viernes, 26 de febrero de 2021

Fernando Sorrentino se corta el pelo y dice


Con una demora que debe atribuirse a los buenos oficios de EDENOR, se reproduce a continuación un artículo publicado en el diario La Prensa, de Buenos Aires, el pasado 3 de febrero, donde el escritor Fernando Sorrentino reflexiona sobre los curiosos intentos de mejorar la realidad a partir del uso más bien chapucero de términos tomados del inglés o, lisa y llanamente, de fórmulas rebuscadas. En pocas palabras, distintos tipos de eufemismos.

El poder exaltador de la palabra

Que yo sepa, desde mi más tierna infancia el local donde el oficial me cortaba el pelo se llamaba peluquería. Pero últimamente he visto una especie de eclosión de barberías, término que de inmediato despertó mi fastidio, sólo superado cuando algunos de estos establecimientos, yendo más lejos en el infinito sendero de la afectación, colocan un cartel que dice Barber’s Shop. Esta expresión y otras similares, como Merry Christmas, Father’s Day, Open, Sale, Off, Come to School, Spring, Winter, etcétera, son suficientes para que yo evite realizar ningún gasto en tales comercios.

Pero, con anterioridad a este imaginario glamour de la lengua inglesa, hubo otros intentos de mejorar, no la realidad, sino la expresión de la realidad.

En otras épocas me hacía cortar el pelo en peluquerías. El señor Covid 19 me indicó la sensatez de adquirir una máquina eléctrica del oficio y, como no requiero ninguna elegancia especial, mi mujer me despoja de mis pelambres como si cortara el césped, de manera ecuménica, rasante, democrática, igualitaria y total, enviándome, sin pagar un centavo, a la categoría de rapado absoluto.

Una de las últimas veces que tuve que apelar a los servicios de una de las tantas peluquerías de mi barrio recibí una sorpresa: según lo anunciaba un cartel, quien se encargaría de la tarea ya no sería Fulano de tal, peluquero sino Fulano de Tal, estilista.

Así como a Sansón la falta del cabello que le sustrajo Dalila le quitaba fuerzas, parece que en mi persona la labor del Dalilo en cuestión intensificó el funcionamiento de mi caletre pues, apenas estuve de vuelta en la calle, relacioné la metamorfosis del peluquero en estilista con el hecho de que, en las profesiones más o menos medicinales, Grecia ha desplazado a Roma: en la Argentina ya no existen “oculistas” sino oftalmólogos, los “dentistas” se han transformado en odontólogos y los pedestres “pedicuros” han devenido podólogos.

Bien recuerdo que, en mi niñez, una hermana de mi abuela materna hablaba de botica y no de farmacia, como decía el resto de los mortales de Buenos Aires, extravagancia que provocaba fuerte hilaridad en sus sobrinos-nietos. Ambos términos son de etimología griega, y –según creo– nunca hubo palabra de origen latino para designar el comercio en cuestión.

Mejorar las cosas reales y tangibles mediante el uso de palabras “prestigiosas” es, naturalmente, una mera ilusión: tan bueno o tan malo será un podólogo como un pedicuro (salvo en el caso espeluznante, pero no infrecuente, de que alguien pronuncie pedícuro, circunstancia que, sin dudar, me hará refugiar en la forma helénica).

Un triste o alegre oficio

Según afirman los expertos en el tema, hay cierto oficio femenino –ya tildado de triste, ya de alegre– que ha sido datado como el “más antiguo del mundo”, si bien nadie ha establecido la fecha fundacional de tal labor. Esta añeja prosapia explicará, sin duda, la abundante y matizada sinonimia acumulada en tantos siglos y en tantos países hispanohablantes: buscona, cantonera, cortesana, furcia, golfa, lora, meretriz, pelandusca, hetera, hetaira, prostituta, pupila, ramera, yiro, zorra…

Sin embargo, el vocablo menos científico, menos regional y menos restringido y ambiguo es el que, por ejemplo, puso en 1603 Francisco de Quevedo (Buscón, capítulo 2) en boca de Pablos: “Todo lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces hijo de una puta hechicera”.

Tampoco (1615) lo eludió Miguel de Cervantes (Quijote, segunda parte, capítulo 13), cuando Sancho habla de su hija: “–Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios queriendo, mientras yo viviere”.

Siendo las damas de dicha cofradía putesca renuentes a grosería o vulgaridad, han rechazado aquel término, no por quevedesco y cervantino, menos ruin. Por tal motivo, al constituir una suerte de sindicato o asociación gremial que las cobija, su natural recato las ha inducido a autotitularse Profesionales del Sexo.

Al igual que oftalmólogo u odontólogo, la expresión es prestigiosa, pues nos inculca la idea de que lungo studio e grande amore (imagino que con clases teóricas y prácticas) han sido necesarios para alcanzar tan augusta profesionalidad.

jueves, 25 de febrero de 2021

La "gauchada" que le hizo Ricardo Baeza a Jorge Zalamea, un equívoco nunca reparado

Ricardo Baeza
Las traducciones falsamente atribuidas a un traductor que no las llevó a cabo son una práctica presente a lo largo de la historia de la traducción. El siguiente artículo, publicado sin firma, el 16 de agosto de 2019, en el blog Negritas y Cursivas, tiene como protagonistas al  Ricardo Baeza, intelectual español, nacido en Cuba y refugiado en la Argentina durante los primeros años de la dictadura franquista, y al escritor y traductor colombiano Jorge Zalamea

Un episodio ¿turbio? en la trayectoria del editor y traductor Ricardo Baeza

 Del muy versátil intelectual español Ricardo Baeza (1890-1956) se ha destacado a menudo las muy diversas maneras en que a lo largo del siglo XX se convirtió en uno de los principales introductores de las corrientes culturales europeas más importantes, ya fuera en su vertiente de prolífico y pionero traductor de Wilde, D’Annunzio, Shaw o Pirandello, como empresario, director y crítico teatral o como editor en Minerva, miembro del «comité selectivo» de la colección Clásicos Jackson (donde firmó varias antologías) y director literario de la Biblioteca Emecé de Obras Universales y de Los Grandes Músicos de la editorial Schapire.

Ya mientras cursaba el bachillerato (1909-1910) empezó Baeza a traducir para la revista fundada por Javier Gómez de la Serna Prometeo, de cuya dirección literaria se ocupaba su hijo Ramón Gómez de la Serna, a la sazón compañero de estudios de Baeza. Se han contabilizado treinta y seis traducciones suyas en esta revista entre 1909 y 1911, pero además ya ese mismo 1909 aparecía su primera traducción en forma de libro, en la madrileña Imprenta El Trabajo: la tragedia La ciudad muerta, de Gabrielle D’Annunzio (uno de sus autores dilectos y de los que más traducciones firmaría en años sucesivos). En los catorce años siguientes, hasta 1923, aparecerían unos ochenta libros traducidos por Baeza, quien sin embargo encontraba también tiempo para fundar en 1916 una editorial (Minerva) en asociación con los hermanos Calleja, colaborar con las revistas La Correspondencia de España (1918) y España (1919-1922), montar la compañía teatral Atenea (que debutó en el Teatro Princesa el 29 de septiembre de 1919) o cubrir la corresponsalía del periódico El Sol en Londres.

En el periódico El Sol se publicaron algunos textos de Baeza tan importantes e influyentes en su tiempo como «En torno al problema del teatro» (entre octubre de 1926 y enero de 1927) o más adelante, a finales de 1928, una interesante serie sobre la labor e importancia del traductor: «El espíritu de internacionalidad y las traducciones» (2 de octubre), «Traduttore: traditore» (9 de octubre), «El traductor como artista», (13 de octubre), «Literalidad y literariedad» (26 de octubre) y «La pérfida errata y el traductor sin imaginación» (15 de noviembre de 1928). Por el camino, había vuelto a asumir la dirección artística de una nueva compañía teatral, la de Irene López Heredia y Ernesto Vilches, que se estrenó el 7 de abril de 1928 en el Poliorama de Barcelona con una obra traducida por el propio Baeza, Un marido ideal, de Oscar Wilde, y todo ello sin dejar de mandar colaboraciones a la bonaerense El Hogar y a las españolas La Gaceta Literaria, Índice o Revista de Occidente ni, por supuesto, dejar de ver como aparecían editadas nuevas traducciones suyas.


