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jueves, 11 de julio de 2024

El tratamiento de la homosexualidad en la RAE

Francisco Molina Dìaz
Docente e Investigador del área del Lengua Española del Departamento de Filología y Traducción de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla. publicó eel 28 de junio, en The Conversation, un interesante artículo sobre la manera en que la RAE, con su mentalidad troglodita se ha ocupado a lo largo del tiempo de las distintas palabras que se refieren a la diversidad sexual.

Cómo aborda la Real Academia Española a la diversidad sexual

Son frecuentes, sobre todo cuando hay cambios en el diccionario, las críticas a la Real Academia Española por xenófoba, racista, antisemita, machista, homófoba, misógina y cualquier otra acusación de incitación al odio o rechazo a un colectivo. Suele imputársele incluir acepciones ofensivas a la dignidad.

Quizás esta acusación surja por la extendida costumbre de no leer los prólogos, preámbulos, introducciones, avisos y advertencias que preceden a los diccionarios. Precisamente, en el preámbulo de la última edición del diccionario académico, la del Tricentenario, se afirma:

“La corporación […] procura aquilatar al máximo las definiciones para que no resulten gratuitamente sesgadas u ofensivas, pero no siempre puede atender a algunas propuestas de supresión, pues los sentidos implicados han estado hasta hace poco o siguen estando perfectamente vigentes en la comunidad social”.

¿Sería adecuado eliminarlos para que ningún hablante los conozca y, así, evitar usarlos? El preámbulo del Diccionario de la lengua española responde:

“Del mismo modo que la lengua sirve a muchos propósitos, incluidos algunos encaminados a la descalificación del prójimo o de sus conductas, refleja creencias y percepciones que han estado y en alguna medida siguen estando presentes en la colectividad. Naturalmente, al plasmarlas en un diccionario el lexicógrafo está haciendo un ejercicio de veracidad, está reflejando usos lingüísticos efectivos, pero ni está incitando a nadie a ninguna descalificación ni presta su aquiescencia a las creencias o percepciones correspondientes”.

El diccionario no es la obra moral que prescribe qué palabras usar; no es un catecismo, ni un libro de buenas maneras, aunque la Academia, en el mismo preámbulo, reconoce que “existe la ingenua pretensión de que el diccionario pueda utilizarse para alterar la realidad”. El diccionario refleja la sociedad que emplea la lengua, sus virtudes y sus vicios, sus bondades y maldades, y sus cambios. Por eso varía, reflejando salidas y entradas de palabras y sentidos, según el uso de los hablantes.

Palabras para definir el concepto
Ahora, tras el Mes del Orgullo LGTBI+, miramos cómo la RAE aborda la homosexualidad, que el diccionario define como “inclinación erótica hacia individuos del mismo sexo”, incluyendo lesbianismo ‘homosexualidad femenina’ y uranismo ‘homosexualidad masculina’.

Los dos términos tienen origen clásico, aunque los tintes idílicos de la antigüedad pronto se topan de bruces con la definición de uranismo en el diccionario de Alemany y Bolufer (1917). Primero se incluye como patología; se emplea, “principalmente, en medicina legal”. Luego se dice que es una “inversión sexual” sin origen físico, pura perversión, sin que los órganos genitales presenten “vicio de conformación”.

En los diccionarios de la RAE hay voces diversas para el hombre homosexual: bujarra, bujarrón, gay, homosexual, marica, maricón, mariquita y sarasa. Y también afeminado, bollero, invertido, lesbiano y tortillero. Estos últimos aparecen con variación de género, con formas masculinas y femeninas.

Los primeros en aparecer, en el Diccionario de autoridades (1726 y 1734), son afeminado, bujarrón, marica, maricón e invertido. En 1803 surge mariquita. Y en el siglo XX, sarasa (1925), bujarra (1927), homosexual (1936) y gay (1984). Todas siguen estando, salvo bujarra, que desaparece en 1992. No supone esto que la inclusión en el diccionario coincida con el momento de su aparición en la lengua española; el refrendo del diccionario se produce tras la comprobación de su uso frecuente.

