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miércoles, 4 de septiembre de 2024

"El tiempo es infinito pero el espacio de mi casa no"

A medida que pasa el tiempo o, dicho de otro modo, a medida que nos vamos terminando, el espectáculo de la propia biblioteca plantea una serie de cuestiones que, en su columna del diario Perfil, del pasado 31 de agosto, el escritor Daniel Guebel intenta resolver. O no.

Los libros del tiempo

En el más amplio de los sentidos, la palabra escrita e impresa es una apuesta al futuro, que no existe, enviada por el pasado, que sobrevive en nuestra memoria, para que en el presente de la lectura seamos conscientes de existir en el movimiento del tiempo perceptible entre una y otra frase. Y como la lectura es una apuesta frenética por ese momento de eternidad continua que lleva la vista desde izquierda a derecha, salta un renglón y sigue, quienes vivimos leyendo juntamos provisiones para esas eternidades posibles comprando libros que destinamos a una lectura inmediata o diferida: el presente posible se realiza o se transfiere a futuro –probable o improbable. Porque es cierto que se lee lo que se guarda en estantes de biblioteca, piso, mesita de luz, revistero del baño, pero también lo es que mucho de lo adquirido se almacena para tiempos que no llegan o n o llegarán nunca. Y sin embargo, el libro no leído sigue siendo presente puro de ese futuro virtual, promesa de tiempos arborescentes, suspendidos. Y ese diferimiento tiene también su consumación, que es puramente mental, compuesta del recuerdo de los momentos en que lo diferido se volvió por fin presente y luego de concluido dejó lugar a otro libro, y quedó guardado en algún lugar del palacio de la memoria o en las cenizas de un olvido.

No paso día sin contemplar mi biblioteca. Durante algunos segundos trato de hacer un cálculo mental. De los libros que tengo, ¿Cuántos leí? ¿Cuántos releí? ¿Cuántos me esperan en lo que me resta, y cuantos quedarán sin ser leídos por mí, y luego del luctuoso fin (“¡Echenlo a la calle! ¿Quién ha dicho que yo moriré?”. Cita del último libro de Ada o el ardor, de Vladimir Nabokov), serán atesorados por mi hija o vendidos en esas librerías de viejo para alimentar nuevas generaciones de lectores? Imposible calcular nada. Pero en esos días que no dejan de pasar, no hay uno en que deje de sorprenderme preguntándome cuando compré este o aquel ejemplar, por qué lo quise o qué destino quise darle o qué momento pensé en destinarle cuando lo adquirí. No hay día en que deje de decirme que mi biblioteca, sometida a constantes ampliaciones y reducciones (porque el tiempo es infinito pero el espacio de mi casa no), me está ofreciendo una nueva aventura.

miércoles, 18 de octubre de 2023

La grabación de una hermosa noche

Esta es la grabación de la presentación de Bouvard y Pécuchet, en la Biblioteca de la Alianza Francesa de Buenos Aires, con la participación de Magdalena Cámpora, Daniel Guebel y Marcelo Lombardero, el pasado 11 de octubre.

Un agradecimiento especial para Leonora Djament, Virginia Ruano y Yanina Catellani, de Eterna Cadencia; Mateo Schapire, del Instituto Francés de Argentina y María Concepción Sudato, de la Alianza Francesa de Buenos Aires. 

Aquí el link: https://www.youtube.com/watch?v=Sn7CDublIoA




lunes, 18 de julio de 2022

"Podríamos haber creado una lengua tan distinta de la original como lo es el italiano del latín"

Ésta es una reflexión del narrador Daniel Guebel, publicada el 1 de abril de este año, en su habitual columna del diario Perfil, de Buenos Aires.

