martes, 28 de febrero de 2023

¿La literatura se enriquece de las malas pasiones?

El pasado 4 de febrero, Tomás Villegas publicó un artículo en Tiempo Argentino, en cuya bajada se lee: “En una era en la cual el enjuiciamiento moral se ha vuelto una práctica cotidiana, los responsables de algunas destacadas editoriales independientes le buscan respuestas al extraño fenómeno de condenar a las obras por los pecados de sus creadores”.

El dilema de la cancelación y los editores argentinos

Luego de que Roman Polanski, el cineasta polaco hallado culpable de violación y abuso a menores, se alzara en 2020 con el galardón a mejor director en la celebración de los Premios César, la autora francesa Virginie Despentes escribió en el diario Libération: «Todas las víctimas de violación por parte de artistas saben que no existe una división milagrosa entre el cuerpo violado y el cuerpo creador. Acarreamos lo que somos y eso es todo. Vengan a explicarme cómo dejo a una chica violada en la puerta de mi despacho antes de ponerme a escribir, manga de bufones».

En una de las últimas entrevistas otorgadas por Michelle Houellebecq –experto tanto en novelas de ficción especulativa de largo aliento como en el arte de la provocación– el escritor francés se despachaba, fiel a su estilo, sin tapujos; la sociedad francesa «autóctona», sostenía, no desea la asimilación de los musulmanes, se conformaría en realidad con «que dejen de robarles y agredirlos. O, en su defecto, que se vayan». Expresiones de esta calaña le valieron un repudio generalizado –uno más– y una denuncia de parte del rector de la Gran Mezquita de París por «incitación al odio contra los musulmanes». En su defensa, Houellebecq ha abogado, en más de una oportunidad, por la separación del mundo ficcional respecto del autoral; contradictoriamente, ha manifestado, también en más de una ocasión, que hay cierto porcentaje autobiográfico que rige, en efecto, su literatura.

Tensiones de este tipo abrevan en un conflicto actual dominado por corrientes progresistas: el de la cultura de la cancelación. Asunto escabroso, sin dudas. Al interior de la ficción, se entiende, lo políticamente incorrecto goza de rienda suelta. En términos literarios han existido, desde Homero a nuestros días, tramas, argumentos y personajes que, frente a la mirada del presente, resultan conservadores, retrógrados, denigrantes, misóginos, sexistas, mal intencionados; y la adjetivación podría, en verdad, continuar ad infinitum.

Por esta razón –por la cual, entonces, la literatura se enriquece de las malas pasiones, de los vínculos tóxicos, de las maquinaciones de los seres deleznables– nos interesa menos la incorrección política inmiscuida en la ficción que esa otra problemática –que se desprende, claro, de la cultura de la cancelación– y que retomamos del correcto ensayo de Gisele Sapiro: ¿es posible separar la obra del autor? Acudimos a escritores, escritoras, editores y editoras argentinos para conocer su visión de un asunto que sigue azuzando el corazón del campo literario y sus alrededores.

El cuerpo de la obra y el cuerpo del autor
«La obra es mucho más que el autor –afirma a Tiempo Argentino el escritor Julián López–. La obra es una trama del misterio. Los autores participamos a ciegas de un proceso alucinante, encantador, del que no sabemos prácticamente nada, que tiene algo sacrificial y conmovedor pero que, al igual que el alquimista, no termina de saber por qué procesos o medios, por más que los estudie, va a llegar a la idea del oro esencial. La obra es una conciencia aparte».

Por su parte, Patricio Pron retoma la idea del crítico Eduardo Galán: el que cancela, en un rapto narcisista se calza una «máscara moral». «Puedo identificarme al menos parcialmente con el deseo de justicia y de reparación de algunas y algunos» –le dice a Tiempo el autor de Nosotros caminamos en sueños–, «pero no estoy seguro de que la expresión de ese deseo sea la más acertada: confunde autor y obra, presume de una autoridad moral (porque sólo cancela el o la que está seguro/a de que él o ella NUNCA hicieron ni harían lo que hizo la persona cancelada) que nadie debería».

«Claro que se puede separar la obra del autor» –dice también el escritor Luciano Lamberti– «Por lo general, la literatura genera una idea, una suerte de imagen mental del escritor que resulta mucho más interesante que el escritor en sí mismo. Suele ser decepcionante conocer escritores. El misterio que puede haber en sus obras no existe en sus vidas. Hay máscaras que nos ponemos para escribir, y hay zonas a las que llegamos a través de la escritura pero que nunca alcanzamos en la vida».

En términos de la cancelación, Roxana Artal, editora del sello Evaristo, asegura: «Cancelar es lo contrario a leer. Leer es una experiencia, y en tiempos en que la experiencia se mercantiliza y tiende a extinguirse, resulta un acto subversivo, nos conduce a la sensibilidad, a la sensación, a la percepción, esa percepción a la que refiere la estética en su origen». Marina Yuszczuk, editora de Rosa Iceberg, considera que «hay un gran porcentaje de fantasía con respecto a la cancelación, de fantasmas. Me pregunto a quién se canceló en la literatura argentina, por ejemplo; no se me ocurre ni un nombre. Hay que preguntarse más bien por la relación de la cancelación con las redes sociales, este esquema de explosión y agotamiento del tema que se da cada vez más rápido. También se convirtió en una especie de auto-promoción ser cancelado o, más bien, afirmar que lo sos, o que tenés miedo de que te cancelen porque sos muy polémico, etc.».

Cancelación selectiva
En marzo de 2021, el ensayista francés Guy Sorman denunció tanto en la televisión de su país como en el libro Diccionario del Bullshit, que su amigo, el celebérrimo Michel Foucault, abusó de varios niños en Túnez allá por los jolgoriosos años sesenta. Más allá de alguna que otra noticia dando cuenta del asunto, de un imperceptible movimiento en las redes, las campañas de desacreditación, las grandilocuentes declamaciones para que se abandone la lectura de Foucault, para que se tiña de olvido su figura, brillaron por su ausencia. Dejando las enormes diferencias de lado –porque son diferencias, y son enormes– Borges, durante la última dictadura cívico-militar, insistió en que la democracia era «un abuso de la estadística». Almorzó, en los albores del Proceso, con Videla, y fue, en ese mismo año, condecorado en Chile por Pinochet. ¿A quién se le ocurre, no obstante, iniciar una operación anti borgeana para desechar su obra, su pensamiento? ¿Existe, entonces, una cancelación selectiva?

Lamberti piensa, en principio, en el mundo del rock nacional. «Si uno se pone a hurgar en ese mundo –afirma el autor de La maestra rural–, sobre todo en relación con las menores de edad, muchas de nuestras estrellas de rock deben haber incurrido en alguna picardía en algún momento. A algunas de esas estrellas se las perdona, y a otras no. A veces los que salen con pancartas a condenar se hacen los boludos. Subirse a ese tren, quemar gente en la hoguera, puede generar cosas muy terribles». Lamberti recuerda también al autor Carlos Busqued –fallecido en 2021–, que había sido denunciado por abuso sexual en una causa penal que terminó por archivarse debido a la falta de comparecencia de la denunciante. «De pronto, gente que yo conocía lo condenaba por Facebook sin tener ninguna seguridad, sin saber nada, sólo habiendo escuchado la voz de alguien que había dicho tal cosa. La gente está hambrienta de linchamientos porque eso la pone del lado del Bien, y es muy lindo sentirse que uno está del lado del Bien. Yo no estoy del lado del Bien.”

Editar o no editar
Para que una obra sea posible una serie de engranajes debe aceitarse adecuadamente. Los editores, cuyo trabajo suele permanecer invisible debido a, entre otras razones, una idea algo romántica del trabajo artístico (la obra emana del espíritu del autor, a él le pertenece, y punto), ocupan su rol en la diagramación de una obra. Editores y editoras nacionales dicen lo suyo en la materia y opinan en relación a una consulta molesta, incómoda tal vez: ¿publicarían una novela genial, perfecta, pero firmada por un autor denunciado o condenado por violencia de género o por algún delito discriminatorio?