Pero el lesbianismo también recibe voces despectivas, aunque menos y más tardías. La primera aparición de lesbiano se da en el suplemento del diccionario académico de 1970 y remite a amor lesbio: “Amor homosexual entre mujeres”. Tortillera se incorpora en 1985, y bollera en 1989. Ambas llegan marcadas como “vulgares”.

Definiciones que cambian con el tiempo
Pero no solo las incorporaciones o desapariciones de palabras en la lexicografía son interesantes. También lo son las definiciones y ejemplos que afloran.

En 1726, en el Diccionario de autoridades, para afeminado no se usa ninguna definición que aluda a la sexualidad, pero se asimila a lo femenino, inferior a lo masculino: “Inclinado, y reducido al génio y manéra de obrar y hablar de las mugéres […]. Lat. Debilis. Imbecillis. Infirmus”.

Homosexual, en 1936, se define como “sodomita”, y así llega hasta 1956; en 1950 es el que “busca los placeres carnales con personas de su mismo sexo”.

En 1989 se identifican afeminado y homosexual y aparece un sentido que acerca la homosexualidad al vicio: “Inclinado a los placeres, disoluto”. Y es que la sociedad española aún relacionaba la homosexualidad y perversión: en 1995 estallaba el caso Arny, un juicio de prostitución de menores en un bar de Sevilla en el que los imputados, todos ellos hombres homosexuales, y algunos famosos, fueron acusados sin pruebas y juzgados en los medios de comunicación, aunque la mayoría resultarían finalmente absueltos.

La débil voluntad que Autoridades asocia a la mujer está en las definiciones de marica y maricón. Marica es un hombre fácilmente manejable: “hombre afeminado y de pocos brios, que se dexa supeditar y manejar”. En 1803 se describe como hombre “de poco ánimo y esfuerzo” y en 1984, “homosexual, invertido”. Desde 1992 marica es un “insulto empleado con o sin el significado de hombre afeminado y homosexual”.

Maricón tampoco se libra de la supuesta abulia femenina: para Autoridades es “hombre afeminado y cobarde”. En 1884 se le añade “sodomita”, y en 1970, “invertido”. No conformes, en 1984 es “persona despreciable e indeseable”. En 1992 se mantiene la voz, pero al menos se indica que es “insulto grosero”. Y el bujarrón es “hombre vil è infame, que comete activamente el pecado nefando” (1726).

En definitiva, los diccionarios académicos, desde Autoridades hasta la edición del Tricentenario, incorporan y pierden palabras y definiciones relacionadas con la homosexualidad: la Academia no se erige en creadora de comportamientos lingüísticos, sino en reflejo de la actuación de los hablantes.

La lengua no es un ente estático; al contrario, es una de las realidades más dinámicas que conocemos y, como tal, cambia en función de la evolución de la sociedad que la usa. Precisamente por ello es por lo que la RAE realiza ediciones periódicas de su diccionario: el objetivo es reflejar cómo la lengua varía en función de los cambios sociales; y la percepción de la homosexualidad no escapa a esta transformación y deja por ello su reflejo en el tratamiento lexicográfico.

miércoles, 27 de diciembre de 2023

"El misterio de la lista incongruente"

En 2019, a partir de veinticinco entradas, este blog se ocupo de explicar por qué no hay que usar el Diccionario de la Real Academia Española, mostrando engorrosas definiciones del todo absurdas que, por si fuera poco, sesgaban el uso de la lengua castellana hacia una variante groseramente ibérica. Luego, en diversas ocasiones, hemos vuelto a la cuestión. Suponemos que hoy, cuando gracias a un breve artículo de Marietta Gargatagli volvemos al tema, no termina la cuestión.

"Gaucho"

¿Qué decir de las definiciones del diccionario de la Real Academia Española en relación con la palabra “gaucho”, palabra a la que califican de origen incierto?

1. adj. Arg. y Ur. Perteneciente o relativo a los gauchos. Un apero gaucho.

2. adj. Arg. y Ur. Dicho de una persona: Noble, valiente y generosa.

3. adj. Arg. Dicho de un animal o de una cosa: Que proporciona satisfacción por su rendimiento.

4. adj. Arg. p. us. Ducho en tretas, taimado.

