo más que puedo hacer es no ir de librería en librería con una lapicera sacando mis libros de las estanterías para tachar ciertas líneas de las que me he arrepentido e incorporar otras mejores. Para muchos de nosotros, no existe lo que podría llamarse un “texto definitivo”.

Eso nos lleva al tema de la relación entre los escritores y sus lectores, donde tiene lugar otro acto de traducción.

Doy clases de escritura, y una de las primeras preguntas que les hago a mis alumnos es para quién escriben. Nueve de cada diez veces, la respuesta es que escriben para ellos mismos. Les digo que entiendo, que todas las noches me voy a casa, preparo una torta elaborada y me la como toda solo. Con eso quiero decir que las tortas y los libros tienen por objeto su presentación a otros. Por otra parte, los libros (a diferencia de las tortas) son interacciones profundas y elaboradas entre escritores y lectores, si bien separadas en espacio y tiempo.

Les recuerdo también que nadie quiere leer sus relatos. Hay muchos otros relatos, y en el siglo XXI, hay tal acumulación de literatura que pocos de nosotros viviremos lo suficiente para leer todos los relatos, para no hablar del hecho de que, como lectores, estamos ocupados.

Tenemos vidas atareadas y difíciles. Tenemos trabajos que hacer, cónyuges e hijos que atender, trámites que realizar, amigos que ver; tenemos que mantenernos al día con lo que pasa; buscamos pruebas de que nuestra pareja nos engaña; nos preguntamos por qué habremos aceptado cuarenta visitantes el sábado por la noche; nos preocupan el dinero y el calentamiento global; vemos nuestros programas de televisión favoritos.

Lo que el escritor dice, básicamente, es: hagan lugar en todo eso para esto. Suspendan lo que están haciendo y lean esto. Es mejor que parezca, desde la primera frase, que estamos ofreciendo a los lectores algo que vale la pena.

Debo admitir que cuando era tan joven como lo son ahora mis alumnos, también pensaba que escribía para mí, para algún vago lector ideal o, en mis momentos más pomposos, para las generaciones futuras. Mi trabajo sufría las consecuencias de ello.
Un libro para Helen
No fue sino hasta hace unos años, cuando trabajaba en un bar de Laguna Beach, California, que descubrí un método mejor. Una de las camareras era una mujer llamada Helen, que en aquel momento tenía cuarenta y tantos años, por lo que yo consideraba que era apenas menor que el Viejo Marino. Helen era una mujer encantadora y generosa que tenía cuatro hijos y a la que el marido había abandonado de forma abrupta, sin aviso alguno. Tenía que trabajar. Y trabajar y trabajar. Trabajaba en una panadería por la mañana, pasaba manuscritos a máquina para escritores por la tarde y atendía a los comensales en el restaurante por la noche.
Helen era una ávida lectora, y su mayor alegría, al final de sus largas y duras jornadas, era meterse en la cama y leer durante una hora antes de las escasas horas de sueño que le estaban permitidas. Leía mucho y con voracidad. Cuando nos conocimos, estaba leyendo una novela de misterio barata y yo, como sólo los jóvenes y pretenciosos podrían hacerlo, le sugerí que, dado que le gustaban las historias de detectives, probara con Crimen y castigo de Dostoievski. La leyó en menos de una semana. Cuando la terminó, me dijo: “Maravillosa”. “Pensé que le gustaría”, contesté. Agregó: “Dostoievski es mucho mejor que Ken Follett.” “Sí.” Hizo una pausa. “Pero no es tan bueno como Scott Turow.”

Si bien no necesariamente estaba de acuerdo con ella respecto de Dostoievski versus Turow, me gustaba, y mucho, que Helen no tuviera un sentido académico de lo que se suponía que debía gustarle más, o menos. Sólo necesitaba lo que cualquier buen lector necesita: absorción, emoción, dinamismo y la sensación de verse transportada del mundo en el que vivía y trasladada a otro.

Empecé a pensar en mí en el acto de escribir un libro que le interesara a Helen. Tengo que decirles que eso cambió mi escritura. De pronto había visto que escribir no es sólo un ejercicio de autoexpresión, sino que es también, y eso es más importante, un regalo que como escritores intentamos hacer a los lectores. Escribir un libro para Helen, o para alguien como Helen, es un objetivo alcanzable. También me ayudó a darme cuenta de que el lector representa el paso final en la vida de traducción de un libro.

Uno de los aspectos más notables de escribir y publicar es que no hay dos lectores que lean el mismo libro. Todos pensaremos diferente sobre una película, una obra, una pintura o un tema, pero sin duda habremos visto o escuchado la misma película, obra, pintura o tema. Son entidades físicas.

Una pintura de Velázquez sólo consiste en sí misma, al igual que Blue, de Joni Mitchell. Si se visita la galería adecuada del Museo del Prado, o si alguien pone un disco de Joni Mitchell, se verá la pintura o se escuchará la música. No hay otra opción.

La ESCRITURA, sin embargo, no existe sin un lector activo y dispuesto. Escribir exige un grado de participación diferente. Las palabras sobre papel son abstracciones, y todo el que lee palabras sobre papel les incorpora una serie distinta de asociaciones e imágenes. Tengo vívidas imágenes mentales de Don Quijote, Ana Karenina y Huckleberry Finn, pero estoy seguro de que no son idénticas a las imágenes que se han formado los demás.

Era evidente que Helen no leía la misma Crimen y castigo que yo. No buscaba un trabajo existencial genial. Buscaba un buen misterio, y leyó a Dostoievski con eso en mente. No la culpo. Me gusta imaginar que tampoco lo habría hecho Dostoievski.

Lo que el lector hace, entonces, es traducir las palabras de las páginas a su propio léxico imaginario privado de acuerdo con sus intereses, necesidades y niveles de comprensión.

Ese es el proceso completo de traducción. En un punto tenemos a un escritor que, en una habitación, se esfuerza por acercarse a la visión imposible que ronda su cabeza. Termina su tarea, pero con dudas. Un tiempo después, tenemos a un traductor que se esfuerza por acercarse a la visión, para no hablar de los detalles del lenguaje y la voz, del texto que tiene ante sí. Lo hace lo mejor que puede, pero nunca queda satisfecho. Por último, tenemos luego al lector. El lector es el menos torturado de ese trío, pero también puede sentir que se está perdiendo algo del libro, que por una cuestión de simple ineptitud no logra ser un receptor adecuado de la visión central del libro.

No es mi intención sugerir que escritor, traductor y lector participan en un ejercicio colectivo de desilusión. Eso sería deprimente. Y falso.

De todos modos, como especie, buscamos siempre catedrales de fuego, y parte de la emoción de leer un gran libro es la promesa de que habrá otro, un libro que pueda conmovernos y elevarnos aún más. Uno de los consuelos de escribir libros es la convicción aparentemente inagotable de que el siguiente libro será mejor, más grande y audaz, más abarcador y fiel a la vida que hacemos. Existimos en un estado de esperanza, amamos la belleza y la verdad que llega a nosotros, y hacemos todo lo posible por evitar dudas y desilusiones.

Nos encontramos en una búsqueda, y no nos desalienta la sospecha colectiva de que la perfección que buscamos en el arte tiene tantas posibilidades de aparecer como el Santo Grial. Esa es una de las razones por las que los seres humanos no sólo somos los creadores, traductores y consumidores de literatura, sino también su tema.



viernes, 21 de enero de 2011

Chupate esta mandarina y escupime los carozos

El inquieto Andrés Ehrenhaus –a quien algunos sospechan de doble agente–, en una prueba más de su hombría de bien, le hizo llegar al Administrador la siguiente noticia, proveniente de RT en vivo, una página sindicada de "Rusopedia", con fecha del 20 de enero.

Google intenta que la inteligencia artificial
traduzca poesía

Google está desarrollando un proyecto en el ámbito de la inteligencia artificial que, según sus participantes, es el más complicado de la historia de la investigación en esta esfera: intentar enseñar a una computadora a traducir textos poéticos, según informa el sitio web de la radio pública estadounidense NPR.

Según comentó uno de los desarrolladores del proyecto, Dmitri Genzel, este es un típico "IA completo", es decir, un problema computacional cuya resolución equivale a resolver el principal problema de la inteligencia artificial: hacer a las computadoras tan inteligentes como los seres humanos.

Mientras que la mayoría de los programas de traducción automática todavía no pueden cumplir con simples textos escritos en prosa, confundiendo a menudo el sentido de las palabras, la traducción de un texto poético es una tarea aún más complicada.

Dmitri Genzel subraya que la mayor dificultad de la traducción de la poesía consiste no tanto en reconocer la medida del verso, combinar rimas o encontrar un sentido exacto, sino preservar el sentimiento expresado en las palabras. El secreto para esto último lo conocen solamente los especialistas, que normalmente dedican toda su vida para perfeccionar el arte de la traducción de poesía.

Muchos teóricos y prácticos de la traducción poética sostienen que esta esencia sútil propia de los versos inevitablemente se rompe, cualquiera que sea la maestría del traductor. Mientras, los programadores siguen planteándose tareas e intentando cumplirlas.

La más simple forma poética para la traducción automatizada parece ser un haiku japonés, que no tiene rimas ni métrica especial: bastaría programar el computador para que genere tres líneas con la cantidad de sílabas fija (cinco, siete, cinco según la tradición), explica Genzel. Cabe mencionar que muchos poetas traductores rusos a menudo rechazan esta fórmula si las palabras no expresan el espíritu de la obra.

El pie de métrica más difícil para la traducción automatizada es el yambo, típico por ejemplo para los sonetos de William Shakespeare, dice Genzel. Pero este problema también tiene su resolución: el ordenador utilizará un diccionario de pronunciación para establecer en qué sílabas cae el acento en una cierta palabra, y luego colocará esta palabra en un puesto correcto en la línea.

Lo más complicado en la traducción automatizada sigue siendo la rima, afirma el especialista, agregando que dos palabras que riman en un idioma pueden no rimar en otro. El programa buscará variantes de traducción en una extensa base de palabras, pero al aparato le da igual las palabras que se usen, con lo que puede introducir alguna variante que termine perdiendo el sentido original de la frase.

Es evidente que el resultado logrado por este software carece de la personalidad propia del traductor en cuanto a vocabulario, estilo y forma de pensar que, al fin y al cabo, dan a la traducción el carácter de obra artística única.

El proceso de traducción automatizada de la poesía es todavía muy lento y está lejos de ser presentado al público. Sin embargo, los autores tienen fe en su desarrollo: los programas traductores de alta calidad en nuestros días son más útiles que nunca ya que ayudan a entender mejor otras culturas presentes en la Red a través de abundantes contenidos.

jueves, 20 de enero de 2011

¿Se acuerdan de Franco, el generalísimo?

Martín Gómez se dedica, entre otras cosas, a analizar las tendencias del mercado editorial. Trabaja en Barcelona como free lance para empresas del sector del libro en el ámbito analógico y digital, y administra el blog El ojo fisgón, donde publica textos como el que se transcribe a continuación, originariamente subido el 3 de febrero de 2007 y amablemente rescatado por nuestra irremplazable Marietta Gargatagli.

