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viernes, 23 de abril de 2021

Una encuesta sobre género y traducción (4)

Cuarto día de la encuesta sobre género y traducción.


Paulo H. Britto
(traductor brasileño residente en Río de Janeiro, Brasil)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?

–Indudablemente, todas las traducciones tienen no uno, sino muchos rasgos o características en común: todas son operaciones de reescritura de un idioma a otro; todos implican algún grado de pérdida, en uno o más niveles (semántico, formal, estilístico, etc.). La lista podría continuar casi indefinidamente. Sin embargo, si la pregunta se restringe al campo de la traducción literaria, podemos centrarnos en una única característica: la necesidad de recrear en la lengua de destino las marcas de estilo que están particularmente asociadas con el autor y que se valoran como marcas de literalidad. No es difícil encontrar ejemplos: la sintaxis larga y tortuosa de Proust y James; el uso de neologismos y la presencia de muchas voces diferentes en Joyce; el lenguaje seco y burocrático de Kafka. Pero la recreación de rasgos estilísticos puede convertirse en una dificultad extrema cuando el rasgo en cuestión se basa en un aspecto del idioma de origen que no tiene una contraparte en el idioma de destino. Voy a dar un ejemplo que responde a la pregunta 3: el uso de Emily Dickinson de la oposición entre dos sectores del léxico inglés: por un lado, un núcleo básico de palabras de origen germánico, en su mayoría de una o dos sílabas, el más utilizado el lenguaje, asociado al cuerpo, las pasiones, los conceptos más básicos y los sentimientos más viscerales; por el otro, una periferia de palabras de origen latino o griego, casi siempre polisilábicas, más técnicas, literarias y abstractas. Por un lado, términos como up, big, go, mother, love, think, forgive (“arriba”, “grande”, “adelante”, “madre”, “amar”, “pensar”, “perdonar”); por otro, preeminent, penetrate, encouragement, sympathy, intelligent (“preeminente”, “penetrante”, “aliento”, “simpatía”, “inteligente”). Para decirlo bien, muchos de los poemas de Dickinson comienzan describiendo una escena cotidiana, utilizando solo palabras del primer grupo, por ejemplo, “A bird came down the walk” (“Un pájaro bajó por el camino”), y terminan con un polisílabo abstracto como “infinity” o “eternity” (“infinito” o “eternidad”). El poema parte de experiencias viscerales comunes y termina con una abstracción filosófica; y este camino semántico está marcado por la transición del léxico germánico al léxico latino. Algunos de estos poemas de Emily Dickinson plantean inmensas dificultades cuando intentamos traducirlos a una lengua polisilábica neolatina, como el portugués, el castellano o el italiano.


Roberto Mascaró (traductor uruguayo residente en Malmo, Suecia)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?

–Justamente en estos días he estado pensando mucho en eso. Claro que es un problema y también una aventura para la traducción la cuestión de género. Basta con pensar en el problema que tiene un anglosajón para traducir del castellano, lengua en la que existen los verbos “ser” y “estar” (y no sólo uno, el to be) y los pronombres posesivos y muchas otras formas tienen género (masculino/femenino) y no así en el inglés... Este problema se ahondará cuando se trate de traducir un texto trans, donde aparece un género nuevo, una visión de la vida nueva. Un ejemplo de lo que se me ha presentado y me ha obligado a reflexionar: traducir la palabra människa, que aparece infinitas veces en Strindberg, del sueco. El significado “paternalista” y, por lo tanto, caduco seria “hombre”. Así, människorna fue traducido siempre como “los hombres”, sentido genérico que siempre me sonó exclusivo y machista. Lo resolví dejando de lado la forma masculina y usando el significado “humano”. Asi, he traducido människorna como “los humanos”, para resolver en parte el problema. Esto me sirvió también para “corregir” mis propias expresiones y ya no hablo ni escribo del “hombre”, sino del “humano”. En Suecia se ha trabajado mucho con este tema del género, desde las guarderías y la escuela primaria y secundaria. Cuando el maestro se refiere en tercera persona a un/a alumno/a no lo llama ni han (él) ni hon (ella) sino hen, una palabra inventada recientemente, ya que la identidad de género y la sexual del alumno va a ser decidida por él cuando cumpla los 8 años... No sé si sirven estos ejemplos. Creo que se presentarán más desafíos para el/la traductor/a en el futuro próximo.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Claro que he dejado de lado y no he traducido poemas excelentes a causa de dificultades como lsa que describo arriba y otras. Sobre todo cuando los CONTEXTOS (geográficos, culturales, físicos, filosóficos) se me han presentado como seguramente incomprensibles para el lector... No todo es traducible en literatura, evidentemente. Conservar métrica y rima de un poema sueco en una versión castellana es un desafío que cuesta horas y horas de reflexión... y a veces termina en la papelera.


Mariana Windingland (traductora argentina residente en Mendiolza, Córdoba, Argentina)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?

–En términos generales creo que no existen rasgos genéricos en la traducción, pero podría haber excepciones. Si pensamos en una novela cuyos personajes son femeninos y la trama aborda cuestiones intrínsecas a la biología de la mujer, como el embarazo o la lactancia, seguramente el tratamiento del texto no será el mismo para una mujer que ha vivido estos procesos que para una persona no gestante. Sin embargo, no me parece imprescindible que la traducción la haga una mujer. ¿Para qué está la literatura sino para imaginar y crear otros mundos posibles?

De pequeña adoraba a Julio Verne y a Mark Twain a pesar de ser una niña que crecía en un sistema absolutamente binario. En casa nos compraban, entre otros, los títulos de la Biblioteca Billiken de los años ochenta que editaba en tapa roja las lecturas “de niñas” y en tapa azul las “de niños”. Me pregunto quién hacía aquellas traducciones y si aplicaban el mismo criterio curatorial dividido en géneros. En aquellas épocas solía meterme a hurtadillas en la biblioteca de casa, tarde en la noche cuando ya todos dormían, tomaba un libro de tapa azul, y lo leía con una linterna debajo de las sábanas, a escondidas. Más tarde supe que el capricho editorial no había alcanzado a mi madre y a mi padre y pude echarme a leer el resto de las aventuras al sol. Como apunta Garland, lo que es esencial para traducir es hallar el texto cautivante, el texto te tiene que gustar, tiene que ser un desafío, y esto trasciende el género de quien lo haya creado. Por mi parte, hasta el momento no me he topado con textos que no haya podido traducir por esta circunstancia.