5. m. Mestizo que, en los siglos XVIII y XIX, habitaba la Argentina, Uruguay y Río Grande del Sur, en el Brasil, era jinete trashumante y diestro en los trabajos ganaderos.

6. m. Arg. y Ur. Hombre de campo, experimentado en las faenas ganaderas tradicionales.

El misterio de la lista incongruente —la definición de la palabra está en quinto lugar precedida de acepciones contradictorias e incluso desusadas— resulta de la fusión de viejos diccionarios de la rae y contribuciones contemporáneas (acepciones 1, 2, 3, 4, 5 y 6) de la Academia Argentina de Letras o, quizás, de la Academia Nacional de Letras de Uruguay. Contribuciones que, dicho sea de paso, no se mencionan. 

Una lástima que la definición 5 de la Academia Argentina de Letras no se reprodujera con exactitud. Siguiendo el hábito de enmendar la plana tan conocido en el arte de traducir de las editoriales españolas, las modificaciones introducidas convierten lo que estaba bien en un menjunje.

Repetimos la acepción 5 y recordamos abajo la increíble definición* de mestizo de la rae.

5. Mestizo que, en los siglos XVIII y XIX, habitaba la Argentina, Uruguay y Río Grande del Sur, en el Brasil, era jinete trashumante y diestro en los trabajos ganaderos.

 La versión original de la Academia Argentina de Letras dice:

Jinete trashumante, diestro en los trabajos ganaderos, que en los siglos XVIII y XIX, habitaba la Argentina, el Uruguay y Río Grande del Sur del Brasil.

También hay transformaciones en la acepción 6. 

La rae:

6. m. Arg. y Ur. Hombre de campo, experimentado en las faenas ganaderas tradicionales.

La versión original de la Academia Argentina de Letras decía:

                  Peón rural experimentado en las faenas ganaderas tradicionales. 

La sustitución de “peón rural” por “hombre de campo” (rae) se explica por la permanente obsesión por eliminar palabras americanas para poner en su lugar cualquier cosa: en la Argentina, un “hombre de campo” suele ser el propietario rural y no el trabajador.

Además, como en muchos países, “hombre de campo” se opone a “hombre de ciudad” con el mismo sentido genérico de “hombre de la calle”, “hombre en la multitud”… nada que convenga a “gaucho”.

*Definición de mestizo: persona nacida de padre y madre de raza diferente, en especial de blanco e india, o de indio y blanca.


Si alguien alguna vez quisiera revisar el diccionario de la rae para darle una última oportunidad antes de que desaparezca debería mencionar que las “indias” a las que se alude en la definición de “mestizos” fueron mujeres indígenas a las que violaron los “blancos”enviados por Isabel de Castilla y sucesores. Si de esa unión forzada nacía una niña, la criatura se incorporaba a la sociedad colonial, como concubina, como servidumbre, en raroscasos, como esposa legal. Si nacía un varón, al menos en el sur del sur, tenía que ganarse la vida en la trashumancia de las interminables praderas americanas. De ahí la ambivalencia etimológica entre “gaucho” y “guacho”.

Resulta imposible no señalar, por fin, una rareza.En un diccionario que no ofrece etimologías, los americanismos tienen ese honor. Elevados al rango de “extranjerismos” la etimología los “explica” y los sumerge en un río común donde se bañan públicos (hablaremos de esta cuestión otro día) a los que se percibe, cada vez más, como más iletrados.

En las observaciones anteriores se cita el Diccionario del habla de los argentinos, Academia Argentina de Letras, Espasa, 2003.

viernes, 3 de marzo de 2023

Estos tipos bien se podrían meter sus respectivos curriculums en el culo

Según ya es deporte, muchas veces este blog se dedica a revelar en que andan las mentes siempre en ebullición de los académicos españoles. Así, viendo hoy en InfoBAE un suelto sobre la escritura de una palabra, acudimos a la fuente y dimos con el sitio de la FUNDEU, esa rama gurka del la Real Academia, cuyos esbirros se dedican a "aconsejar" a los periodistas hispanoamericanos, ay, siempre tan propensos a esribir el mal castellano que se habla en sus países. 

Currículo y currículum

Currículo y currículum se escriben con tilde y en redonda, mientras que la locución curriculum vitae no se acentúa gráficamente, de acuerdo con la Ortografía de la lengua española.