Para los interesados, (http://www.elojofisgon.com/)

La foto que ilustra esta entrada muestra al caudillo Francisco Franco (a la derecha) con amigos.

La censura y la traducción

Entre las herramientas represivas que utilizó el régimen franquista para ejercer el control social necesario para garantizar su supervivencia durante 36 años, la censura parece haber jugado un papel fundamental. Así lo demuestran el extenso listado de artistas e intelectuales españoles que terminaron exiliados principalmente en Francia y México, el hecho de que mientras duró la dictadura en el campo del cine hecho en España no haya habido figuras y obras que hayan marcado hitos en la historia de la cinematografía y los controles ejercidos por el régimen sobre la publicación de libros.

En su libro Confesiones de una editora poco mentirosa, Esther Tusquets se refiere a la intervención de la censura sobre las traducciones. Dice Tusquets que “los libros se enviaban entonces obligatoriamente a la llamada ‘censura previa’, a Madrid. Te los devolvían aprobados, rechazados, o, lo que en el caso de las novelas era muy frecuente, más o menos mutilados (…)

Tal vez no fuera muy honesto ofrecer al público obras incompletas y alteradas, pero, de no hacerlo así, la mitad de la literatura que se publicaba en el mundo hubiera quedado inédita en castellano o, nos hubiera llegado clandestinamente, como ocurría con frecuencia, de América Latina. Así pues, a menos que las supresiones fueran brutales, nos doblegábamos a la más o menos caprichosa decisión del censor de turno”.

Continúa Tusquets diciendo que era necesario “atenuar miserablemente los textos. Llegaba a hacerse de modo automático. Casi todas las palabras relacionadas con el sexo estaban prohibidas (polla, coño, joder, orgasmo, clítoris, eran sistemáticamente eliminadas, pero me llamaba la atención que no colara tampoco ni en una sola ocasión algo tan inocente como ‘pezones’). De modo que, si el protagonista tenía una erección, quedaba en que ‘la deseaba apasionadamente’; si la penetraba, en ‘la estrechaba con fuerza entre sus brazos’; si le lamía el sexo o le chupaba los nefandos pezones, podías arriesgarte a ‘le acariciaba la espalda’ o, como mucho, ‘los senos’. Todo descafeinado y en clave de novela rosa. Y muchos párrafos eliminados por entero (…) El franquismo nos arrastró a todos —escritores, periodistas, editores— a la sórdida perversión de autocensurarnos”.

Como consecuencia de la censura, las primeras traducciones de lo que se estaba publicando en otras lenguas en esa época las hicieron las editoriales argentinas y mexicanas como Emecé, Sudamericana, Minotauro, Losada o el Fondo de Cultura Económica. Estas traducciones, como lo dice Tusquets, llegaban ilegalmente a España, donde lo poco que se traducía venía o cortado o amañado a los intereses del régimen después de pasar por la censura.

Leyendo lo que dice Tusquets me acordé de que en un curso de novela inglesa del siglo XVIII que tomé en la universidad teníamos que leer Pamela, de Samuel Richardson. Como en las librerías de Bogotá no se conseguía ningún ejemplar de ninguna de las traducciones de la novela, tuvimos que sacar un ejemplar de una biblioteca y fotocopiarlo. El método de la profesora consistía en leer en voz alta los fragmentos que eran más importantes desde el punto de vista narrativo para luego analizarlos. Al cabo de un rato las personas que estaban leyendo la novela en versión original empezaron a quejarse de que cuando la profesora leía se saltaba párrafos enteros del texto. Cuando se lo dijeron ella respondió que estaba leyendo todo lo que estaba en la traducción.

En ese momento nos dimos cuenta de que la traducción estaba lejos de corresponder al texto original porque todos los pasajes que aludían al flirteo y a escenas eróticas habían sido omitidos, por lo cual decidimos dejar de leer la novela y pasar a una traducción más reciente de Joseph Andrews, de Henry Fielding, editada por Alfaguara. De ahí en adelante siempre que los profesores pudieron escoger prefirieron las traducciones hechas en Argentina, como la del Ulises de Joyce que hizo José Salas Subirats.

Seguramente la intimidación que supuso el ejercicio de la censura durante el franquismo explican por qué hasta finales de los setenta las traducciones hechas en España no gozaban del mismo prestigio que las que se hacían en otros países europeos como Alemania, Francia y el Reino Unido o en México y Argentina.

miércoles, 19 de enero de 2011

El futuro es digital

El español Javier Celaya (foto) es el editor del portal cultural Dosdoce.com. A través del mismo, ha publicado los siguientes estudios: “El papel de la comunicación en la promoción del libro” (2005); “El uso de las tecnologías Web 2.0 en entidades culturales” (2006); “Los retos de las editoriales independientes” (2006) y “Tendencias Web 2.0 en el sector editorial” (2007). El artículo que se ofrece a continuación –cortesía de Celia Filipetto– fue publicado el 17 de enero pasado y trata sobre la mala utilización de las nuevas tecnologías. Así, al menos se desprende, de acuerdo con el autor, de la lectura de tres libros distintos de Nicholas Carr, Jaron Lanier y Douglas Rushkoff. Con todo, lo peor pasa por otro lado y en eso se concentra Celaya, con inteligencia y claridad. 

¿Nos hace la web 2.0 más ignorantes?

Las nuevas tecnologías 2.0 (blogosfera, Wikipedia, Facebook, Twitter, buscadores sociales, etc.)  no nos hacen por sí mismas ni más inteligentes ni más estúpidos, pero un uso indebido de las mismas puede hacernos más ignorantes. Esta es una de las principales conclusiones que se desprenden de tres libros que he leído recientemente y cuya lectura recomiendo: The Shallows, de Nicholas Carr ; You are not a gadget, de Jaron Lanier; y Program or Be Programmed, de Douglas Rushkoff.

Estos tres libros aportarán a los lectores una mirada crítica sobre el impacto que está teniendo Internet y las nuevas tecnologías sociales en la manera en que accedemos a la información y gestionamos el conocimiento. Creo que es muy necesario incorporar un pensamiento más crítico en el debate sobre la incorporación de las nuevas tecnologías en todos los ámbitos de nuestras vidas (personal, educativo y profesional) puesto que estamos en pleno proceso de definición de la sociedad digital del siglo XXI.

Ya sabemos todos los defectos que tiene nuestro actual sistema educativo y cultural: los bajos niveles de lectura existentes en nuestro país, la limitada red de bibliotecas escolares, los obsoletos procesos de aprendizaje de nuestras escuelas,  la sobreproducción de libros en papel que obstruye el canal de ventas, la abrumadora desaparición de librerías y kioscos de prensa y revistas de nuestros barrios, la excesiva concentración del interés de los lectores alrededor de 2 ó 3  libros al año –el resto de los autores es casi invisible–, lo poco que la mayoría de los escritores gana por la cesión de sus derechos de autor, la opacidad de las sociedades que gestionan estos derechos, el supuesto escaso interés de las nuevas generaciones por todo lo relacionado con la lectura... y así un largo sinfín de quejas con más o menos fundamento que reflejan el precario estado del sector cultural y educativo. Pero por muy deficiente que para muchos sea este estado, debemos garantizar que la futura sociedad digital que hoy en día estamos construyendo sea mejor que la analógica.

Tras llevar cerca de 12 años analizando el impacto de las nuevas tecnologías en las empresas y en la sociedad, estoy llegando a la triste conclusión de que en varios aspectos en vez de progresar estamos retrocediendo. Si observamos con un espíritu crítico el impacto que está teniendo la irrupción de las tecnologías sociales (blogs,  wikis, podcasts, vídeos, redes sociales, etc.) en los hábitos de lectura y escritura de los ciudadanos, en la forma en que acceden a la información en Internet y en cómo gestionan el conocimiento,  podemos deducir que la sociedad que estamos construyendo no sólo no mejora las deficiencias del anterior mundo analógico sino que en algunos aspectos incluso las empeora.

Creo que a lo largo de la primera década de este nuevo siglo hemos vivido un exceso de entusiasmo en relación con las bondades derivadas de la incorporación de las tecnologías de la información (TIC) en la sociedad sin analizar detenidamente las contraprestaciones que pagaremos a medio largo plazo. Entre estas contrapartidas debemos señalar la escasa creación de contenidos originales por parte de los usuarios de la Red (tan sólo el 5% de los internautas los crea), los riesgos sociales que conlleva la posición dominante de un solo buscador como puerta global de acceso a la información, la escasa diversidad de fuentes de información divergentes, la interesada escuela de la gratuidad, el nulo respeto por los derechos de propiedad intelectual en Internet, la gradual desaparición de derechos adquiridos como ciudadanos y consumidores en la era analógica y que no se traspasan por motivos económicos a la era digital, la cuestionable vinculación entre el aumento del uso de las TIC en el aula y un mayor rendimiento académico, etc. 

Desmontando la Teoría de la Multitarea
En la misma línea de pensamiento de los tres mencionados autores, varios neurólogos de reconocido prestigio, como Maryanne Wolf y Gary Small, entre otros, han demostrado en sus estudios que el cerebro humano está sufriendo un gran impacto debido a la agresión diaria que conlleva el uso de las nuevas tecnologías. Según estos expertos, nuestro cerebro no está aún capacitado para asumir el ritmo constante y la intensidad de estímulos cerebrales que comporta el consumo de cualquier tipo de contenidos culturales a través de los diferentes tipos de pantallas.

Hace varias décadas, el cerebro humano recibió una agresión similar con la aparición de la televisión, pero la intensidad de utilización no es comparable. Así como varios estudios señalan que los ciudadanos consumen hasta 3 y 4 horas diarias de televisión, el consumo de tecnologías sociales (acceso a buscadores, lectura de blogs, seguimiento de Twitter, actualización del muro de Facebook, etc.) se eleva a cerca de 8 horas en muchos segmentos de la sociedad dado que se utiliza tanto para fines personales como profesionales. La mayoría de los neurólogos afirma que el cerebro tardará al menos un par de generaciones en adaptarse plenamente a este nuevo medio.

El uso indebido y la aplicación errónea de las nuevas tecnologías sociales en los proceso de aprendizaje y acceso a la información están destruyendo habilidades cognitivas de gran valor para la construcción del pensamiento propio, como la concentración, la profundización en textos o la asimilación de datos. Los tres libros anteriormente mencionados señalan que la realización de varias tareas de forma simultánea -uno de los supuestos principales atributos de las nuevas generaciones de nativos digitales- resulta perjudicial puesto que limita la capacidad de atención y concentración en los contenidos que se están consumiendo en pantalla.

Analfabetos digitales
Al igual que en la práctica no es cierto ese dicho de que nacemos con un pan bajo el brazo, tampoco es cierto que los nativos digitales nazcan con un ADN digital. Sin lugar a dudas, las nuevas generaciones se sienten muy cómodas con el uso de las herramientas 2.0, pero la mayoría son absolutos analfabetos digitales al desconocer los intereses comerciales, ideológicos y sociales que hay detrás de cada una de estas herramientas. Todas las tecnologías tienen sesgo, incluida el papel -se nos olvida que no es más que una tecnología al llevar más de 500 años entre nosotros. Los inmigrantes digitales debemos enseñar a los nativos a descifrar los códigos e intereses que hay detrás de cada texto, vídeo o imagen publicada en Internet.