Lengua y política

 

Leo un artículo acerca de las lenguas imaginarias (artificiales) en Argentina. Lo curioso del texto es que la página web donde aparece el artículo está salpicada de errores (“nurg” a cambio de “y” o de “o”, por ejemplo), que imagino deliberados, porque el dominio de esa página te ofrece acceso a “contenidos premium” pagando algunos verdes-Milei de circulación internacional cada año. Pero que un texto sobre esas invenciones invente una neolengua privada (xul solaresca) vaciando o sustituyendo términos sobre el español, al menos da que pensar. 


Da que pensar que en nuestros comienzos como nación, en mixtura o rejunte con los pueblos originarios, podríamos haber creado una lengua tan distinta de la original como lo es el italiano del latín (quizá nos falten algunos siglos). A cambio de obrar esa fusión inventiva nos limitamos a conservar algunas nominaciones topográficas originales de los pueblos vencidos, a los que el empeño de los poderosos del dinero continúan desplazando de sus parcelas en favor de sus  proyectos inmobiliarios, porque todo lo que no es de ellos es vacío, desierto a conquistar. Lo que queda son piedras, voces perdidas, registros fonográficos de sobrevivientes, ignorancia e ira.


Recuerdo haber leído hasta la mitad un libro de un autor argentino. El libro me pareció bueno y bien escrito pero lo dejé, y no dejo de preguntarme por qué, si durante años me preciaba de no abandonar nada a medio camino. Rápido me respondo que lo hice porque ya absorbí toda la información que ofrece a nivel sintáctico, en la organización de su frase. Recuerdo también una respuesta que me dio Dipi Di Paola cuando le pregunté por qué había abandonado la lectura de cierto libro: “Yo no leo argumentos, leo para ver cómo está hecho lo que leo”. 


Conclusión falsa pero perentoria: del modo de leer se encuentra un modo de hacer la lengua y la literatura y la patria argentina.

 

miércoles, 27 de febrero de 2019

"Los libros leídos, esos que causan la impresión más poderosa, pueden, con el tiempo, disipar en el recuerdo el efecto consciente de su influjo"


Daniel Guebel, último Premio Nacional de Novela de Argentina, es columnista del diario Perfil. Ésta es su última columna a la fecha. Fue publicada el pasado 22 de febrero y trata sobre lo que hacen los escritores con lo que tal vez podrían ser las influencias.

Oriente a medias

Hablando en criollo, quizás no exista período más fructífero para un escritor que aquel en que descubre los libros que construyen su zona. Momentos de lectura que marcan el campo donde su obra se extenderá a lo largo de su vida, lo sepa él o no. Por supuesto, esa zona está hecha tanto de lo que desea como de lo que ignora (y tal vez la ignorancia sea el punto de deseo más poderoso, porque extiende como la garra suave de un sueño la figura del anhelo futuro). Los libros leídos, esos que causan la impresión más poderosa, pueden, con el tiempo, disipar en el recuerdo el efecto consciente de su influjo, y allí es como mejor operan.

Escribir, en el fondo, es escribir la obra de otro, solo que éste otro está hecho de incontables fragmentos de autores distintos, de frases o palabras que impactaron en el momento justo, de imágenes o escenas o situaciones que se van deslizando de tal modo que apenas resultan narrables. La literatura es un solo libro múltiple extendido como un tapiz brillante, solar.

Me acuerdo como si fuera ayer de una entrevista que en la revista-libro Lecturas Críticas le hicieron a Osvaldo Lamborghini hace ya, ¿cuarenta años? Lamborghini decía dos cosas que me llamaron mucho la atención: “Hay que sacar al artista del lugar de boludo en que se lo ha puesto”, formulación que para mí resultaba misteriosa, porque no imaginaba a un actor colectivo dirigido a manipular el imaginario social para pensar en los artistas de un modo determinado (y entendí mucho después lo que Lamborghini quería decir), y otra frase, también singular, y que no puedo citar textualmente: “Cuando Rimbaud dice que se va para allá (África), nosotros tenemos que leer que se viene para acá”. Es decir, cuando un europeo dice que del centro del mundo se va a un extremo, nosotros (los argentinos) no deberíamos ubicarnos imaginariamente en Francia, identificarnos con el autor y pensar en un viaje exótico, sino pensar que él viene hacia nosotros, tan exóticos también por distantes.