Damián Tabarovsky, a cargo del sello Mardulce, afirma: «Como dice un refrán cubano: ‘Nadie sabe qué le deparará el pasado’. Tal vez algún autor del siglo XIX que publiqué con amor y admiración, pronto caiga en el escarnio… quién sabe. No leí los inéditos de Céline que acaban de aparecer en Francia, pero si tuvieran el nivel de Viaje al fin de la noche, los publicaría sin dudarlo. A una obra maestra la publico en el acto. La pregunta es qué hacemos con lo que publicamos habitualmente: ‘solo’ buenos libros». Roxana Artal coincide. No hay, para ella, cuestionamientos posibles: «Claro que publicaría una obra maestra».

Julián López, encargado de curar Conurbe, relatos entramados en la experiencia del conurbano, sostiene: «Supongo que, movido por mi conciencia moral evitaría publicarlo, pero a un gran costo ideológico. De todos modos no lo pondría en esos términos. Plantearlo así es conminar a morales privadas a definirse sobre procesos más complejos y más grandes». Marina Yuszczuk afirma: «Sí, publicaría una obra maestra». Aunque especifica: «El de la edición independiente es un mundo de relaciones bastante estrechas con los autores, en el que no es probable que no sepas a quién está publicando. Siento que con el tema de la cancelación se pretende armar toda una imagen del mundo literario a partir de casos bastante excepcionales, como que a cierto autor le cancelen un contrato editorial de los muchos que tiene, y así por el estilo. Se habla de silenciamiento y de censura donde no los hay».

Final abierto
Uno de los tantos aspectos a considerar cuando se baraja –o efectivamente se produce– la cancelación de una obra es la de la función que cobran los distintos agentes que, de diversas maneras, contribuyen a la legitimación del producto cultural, o, cuanto menos, a su circulación. En ese sentido, a los editores, a los medios, a la Academia y, claro, a los propios lectores que han favorecido primero la legitimación y luego la denostación de la obra ¿les compete algún grado de responsabilidad y, por ende, de cancelación?

Sea como fuere, nunca está de más recordar la sentencia de Oscar Wilde: un libro no es moral o inmoral, un libro, en todo caso, está bien o mal escrito. De la misma manera en que un alma buena no produce, necesariamente, buena literatura.

lunes, 27 de febrero de 2023

¿El verdadero traductor traidor?

Aparentemente, Jorge Fernández (foto), un escritor madrileño, fue rápido para los mandados porque los catalanes omitieron un detalle. De esto trata el artículo publicado por Lucía Bohórquez, el pasado 24 de enero, en el pasquín El País, de Madrid. Según la bajada “Las bases no matizan que la obra tenga que estar originalmente escrita en catalán. La Associació d’Escriptors en Llengua Catalana pide medidas para evitar que vuelva a ocurrir una situación ‘insólita’”.

“Ecogrames”, un poeta en castellano traducido al catalán desata la polémica tras hacerse del Premio Ciutat de Palma

El escritor madrileño Jorge Fernández subió al escenario del Teatro Principal de Palma la noche del sábado para recoger el Premio Ciutat de Palma Joan Alcover de Poesía, que según las bases del certamen organizado por el Ayuntamiento de la capital balear, tiene como objetivo “apoyar la creación literaria en lengua catalana y reconocer la labor de los escritores”. Fernández agradeció ante el auditorio el reconocimiento a su poema "Ecogrames", con el que pretende recoger testimonio del nacimiento de su hijo.

Sin embargo, a la mayoría de los allí presentes les llamó la atención que pronunciara las palabras de agradecimiento en español y no en catalán, idioma que pretende poner en valor el certamen. La polémica se desató horas después cuando Fernández, profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, afirmó a la edición balear del diario Ara que la obra había sido concebida originalmente en castellano y la había traducido al catalán para poder concurrir al premio.

Fernández explicó al diario que ya ganó con una obra traducida unos premios de la Comunitat Valenciana y encontró en esa vía, la de traducir su obra del español al catalán, una manera de concurrir a más certámenes y hacer llegar sus producciones a las editoriales. “Lo hago con otras creaciones para presentarme a diferentes premios”, señaló en la entrevista. Las bases del Premio Joan Alcover de Poesía publicadas por el Ayuntamiento de Palma no especifican que las obras presentadas tengan que haber sido escritas originalmente en catalán, y solo contemplan que sean “inéditas, originales, con temática libre y escritas en catalán” ya que el espíritu de los galardones es premiar el uso de la lengua catalana en los trabajos culturales que concurren en las diferentes categorías. En este caso, el ganador recibe 12.000 euros y la edición y divulgación de la obra.

La polémica no tardó en correr como la pólvora a través de redes sociales como Twitter, donde algunos usuarios se quejaban de que un autor que solo escribe en español se pudiera hacer con esta distinción. “Creemos que el Ayuntamiento de Palma tiene que estudiar el asunto después de las declaraciones del autor de que su obra está versionada y traducida. Nos gustaría que fuera examinado por los servicios jurídicos”, afirma Sebastià Portell, presidente de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana, crítico con el hecho de que una obra traducida se haya llevado un galardón que premia las obras en catalán. La entidad entiende que “por coherencia” con las bases y su preámbulo, en el que se establece que los galardones pretenden reconocer la creación literaria en lengua catalana, solo se pueden admitir obras escritas originalmente en este idioma. El escritor también considera que esa idea tiene que quedar clara en las bases de futuras convocatorias porque episodios como el ocurrido en esta edición “ponen en cuestión el apoyo a la creación en lengua catalana y su credibilidad”.

El teniente de alcalde de Cultura y Bienestar Social del Ayuntamiento de Palma, Antoni Noguera, recuerda que las 115 propuestas que concurrieron al certamen de poesía estaban firmadas bajo pseudónimo y la ganadora se ajustaba a las bases del concurso, incluso siendo una traducción como declaró el mismo autor. “Reconocemos la gran labor profesional del jurado y, teniendo en cuenta que es la primera vez que una traducción resulta ganadora, el Ayuntamiento de Palma planteará una reunión con la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana para realizar los cambios que se consideren oportunos en las bases de los premios”, señala. Otros galardones, como el Premio Òmnium Cultural Mercè Rodoreda o el Premio de Poesía Art Jove Salvador Iborra establecen sus bases en términos similares a los Ciutat de Palma, sin puntualizar que las obras tienen que haber sido escritas originariamente en catalán.

viernes, 24 de febrero de 2023

Una entrevista con el gran traductor español Mauro Armiño, verdadero modelo


La siguiente entrevista de José María Rondón con Mauro Armiño fue publicada por Letra Global, de España, el pasado 12 de enero. En el copete se lee: “Es uno de los traductores y críticos teatrales más prestigiosos de España, y acaba de publicar con la editorial El Paseo su monumental versión de A la busca del tiempo perdido de Marcel Proust”.

Mauro Armiño: “En España se puede vivir de la traducción a duras penas”

 

Mauro Armiño (Cereceda, Burgos, 1944) es uno de esos hombres de letras capaces de desplegar a la vez unos modales cálidos y unos argumentos contundentes. Escritor, traductor y crítico teatral, en su trayectoria figuran importantes reconocimientos, como el Premio Nacional de Traducción –concedido en tres ocasiones a su labor– y el Premio Max de Teatro. Ha traducido a los autores más representativos de las letras galas: Moliére, Balzac, Rimbaud, Rousseau, Voltaire… Recientemente, ha publicado una nueva traducción de A la busca del tiempo perdido (Por la parte de Swann, I y A la sombra de las muchachas en flor, II), la obra maestra de Marcel Proust, quien demolió en esa cumbre literaria el arte de narrar, inventándolo de nuevo.


