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miércoles, 2 de julio de 2025

Nueva traducción española de la poesía de Gertrude Stein

"Una selección de textos de Gertrude Stein nos devuelve su condición de poeta alérgica a la lectura en clave personal y su pasión por las propiedades materiales del lenguaje." Tal es la bajada de la nota publicada por Luis Muñiz, el pasad 26 de junio, en La Nueva España.

Repelente para psicólogos poéticos

En la poesía de Gertrude Stein, lo que dice el poema es lo único que cuenta, y lo que pueda querer decir es secundario o carece de todo interés. En cambio, la práctica indagatoria (crítica), si no es perezosa y se extingue reducida a un mero comentario, tiende desde siempre a aflorar significados ocultos en los textos. Me temo que buena parte de la impenetrabilidad de la escritura de Stein obedece a la voluntad de su autora de no ser indagada, desmenuzada en lo personal, y bastante menos a su supuestamente deliberado ejercicio de cubismo literario. Debemos admitir que hay autores que no quieren ser entendidos; que escriben para que lo que escriben no sea triturado en un seminario de psicólogos poéticos; que quieren causar estupor, desconcierto, incluso irritación; por ahí, por esa afinidad natural y coetánea con la actividad subversiva de las vanguardias, sí que cabe ver en Stein a una adepta a los procedimientos de Picasso y Juan Gris, pintores de los que ella fue escudera y valedora. Pero sigue siendo bien complicado asimilar una destreza artística espacial a una temporal, salvo que aceptemos lo que muy oportunamente señalan Andrés Fisher y Benito del Pliego en su prólogo a esta selección de textos de Stein, al destacar uno de los rasgos distintivos de su obra: "La sorprendente cotidianidad de las palabras elegidas actúa de manera similar al modo en que el rechazo de la perspectiva óptica reconfigura la aproximación al cuadro en el cubismo pictórico".

La escritura de Stein comprende una poética, personal e intransferible, si se quiere, pero coincidente, por roce o simpatía, con otras próximas y lejanas; así era ya habitual desde el simbolismo (si no desde el romanticismo alemán); por lo tanto, "voluntad de no ser indagada", deseo de no ser entendida, no equivale a decir voluntad ni deseo de no ser apreciada, sino solo deseo de no ser entendida con arreglo (y este es el caso que nos ocupa) a una poética sostenida exclusivamente en los planos enunciativo y referencial. La poesía de Stein, la de Tender Buttons y Stanzas in Meditation, no se articula con mensajes; no dice nada para corregir la posición del lector, para alterar o sacudir su vida en términos ideológicos; y trastoca de manera radical la relación entre el referente y su referido, a pesar de que emplea las palabras de la forma más sencilla posible, repitiéndolas hasta incurrir, con frecuencia, en la letanía infantil (laica) o la humorada, como en el famoso: "Rosa es una rosa es una rosa es una rosa". Y, sin embargo, no puede negarse que su práctica es poética aunque no sea metafórica porque es rítmica y aliterativa y de raíz profundamente musical, aun en los textos que se plantean como retratos de lugares ("En la hierba (sobre España)"): "España es un apodo manso con una pista una pista muy suya que apena". Y hasta en los ensayos ("Composición como explicación"): "No hay nada particular que marque una diferencia una diferencia al principio y en mitad y al fin salvo que cada generación tiene algo diferente que todos miran". Se trata de ver, no de adivinar; es una mirada, no una visión; y una mirada que en sí misma encierra la "revelación de lo ordinario como suficiente en sí mismo", dicho sea por quien más puede presumir del título de heredero de la poética steiniana, el norteamericano Charles Bernstein (1950).