jueves, 11 de octubre de 2018

Traductores visitan a Daniel Guebel en la tele

Tal como fue anunciado previamente, “Notas de traducción” es el título elegido para el episodio que contó con la presencia de Teresa Arijón,Barbara Belloc y Jorge Fondebrider de Campo de batalla, el programa de literatura que el escritor Daniel Guebel conduce  en el Canal de la Ciudad.

Quienes deseen ver el programa ya emitido, pueden hacerlo, vía youtube, en este vínculo:


jueves, 27 de septiembre de 2018

Teresa Arijón, Bárbara Belloc y Jorge Fondebrider en la tele: un primer paso hacia el "Bailando"


“Notas de traducción” es el título elegido para el episodio que contó con la presencia de Teresa Arijón, Barbara Belloc y Jorge Fondebrider,  de Campo de batalla, el programa de literatura que el escritor Daniel Guebel conduce  en el Canal de la Ciudad.

El episodio en cuestión será emitido el sábado 29 de septiembre a las 20 hs. y podrá verse ese día por  CABLEVISION 2 – 2 (DIGITAL) / TELECENTRO 71 – 22 (DIGITAL), con repeticiones los días Domingo (a las 4,14 y 23 hs), Martes (a las19 hs),  Miércoles (a las16 hs), Jueves ( a las 5:00 hs) y Sábado (a las12 hs).

Para aquéllos que no ven televisión, porque la juzgan mala o porque prefieren leer a Wittgenstein, los sermones anotados del papa  Wojtyła o la última de Isabel Allende, próximamente se informará el vínculo para buscar la emisión en youtube.

jueves, 3 de mayo de 2018

Los azares que deparan las librerías de viejos


El 20 de abril pasado, el novelista Daniel Guebel publicó su columna semanal en el diario Perfil, de Buenos Aires. Trata sobre el director y guionista cinematográfico Billy Wilder (foto). Es esto que sigue.

 

De qué trata

 

Paso ante la puerta de una librería de usados de Belgrano, El Banquete. Lindo nombre. La idea de que la literatura es un goce particular, un modo de la ingesta, me estimula. ¿Qué más lindo que devorarse un libro, amar la lectura y citar a Platón? Si algo falta en el libro (¿podríamos llamarlo novela, relato?) del filósofo griego es precisamente eso, la lectura. Hombres degustando comidas y conversando sobre Eros y amor. Aquello de lo que ellos carecen, en la inmediatez de su conversación, es del efecto de lectura, en tanto que el lector solo tiene sus ojos y su pensamiento para aquilatar el sabor de las comidas y la pimienta de la charla platónica. En fin.

Pegándole una ojeada a la vidriera, encuentro Nadie es perfecto, de Billy Wilder. Es el título de una de las tantas películas que Wilder filmó. Mi amor por el cine se ha reducido sensiblemente en el curso de los años, y solo recuerdo haber visto dos películas de él: Fedora y Sunset Boulevard. No obstante ese decrecimiento, Sunset Boulevard es una de mis películas favoritas y es un modelo narrativo que cito a la hora de recomendar, a la hora de instar a alguien a que se lance a escribir: sobre el plano de una pileta apenas iluminada en la noche flota un cadáver y se escucha una voz en off. El muerto narra su historia. La de un guionista fracasado al que los acreedores quieren cobrarle una deuda reteniéndole el coche. ¿Sacarle el auto a un americano? El guionista escapa a marcha forzada, y para ocultarse de la persecución se mete en el parque de una mansión de aspecto decadente que habita una vieja diva del Holywood del cine mudo, de la época de Cecil B. De Mille. Llega en el momento en que la vieja diva tiene que enterrar a su mono embalsamado, y confunde al guionista con el enterrador... Ese comienzo arbitrario lo convirtió en mi director preferido del que nada sé.