Para cerrar, me gustaría comentar algo aunque sea un poco tangencial a este tema. Hay algunos sustantivos del noruego que no tienen traducción al español por ser neutrales en su género, por ej. barna (la niña + el niño) podría hoy traducirse como “les niñes”, pero foreldre (madre + padre, mor + far) lamentablemente no tiene aún una traducción posible. Ocasionalmente he oído de jóvenes decir “xadres”, pero no creo que su uso sea muy extendido. Un tercer término que también complica bastante es skjæreste, que literalmente significa “mi más queride” y se usa extensivamente para no categorizar los vínculos sexo-afectivos (no se presenta a “mi marido/mi novio/mi amigo con derechos”, sino que se usa “mi más queride” y de esa manera se pone de manifiesto que no se quiere dar más precisiones sobre el tipo de vínculo en cuestión. Pero bueno, aquí nos metemos en otra discusión posible sobre cuestiones de género en la traducción.

miércoles, 1 de abril de 2020

Una encuesta para traductores de poesía (VIII)

Octavo día de la encuesta para traductores de poesía.


Roberto Mascaró
Traductor de Tomas Tranströmer, Jan Erik Vold y Ulf Eriksson, entre muchos otros poetas escandinavos.


1) ¿Por qué razón traduce poesía?
Mi curiosidad por el texto escrito en otra lengua es fruto del deseo de acercarme más al texto original. En la traducción (que primero fue un ejercicio) descubrí que es posible dar vida a un texto escrito por otro, es decir “recrearlo”. Como no creo en el mito de la originalidad del escritor, me zambullí con alegría en ese proyecto. El resultado fue sentir que los textos que traduzco son en parte míos, y como enseña la tradición anglosajona, empecé a considerar la traducción como otro género literario. De manera que mi cosa es ser poeta pero también traductor de poesía. Son dos géneros que cultivo paralelamente. Practicando la traducción, surgen pronto preguntas en torno del género, sus dificultades y sus ventajas. Pronto, uno se enfrenta a una verdad indiscutible: sin traducción no sería posible la civilización. Basta con pensar en los textos fundamentales de Occidente y Oriente (la Biblia, el Corán, Las mil y una noches, etc. y toda la filosofía, desde los griegos y romanos hasta los autores contemporáneos), que no se hubiesen difundido de no haber existido la traducción y los traductores. Es un gigantesco cambio en la estructura cultural mundial. Toda poesía surge en principio enmarcada en una tradición cultural, pero la poesía moderna y contemporánea recibe el aporte de una enorme parte de la poesía universal. La globalización permite acceder a cada vez mayor cantidad de textos en sus versiones diversas, aunque las cuestiones y debates que implica esta actividad ha hecho posible una disciplina académica poco conocida: la traductología.

2) ¿Cómo llega a la traducción? ¿Propone usted mismo al autor? ¿Recibe encargos de parte de la editorial? ¿De quién es la iniciativa?
Al principio, la traducción fue un ejercicio, ya que no tenía editor ni conocía el mundo de este género. Luego aparecieron los editores, y así fue como empecé a dar a conocer las obras de Tranströmer y de Jan Erik Vold, en Uruguay. Luego fundé una editorial propia, encuentros imaginarios, en la que fui publicando autores suecos, noruegos, suecofinlandeses y daneses. Luego fueron apareciendo los editores de España, Venezuela, Chile, Uruguay...y en eso estoy ahora, publicando en la editorial Silabario de Guatemala. Sigo siendo yo el que elige los autores, ya que el editor no puede hacerlo por no conocer las obra originales. De manera que sin quererlo he tenido que estar haciendo el papel de crítico e investigador, escribiendo prólogos y comentarios. De las 90 traducciones que he publicado, yo diría que en el 90% de los casos, el autor lo he elegido yo.

3) ¿Qué criterio emplean las editoriales para considerar la paga que usted recibe?
Los editores tienen criterios diversos en cuanto a la remuneración. Muchos intentan no pagar nada, ya que el traductor no es el autor y por lo tanto “no merece” pago. Otros, los más serios, entienden que es un trabajo (casi siempre más fatigoso que escribir el texto propio) y tratan de hacer justicia. Por suerte existen las agencias estatales de los países nórdicos que remuneran al traductor para difundir sus literaturas. Pero hay editores piratas que dirigen sellos “respetables” y se dedican a estafar a los traductores. Insólito pero verdadero.

4) ¿Hace usted algo para mejorar esas condiciones?
Creo que los que podrían hacer algo para mejorar las condiciones del traductor son las asociaciones de traductores o de autores. En Suecia, país en el que resido, la asociación de escritores ha trabajado muchas décadas para que los derechos del traductor sean respetados.

5) ¿Conoce las políticas de subsidios a la traducción que tienen muchos países del mundo? ¿Los recibe?
Conozco los subsidios que existen en los países nórdicos, que es mi campo de trabajo casi exclusivo.


Carlos López Beltrán
Traductor de Matthew Sweeney y de la gran antología de poesía británica La generación del cordero (en colaboración con Pedro Serrano).


1) ¿Por qué razón traduce poesía?
Por placer personal. Por hacer lecturas más ceñidas, hondas y emocionadas de los poemas que me gustan en otra lengua. Por ejercitar mi propias capacidad expresiva en español, y explorar el espacio de posibilidades que un poema abre sin que el ego esté ahí enmedio obstruyendo la claridad. Por compartir mis entusiasmos con lectores en mi lengua. 