En los medios de comunicación es habitual encontrar frases como «La oposición ha pedido que se revise el currículum vitae del consejero», «Redactar el currículum vitae puede ser una de las tareas más complejas» o «Su currículum vitae debe ser conciso, no parecer recargado de información».

Pese a que el Diccionario panhispánico de dudas (2005) establecía el uso de la tilde en esta locución, la actual Ortografía (2010) ha modificado este criterio y aboga por escribir las locuciones latinas en cursiva y sin tilde, de modo que lo apropiado en los ejemplos anteriores habría sido curriculum vitae.

En esta locución la pronunciación corriente del segundo elemento es /bíte/, propia del latín vulgar, aunque también se emplea /bítae/, correspondiente al latín clásico. En cambio, no es adecuada la pronunciación /bitáe/.

Los plurales de currículo y currículum son currículos y currículums, respectivamente; el de la locución, sin embargo, es invariable y tiene género masculino: los curriculum vitae. Se considera inadecuada la variante currícula.

Por otro lado, se recuerda que currículo, currículum y curriculum vitae solo son sinónimas con el significado de ‘relación de los títulos, honores, cargos, trabajos realizados, datos biográficos, etc., que califican a una persona’. La voz currículo es además ‘plan de estudios’ y ‘conjunto de estudios y prácticas destinadas a que el alumno desarrolle plenamente sus posibilidades’.

Cabe señalar, finalmente, que las voces videocurrículum y videocurrículo se escriben con el elemento compositivo video- unido a currículum y sin tilde.

viernes, 4 de noviembre de 2022

¿"Aseo, limpieza" = "Curiosidad"?

Jorge Aulicino, además de poeta y traductor, es jubilado. Por eso, seguramente –y esto quizás sea un prejuicio–, se dedica a las palabras cruzadas y gracias a ellas refrenda lo señalado muchas veces en este blog: no hay que usar el diccionario de la Real Academia porque es malo.

Palabras cruzadas

Hace tiempo quería escribir algo sobre los crucigramas y su vil dependencia del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), apoyando las iras de Jorge Fondebrider contra este instrumento desactualizado que dos por tres es defendido por sus editores como mero registro, sin el ánimo de impartir reglas como antaño, cuando su lema, como el de la Academia, era “limpia, fija y da esplendor” (igual que el Puloil que usaban en mi casa). Hay algo peor, que menciono al paso: en un tiempo los crucigramas ponían a prueba –creo yo– los conocimientos del lector medio de un periódico. Las palabras en que se basaba el juego eran una suerte de charada para llegar a un resultado limpio y propio del idioma que tales lectores conocían, o debían conocer. Hoy, una de cada tres palabras es un dato que ni siquiera los lectores más avispados y cultos retienen en la mente. Lo cual obliga al uso de la Internet, para regocijo de todos cuantos lucran con ellas, especialmente Google. En el “Autodefinido” número 6.845 del diario Clarín, de Buenos Aires, se incluyen: “República insular de Micronesia en el Océano Pacífico”, “Antiguo país en la elevada llanura al Este del Mar Negro”, “Municipio de Puerto Rico en el Noroeste del país” e “Hija de Cadmo y Harmonía”. Existen, gracias a Dios, sitios que ofrecen las soluciones a casi todas las palabras a las que suelen recurrir los hacedores de crucigramas. Jorge Göttling, uno de los mejores y más clásicos periodistas que conocí en mi vida, erudito en el tango y en algunas cuestiones internacionales de las que debió ocuparse debido al asiento que le tocó en la redacción de Clarín, dedicaba poco menos de media hora a resolver el crucigrama del diario, antes de empezar el trabajo. Era un hombre culto, y además memorizaba las palabras comodín de los crucigramas, cuya trampa más común consiste en la ambigüedad. Esa ambigüedad ha devenido tramposa en los “Autodefinidos” porque las definiciones están escritas en mayúsculas y sin acentos, de modo tal que pueda leerse tanto “llevo” como “llevó”, de manera que la solución puede ser “conduzco” o “condujo”.