De 1929 es su compilación de artículos Clasicismo y romanticismo (CIAP), de 1930 su libro sobre la experienciBajo el signo de Clío (Ulisa en Irlanda La isla de los santos (CIAP), y del año siguiente es del año siguiente Bajo el signo de Clío (Ulises), pero también por esas fechas cruzan e Atlántico algunas cartas que pueden contribuir a explicar la asombrosa cantidad de traducciones que Ricardo Baeza llevaba firmadas cuando apenas había cumplido los cuarenta años.

Jorge Zalamea
Quienes han estudiado la labor de Ricardo Baeza a menudo han pasado de puntillas ─o incluso vuelan─ sobre una declaración un poco escandalosa de Álvaro Mutis (1923-2013) que se publicó en 1978 en un libro de homenaje al escritor, traductor y diplomático también colombiano Jorge Zalamea (1905-1969): «corren por ahí las magistrales traducciones hechas por Zalamea de El negro del «Narcissus» y La línea de la sombra, de Joseph Conrad» (en Juan Gustavo Cobo, ed., Literatura, política y arte, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura-Editorial Andes, 1978).

Montaner y Simón publicó en 1931 una edición de La línea de la sombra. Una confesión, que en la portada atribuye la «Traducción y nota Premilinar» a Ricardo Baeza (esa misma traducción circuló muchísimo en España en los años ochenta en la colección El Libro Amigo de Bruguera). En cuanto a El negro del «Narcissus», lo publicó también Montaner y Simón al año siguiente, según se indica, en «Traducción del inglés de Ricardo Baeza», y en los años ochenta fue Seix Barral quien lo movió profusamente en la Península.

La confirmación de lo expuesto por Mutis se encuentra en el epistolario de Jorge Zalamea recuperado por Andrés López Bermúdez, que permite además conocer hasta qué punto se agravaron las dificultades económicas de los diplomáticos colombianos como consecuencia del crack de 1929. Así, en agosto de 1930 escribe Zalamea a su amigo también escritor José Restrepo Jaramillo (1896-1945): «Gracias a Ricardo Baeza y al sacrificio casi total de mi propia obra, gano con qué comer», a lo que añade un poco más adelante: «Ricardo [Baeza] me ha dado muchas traducciones, pero todas terriblemente difíciles y mal pagadas […] Las [traducciones] de D’Annunzio y alguna de Conrad y otras cosillas que he hecho, las firmará Baeza, artificio que empleamos para lograr mejor precio».

Podemos deducir de ello –pero no es la única posibilidad– que Ricardo Baeza, sirviéndose de su prestigio, se prestaba a que las traducciones que hacía su buen amigo colombiano se publicaran bajo su propio nombre para que de este modo se las pagaran un poco mejor (aunque de todos modos a Zalamea le siguiera pareciendo un trabajo muy poco rentable). En cualquier caso, a diferencia de lo señalado por Mutis, Zalamea se refiere ya no sólo a dos novelas de Joseph Conrad, sino a traducciones (en plural) de D’Annunzio y, además, a «otras cosillas» que ha hecho y que sin más datos es imposible identificar con precisión. Sin embargo, eso permite poner en duda que otras traducciones publicadas en esos años con la firma de Baeza las escribiera realmente el autor de tan interesantes ensayos en El Sol sobre la labor del traductor, pero el mencionado epistolario deja aún algunas otras perlas:

“Más de cuatro mil cuartillas del tamaño de estas llevo escritas en cinco meses. He aprendido el italiano para traducir esas horribles novelas de D’Annunzio que no tienen para mí otro halago que las 750 pesetas que me pagan por tomo (hago cada novela en 25 días) y traduzco a [Dmitri] Merejkovsky del francés. Algunas de este saldrán con mi nombre en estos días. […] Es materialmente imposible pretender que yo escriba una línea de El triunfo de la Muerte [obras ambas de D’Annunzio]. La doble visita después de traducir treinta páginas de El placer o El triunfo de la Muerte [obras ambas de D’Annunzio].

Como sabiamente recomendaba Jack El Destripador, vayamos por partes:

La doble visita era la novela que estaba escribiendo Zalamea cuando en 1929 llegó al puerto de Barcelona, y de la que, pese a haber aparecido ya algunos fragmentos en el periódico de Bogotá El Tiempo, nunca llegó a publicarse una versión completa.

Sobre los mencionados libros de D’Annunzio, tanto de El placer como de El triunfo de la Muerte existían traducciones al español desde 1900, publicadas por la barcelonesa Maucci y llevadas a cabo por Emilio Reverter Delmos y T. Orts Ramos, respectivamente, y no he sabido hallar ninguna edición en la que figure como traductor de estos libros ni Zalamea ni Baeza.

En cuanto a la obra de Dmitri Merezhkovski (1886-1941), Espasa-Calpe venía publicándolo en rápida sucesión, ya desde unos pocos años antes. En 1930 aparecieron en esta editorial las traducciones de Tutankhamen en Creta: El nacimiento de los dioses (con traducción y prólogo firmados por Ricardo Baeza), El misterio de Alejandro I (traducida por Jorge Zalamea y prologada por Ricardo Baeza) y El fin de Alejandro (fimada por J. Zalamea). Añádase como curiosidad, que Luis Antonio Esteve recuperó en su tesis una reseña de la primera de estas obras, publicada en El Pregón el 22 de enero de 1931 firmada por Manuel Culebra, que no es otro que quien llegaría a hacerse famoso como Manuel Andújar.

Años más tarde, cuando, exiliados ambos, volvieron a coincidir en Buenos Aires, Baeza facilitó a su amigo colombiano el contacto con los círculos de Sur y con las principales editoriales argentinas, pero para entonces Zalamea ya se había creado un muy sólido prestigio como traductor, gracias sobre todo a la publicación en la editorial mexicana Costa-Amic de su versión de Elogios y otros poemas de Saint-John Perse (Marie-René-Alexis Saint-Leger Leger, 1887-1975) en 1946. De todos modos, lo seguro es que seguimos aún hoy leyendo traducciones falsamente atribuidas a Baeza y que, caso de haberlas, no sería Zalamea quien cobrara regalías por las sucesivas reediciones de estas traducciones, sino Baeza o sus herederos. Por no hablar de los derechos morales.


Fuentes:

-Ricardo Creus «Ricardo Baeza y la difusión de la cultura europea en España (1909.1936)», Artes del Ensayo. Revista Internacional sobre el ensayismo Hispánico, núm. 2 (2018), pp. 47-62.

-Francisco Díez de Revenga, «Rafael Alberti y Gerardo Diego, traductores de un mismo volumen de dramaturgos áureos», Monteagudo, núm. 19 (2014), pp. 17-192.

-Jorge Fondebrider, «Un traductor español que vivió en Argentina», Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, 17 de noviembre de 2009.

-Iker González-Allende, «Semblanza de Ricardo Baeza Durán (1890- 1956)». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2016.

-Olga Glondys, «Ricardo Baeza», en Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobobliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio), 2016, vol. I, pp. 260-265.

-Germán Loedel Rois, Los traductores del exilio español en Argentina, tesis doctoral, Universitat Pompeu Fabra, 2012.

-Andrés López Bermúdez, Jorge Zalamea. Enlace de dos mundos. Quehacer literario y cosmopolitismo (1905-1969), Bogotá, Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad de Rosario (Colección Textos de Ciencias Humanas), 2014.

Consuelo Triviño Anzola, «Federico García Lorca y Jorge Zalamea, un viajero colombiano en España», Actas del Encuentro Internacional Lorca: Viajero por América, Centro Virtual Cervantes.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Nuevamente, por qué el DRAE es una basura

Durante 25 semanas de 2019 (ver bajo la rúbrica "Por qué no hay que usar el Diccionario de la Real Academia Española", en la columna de la derecha), este blog se dedicó a explicar en detalle las serias deficiencas del DRAE. Lo hizo sirviéndose de todo tipo de ejemplos (46, para ser exactos). Pero, en esa oportunidad, no se trató la definición de "retraducción". 