–El fallecido Javier Marías dedicó su último artículo a la traducción bajo el título ‘El más verdadero amor al arte’, lamentando las duras condiciones de una labor a la que también se dedicó. ¿Se puede vivir en España de la traducción literaria?

A duras penas. Primero, no hay un trabajo continuado. Segundo, si lo hay, los precios son los mismos –salvo en una o dos editoriales, que yo conozca– que hace veinte años cuando, al pasar de la peseta al euro, se mejoraron un poco las tarifas. Para que se haga una idea, hoy, por lo general, se está pagando por una traducción lo mismo que en el año 2000.   

 

–Pese a esas condiciones, ¿el nivel de la traducción es bueno?

En España hay traductores muy buenos, que trabajan de forma seria, buscando, encontrando, dándole vueltas a las frases para no quedarse con la primera versión que sale… Le diría que mejor, incluso, que en Francia, donde algunas editoriales de prestigio –La Pléiade, por ejemplo– están tirando en la actualidad de traducciones de los años treinta, sobre todo para obras literarias inglesas.   


–¿Es el oficio de traductor el más ingrato en el mundo del libro?

De la parte, digamos, artística, sí. Entre el autor y el traductor no hay color, aunque se hayan producido pequeñas mejorías en las últimas tres, cuatro, cinco décadas… Por ejemplo, es obligatorio poner el nombre del traductor en la portada.   


–En alguna ocasión, el traductor Miguel Sáenz reconoció que le pagaban seis veces más por traducir unas actas de Derecho que por un libro de Günter Grass.

Suele ocurrir. En mi caso, he tenido encargos, por ejemplo, del Museo del Prado bien remunerados, pero son casos aislados, uno al año quizás, cuando los traductores tenemos la necesidad de comer los trescientos sesenta y cinco días.


En el Libro blanco de la traducción editorial en España, publicado en 2010, se alertaba del “escaso respeto a la propiedad intelectual en general y a la condición de autor del traductor de libros en particular”. ¿Persiste hoy esa situación?

Va a peor. Está reconocido por la ley que el traductor es autor de su trabajo y, por lo tanto, tenemos los mismos derechos legales. Algunos editores, sin embargo, se lo saltan a la torera, de tal modo que se ha dado el caso de que mis traducciones han pasado de un sello a otro sin que hayan tenido en cuenta mis derechos. Ahora ocurre también que, cuando menos te lo esperas, puedes encontrarte tu trabajo colgado en la Red a los cuatro días de salir publicado. Es cierto que esta práctica se persigue, pero sin mucho éxito porque, al poco tiempo, te lo encuentras en otro portal, con un nuevo nombre y sin saber dónde está, si en Argentina o en Camboya.   


–Ha ganado en tres ocasiones el Premio Nacional de Traducción: en 1971 –entonces, denominado premio Fray Luis de León–, en 1979 y en 2010. ¿Sirven de algo estos reconocimientos?

No. Ningún editor te llama al día siguiente para decirte que le gustaría que le tradujera tal o cual cosa. Se alegran, por supuesto, los editores con los que trabajas de forma habitual, aunque ninguna dice que va a subirte el sueldo…


–Observo que, entre sus reconocimientos, tiene un galardón singular para un traductor: un Max de Teatro, en 2003.

He traducido todas las obras para Josep Maria Flotats desde 2000. Por una de ellas, París 1940 de Louis Jouvet, que se reestrenó en el Teatro Español de Madrid en noviembre del pasado año, recibí ese premio. Por lo general, los traductores no tienen contacto con el mundo teatral, pero yo no he tenido más remedio: me dediqué a la crítica teatral durante dieciocho años.

 

¿Cómo valora que la crítica sea un género periodístico en extinción?

Sólo los críticos de cine mantienen su espacio en los periódicos de tirada nacional. La crítica teatral se ha diluido. Ahora, además, se hacen previos, es decir, el crítico entrevista al autor o a los intérpretes días antes del estreno y, después, hacen la crítica. Esa práctica refleja una falta de ética clarísima porque, claro, si te vas a almorzar o tomar un café con ellos, cómo vas a machacarlos al día siguiente si la obra es malísima. 


–A su juicio, ¿existe mucha diferencia entre traducir prosa o poesía?

Es abismal. Hasta el punto de que, a lo largo de mi trayectoria, he procurado traducir poesía lo menos posible porque no suelo estar satisfecho con el resultado final. Si hablamos de poesía clásica, únicamente lo he hecho con una antología francesa, pero procuré, en ese caso, hacerme con viejas traducciones buenas, de las de antes, a cargo de gente que conocía el ritmo, la medida… La poesía actual es más fácil: no estás obligado a la rima ni a la medida. Sólo he abordado en serio la obra completa de Rimbaud, desde sus ejercicios escolares en latín hasta sus poemas finales, incluido todo el epistolario que se conserva. No estoy descontento porque es un autor que facilita más las cosas que, por ejemplo, Baudelaire. He traducido algún poemita, pero meterse en Las flores del mal es otro asunto. El resultado puede ser, a mi juicio, sonrojante.


–¿Rimbaud facilita el trabajo al traductor?

Prácticamente, Rimbaud sólo publicó una plaquette, Una temporada en el infierno. Todo lo demás apareció con poco cuidado en periódicos y revistas de la época y, por supuesto, las Iluminaciones, unos inéditos que dejó y que, hasta cierto punto, pudieron ser manipulados. El gran reto de aquella traducción era la puntuación. Como Rimbaud no puntuaba o lo hacía dónde le daba la gana, se trataba de hallar qué puntuación tenía más sentido porque una coma puede desbaratar el sentido de una frase. Fue fundamental trabajar con la fotocopia de los originales; lo vi todo más claro.   


–¿La traducción obliga a convertirse casi de forma acelerada en experto en un autor, una obra y una corriente o etapa literaria?

Si te ocupas, como es mi caso, de traducir clásicos, tienes que conocer al autor, la época y, por supuesto, las referencias. Soy de los que creen que el lector no puede prescindir de aquella información que tú conoces y que da sentido al texto. Si te encuentras en una página que Clodoveo perseguía a los esclavos con ramas de olivo, tengo qué saber quién era y por qué perseguía a los esclavos… Si no logro explicarlo, el lector se puede saltar tranquilamente la página porque no va a entender nada.


–Acaba de publicar una nueva traducción de A la busca del tiempo perdido de Marcel Proust, labor que ya acometió entre 2001 y 2005. ¿Qué ha cambiado en este tiempo?

En estos veinte años se ha amontonado la locura de los investigadores franceses, que han publicado estudios y más estudios sobre Proust y su obra. Esas interpretaciones permiten ahora abordar el texto de A la busca del tiempo perdido de forma más consciente, cambiando su visión y su contexto. También me ha permitido revisar la traducción a fondo, letra a letra, palabra a palabra, y retocar las notas que, entonces, fueron quizás excesivas, demasiado académicas.     


–Sorprende que en ambos casos su trabajo sobre esta obra maestra de la literatura universal haya interesado a dos editoriales independientes, Valdemar (2001-2005) y El Paseo (2022), y no a los grandes sellos. ¿Por qué?

Cuando terminaron los derechos de Marcel Proust a los ochenta años de su muerte, todos sabíamos que había que abordar su traducción porque sólo existía una, que se había quedado antigua, por decirlo de alguna manera. Recuerdo que entonces se lo ofrecí a dos o tres editoriales grandes, pero éstas se rigen por la rentabilidad inmediata. Si tienes que cumplir unos resultados a 31 de diciembre, está claro que no es un buen negocio. Sus resultados no llegan en un año, sino en un plazo más largo. Para Valdemar, estoy seguro, fue rentable y espero que lo sea ahora para El Paseo. No es un best-seller, pero sí una obra de fondo. Proust siempre está vivo.