O sí sé algo: una frase y una anécdota. La frase: “Cuando uno está mal, escribe comedias. Cuando uno anda bien, tragedias”. La anécdota: Wilder dormía con un cuaderno y una lapicera en la mesita de luz, alerta siempre ante la posibilidad de que se le ocurriera un argumento. Una noche, despierta de un profundo sueño con el argumento íntegro de una película. Lo anota y luego sigue durmiendo, más que satisfecho, feliz. A la mañana, cuando despierta, se lanza sobre el cuaderno para leer su genialidad con los ojos perspicaces de la crítica matutina, y se encuentra con: “Chico conoce chica”.

Tomo Nadie es perfecto del exhibidor y voy a la contratapa. A cambio de los consabidos elogios y el esquicio biográfico que es de esperar, encuentro este diálogo:

“Samuel Goldwyn: ¿En qué está usted trabajando actualmente?
”Billy Wilder: En mi autobiografía.
”Samuel Goldwyn: ¿Y de qué trata?”

Compro el libro.

lunes, 2 de abril de 2018

"Limpieza del objeto y clarificación de la mente"


El escritor Daniel Guebel publicó la columna que sigue en el diario Perfil, del 30 de marzo pasado. No hace falta aclarar nada más.

El zen y la biblioteca

Cuando no puedo escribir ni puedo poner en orden mi mente, recuerdo una actividad que realicé en las épocas en que trabajaba de periodista. Me enviaron para hacer la crónica de una “práctica zen” en un monasterio improvisado en un departamento elegante de Palermo. Era una jornada completa. Los meditantes debíamos permanecer arrodillados, en silencio y con la vista fija en algún punto impreciso o más bien inexistente de la pared blanca. Ese estar quieto era un tormento de por sí, al que se sumaba el dolor creciente de las rodillas y la tensión de la espalda, que el maestro aliviaba golpeándola con una palmeta. Nada que pudiera resultar terrorífico, nada comparable a los relatos legendarios del zen, en los cuales el sensei nipón está autorizado a golpear al alumno hasta el desmayo o la muerte, siempre desde la perspectiva última de beneficiarlo con el sacudón lógico que precede a la iluminación. En este caso, las horas se me pasaban entre el fluir anárquico de los pensamientos y los recuerdos y el deseo cada vez más poderoso de levantarme y salir corriendo de ese loquero. Pero antes de que ocurriera, el maestro interrumpió esa parte de la sesión y repartió entre los practicantes una serie de tareas. Algunos debían barrer, otros cocinar, otros ordenar el espacio (no de manera cosmológica sino práctica, corriendo muebles de lugar). A mí el maestro –cuyo nombre no recuerdo– me mandó limpiar una mesa ratona de tamaño mediano. Con cierto desdén imaginé que después de pasarle un repasador quedaría rápidamente liberado para irme a mi casa y escribir la nota. Pero el maestro me dijo: “Tenés una hora para hacer eso y ninguna otra cosa”, y me dio un pedacito de algodón apenas mayor que el que nos aplica la enfermera sobre el brazo luego de extraernos sangre. Lo miré, miré el algodón, y me puse a limpiar. Puedo ahorrarle al lector la descripción objetivista de la mesa ratona, mi mano, el algodón, la tierra, la combinación de todos esos elementos unidos por el paso del tiempo. Simplemente, me entregué a mi propio ritmo al trabajo de desplazamiento y repetición, y al cabo de la hora asignada, cuando el maestro me dijo “suficiente”, yo estaba tirado en el piso, pasando con entusiasmo ese algodoncito roñoso por la parte baja de la mesa, y mi mente se había depurado de todo asunto que no fuera la continuidad de un recorrido.