El DRAE define así: "Traducir de nuevo, o volver a traducir al idioma primitivo, una obra sirviéndose de una traducción". 

De tal definición resulta difícil entender si se habla de traducir nuevamente algo ya traducido, o si se trata de traducir algo ya traducido a la lengua de partida, como si ésta fuera una nueva lengua de llegada, o si, lisa y llanamente, se habla de "traducir" algo sirviéndose de una traducción previa. Si la definición fuera a ser cada una de esas cosas, debería al menos tener distintas acepciones. Pero no, los académicos, acaso apurados por ir a zamparse la correspondiente butifarra, decidieron poner todo en una única frase y abur.

El Merrian Webster, en cambio, define: "Traducir (una traducción) a otro idioma" y ofrece como segunda acepción "Darle forma nueva a una traducción".

Por su parte, el Collins dice: "Traducir algo que ya había sido traducido", y el Oxford, todavía más suscinto, "Volver a traducir".

En francés, se puede recurrir a las varias acepciones que presenta el diccionario del Centre National des Ressources Textuelles et Lexicales y descubrir allí que "retraducir" es a) traducir de nuevo, b) traducir a otro idioma lo que ya es traducción, c) reformular de otro modo una traducción dada.

Para el diccionario Larousse, "retraducir" es "Traducir de nuevo o partiendo de una traducción dada".

Los ejemplos podrían sucederse en otras varias lenguas, pero creemos que lo hasta acá expresado alcanza para explicar, una vez más, porque el DRAE es una basura, fruto de la mente retorcida de unos pobres mentecatos. Dicho con todo respeto, claro.











martes, 23 de febrero de 2021

Norah Lange traducida al inglés

"Una serie de viñetas luminosas describen la infancia de la redescubierta escritora modernista argentina. Los fragmentos independientes e interconectados comienzan con la partida de su familia a Mendoza, en 1910, y terminan con su rgereso a Buenos Aires y la muerte de su padre en 1915.

“Las notas de Lange cuentan historias íntimas y a medio entender del aparentemente pacífico mundo de la niñez, un reino habitado por una narradora excéntrica que busca pistas sobre la feminidad y su propia identidad. Observa: su hermana mayor pubescente, bañándose desnuda a la luz de la luna; la muerte de un caballo; y ella misma, una niña cambiante y prematura. Cómo lloraba, cuando la levantaban sobre una mesa y se vestía de niño, y cómo se reía, trepaba al techo de la cocina con ropa de hombre y tiraba ladrillos para anunciar su actuación. 

“Lange convierte su entorno doméstico en un laboratorio donde la extrañeza y el erotismo se combinan en delicados y atrevidos destellos de brillantez literaria.”

Tal es la presentación de la traducción al inglés de Cuadernos de infancia, de la escritora Norah Lange (1905-1972), volumen que acaba de ser traducido como Notes from Childhood, por la traductora Charlotte Whittle (responsable también de la traducción de Personas en un cuarto / People in the room), para la editorial británica And Other Stories.

 


lunes, 22 de febrero de 2021

Borges opina sobre las incapacidades fonéticas de los miembros de la Real Academia Española


En 2016, la Academia Argentina de Letras preparó una antología, titulada Borges esencial, que publicó la Real Academia Española, conmemorando los treinta años del fallecimiento del autor de El Aleph. Sin duda, se trató de un esfuerzo encomiable, que de ninguna manera remedia lo que Borges pensaba sobre la RAE.

Así, quien quiera enterarse, puede recurrir al prólogo de Elogio de la sombra, uno de los libros de poemas del autor, donde, luego de escribir "psalmos", aclara en una nota: "Deliberadamente escribo psalmos. Los individuos de la Real Academia Española quieren imponer a este continente sus incapacidades fonéticas; nos aconsejan el empleo de formas rústicas, neuma, sicología, síquico. Últimamente se les ha ocurrido escribir vikingo por viking. Sospecho que muy pronto oiremos habla de la obra de Kiplingo". Estas líneas, incluidas en un prólogo que se repetirá una y otra vez con cada nueva edición de Elogio de la sombra, son inapelables.

No es la única mención. En diversas entrevistas se refirió a la RAE y a sus miembros. Por ejemplo, en una de 1974, donde se lee: "Quienes elaboran el diccionario de la Real Academia Española son un grupo de desacreditados empeñados en que cada nueva edición sea más grande que la edición anterior". Luego, en 1985, dijo: "En la última edición de su abultado diccionario, la Real Academia Española hospeda demagógicamente las voces gongo, vikingo, salmo, sicoanálisis, sicología, sicológico, sicólogo, siquiatra y síquico". Más tarde, el mismo año, añadió: "El diccionario de la Real Academia Española es un espectáculo necrológico deliberado". 

Todos estos datos son muy difíciles de refutar, incluso al cabo de los años, cuando la demagogia y estupidez manifiesta de los miembros de la Real Academia Española se ha intensificado, a pesar de que los mismos periodistas españoles han demostrado que la academia en cuestión no es más que un negocio y un instrumento de dominación (ver especialmente la entrada del 7 de febrero de 2020, en este mismo blog).

Más allá de las buenas intenciones, triste destino el de Borges: ser homenajeado por la institución que denostó y por la que no sintió ningún respeto.

Jorge Fondebrider

viernes, 19 de febrero de 2021

Fernando Sorrentino y un ejercicio de memoria



El pasado 17 de enero, el escritor Fernando Sorrentino publicó la siguiente columna en el diario La Prensa, de Buenos Aires. En ella da cuenta de un léxico todavía vigente en muchos aficionados al fútbol que los locutores de radio y televisión no han logrado enterrar.

Cuando el offside quedó fuera de juego

Mientras fui niño, adolescente y joven, pasé gran parte de mi vida –como corresponde a todo varón sano y argentino– jugando al fútbol en los “potreros” (insuperable escuela “natural” de habilidades y destrezas deportivas, desconocida, según creo, por las gentes civilizadas del primer mundo). Y, si bien es verdad que mi nivel de juego nunca alcanzó las cúspides de calidad del peor de todos los futbolistas profesionales que en el planeta han sido, no lo es menos que mi desempeño siempre fue digno y que jamás sufrí el estigma vergonzante de ser llamado tronco, nabo, queso, crudo, croto y otros similares términos injuriosos.

En la década de 1950, que coincide con aquella remota etapa de mi existencia, los cuadros de fútbol de la Argentina solían, en los periódicos y en las revistas deportivas, adoptar una forma parecida al zigurat, que pretendía diseñar en el papel la teórica ubicación de los jugadores en el campo de juego.

Es muy fácil presentar un ejemplo cualquiera de cualquier cuadro. Pero, ya que soy el autor de esta nota y, por lo tanto, puedo elegir, no ejemplificaré con ninguno de los equipos por los que no siento ninguna simpatía, que son todos, sino con el Racing Club de Avellaneda, el único por el que sí siento amor, devoción y veneración. Entonces, digamos que, en 1949, Racing formaba así:

1) Antonio Rodríguez
2) Higinio García y 3) Nicolás Palma
4) Juan Carlos Fonda, 5) Alberto Inocencio Rastelli y 6) Ernesto Gutiérrez
7) Juan Carlos Salvini, 8) Norberto Méndez, 9) Rubén Bravo, 10) Llamil Simes y 11) Ezra Sued.

La mera costumbre hacía imaginar que, horizontalmente, había en la cancha cuatro líneas: 1, el arquero (a veces, muy afectadamente, llamado goalkeeper); 2 y 3, los backs o fullbacks; 4, 5 y 6, los halves; 7, 8, 9, 10 y 11, los forwards.

En rigor, las cosas en el campo de juego eran bastante diferentes. Para señalar sólo una discrepancia muy evidente: la última línea defensiva no estaba constituida por dos jugadores sino por tres:

4) Juan Carlos Fonda, 2) Higinio García y 3) Nicolás Palma

De manera que Fonda lidiaba, sobre todo, con el 11 rival; García, con el 9; Palma, con el 7.

