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lunes, 28 de septiembre de 2020

La poesía de Geoffrey Hill en edición bilingüe


El pasado 4 de agosto, con traducción de Patricio Tapia, el diario chileno La Tercera publicó el siguiente artículo de Michael Dirda –previamente publicado por The Washington Post–, a modo de acompañamiento de la distribución en Chile de la Poesía reunida, del gran poeta inglés Geoffrey Hill, traducida por Andreu Jaume para la editorial Lumen, d
e Barcelona.

Geoffrey Hill: la fascinación de la dificultad 

Cierta vez en la sección de libros de un diario, en un artículo de vacaciones sobre escritores que merecen el Premio Nobel, el poeta y hombre de letras Donald Hall nombró a Geoffrey Hill “el mejor poeta inglés del siglo XX”. Muchos lectores, estoy seguro, se sorprendieron por la tremenda osadía de esta afirmación radical. ¿Mejor que Auden? ¿Mejor que Larkin? ¿Mejor que Graves, Lawrence y Housman? ¿Quién era este Geoffrey Hill para que debiéramos estar tan atentos a él? Felizmente, Hall terminaba su alocución mencionando que aparecería la poesía recopilada de Hill. Había que tomar nota mental de ese libro. 

Aunque sólo tiene algo más de 200 páginas de poemas en inglés [algo más de 400 en la traducción bilingüe], la Poesía reunida de Hill representa 50 años de trabajo: una decena de volúmenes publicados, de algunos de los cuales se ha hecho una selección más o menos amplia. Geoffrey Hill está a la altura del aviso de Hall. Este es un libro de poemas tan conmovedor como el que alguna vez se quisiera leer. 

En realidad, la particular fineza de Hill —una profundidad como de haikú para cada rigurosa palabra, junto con una seriedad espiritual y una perspectiva ingeniosamente austera de la vida— ha sido reconocida durante mucho tiempo. Harold Bloom, Christopher Ricks, John Bayley y muchas otras eminencias están de acuerdo sobre la severa belleza del lenguaje de Hill, y lo resbaladizo de su sentido. Ciertamente, sus poemas, empapados de historia, sangre y ambigüedad, hacen algunas exigencias difíciles al lector, pero también muestran tanto brillo, tanta sensualidad y fuerza enroscada que, en comparación, gran parte de los versos de otros se ven pálidos, desnutridos y sin importancia. 

Algunos fragmentos mostrarán lo que quiero decir, aunque se violenta a estos poemas comprimidos apretadamente, cada una de sus grietas cargada de mineral, al destacar las bellezas más obvias: 

Tus álbumes de fotos amados por el niño-rey
preservan en vidrio sepia las almas
de primos lejanos, vírgenes hasta que murieron
y los pretendientes delicados perdidos que podían cantar

(“La víspera de San Marcos”)

Disparo de salida. Jean Jaurès muere
en un charco de vino...
¿Mató Péguy a Jaurès? ¿Incitó al asesino?
¿Deben los hombres cumplir con lo que escriben
como con sus catres o sus armas o sus colegas
traumatizados por la guerra mientras cantan y lloran?

(“El misterio de la caridad de Charles Pëguy”)

¿Por qué tengo que revivir, incluso ahora,
tu boca, y tu mano deslizándose sobre mí,
ágil como un lagarto, como un nervio de agua?

(“Una canción de Armenia”)

…“A mediodía,
cuando los ejércitos se vieron, uno era el reflejo del otro;
ninguno eclipsó al otro. Fulgieron y se desvanecieron
y todo lo que de ellos quedó fue el duro suelo
de este dolor. No hice ningún ruido, pero una vez
me quedé rígido como si un grito lejano
hubiera anunciado mi nombre. No era nada...”.
El hielo con sangre teñía los juncos; arrancadas, unas pocas
plumas iban a la deriva; aves carroñeras
se pavoneaban sobre la armadura de los muertos.

(“Música de funeral”, 7)

Malcolm y Frere, Colebrooke y Elphinstone,
la vida del imperio como la vida de la mente
“simple, sensual y ardiente”, ajustada
al claro tema de justicia y orden, ida.
Idos los ascéticos pasatiempos, la erudición
persa, el jabalí salvaje escondido,
las acuarelas del sol y del viento.