Pero volviendo al DRAE, en el “Autodefinido” 6.846 figuran al hilo dos verticales inescrutables: “Desperdicio que queda después de ahechado el trigo” y “Aseo, limpieza”. La primera parece uno de los rebuscamientos a los que nos tienen acostumbrados los crucigramas, pero es posible resolverla por lógica del lenguaje y teniendo en cuenta el número de casilleros ofrecidos para la definición. La anticuada palabra, basada en el DRAE, es “ahechadura”. La segunda me fue imposible resolverla con diez letras. ¿Cuál era esa palabra?: “curiosidad”. Yo creo no hay hispanohablante que usé “curiosidad” por aseo o limpieza, pero es sin embargo la segunda acepción en ese diccionario. He leído mucho, y en mi juventud muchas novelas traducidas en España. No recuerdo haber leído nunca la palabra “curiosidad” por aseo o limpieza. Este no es el único caso de una rareza admitida por el diccionario de la RAE. En el mismo crucigrama se incluye “Aceptar la herencia”, cuyo resultado es “adir”, y “Cabestro, ronzal” como sinónimos de “camal”.Con estos dos juegos de casi trampas las soluciones del Autodefinido solo se le pueden pedir a Mandrake.

Lo que nos interesa sin embargo es que el lector semiculto que crea que una palabra existe porque figura en el DRAE se equivoca, y solo aumentará su ignorancia y el crédito del rancio y mal planteado diccionario, cuya ideología imperial solo queda disimulada por declaraciones de modernización que parecen un púdico pareo tejido en China.

Por lo demás, el DRAE se ocupa de señalar el país de uso de muchas palabras. Por ejemplo, si uno busca “cuate” en la edición “virtual” encontrará la abreviatura Méx. antes de la definición: el cursor le revelará la palabra entera, que es “México”, pero que antes era “mexicanismo”, esto es, una impureza del idioma que no merecía ser fijada y no daba esplendor. Bueno sería que aclarara dónde se usa “curiosidad” como aseo. Y también –como lo hacen algunos diccionarios de otras lenguas– en qué año la encontraron registrada por primera vez. Allí es cuando el pareo cae y deja al desnudo unas carnes flácidas.

miércoles, 26 de octubre de 2022

Por qué en el 2022 tampoco hay que usar el Diccionario de la Real Academia Española

Si los lectores de este blog consultaran la columna de la derecha, en el índice de temas y entradas hay toda una serie que se llama “Por qué no hay que usar el Diccionario de la Real Academia Española”. Allí, durante meses, a lo largo de 2019, ofrecimos diversos ejemplos de malas definiciones, errores de todo tipo y, por supuesto arrestos de nacionalismo ibérico que francamente dan náuseas. La suerte quiso que hoy nos topáramos con otro.

Buscando la palabra “charro”, hete aquí que dimos con las siguientes definiciones:

1. adj. Aldeano de Salamanca, y especialmente de la región que comprende Alba, Vitigudino, Ciudad Rodrigo y Ledesma. U.t.c.s.

2. adj. Perteneciente o relativo a las aldeas de Salamanca o a los charros. Traje charro. Habla charra.

3. adj. Dicho de una cosa: recagada de adornos, abigarrada.

4. adj. Méx. Propio del charro (jinete).

5. M. y f. Méx. Jinete o caballista que viste traje especial compuesto de chaqueta corta, camisa blanca y sombrero de ala ancha y alta copa cónica, con pantalón ajustado para los hombres y falda larga para las mujeres. U.t.c. adj.

6. f. Hond. Sombrero común, ancho de falda y bajo de copa.

Vale decir: pese a las promesas y juramentos que Pedro Álvarez de Miranda Gándara, el director del DRAE, hiciera en el Congreso de la Lengua de Córdoba (Argentina), de 2019, cuando se le reclamó el papel privilegiado que tienen los significados españoles respecto de los hispanoamericanos, en la edición de 2021, a) se siguen privilegiando los usos españoles, por insignificantes que sean y b) se indica Mex. (por mexicanismo) o similares, aun cuando la acepción de la que se habla sea mucho más común y universal que el limitado uso español, porque, al menos en este caso, convengamos que la palabra “charro” y su acepción mexicana comprende a muchos más hablantes que los que simplemente se refieren al gentilicio en cuestión.