En Ídem lo mismo. Selección de piezas breves. Teoría, Fisher y Del Pliego revisan y amplían el alcance de una antología anterior (Objetos y Retratos. Geografía. Selección de piezas breves) publicada por Amargord en 2014, introduciendo numerosos cambios en la traducción y agregando dos retratos más (un segundo de Picasso y otro, el que da título al libro, dedicado a Sherwood Anderson), y rematándolo todo con una sección nueva, titulada "Conferencias", que incluye un texto leído por Stein en Oxford en 1927 ("Composición como explicación") y otro ("Poesía y gramática") que preparó para su gira por Estados Unidos en 1936, en su único regreso a su país natal, de donde había salido para instalarse en Francia en 1903 y, definitivamente, en París, en 1910.

Demorarse en la lectura de estos peculiares ensayos, en los que ni siquiera por mor de la exposición teórica se olvida Stein de su inconfundible estilo, ayuda a entender por qué algunas manifestaciones de las vanguardias (la pintura de Tàpies y de Miró, las cabalgadas pianísticas de Cecil Taylor o las sonatas de Pierre Boulez) arrastran aún el sambenito de fáciles, de infantiles incluso, pese a que sus esforzados realizadores sudaron en los talleres o las salas de conciertos para producirlas. Lo mismo puede ocurrirle al lector no avisado de Stein cuando advierte –si acaso llega a hacerlo– que la autora emplea su magro repertorio de sustantivos no tanto para designar cosas como para revelar propiedades internas de esas cosas que el nombre por sí solo no puede convocar y deben ser sugeridas perturbando la significación. Aunque mayor sorpresa le acarreará todavía descubrir que la repetición y serialización de elementos, obrando por adición o por sustracción, no frustra sino que espolea la aparición de sentidos totalmente imprevistos y, quizá por eso, jovialmente reveladores; por ejemplo, en el retrato de Picasso titulado simplemente "Picasso" (páginas 85 a 89 de esta edición), montado sobre tres ideas, fértiles aún para nosotros: que el pintor malagueño era "alguien que estaba trabajando", alguien que tenía "algo que salía de él", "alguien al que algunos estaban siguiendo"; en su extrema sencillez y despojamiento, la tríada constitutiva del artista llamado a cambiar el orden estético: esfuerzo, quema de etapas, capacidad de influencia.

jueves, 22 de julio de 2021

Una nueva traducción de Gertrude Stein al castellano

Son muchas las razones por las que la estadounidense Gertrude Stein, una de las escritoras más importantes del denominado modernismo anglosajón, ha sido menos considerada por el público de la lengua castellana que la británica Virginia Woolf, su eminente contemporánea. La principal, las dificultades que presentan muchos de sus libros, precisamente por ser experiencias vanguardistas; la secundaria, la forma un tanto desmañana en que ha sido publicada por las más variadas editoriales de España e Hispanoamérica.

A la edición de Tres vidas (traducción de Beatriz de Sanctis, Buenos Aires, Troquel, 1966), Autobiografía de Alice Toklas (traducción de Carlos Ribalta, Barcelona, Lumen, 1967), Ser norteamericanos (traducción de Mariano Antolín Rato, Barcelona, Barral Editores, 1974), Retratos (traducción de José Luis Castillejo Brull, Barcelona, Tusquets Editores, 1974), Ida (traducción de Teresa de la Vega Menocal, Barcelona, Literatura Random House, 1988), QED : las cosas como son (traducción de Nora Catelli, Madrid, Horas y Horas, 1993), Guerras que he visto (traducción de Alejandro Palomas, Barcelona, Alba Editorial, 2000), París Francia (traducción de Daniel Najmías Bentonilla, Barcelona, 2009), Botones blancos (traducción de Esteban Pujals, Madrid, Abada Editores, 2011), Picasso (traducción de John Abberton, Madrid, Casimiro Libros, 2017) y El mundo es redondo (traducción de Verónica Zondek, Santiago de Chile, Bisturí 10, 2020) acaba de sumarse Aprender a escribir (traducción de Itziar Hernández Rodilla y Paula Zumalacárregui Martínez, Barcelona, Greylock, 2021).


