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viernes, 18 de abril de 2025

Los libros en Chile: censurar en los hechos la memoria histórica y social,


El siguiente artículo de opinión fue publicado el pasado 5 de abril, en
El Mostrador, de Santiago de Chile, con la firma de Paulo Slachevsky y Silvia Aguilera, los dueños y directores de la editorial LOM, una de las más importantes de Latinoamérica.

Censuras y exclusiones en las bibliotecas públicas 

Con el mes de abril, volvemos a tener un mes entero para celebrar el libro y la lectura, y con él relevamos ese mágico objeto que nos ha acompañado por siglos y que ha contribuido con hacer más ancho y menos ajeno el mundo que nos toca vivir.

El libro fue y sigue siento un acervo vital de nuestra existencia individual y colectiva. Su contenido nos ha hecho más consciente de nuestro recorrido en el tiempo, de que hacemos parte de un todo y estamos indisolublemente ligados a la humanidad.

Sin embargo, en estos tiempos nos preguntamos, ¿qué ha pasado precisamente con “nuestra humanidad”? Múltiples factores podrían esgrimirse para intentar comprenderlo, entre ellos, necesariamente tenemos que volver al libro.

A nivel local, creemos que no es una casualidad que reine la indiferencia y el desconocimiento sobre la historia reciente de Chile, y con ello prolifere la insensibilidad y relativización respecto de la importancia de resguardar los derechos humanos de toda persona.

Tampoco es casual que el miedo, el estado de alerta, la sospecha, la desconfianza en los otros, se transformen en factor central del discurso político trastocando los sentidos básicos de comunidad. Los medios hegemónicos de comunicación como las redes sociales cultivan, y con ello favorecen los discursos de odio, de hacer del otro un posible enemigo.

Por el lado de lo público, particularmente en el ámbito educativo, en vez de contrarrestar tales prácticas con instrumentos que ensanchen la mirada, el conocimiento, la curiosidad y la reflexión, vemos cómo el libro también ha sufrido la marginación, por prácticas de censura o autocensura, facilitando que dichos discursos hostiles se instalen como sentido común.

Desde hace algún tiempo venimos constatando que en las bibliotecas escolares los libros que contribuyen a la reflexión crítica sobre los temas de nuestra sociedad, son marginados de la selección pública. Ya sean estos testimonios, ensayos o literatura, son títulos que no entran en los anaqueles públicos, impidiendo la circulación de la reflexión y creación de sus autores, al mismo tiempo que se niega a las nuevas generaciones la posibilidad de conocer y pasar por el corazón los dolores de la humanidad, los atropellos a la dignidad humana.

En la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado, el 11 de septiembre 2023 en la Plaza de la Constitución, el presidente Gabriel Boric retomaba una vez más la promesa del Nunca más: “que nunca más la violencia sustituya nuestra convivencia al debate democrático”, destacando la importancia de la verdad, la justicia y la reparación para el presente y el futuro, “sólo asumiendo las deudas del pasado y sanando realmente esas heridas, cosa que no se puede decretar con una carta al diario o una interpelación a las víctimas, será posible una convivencia en armonía”.

Sin embargo, ese repetido compromiso que hemos venido escuchando de las autoridades durante toda la postdictadura parece nuevamente quedar sin sustento cuando vemos cómo los temas de la memoria y la justicia en torno a los crímenes de lesa humanidad cometidos en los años de la dictadura civil-militar, han sufrido un retroceso en el sentir ciudadano mayoritario, y más todavía en las nuevas generaciones.

Constatamos que estos temas son tratados como un asunto del pasado -un asunto casi privado- que concierne a los familiares y los más próximos de quienes resistieron a la brutal dictadura, y/o fueron sus víctimas. Y agrava la situación, el hecho que parte de las mismas instituciones del Estado responsables ayer de tales crímenes, hoy nuevamente pretenden gozar de impunidad ante las violaciones de derechos humanos cometidas durante la revuelta popular del 2019.