 

“De ningún otro escritor conocemos más que de Proust, pero ¿son datos lo que conocemos?”, afirma en el prólogo a su nueva traducción de A la busca...

Los datos son, en realidad, pocos. Que nace en el seno de una familia acomodada, que va al Liceo con doce años y que marcha por unos meses voluntario al servicio militar en una población cercana a París… Todos esos hechos, junto al fallecimiento de su madre, que será un hecho capital en su vida. Además, sabemos que participa en dos hechos sociales o políticos: se opone a las leyes de separación Iglesia-Estado porque éstas suponían que las catedrales –que contenían, a su juicio, el alma de la historia de la vieja Francia– iban a ser desacralizadas e interviene a favor del capitán Alfred Dreyfus, condenado por espionaje en una sentencia claramente antisemita. Todo lo demás está en la novela y en su correspondencia. Todo lo demás es interior, la experiencia íntima del yo.


–A vueltas con el recurso de la memoria involuntaria, ese retorno a la infancia a través del sabor de una magdalena, usted señala a Leopoldo Alas Clarín entre los precursores.

Se podría decir que el recurso de la memoria involuntaria estaba a punto de caer en la literatura. Clarín sirve de él en un relato titulado Cuesta abajo sin sacar las consecuencias de Proust, quien lo convierte en definitivo para toda lo novela. Para el autor de La Regenta sólo es un dato: los olores de unas ramas remiten a uno de los personajes al pasado. Es el mismo disparador de la memoria que la magdalena o, por decirlo de forma más exacta que las magdalenas de Proust porque en A la busca… existen varios motivos que activan esa vuelta al pasado; unas baldosas mal puestas o el tintineo de unos tenedores en la vajilla, por ejemplo.

 

–Para adentrarse en A la busca… recomienda sosiego, tiempo, tranquilidad.

Todos los grandes escritores demandan una lectura sosegada, pero Proust te lo exige porque no pasa nada. No cuenta nada, no hay acción, no te empuja ese ánimo de llegar al final porque no lo hay: te manda al principio. Acaso es una boutade por mi parte decirlo, pero se trata de buscarse un sillón y una tarde, y empezar, seguir y meditar sobre lo que estás leyendo mejor que dejarte llevar sin más porque no te van a arrastrar los hechos que se amontonan, como le sucede a Baroja y Galdós. Aquí no tienes ningún premio por llegar hasta el final. Y ni siquiera puedas hablar de él con tus amigos porque la experiencia que te da A la busca… es puramente interior.


–Es partidario de que cada generación tenga su traducción de los clásicos. ¿Por qué?    

Es casi obligatorio porque, en una generación –pongamos, cincuenta años–, el lenguaje ha cambiado. Hoy, por ejemplo, anda corriendo por ahí una traducción de Los Miserables de 1900 con una particularidad: ese texto ha sufrido una censura porque Víctor Hugo era una especie de progre al que se le limaron y se cortaron frases. Sigue editándose así porque no se habla de ello, importa poco. Si se fija, las ediciones de clásicos no aparecen, por lo general, en la prensa cultural. Me he cansado de traducir a Molière, todos sus títulos importantes están en Anaya, y nadie publicó nada.

 

–Deduzco por sus palabras que la traducción necesita más reconocimiento.

No me refiero a la traducción, sino a los clásicos. Salvo que se trate de una recuperación muy sonada o una efeméride, no se presta atención a las grandes obras de la literatura.


–¿Cuánto hay de Mauro Armiño en sus traducciones?

Procuro no poner nada de mi parte en mis trabajos. No me pagan para eso.

 

jueves, 23 de febrero de 2023

Ni Patoruzú ni Condorito presentan problemas

Belén Lázaro publicó este artículo en Libertad Digital, de España, el pasado 27 de enero. Podría haber sido mucho más completo, por lo que el público lector extrañará la ausencia de Goofy/Tribilín y otros personajes de Disney como los sobrinos de Donald, Girosintornillos, Blasconsuerte y, por supuesto, Rico MacPato.

De Arturito a Gatubela, así se llaman tus personajes favoritos en otros países

El español es uno de los idiomas más hablados en el mundo. Tanto es así que 18 de 20 países de América Latina lo tienen como idioma oficial. De ahí que las películas de habla inglesa se traduzcan al castellano de España y al de Latinoamérica. Por supuesto, cada uno le ha ido dando su toque personal. Una manera de ver las similitudes y diferencias de la lengua es en los nombres de las películas y las series, o mejor, en sus personajes.

Es por ello que muchas veces suelen llevar a equivocación los nombres de los personajes de películas y series en la historia del cine, ya sea en la versión anglosajona como en la castellana, normalmente por las traducciones. Pero resulta muy curioso cuando la manera de nombrar a los protagonistas cambia en la versión latina respecto a la versión española.

Es por ello por lo que desde LD se han seleccionado algunos de los nombres más curiosos en la versión inglesa, española y latina. Algunos son realmente llamativos, como Eduardo Manostijeras, Catwoman o Homer Simpson. Por supuesto, los personajes de Disney, esos que llevan décadas acompañando la infancia, también padecen estos cambios de nombres.


Mickey Mouse

La estrella de la franquicia Disney en España y Latinoamérica se comenzó llamando “Ratón Miguelito” o “Ratón Miguelín”. En Suecia lo conocen como “Musse Pigg” (el ratón enérgico) y en Italia no se quedan atrás: “Topolino”.

Minnie Mouse

La encantadora pareja de Mickey en Lituania es llamada “Pelyte Mine” (“Rata Mine”), “Ratoncilla Mimi” en algún momento en España y Latinoamérica.

Donald Duck

En Islandia, lo llaman “Andrés Önd”, en Dinamarca tiene nombre de caballero medieval: “Dunnaldur Dunna” (“el Pato Dunnaldur”), pero su nombre italiano tampoco tiene desperdicio: “Paolino Paperino”. En España, como no podía ser de otra manera, “el Pato Donald”.

Chip y Dale

Las ardillas más famosas de la televisión, “Chip y Chop” como se las conoce en España, sufren también por tener varios nombres. “Pi y Olín” en Argentina desde hace años, “Tic y Tac” en Francia, “Piff y Puff” en Suecia.

Tinkerbell

Los coprotagonistas de las películas también se hacen eco de este tipo de traducciones. Es por ello por lo que la fiel compañera de Peter Pan, Tinkerbell en la versión inglesa, es conocida como Campanita en la latina y Campanilla en España.

Timón y Pumba

Otros que no se libran son dos de los protagonistas de El Rey León, como Timón y Pumba. Ya que, pese a ser este el nombre traducido de los dos animales, en la versión latina se les conoce como Chancho y Malandre.

Homer Simpson

El famosísimo trabajador de la central nuclear de The Simpsons es de estos personajes que tiene doble nombre. Sin embargo, en esta ocasión tan solo es el cambio en la versión latina, ya que los españoles tan solo castellanizan la pronunciación de la palabra en inglés. A Homer Simpson se le conoce como Homero Simpson en los países Sudamericanos.

Wednesday (La familia Adams)
Puede que sea la más llamativa de todas las transformaciones de nombres. La famosa Miércoles de La familia Adams, que en la versión original es Wednesday, en el español de España es Miércoles. Bien, sorprendentemente, la versión latina la llama Merlina.... alguien sabrá por qué.

Bruce Wayne (El caballero oscuro)
El señor Batman, en su nombre de persona normal no de superhéroe, también vive una transformación curiosa. A Bruce Wayne, que es como se llama el personaje en la versión inglesa, se le conoce por el mismo nombre en España. Sin embargo en Latinoamérica es conocido como Bruno Díaz.

Joker

Esta traducción seguramente se deba a la caracterización del personaje, pero no deja de ser curioso que el Joker sea conocido como Guasón en Latinoamérica.