Ahora bien, aquellas denominaciones en inglés se convertían, en labios de las buenas gentes del pueblo (entre las que me incluyo), en formas fonéticas inimaginables. Los chicos de entonces decíamos palabras tales como “fulbá” [fullback]; “jas” [half] y su plural “jases”; “güin” [wing, winger] y su plural “güines”; “insíder” o “insái” [insider]; “jans” [hand]; “angol” [outgoal]; “córner” [corner]; “réfere” [referee]; “laiman” [linesman], etcétera, etcétera.

Con el tiempo, y de modo gradual, parece ser que los periodistas deportivos dieron en olvidar aquellos extraños vocablos en “inglés”, y entonces se empezó a hablar de zagueros, medios, volantes, punteros, entrealas, centrodelanteros, tiros de esquina, saques laterales, saques de meta, posiciones adelantadas, árbitros, jueces de línea, etcétera.

En años anteriores a esta insurrección castiza, ocurría que, en el momento de iniciar el juego, el futbolista (estamos hablando de partidos de aficionados, id est, “partidos de potrero”) que debía poner en movimiento la pelota preguntaba “¿Aurieli?”, conjuro que era respondido por el capitán rival con este enigmático monosílabo: “¡Diez!”. Sólo una vez cumplida esta ceremonia, podía comenzar el partido. Y, a modo de escribano, doy fe de su realidad, pues he sido testigo y partícipe en muchas de tales solemnidades.

Aficionado como soy a ciertas modestas prácticas filológicas, no resisto la tentación de retraducir al inglés ambos vocablos: Pregunta: All ready? Respuesta: Yes!

Reliquia de aquellos años es la curiosa metáfora empleada por Homero Manzi en su tango Che, bandoneón (1950): “y el trago de licor que obliga a recordar / si el alma está en orsái, che, bandoneón” (se me ocurre, al pasar, que esa conjunción si tendría que ser que).

Mi último escolio será para puntualizar que “orsái” significa offside, es decir “posición adelantada”, “fuera de juego”. Concluyo con la exhortación a emprender la poética tarea de imaginar un alma en posición adelantada.

jueves, 18 de febrero de 2021

Sobre la traducción de la literatura de los aztecas


El 27 de agosto de 2020, el escritor mexicano
Hugo G. Freire publicó una columna en el diario Milenio, de su país, donde se refiere a la labor del sacerdote Ángel María Garibay (1892-1967), gran traductor de literatura azteca. Se reproduce a continuación.


La literatura azteca y el arte de la traducción

El libro del sacerdote mexiquense Ángel María Garibay La Literatura de los Aztecas publicado en 1964, nos lleva a preguntarnos si la traducción es una ciencia o un arte. ¡Enorme dilema! Ya que hay algunos que afirman que es una ciencia y los que se sienten orgullosos que se le considere un arte.

Quienes dicen que es una ciencia lo atribuyen a que se ha concebido una teoría y una práctica, mismas que sirven como guías, normas o consejos que dan juicios a los traductores para que ya no cometan los mismos errores. La manera de ver como ciencia a la traducción se ha generalizado principalmente en centros educativos.

Los teóricos que ven la traducción como un arte nos dicen que los traductores son artistas porque siempre están sujetos a un trabajo creativo y no sólo práctico y le atribuyen a que la interpretación, a la lengua en la que se traduce, tiene tantos sinónimos o variantes que sólo la unión de la creatividad y del conocimiento de la cultura, de las circunstancias o el entorno donde se desenvuelve el texto, dará una excelente traducción. Además agregan que el traductor debe considerarse un coautor o, mejor dicho, como si fuera él mismo el escritor original.

Estos dos puntos de vista suenan interesantes, nosotros recordaremos que una disciplina cualquiera que esta sea para que se llame ciencia, en lo más estricto del término, debe estar sujeta a lo que conocemos como método científico: observación, análisis, construcción y deconstrucción y desde luego la comprobación de los hechos. De acuerdo a la investigación realizada, nos sumamos más hacia el arte que a la ciencia.

Hablemos ahora del sabio María Garibay y lo que él nos dice de sus traducciones de la lengua náhuatl: “El que es cuerdo sabe que no se puede dar en ninguna versión todo el contenido del original. Por eso se ensayan varias, para captar la belleza o la exactitud científica, según los fines del estudio.”

El libro La Literatura de los Aztecas es una versión corta de todo el trabajo que realizó el cura Garibay del mundo literario de los nahuas, aquí hallamos poemas: épicos sacros, épicos históricos, líricos, religiosos, dramáticos. Así como proverbios, discursos didácticos y una muestra de una saga histórica: La caída de Tula.

Si él en esta recopilación acomoda en sus secciones el nombre de un género literario, debemos tomarlo, sin más, como lo indica, ya que trató de semejar la literatura de estos pueblos con algo que conocía de forma admirable, los textos griegos. Los mismos que fueron traducidos por él y nos llegaron por la popular e histórica colección “Sepan Cuantos…” de editorial Porrúa.

Se inicia con la creación del Quinto Sol por los dioses en Teotihuacan y la negativa de éste para recorrer todo el cielo si no le dan sangre humana y que además los dioses se sacrifiqué como lo hizo él, los dioses aceptan y todos se sacrifican.

En el primer relato y en toda la obra, el concierto de nombres de los dioses es magistral, sabemos quiénes son y lo que representan: Tonacatecuhtli, dios de la vida, Nappatechtli, dios de los cuatro rumbos del mundo, Tlahuizcalpantecuhtli, dios de la aurora, Xochiquetzal, flor rica de plumas. Al principio estas palabras, como la de los humanos: Micohuatzin, Xayacamachan. Los lugares: Tepantoco, Temazcatitlan. La naturaleza: Chalchihuitl, Acxocuauhtli, se vuelven difíciles, pero conforme lees, te familiarizas.

Con el libro nos damos cuenta de la vasta tradición que la literatura y sobre todo la poesía tenían en la lengua náhuatl, sus profundos conocimientos de las emociones y de las actitudes humanas lo vemos reflejado con excelente maestría llevándonos a pensar que se cultivaron desde tiempos ancestrales.

Gocemos de algunos ejemplos: “Si en verdad eres estrella, no te alumbres con tea” “Sin darse cuenta el corazón se agria” “No dos veces se vive” “Yo soy cantor me yergo en la altura. Brilla el ave dorada donde las juncias se tienden. Hermoseo mi canto y lo adorno con flores

miércoles, 17 de febrero de 2021

Luis Chitarroni reflexiona sobre la traducción

El pasado 14 de febrero, el diario Perfil, de Buenos Aires, publicó el siguiente texto de Luis Chitarroni (foto), que repasa el mundo de la traducción y una serie de hechos de toda laya vinculados a ésta. En la bajada de la nota se lee: “El universo de la traducción en Argentina tiene nombres célebres (¿qué universo no los tiene?) y, tal vez por eso, intentos de pasar desapercibido, rehuyéndole a la notoriedad para evitar la ignominia o la cárcel, depende del grado de difamación. También misterios (otra vez: ¿qué universo no los tiene?), y un buen número de historias desopilantes.

Las traducciones apócrifas

"Ningún problema tan consustancial con las letras y con su modesto misterio como el que propone la traducción”. En el pórtico de su inmenso Después de Babel, George Steiner, que no lo hablaba ni lo escribía, se atrevió a ubicar en castellano esta modesta proposición de “Las versiones homéricas”, ensayo de Borges incluido en Discusión (1957).

La Agentina es una república traducida, tanto si se tiene en cuenta esa constitución que, maliciosamente afirmaban, se tradujo de la de algún estado norteamericano, como el Dogma socialista, del que Groussac sostuvo que “si se le quitara todo lo que pertenece a Leroux, Manzini y Lamennais, solo quedarían las alusiones personales y los solecismos”. Y como si aún causara gracia ese epitafio de la revista Martín Fierro: “En esa casa pardusca, vive el traductor de Dante… Corre, antes de que te traduzca”. Averiguar quién lo hizo (¿Ricardo Molinari?) parece más importante que si el traductor sabía o no la lengua del Dante. El hecho de que un presidente argentino haya asumido el papel de traductor contiene una ambivalencia… ¡qué maravilla y qué facilidad! ¡Qué prosapia de ilustres tiene la patria y qué fácil y ligero es traducir que hasta un estadista lo hace! 