De algún modo, escribir se parece a eso, solo que el material a limpiar no está dispuesto de antemano y no tiene, que yo sepa, superficie, sino dimensiones imaginarias que van rotando mientras uno, es decir, eso que escribe en uno, se desplaza sobre ellas, examinándolas, combinándolas, dándoles usos distintos de los previstos, ya mejores, ya peores, o simplemente dejándolas de lado por desinterés o falta de capacidad. La forma es la gran aventura de esa disposición en la que escribir es dar curso imaginario a la ficción de una autobiografía que solo surge convertida en asunto a narrar, ya sea literalmente una historia, un hilo, un problema.

Ordenar una biblioteca reúne los requisitos de la limpieza del objeto y la clarificación de la mente, y también es un momento de autobiografía íntima, donde se juegan nuestros gustos del pasado y el presente; las traiciones y los abandonos de los libros que ayer amamos y ya no soportamos (y el dolor de que esto ocurra, la constatación de lo efímeras que son nuestras pasiones); de los libros que uno quisiera abrir pero cuya lectura inevitablemente posterga; de la consideración perpleja acerca de los motivos por los que una vez compramos algún título imposible. Pero sobre todo, en esas noches de insomnio en los cuales esperamos la madrugada contemplando la biblioteca, lo que no deja de pasar por nuestra mente confusa por el desvelo es la certeza de que, aun queriéndolo, la biblioteca es una acumulación y un caos que testimonia que fuimos cambiando y que para leer lo que falta y releer lo que leímos necesitaríamos más años de vida que los que nos quedan. Paradójicamente, ordenar la biblioteca nos permite también elegir aquellos libros que llevaremos a la mesa de luz para suspender el tiempo en la inmortalidad de una lectura.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Dudar de las existencias materiales

Daniel Guebel es un novelista argentino que todos los domingos escribe una columna en el diario Perfil, de Buenos Aires. Nunca antes había pasado por este blog. Hoy debuta con lo que publicó el 5 de noviembre pasado.

Historias de reyes

La pérdida de presencia (no de prestigio) de la Enciclopedia Británica no es casual: la forma-libro de la biblioteca universal que contiene todos los estilos y todos los saberes ha sido reemplazada por internet, el sistema hiperconectivo que Borges prefiguró y a quien (según me reveló Matilde Sánchez) sus inventores leían cuando concibieron la red. No puede saberse si esta sustitución es ventajosa: mientras la ilustre Enciclopedia era escrita por las figuras más prestigiosas y especializadas de cada ámbito científico, estético, técnico y religioso, la página privilegiada de conocimiento en la red llamada Wikipedia se construye con la intervención aleatoria de desconocidos, y donde es altamente dudoso que el resultado en proceso reciba los beneficios de sabios en conocimiento y control de la información.

En todo caso, eso no afecta mis búsquedas, porque me preocupa menos la certeza que la narración, y menos el relato de los hechos que la invención, así que cuando quiero hojear las eternas páginas del saber ajeno voy a la página de Google y tipeo letras al azar. Hoy tipeé “Ar” (¿por arco, por arma, por arreciar, por arcano, por artero?) y Google rellenó lo faltante con dos posibilidades: “Arturo” y “Arturo Sandoval”. El segundo me pareció, no sé por qué, nombre de bolerista latinoamericano, y me desentendí. Busqué un Arturo sin apellido y Wikipedia me ofreció al Rey Arturo. ¿Cómo resistirse a la tentación?

La historia de Arturo es extraordinaria pero me quedan sólo trescientos caracteres, así que sólo puedo decir esto. Como en los grandes relatos, la verdad sucumbe al mito y la existencia del héroe se vuelve improbable, y sólo la sospecha de su inexistencia física lo vuelve objeto de una leyenda verdadera. En la historia cultural de Occidente, a la vez nos hemos acostumbrado a dudar de la existencia material de Cristo y a creer en la Iglesia y en la resurrección. En Argentina, dentro de varios siglos, se dudará de la de Perón.