(“Breve historia de la India británica”, III)

Noviembre rasga láminas de oro de las crestas de los robles.
(“El lamento de Damon por su Clorinda, Yorkshire, 1654”)

La mayoría de nosotros, y la mayoría de los poetas también, escribimos flojamente en comparación con esta música majestuosa: esa última línea podría ser Hopkins en su mejor momento. Seamus Heaney, quien algo debía saber, dice con razón: “Hill le habla al lenguaje… como un escultor le habla a un bloque... Las palabras en su poesía caen lenta y sin ayuda, como una soldadura fundida, y se acumulan en una protuberancia brillante y espesa”. 

Resueltamente en contra del tenor de nuestros tiempos poéticos, Hill evita lo distendido y lo confesional. De hecho, no tiene más que desprecio por aquellos que suponen “que el poema es simplemente un recipiente para contener el flujo espontáneo de algún tipo de incondicional, directo, no modificado, no filtrado, espasmo personal”. Hill puede usar ocasionalmente su infancia, como lo hace en Himnos de Mercia (impresionantes poemas en prosa que difuminan la vida del antiguo rey Offa con la del joven Hill), pero lo hace con el mismo control apasionado que emplea para representar algunos de los más salvajes momentos de la historia. (Considérese uno de sus poemas “sobre” el Holocausto, con su obertura oscuramente punzante: “Quizá fueras indeseable, pero nunca, en cambio, intocable”). Tirantes, densos, los versos de Hill parecen estrellas de neutrones y explotan como supernovas. En algunos poemas, casi cada palabra puede tener dos o tres interpretaciones diferentes, ya que su autor reflexiona sobre las ambigüedades inherentes a la acción humana. “Dispensar, con justicia; o, con justicia /dispensar. Así el dios católico de Francia, / con honores todo lo nivela, todo lo honra, aun / a los condenados en los cínicos Invalides de los Cielos”. 

A lo largo de su obra, Hill enfrenta esos misterios que nos angustian a la mayoría de nosotros: la fe religiosa y la duda, los horrores de la guerra y el genocidio, el impulso inexorable del pasado, los giros y traiciones del lenguaje, la corrupción de las causas nobles, la naturaleza del gobierno, la sombríos aspectos inescrutables del alma. Sobre todos estos asuntos, incluso sobre el mismo arte que practica, Hill sigue siendo apasionado pero profundamente ambivalente: en uno de sus ensayos cita la observación de Coleridge de que “la poesía, nos incita a los sentimientos artificiales, nos hace insensibles a los reales”. No es de extrañar que este británico alguna vez fuera profesor de literatura inglesa y de religión (en la Universidad de Boston). 

Sin embargo, incluso en sus momentos más sacerdotales, los poemas de Hill nunca abandonan la ironía y el ingenio: “Exégetas pueden venir / para hablar al silencio / que ha surgido. Esto / no es inaudito”. “Pero los muertos mantienen su terreno”. “En las tiernas bocas de los beneficios acumulados del infierno, pulpa para los chivatos”. “Merovingios tratantes de coches”. “El Verbo se ha ido y ha vuelto, cocida la apariencia”. Y es divertido pesquisar los destellos de homenaje a los maestros anteriores: “Este es el pozo de cenizas del fuego de los lirios, / este es el cuestionamiento en las largas mesas” (Eliot). “Esos fantasmas arcillosos y llenos de mosquitos” (Yeats). Aun así, todas estas florituras, como la grave belleza de las descripciones de Hill y sus ritmos verbales, sirven a fines artísticos exaltados: pruebas de la brutalidad de la historia, retratos de la cobardía moral y el heroísmo, epifanías de nuestras incertidumbres espirituales. 

La portada de una edición anterior de la obra de Hill esbozaba una pintura de un hombre y un ser alado, posiblemente Jacob y el ángel. ¿Pero la pareja está luchando o abrazándose? ¿O el hombre está siendo elevado, tal vez para alguna recompensa celestial? Por cierto, difícilmente se podría encontrar una imagen mejor y más rica para el lector, abrumado por los poderosos y seductores poemas de Geoffrey Hill.

martes, 22 de septiembre de 2015

Christopher Marlowe completo en castellano

Con edición de Andreu Jaume y versiones de Aliocha Coll, Andrés Ehrenhaus y el mencionado editor, la editorial Penguin Random House acaba de publicar en su colección Penguin Clásicos la Obra completa. Teatro y poesía, del dramaturgo y poeta isabelino Christopher Marlowe.