2) ¿Cómo llega a la traducción? ¿Propone usted mismo al autor? ¿Recibe encargos de parte de la editorial? ¿De quién es la iniciativa?
Casi siempre yo propongo. Mucha poesía no la traduzco para publicar sino como ejercicio. Alguna vez acepto propuestas, pero no suelo tener mucho tiempo. Quizá ahora que me jubile de la universidad acepte más.

3) ¿Qué criterio emplean las editoriales para considerar la paga que usted recibe?
Tienen tabuladores vagos. Ejercen su juicio idiosincráticamente. No les gusta pagar mucho por la poesía pues no se vende. Algunos editores creen que los traductores deberíamos hacerlo gratis, por la gloria póstuma.

4) ¿Hace usted algo para mejorar esas condiciones?
Ahora no mucho. Darles lata a los editores cuando los tengo a tiro. Reconocer siempre a los traductores de los poemas que uso o leo.

5) ¿Conoce las políticas de subsidios a la traducción que tienen muchos países del mundo? ¿Los recibe?
México desde hace unos años subsidia la traducción. Alguna vez recibí subsidio mexicano (FONCA) para traducir británicos. También recibí subsidio británico. Generosos ambos. Sobre proyecto determinado. Creo que hoy en día hay muchos más traductores y traducciones buenas que subsidios, lo cual es una pena. 

Silvana Franzetti
Traductora de Hilde Domin, Reiner Kunze, Monika Rinck y Volker Braun, entre otros poetas alemanes contemporáneos


1) ¿Por qué razón traduce poesía?
Son tres las razones que me llevaron a traducir poesía y se fueron sumando a través del tiempo: la traducción como necesidad de lectura de poesía en lengua alemana; la traducción como profundización en la propia práctica de escritura poética y la traducción como uno de los compromisos de difusión de poesía en el campo poético.

2) ¿Cómo llega a la traducción? ¿Propone usted mismo al autor? ¿Recibe encargos de parte de la editorial? ¿De quién es la iniciativa?
La iniciativa de las traducciones que se publican corre por mi cuenta, nunca recibí un encargo de traducción de poesía por parte de una editorial. En cambio, recibo pedidos puntuales de traducción de poemas sueltos para festivales internacionales o encuentros binacionales de poesía, por ejemplo.

3) ¿Qué criterio emplean las editoriales para considerar la paga que usted recibe?
Hasta el momento, la única vez que publiqué un libro de poesía traducido mediante una editorial —la mayor parte de mis traducciones se publican en revistas, festivales y blogs— fue mediante un subsidio a la traducción.

4) ¿Hace usted algo para mejorar esas condiciones?
Por lo expuesto en el punto anterior, no tuve ocasión de actuar en relación con los honorarios que proponen las editoriales.

5) ¿Conoce las políticas de subsidios a la traducción que tienen muchos países del mundo? ¿Los recibe?
Estoy atenta a la información que publica el Instituto Goethe de Buenos Aires acerca de subsidios a la traducción de poesía en lengua alemana en Argentina y recibo con cierta regularidad información sobre becas para realizar residencias de traducción.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (21)

Desde México y Suecia, un traductor mexicano y uno uruguayo participan de nuestra encuesta.

Juan Villoro
Nacido en México D.F., en 1956, es narrador, autor de crónicas, periodista y hoy, incidentalmente, traductor. En 2000 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por La casa pierde, consolidando una trayectoria que había comenzado en 1980, con la publicación del volumen de cuentos La noche navegable. Su trabajo periodístico y literario ha sido reconocido con premios internacionales como el Herralde de Novela, el Rey de España, el Ciudad de Barcelona, el Vázquez Montalbán de Periodismo Deportivo y el Antonin Artaud. De 1995 a 1998 dirigió La Jornada Semanal. Ha sido profesor de literatura en la UNAM, Yale y la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, entre otras universidades. Tradujo los Aforismos de Lichtenberg y Egmont de Goethe. Ha preparado diversas ediciones críticas de la obra de Jorge Ibargüengoitia. Entre sus obras más conocidas se encuentran la novela El testigo, la colección de cuentos Los culpables, el libro de crónicas de futbol Dios es redondo y la novela juvenil El libro salvaje. Es columnista del periódico Reforma y de El Periódico de Catalunya.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
El traductor carece de voz de mando; se adapta a otro, lo procura, lo entiende, lo descifra; busca reproducirlo sin someterse del todo a él. No es un siervo sino un intérprete. A diferencia del autor, carece de voz propia pero no de originalidad, que en su caso consiste en descubrir una solución propia y muchas veces inimitable para decir lo mismo.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Las malas traducciones se notan demasiado. En ellas, la lengua de llegada se convierte en un obstáculo expresivo, en algo raro, forzado. El misterio es que en las mejores traducciones tienen un aura de lejanía, sugieren que las palabras tienen un origen remoto y sólo se producen en nuestra lengua por efecto de otra. El principal efecto de este trasvase es la sensación de que lo que leemos en la página sólo puede existir como solución a un enigma ajeno a ese idioma. En ese misterio se cifra la grandeza de la traducción.

 3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Nunca. Esa es su gloria y su condena. La elocuencia del traductor depende de la timidez.

Roberto Mascaró
Nacido en Montevideo en 1948, es poeta y traductor. A él se debe la traducción del sueco al castellano de gran parte de la obra del poeta y Premio Nobel sueco Tomas Tranströmer, así como poemas de Göran Sonevi, Jan Erik Vold, Hans Bergqvist, Ulf Eriksson, Tomas Ekström, etc. Su propia producción literaria abarca una docena de títulos.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Se diferencian en que el texto a traducir no se puede modificar ni corregir. De ahí que sea muy grato poder elegir lo que uno traduce,  y así ha sido mi tarea de traductor.  Esto hace que el texto sea más cercano,  Traducir es una forma de leer en profundidad. Se parecen, en el sentido de que la traducción es una forma de escritura. Hay que  elaborar un ESTILO que se aproxime al del original, no solamente traducir palabras.
Hablo de la traducción literaria, claro. Quien traduce literatura, si seguimos la sabia tradición anglosajona, es un escritor. De manera que  no hay diferencia entre escritura y traducción, ambas son parte de la literatura.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
El texto que surga tiene que ser fluido, tiene que ser una imitación del original, y por lo tanto debe "engañar" al lector, haciéndolo creer que fue escrito en la lengua de llegada.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
El traductor debe desaparecer para dejar a la vista un "escritor fictivo", una correspondencia o réplica del autor original.