La revista Vasos comunicantes, de la ACE Traductores, de España, resume el contenido del libro en los siguientes términos: “Aprender a escribir está compositivamente construida como una pintura cubista, en la que cada elemento está relacionado con cada elemento de forma aparentemente abstracta pero, al igual que ocurre con las pinturas cubistas, esa abstracción es una ilusión. Y es a esta relación «real» —entre palabras y objetos— a lo que Stein llama gramática, siendo esta el hilo conductor de Aprender a escribir, un texto compuesto de párrafos que parecen estar en meditación ante un territorio de posibilidades narrativas. Aprender a escribir contiene los pensamientos de Gertrude Stein sobre el oficio de escribir pero también es un canto libre y un homenaje al hecho de crear a través de las palabras; es una celebración, un logro asombroso y arduo que no significa nada, o sí.

Respecto de su traducción, ambas traductoras declararon:

Cómo traducir un texto que nadie compraría en la librería si abriese sus páginas al azar sin conocer a la autora. Un libro donde las frases parecen no tener sentido. Un libro de pensamientos. Un libro que parece escrito en el crepúsculo entre la vigilia y el sueño. Un libro que, además, fallando a la expectativa que despierta su título, no enseña a escribir. Porque este libro, si enseña algo, es en todo caso la manera en que Gertrude Stein escribía mientras lo escribía. Y quizá esa sea, después de todo, la forma de afrontar la traducción.

Pero, como decía Eduardo Mendoza, «el problema es que el texto original siempre está escrito en otro idioma, y eso lo complica todo de mala manera». ¿Cuántas palabras homónimas conocen en español? Quizá las únicas que se les ocurran sean «haya» y «aya»; pues bueno, esas no las van a encontrar en esta traducción. Pero, es más, ¿cuántas palabras conocen que puedan ser verbo y adjetivo sin cambiar de desinencia? ¿Cuántas que pululen por la frase cambiando de función? Nosotras, lo podemos decir ya, pocas.

Tomamos pocas decisiones apriorísticas, pero ahora, después de traducir, sí podemos hablar de estrategias. La principal es la que concierne a la puntuación. Solo está en español la que utiliza la autora en inglés, excepto en el caso de las preguntas. Stein escribe en un idioma en el que las oraciones interrogativas se marcan con un signo de cierre porque el uso de auxiliares que preceden al sujeto o los pronombres interrogativos marcan dónde comienzan las preguntas. Probamos varias estrategias, pero acabamos rindiéndonos a la evidencia. El español inventó el signo de apertura de interrogación por una razón: hacía falta. Y, si Gertrude Stein utilizaba las herramientas que le proporcionaba su idioma, ¿por qué no hacerlo nosotras con el nuestro? Así pues, todos los signos interrogativos son nuestros y están colocados donde Stein marcaba una interrogación que en español, sin ellos, es imposible detectar.

Esta explicación resume, de hecho, muchas estrategias de traducción de las que hemos usado. Conscientes de que nuestro idioma no nos permitía muchas de las cosas que a Stein el suyo, hemos optado por utilizar las herramientas que sí nos brindaba, incluida la del género femenino y masculino, en un texto en que ninguno de los dos está marcado salvo por el uso de ciertos pronombres y nombres propios. Las aliteraciones, los paralelismos, los parónimos, las figuras retóricas son todas españolas, intentando siempre encontrar el juego más cercano al posible sentido semántico del inglés. Siempre que fuese posible significa, por supuesto, que la interpretación ha sido muy laxa en diversidad de ocasiones. Pero, como esperamos haber dejado claro hasta ahora, consideramos que no es el sentido lógico lo que prima en el texto original, así que ¿cómo de fiel sería respetarlo sobre todas las cosas? Para nosotras, ha sido más leal no hacerlo. Por supuesto, sabemos que no todo el mundo pensará así”.