La tarea de los traductores en ocasiones contadas exige la comparecencia de hombre de acción. Richard Burton, el explorador, antropólogo precoz y espía, tradujo, entre otras cosas, La mil y una noches, y Lawrence de Arabia, arqueólogo y también espía (cuando se trata de ingleses, el espionaje no siempre debe incluirse por añadidura), La Odisea. En cuanto a sus elecciones, dependen a menudo del arbitrio y cierto grado de voluptuosidad o masoquismo de esos mismos hombres. Burton, de acuerdo con su reputación de antropólogo y sexólogo temprano, no solo tradujo Las mil y una noches sino también el Kama Sutra y El jardín del Edén, libros de un arcaico, aunque inspirado, erotismo postural. Aunque ambos trabajaron sobre –o contra– muchas versiones precedentes, las raras virtudes que comparten resultan innegables.

Como podemos apreciar, la acumulación de conclusiones falsas parece conducirnos rectamente a la verdad.

Borges subraya que la traducción de Burton de Las mil y una noches es una venganza de Galland y de Lane, los esforzados y remilgados predecesores. Pero acaso también la coartada sea apócrifa. Ayuda a ocultar a un precursor velado: John Payne, otro inglés que publicó su traducción apenas un año antes que Burton. 

Payne es el lado oscuro de la historia. De una nerviosa honestidad inexpugnable, se encargó de felicitar al capitán por sus excesos empíricos, aunque un tanto exhibicionistas, en las notas al pie, de esos relatos que él –el sigiloso John Payne– se limitó a traducir sin otro auxilio que el conocimiento del árabe.

En la Argentina, dos escritores, que son –o fueron– traductores de actividad perpetua y dan muestras de diferencias dominantes y de casi invisibles parecidos son Marcelo Cohen (Purdy, Ballard, Larkin, Roussel) y César Aira (Austen, Tate, Cheever, Spiegelmann, ¡Carrie Fisher!). Se ocuparon de paso de una larga lista de “encargos” que merecen una bibliografía aparte. Si bien el primero da muestras de simpatía con el material de trabajo, el último en rara ocasión lo hizo: Hebdómeros de Giorgio de Chirico y El señor de la luz, de Maurice Rénard, cuya traducción nos regaló en 2011, son excepciones. Rara vez prologan. 

Elogio sombrío de lecturas comparadas.

Lo apócrifo tiene un hálito más reservado. El papá de Borges tradujo las Rubayattas de Omar Khayam, que aún multiplican las ediciones piratas. De la traducción de Fitzgerald al inglés, tan insosteniblemente elogiada. ¿Tradujo Borges de veras todos esos títulos que llevan su firma? A menudo, él mismo ha contado que no. Quienes se ocupaban, no siempre, del trabajo “duro” de traducir, eran Leonor Acevedo, su mamá, salvaje unitaria, o María Kodama, su mujer, discípula disciplinada. A lo sumo, él practicaría una corrección de altura, diagonal, y el añadido de la firma, tal vez para otorgarle al salario un valor adicional. ¿Las “marcas” de estilo borgeano en el Orlando de Virginia Woolf son toques personales o rasgos de familia? 

El gran rasgo adicional es que a menudo, si se tratara de un escritor menos o igualmente famoso, la firma garantice la calidad del texto vertido. Julio Cortázar tradujo a Marguerite Yourcenar, a Walter de la Mare y a André Gide y, en compañía de su mujer, Aurora Bernárdez, a Edgar Allan Poe (aunque a ella no se la nombre). Es una tarea que cayó en el olvido, aunque muchas ediciones “salvajes” las hayan saqueado. Eran tiempos en que la tarea no estaba tan mal paga como hoy. Con la plata que ganaron, Aurora y Julio se compraron, según cuenta ella, el primer departamento en París.

La traducción de Poe es también el tema atenagórico/panóptico de Zettel’s Traum, la novela enorme de Arno Schmidt, en la que muchos de los dilemas de la traducción se discuten, entre ellos el de que sean los libros de lenguaje más convencional los que más rápido se traducen. Y el raro carácter distintivo en la transmisión de autoridades de la lengua que los traductores tienen. Arno, sin nombres falsos, tradujo a sus “dilectos”, como Fenimore Cooper (el odio de Mark Twain) y Bulwer-Lytton. Y hasta al hermano menor de uno de sus dilectos, el diario completo de Stanislaus, hermano de James Joyce, libro que alguna vez tuvo como título uno extraído del Antiguo Testamento, El guardián de mi hermano

También se corre el riesgo de aceptar el encargo por una sola vez. Tal cosa ocurrió con Cabrera Infante, que no firmó con su seudónimo cinematográfico, G. Cain, su traducción amañada de Dubliners. Una nueva se anuncia, de Edgardo Scott, en Godot. Onetti, empantanado en sus traducciones anónimas hasta el punto de hacer casi solo la revista Marcha, tradujo con su nombre The Very Earth (La verdadera tierra), de Sherwood Anderson, y acaso no satisfecho, o absorbido por sus tareas de novelista, no volvió al oficio, aunque muchos sostuvieran que su estilo verdadero era una traducción de Faulkner a un rioplatense educado por ríos y deltas distintos. ¿El Borges de Las palmeras salvajes?

Poetas de renombre y traductores sin lengua. 

Mario Lancelotti , traductor de la mejor poesía alemana, entre otros, de los Himnos tardíos de Hölderlin, me contó una vez que, con unos amigos, habían “armado” un círculo de traductores, de acuerdo con el cual el que estaba más “necesitado” económicamente era aquel de quien ponían el nombre y quien cobraba la tarea. Es curioso que una de las primeras traducciones de Walter Benjamin, de Editorial Alfa, de Montevideo, haya aparecido también en su reedición de Edhasa, Barcelona, titulada Angelus Novus, traducida por H.A. Murena, de quien, a pesar de sus colaboraciones con Vogelmann, no se sabía que supiera alemán.

La idea de que no es posible traducir sin saber los idiomas de los que se traduce fue puesta en tela de juicio varias veces en el siglo XX por Pound, por Auden, por Lowell. Vladimir Nabokov, que tenía un desprecio innegable por esas proezas penosas, había inventado para estos dos últimos un apellido compartido: Lowden. 

A veces, el prestigio del traductor oblitera. En una literatura poblada por traducciones tempranas, como la inglesa, los mandatos solían cumplir un raro designio. El encargo que Lawrence de Arabia hace a Robert Graves de que tradujera El asno de oro, de Apuleyo, por ejemplo. Era uno de los libros que habían acompañado, ocultos en alforja o aldaba, la rebelión del desierto.

Apuleyo se tradujo del latín, pero el inglés que resulta, de acuerdo con la descripción del propio Graves, es un inglés de purple patches, ornamental y kitsch, cuyos estallidos desconciertan o encandilan la prudente luz de la buena prosa.

Tal cosa no ocurre, según se cuenta, en la literatura checa. Franz Kafka tenía una instrucción clásica no muy sólida a causa de cierto descuido de los profesores de alemán en Praga. Y acaso esa resistida inasistencia favoreciera el método de invención kafkiano, auxiliado por la inconstancia perfeccionista (en gran medida, la mayoría de sus narraciones quedaron inconclusas hasta la fecha de su muerte), y el invento limitado por una especie de concisión jurídica. La muerte es infalible con los puntos finales.

Mapas dibujados por espías.

Durante años, Góngora le reprochó a Quevedo su traducción de Anacreón. Era intercambio consecuente, porque Quevedo llamaba al idioma del cordobés “la culta latiniparla”. En una partida de cartas que no abolirá el ajedrez, Pierre Ménard traduce esa condena conceptista La boussole des precieux.

Una buhardilla oscura y escarpada en la calle de las librerías de viejo del viejo Londres, Charing Cross, le bastó a Arthur Machen, de prestigio aun no consolidado ni evasivo, para traducir al inglés las memorias de Casanova. El prestigio que Machen ha adquirido como narrador es el nombre de una clave o consigna entre connoisseurs. Pero tardío, posterior. 