martes, 8 de mayo de 2012

Roberto Mascaró habla de sus traducciones de Tomas Tranströmer


Hace más de veinte años, el poeta y traductor uruguayo Roberto Mascaró comenzó a difundir en castellano la obra del poeta sueco Tomas Tranströmer, último Premio Nobel de Literatura. Lo que sigue es una conferencia dictada en el "Homenaje a Tomas Tranströmer" realizado  por iniciativa de la Cátedra Vargas Llosa, en el Instituto Cervantes (Madrid), el 17 de abril pasado, y en la Fundación Caballero Bonald (Jerez de la Frontera), el 20 de abril.

Traducir Tranströmer, un largo viaje

Desde joven, mi empeño y mi trabajo se dirigieron todo el tiempo hacia la poesía, ese género tan prestigioso y al mismo tiempo tan combatido por los déspotas. Me tocó formarme en aquel país del silencio, de la censura sistemática, de la prolongada y cruel dictadura que fue Uruguay en los años setenta y ochenta. En aquella oscuridad no se podía escribir, y tampoco se podían pronunciar ciertas palabras. Leíamos, casi a escondidas, La ciudad y los perros, que reflejaba de algún modo aquella realidad despótica, y que para mí sigue siendo la mejor novela de Mario Vargas Llosa, cuyo nombre lleva esta Cátedra. Experiencia singular para el escritor inédito que era yo en ese tiempo. Tuve que esperar a cumplir los treinta años para publicar mi primer libro.

Luego vino el exilio, y con éste el conocimiento de una nueva cultura, la escandinava, con sus lenguas tan emparentadas entre sí.

La traducción llegó como un ejercicio placentero y solidario con textos suecos, noruegos y daneses que yo sentía que estaban del otro lado de la cerca, fuera de alcance, injustamente. Mi urgencia por leerlos me llevó a traducirlos.

El poeta que traduce poesía, tiene el privilegio de elegir los textos a los que pretende dar vida en otra lengua. Es decir, tiene que oficiar también de crítico y decidirse por un autor. Aquí hay riesgo pero también una inmensa libertad.

Hace más de cuarenta años que escribo poesía, y hace más de treinta que practico esta manera de leer tratando de comprender profundamente -que en eso consiste para mí el Arte de la Traducción, que se parece mucho a un vicio, a una obsesión. La obsesión de poder reescribir en mi lengua lo que alguien ha escrito en otra.

Un vicio y un oficio en el que se acierta a veces, y se fracasa mil veces también.

Con la poesía de Tomas Tranströmer, me inicié en el arte de traducir. Lo conocí y recibí su aprobación sin pretenderlo apenas. Su generosidad y sencillez me asombraron, sobre todo cuando, a principio de los 80, él era un poeta ya traducido a 30 lenguas. Después, cultivamos una amistad a la distancia que dura hasta hoy...

Para mí, la obra literaria que se convierte en actual e imprescindible, es la que expresa de la mejor manera el momento y el lugar desde el cual se percibe la Historia. Por esta claridad frente a la Historia es que elegí la obra de Tranströmer. La historia de la segunda mitad del siglo XX ha sido asumida por Tranströmer de la manera más lúcida, con la potencia del humanismo más amplio e internacional. Comprometida con el mundo actual es esta obra, que llega a su consagración mundial con el Premio Nóbel de Literatura  2011. Los poetas no son héroes por ser poetas, pero sí son testigos de su época. La poesía emite mensajes concentrados sobre el mundo. Y todo esto lo hace Tranströmer en un verso absolutamente libre.

Panteísmo, animismo, monólogo interior, misticismo sin un dios visible; estas son para mí las claves de la poesía de Tranströmer, que juega todo el tiempo con dos aspectos de la realidad: la naturaleza, con sus transformaciones, tan dramáticas en el clima del Norte, y la cultura, que nos deja sus testimonios, sus monumentos mudos por todas partes. (Hay que recordar aquí que Tomas ha sido siempre, y lo sigue siendo, un apasionado viajero).

En sus imágenes encontraremos a menudo la cita entre las fuerzas naturales del planeta con las corrientes de la cultura, en asombrosas y a menudo cómicas combinaciones. El verdor, el mar, la poesía y la música son sus favoritos.

Como nos dice en el poema “Epílogo” de su primer libro:

Y el viento rasga todo el tiempo su carpa
de nuevo. Un día de verano el viento toma
la jarcia de la barca y arroja la Tierra hacia adelante.
Rema el nenúfar con su pata de rana oculta
en el vientre oscuro de la laguna que huye.

Siempre me impresionó mucho su modo de la solidaridad, que nunca se expresa en el panfleto o el manifiesto, sino en el uso de la metáfora y del misterio. Sus imágenes, herederas de la gran poesía europea del siglo XX, se despliegan en un mundo que se ha vuelto comprensible en muchas lenguas. Su acción es la acción poética, lejos de toda ceremonia. Y además, mantiene el humor y la ironía, como resguardo contra la solemnidad. La brevedad de su obra es asombrosa. En un volumen de 500 páginas caben todos sus títulos.

Hay que saber leer entre líneas para recibir este humanismo y esta defensa de la naturaleza que nos llega sin manifiestos y sin ideologías. Hay que saber también leer allí su más grande rechazo a todo despotismo.

Lo divino roza a una persona y enciende una llama
pero luego se retira.
¿Por qué?
La llama atrae las sombras, éstas vuelan crepitando y se funden
            con la llama
que sube y se ennegrece. Y el humo se extiende negro y
            estrangulador.
Al final, tan solo el humo negro; al final, tan solo el devoto
            verdugo.