Para avanzar hacia un verdadero “Nunca más”, es básico que los dolores e historias de la tragedia que vivió Chile tras el golpe de Estado pasen por el corazón de las y los ciudadanos de nuestro país, y para ello es importante no dejar que domine la omisión o el silencio, y con ello la ignorancia, la tergiversación, la indiferencia, que finalmente transforma todo en una falta de humanidad ante el dolor, y lesiona gravemente la convivencia democrática.

Un verdadero “Nunca más” tampoco está acotado a las violencias y violación de derechos humanos del pasado, sino que de manera permanente debe interpelar el presente. Más aún, cuando ese Nunca más ha sido un compromiso de Estado, siendo los órganos de este los que deben velar de manera integral y permanente para que dicha frase se haga realidad y se sostenga en el tiempo.

Que las y los jóvenes puedan acceder a obras escritas, audiovisuales o representaciones de teatro en torno a esa memoria latente, y los conflictos de la sociedad actual, posibilitaría entender e integrar de otra manera el entorno y su propia historia, contribuiría a desarrollar una mínima empatía con las alegrías y el sufrimiento de los otros, impidiendo que la insensibilidad y la apatía ante el dolor del prójimo se instale, elementos centrales para hacerle frente a la no repetición de la historia.

En los 35 años de camino editorial, la historia, la memoria, la verdad y la justicia en torno a la dictadura ha estado al centro de nuestro quehacer editorial, y hemos visto la continua exclusión de esos libros de las adquisiciones para las bibliotecas de los Centro de Recurso para el Aprendizaje CRA de la Subsecretaría de Educación (MINEDUC), como también, ocurre frecuentemente con las Bibliotecas Públicas, espacios cada día más encapsulados en una tecnocracia de los rankings.

A través de solicitudes de acceso a la información de la Ley de Transparencia, logramos ver parte los discursos de la exclusión y la censura para los libros en torno a la memoria política y social, y una y otra vez se repite, con observaciones como: “no recomendado. El contenido del texto supera el nivel escolar de Ed. Media. Requiere mediación por tratamiento de temas sensibles y violencia, considerando que los libros para la biblioteca deben estar en estanterías abiertas a los usuarios.” O, “no recomendado. Presenta escenas crudas y violencia que requieren de mediación”.

No deja de ser irónicamente absurdo, en tiempos en que las y los jóvenes son expuestos cotidianamente a una exacerbada violencia en las redes y medios, que los evaluadores del CRA consideren que no pueden exponerse narrativas que hablen de violaciones a los derechos humanos.

Es como si en Europa prohibieran en bibliotecas escolares todo texto relacionado con el nazismo, por ser un temas sensible y violento.

Y cuando algunas obras logran pasar el cedazo de los evaluadores, y esos libros son recomendados, sucede que otros mecanismos “internos” los dejan finalmente fuera de la preselección que se entrega a las y los profesores para que escojan lo que definitivamente se adquiere para las bibliotecas.

Lo mismo ocurre con obras de lo que se considera hoy la narrativa social del Siglo XXI, la Novela Negra, o el género Neopolicial.

Durante el último periodo, las novelas de Ramón Díaz Eterovic, el más reconocido autor del género en nuestro país, se han visto enfrentadas al veredicto: “No recomendado / El contenido del texto no es recomendable para el nivel y la temática requiere de una mediación y diálogo considerando…”.

Así, ante la oportunidad de que a través la ficción se pueda incentivar una reflexión más profunda en torno a la criminalidad o la violencia delictual, potenciando sentidos en torno a la búsqueda de la verdad, la justicia, etc. el CRA decide clausurar la posibilidad de abrir otra entrada al tema y motivar el debate. Y, por defecto, se desentiende de tal responsabilidad, dejando que el discurso sobre la criminalidad y delincuencia de las redes, radio y TV sea el que se instale en las consciencias de las y los alumnos.