Como evangelista empedernido de la Web 2.0, esta proclamación por un pensamiento más crítico sobre el impacto de Internet no significa que reste importancia ni valor a los beneficios derivados de la incorporación de las TIC en las aulas o a las posibilidades que brinda la digitalización de todo tipo de contenidos culturales; tan sólo aspiro a abrir un debate para reflexionar sobre si el futuro que estamos creando es mejor que el precario presente. 

Que quede claro, no hay marcha atrás: el futuro es digital. Los usuarios de Internet deben entender que lo verdaderamente importante de este debate es el modelo de sociedad que queremos construir. Cómo y a qué precio (sí, sí, precio: nada es gratis) incorporemos la tecnología en nuestras vidas determinará si somos capaces de crear una sociedad digital culta y multialfabetizada en lugar de una sociedad ignorante

martes, 18 de enero de 2011

Un servicio para los traductores de teatro

Gracias a nuestro amigo Ian Barnett nos llega la siguiente información, a propósito de In Translation un sitio dedicado a la traducción de teatro.

http://intranslation.com.ar/sec/home.php?lang=es

Base de datos central para traducciones
de teatro del español

In Translation se creó con el objetivo de proporcionar una base de datos central para traducciones de teatro del español, y otros idiomas relacionados, al inglés, mediante la recopilación de datos dispersos y a menudo difíciles de encontrar acerca de los traductores y sus traducciones. El sitio ofrece varias obras en traducción que se pueden bajar en su totalidad, además de información sobre cómo conseguir otras obras traducidas. In Translation también contiene un listado de traductores literarios que se especializan en teatro, además de una página de Recursos y sitios relacionados.

In Translation surgió del Primer Encuentro de Traductores organizado por la Casa de América y realizado en Madrid en octubre del 2002. Allí se propuso la necesidad que tiene el teatro escrito en español de un lugar de encuentro para servir a los traductores, autores de teatro, agentes, teatros, editoriales, y demás interesados en teatro, para así cultivar la comunicación intercultural y facilitar proyectos conjuntos que puedan traer obras nuevas y diversas al público de habla inglesa.


Traducciones es una base de datos de obras traducidas del español, y otros idiomas relacionados, al inglés. Se puede realizar búsquedas de la base de datos con el nombre del autor o traductor, el título original, o el título traducido. El listado se actualiza a medida que se encuentran traducciones existentes o se disponen de traducciones nuevas. Algunas obras, señaladas con ícono verde, se pueden bajar directamente del sitio sin costo alguno. Actualmente, este base de datos se expande para incluir una sinopsis y descripción del elenco para cada obra del listado, disponibles al hacer clic en el ícono azul.

Traductores es un listado en orden alfabético de los traductores literarios quienes se dedican al teatro. Se incluye información breve acerca de las obras traducidas, los áreas de interés dentro de la traducción teatral y cómo comunicarse con el traductor.

Recursos incluye una selección de “links” a sitios relacionados, donde se encuentra información acerca de montajes, conferencias, talleres, becas y otros apoyos a la traducción de teatro, además de publicaciones y teatros que a menudo proporcionan un espacio para las traducciones o que pueden ser útiles para los traductores.

Contáctenos sirve para enviar comentarios o preguntas sobre el sitio y materiales relacionados.

La Directora General de In Translation y responsable de este sitio es la traductora Heather McKay.

lunes, 17 de enero de 2011

Lo que aparece en letras de molde, ¿ya es sagrado? Para muchos, sí; pero para Borges, no.

El Borges, de Adolfo Bioy Casares es una fantástica caja de sorpresas con forma de caja de zapatos. A lo largo de sus ¡1663! páginas hay de todo y para todos los gustos. Por supuesto, eso incluye muchas reflexiones sobre la traducción. Por ejemplo, el párrafo que se edita a continuación en esta entrada, correspondiente a la página 888 de la edición de Emecé, trata sobre las licencias que les son dadas a los traductores pero de las que, con la ominosa presencia de un original ya publicado, no todos se animan a servirse. Quien las propone, claro, no es otro que Jorge Luis Borges.

Nadie lee

Cuando traduje para Victoria (Ocampo) unos versitos, muy sentimentales, de Gide, suprimí algunas repeticiones completamente idiotas. Victoria dijo: "No, no se debe hacer eso, el espíritu de Gide se pierde". Lo que pasa es que una vez que algo aparece en letras de molde, en un libro, ¡ah!, ya es sagrado, no se puede tocar, solamente puede ser como es... Como si lo que escribimos no fuera resultado de vacilaciones, resueltas a veces de cualquier modo. Como decíamos las otras noches de esos imaginarios probables traductores de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, que se esforzaron y no pudieron dar el sabor y la fluidez del original. En el original no hay fluidez ni sabor ni nada; está todo a la vista de cualquiera que estire la mano y lo lea; pero no importa, porque nadie lee.

domingo, 16 de enero de 2011

El ecuatoriano Leonardo Valencia en una antología de Gallimard

También anónima es la noticia publicada el 24 de octubre de 2010, en El Comercio, de Ecuador, a propósito de la traducción al francés de varios textos de Leonardo Valencia, autor ecuatoriano residente en Barcelona.








Valencia en una antología francesa

La palabra escrita del autor guayaquileño Leonardo Valencia (1969), quien actualmente reside en Barcelona, España, llega a los lectores francoparlantes.

Su relato "Belphégor", que forma parte de su libro La luna nómada, ha sido incluido en Les bonnes nouvelles de l’Amérique latine (‘Las buenas noticias de América Latina’) (sic), una antología de escritores latinoamericanos contemporáneos. La traducción estuvo a cargo de Vincent Raynaud.

La publicación cuenta con el sello de la editorial Gallimard. Junto al cuento de Valencia, la compilación incluye textos de Andrés Neuman, Rodrigo Fresán, Rodrigo Hasbún, Ignacio Padilla, Alberto Fuguet y Jorge Eduardo Benavides, entre otros. El prólogo fue realizado por Mario Vargas Llosa, escritor recientemente galardonado con el Premio Nobel.

Además, la editorial parisina, Éditions Attila, tiene en proceso de traducción al francés, la novela de Valencia, titulada El libro flotante de Caytran Dölphin, publicada en Ecuador por Paradiso Editores (2006). Su puesta en circulación en Francia está prevista para fines del próximo año.

Asimismo, el escritor ecuatoriano participó en la Semana de las Letras de París, organizada por el Instituto Cervantes, en el marco de un encuentro sobre creación literaria, violencia y nuevas tecnologías.

sábado, 15 de enero de 2011

Alan Pauls: "en una época, traductor"


En su edición del 10 de octubre de 2010, El Universal, de Caracas, publicó una entrevista anónima con el narrador argentino Alan Pauls, que giró alrededor de la traducción y donde se elogio el proyecto de ayuda a la traducción del gobierno argentino.

Los traductores son los contrabandistas de la cultura

La traducción literaria como "contrabando". El escritor argentino Alan Pauls aprovechó la Feria del Libro de Fráncfort para reivindicar con esta singular metáfora la labor del traductor, un oficio que no goza a menudo de gran atención en el mundo de los eventos culturales.

El proceso de difusión de las literaturas no pasa esencialmente por el "mundo social, la mundanidad, las ferias como la de Fráncfort", comentó el ganador del premio Herralde 2003. Este tipo de difusión opera en un proceso "muy lento, muy homeopático, casi como de contrabandismo", destacó.

"Por eso los traductores son tan importantes. Los traductores son contrabandistas del mundo contemporáneo en el mundo de la cultura. Son los únicos que pueden leer en otros idiomas. Los editores hoy ya no saben hacerlo, o sea que esto descansa necesariamente en el traductor", señaló el autor de El Pasado.

Coincidiendo con escritores, editores y agentes del mundo cultural de Argentina, invitada de honor en la edición 2010 de Fráncfort, Pauls recalcó que "lo más importante en relación con la difusión de la literatura argentina es el programa SUR de traducción". En la feria de Fráncfort, la principal del sector en el mundo, se busca impulsar la difusión de obras literarias regionales en el mercado internacional, precisó DPA.

Son "ese tipo de operaciones político-culturales las que tienen verdadera eficacia en la difusión de la literatura nacional. La eficacia que va a tener ese programa en el exterior es incomparable con cualquier otra cosa que uno pueda hacer", dijo refiriéndose al programa lanzado por el gobierno para fomentar la edición de obras argentinas en otros idiomas.

La producción del propio Pauls fue muy elogiada en los medios de Alemania tras la publicación de El Pasado e Historia del llanto en alemán.

Pauls fue "en una época" traductor. Su interés por esta tarea se ve reflejada en Rímini, protagonista de El Pasado que, recuperando "cierta experiencia personal" siente adicción por traducir.

"Escribir es algo que puedo suspender perfectamente y retomar al día siguiente. Pero si la traducción no está terminada hay algo que me está faltando", dice al comentar que a veces traduce como "una manera de entrar en intimidad con un texto que por alguna razón se (le) está resistiendo".

"Traducir es como leer muy pegado, es como una lectura de miope. Y muchas veces siento esa necesidad", dijo el autor.

Además, señaló que le interesa ver cómo se tradujeron sus textos cuando conoce la lengua, lo que sucede con "el francés, el inglés, un poco con el portugués, con el italiano". En el caso del alemán, lengua que no lee, el escritor mostró plena confianza en su traductor, Christian Hansen, premiado por su traducción de 2666 de Roberto Bolaño.

Pero más allá del idioma al que se traduce, a Pauls le gusta "ver que los libros se van reproduciendo como conejos en distintas lenguas. Para mí las traducciones son como buenas noticias, como si te llegaran buenas noticias desde la patria en la que viven los libros una vez que uno los publica, un lugar en cierto sentido muy lejano".

El programa SUR ya ha otorgado subsidios para más de 200 obras que fueron traducidas a distintos idiomas. Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, al francés; Zama, de Antonio Di Benedetto, al hebreo, o la obras de César Aira vertidas al alemán son algunos ejemplos.

Al referirse a la presentación de Argentina en la actual Feria de Fráncfort, Pauls señaló que fue "lo suficientemente rica y plural" como para dar en pocos días una impresión de la producción literaria nacional. Y destacó la elevada cantidad de escritores (60) presentes en la feria.

"Es una locura. Si hubiera un comando de escritores argentinos de 20 años 'Al Qaida' y quisieran renovar la literatura argentina del día a la mañana, pondrían una bomba en el (hotel) Continental y se acabó la literatura argentina, tendría que empezar todo de cero", dijo irónicamente.

viernes, 14 de enero de 2011

Fernando Denis: de Bogotá a Bombay y Calcuta


La noticia se publicó en El Espectador, de Bogotá, el 2 de diciembre de 2010, con firma de Angélica Gallón Salazar. En ella se habla de la traducción al inglés, firmada por poeta y traductor colombiano Nicolás Suescún, de un libro del poeta colombiano Fernando Denis (foto: David Campuzano) y de la presentación de éste en la India.