Por estas cosas, entre muchas otras, no hay que usar el Diccionario de la Real Academia española.


miércoles, 1 de septiembre de 2021

Problema: según el DRAE, en España no se garcha


El 30 de agosto, nuevamente en las páginas del diario argentino Ámbito, algún periodista temeroso de dios creyó oportuno publicar el siguiente artículo, sin firma, donde se le reconoce al Diccionario de la Real Academia un autoridad que no tiene, como institución rectora de la lengua castellana. Más allá del estado al que los actuales candidatos de casi todos los partidos políticos han rebajado el debate público en vista a las próximas elecciones de mediano plazo, ésta es una nueva oportunidad para señalar que, gracias a la ignorancia de los periodistas, el DRAE, uno de los peores diccionarios que existen, sigue teniendo usuarios,

"Gar...", la definición que usó Tolosa Paz está en Wikipedia pero no en la RAE

"Garchar", la definición utilizada por la precandidata a diputada nacional por el Frente de Todos en la Provincia de Buenos Aires, Victoria Tolosa Paz, que días atrás reivindicó el “goce” y el “disfrute” como una parte importante de la vida, no está en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) pero sí en Wikipedia.

La RAE, rectora de la lengua castellana, al buscar el término "garchar", dice: "La palabra garchar no está en el Diccionario". Y agrega: "Las entradas que se muestran a continuación podrían estar relacionadas" y orienta la búsqueda a definiciones como "marchar" o "parchar".

En cambio, en Wikipedia, no sólo da una definición del término utilizado por Tolosa Paz, sino que brinda la conjugación en tiempo verbal.

Así, etimológicamente la palabra garchar viene de "garcha ("pene")", según Wikipedia y significa "mantener relaciones sexuales". Además, su ámbito de aplicación es Bolivia y el Río de la Plata, y es una palabra de uso jergal o malsonante. En esa línea, como sinónimo, recomienda: "véase Tesauro de coito".

“En el peronismo siempre se garchó, es así”, sostuvo Tolosa Paz en una entrevista en tono informal recientemente. “Nosotros vinimos para hacer posible la felicidad de un pueblo y la grandeza de una patria, y no hay felicidad de un pueblo sin garchar. Perdón, nosotros somos así. Lo que digo, es parte importante de la vida, el baile, el disfrute, el goce, no lo vamos a ocultar. Somos seres humanos, nos gusta gozar, nos gusta divertirnos”, señaló en diálogo con Pedro Rosenblat, también conocido como el Cadete, y Martín Rechimuzzi.

Las declaraciones generaron polémica a dos semanas de las PASO y hubo reacciones de la oposición y también de parte del oficialismo. "El Gobierno subestima a los jóvenes, dejemos que que ellos se ocupen de su sexualidad, nosotros tenemos que encargarnos de que tengan trabajo y educación", lanzó María Eugenia Vidal.

Por su parte, el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, cuestionó a la precandidata a diputada nacional del Frente de Todos en la Provincia de Buenos Aires y remarcó que "por más garche que haya, el pueblo es infeliz si no hay equidad social".

jueves, 19 de agosto de 2021

"El mundo creado por nuestro cerebro"

Borges decía alternativamente que el Diccionario de la Real Academia era una superstición española y también, un cementerio de palabras. A la luz de sus dudosas definiciones y de la manera caprichosa en que éstas han ido fluctuando con los años, ambas premisas pueden ser ciertas. En términos más científicos y menos malhumorados María Águeda Moreno Moreno, Doctora en Filología Hispánica, publicó el siguiente artículo en The Conversation, posteriormente vuelto a publicar en Cultura InfoBAE, del 18 de agosto de 2021. Según la bajada, “La investigadora de la Universidad de Jaén hizo una comparación de la evolución del término para reflexionar sobre la fragilidad de afirmaciones como “si no está en el diccionario, no existe”

La historia de la definición de la palabra ‘mundo’ y lo que dice de la objetividad del diccionario

Son muchos los que entienden el diccionario como una prueba objetiva de conocimientos, hasta llegar al punto de dudar de la realidad si la obra no arroja resultados a la búsqueda deseada: “No está en el diccionario, no existe”.