R2-D2 (Star Wars)
El robot más famoso desde hace décadas, ese bajito que no habla y vaga por los planetas, R2-D2 en Latinoamérica es conocido como Arturito. Lo mejor es que la explicación es debido a cómo se entiende cuando se pronuncia en inglés.

Wolverine (X-Men Orígenes: Lobezno)
En este caso es España el que cambia el nombre al personaje. Ya que en X-men ese señor que sale con garras y pelo de lobo que se conoce, tanto en la versión inglesa como la latina, como Wolverine, en España se llama Lobezno. Se ha castellanizado el nombre.

Catwoman (Batman returns)
En este caso, la gata más famosa del cine y los cómics, Catwoman, es conocida como Gatubela en la versión latina. Seguramente en un afán por castellanizar el nombre de la protagonista.

Edward Scissorhands

Una de las películas más famosas de los años 90 estaba protagonizado por un joven pegado a unas tijeras. Bien, en la versión latina se le conoce como “El joven manos de tijeras” y en la versión española como “Eduardo Manostijeras” y su nombre real es Edward Scissorshands.

Epi y Blas

Barrio sésamo, ese programa nacido en España con muñecos que hablaban, también ha sufrido modificaciones en sus nombres, y eso que el idioma es el mismo. Así, por ejemplo Epi y Blas se conocen en Latinoamérica como Beto y Enrique.

miércoles, 22 de febrero de 2023

"Traducir a otros poetas, decía Pound, que hizo de la traducción un arte, es un modo de ser cosmopolita"

Poeta y académico, el chileno Bruno Cuneo (foto) publicó, el pasado 16 de enero, en la revista Santiago, de la Universidad Diego Portales, este artículo, donde reflexiona sobre la traducción de poesía realizada por sus compatriotas en relación con el desarrollo del género poético en Chile.

Traducciones perdidas

Lost in Translation es un título genial, pero los encargados de traducirlo al español no se complicaron las cosas y se decantaron por Perdidos en Tokio, como se conoció en Hispanoamérica la taquillera película de Sofía Coppola. En toda traducción se pierde algo y traducir es por eso mismo una práctica melancólica, le escuché decir una vez al filósofo Pablo Oyarzún, quien ha traducido mucho y ha reflexionado mucho también sobre el tema. Otro amigo filósofo, Andrés Claro, escribió un libro completísimo sobre los aspectos literarios, epistemológicos y éticos de la traducción, de manera que lo que yo pueda decir sobre este asunto es a todas luces irrelevante: mis amigos me salvan a menudo de mis limitaciones.

De lo que sí puedo hablar es de algunas traducciones perdidas (lost translations) publicadas en Chile y realizadas además por poetas. Revisando en mi biblioteca, me topé con algunas que he ido adquiriendo con los años, como la que hizo Nicanor Parra de 50 poetas rusos o la de Jorge Teillier de 31 poemas de Sergéi Esenin, aunque ambos las efectuaron únicamente de la “versión poética” o le dieron forma literaria a la “literal” realizada por otros (José Vento, Gabriel Barra). En la misma repisa seguían tres traducciones de Shakespeare: la de Neruda de Romeo y Julieta, la de Parra de El rey Lear y la de Zurita de Hamlet. Estas últimas, es verdad, no están perdidas; al contrario, son relativamente recientes, pero la de Neruda aún sorprende a algunos que exista y creen que me la invento. El amante desesperado, el monarca amenazado por sus herederos, el atormentado por los fantasmas: las tres traducciones podrían ser una clave incluso para conocer a sus traductores.

Cuando un poeta traduce la obra de otro es porque algo de lo que allí se dice no ha podido decirlo él mismo o bien, porque admira tanto esa obra que traducirla es una manera de recrearla como una obra suya. Es un acto de apropiación creativa, podríamos decir, y una manera no polémica también de resolver la llamada “angustia de las influencias”, aunque pueden existir razones menos espirituales e incluso peregrinas.

Hace unos años descubrí que Samuel Beckett había traducido “Recado Terrestre”, el poema de Gabriela Mistral sobre Goethe, y lo di a conocer en una revista chilena, no sin antes pedirles alguna información a sus editores ingleses, que sabían de su existencia, pero no se animaban aún a incluirla en el volumen que recopila sus traducciones. “Fue una peguita para comer”, me respondió John Pilling, que llegó a la cita (yo estaba en Inglaterra) con Lagar bajo el brazo y acompañado de James Knowlson, el biógrafo de Beckett y fundador de su archivo en la Universidad de Reading. Un poco decepcionado por la respuesta, traté de defender su valor literario y la motivación que habría tenido Beckett para realizarla el mismo año en que escribía Esperando a Godot y cuando aún no era Beckett. Me escucharon respetuosamente, pero no se movieron un centímetro de sus posiciones. “Es probable que de mi oscura y absurda vida yo sepa muy poco”, espetó Pilling, sacando a relucir la típica autoironía inglesa. “Pero de esto al menos yo sé: esa palabrita [que no recuerdo] no la usaba nunca Beckett por esa época, de manera que aquí también hay otra mano y no demasiado buena”. Fin de la discusión, el resto fueron anécdotas y preguntas sobre los mineros atrapados en el norte de Chile.

El hecho, en todo caso, me llevó a imaginar después un libro que recopilaría todas las traducciones de poetas chilenos realizadas por poetas extranjeros y que sería algo así como una réplica invertida de Poesía universal traducida por poetas chilenos, una antología que publicó Jorge Teillier el año 1996 y que contiene varios hallazgos, sin contar que las versiones son más de 100 y fueron realizadas a partir de varios idiomas, incluido uno tan poco familiar como el rumano, cuyo administrador local fue siempre el poeta Omar Lara. Mi libro no prosperó, así que me detendré un poco más en este libro, el último de Teillier y que seguía en mi repisa a continuación de las versiones de Shakespeare.

Entre los hallazgos de la antología contaría, en primer lugar, las traducciones que hace Neruda de algunos poemas de Baudelaire y Joyce, y que evocan el tono y el imaginario de las Residencias, funesto, monótono y como estancado en un tiempo que no ofrece desarrollo o vampiriza la vida. Diego Maquieira, por su parte, traduce “Definiciones para Mendy”, un largo poema de David Antin, que ahora último tiene por aquí un revival y ha sido traducido también por los poetas Andrés Anwandter y Germán Carrasco. El poema es extraño y sugerente, como “Oración fúnebre” de Pär Lagerkvist, que Ángel Cruchaga Santa María tradujo del sueco y cuyo hablante añora la fealdad y rusticidad de una amada muerta. Traductor siempre sólido, Armando Uribe figura trasladando a nuestra lengua a Leopardi, Pound, Eliot, Montale y Rimbaud, y en todas sus versiones está presente ese fraseo exasperado que le era tan propio y, en general, su manejo ejemplar de los recursos poéticos, por ejemplo, de las aliteraciones. Es uno de los que más traduce, también Waldo Rojas, Jorge Teillier y Rosamel del Valle, cada uno de varios idiomas distintos, que tal vez ni siquiera conocieran a fondo. Da lo mismo: les sobra el léxico y el oído fino que poseen los poetas y muy escasamente los filólogos o los traductores profesionales.

La antología tiene también cosas curiosas, sin contar que Mistral, De Rokha y Lihn son los únicos poetas de talla mayor que parecen no haber traducido a nadie. Huidobro, por ejemplo, no aparece traduciendo del francés sino del alemán, a Hölderlin y Heine, y Elicura Chihuailaf traduce a un poeta italiano de nombre Gabrielle Milli, del que no encuentro más noticias en la red salvo que lo tradujo Chihuailaf y viceversa. Tampoco encuentro mucho sobre un poeta irlandés de nombre Mugron Dixit y otro árabe de nombre Hannud Ben Ismail, que traducen Roque Esteban Scarpa y Hernán Galilea. Salvo estos casos, el resto de los poetas traducidos son todos conocidos y también incuestionables, y la única omisión importante sería la traducción que hiciera Fernando Alegría de Howl, el poema de Allen Ginsberg, solo un año después de que apareciera en Estados Unidos y mientras era llevado a juicio.