Los periplos de un vagabundo

Hace apenas cuatro años, Fernando Denis arrastraba su existencia por las calles, mientras la embriaguez le daba a veces tregua para dejar en papeles sueltos su poesía. El año pasado, precisamente por los días de diciembre,  gracias a la edición que realizó la Editorial Norma de una antología de sus poemas bautizada La geometría del agua, Denis se convirtió en el autor del mejor libro del año, según la revista Arcadia, y en un poeta que parecía estar haciendo una hazaña: un libro de versos se vendía bien en las librerías nacionales, siempre tan escasas de clientes que prefieran la poesía a la novela.

Hoy Denis, lejos de las calles, pero aún viviendo en la habitación de una casona en el barrio La Soledad, tiene una maleta lista para irse a India. Su periplo esta vez —que ya no es vagabundo y callejero, sino todo un escritor  que va en primera clase—, es para presentar la versión en inglés de La geometría del agua, obra traducida por el maestro Nicolás Suescún, que será publicada en la lejana tierra de grandes poetas.

El camino que ha llevado a este escritor cienaguero que siempre luce algo destartalado hasta aquí ha sido largo y turbulento, por eso los asuntos de conseguir una visa, hacer escala en París, o enfrentar un tedioso policía de inmigración, parecen nimios. En realidad, nada de eso perturba a Denis. Quizá toda su vida, sus tardes hambrientas en las que distraía la dureza de la vida leyendo los clásicos en la Luis Ángel Arango, sus noches siendo testigo del cielo  acostado en la banca de un parque se justifiquen por la oportunidad que va a tener de ver de primera mano y en la vida real a los pintores prerrafaelistas y los paisajes de William Turner que por tantos años han habitado y alentado sus poemas.

“Un día una mujer muy adinerada, que conoció mi libro y se conmovió con mi poesía, me propuso un contrato y me dijo que hiciéramos todas las vueltas para que Nicolás Suescún lo tradujera. El libro traducido, que contenía más de 60 poemas, llegó por alguna razón a las manos del embajador de Colombia en India, Juan Alfredo Pinto, y fue así que luego recibí una invitación a almorzar con él. En el almuerzo me propuso que publicáramos el libro allá y que fuera a Calcuta y Bombay a presentarlo”, comenta Denis  emocionado. Ansioso.

Pocos poetas colombianos han sido traducidos. Quizás en eso —más allá del encuentro de Denis con los grandes de la pintura o de sus ganas de traerse un computador “con pantalla gigante”— radique realmente la importancia de este viaje.

“Nunca se tradujo a Porfirio Barba Jacob, por ejemplo. Y si pensamos en un libro completo de poesía colombiana traducido sólo podríamos referir unos poemas escondidos de León de Greiff; a José Asunción Silva, que lo tradujo Margaret Randall por un encargo, y por supuesto la obra de Mutis”, comenta Nicolás Suescún, el traductor que parece haberse convertido en el paciente amigo de Denis, en su compañero de almuerzo y el proveedor incansable de bolsitas de té.

“La traducción a otras lenguas es sinónimo de universalidad, hay muchos escritores que no salen de sus países y eso ha pasado en general con toda la literatura  colombiana”, añade Suescún, que como muchos otros autores respetados en el mundo de la literatura sólo tiene halagos para  La geometría del agua. “Es una obra rica, llena de imágenes bellísimas, original, que no se parece a nada y que retrata una forma de ver el mundo muy particular. ¡Increíble!, cuando uno lo ve a él”.

Denis no luce propiamente como un poeta, pero como él mismo sentencia con gracia, “¿acaso uno debe parecerse a lo que escribe?”. En realidad, su poesía ha logrado cosas que quizás una buena pinta nunca hubiera podido. Por estos días dos mujeres, una en Alemania y otra en Rusia, están trabajando en la traducción de su libro. Su poesía también ha conquistado a los más duros críticos literarios: “Recibí un día la llamada de Antonio Caballero, que nunca me había llamado al celular y me dijo que la versión de La geometría del agua en inglés era tan buena que ya tenía ganas de traducirla”.

jueves, 13 de enero de 2011

César Aira en los Estados Unidos


La noticia es vieja, pero eso, en este blog, no tiene la menor importancia. Fue publicada por P. H. R. en Público.es, el 10 de octubre de 2010. En ella se habla del posible "descubrimiento" del narrador argentino César Aira (foto: Daniel Mordzinski) por parte de los estadounidenses.

Estados Unidos ya tiene a su nuevo Bolaño

En el último Fráncfort, la editorial norteamericana New Directions buscaba con tanto ahínco al nuevo Roberto Bolaño como el resto de editoriales mundiales un nuevo escritor escandinavo. Hasta que se dio cuenta de que lo tenía en su propia casa. Ya habían editado a César Aira (Argentina, 1949) pero este año declararon consumarle como el próximo pelotazo latinoamericano en tierras estadounidenses, y eso que tienen en catálogo al propio Bolaño, Bioy Casares, Julio Cortázar, Borges, Pablo Neruda o Javier Marías.

Al autor de El error (Mondadori), (...)  le cuesta mucho ver a un lector norteamericano con un libro suyo entra las manos. "Fíjate que durante toda mi vida fui traductor, 40 años. Me especialicé en esos best seller, que ellos llaman Comercial Fiction. De alguna manera descubrí el secreto de esos libros, ten en cuenta que el traductor es un lector con microscopio que analiza palabra por palabra. Al entender cómo estaban hechas estas novelas, pude hacer todo lo contrario", explica Aira con un particular sentido del humor.

"Estaría muy agradecido por el dinero, al que nunca le digo no. Sí, soy un gran admirador de la plata, pero no haré nada por tener más", vuelve a reírse al reflexionar sobre las consecuencias de su lanzamiento en Norteamérica si la gran editorial logra su objetivo.

De momento, los lectores estadounidenses tendrán que enfrentarse a la idea clave de la obra de César Aira: el error es todo un éxito. Sus novelas no son fruto de la literatura impecable que asume el argumento como fin último. Él trabaja con el devenir, con el vaivén, con la improvisación de una historia que empieza pero puede desaparecer cuando menos se espera. "Esta imperfección es lo que ando buscando siempre. La imperfección es más fecunda, permite seguir adelante, mientras que lo perfecto y acabado se cierra sobre sí mismo", asegura.

César Aira nunca fue uno de los mejores secretos de la literatura argentina, porque se conoció su maestría desde su primera novela (Moreira, 1975). Con casi 30 novelas y una amnesia que le impide recordar las tramas de sus novelas (produce dos libros por año), llega a la cita dispuesto a hablar de la última. "Bueno, la idea del libro aparece con ese flash en el que el protagonista sale por una puerta en la hay un cartel que dice "error". Me gustó esa idea y me puse a escribir. Es, como muchas ideas mías, oscura pero sugerente. Eso es lo que trato de hacer cuando empiezo una novela: no tener un plano claro, para vagar e improvisar", resume.

Se interesa y deja de interesarse por las historias que comienza y va caminado de lado a lado según se le ocurre. Ni sabe ni le importa por qué ocurren las cosas, como que parte de la acción de El error suceda en El Salvador. Resume su técnica novelística como la admisión del error y la imperfección "para tratar de justificarlo con lo que venga por delante". De ahí que parezcan las suyas, novelas escritas por miles de manos que avanzan a impulsos.

"Para mí la literatura siempre fue el camino de la libertad", cuenta y aclara que por eso no se sintió tan cómodo con el ensayo, "porque cuando uno escribe uno tiene que sostener esas cosas, mientras que con la novela puedo disparar cualquier disparate". Insiste: "No tengo pasta de filósofo. Lo mío es la invención, no dar opiniones. Esto confirma que nunca me transformaré en un opinólogo de televisión y que nunca me darán uno de esos premios importantes, porque son para opinólogos y no para escritores".

miércoles, 12 de enero de 2011

Literatura japonesa: lo que ya existe en castellano y lo que queda por traducir

Hija de madre japonesa y de padre estadounidense, descendiente de alemanes, Anna-Kazumi Stahl (1963)  ha vivido en Estados Unidos, Alemania y Argentina, donde actualmente trabaja como profesora universitaria, encargada de literatura y redacción, y realiza colaboraciones para algunos medios. El 25 de septiembre de 2010, en ADN, la revista cultural del diario La Nación, de la Argentina, publicó su informe a propósito de la literatura japonesa, con especial mención a los títulos traducidos al castellano. Se reproduce a continuación. 

Japón por escrito

Una estadística reciente me alarmó: un 60% de la literatura japonesa que se lee en castellano es obra de dos autores, Yasunari Kawabata y Haruki Murakami. Como confío en los libreros ante este tipo de preocupaciones, fue a ellos a quienes recurrí. Al preguntarles qué más había de literatura japonesa, recibí la temida confirmación de un mercado eclipsado por pocos gigantes, pero también verifiqué que hay otros títulos. Esta nota busca retransmitir estos datos como apuntes (acaso sean invitaciones) sobre una literatura japonesa menos conocida en castellano, que está a mano pero que hemos perdido de vista.

Por supuesto que se accede a más de dos autores japoneses en lengua española. De hecho, más de un argentino ha contribuido a difundir voces niponas de todas las épocas: desde El libro de la almohada , del siglo XI (traducido por la argentina Amalia Sato y publicado por Adriana Hidalgo en 2001), y el precioso Libro de haiku. que produjo el profesor, también argentino, Alberto Silva (edición bilingüe, Bajo la Luna, 2005), hasta una selección amplia de escritores modernos, como Mori Ogai, Ryunosuke Akutagawa, Natsume Soseki, Junichiro Tanizaki, Osamu Dazai, Yukio Mishima y Kenzaburo Oe, además de los más actuales, como la popular Banana Yoshimoto y una autora experimental, Minae Mizumura.
Sin embargo, se trata de la punta del iceberg. Intentaré agrandar aquella lista, demasiado corta, de lecturas japonesas disponibles en español.

A veces las traducciones más accesibles traen a la vista nombres y títulos por explorar. Por ejemplo, en el best seller de Haruki Murakami Tokio Blues (1987, en español 2005), el protagonista vive a contracorriente de sus pares: va a la universidad con menos vocación académica que ganas de independizarse y no logra sintonía alguna con el ya masivo movimiento antiestablishment de los estudiantes en la década del 60 en Japón. Toru observa con los brazos cruzados mientras los demás manifiestan su descontento, ocupan la facultad y citan a Marx y a Kazumi Takahashi. El guiño, con un mensaje que se da por sobreentendido, tiene que resultar curioso para el lector forastero. ¿Existió un Kazumi Takahashi -uno podría preguntarse- o es pura ficción? (Haruki Murakami sería capaz...) Pero no se trata de un truco. Aunque no lo encontraremos en castellano, ni en inglés, francés o alemán, Kazumi Takahashi (1925-1971) existió, fue un novelista de culto y un joven profesor que desde su cátedra apoyó a los manifestantes. Aunque falleció temprano, su producción fue prodigiosa y audaz, de un lenguaje tan complejo y exigente que no habrá parecido emprendimiento prometedor para los traductores. Takahashi cultivó una ficción metafísica que lindaba con lo fantástico a la vez que militaba por la responsabilidad político-social de los artistas e intelectuales. Quizá como un Thomas Pynchon politizado, o una mezcla de Sartre y Aldous Huxley en clave japonesa. Su mayor novela, Hi no utsuwa de 1962 (Crisol de tristezas) disecciona la caída en desgracia de un rector de universidad egocéntrico. Otros escritos suyos sondean la cultura del suicidio en Japón. Yutsu naru Toha (Una facción melancólica), de 1965, y Jashumon (La fe herética), de 1966, reflejan el Zeitgeist de duda cáustica y de un escepticismo casi existencialista. Quizá se pueda decir que el impasible Toru de Murakami nos ha dejado una asignatura pendiente.