El sólido volumen de 587 páginas incluye Dido, reina de Cartago, Tamerlán el grande, El judío de Malta, La trágiga historia del doctor Faustus, Eduardo II y La masacre de París, además de los poemas "Hero y Leandro" y "El pastor apasionado a su amor". Las últimas cincuenta páginas del libro quedan reservadas a las notas.

Así, este volumen necesario, viene a sumarse a otras traducciones de Marlowe realizadas con anterioridad por Javier Adúriz y Ana Bravo, así como por Marcelo Cohen o  Mónica Maffia, entre otros traductores argentinos, o José Alcalá Galiano,  Julio César Santoyo y José Miguel Santamaría, entre los españoles. El cotejo de versiones constituirá seguramente un interesante ejercicio para los especialsitas.


miércoles, 26 de agosto de 2015

Una nueva traducción de Eliot al castellano

El narrador y periodista español Sergio del Molino (1979) publicó en su blog de El Heraldo de Aragón, del 27 de enero de este año, una columna a propósito de la nueva versión peninsular de La tierra baldía, de T.S. Eliot., en traducción de Andreu Jaume. Aquí se reproduce.

La tierra baldía

Uno de los libros-regalo más apetecibles (o que a mí más me gustaría regalar y que supongo que regalaré) ha salido en la cuesta de enero, cuando ya no hay crédito en las tarjetas para gastar (permítanme un inciso: si les gusta mucho un autor o un libro y quieren contribuir a que se conozca y se disfrute, no se limiten a comprarlo, eso lo doy por descontado: regálenlo, esparzan un poco de felicidad y hagan feliz a quien a usted le ha hecho feliz. Fin del inciso). No es una novedad, pues su autor lleva muerto cincuenta años. Es La tierra baldía, el poema que T. S. Eliot publicó en 1922, revolucionando la poesía y la literatura. Se trata de una nueva edición en castellano (en la editorial Lumen), al cuidado del crítico y editor Andreu Jaume, que ha traducido de nuevo el texto y lo ofrece en versión bilingüe y con un interesante y detallado prólogo.

Jaume insiste mucho en la actualidad del poema y, más allá del oportunismo comercial que pueda haber tras esas palabras, yo también lo creo. Eliot escribió La tierra baldía como reacción al mundo perdido tras la Primera Guerra mundial, al final de una Europa, de una cultura, de una civilización. El ‘baldía’ del título en castellano es una licencia del primer traductor argentino que se ha impuesto y respetado, pero no da la medida de la dimensión de la obra. ‘La tierra devastada’ o ‘La tierra agostada’ serían más apropiados, ya que hablarían de un paisaje que fue algo y ya no es nada porque alguien lo ha destruido. Eliot lamenta la acción humana, no se limita a contemplar el paisaje. Por eso es actual, porque hay muchos paralelismos entre el mundo que vivió el poeta americano y el que vivimos nosotros. Como él, nos alzamos sobre un paisaje desolado. Creo de verdad que volver a leer ‘La tierra baldía’ puede ayudarnos a movernos por el mundo inestable y blando de hoy. Y si no a movernos, a mirarlo mejor, con menos miedo. O con más, pero un miedo consciente. No es una lectura fácil. Eliot recurre a la mitología, construye imágenes muy elaboradas y usa un simbolismo críptico sobre el que discuten muchos eruditos, pero no importa no entender del todo lo que dice, porque su efecto es tan poderoso sobre la conciencia y la sensibilidad, que uno tiene la sensación de estar cayendo en un hechizo.

Eliot nos ha hechizado a muchos. Lleva casi un siglo embrujándonos con sus imágenes y sus instantes llenos de calma y nervio, en los que pasa todo sin que pase nada. Ha inspirado cientos de novelas y decenas de canciones. Si buscan en Google cualquier verso del poema, seguro que les salen varias novelas tituladas con ellos. Yo no he escapado. Mi libro más duro lleva una imagen de Eliot como título. Es irresistible.

Tenemos suerte de que alguien con la erudición, el buen gusto y el talento de Andreu Jaume haya decidido actualizarla en nuestro castellano. Hay muchas traducciones de ‘La tierra baldía’, y eso significa que sigue vivo, que seguimos necesitándolo, que persiste en sus páginas un enigma que aún no hemos resuelto. Algo que nos hace mucha falta.