Demasiado anecdótico todo esto, habría que tomar distancia y cerrar con una valoración aérea. La poesía chilena, pienso, es la única tradición artística consistente de este país, en parte porque hay una historia de marcas difíciles de batir, en parte también porque los poetas chilenos no han sido nunca provincianos. Traducir a otros poetas, decía Pound, que hizo de la traducción un arte, es un modo de ser cosmopolita, de favorecer el intercambio de formas y pensamientos, de eliminar los cercos y permitir que circule el aire. César Aira piensa, por el contrario, que traducir es un “necio pasatiempo adolescente”, que mejor sería aprender bien francés para leer, por ejemplo, directamente a Baudelaire sin compartirlo con nadie. Extraña idea que, de ser cierta, habría privado a los franceses de leer a Poe mejor que en Norteamérica. Por lo demás, los poetas no traducen únicamente para leer o para difundir a otros, lo hacen también para satisfacer un deseo mimético y para probar la resistencia del lenguaje. A ver si un buen poema puede ser un buen poema en mi propio idioma, a ver si se la puede.

martes, 21 de febrero de 2023

Una nueva editorial dedicada a traducciones

“Ligados desde hace años y de diferentes formas a la literatura, los libros y las editoriales, Diego Zappa y Guillermo Piro crearon el sello independiente Hiperbórea, que llega a las librerías con la traducción de Sueño de un cuarto de hora, del italiano Giacomo Casanova.” Es lo que dice la bajada de la nota que publicó María Eugenia Villalonga, el pasado 28 de enero, en el diario Tiempo Argentino, de Buenos Aires.

“Editar libros es un acto heroico y los argentinos amamos ser héroes”

Una nueva editorial acaba de asomar en el siempre vital campo editorial argentino: Hiperbórea, de la mano de dos amigos ligados desde hace muchos años al mundo del libro, la edición y la traducción: Diego Zappa y Guillermo Piro. Con un nombre elegido, no según la definicióndel diccionario, sino por sus resonancias literarias, fue la primera novela de Héctor Libertella, El camino de los hiperbóreos, la que los llevó a elegirlo.

Como tantos proyectos cocinados cuando todavía el mundo no conocía la pandemia, recién pudo ser llevado a cabo a fines del año 2022, con la publicación de un diálogo con Dios soñado por Giacomo Casanova, Sueño de un cuarto de hora. Ambos editores conversaron con Tiempo Argentino de este nuevo proyecto editorial, con el que se proponen ofrecer un catálogo de autores excéntricos respecto del canon.

–¿Cómo surgió la idea de armar una editorial?
–D. Z.: Antes de la pandemia, hace tres años aproximadamente, y comenzó con un tuit que yo había disparado. Estaba leyendo una columna de Quintín que hablaba de un libro descatalogado y puse en Twitter: “si tuviera una editorial, lo publicaría”, ahí Guillermo me mandó un mensaje diciéndome que hacía mucho que quería armar una editorial y así empezó todo.

–¿En qué consiste el proyecto? ¿A qué está vinculado?
–G. P.: En mi caso, además del gusto personal, es una extensión de la traducción, en el sentido en que lo que más me atrae de traducir es compartir libros que no circulan o que no están traducidos y deberían.

–¿Van a publicar solo traducciones?
–D. Z.: De mi parte, a gustos particulares que comparto con Guillermo.
–G.P.: Por ahora, sí. Empezamos por un Casanova traducido por mí del francés, no del italiano (Casanova, como homme de lettres de su época, escribía en francés). Pero la línea editorial va a ser sustancialmente heterogénea.
–D.Z.: En principio van a ser traducciones de libros que no circularon nunca o que hace mucho tiempo que no circulan, pero básicamente van a ser libros que nos gusten a los dos, que podrá ser ficción o no. De hecho, este Casanova no es exactamente un libro de ficción, es un libro de filosofía, pero lo próximo que vamos a sacar son dos novelas.

–¿Qué editores son sus referentes a la hora de pensar un proyecto editorial?
–D.Z: Yo, personalmente, no tengo un modelo de editor que me gustaría seguir.
–G.P.: La editorial Adelphi o Roberto Calasso, porque como editor, hizo lo contrario de lo que hizo Herralde en Anagrama, es decir, puso en circulación libros en traducciones increíbles, y es eso lo que me gusta de tener una editorial, el hecho de poner a circular libros y pensadores extraños.

–¿Qué pasa en este país que, con la situación económica agobiante que vivimos hace décadas y la alta concentración de la industria, proliferan pequeñas editoriales todo el tiempo?
–G.P.: Porque editar es (siempre fue) un acto heroico y los argentinos amamos ser héroes.
–D.Z.: A mí me parece que, además del costado casi heroico que tiene el oficio de editar en nuestro país, en Argentina se sostiene, a pesar de todo, una tradición fuertemente lectora y eso lleva a que haya una demanda de libros y de gente que se dedique a publicarlos. En nuestro caso, no sé si es una cuestión de heroísmo, pero sí es una jugada importante empezar una editorial prácticamente de la nada.

–¿Por qué si los libros digitales son más baratos y adecuados al entorno digital en el que vivimos no le ganan la pulseada al libro en papel?
–G.P.: Porque el libro en papel no es perfectible, no se puede modificar porque es absolutamente perfecto, como la cuchara o el tenedor. Es imposible que alguien haga algo mejor. Es absurdo imaginar que un libro pueda desaparecer, porque el formato alcanzó un estado de perfección. Los libros digitales creo que, en general, son usados para libros de consulta o para burlar a los sellos editoriales con libros imposibles de pagar por su precio prohibitivo. No sé si recuerdan un video que circuló en internet hace unos años de un chico que presentaba un libro en papel como si fuera una novedad y marcaba todas las ventajas que tenía como si fueran grandes avances. Eso es un libro en papel, algo absolutamente novedoso y perfecto a la vez.

–¿El libro físico no genera, además, una relación diferente con el cuerpo?
–G.P. En mí eso no pesa demasiado, porque yo leo en la cama, así que no cambia si es un libro en papel o digital. No es una cuestión de lealtad o fetichismo, simplemente que es un objeto perfecto, eso de pasar páginas unidas por un lomo, poder tomar notas. El que se le ocurrió eso tiene que haber sido muy inteligente. Poder ampliar la tipografía o escuchar un audiolibro, por otro lado, son otros modos de lectura muy interesantes pero orientadas, creo yo, más al consumo de información. La diferencia entre ambos formatos es abismal: me interesa el libro digital solo para un consumo práctico, cuando tengo que consultar un libro que está publicado en otro país, por ejemplo. Nunca me interesó (y creo que a Diego tampoco) publicar libros digitales porque quienes los editan tienen una intención comunicativa de la que yo carezco. Yo lo que quiero es traer un libro más al mundo.
–D.Z.: Acuerdo totalmente con este punto de vista y agregaría algo que me llama mucho la atención, lo que ocurre, por ejemplo, en el ámbito de la música. Los jóvenes, que jamás escucharían música en un vinilo o en un CD, que es como yo la escucho, sin embargo, a la hora de leer, eligen libros en papel. Es algo bastante misterioso para mí y creo que tiene que ver con el ritual de la lectura, por lo menos, yo tengo rituales a la hora de leer.

–¿Qué es una editorial independiente?
–G.P. Es un término utópico, porque si lo pensamos detenidamente, nadie, en el campo editorial, es independiente (ni en ningún otro campo). De lo que se está hablando es de cierto rasgo que comparten las editoriales pequeñas y es que, al no tener un plan prefijado a dos años, por ejemplo, tienen una autonomía en cuanto a la toma de decisiones que las grandes editoriales no tienen.