Hay otros guiños suyos sobre un terreno literario japonés que perdemos por límites lingüísticos. El protagonista de Kafka en la orilla lee a Soseki y Akinari Ueda. Soseki fue de los primeros en cimentar el lenguaje nuevo en la novela japonesa moderna. Akinari Ueda, dos siglos antes que Akutagawa y casi tres antes que el mismísimo Murakami, ya innovaba con elementos fantásticos. Y si no fuera por sus riñas con el establishment literario japonés (por lo menos, hasta publicar Crónica del pájaro que da cuerda al mundo ,1995; en español, 2001), jamás podríamos haber sabido de la existencia de una autora: Takako Takahashi, la viuda de Kazumi Takahashi. Ella marcó un hito en la escritura femenina de la posguerra: si bien acompañó al marido en espíritu, y dejó todo para estar a su lado cuando se enfermó, quiso vivir sola, manteniendo más de un empleo y resistiendo críticas sociales. Como una versión japonesa de la escritora desafiada en el ensayo de Virginia Woolf, ella necesitaba su cuarto propio para desplegar su imaginación. De los cuentos y novelas que produjo, sólo ha sido traducido un delgado volumen en Occidente (la profesora Maryellan Toman Mori hizo una versión en inglés de Mujer solitaria en 2004, 30 años después del original). Takahashi fue una mujer singular. Durante los años 80 exploró el catolicismo y estuvo a punto de tomar los votos de los carmelitas. Tal vez en parte sea por ella que nos llega hoy la producción de las narradoras jóvenes, una literatura audaz y transgresora del Japón actual.

Antes de eso, sin embargo, queda bastante de lo "menos conocido" por explorar, y quizás ayude un esquema cronológico para hacer la travesía.

Período antiguo
Últimamente, uno disfruta de reediciones en castellano de obras maestras como La historia de Genji (Atalanta 2005) y Heike monogatari (Del Nuevo Extremo, 2009). Además de este tipo de novelas antiguas, aquella época también produjo un género singularmente japonés pero que resuena con la narrativa posmoderna actual. Se trata del zuihistu o lo que se escribe "al correr del pincel" para transmitir lo vivido en el momento con una espontaneidad fluida y una mezcla de formas, desde listas hasta poemas.

El libro de la almohada dio inicio al género. Para los interesados en la escritura femenina: Sueños y ensoñaciones de una dama de Heian (Atalanta) y Diarios de damas de la corte Heian (Destino). El género del diario o de zuihitsu no es exclusivo de las mujeres; también hay obras magistrales como Tsurezuregusa: ocurrencias de un ocioso ,escrito en 1330 por Kenko Yoshida (Hiperión, 1996) y Hojoki, canto a la vida desde una choza , de Kamo-no-Chomei, un aristócrata del siglo XIII que se hizo monje (Emecé, 2009, traducido por Masateru Ito, con prólogo de María Kodama).

Del creador de la ópera clásica japonesa noh , que se remonta al siglo XIV, quedan varios escritos, todos exquisitos. Zeami Motokiyo (1364-1444) formuló los criterios para actores de su época, y explica la estética del noh en Fushikaden: tratado sobre la práctica del teatro Noh (Trotta, 1999). Zeami lo escribió en el siglo XV para el shõgun .

Estos conocimientos pasaban de maestro a discípulos, de generación en generación, en un círculo cerrado y, de esa manera, protegido. Tanto es así que 200 años más tarde se decidió publicar otros de los tratados de Zeami. Y en 1909 salió a la luz un conjunto de enseñanzas verdaderamente secretas, transmitidas con compromiso de no difundirlas fuera del círculo de actores noh ; luego de décadas invertidas en comprobar su autenticidad, estos últimos secretos de Zeami fueron publicados en 1960.

Aquella primera publicación, Fushikaden , está disponible en español y, más allá de lo específicamente actoral, se presta a una reflexión más amplia, tal como El libro de té y otros tratados sobre prácticas culturales ,que se basa, en parte, en la espiritualidad japonesa. La edición española contiene además cuatro piezas teatrales traducidas, seleccionadas para testimoniar la diversidad del repertorio noh. Es un repertorio fijo desde el siglo XV, pero más de un autor moderno ha producido versiones actualizadas u obras originales en estilo noh , entre ellos Yukio Mishima. Él reinterpretó el drama Dojoji , cuya versión original habría revisado el propio Zeami.

Período premoderno (feudal)
Desde el siglo XVII hasta casi el siglo XX, Japón pasó por un período de aislamiento, que concentró las prácticas culturales. El país se mantenía cerrado al exterior e incluso las migraciones interiores se limitaban. Dos fenómenos literarios se destacan: la forma haiku, emblemática de la literatura japonesa, y la literatura (además de la pintura) de ukiyo-e , o "el mundo flotante".

El poeta máximo de haikus, Matsuo Basho (1644-1694), aprovechó la costumbre de peregrinajes permitidos a los monjes y otros devotos; hizo varios viajes a pie de Edo (hoy Tokio) al interior del país. El resultado literario de aquellas excursiones se condensa en un género específico, el haibun . Mucho más que una crónica de viaje, es una mezcla de prosa con haiku. De los cinco libros haibun que produjo Basho sobre sus peregrinajes, sólo uno ha sido traducido al castellano. De hecho hay varias versiones, pero una cuenta con una colaboración de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya: Sendas de Oku (Seix Barral, 1981). Los otros cuatro fueron traducidos al inglés, como también el diario personal de Basho, Saga Nikki .

Quizá se pueda permitir aquí un pequeño chisme: en Sendas de Oku uno advierte que Basho fue acompañado por un discípulo, el poeta Sora Kawai (1649-1710). El diario del viaje de Sora sólo se publicó a mediados del siglo XX y produjo un efecto desmitificador al revelar el "detrás de bastidores" de la cotidianidad del maestro. Por primera vez entonces, casi 300 años más tarde, uno se hace a la idea de que el poeta no sólo creó sus versos sino también, de alguna manera, a sí mismo como figura de la fama pública. El "mundo flotante" de este período podría tomarse como la contracara de la austeridad severa del "camino del guerrero" (el estilo de vida abnegado y disciplinado del samurái).

En los siglos XVII y XVIII florecen aquellos ambientes de entretenimientos fugaces, las casas de geishas , una nueva forma teatral que toma como objeto no sólo la vida de los jerárquicos sino también las vivencias de los plebeyos. En la narrativa, tenemos los cuentos fantásticos del ya mencionado Akinari Ueda ( Cuentos de la lluvia y de la luna , publicado en México, 1968, y en España, 2002). El mismo autor produjo otra colección, Cuentos de lluvia primaveral , que queda sin traducir, además de otros escritos que retratan de modo costumbrista el mundo flotante, como Personajes de mujeres mundanas y Apuntes .

Quien inicia la prosa ukiyo-zoshi (narrativa del mundo flotante) es Ihara Saikaku (1642-1693), cuya escritura ácida, indiscreta y reveladora explora las vicisitudes de la vida erótica, indagando en transgresiones entre las clases y entre personas del mismo sexo. Una de sus colecciones fue publicada en la Argentina: El gran espejo de amor entre los hombres (Interzona, 2003). Hay dos versiones españolas de su primer libro: Hombre lascivo y sin linaje , traducido por Antonio Cabezas García (Hiperión, 1982), y Amores de un vividor ,en la traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo (Alfaguara, 2003). También se consiguen Cinco amantes apasionadas (Hiperión, 1992) e Historias de amor entre samuráis (Laertes, 1985).

Del mismo período se destaca la gran fuerza innovadora del dramaturgo Chikamatsu Monzaemon (1653-1725) ("el Shakespeare de Japón"), de cuya vasta obra -110 obras de teatro para marionetas, bunraku , y 30 para teatro kabuki- sólo una pieza se encuentra traducida al castellano: Los amantes suicidas de Amijima (1703, publicado por Trotta en 2001). En inglés, se consiguen quince más.

El período Meiji
A partir de 1868, Japón vive un vertiginoso proceso de modernización y llega lo que algunos califican como una inundación de información desde el extranjero, sobre todo desde Occidente. Eso ocasiona una brusca ruptura del aislamiento. Los escritores se vuelcan a hacer pruebas con las corrientes de narrativa europea que llegan: el naturalismo y, especialmente, la novela psicológica o "literatura del yo".

De esta etapa iniciática, una narrativa moderna con énfasis en la interioridad y la evolución del personaje, tenemos muchos representantes traducidos, aunque lo producido por mujeres llegó más al inglés y francés que al castellano. Aun así, hay notorios ejemplos para destacar: de Chiyo Uno (1897-1996) se pueden leer Confesiones de amor (1935, publicado por Mondadori en 1991) e Historia de una mujer soltera (que escribió de grande, en 1972, y que editó Lumen en 1996).

El caso más incomprensible de una autora de esa generación que faltó traducir al castellano es el de Fumiko Hayashi. De sus 25 novelas, más de 20 libros de cuentos, fábulas juveniles y poesía, sólo un cuento se encuentra disponible en castellano. "Barrios bajos" salió en 1957 en Sur (N° 249), traducido por Miguel Alfredo Olivera. Después, en 1976, fue traducido por Oscar Montes para una revista mexicana, Estudios de África y Asia . Rosa Montero incluyó el cuento en una antología, La cita y otros cuentos de mujeres infieles (Alfaguara, 2003), con lo que Fumiko Hayashi pudo ganar más lectores.

La obra de Hayashi cautivó al público en Estados Unidos y en Francia. También fue una inspiración para un cineasta clave de los años 50, Mikio Naruse. La vida de Hayashi resulta impactante: de orígenes pobres, tuvo que arreglárselas por sí sola a partir de la adolescencia; pudo terminar la primaria sólo mintiendo sobre su edad y expandió su educación como autodidacta. Forjó un estilo propio, audaz e incisivo. La literatura de Fumiko Hayashi exhibe un Japón no siempre retratado: el Japón colonialista en Indonesia, la militarización fervorosa y la posterior ocupación estadounidense. Su autobiografía Horoki: Apuntes de una vagabunda y varios de sus cuentos fueron llevados al cine. En 2009, algunos de estos films se proyectaron en el Teatro San Martín, en Buenos Aires, pero los libros siguen siendo desconocidos.