Está también quien cree que las cosas son como dice el diccionario, por lo que es necesario, para cambiar el mundo, cambiar el diccionario; es más, si cabe, eliminar esas formas lingüísticas de entre sus columnas.

La confianza en los datos que arroja el diccionario descansa en la pretendida objetividad que se les otorga como depositarios de la cultura. De ahí que los objetos descritos (las cosas, las acciones, las calificaciones, las sensaciones, etc.: nuestro mundo, en definitiva) parecen en sus descripciones objetivas (objetos descritos objetivamente), si bien estas definiciones y sus interpretaciones no son ajenas al individuo. No son ajenas ni al redactor ni al lector de diccionarios. Son, por tanto, objetos descritos subjetivamente.

Tanto el lexicógrafo como el usuario de diccionarios actúan como sujetos cognitivos (es decir, sujetos pensantes). El autor del diccionario analiza y estructura los “objetos descriptivos” o palabras. Y su modo de análisis y la propia estructura ya es un modelo de clasificación subjetiva. Así que los diccionarios no son objetivos. No pueden serlo, pues la acción de definir es sub-subjeto, esto es, “hechas por un sujeto”, por tanto, subjetivas.

Está además atada a la episteme (en los términos en los que Michel Foucault entendió este concepto). Es decir, la objetividad lexicográfica ofrece definiciones en clave de una verdad determinada: la impuesta desde el poder político de la época. Solo de este modo el diccionario “dice la verdad”. Y esto es así, podríamos decir, desde que el mundo es mundo.

Desde que el mundo es “mundo”

Desde el proyecto histórico de la creación del mundo, del cual surgió un orden y un discurso ontológico, se logró transformar ideológicamente nuestras ideas occidentales en un “catolicismo científico”. El modelo bíblico sirvió de explicación científica adoptada y desarrollada en los diccionarios hasta casi nuestros días: el mundo ha sido creado por un ser superior

Es así que las creencias religiosas transcienden a un plano de inmanencia y ontología, impregnan nuestra cultura y conforman nuestra ideología y tradición. La creación del mundo se presenta como un carácter inherente al propio mundo, inseparable de su esencia. Así estas ideas adquieren validez como discurso político, como discurso de “verdad” y se silencia (se desplazan) al mismo tiempo otras opciones discursivas sobre el origen de nuestro planeta y de nosotros mismos.

Sorprende que el diccionario no se haga eco de posturas ontológicas naturalistas, las cuales, con el desarrollo de las ciencias positivas del XIX, como la física y la biología, disponen que es la naturaleza el principio único de todo aquello que es real. El discurso lexicográfico autorizado (discurso en clave de verdad) de la Real Academia Española (RAE) ha mantenido durante cuatro largos siglos (siglos XVII, XVIII, XIX y XX) descripciones ligadas a esta concepción mítica y religiosa sobre la creación y el origen del mundo y de la especie humana.

La historia de la definición de mundo

Desde el primer diccionario de la Academia (1726-1739) podemos detectar las huellas de esta ideología cristiana. El mundo se define como “el agregado y conjunto de todas las criaturas racionales e irracionales, sensibles e insensibles, que componen el universo”.

La palabra criatura ya delata el sentido religioso de la definición, pues se explica como “todo lo que tiene ser y no es Dios”. Aquí no acaban las huellas ideológicas: se añade que mundo viene de “la palabra latina mundus, que significa limpio, por la belleza y perfección con que Dios, Autor Universal, le crio de la nada, y por el orden y disposición de todas sus partes, así materiales como formales”.

El mundo se asocia con la cualidad positiva de la limpieza, propia de Dios, cuyas obras son bellas y perfectas. El ejemplo seleccionado para la definición, tomado de la Política Indiana de don Juan de Solórzano, no escapa a esta idea: “La palabra mundo (dicho así por el orden y aseo con que Dios le compuso) tomada en general comprende Cielo, tierra y mar, y todas las criaturas que en estas partes fueron criadas y colocadas”.

En el diccionario académico de 1869 se reformuló profundamente la entrada. Y el mundo fue concebido como la “suma y compendio de todas las cosas creadas”. Se perdía así la metáfora de “mundo limpio”, (que ligaba al sentido de limpio, igual a puro, contrario a pecado).