El devoto verdugo se inclina hacia adelante
sobre la plaza y la multitud, que forman un espejo rugoso
donde puede mirarse.

El mayor fanático es el mayor escéptico. Él no lo sabe.
Él es un pacto entre dos
según el cual el uno tiene que ser visible al cien por ciento y el
            otro invisible.
¡Cómo odio la expresión "cien por ciento"!

En el caso de un contemporáneo como Tranströmer, y de su traducción al castellano, el traductor podrá a primera vista creer, por la cercanía histórica, que tendrá una tarea fácil, deslizando su malla de sentidos y equivalencias sobre el texto del poeta. Un mundo contemporáneo debería ser más comprensible que un mundo antiguo y remoto. Pero no es así, sin embargo. Se trata de un viaje en lo contemporáneo, pero un largo viaje al fin. En mi caso, el viaje de un latinoamericano hispanohablante inmerso en una cultura totalmente diferente, como la escandinava.

El caso de Tomas Tranströmer es el de un poeta proveniente de un pequeño país de herencia monárquica pero al mismo tiempo abanderado, durante el siglo XX, con las consignas de la igualdad y la solidaridad. Un país que ha evitado durante siglos la guerra a toda costa.

El poeta advierte, anuncia, intuye:

Una escultura expuesta en el espacio:
solo, en medio de la estancia, un caballo.
Mas al principio no lo percibimos
atrapados por todo aquel vacío.

Más tenues que el susurro de un molusco
en la ciudad se oían ruidos y voces,
iban girando en la sala desierta,
murmurando, en busca de un poder.

Esto fue escrito en el legendario país de los vikingos, y también el país de la vanguardia literaria encabezada por el gran Augusto (que ya tiene nombre español) Strindberg. Al menos eso parecía ser Suecia, a partir de la mitad del siglo pasado, a los ojos de un recién llegado. La Suecia neutral. Un socialismo con rostro humano, un capitalismo humanista... Un mundo de herencias y valores muy diferentes a los de un refugiado político de una dictadura sudamericana en un país monoproductivo, elitista y auroritario como Uruguay, que llega a esta zona del Norte de una manera súbita y compulsiva.

Tranströmer, a partir de los años 80, reacciona contra la deshumanización de la sociedad sueca, y contra el imperio del capitalismo, que derriba monumentos históricos y destruye la naturaleza sin otra motivación que la acumulación de capital. Y así sigue siendo hasta el presente. Sería interesante que Tomas pudiese escribir hoy y opinar sobre la evolución de Suecia; de país neutral y abanderado del “socialismo” hasta transformarse en país participante en ocupaciones y bombardeos de la OTAN, con la que colabora sin siquiera ser miembro. De ser el país ejempo de paz pasó a ser uno de los mayores de exportadores de armas a dictaduras como Arabia Saudita...

Pero, ¿cómo lograría traducir y publicar Tranströmer este joven poeta sudamericano? Aquí citaré una anécdota que publiqué a fines del año pasado en el suplemento El País Cultural de Montevideo:

A principios de los años 80, recién llegado a Suecia, hablando con mi compañera sueca de entonces, le dije:

–Hay un poeta sueco que me gusta mucho: se llama Tomas Tranströmer.
Ella, que era muy joven y no era gran lectora de poesía, me dijo:
–Ah, Tranströmer. Es un poeta muy conocido. Fijate que hasta lo han citado en los noticiarios de televisión... A cada rato se gana un premio. Para mí es un poco denso.

Ella prefería a los poetas trovadores (Dan Andersson, Mikael Wiehe, Cornelis Wreeswijk), a los que había conocido bien cuando era okupa en Estocolmo.
–¿Sabés? Hay un poema de Trasntrömer que quisiera traducir. Podríamos publicarlo en Saltomortal (que era una revista bilingüe que editábamos por ese tiempo)... Pero creo que sería más serio pedirle autorización. No sé cómo funciona el asunto de los derechos en Suecia.
–¿Cómo funciona? Llamalo por teléfono y preguntale...

Y así, en un contacto directo, fue que recibí la cálida respuesta junto a la visita de Tranströmer que me autorizaba a traducir sus poemas. Y el poeta me dijo: “Siempre he deseado conocer Montevideo, ese “otro monte” donde nació el Conde de Lautréamont”.

Y así comenzó este largo viaje que no ha sido solamente entre lenguas lejanas entre sí, sino también a través de los años y de las culturas.

Dejando de lado los poemas que publiqué en revistas y periódicos, primero fue un volumen en Montevideo, Ediciones de Uno, que prologó Louise von Bergen, y que titulé El bosque en otoño, en 1989. Luego se publicó un volumen que se llamó Para vivos y muertos, en Madrid. En 1998 le hicimos un homenaje en la ciudad de Malmö, en el que leímos el poema Abril y silencio en 7 idiomas... y publicamos un cuaderno bilingüe, en español en en persa, en versión del poeta Mohammed Hezareh Nia. Luego, publicamos un librito bilingüe con jaicús (aún inéditos en sueco) en Montevideo, en Ediciones Imaginarias. Para culminar en 2010 y 2011 con la obra completa, totalmente corregida y que es la única versión autorizada: se trata de los volúmenes El cielo a medio hacer y Deshielo a mediodía, de Nórdica Libros.

En la obra de Tranströmer, la diferencia cultural y geográfica resulta un abismo a transitar; exige un desplazamiento por los contextos culturales, las geografías y los climas: un viaje tan complicado como los viajes en el tiempo.

Alguna vez, un colega me advirtió sobre el supuesto riesgo de traducir, que consistiría en la posibilidad de dejar de lado u opacar la producción propia. Pero ¿hay mejor traductor de poesía que un poeta? Si no lo hacemos nosotros, ¿en manos de quién quedaría esta delicada tarea? La traducción ha sido para mí un largo  viaje enriquecedor, un viaje de aprendizaje, un diálogo con otros poetas.