–¿De qué trata Sueño de un cuarto de hora, el primer título de Hiperbórea?
–D.Z.: Es un libro que estaba inédito y que Guillermo ya tenía traducido. Cuando me lo pasó me gustó mucho y además, por una cuestión de practicidad, nos vino muy bien para arrancar la editorial, nos ahorró el pago de los derechos de traducción. Es uno de los libros de filosofía que escribió Giacomo Casanova en la última etapa de su vida.

–Bueno, es un diálogo imaginario con Dios que, si bien muestra las largas lecturas de Casanova sobre teología, tiene características ficcionales.
–G.P.: Creo que no es un libro de ficción, porque, a fines del siglo XVIII, las fronteras entre la filosofía y la literatura estaban menos demarcadas que hoy. Se conocía el Quijote, sí, pero no se sabía muy bien qué era la novela. Por ejemplo, en su novela Icosamerón, en determinado momento, Casanova introduce dos ensayos filosóficos, algo que estaba permitido porque era un género inestable todavía. Hoy, cuando editan esta novela, esos ensayos filosóficos los sacan y entiendo que lo hagan porque es anacrónico, pero en ese momento, la novela era una especie de cofre en el que se podía meter cualquier cosa. En ese contexto, Casanova escribe. Y en Sueño de un cuarto de hora él se dedica a escribir sus reflexiones teológicas y al mismo tiempo imagina un sueño en el que dialoga con Dios. Pensado desde el concepto de ficción actual, es claramente un ensayo filosófico disfrazado de ficción, lo que lo hace más ameno, divulgativo diría. De hecho, está escrito en una época en la que él lo único que quiere es ser respetado y considerado un escritor. Hay otro libro de él que me gustaría sacar que se llama Conversaciones entre un filósofo y un teólogo donde él asume el papel del filósofo, está a punto de morir, ficcionalmente, y aparece un teólogo tratando de convertirlo, a último momento, para entrar al paraíso, y él se niega y discute con el teólogo. Y no es que no crea en Dios, sino que lo que hace es demostrar todas las contradicciones que para él tiene el libro sagrado. Siente un desprecio marcado por la Iglesia pero, indudablemente, es un creyente.

–¿Con qué títulos piensan continuar?
–G.P.: Hay uno del que estoy obsesionado yo y otro del que está obsesionado Diego. Mi obsesión es una autora alemana que nació en la República Democrática, la Alemania comunista, que se llama Gisela Elsner, que es increíble. Un poco encarna ese personaje de la mamá de la película Adiós, Lenin. El muro cayó al final del 89 y ella se suicidó en el 92, no soportó vivir sin comunismo. En el año 64 ganó el premio Formentor con su primera novela Los enanos gigantes, así que entró a la literatura por la puerta grande. Esta es una novela absolutamente desopilante, de un grotesco muy poco alemán, además. Tiene otros libros traducidos, inhallables y otros más que habría que traducir. Los enanos gigantes es el próximo libro que vamos a sacar. Del otro, te habla Diego.
–D.Z.: El siguiente es de un escritor norteamericano, John Hawkes, que está enrolado en lo que se llamó el posmodernismo, pero este autor es distinto. Él decía que no le importaban ni los personajes, ni la historia, ni la trama, que eso había arruinado la literatura. Vos entrás en sus libros y, más allá de que lo leas traducido, entrás en una lengua y eso a mí me fascina de sus libros. Yo creo que leo eso en un libro más que lo que me pueda contar. El libro que vamos a sacar se llama Segunda piel y lo tradujo, en la década del 70, Alberto Manguel, que tuvo la amabilidad de cedernos la traducción, así que va a ser el segundo libro que saquemos este año.
–G.P.: Tenemos muchas ideas de qué es lo que nos gustaría sacar, estamos todo el tiempo pensando en libros, pero en concreto, este año empezamos con estos dos.

–¿Por qué es necesario que exista Hiperbórea?
–D.Z.: Porque vamos a sacar muy buenos libros. No sé si será una necesidad seguir trayendo libros al mundo, pero para mí es una felicidad. Me pone muy contento haber plasmado este proyecto.
–G.P.: Sí, que vamos a hacer buenos libros, es indudable.

lunes, 20 de febrero de 2023

El sueño de Arundhati Bhattacharya, traductora

El pasado 25 de enero, José Eduardo Mora publicó en Semanario Universidad, de Costa Rica, el siguiente artículo sobre Arundhati Bhattacharya (foto), traductora de literatura latinoamericana de la India, que se ocupó de Magón, uno de los principales cuentistas costarricenses.

Magón entre grandes figuras latinoamericanas traducidas al bengalí

El aleteo de una idea en la India puede tener efectos en San José, Costa Rica, sin necesidad de recurrir al efecto mariposa ni al realismo mágico, aunque haya mucho de mágico detrás de esta historia.

Que el autor costarricense, costumbrista por excelencia, como lo es Manuel González Zeledón —Magón—, acabe traducido al bengalí casi un siglo después de su muerte, es un hito en las maravillas de la cultura popular y en los tiempos de Internet.

La responsable de esta singular e irrepetible historia es la periodista, profesora y traductora india Arundhati Bhattacharya, quien en 2017 incluyó, en una antología de autores latinoamericanos traducidos al bengalí, uno de los cuentos de Magón.

Se trata de “El clis de sol”, una de las narraciones más reconocidas de Magón, tanto por su ironía como por el trágico desenlace del cuento, que ha cautivado a miles de lectores e hizo lo propio con Bhattacharya, quien desde Bengala, India, le cuenta a UNIVERSIDAD el interés que el despertó leer a Magón.

El libro Cuentos de América Latina recoge 20 narraciones de 15 escritores de diez países latinoamericanos.

La responsable de esta singular e irrepetible historia es la periodista, profesora y traductora india Arundhati Bhattacharya, quien en 2017 incluyó, en una antología de autores latinoamericanos traducidos al bengalí, uno de los cuentos de Magón.

Se trata de “El clis de sol”, una de las narraciones más reconocidas de Magón, tanto por su ironía como por el trágico desenlace del cuento, que ha cautivado a miles de lectores e hizo lo propio con Bhattacharya, quien desde Bengala, India, le cuenta a UNIVERSIDAD el interés que el despertó leer a Magón.

El libro Cuentos de América Latina recoge 20 narraciones de 15 escritores de diez países latinoamericanos.

“Nadie me habló de este autor. Yo descubrí sus cuentos buscando en Internet. Y me gustó su literatura. En especial “El clis de sol” y por eso decidí incluirlo en la antología de 2017. A mí me gustaría profundizar en la figura de Magón, como le dicen allá en Costa Rica, porque me parece muy interesante”, cuenta Bhattacharya desde Bengala, donde reside.

Magón en nuestra literatura

Magón, de acuerdo con Historia de la literatura costarricense de Abelardo Bonilla, es el principal escritor costumbrista junto con Aquileo J. Echeverría, aunque ambos siguieron la huella del realismo que había abierto Joaquín García Monge.

La capacidad que tuvo el periodista, diplomático y escritor de captar el habla de los costarricenses de la época influyó de manera decisiva en el movimiento que luego iba a desembocar en la novela y en la generación del 40, de acuerdo con Bonilla.

“El realismo costumbrista tiene su segundo maestro —y el primero por la extensión de la obra y por su identificación con lo nacional y con el gran público— en Manuel González Zeledón (Magón), el escritor que, con Aquileo J. Echeverría en la poesía, ha alcanzado la máxima popularidad y aprecio en nuestras letras, con justo derecho a que dentro de ellas, se le considere como un clásico, el más auténtico si a esa palabra le damos el sentido de autor consagrado e indiscutido”, indica Bonilla en el capítulo 13 de Historia de la literatura costarricense.

Y agrega: “En una carta de 1910 dirigida a García Monge –su antecesor en la novela realista—, Magón reclama el título de ‘descubridor de la riquísima veta costumbres nacionales’ y fue, en verdad, el creador de nuestros cuadros de costumbres, que comenzó a escribir en 1885.