Período de posguerra
De esta época, a mediados del siglo XX, también hay bastante traducido, pero vale la pena indicar una compilación en lengua española: Antología de la narrativa japonesa de posguerra , realizada por Tanabe Atsuko y publicada por Tlahuapan, en México, en 1989. Y habría que recordar las novelas del singular Kobo Abe (1924-1993), como su obra maestra, La mujer de la arena , escrita en 1962 (Siruela, reedición de 2008) que inspiró el film homónimo de Hiroshi Teshigahara, además de novelas que relatan con agudeza la lucha del hombre común en conflicto con la sociedad, como El rostro ajeno (1964, en español por Siruela, 2007).

Kobo Abe fue un dramaturgo importante; estableció su propia compañía de teatro en Tokio. Para ella escribió obras todavía famosas, como Vosotros también sois culpables (1964) y Amigos (1967).
Este período es también el de una incursión importante en los estudios culturales en Japón: de Michitaro Tada (crítico literario y antropólogo cultural, 1924-2007) ya contamos con dos obras disponibles en castellano ( Gestualidad japonesa y Karada , ambas publicadas por Adriana Hidalgo). Lo importante es que, a diferencia de otros libros que buscan explicar lo japonés para un público ajeno, Tada escribe sobre lo japonés para los japoneses. Los libros son parte de una meditación ensimismada y privada, acaso una autocrítica...

En este sentido también merece mención otro caso enigmático de no traducción: el de Takeo Doi. Como psiquiatra, Doi se entrenó en la práctica de psicoanálisis freudiano en Occidente, con la idea de aplicarlo en Japón al regresar. Cuando vio que era inviable aquel modelo para la cultura nipona, comenzó el verdadero trabajo de Doi. Sus libros esclarecen aspectos anteriormente poco articulados pero íntimos, fundamentales para la idiosincrasia japonesa: The Anatomy of Dependency (La anatomía de la dependencia) y The Anatomy of Self (La anatomía del yo) están disponibles sólo en inglés, por ahora.

Período actual
De la literatura actual, se destacan varias mujeres que incursionan en áreas nuevas como el multiculturalismo y la globalización, que produjeron nuevos experimentos con el lenguaje literario japonés. La novela monumental de Minae Mizumura, Una novela real (Adriana Hidalgo, 2008), es un buen ejemplo: la forma yuxtapone la ficción y la no ficción, mientras explora los cambios en la jerarquía social surgidos luego de la guerra. En otras obras, aún sin traducir, Mizumura juega con la mezcla de japonés e inglés, y analiza críticamente las carencias en el uso actual de la lengua japonesa.

Yoko Tawada también ejemplifica lo multicultural: nacida en 1960, a los 20 años se trasladó a Alemania desde donde escribe en japonés y a veces en alemán. Su novela Inu muku iri (El novio de la boda era un perro, 1998) fue muy bien recibida en Japón aunque Tawada no la escribió allí, y con Yogisha no yako ressha (Sospechoso en el tren nocturno, 2003) ganó el premio Tanizaki. Como dramaturga ha sido traducida al castellano: el grupo teatral Lasenkan ha realizado, en España, tres de sus piezas: Sancho Panza , El punto herido del alfabeto e Hikon, el alma voladora .

Menos experimental en técnica que las anteriores, Yoko Ogawa (1962) ha producido una narrativa singular que conjuga la literatura y las matemáticas. La autora nombra como influencias a un dúo inesperado: Kenzaburo Oe y Anna Frank. Tres de sus novelas fueron publicadas en España por Funambulista: La formula preferida del profesor , Perfume de hielo y El embarazo de mi hermana .

Otra corriente nueva actualiza la novela noir. Con frecuencia extremas, hasta surreales, estas renovaciones japonesas tienden a flirtear con la perversión y la violencia en un marco argumental detectivesco que sin embargo todavía permite cierta noción redentora. Es el caso de las novelas de Ryu Murakami, el escritor que ha inspirado al cineasta Takashi Miike, referente del nuevo cine de terror japonés. Dos novelas de Ryu Murakami están traducidos: Azul casi transparente (Anagrama, 1997) y Sopa Miso (Seix Barral, 2005). La más temprana, Coin-Locker Babies , sigue sin traducir aunque hizo furor entre jóvenes urbanos de un Japón "pos-burbuja", o sea, posterior a la afluencia y el consumismo de los años 80. Narra las historias de dos hombres que fueron abandonados de bebés en una estación de tren; uno de ellos planea un ataque químico contra la capital, apuntando a vengarse de (¿todas?) las madres, del punto de origen en sí.

Notoriamente, ha surgido una corriente nueva de thrillers femeninos que se destaca no sólo por el ingenio argumental, sino también por un audaz "realismo sucio" que rompe con tabúes: las amas de casa son a la vez obreras de fábrica en la periferia, los japoneses que emigraron regresan de Perú y de Brasil con consecuencias inesperadas, y estalla la violencia doméstica, tanto masculina como femenina. Una autora ejemplar sería Natsuo Kirino (1951) cuya novela Out fue nominada al premio Poe. Out salió hace poco en castellano (Emecé, 2009), y podremos esperar alguna de las doce que tiene escritas hasta ahora.
La famosa "bananamanía" que experimentó el público occidental tuvo su versión nipona también. Se puede identificar como "herederas de Banana Yoshimoto" a quienes han profundizado la exploración (y revalorización) de la figura liminar que revolucionó Yoshimoto en Kitchen : aquella figura de la niña-mujer o shojo , especie de semiadulta en un delicado limbo entre depender del padre y depender del marido, ya transformada en la década de 1980 en el símbolo de cierta oportunidad para una autodeterminación inesperada. Una expresión surge desde la literatura joven "extrema" que sorprendió cuando dos representantes aun adolescentes obtuvieron el más prestigioso premio para la nueva narrativa en Japón. La escritura de Risa Wataya en Keritai Senaka (La espalda que quisiera patear) y la de Hitomi Kanehara en Hebi ni Piasu (Serpientes y piercings) son ejemplos de una corriente de escritura intrépida de la mano de mujeres muy jóvenes, transgresoras, de poderosa imaginación y franqueza personal: la novela de Kanehara salió en castellano (Emecé, 2004). En esta línea estarían también Vibrador, de Mari Akasaka (1964; Emecé, 2006).

Respecto de estas nuevas voces adolescentes surge también una cuestión de técnica y de tecnología que afecta la circulación de su obra y tal vez también, una se pregunta, la conceptualización: de las diez novelas más vendidas en Japón últimamente, la mitad fue escrita en teléfonos celulares y son leídas del mismo modo, o sea en "el celu". En Japón el mercado de la "novela móvil" ya cuenta con tres millones de lectores. Y en este caso también tal vez sorprenda que se trate de una producción capaz de conquistar los premios del establishment . Mieko Kawakami ganó el premio Akutagawa (2007) por una novela "móvil" (aunque premiada recién luego de ser impresa): Chichi to ran (Acerca de pechos y huevos) es una novela ágil y veloz. Narrada en primera persona, dispara posibles redefiniciones de lo femenino a través de un grupo de amigas adolescentes. Si una vez puede ser suerte, dos veces ya merece otro respeto: Kawakami volvió a tener tremendo éxito con su novela Hebun (El cielo) durante la etapa de señal electrónica, y al cobrar una existencia en papel conquistó un reconocimiento que en algún punto suena paradójico, no por falta de destreza literaria, sino por una cuestión de técnicas, de preconceptos o expectativas que tenemos acerca de lo que se escribe y cómo. El cielo de Kawakami es la ganadora del premio Murasaki Shikibu del 2010, el galardón máximo para la nueva escritura femenina, que lleva el nombre de la autora de La historia de Genji , escrito hace mil años y por supuesto sobre papel. Y uno se queda pensando? si Murasaki renaciera, ¿cómo escribiría hoy?

martes, 11 de enero de 2011

Buenas noticias: los traductores ganan poco, pero en una de ésas se salvan del Alzheimer

El 8 de enero pasado, el diario El País, de España, publicó una noticia proveniente de la agencia EFE, donde se leía que el bilingüismo ofrece algunas ventajas hasta ahora no consideradas. Tal es el resultado de una serie de experiencias realizadas con personas bilingües y traductores por los profesores Teresa Bajo Molina y Pedro Macizo Soria, en la Universidad de Granada.

El bilingüismo mejora la atención y la memoria

Un proyecto desarrollado en la Universidad de Granada ha demostrado que el bilingüismo mejora las capacidades de atención y entrena la memoria, de ahí que saber dos idiomas tenga ventajas más allá de la evidente facilidad para comunicarse. El proyecto Procesos de Atención y memoria en la selección de idiomas en bilingües y traductores, del que ha informado Innova Press de la Junta de Andalucía, ha sido coordinado por los profesores Teresa Bajo Molina y Pedro Macizo Soria.

Bajo Molina y su equipo han llegado a esta conclusión a través de una serie de experimentos realizados con personas bilingües en español e inglés, considerando por bilingüismo el conocimiento alto de dos idiomas y su uso frecuente. Diferentes grupos de bilingües de entre 16 y 24 personas han participado en los experimentos y han realizado una serie de pruebas en que se mide el tiempo de respuesta y la actividad eléctrica cerebral. Sus resultados muestran que una persona bilingüe "activa" los dos idiomas a la vez incluso en situaciones en que necesita solo uno, una activación que unas veces supone una ventaja y otras una dificultad.

Para resolver el conflicto entre los dos idiomas que se activan y que la persona pueda seleccionar el que es apropiado es necesaria la actuación de un mecanismo atencional que implica la parte prefrontal del cerebro y que inhibe aquel término que en el contexto no es apropiado, demostrando que se puede ignorar información interna. Tras las pruebas llevadas a cabo, los investigadores han demostrado que el cerebro puede responder de forma diferente con entrenamiento y que el aprendizaje de otro idioma es, de algún modo, un entrenamiento.

lunes, 10 de enero de 2011

Una afortunada consecuencia del exilio de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez en Cuba


El 24 de septiembre de 2010, la investigadora, ensayista y traductora cubana Lourdes Arencibia publicó el siguiente artículo en Cuba Literaria. Aquí se habla de una imprenta y editorial española, dirigida por Manuel Altolaguirre y su primera esposa, la poeta Concha Méndez (ambos en la foto), y de su capítulo cubano.

La Imprenta “La Verónica” y sus traductores

Quienquiera que se anime a accionar la moviola de la historia con la intención de iluminar la trayectoria de la edición en Cuba de libros y de revistas culturales, marcará con piedra blanca no pocos hitos a lo largo y ancho de la Isla desde la temprana introducción de la imprenta, y con ello marcará también el tesón industrioso, la puntería de los dardos y la decidida vocación de sus hombres de plancha y tinta.

Sin ir tan atrás, en un recordatorio que está a la espera de algo más enjundioso que un  mero pase de lista en un siempre acotado espacio, involuntariamente excluyente, evoquemos los nombres de Úcar García, el Avisador Comercial, la Imp. Siglo XX, la Moderna, Alfa, Oliva, Las niñas huérfanas, Ed. Trópico, Ed. Cárdenas, Ed. Lex,  Quirós y Estrada (Matanzas), la Universidad Central  de Las Villas, Miguel de Villa eds., Carlos Habre tip, puesto que  son éstos algunos botones de muestra, detrás de los cuales hubo hombres, y hasta alguna mujer, que pasaron muchas horas prácticamente “fundidos” en  una sola pieza a la maquinilla de ruedas, en muchos casos trascendiendo con creces la labor de un editor al uso, para poner en manos del lector y del bibliófilo criollo miles de páginas —hoy amarillas por el tiempo o achicharradas por el clima implacable— en serio peligro de desintegración o sencillamente títulos inencontrables.