Si cuando empecé a traducir tenía alguna experiencia que pudiese ayudarme en la tarea, era el oficio de poeta. Mi trabajo como traductor ha sido siempre autodidacta, sin textos teóricos de por medio ni educación universitaria en el campo de la traducción; esto si dejo de lado mis estudios de lingüística en el Instituto de Profesores Artigas de Montevideo y los cursos de Literaturas Nórdicas en la Universidad de Estocolmo. Esos estudios me ayudaron a tener conciencia del carácter técnico de la traducción y de la importancia que ella tiene en la tarea de transmisión y conocimiento entre diferentes contextos culturales.

Entré a la selva de la traducción casi por casualidad y casi por terapia de un exilio prolongado en Suecia, una tierra que sentía al comienzo fría y remota. Traducir fue una manera de descifrar sus claves, sus tradiciones y sus costumbres. Para un poeta, traducir en los ratos libres, es un excelente ejercicio. Siempre que de esta tarea no se ponga uno a hacer literatura propia, porque entonces lo estropea todo. Hay que tener la capacidad de prestar el propio intelecto y la propia creatividad al texto original y ponerse a disposición de un texto ajeno, que al final también se hace propio. Como escribiese Ingmar Bergman sobre el trabajo artístico: "Hay que aprender a matar los amores". La traducción se constituye así en género literario.

Fue mi propia curiosidad de poeta la que me llevó a asomarme a este mundo de la traducción, que es un mundo de escritura de otros. De no estar elaborando una obra poética propia, no me hubierse interesado traducir. Traducir es como leer, pero con cuatro ojos.

Y si el poeta intenta buscar la manera de decir algo sobre lo que sucede en el mundo, de dar un sentido a sus percepciones, también el traductor de poesía (que también es un escritor, aunque escritor paralelo al fin) intentará, de la misma manera apasionada, producir esa versión, esa transcreación (como la llamase el poeta y semiótico brasileño Haroldo de Campos) que esté centrada en una esencial fidelidad al texto, una fidelidad lograda a fuerza de paralelismo del sentido y de la forma. El traductor trabajará en crear un nuevo modelo que pueda ser puente entre el autor de la lengua original y el lector de la lengua de llegada.

Quiero recordar que Tranströmer también es traductor y publicó un volumen con sus traducciones en 1999.

En ese callejón que corre entre los dos textos –entre lengua original y lengua de llegada–, en esa zona confusa donde el decir algo puede convertirse fácilmente en el no decir nada o en decir lo que no dice el texto original, allí se ubica el traductor.

Aquí me gustaría recordar el tema del desplazamiento hermenéutico, formulado por George Steiner, según el cual existen las siguientes etapas: la confianza preliminar, es decir la lectura desprevenida del texto que se va a traducir; la agresión, que es incursiva y extractiva, el lector deja de ser desprevenido y se vuelve selectivo; la incorporativa en la que se realizan importaciones de significado y forma, el lector se va transformando en traductor; y la restitutiva, que implica la creatividad y juicio del traductor inmerso ya en la aventura de la transferencia.  De esta manera, Steiner nos propone una manera de abordar la reflexión sobre la traducción que es diferente de las  repetitivas oposiciones traducción literal / traducción libre.

Pienso que así, paso a paso, se llega a la traducción, que es un sustituto del texto original, y por eso se constiuye en un dominio similar al del género literario. La traducción literaria es un modo de creación, un territorio independiente. El traductor es un escritor que trabaja en base a la transferencia cultural. Es decir, ejerce una manera más de la escritura creativa, fictiva, literaria. Las traducciones son una especie de escritura fantasma, una escritura en negativo que, inevitablemente, conservarán la manera, las marcas de estilo, las opciones del traductor, que de este modo se convierte en un escritor peculiar.

He aprendido que no hay traducciones de poesía satisfactorias, pero tampoco privilegiadas: si somos honestos, habrá tantas traducciones posibles de un poema, como lectores atentos del original pueda haber.

Si el texto poético es equivoco por naturaleza, la traducción debe mantener la equivocidad también. Las variantes de un texto a las que llegamos con participantes de mis talleres, todas son dignas y fidedignas, aunque todas podrían discutirse, por alguna razón. Porque toda traducción es una máscara, una versión que nos acerca al original, nos pasea por las cercanías, pero tan solo esto.

Así me sonó a mí la introspección de la esperanza de Tranströmer en mi castellano rioplatense:

HEREDÉ un bosque oscuro al cual rara vez voy. Pero llegará el día en que muertos y vivos cambien de sitio. Entonces, el bosque se pondrá en movimiento. Aún nos queda esperanza. A pesar del trabajo de numerosos policías, el crimen más grave queda sin resolver. Del mismo modo, hay en algún lugar de nuestras vidas un gran amor sin resolver. Heredé un bosque oscuro, pero hoy camino por otro bosque, el claro. ¡Todo lo viviente que canta serpea se sacude y repta! Es primavera y el aire es muy intenso. Me he graduado en la universidad del olvido y tengo las manos tan vacías como la camisa que cuelga en la cuerda.

También he aprendido que no hay mejor lectura que la que se enfrenta al verdadero original, hábito corriente en el lector sueco, que normalmente lee en inglés, y cada vez más en español, que ya es la tercera lengua de Suecia. Lamentablemente, esta lectura directa de otras lenguas es muy poco frecuente en América Latina, porque los recursos para educación son siempre insuficientes. Los pocos privilegiados que allí pueden estudiar en una escuela bilingüe, ellos tienen la chance de lectura directa de inglés, francés, alemán... Por todo esto, la enseñanza de lenguas y la formación de traductores en América Latina debería ocupar un lugar muy importante en todos los niveles de la educación. Desgraciadamente no es así, por razones de desigualdad mundial.

Agregaré con todo respeto que en España, después de aquella famosa traducción de Cortázar que llevaba la leyenda: “traducción al argentino”, las puertas han estado bastante cerradas para los traductores latinoamericanos. Los procesos de producción del libro en castellano han llevado a una situación de total dependencia de las traducciones peninsulares.