Un total de 11 años más tarde de haber comenzado a publicar en la prensa costarricense de entonces, Magón escribió “El clis de sol”, la historia de Ñor Cornelio, que se va trocando en amargura, inocencia, engaño y desolación, mientras se produce la debacle final, siempre al amparo de la ironía.

Magón fue autor de las narraciones “Unos novios”, “Un almuerzo campestre”, “Dos músicos”, “Una obra de misericordia”, “Un día de mercado en la plaza principal”, “Castañuelas”, “Mi primer novio”, “Nochebuena”, “Una bella”, todos de 1896; así como “La muñeca del Niño Dios” y “El Tequendama”, de 1898; “Dos de noviembre”, de 1900; y “La guerra franco-prusiana”, de 1910.

También escribió la novela La propia, que es una de sus obras más reconocidas.

El descubrimiento de Bhattacharya de Magón como autor para sus pares indios es de una gran significancia, porque a pesar de que el principal premio de cultura del país hace referencia a Manuel González Zeledón, materializado en su pseudónimo, no existe una biografía consistente y profunda de la figura señera de Magón.

En 1947, el profesor José María Arce recogió en el volumen Cuentos, parte de la obra de Magón y la acompañó con un estudio crítico y un glosario, pero llama la atención que de un tiempo a la fecha, los estudios sobre este importante escritor y pensador nacional no hayan proliferado.

Para entender la dimensión que tuvo Magón, hay que recurrir de nuevo a la pluma selecta de Abelardo Bonilla: “La vida en Nueva York y en Washington no cambió, y en cierta forma afirmó la personalidad hondamente costarricense de González Zeledón. Muchos de sus cuadros y cuentos fueron escritos en el Norte, pero aun en sus cartas refleja el sentido de nuestra tierra, el recuerdo de sus costumbres y la persistencia del habla popular”.

Por esa razón, sostiene Bonilla, los temas le brotaban fácilmente de su visión de mundo marcada por su patria: “No se esforzó en buscar temas, porque los tenía en su propia vida y en la de sus conciudadanos. Sus amigos dicen que era un gran conversador, que narraba los hechos y cuentos de modo inimitable; que era sociable, optimista, intachable en su conducta y fino en su pensar y en sus modales. Todo esto se revela en su obra: descripción casi fotográfica, a veces naturalista de los escenarios; ironía, cuando no burla, en el tratamiento de los personajes y de los sucesos; alegría y optimismo, que no destruyen ni el dolor ni la miseria, y la idea cervantina de lo cómico como castigo del error”.

La historia de película de Arundhati

La razón de por qué hoy un cuento del autor nacional Manuel González Zeledón se encuentra traducido al bengalí, que es una de las 22 lenguas que se hablan en la India, tiene un largo y amplio recorrido, y su protagonista tiene una historia de película.

En 1986, Arundhati Bhatacharya (Bengala, India, 30 de mayo de 1968) se trasladó a Hyiderabad, en el sur de la India, a 22.000 kilómetros de Calcuta, capital de Bengala, para estudiar en la Universidad de de Inglés y Lenguas Extranjeras.

Se marchó luego de convencer a su esposo de que le permitiera separarse de su hijo, entonces de diez años, para poder cumplir su sueño de leer en lengua original Cien años de soledad.

En octubre de 1982, Gabriel García Márquez había ganado el Premio Nobel de Literatura y la concesión del galardón, como puede apreciarse, tuvo un impacto enorme no solo en América Latina, sino allende fronteras, incluida la India, donde los jóvenes leían en inglés las obras de Gabo.

“Mi inglés de entonces no era el mejor, ahora lo he mejorado muchísimo y lo leo muy bien, pero no en esos años, por lo que opté por leer a García Márquez en español y por eso me fui a estudiar muy lejos de mi hogar”.

Luego de un primer año regresó, pero después volvió tres años más a la universidad para terminar su maestría en bengalí primero y luego en español.

La experiencia de poder leer directamente la obra de García Márquez primero y de numerosos escritores latinoamericanos después, de los que lleva traducidos ya tres libros, no solo le cambió la vida de forma personal, sino que le hizo descubrir que entre América Latina y la India hay vasos comunicantes, como el hecho de que estos países fueron colonias y sufrieron la explotación de potencias extranjeras.

Antes de llegar a esa posibilidad de leer en su lengua original a los autores latinoamericanos para posteriormente traducirlos al bengalí, necesitó romper muchos tabúes que, sobre todo, recaen sobre la mujer en un país gigantesco como la India.

“Lo que hice para poder estudiar español fue algo muy especial, porque yo ya estaba casada y tenía un hijo. Cuando decidí estudiar tenía 35 años y poder marcharme tan lejos solo fue posible por el gran respaldo que siempre me ha dado mi esposo. Dejar un hijo para irse 2000 kilómetros fuera de casa en aquella época —1986— era visto por muchos como un acto criminal. Me acuerdo que mi esposo le dijo a mi hijo: ‘cuando su mamá se vaya, no puede llorar, porque si llora la va a hacer sentir culpable’. Y mi hijo no lloró (risas)”. 

Una labor encomiable

La puerta se abrió por Gabo, sostiene la traductora y profesora, pero luego vinieron Rulfo, Carpentier, Benedetti, Vargas Llosa, Fuentes, Galeano y Horacio Quiroga, entre otros, como parte de esa fascinación que le despertaron las letras latinoamericanas a Bhattacharya, quien explica que se identifica mucho con el mundo latinoamericano, no tanto así con la visión que se desprende de los autores españoles.

De esta manera, esa pasión por el castellano de latinoamérica, para designar de alguna forma, ha hecho que tradujera del español al bengalí tres volúmenes de cuentos, y las obras de García Márquez como Memoria de mis putas tristes, muchas entrevistas dadas por él a diferentes medios, y en la actualidad lleva 22 capítulos traducidos de las memorias Vivir para contarla.

“Me gusta enfocarme en traducir la obra de García Márquez que todavía no se conoce en bengalí. Ahora estoy con Vivir para contarla, que se va publicando en una página web por entregas. Es un trabajo que me llevará al menos dos años. Hay muy buena recepción de los lectores, porque hay muchas cosas de las que cuenta que, aunque parezca extraño, tienen una gran relación con mi país”.

Y es que Bhattacharya no descansa en su afán de dar a conocer la literatura latinoamericana en la India. Para la Feria del Libro de Calcuta, que comenzará el 31 de enero próximo, Bhattacharya presentará el libro Gabo y Mercedes: Una despedida, el texto póstumo que publicó Rodrigo García Barcha sobre sus padres.

“Este texto lo tuve que traducir del inglés pero los libros de García Márquez y los cuentos de escritores latinoamericanos los he traducido del español”.

Lo que empezó como un desafío personal —aprender castellano para poder leer en su lengua original Cien años de soledad— ha convertido a Bhattacharya en una verdadera admiradora de la cultura y la literatura de América Latina, y hoy su fascinación por los autores del Boom y más allá, ha hecho que cientos de sus conciudadanos puedan descubrir las similitudes, al principio inimaginables, que tiene su país de tercer mundo, como se decía hace unas décadas, con los de este lado del orbe, donde como en el suyo la realidad se empeña cada día en superar a la ficción.

Y en medio de esos cruces impensados, brotó en el espectro “El clis de sol”, que la cautivó por su ironía, por el desenlace y por el tono que el escritor costarricense le imprimió a su cuento costumbrista.

Un aleteo en la India hizo que sus efectos se notaran en San José un siglo después de que el cuento de Magón fuera publicado en Costa Rica, y todo por “culpa de Gabo”, como suele decir Arundhati, cada vez que evoca las razones que la llevaron a estudiar castellano y la obligaron, momentáneamente, a realizar una pausa con su familia en pos de un sueño que parecía imposible.