Sin embargo, el mundo seguía viéndose un objeto de creación y así llega, sorprendentemente, y a pesar de los nuevos conocimientos científicos, hasta la definición de la edición de 2001, ya más simplificada: “conjunto de todas las cosas creadas”, pero con la misma carga ideológica de origen mítico.

Del mundo creado al mundo existente

La obra académica actual ha revisado la definición. Hoy mundo es el “conjunto de todo lo existente” (Diccionario de la Lengua Española, DLE, 2014). Nos encontramos ante una dicotomía entre crear y existir, entre el mito y el logos. Y es que la palabra crear evoca a la mayoría de lectores occidentales al dios de la religión católica, cuya existencia creadora se asume como natural y universal. Se trata del rastro de una ideología etnocéntrica, basada en la primacía de la cultura europea, católica, frente a las demás.

La dicotomía naturaleza/cultura muestra al diccionario, en relación al tratamiento lexicográfico que le da a esta palabra, como un claro artefacto cultural, por lo que, en realidad, no nos dirá nunca ¿qué es el mundo?, sino ¿cómo interpretamos el mundo?

Y la interpretación no lleva a discursos entendidos en clave de verdad, sino a discursos homogéneamente relacionados con el pensamiento cultural y tradicional de Occidente, de claras tendencias universalistas. Así hemos pasado de comprender el mundo creado por Dios a conferirle la individualidad de la existencia (“existe por él mismo”), casi siguiendo las bases del concepto aristotélico de substancia.

No hay nada más humano, sin embargo, que realizar este tipo de interpretaciones dinámicas en la cultura. Al fin y al cabo, no vemos el mundo que es, sino el creado por nuestro cerebro.

Este artículo se realizó con la colaboración de Alicia Pelegrina Gutiérrez, becaria “Ícaro” del Grupo de Investigación “Seminario de Lexicografía Hispánica”, incorporada desde el “Plan Operativo de Apoyo a la Transferencia del Conocimiento, Empleabilidad y Emprendimiento 2021” de la Universidad de Jaén.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Nuevamente, por qué el DRAE es una basura

Durante 25 semanas de 2019 (ver bajo la rúbrica "Por qué no hay que usar el Diccionario de la Real Academia Española", en la columna de la derecha), este blog se dedicó a explicar en detalle las serias deficiencas del DRAE. Lo hizo sirviéndose de todo tipo de ejemplos (46, para ser exactos). Pero, en esa oportunidad, no se trató la definición de "retraducción". 

El DRAE define así: "Traducir de nuevo, o volver a traducir al idioma primitivo, una obra sirviéndose de una traducción". 

De tal definición resulta difícil entender si se habla de traducir nuevamente algo ya traducido, o si se trata de traducir algo ya traducido a la lengua de partida, como si ésta fuera una nueva lengua de llegada, o si, lisa y llanamente, se habla de "traducir" algo sirviéndose de una traducción previa. Si la definición fuera a ser cada una de esas cosas, debería al menos tener distintas acepciones. Pero no, los académicos, acaso apurados por ir a zamparse la correspondiente butifarra, decidieron poner todo en una única frase y abur.

El Merrian Webster, en cambio, define: "Traducir (una traducción) a otro idioma" y ofrece como segunda acepción "Darle forma nueva a una traducción".

Por su parte, el Collins dice: "Traducir algo que ya había sido traducido", y el Oxford, todavía más suscinto, "Volver a traducir".

En francés, se puede recurrir a las varias acepciones que presenta el diccionario del Centre National des Ressources Textuelles et Lexicales y descubrir allí que "retraducir" es a) traducir de nuevo, b) traducir a otro idioma lo que ya es traducción, c) reformular de otro modo una traducción dada.

Para el diccionario Larousse, "retraducir" es "Traducir de nuevo o partiendo de una traducción dada".

Los ejemplos podrían sucederse en otras varias lenguas, pero creemos que lo hasta acá expresado alcanza para explicar, una vez más, porque el DRAE es una basura, fruto de la mente retorcida de unos pobres mentecatos. Dicho con todo respeto, claro.