Triste pensar que instituciones como el Ministerio de Educación, bajo uno de los gobiernos más progresista, supuestamente, y en pleno siglo XXI, se transformen en guardianes de la “historia oficial”, censurando en los hechos nuestra memoria histórica y social, limitando el acceso a obras que podrían ayudar justamente a revertir la fragmentación de los discursos y sentidos colectivos, y a la construcción de una democracia más consistente.

La práctica de la censura a los libros en bibliotecas, por parte de organizaciones ultra conservadoras, es un fenómeno masivo en Estados Unidos, que se ha acentuado con el triunfo de Trump. Que aquí sean las mismas instituciones que aplican métodos similares para evitar toda polémica o por algún otro motivo, no deja de sorprendernos.

En el ya citado discurso del presidente, este recordaba que “aún en la noche más oscura hubo quienes valientemente lucharon para que no perdiéramos lo que con tanto esfuerzo habíamos avanzado, los que guardaron un pedacito de historia para contarla, los que grabaron un casete y lo pasaron de mano en mano, los que enterraron sus libros”.

Felizmente hoy en Chile no vivimos esa oscuridad a la que refiere el presidente, no obstante, la cultura en general y los libros en particular transitan a la deriva, y los que sugieren memoria incómoda o crítica, lisa y llanamente -con todos los certificados timbrados por la burocracia-, son en su gran mayoría erradicados de las bibliotecas escolares y públicas, silenciados para las nuevas generaciones.

Aun así, seguiremos celebrando la lectura, las lecturas, de esos pedacitos de historias reales y ficticias que nos traen los libros libres, y seguiremos haciendo los esfuerzos necesarios para pasarlos de mano en mano en busca de las y los lectores atentos, que confían en ese instrumento como soporte de diversidad, memoria, reflexión, debate, encuentro, democracia y una mejor humanidad.

lunes, 9 de noviembre de 2015

"Palabras mágicas, asépticas, limpias e higiénicas"



Por ideología y por catálogo, la editorial chilena LOM cumple en su país un papel semejante al que el Centro Editor de América Latina cumplió en la Argentina: se trata de libros de calidad vendidos a precios populares, con la voluntad de dejar una impronta en los lectores de Chile. Ocupa así un curioso lugar entre las editoriales independientes de Latinoamérica ya que, con un catálogo vivo de más de 1500 títulos, una gigantesca cadena de distribución, imprenta propia y unos 12 títulos mensuales, compite, desde hace veinticinco años, seriamente y en todos los campos, con las multinacionales españolas. Sin embargo, por ideología y por catálogo, no goza de la atención debida en los medios de comunicación que, sistemáticamente, pasan por alto sus novedades, creando una suerte de censura encubierta y por ello aun más desleal que la que históricamente conocen todos los emprendimientos que se animan a imaginar un mundo diferente. Acaso hartos de esta situación, Paulo Slachevsky y Silvia Aguilera, sus propietarios y directores, publicaron el día 6 de noviembre la siguiente columna de opinión en El Mostrador, publicación digital trasandina.

La censura del mercado:
nueva cara de una práctica inquisitorial

Vestidos de túnica primero, de sotana, de uniforme militar o de gris funcionario después, la figura del censor muchas veces ha estado marcada por el sello del terror. Una y otra vez han aparecido estos personajes a lo largo de la historia, restringiendo la libertad de pensar, de criticar o disentir. Una y otra vez han decretado prohibiciones y clausuras; y los más obcecados, con diversos y siniestros métodos han llevado a prisión, han castigado y torturado a quienes no siguen las normas imperantes o el dogma. La defensa de la libertad de prensa y de expresión nace justamente en oposición al dominio de la censura religiosa, moral, política y cultural en las sociedades

Podemos alegrarnos de que en nuestro tiempo la censura, que sigue siendo regla en muchos países y comunidades, esté –en general– claramente marcada por la impopularidad, por lo que en el mundo occidental la caricatura del gris censor que ejerce la censura previa en periódicos o películas es cada vez más minoritaria. Sin embargo la censura, como muchas cosas en nuestras sociedades, también cambia de cara o disfraz, y la parodia ha silenciado una nueva cara de este mal; del Índice de los libros prohibidos de la Inquisición a los bandos militares o decretos de la dictadura, que hacían explícita prohibición de publicaciones, textos e imágenes, la censura ha encontrado otros caminos no menos perversos y efectivos, cuya alfombra roja ha sido instalada por el mercado.