Para no descuidar entonces el valor didáctico de lo que Lezama calificara de “rasguño en la piedra”,  debo señalar que son muy pocos los autores cubanos —incluidos los más reconocidos—, cuyos trabajos destinados a la estampa en el patio se acompañan —cuando lo hacen— de una bibliografía correctamente constituida, en cuyas entradas suele omitirse el dato de la editorial, lo que dificulta la localización de la consulta y suscita en el investigador ulterior serias dudas sobre el real manejo de las obras citadas, amén de que contribuye  a ir borrando, poco a poco, e injustamente, la huella de estos anónimos hacedores de nuestra cultura. ¡Y ni hablemos de los traductores! No sólo se excluyen sus nombres, privándoseles de identidad, sino que con frecuencia, ni siquiera se indica que se trata de una traducción. ¡Como si el proceso de internacionalización de la creación de una obra producida en un ámbito lingüístico acotado pudiera realizarse por arte de magia, como quien saca un conejo de un bombín!

Todos aquellos empeños fundacionales que históricamente han luchado en nuestro país con dificultades de variado calibre mantuvieron muy en alto el listón de la edición, tanto en la capital como en provincias, y allanaron los saltos del  camino a la labor ulterior de la Oficina del Historiador de la Ciudad, el Consejo Nacional de Cultura, la Moderna Poesía, el Ministerio de Educación, la Casa de las Américas, la UNEAC y por supuesto a lo que hoy lleva a nivel del país, de manera directa o sesgada, el toque editorial del Instituto Cubano del Libro.

Y por aquí la indagación, vista con la perspectiva que da el tiempo, llegamos al español Manuel Altolaguirre (poeta, impresor, conferencista, traductor y guionista de cine: Málaga, 1905-Burgos, 1959),  a su primera esposa la poeta Concha Méndez, al latinista  Bernardo Clariana y… a la Imprenta “La Verónica” con sus traductores. Corre el año de 1939 y se abre una historia de cuatro (Marzo del 39 a marzo del 43)…

Desde que contrajeron matrimonio en España (1932), Concha y Manolo habían decidido asociarse en una empresa editorial. Altolaguirre ya tenía experiencia en el oficio, pues asociado con Emilo Prados había fundado en Málaga la imprenta “Sur” que todavía hoy funciona con el nombre de “Dardos”, e impreso allí importantes revistas como Litoral, Caracola, o Caballo griego para la poesía. Ella compró una maquinita —cuenta Gonzalo Santonja— y ambos se estrenaron  con la revista Héroe:

Ataviada con ese inevitable y precursor mono azul que tanto admirara Juan Ramón Jiménez (“su mono añil puede ser de cajista de imprenta, enrolada de buque, fogonera de tren, polizón de zepelín, todo por la Poesía delantera que huye en cruz de horizonte ante las cuatro máquinas”) único en el tenso Madrid prebélico, Concha Méndez preside el trabajo de los tres obreros maquinistas…

Manolo, entretanto, combina tipos y alterna colores para iluminar los versos de toda una época”. [1] “Se vivía al pie de la letra” —decía Manuel de la Fuente. Pero estalla la guerra y el único camino posible fue el exilio, así el poeta-editor decide trasladarse a Méjico “(…) ligero de equipaje, pero eso sí, con la imprenta a cuestas.1

Las etapas del exilio político de los Altolaguirre, que por azares de la vida transcurrieron en Cuba, se deben a una súbita enfermedad infecciosa de la pequeña Paloma, que les obliga a hacer escala forzosa en la Isla e interrumpir la travesía y los planes que les llevaban de Europa a la patria de Juárez, en donde pensaban realmente instalarse.

Altolaguirre se estableció entonces en La Habana, con su mujer y su hija, merced al respaldo y la generosidad de algunos amigos, como los poetas Emilio Ballagas, Eugenio Florit, Nicolás Guillén, el pintor Mario Carreño y el escritor Alejo Carpentier, quienes:

(...) entre unos y otros, pulsando distintas teclas, lograron organizar, casi sobre la marcha, una serie de conferencias sobre poesía y poetas españoles, clásicos y contemporáneos, que, retribuidas con cierta generosidad, aliviaron su penuria y le servirían de puente para incorporarse a la vida cultural de la Isla (…) y dedicarse por completo al quehacer tipográfico y editorial.

Así se inició el primer capítulo habanero de la imprenta “La Verónica”, instalada en la sala de una modesta casa interior del Vedado, en el fondo de una farmacia que todavía existe en la calle 17 entre J e I.  La Verónica, realmente había nacido años atrás, en 1935, en la calle Viriato 73, de Madrid. Su nombre es reconocimiento y homenaje a la primera impresión que recogió en un lienzo las facciones cruzadas por el dolor del hombre del Viacrucis.

La semblanza que nos hace el poeta español Ángel Lázaro, de aquellos momentos iniciáticos nos ha parecido más veraz  que cualquier otra descripción:

(...) allí mismo, en el zaguanete, instaló su primera máquina de impresor (pequeñita, manual) —luego vendrían otras—,  y dándole él mismo al pedal de la máquina con gracia de afilador campesino se puso a editar alegremente (…), el primer volumen de una primorosa colección cuyo nombre toma de los Versos Sencillos de José Martí,  justo el título que escoge, no por azar, para inaugurar esa rúbrica y que dice: “mi verso es un ciervo herido/que busca en el monte amparo.

Llegaban los amigos, las visitas… Había trabajo para todos. Uno ayudaba a plegar, el otro —la otra en este caso— ayudaba a coser, se charlaba de arte y de poesía, y, al mismo tiempo, se laboraba. Manolo Altolaguirre, con las manos hermosamente manchadas de plomo, ajustaba galeradas, manejaba el componedor, distribuía ante el chivalete con dedos de sembrador esa semilla milagrosa que es la letra de molde. Un día llegó la gran máquina, una Kelly, señora respetable, que hizo su entrada en la casa con toda solemnidad. Aquello marchaba. ¿Cómo se pagaría tanto hierro? ¡Ah! Dios proveerá. En Cuba, el milagro se produce casi siempre. Se vive sin saber cómo.2

Y así, prácticamente sin recursos,  protagonizó una de las experiencias más hermosas y singulares en la historia de la edición en la Isla: la Imprenta “La Verónica”. Bajo ese sello —nos recuerda actualmente James Valender, el suegro de Paloma— inició entonces dos colecciones de pequeño formato: El ciervo herido, y la otra, de tamaño más grande, la colección Héroe, que daba continuidad a la serie homónima que Concha y Manuel habían lanzado en Madrid en los meses anteriores a la guerra (…). Ahora en su etapa habanera se estrenaba con la publicación de “Momento español”, de Juan Marinello, un título que ya había aparecido en Valencia en septiembre del 37, por la Colección Héroe de la tipografía Moderna, calzando las actividades revolucionarias de Marinello.

La imagen más exacta de La Verónica no es, sin embargo, la que se deduciría de este tipo de obras, de autores contemporáneos y temática comprometida (…) Manuel Altolagruirre y Concha Méndez situaron sus colecciones, en el ámbito inactual –por ser siempre de los más vivos, de los clásicos de la poesía (desde José Martí, hasta Jorge Manrique, Garcilaso de la Vega, Antonio Machado y Federico García Lorca.3  No tardaron en aparecer  nuevos títulos de autores cubanos como Emilio Ballagas, Regino Pedroso, Nicolás Guillén, Ángel Gaztelu, Lydia Cabrera, Pablo de la Torriente Brau, Jorge Mañach, Alberto Rubiera. Y una cuidadosa selección de autores extranjeros a quienes  hubo,  por supuesto, que traducir. Ahora son joyas bibliográficas, pero entonces les resultaba muy difícil vender uno a uno aquellos ejemplares. Concha recuerda que los libros de La Verónica costaban un peso (…). Cuando el dinero escaseó, lanzaron el suplemento “La Pesada”,  una hoja doblada en cuatro que por el peso daba derecho a un libro (…) Transcurría la Segunda Guerra Mundial y era muy caro el papel. Por eso el formato de esas ediciones era diminuto.4

Las portadas —que se procuraron al menor costo— eran, sin embargo, muy sobrias y elegantes, siempre con el mismo diseño de cubierta, que rápidamente se convirtió en el distintivo de la imprenta, en color beige muy claro, casi blanco hueso, con recuadros en rojo y negro.

Por supuesto que, tanto Altolaguirre como Concha, no sólo eran conscientes de los valores de la profesión de traductor que personalmente ejercieron, como buenos editores sabían que cuando se aspira a conquistar un espacio en la oferta mundial de la edición no se puede hablar de aciertos en la difusión de la cultura universal a través de un sello editorial, o de una publicación seriada, si no se da cabida a obras que irán  a parar, una vez traducidas, a manos de un público de filiación cultural y lingüística  diferentes de aquellas que las gestaron.

Dicha convicción está implícita cuando Manolo funda y dirige  las revistas literarias Atentamente (1940) y La Verónica (1942); y colabora en Espuela de Plata, Nueva España, Tiempo, Universidad de La Habana y Orígenes.

De suerte que el malagueño da a la estampa un centenar de títulos sin soslayar obras de poetas franceses, americanos, ingleses y alemanes, muchos de los cuales tradujo personalmente. Solía desempeñarse como traductor en equipo: con Bernardo Clariana realizó una versión de La canción de Juan sin tierra, del poeta suizo Iván Goll, a la sazón de su visita en La Habana, estrenada por cierto en el teatro Auditorium, hoy Amadeo Roldán, en diciembre de 1939, con arreglo musical de Alejo Carpentier y dirección escénica del dramaturgo español José Rubia Barcia. Con O. Savich, tradujo El convidado de piedra y Festín durante la peste, de Alexander Serguei Pushkin, y de la colaboración que realizó con Antonio Castro Leal, salió nada más y nada menos que el Adonais, de Shelley en varias versiones, una de ellas publicada en La Verónica, en 1941.

Refiriéndonos a los trabajos de Pushkin antes citados, que pertenecen al grupo de obras que se conocen en la bibliografía del creador de la literatura rusa moderna con el titulo de Pequeñas Tragedias, y que La Verónica da a la estampa en la Habana en 1939, en su colección El ciervo herido, me ha parecido interesante destacar que precisamente acaban de ser reeditados para la colección El Manantial Oculto, que dirige el distinguido intelectual y traductor peruano Ricardo Silva Santiesteban, por cortesía de Paloma Altolaguirre e intermedio de James Valender, en el marco de las celebraciones que se organizaron en todo el mundo para marcar un aniversario más del nacimiento de Pushkin.5
Como dato curioso cabe señalar que el trabajo de Altolaguirre y Savich es propiamente de retraducción, toda vez que el Festín durante la peste de Pushkin no es ciento por ciento de su autoría, sino una versión o adaptación, con múltiples supresiones y ampliaciones que el ruso hace, a su vez, de la escena IV del primer acto de la tragedia del inglés John Wilson titulada The City of Plague (1816), práctica por demás muy frecuente en los autores de siglos pasados.  