Las malas condiciones de un buen estilo están todas presentes en la traducción de Machen de Casanova, no su conocimiento de la lengua de la que vierte. Creo que Proust decía que los mejores poemas están escritos en una lengua extranjera. Es cierto, por lo menos en dos sentidos: procura una versión opaca y homogénea, generosamente insustituible, y propone los requisitos que Fray Luis de León supo exigir. Machen había aprendido su francés de un oblicuo y raramente profético Ménard, sostiene en Things Near and Far (Cosas de cerca y de lejos).

En muchas ediciones posteriores a la original de Casanova, en seis tomos, el nombre del hombre que hizo el trabajo por un salario miserable ha sido borrado. Machen dice que no hay manera de entender la época de Casanova, que era la de la Enciclopedia, volteriana y deísta, por lo menos en lo intelectual, si no se leen las memorias de Casanova, libro o libros que, cuando quiso adaptar al cine, aburrieron a Fellini hasta el hastío.

Sin embargo, el manuscrito que dos hermanos “editores” londinenses le alcanzaron a Arthur Machen en esa buhardilla de Charing Cross había tenido ya una larga trayectoria. El propio caballero de Seingalt, Jacques o Giacomo Casanova, en una época plagada de monstruos de su tipo (Cagliostro, St. Germain), lo había soltado muy a su pesar. El manuscrito, que conservó Brockhaus en Alemania, tuvo el lujo, como el Cervantes con el de Avellaneda, de competir con un contemporáneo apócrifo.

Otro pícaro de características semejantes competía en el modo de “pintar la época” de manera inolvidable. Con vehemencias, pleitesías y mentiras parecidas a las de Giacomo. Después, algunos de los episodios, como la huida del presidio inquisitorio de Los Plomos, fueron distribuidos, por algunos, a Stendhal, enigmático y magistral “plagiario”, de modernidad inalcanzable. Bien podría haber sido también uno de los escribas “negros” de Alexandre Dumas pére

Tantas plumas al acecho. 

Madame d’Urfé, Madame de Chatelet, Madame du Deffand… Sin intento de parodia, ¿qué siglo no es un siglo de manos? Los mejores momentos de las memorias, aparte de la suave torpeza generacional con la que Giacomo Casanova supone extraer el mal gusto, estremecen en los bordes, no en la plenitud de la página, como ocurre con Pepys, que tiene una pasión amatoria y un poliglotismo apócrifo parecidos. Son esos momentos en que confunde la verdad con su experiencia y da por cierto aquello que huye en rebaño y abandona el vacío pleno de lo empírico imperial, sustituido hoy por una verdad de apuro, que los historiadores y sociólogos han repuesto, piezas de un jigsaw puzzle.

Formas y firmas.

Todo se decía, todo se escribía, se decía más de una vez en ese siglo redundante, tan redundante como este, con sus redes sociales. Solo hay que agregarle ciertos perifollos, embelecos, arabescos y cascabeleos de la época. Modelos y modales. Que no se crea que eso es estilo. 

En algún lugar, Pevsner establece que el estilo proviene de una imprevisión repentina y que el resto es el curso de un ostinato, el rigor del continuo sobre las líneas férreas del tiempo disfrazado, no ya de experimento sino de flecha. Transcribir esa improvisación le sienta a la traducción de Machen. Parece tener que ver con su rutina de buhardilla, con sus visiones de una ciudad de Londres que acepta la extinción fulgurante de la Londres cavernosa del siglo XIX y emprende a paso lento el continuo de una falsa invasión al pasado.

La templanza y la opacidad amigadas con cierto aire de engaño, o por lo menos de ambigüedad, convienen a las traducciones canónicas. Eso suele ocurrir, y favorecer la difusión, sin otro mérito de grandeza para el traductor. Y suelen adoptarse y perder el nombre del traductor. En cierta ocasión, Bianco, editor de la revista Sur, casi secretario de Victoria Ocampo, después de comprobar que una gran cantidad de traducciones anónimas que se publicaban en la revista pertenecían a Borges y a Bioy, comenzó a mirarlos con recelo y a tratar muchas de las señoras trilingües de la alta sociedad con la misma tolerancia, dando por sentado que “ellos” las habían hecho. Peor le fue a Javier Marías, que supuso la intervención de Bioy y Borges en la fragua secreta del estilo de Thomas Browne solo porque en las ediciones de Religio Medici que él consultó faltaban unos fragmentos de la vieja edición de Faber and Gwyer, la de la biblioteca de Bioy. 

De legiones y de nombres. 

Recuerdo haber conocido a José Bianco poco después de que ganara un juicio por la publicación de unas historias de Henry James que tradujo como nadie, en gran medida porque acaso el escritor y el traductor tuvieran con la ambigüedad una relación estrecha parecida, y contuvieran el aliento ante sombras disfrazadas. Estaba, raro en su carácter, exultante.

En una época, contábamos las traducciones de Aníbal Leal y creíamos en la versión de una comitiva de imprudentes galeotes trabajando a sus órdenes, o algo parecido a esa sentencia de Scott Fitzgerald sobre Waldo Frank: “Creí que era el nombre adoptado por una cohorte para asistir a todos los coloquios y congresos de literatura del mundo”.

A veces, las editoriales (ahora sobre todo los autores/traductores) hacen acopio de traducciones anteriores, ya vueltas casi anónimas, o inventan un nombre que se ocupa de las que nadie quiere comprobar siquiera si son correctas, o lo arman con los elementos más a mano, John Smith, como hacían los productores de Hollywood, por un film que no admitiera el nombre de un director con reputación y prestigio, alguien que anduviera por ahí. 

A veces se imponen otros motivos. Cuando la traducción de Lolita apareció la primera vez en Sur, Enrique Pezzoni, a causa de una prohibición municipal de la circulación del libro, era profesor en más de una escuela, y tuvo que optar por el apellido Tejedor. 

Otro de los editores/traductores con mejor olfato, Paco Porrúa, acaudalaba hasta una última corrección, postergada siempre, títulos, por ejemplo, de Bradbury, que bien sabía volver a bautizar en castellano, y que cuando se publicaban llevaban el nombre de traductor de Francisco Abelenda. A veces delegaba esa tarea en Marcial Souto.

Traductor “resistente” era José Luis Echeverry, a quien debemos los tomos de Freud que hicieron tantos recorridos por las mesas de los bares de Corrientes en los años de la dictadura. Se había impuesto que esa era la traducción “correcta”, no la de López Ballesteros, que había congratulado en su tiempo el propio Sigmund. La traducción directa del alemán de Echeverry venía avalada por la Standard Edition en inglés, que habían trabajado Alix y John Strachey, la cuñada y el hermano de Lytton.

Después, la de López Ballesteros recuperó la consideración de los lectores, y el revisionismo volvió a instruir desde los tomos pardos de Aguilar, elegantes y encuadernados. Las “épocas” y las modas duran menos que las vidas, pero alcanzan a relevarse con mayor velocidad. 

Nombre falso. Durante años, Guillermo Piro y yo estuvimos perplejos por la traducción de Los siete pilares de la sabiduría, de T.E. Lawrence. En la edición de Sur decía: “Traducción: R.A.” Fantaseamos que se trataba de Ramón Alcalde, que tan buenas traducciones había hecho para la literatura argentina en las ediciones de Carlos Lohlé, como La locura de un genleman y Las memorias de un enfermo nervioso, de Schreber. Pero las que traducía, o las que había condescendido a firmar, llevaban su nombre.

Hace poco emergió una nueva traducción de Los siete pilares, con el aval territorial de un nombre muy admirado, Alfonso Reyes. Eso da R.A. al revés, reduccionismo con ínfulas cabalísticas. 

¿Habrá tenido tiempo el polígrafo mexicano, a quien buenos poetas traductores (Juan Almela/Gerardo Deniz) encuentran culpable en algunas de sus múltiples “traiciones” de tantos descuidos y desdenes por la verdad, y hasta de “préstamos” transcritos sin mención del damnificado, de traducir la obra de Lawrence entera y sin deterioro. ¿Será de veras él el exhumado? Piro dio una vez con la solución verdadera del enigma cuando encontró la edición en francés de la traducción de Sur muy anotada y subrayada por la propia Victoria, admiradora confesa maltratada por Christopher Isherwood en The Condor and the Cows. La traducción había sido tan mala que el acrónimo se impuso. Como ocurre con toda revelación, esta se escapó rápidamente de su dueño.