Así, del oscuro personaje que tras las bambalinas tachaba y suprimía, hoy nos encontramos con empresarios, gerentes comerciales, ejecutivos de la web, periodistas, editores o directores de medios de comunicación y editoriales, que “luminosamente” vestidos, simplemente aplican el “no vende”. Palabras mágicas, asépticas, limpias e higiénicas que “desinfectan” las librerías, radios, salas de cine y periódicos de aquello que no entra en la norma del modelo o en los gustos de este censor del siglo XXI. Con el poder de los estudios de mercado, ratings o rankings, se aplica el no vende y sus múltiples variantes, no dejando ámbito que no sea tocado y, como en su época de gloria, la censura sigue ejerciendo un brutal poder excluyente en nuestras sociedades y países con los métodos más diversos e inocuos. En el fondo, da lo mismo que el dictamen de la muerte comercial –lo censurado– tenga o no sustento, el juicio impone una realidad y difícilmente se va a vender aquello de lo que no se habla o no se exhibe.

Irónicamente, la propiedad intelectual y los derechos de autor juegan un rol no menor en esta nueva fase de gloria y majestad de la censura de este tiempo. Son muchas las obras que no se publican o tienen fragmentos y/o imágenes suprimidos porque no cuentan con los derechos o autorización para ello. Son muchas las traducciones silenciadas porque otro editor de la lengua cuenta con el derecho exclusivo de publicación. ¿Por qué estamos obligados a acceder a una sola versión del Kaddish de Ginsberg, por ejemplo, y tener que pagar US$26 por ello, cuándo una edición local costaría menos de la mitad?

Son múltiples los vericuetos que abarcan los campos de la censura, y en ellos no dejan de entremezclarse diversas motivaciones en su aplicación, desde los más puristas principios de mercado hasta la censura ideológica disfrazada de rentabilidad económica, pasando por las animadversiones personales o la invisibilidad de todo lo que no haga parte de las redes de amistad o intereses comerciales. Un ejemplo de ello es la marginación de la crítica e información a quienes no son clientes de la parrilla publicitaria del medio de comunicación.

Pero cualquiera sea la forma que adopte la censura, sus efectos y costos para la diversidad, la libertad, la creación, son altas. Como señala Georges Steiner, “la censura de mercado” afecta intensamente todo aquello que “es difícil e innovador, …intelectual y estéticamente exigente”, dando cuenta de que “el patrocinio de los medios de masas y el libre mercado, el oportunismo distributivo del consumo de masas, podrían ser más nocivos para el arte y el pensamiento que la censura de los regímenes del pasado”.

Una y otra vez, hemos enfrentado las censuras; hoy no es posible callar y quedar indiferentes ante esta nueva expresión que coarta el derecho al acceso a la cultura y la información. En el ámbito cultural, la defensa y fomento de la diversidad cultural le hace frente, potenciando espacios que hagan posible la creación, producción y difusión de las más diversas expresiones culturales del mundo. Se suman a ello las batallas contra la concentración de la producción cultural e informativa en manos de las multinacionales de la industria del entretenimiento y de los grandes grupos de las comunicaciones, bastiones de la censura de mercado. En estas y otras áreas, es necesario impedir que sus prácticas se naturalicen, enfrentando y develando los engranajes y las complicidades que permiten su funcionamiento.

Parafraseando un dicho de la sabiduría popular: aunque la censura se vista de seda, censura queda.