Según Martinez Nadal,6 hay ya testimonios de otras traducciones del malagueño hechas en equipo en Londres, donde estuvo becado para estudiar las imprentas inglesas (1933), junto con una anglo-brasilera nombrada Mary Allison, quien residía en un piso de la casa que alquilaba el matrimonio Altolaguirre en la capital británica. La Allison hacía la traducción literal del original, y luego se la leía a Manolo para que el poeta captara los ritmos internos de las obras, que eran nada menos que los fragmentos del Adonais de Shelley y The Journey of the Mag de T.S. Eliot.  El método era muy similar al que puso en práctica la célebre pareja de Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubi, y sin ir más allá el que han seguido en nuestro país los conocidos dúos y tríos de Jesús David Curbelo y Susana Haug; de Curbelo, con Ángela Morales  y Rubén Casado; de esta servidora con Keith Ellis para las traducciones de poesía antillana en lengua inglesa, que  forman parte de la Antología de la poesía del Caribe anglófono dada a la estampa por la editorial El perro y la rana de Venezuela; de Omar Pérez y Verónica Spasskaia, tan acertadamente descritos por ésta última en el número reciente de la nueva época de la revista Unión; de la propia Verónica con el traductor matancero Juan Luis Hernández Milián, dos veces premio de traducción “José Rodríguez Feo”; de Jorge Yglesias y Alla Llorens, ganadores por el resultado de su colaboración, del premio Internacional que la UNESCO convocó para reconocer la mejor traducción que se hiciera mundialmente de un poema de Pushkin en conmemoración a la efemérides del clásico ruso.

A juzgar por los propios testimonios de Altolaguirre en su correspondencia, el traductor-editor colaboró también con Stanley Richardson en las traducciones de Thomas Hardy y G-K.Chesterton, que el Instituto Cervantes reporta como perdidas, pero que otros investigadores han identificado en las páginas de la emblemática revista 1916 de la etapa londinense de Altolaguirre, cuyo emblema rinde homenaje al año de la muerte de Cervantes y de Shakespeare y en el que reconocemos la aspiración de Altolagruirre de aproximar la cultura de los dos países. Por demás, el grupo de poetas y traductores españoles de la generación del 27, que contaba entre sus miembros más destacados a Altolaguirre, tiene en su haber una singular tarea de grupo similar a la que se integró en su momento en Buenos Aires,  liderada por Virgilio Piñera, para producir una versión española del Ferdydurke del polaco Witold Gombrowitz, pero con  Rafael Alberti, Pedro Salinas, Jorge Guillén y Mariano Brull, para Bosque sin horas de Jules Supervielle, que editó Plutaro en Madrid  en 1932

En la Bibliografía de Altolaguirre publicada por el Instituto Cervantes, con la entrada Traducciones y completada con los datos de las que figuran en el libro de la investigadora francesa Laurence Breysse -Chanet7, aparecen las siguientes versiones:
  • Atala, René y el último abencerraje de François René vizconde de Chateaubriand, Madrid, Espasa–Calpe, 1932,1979 .
  • La canción de Juan sin tierra de Iván Goll. Trad de Manuel Altolaguirre y Bernardo Clariana, La Habana, 1941.
  • Los trabajadores del mar de Víctor Hugo, Madrid, Espasa Calpe, 1932.
  • El convidado de piedra y Festín durante la peste, de Alexander Serguei Pushkin. Trad. de Manuel Altolaguirre y O. Savich, Barcelona, A.E.R.C.U. 1938. Trad de Manuel Altolaguirre y Antonio Castro  Leal, México, Polius, 1938.
  • Adonais de Percy B. Shelley (fragmentos). Trad. de Manuel Altolagruirre, Madrid: imp Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, ed. Héroe, 1936.
  • Adonais de Percy B. Shelley. Trad. de Manuel Altolagruirre y Antonio Castro Leal, La Habana, La Verónica, 1941.
  • Adonais de Percy B. Shelley Shelley. Trad. de Manuel Altolaguirre y Antonio Castro Leal, en: 1916, Nos 5 a 7, Londres, 1935. Recogido también en: Poesías Completas, ed. Luis Cernuda, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, pp. 213-236.
  • A la luna de Percy B. Shelley. Trad. de Manuel Altolaguirre, en: 1616, no. 1, Londres, 1934.
  • El ciclo de la creación de Luigi Sturzo. Trad de Manuel Altolaguirre, y B. Pritchard, Buenos Aires, Tiempos Nuevos, 1940.
  • Bosque sin horas de Jules Supervielle. Trad del francés por Manuel Altolaguirre,  Rafael Alberti, Pedro Salinas, Jorge Guillén y Mariano Brull, Madrid, Plutaro, 1932. Poema, por  Jules Supervielle, París, Manuel Altolaguirre imp. 1931.8
  • Poemas  de A.E. Housman, S. Richardson, T.S.Eliot y H. Wolfe. En: 1616, Nos. 3, 8 y 9, Londres, 1935.
  • Los emigrantes de Guy de Maupassant, guión de cine con un grupo de estudiantes de ese país.
Según Paloma Altolaguirre, en cuatro años se tradujeron en la Imprenta “La Verónica” unos doscientos  libros, cada uno impreso y encuadernado a mano por el equipo que encabezaron Manolo y Concha. También se sabe que ayudaron  a conformar la primera agrupación teatral universitaria de La Habana, una experiencia que llevó a la puesta en escena las dos obras de Pushkin traducidas por Altolaguirre. Luego de abandonar permanentemente la Isla, el malagueño regresó no obstante varias veces a La Habana, entre octubre de 1953 y principios de 1955, volcado más bien en tareas de guionista y productor de cine, junto a María Luisa Gómez Mena.

¿Qué otros traductores colaboraron entonces en “La Verónica”?
Bueno, para terminar este recuento a vuelapluma, huelga decir que ha sido toda una proeza sacar prácticamente del “baúl de San Jerónimo” 9 con ayuda del detective Mario Conde, de Padura, que por suerte se nos ha vuelto bibliófilo en una de sus más recientes novelas,10 algunas de las fichas bibliográficas que dan fe del trabajo más o menos integral de esa imprenta —insuficientes, aunque relativamente representativas—  de esta, sin embargo, importantísima contribución a la cultura cubana con particular interés en aquellas donde figuren menciones a los traductores. Presumo no obstante,   que no fueron muchos más que nuestros ya conocidos personajes, seguramente imposibilitados  de asumir la remuneración a otros mediadores, por modesta que fuera.  Les dejo pues, con mi agradecimiento por vuestra condescendiente atención, con algunas de las fichas que he podido rescatar tomadas de los propios títulos que se conservan de “La Verónica”. 

1. Los Espitalamios de Catulo / trad. en verso, pról. y notas de Bernardo Clariana. —ed. bilingüe—. La Habana: Publicaciones de la Revista de la Universidad de La Habana, 1941. 98 p.
Libro dedicado a Simone Thalamas.
Imprenta de Manuel Altolaguirre. 21 de julio de 1941.

2. Gaztelu, Ángel (pbro). Poemas. / Ángel Gaztelu; nota explicativa y trad. del latín de Ángel Gaztelu.-- Cuadernos “Espuela de Plata”: La Habana, 1940.
11 p.; 213 /  271 mms
Ejemplar encuadernado.
Libro dedicado a J. Lezama Lima.
Imprenta de Manuel Altolaguirre. 23 de Julio de 1941.

3. Goll, Iván. La canción de Juan sin Tierra. / Iván Goll; trad. de Manuel Altolaguirre y Bernardo Clariana. --La Habana: La Verónica, 1941.
79 p.--(Colección “El ciervo herido”)
Imprenta de Manuel Altolaguirre. 23 de Julio de 1941.

4. Pushkin, Alexandr Sergueievich, (1799-1837).  Festín durante la peste. El convidado de piedra / Alexandr Sergueievich Pushkin; tr. de O. Savich y Manuel Altolaguirre; introd. de Antonio Machado —La Habana: La Verónica, 1939.
76 p.-- (Colección “El ciervo herido)
El ejemplar consultado tiene en la página de separación de ambas obras, dedicatoria autógrafa a la “Biblioteca Nacional” por la imprenta “La Verónica”.
Imprenta de Manuel Altolaguirre. 17 de Noviembre de 1939.

5. Shelley, Percy Bysshe, (1792-1822).  Adonais/ Percy B. Shelley; nota introd. de los editores Concha Méndez y Manuel Altolaguirre. --ed. bilingüe.-- La Habana: La Verónica, 1941.
65 p.: ilus. -- (Ediciones “1616”. English and Spanish poetry)
Ilustraciones de Mario Carreño.
Texto inglés con la versión castellana hecha por Antonio Castro Leal y Manuel Altolaguirre.
El ejemplar consultado tiene exlibris de Don Fernando Ortiz.
Imprenta de Concha Méndez y Manuel Altolaguirre. 29 de Agosto de 1941.

6. Calderón de la Barca, Pedro, (1600-1681). Life is a dream: A play in three Acts / Pedro Calderón de la Barca; tr. by William F. Stirling; pról. de Manuel Altolaguirre.-- La Habana: La Verónica, 1942.
259 p.-- (Ediciones “1616”. English and Spanish poetry) : ilus.
Ilustración de Mario Carreño.
Ejemplar no leído.
Imprenta de Manuel Altolaguirre. 21 de Julio de 1942.

Notas:
1. G-Santonja: El poeta español en Cuba: sueños y realidades del primer impresor del exilio, Círculo de lectores, Barcelona, 1994.
2. “Testimonio de Ángel Lázaro”, en: Rosa María Elizalde, op.cit., pp. 25-26.
3. Véase: Miguel Iturria Savón: Españoles en la cultura cubana, Social Science, 2004.
4. Intervención de James Valender en ocasión del Centenario de Manuel Altolaguirre (nov-dic, 2005), en: Rosa Miriam Elizalde. Encuentro en La Habana, Centro Cultural Dulce María Loynaz, La Habana, otoño de 2007, p. 23.
5. Véase Alexandr Pushkin: Pequeñas Tragedias, Pontificia Universidad Católica del Perú, No. 78, El Manantial Oculto, Colección dirigida por Ricardo Silva Santiesteban, Lima, 2010, pp. 71-135. 
6. Martínez Nadal, Rafael: “Manolo Altolaguirre en Londres: Apuntes para unas viñetas”, en: Insula, 475 (1986), p.11.
7. Véase  la Bibliografía en: Laurence Breysse -Chanet. En la memoria del aire. Poesía y poética de Manuel Altolaguirre. Estudios Centro Cultural de la Generación del 27, Málaga , 2005, p.255.
8. Tomado de la Bibliografía de Manuel Altolaguirre. Traducciones, Instituto Cervantes, Departamento de Bibliotecas y Documentación, p.2.
9. Santo patrón de los traductores.
10. Alusión a la magnífica novela En la neblina del ayer de Leonardo Padura, Ed. Unión, La Habana.