Las multinacionales del libro españolas han adquirido, en las últimas décadas, muchas casas editoriales de América Latina. Los libros se imprimen y distribuyen en América, pero las decisiones editoriales sobre qué libros han de publicarse o traducirse, se toman en Madrid o Barcelona. Situación injusta, por no decir anómala, para no hablar directamente de colonialismo cultural...

Los traductores latinoamericanos, con todo el derecho de traducir a las variantes del castellano que han heredado, están a la espera de que España sea más receptiva a su trabajo, así como los Centros de Cultura de España del continente realizan la excelente labor de aceptar y estimular estas variantes de una lengua madre común.

Por esto ha sido un honor y un privilegio, pero ante todo un placer, dar a conocer mis versiones de Tomas Tranströmer en Ediciones Nórdicas de Madrid 1), en esta editorial dirigida por su audaz director, Diego Moreno. Aunque yo no le perdone que me haya obligado a escribir los puntos cardinales con mayúscula, como es costumbre en España, y que no me haya permitido escribir la palabra jaicú como suena en español, con jota y con ce...

Y así pudimos leer, en todo el gran ámbito de la lengua castellana, la declaración de amor de Tranströmer:

EL lución, lagartija sin patas, fluye a ras de la escalera del zaguán
calmo y mejestuoso como una anaconda; la diferencia es
            solamente el tamaño.
El cielo está cubierto pero el sol irrumpe. Así es el día.

Esta mañana, mi amada ahuyentó a los malos espíritus.
Como cuando uno abre la puerta de un oscuro cobertizo del Sur
y la luz lo invade
y las cucarachas salen como flechas rápido rápido hacia los
            rincones y suben por las paredes
y ya no están —uno las vio y a la vez no las vio— :
así la desnudez de mi amada hizo huir a los demonios.

Agradezco a la Cátedra Vargas Llosa, al Instituto Cervantes y a la Fundación Caballero Bonald, la invitación a participar en este Homenaje a Tomas Tranströmer, Premio Nóbel de Literatura 2011, el poeta y el amigo entrañable. También tengo que presentar aquí mi agradecimiento, un tanto tardío, a Louise von Bergen, profesora de Literaturas Nórdicas en la ciudad de Montevideo y a Francisco Uriz, pionero de la traducción al castellano de las letras escandinavas.

Gracias a todos por alentarme en mi trabajo.
                             

                                                                                                Malmö, abril de 2012


1)El cielo a medio hacer, Nórdica Libros, Madrid, 2010;
Deshielo a mediodía, Nórdica Libros, Madrid, 2011

martes, 13 de diciembre de 2011

Las traducciones literarias al español, un arte complejo

Publicado en el semanario uruguayo Búsqueda del 6 de diciembre pasado y con firma de Silvana Tanzi, el siguiente artículo se apoya en una serie de ideas debidas a traductores uruguayos, españoles y argentinos, que opinan sobre la traducción y las condiciones en que ésta se lleva a cabo.

Los libros de los otros

Con los traductores literarios sucede algo injusto: si su trabajo es de calidad, suelen pasar inadvertidos. En general los lectores y la crítica literaria reparan en ellos cuando la traducción está llena de tropiezos lingüísticos y se aleja de la naturalidad de la lengua a la que se traduce. Cargan además con el mote de “traidor” que instauró la expresión italiana “traduttoretraditore”, pero ellos no son traidores, aunque tampoco puedan ser totalmente fieles. Su trabajo lleva años de lecturas, de dominio de la lengua extranjera y de la propia, de investigación sobre el autor y su cultura. “No sé por qué siempre se piensa mal de los traductores y sin embargo todos estamos de acuerdo en que la literatura rusa es admirable”, contestó Jorge Luis Borges en una entrevista de 1985 con Jorge Cruz en La Nación. Borges ejercía la traducción como una labor creativa y de reescritura del original, por lo cual fue elogiado y también criticado.

Salvo excepciones, el traductor literario es poco reconocido por las editoriales y está mal remunerado, por lo que debe combinar esta tarea con la docencia o con la traducción técnica o científica, que muchas veces resulta menos gratificante. Para conocer su trabajo, Búsqueda consultó a seis profesionales con años de experiencia en la traducción de obras literarias al español.

Entre España y Suecia
Roberto Mascaró es uruguayo y desde hace más de treinta años vive en Suecia. Poeta, docente y traductor, su nombre está asociado al último premio Nobel de Literatura, el poeta sueco Tomas Tranströmer, de quien tradujo toda su poesía al español. Respondió a Búsqueda desde Colombia, adonde llegó en una gira personal que él llama “Retropoesía”. “Consiste en participar en festivales y dictar talleres de poesía. Comencé en El Salvador y luego seguí por Guatemala y Honduras”, dijo. Mascaró traduce obras del inglés, del sueco y del francés, y también investiga los dialectos del castellano en América latina. Para él, la traducción es un género literario y un producto creativo, y el mejor traductor de un poeta es otro poeta. “Hay que trabajar de una lengua a la otra el mensaje poético, algo difícil para quien no escribe poesía. Es cierto que ha habido muy buenos traductores que no son poetas, pero sí lo fueron en sus traducciones. Eso hace de la traducción un género literario, y del traductor un escritor”.

Su amistad con Tranströmer y su conocimiento de la sociedad sueca le allanaron el camino para traducir una poesía cargada de silencios, “como un bosque nórdico en otoño”, según había escrito en la traducción de El bosque en otoño, que apareció en Montevideo en 1989 publicada por Ediciones de Uno. “Tranströmer representa el carácter parco, introvertido y silencioso de los suecos. Él reconoce en sus propios poemas que necesita de la soledad para escribir”.

Mascaró no se sorprendió por el Nobel otorgado a Tranströmer: “Era un premio esperado, había estado propuesto año tras año por más de una década. Cuando empecé a trabajar con su obra, ya era un poeta traducido a treinta lenguas”.

