El espía, de Justo Navarro. Ezra Pound y sus heterónimos
La
biografía del poeta norteamericano Ezra Pound está marcada por el estigma de su
fascinación y apoyo al fascismo mussoliniano, de sus manifestaciones
antisemitas y un aura de enloquecida genialidad, de tal modo que su figura es,
en parte, tabú. Suele salvarse el escollo separando cuidadosamente su obra
poética de sus extravíos políticos. Por qué, habiendo sido
detenido y acusado de traicionar a su país, no fue Pound ejecutado es el
detalle intrigante y detonador de El espía. Justo Navarro fabula
con la posibilidad de que el poeta de Rapallo fuese un agente doble y que sus
extravagantes alocuciones a través de la radio italiana en tiempo de guerra
contuviesen mensajes cifrados para los aliados. Unos mensajes que traían de cabeza
a los nazis, incapaces de obtener ninguna certeza tras aplicarles todas las
claves de interpretación de códigos secretos disponibles. Las peroratas del
poeta americano eran intraducibles al idioma convencional
del contraespionaje.
Sin embargo, como no se trata
de una típica novela de espías, Navarro rompe el hilo de la narración y,
reconstruyéndola por fragmentos de fuerte densidad poética, presenta a Pound en
facetas que confirman y refutan esa supuesta condición suya de espía, de loco,
de traidor, de leal ciudadano.
Hay lectores de la novela que
echan de menos alusiones concretas a su poesía, a los Cantos.
Echan de menos la biografía redentora. Les parece que el gran poeta queda
empequeñecido al dejarlo solo en su incomprensible extravío fascista, sin
entender cómo la novela alegoriza el presente, a través de esa adicción
grotesca de Pound al micrófono, a su voz surcando el espacio para hablar a
desconocidos, para condicionar su opinión. Los avances tecnológicos de la
época, la radio y el cine, medios de masas que fascinaron por igual a Hitler, a
Mussolini y a Pound, equivalen a la revolución digital del final del
siglo xx.
Ezra Pound resurge de pronto
en el panorama literario español porque, relata J. N., cayó en la cuenta,
cuando el autor de Gialla Neve Carlo Trenti le hace saber cierta coincidencia
entre su estancia en Pisa y la del poeta, que había mucho de Pound en él. En
definitiva, el Ezra Pound de El espía es una versión de J.
N., su narrador. Un heterónimo de circunstancias. Penando el mal de amores de
un divorcio repentino, mientras concluye la traducción de nada menos que Los
pesares del joven Werther, y antes de recoger otro policíaco de Trenti, J.
N. descubre «en el modo de escribir de Pound una mente próxima a la mía, no diría
yo triturada, invadida por multitud de palabras e imágenes sin cohesión,
desligadas, sino sólo coherente con el estilo de mi mundo mental, verbal y
visual, electrónico, digital: ráfagas de informaciones rápidas, rotas y
confusas, por teléfono y otros tipos de pantallas y teclados». Y son estos
ingredientes los que aparecen versionados y adaptados a la trama de la Italia
de Mussolini, Truman, Hitler, con sus adeptos y sus espías y agentes dobles,
confidentes, etc.
J. N. se traduce a sí mismo en
el personaje Pound. No quiere decir «Yo soy Pound» a sesenta años de distancia,
sino: para ser yo, el que soy después de mi matrimonio roto, he de centrarme en
Pound. Leer al poeta lo salva de un estado de irrealidad, fantasmal, provocado
por la soledad excesiva. El Pound de Navarro es un avatar de un estado de
ánimo. «La forma de escribir de Pound coincidía con la forma de mi conciencia
en aquel momento», escribe J. N. La novela es la traducción de esa conciencia
del narrador, por eso no puede dar una biografía literal, canónica, y también
por eso los personajes que informan a J. N. sobre el poeta de Rapallo se
someten a las necesidades de la trama, y no necesitamos creer que sean reales.