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miércoles, 9 de agosto de 2017

"Para ser yo, he de centrarme en Pound"


Que la inteligencia de María José Furió está presente en cada una de sus columnas de El Trujamán no es secreto para nadie. Los únicos que no la ven son los que generalmente no ven nada, o prefieren no ver nada que no sea en su propio provecho. Aquí, en ésta, publicada en un ya lejano 7 de enero de 2012, esta excelente narradora, ensayista y traductora española nos habla de otra forma de traducir, como se leerá a continuación.


El espía, de Justo Navarro. Ezra Pound y sus heterónimos

La biografía del poeta norteamericano Ezra Pound está marcada por el estigma de su fascinación y apoyo al fascismo mussoliniano, de sus manifestaciones antisemitas y un aura de enloquecida genialidad, de tal modo que su figura es, en parte, tabú. Suele salvarse el escollo separando cuidadosamente su obra poética de sus extravíos políticos. Por qué, habiendo sido detenido y acusado de traicionar a su país, no fue Pound ejecutado es el detalle intrigante y detonador de El espía. Justo Navarro fabula con la posibilidad de que el poeta de Rapallo fuese un agente doble y que sus extravagantes alocuciones a través de la radio italiana en tiempo de guerra contuviesen mensajes cifrados para los aliados. Unos mensajes que traían de cabeza a los nazis, incapaces de obtener ninguna certeza tras aplicarles todas las claves de interpretación de códigos secretos disponibles. Las peroratas del poeta americano eran intraducibles al idioma convencional del contraespionaje.

Sin embargo, como no se trata de una típica novela de espías, Navarro rompe el hilo de la narración y, reconstruyéndola por fragmentos de fuerte densidad poética, presenta a Pound en facetas que confirman y refutan esa supuesta condición suya de espía, de loco, de traidor, de leal ciudadano.

Hay lectores de la novela que echan de menos alusiones concretas a su poesía, a los Cantos. Echan de menos la biografía redentora. Les parece que el gran poeta queda empequeñecido al dejarlo solo en su incomprensible extravío fascista, sin entender cómo la novela alegoriza el presente, a través de esa adicción grotesca de Pound al micrófono, a su voz surcando el espacio para hablar a desconocidos, para condicionar su opinión. Los avances tecnológicos de la época, la radio y el cine, medios de masas que fascinaron por igual a Hitler, a Mussolini y a Pound, equivalen a la revolución digital del final del siglo xx.

Ezra Pound resurge de pronto en el panorama literario español porque, relata J. N., cayó en la cuenta, cuando el autor de Gialla Neve Carlo Trenti le hace saber cierta coincidencia entre su estancia en Pisa y la del poeta, que había mucho de Pound en él. En definitiva, el Ezra Pound de  El espía es una versión de J. N., su narrador. Un heterónimo de circunstancias. Penando el mal de amores de un divorcio repentino, mientras concluye la traducción de nada menos que Los pesares del joven Werther, y antes de recoger otro policíaco de Trenti, J. N. descubre «en el modo de escribir de Pound una mente próxima a la mía, no diría yo triturada, invadida por multitud de palabras e imágenes sin cohesión, desligadas, sino sólo coherente con el estilo de mi mundo mental, verbal y visual, electrónico, digital: ráfagas de informaciones rápidas, rotas y confusas, por teléfono y otros tipos de pantallas y teclados». Y son estos ingredientes los que aparecen versionados y adaptados a la trama de la Italia de Mussolini, Truman, Hitler, con sus adeptos y sus espías y agentes dobles, confidentes, etc.

J. N. se traduce a sí mismo en el personaje Pound. No quiere decir «Yo soy Pound» a sesenta años de distancia, sino: para ser yo, el que soy después de mi matrimonio roto, he de centrarme en Pound. Leer al poeta lo salva de un estado de irrealidad, fantasmal, provocado por la soledad excesiva. El Pound de Navarro es un avatar de un estado de ánimo. «La forma de escribir de Pound coincidía con la forma de mi conciencia en aquel momento», escribe J. N. La novela es la traducción de esa conciencia del narrador, por eso no puede dar una biografía literal, canónica, y también por eso los personajes que informan a J. N. sobre el poeta de Rapallo se someten a las necesidades de la trama, y no necesitamos creer que sean reales.