Miguel Sáenz nació en 1932 en Larache, ciudad al noreste de Marruecos, y desde hace cuarenta años vive en Madrid. Ha traducido del alemán el teatro íntegro de Bertolt Brecht, casi toda la obra de Thomas Bernhard y varios trabajos de Günter Grass, además de otros autores como Goethe, Joseph Roth, Franz Kafka o Salman Rushdie. Se inició como traductor literario en 1976 con Carta breve para un largo adiós, de Meter Handke, y desde entonces ha obtenido varios premios y reconocimientos.

“Que la traducción es un género literario lo dijeron Ortega y Gasset y Octavio Paz, pero nunca he entendido qué querían decir: la traducción pertenece necesariamente al mismo género que el original. Y para mí es un producto creativo y artístico: no hay contradicción entre esos términos”, comentó Sáenz. El mayor desafío que encuentra en su tarea es “mantener la necesaria honradez. Una traducción necesita su tiempo y hay que dársela”. Un buen tiempo le llevó traducir El Rodaballo, de Günter Grass: dos años. Por ese trabajo recibió en 1981 el premio Fray Luis de León.

En una montaña de la isla de Ibiza, vive desde hace más de doce años el traductor madrileño Carlos Manzano. Comenzó en la profesión en 1970 y se dedicó durante muchos años a la traducción de “literatura gris” como medio de subsistencia: “Documentos espantosamente escritos de organismos internacionales, los del sistema de las Naciones Unidas y de la Unión Europea”. Pero el verdadero “placer de los dioses” se lo brindaron las traducciones literarias. Entre las obras que ha traducido al español se encuentran Viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Céline, y todos los tomos de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Pero la lista de losautores que tradujo del francés, inglés, catalán, italiano e inglés es extensa. Manzano tiene una opinión diferente sobre la creatividad en la tarea del traductor: “La traducción en general –y la literaria en particular– no es una actividad creativa, sino todo lo contrario. Es más científica que artística, porque exige el mismo rigor metodológico que las ciencias exactas: se puede demostrar punto por punto en qué es incorrecta y cuál sería la versión correcta y sustitutiva. Pero, a diferencia de otras tareas científicas, presenta la excepcional particularidad de que su resultado sí es artístico. En eso consiste precisamente su rigor: en transmitir con precisión el carácter artístico del original”.

Sobre las dificultades de evitar los “españolismos” (como “jilipollez” o “capullo”) al traducir la jerga o el lenguaje coloquial de las novelas, Manzano responde: “Ni siquiera lo intento. En España disfrutamos mucho con las particularidades coloquiales y jergales de allende el mar. Lo mismo deberían hacer ustedes”. Para Manzano uno de los autores más difíciles de traducir, justamente por el empleo del lenguaje hablado y coloquial en sus obras, fue Céline, del que tradujo casi toda su narrativa y por el que siente una “identificación absoluta” y admira la “expresividad, la genialidad, del lenguaje hablado, popular y jergal” que utiliza en sus obras.

Para Patricia Willson, traductora y docente argentina, una de las dificultades mayores es traducir el habla popular o infantil. “No es fácil reproducir efectos de oralidad sin ridiculizar a los personajes”. Willson ha traducido del francés obras de Roland Barthes, Flaubert y Sartre, y del inglés las de Mary Shelley, Jack London y Mark Twain, entre otros. Para ejemplificar la falta de reconocimiento hacia
los traductores, Willson cuenta una anécdota: “En el suplemento cultural de un matutino porteño se publicó un avance de mi última traducción de Roland Barthes. En una nota se explicaban detalles de la edición en francés y en castellano, pero no se mencionaba el nombre de la traductora. Como si Barthes, post mortem, se hubiera traducido a sí mismo”.

Escritor, traductor y crítico literario, Elvio Gandolfo nació en Rosario, Argentina, pero reparte su tiempo entre Montevideo y Buenos Aires. Tiene más de cien libros traducidos y entre sus preferidos “por el resultado” están Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O’Brien, Las relaciones peligrosas, de Choderlos de Laclos y los diarios de Henry James. “No comparto cierta queja sistemática y gremial sobre, por ejemplo, por qué no se pone el nombre del traductor en los comentarios bibliográficos cortos. Por supuesto que tiene que figurar. Hago un paralelo con lo que antes se llamaba diagramación y ahora se llama diseño. De inmediato te creés más artístico y jorobás más si te llaman diagramador”.

Jorge Fondebrider integra el Club de Traductores de Buenos Aires que se creó hace tres años y tiene un blog en Internet con el mismo nombre. “Es una ‘revista’ diaria que se ocupa de traducción, del estado de la lengua y de las políticas que giran a su alrededor, también del mundo editorial”.

Fondebrider se dedica a la traducción literaria del inglés y del francés. Se ha especializado en literatura irlandesa y traduce poesía. En 1999 publicó con Gerardo Gambolini una gran antología de poesía irlandesa, y ahora está traduciendo a Joseph O’Connor, hermano de la cantante Sinéad O’Connor. “Me está costando mucho porque escribe usando argot de Dublín y de los irlandeses de Londres”.

Para Fondebrider la mayor complicación como traductor está en el trato con las editoriales. “No terminan de entender que sin la mediación de los traductores, los autores que contratan no existen. Luego burlan la ley con contratos malos, pagan tarde y mal y, en líneas generales, no valoran el trabajo de los traductores”. Sobre lo mal que ganan los traductores coinciden todos los entrevistados. En España cobran derechos de autor, pero en Argentina no, a los traductores les pagan por millar de palabras (más o menos dos páginas y media de un libro) entre $ 60 y $ 150 (entre 2 y 3 dólares). En España se paga entre 7 y 14 euros la página y en Chile casi 11 dólares. “Varias de las editoriales se pusieron de acuerdo en mantener los precios muy bajos. Las editoriales chicas pagan mejor y hacen contratos decentes. Saben que el valor agregado de una buena traducción es la diferencia entre comprar  un libro argentino y uno español”, comenta Fondebrider.

Muchos de los traductores literarios harían suya la frase del escritor Italo Calvino al referirse a su labor como editor: “La mayor parte del tiempo de mi vida la he dedicado a los libros de los otros. Y me alegro de ello”. Sería bueno registrar sus nombres cuando se compre el próximo libro.