Cuando tradujo La Odisea al inglés, Thomas Edward Lawrence solo se atrevió a hacerlo como T.E. Shaw. Todo nombre falso es el inicio de una genealogía de apócrifos . Hay quienes sostuvieron entonces que el padre verdadero del heroico espía en disfraz agareno era George Bernard Shaw, algunos de cuyos recursos irónicos el heroico espía en disfraz de agareno habría remedado. No el de ser longevo.

 

martes, 16 de febrero de 2021

Un discurso formal de la presidente de International Publishers Association


El 2 de febrero pasado, la editora Bodour Al Qasimi (foto), presidente de International Publishers Association, publicó en Medium el siguiente resumen de lo ocurrido en el mundo editorial en 2020 y las expectativas que hay para 2021. Este texto fue traducido especialmente para este blog por Julia Benseñor.


El sector editorial a nivel global: ¿Dónde estamos parados y qué puede depararnos el 2021?


La pandemia del coronavirus produjo en 2020 una fuerte sacudida en los cimientos del mundo editorial y sus réplicas habrán de sentirse hasta bien entrado el 2021 y, posiblemente, más allá. Antes de asumir la presidencia de la International Publishers Association (IPA) en este presente cargado de desafíos, una de mis primeras decisiones fue tratar de entender la situación en el terreno conversando con los actores del sector: autores, ilustradores, imprenteros, distribuidores, libreros, bibliotecarios, así como con las asociaciones nacionales de editores, que son quienes integran mayoritariamente la membresía de IPA.

El fruto de este intercambio sentó las bases del estudio From Response to Recovery: The Impact of Covid-19 on the Global Publishing Industry. Este estudio, que se basa en los aportes de quienes representan el 70% del mercado editorial en el mundo, tomó la temperatura de la industria e intentó pronosticar los cambios para 2021 en su estado de salud.

Gracias a las conversaciones que mantuve con los principales editores del mundo, me formé una idea de los temas que serán partedel diálogo que deberá sostener la industria para lograr su reconstrucción y recuperación.

Contrarrestar la pérdida de valor que ha sufrido el mundo editorial

A pesar de su larga trayectoria e indiscutible rol como pilar del progreso, la educación y el desarrollo humano, la edición de libros recibió poca atención durante la pandemia. Aun cuando ecosistemas editoriales de algunos países expresaron su esencialidad en breves mensajes de apoyo al gobierno, al sistema educativo y a la comunidad científica en crisis, esos mismos gobiernos calificaron a la industria de “sector no esencial”. Esta degradación sufrida por el mundo editorial en muchos países es señal de que debemos hacer mucho más que limitarnos a reafirmar el valor de nuestra contribución a la sociedad. En ningún lugar resulta esto más claro que en los países pre-emergentes en los que comienza a surgiren forma incipiente una cultura de la lectura, pero donde los libros todavía se consideran un lujo y las diversas industrias creativas sedisputan los escasos recursos estatales.

La industria editorial necesita unir fuerzas para persuadir a los legisladores y al público que es una industria crítica que educa, ilustra y eleva a las generaciones futuras, difunde las investigaciones científicas transformadoras y abre la mente de los lectores a nuevos mundos y pensamientos.

Trabajar en medio de una recuperación desigual

En los mercados editoriales de países desarrollados, las caídas fueron abruptas durante la primera ola de la pandemia pero luego experimentaron un crecimiento. En general, estos mercados han demostrado ser más resilientes por tener una tradición consolidada de ventasen sus mercados internos, economías digitales bien establecidas y estímulos estatales dirigidos a las industrias culturales. En cambio, en los demás países, el impacto del Covid en las industrias editoriales locales ha alcanzado niveles de desastre. Normalmente, los mercados editoriales de los países en desarrollo dependen fuertemente de las ventas institucionales y tienen economías digitales aún inmaduras, lo que inhibe toda transición hacia la edición digital y la venta online. Por ejemplo, en la Argentina, Brasil, Egipto, Indonesia y Kenia, donde el poder adquisitivo de los consumidores y la devaluación de sus monedas han erosionado los ingresos de los hogares, los libros son considerados un bien suntuario, lo que significa que las ventas tienen por delante un panorama muy incierto. En estos mercados, las ventas institucionales también se han paralizado por la caída en los ingresos públicos y la desaceleración de sus economías. Ya hay indicios de que la recuperación de la industria editorial se producirá a ritmos muy desiguales, lo que pone de relieve la necesidad de otorgar ayudas dirigidas específicamente a los mercados editoriales devastados.

Entender la nueva normalidad

Dada la tendencia hacia el aprendizaje virtual y los picos de interés de los lectores por los formatos digitales, resulta crucial comprender cómo evolucionarán las tendencias en materia de lectura, aprendizaje y enseñanza en el largo plazo. Lamentablemente, la falta de datos significa que la magnitud de los efectos de la pandemia en la aceleración digital seguirá siendo incierta. Interrogantes que antes de la pandemia tenían respuestas técnicas predecibles hoy permanecen abiertos, mientras la industria intenta avanzar en su recuperación pospandémica. ¿Perdurarán las tendencias de digitalización? ¿Cómo preferirán comprar sus libros los lectores? ¿Cómo evolucionará la enseñanza y el aprendizaje online? ¿Cómo se combatirá la creciente piratería digital? Estas preguntas apuntan a la urgente necesidad de una cooperación a nivel de toda la industria en investigaciones destinadas a entender qué significa la nueva normalidad para todo el ecosistema editorial.

Mejorar las habilidades para el futuro

La pandemia hizo ver a los editores los peligros de la concentración; muchos, sobre todo los pequeños e independientes, dependen demasiado de un cliente, del canal minorista, de un sector, del formato de sus libros, del canal de comercialización o del nodo de la cadena de suministro. Cuando el Covid empezó a afectar cada eslabón de la cadena de valor de la industria, los editores empezaron a desarrollar resiliencia digital y a diversificar sus ingresos dando pasos más audaces en el camino hacia una transformación digital plena.

Sin embargo, muchos editores y otros actores del sector del libro se sintieron obligados a entrar en el mundo digital. Del mismo modo, la prohibición de viajar puso presión sobre las asociaciones nacionales de editores y las ferias internacionales del libro para digitalizar sus servicios y redefinir su valor agregado mientras el mundo se va acostumbrando a los eventos virtuales y a hacer negocios online. La aceleración digital impulsada por la pandemia ha puesto al descubierto la gran brecha que presenta el mundo editorial en el campo de la transformación digital y, si no se le presta la debida atención, pondrá en riesgo la recuperación del sector y la viabilidad de los pequeños y medianos editores que no tengan la capacidad de mejorar las habilidades de su personal para estar a la altura de esta realidad competitiva en constante cambio.

Continuar la cooperación en crisis

Una gran lección que nos ha dejado esta pandemia como industria es que unidos somos más fuertes. Muchos ecosistemas editoriales nacionales se unieron durante este tiempo de adversidad para presionar más eficazmente a sus gobiernos para que pongan en marcha programas de estímulo específicos para la industria editorial. Necesitamos fortalecer este renovado espíritu de cooperación, dejar las diferencias a un costado, encontrar nuevos denominadores comunes y trabajar concertadamente como parte de un esfuerzo que involucre a autores, ilustradores, imprenteros, distribuidores, bibliotecarios y libreros con miras a coordinar iniciativas comunes en pos de la recuperación. Como frente unido , debemos comprometer a los gobiernos en un conjunto de acciones, como el valor de la edición, las políticas de competencia, la lectura y la alfabetización, el régimen impositivo y la piratería digital para poner a la industria en la agenda de los gobiernos y ganar su respaldo mientras la industria esté en proceso de reconstrucción.

Comienzo el año con esperanza y optimismo, agradecida de ser parte de nuestra comunidad global de editores resilientes e innovadores, dispuestos a trabajar en forma conjunta. A poco de entraren este 2021, es mi deseo comprometer a un amplio espectro de actores del mundo del libro para que sumen su ayuda a fin de que nuestra industria se ponga de pie para poder dar batalla a los desafíos que enfrentamos colectivamente.

lunes, 15 de febrero de 2021

Constancia de los varios libros de Fiodor Dostoievski traducidos en la Argentina

“Desde el año 2004, y gracias a la apuesta de Ediciones Colihue, los traductores están trasladando a Dostoievski en Argentina directamente del ruso.” Eso dice la nota de Carlos Daniel Aletto publicada por la agencia TELAM el pasado 8 de febrero. 

A 140 años de su muerte Dostoievski explicado por los traductores de su obra

Hace 140 años, a las ocho y media de la noche del 9 de febrero moría a los 59 años a causa de una hemorragia pulmonar asociada a un enfisema y un ataque epiléptico, Fiodor Dostoievski, el autor de obras cruciales como Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov, que según traductores y críticos argentinos fueron “víctimas” de traducciones distorsionadas o incompletas que obturaron el contacto con el humor y la potencia de la narrativa dostoievskiana.

“Dostoievski fue el último gran genio en términos de grandeza literaria y filosófica. Después cuesta encontrar escritores de ese calado. Está a la altura de Dante, Shakespeare, Goethe”, señala a Télam el eslavista Alejandro González, presidente de la Sociedad Argentina Dostoievski.

Para este año de doble conmemoración “redonda” –el bicentenario de su nacimiento y los 140 años de su muerte– habrá muchas actividades alrededor de la figura del escritor, quien nació en Moscú el 11 de noviembre de 1821. ”Todas las mesas redondas, conferencias, encuentros y exposiciones serán virtuales, ya que el país organizador, Rusia, es uno de los más golpeados por la pandemia”, señala el investigador, quien está a la expectativa de que la situación sanitaria mejore para organizar en Argentina los homenajes locales al autor de Humillados y ofendidos.

González realizó estudios de posgrado en la Facultad de Filología de la Universidad de Petrozavodsk, Rusia. Vivió en San Petersburgo entre 2006 y 2014, tradujo una treintena de títulos y ganó el prestigioso Premio Lee Rusia / Read Russia por la traducción de El doble de Dostoievski para la editorial Eterna Cadencia.

Respecto a la influencia del escritor en la literatura argentina, el traductor, marca dos referencias claras: la de Roberto Arlt en la primera mitad del siglo XX y la de Ernesto Sábato en la segunda mitad.

Por su parte el crítico José Amícola, quien se doctoró en 1982 en Alemania con una tesis sobre Roberto Arlt y publicó en 1995 el libro Dostoievski, polifonía y disonancia, coincide en señalar a los mismos escritores. Y aclara: “Hay tres puntos en Dostoievski. La polifonía por una parte y, relacionado con este aspecto formal, la cuestión de la escucha de los discursos sociales y un tercero, el más fabulosamente difundido en todo el mundo: la versión del alma torturada del individuo”, resume.

Arlt que asumió todos los lineamientos de Dostoievski: la polifonía que es esa capacidad de hacer escuchar las diferentes voces y percibir diferentes escuchas, por ejemplo, los anarquistas, la derecha y los fascistas. En el alma torturada uno puede pensar en Remo Erdosain, el protagonista de Los siete locos”, destaca.

Sábato, especialmente con su primera novela El túnel y luego, también con Sobre héroes y tumbas, especifica Amícola, “tiene una línea con el escritor ruso. Luego aparece filtrado a través de otros escritores que recibieron la primera influencia del autor de Los hermanos Karamázov. El crítico argentino señala a Samuel Beckett, “que en los autores y las autoras jóvenes aparece siempre, en su complejidad, el personaje muy intrincado, el que se da mucha manija”.

Eugenio López Arriazu es traductor de ruso, inglés, francés, latín, búlgaro y serbio, y además director de la cátedra de Literaturas eslavas en la UBA. Traductor de El jugador, señala que “la obra de Dostoievski sigue conmoviendo a quienes lo leen por sus temáticas” y asegura que “cada momento histórico relee su obra en una clave particular”. “Por su novela Los demonios, para citar una de sus grandes obras, ha sido leído como antinihilista en el siglo XIX y como profeta de la revolución rusa en un sentido negativo por el filósofo N. Berdiáev, pero en otro positivo por el revolucionario A. Lunacharski”, detalla.

Por su parte, el traductor pampeano Omar Lobos, quien ha realizado las primeras traducciones argentinas directamente del ruso de Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov, destaca que “Dostoievski es un autor siempre inquietante y actual para el público lector. A menudo se lo descubre ya en la adolescencia y es una suerte de aguijón fatal. ¿Y por qué subyuga?” se pregunta. Responde: “En principio, hay una maestría novelística superlativa en él, para utilizar todos los recursos del suspenso (aun los más baratos) y sostener la trama con intrigas permanentes, elementos que provienen del folletín, de la dinámica comercial de la novela folletinesca”.

“Otro elemento es el trazado fuerte de sus personajes, cualquiera sea el rango (principal, secundario, circunstancial), que los vuelve particularísimos y 'extravagantes' a pesar de su sujeción a los preceptos realistas, que aspiran a la configuración de 'tipos', es decir, personajes que expresan una generalidad antes que una particularidad. Es el caso de Raskólnikov, por ejemplo, un estudiante del común, que se decidió a hacer lo que en su época podía decidirse a hacer 'cualquiera'“, remarca el autor de “F. M. Dostoievski durante la Rusia soviética”, “La edición de Dostoievski en Brasil”, y “La poderosa música (una traducción de Crimen y castigo)”.

“Sin embargo, es uno de esos personajes de la literatura universal que trascienden el marco de la novela, y tiene fama y entidad pareja con las de Don Quijote, Hamlet, Fausto. Y otros componentes sin duda potentes en la narrativa dostoievskiana son el humor (a menudo en una combinación grotesca) y la poesía”, resalta Lobos estos aspectos literarios.

En esa línea González agrega: “Recién en los últimos veinte años en el mundo hispanohablante los traductores y críticos estamos intentando recuperar al Dostoievski escritor con un fino sentido del humor, mucha sensibilidad, con la recuperación del habla cotidiana de los rusos, incluso de cierta jerga –destaca–. La crítica occidental fue responsable de convertir a Dostoievski en un gran filósofo, un existencialista. El propio Sábato lo lee así a través del existencialismo francés, y algunos hasta lo ven como un psicólogo y pierden de vista al escritor que trabaja con el lenguaje, retuerce el idioma ruso, como lo fuerza para llevarlo a donde él quiere”.

López Arriazu cuenta que su experiencia con la traducción de El jugador le “implicó captar, con el detenimiento que requiere una tarea que avanza palabra a palabra, leyendo y releyendo, precisamente las sutilezas psicológicas de uno de esos personajes incómodos y desacomodados”.

“Traducir a Dostoievski implica captar esta psicología deteniendo el vértigo de un torrente de oralidad, para restituir luego ese torrente”, concuerda con el resto de los traductores argentinos.

González resalta que todos los escritores argentinos leyeron a Dostoievski en traducciones: “Borges lo leyó a través de Constance Garnett, la primera traductora de literatura rusa en el mundo inglés. Sus traducciones eran muy imperfectas, no estaban completas ni tenían un trabajo filológico académico”, puntualiza. Garnett recibió varias críticas de rusos que conocían el inglés, por ejemplo de Joseph Brodsky, de Vladimir Nabokov y Serguéi Dovlátov”.

Borges leía en esas “traducciones viejas, del inglés victoriano, que no reflejaban las cuestiones de estilo de Dostoievski quien 'sonaba' como León Tolstói, Nikolái Gógol, Aleksandr Pushkin, Iván Turgénev y Antón Chéjov. Garnett pasaba el rodillo de la lengua inglesa y se perdían todas las particularidades específicas”, señala González y agrega otro detalle: “Las traducciones al castellano eran de ediciones en inglés o en francés: una doble mediación que jugó bastante en contra de conocer al verdadero Dostoievski escritor”.

Desde el año 2004, y gracias a la apuesta de Ediciones Colihue, los traductores están trasladando a Dostoievski en Argentina directamente del ruso. Así se han publicado Crimen y castigo, Memorias del subsuelo, Los hermanos Karamázov, El jugador, y está en proceso para ser editada este año tan especial otra de sus más célebres novelas: El idiota.