domingo, 28 de febrero de 2010

Qué buena onda, Frankfurt, ¿no?

En la medida que se acerca la Feria de Frankfurt, este año con la Argentina como país invitado, las iniciativas comenzadas el año pasado se van afinando. O al menos es lo que le dicen a la prensa los responsables de COFRA, el comité que preside Magdalena Faillace, la encargada de tratar de armonizar los deseos de la presidente argentina con las a veces magras opciones que le ofrece la realidad. Así, entre eventos satélite –como la Feria del Libro de Leipzig o el festival "Lettrétage"– se empieza a transitar un negocio brillante... (aunque las malas lenguas y los agoreros de siempre, quienes conspiran contra los intereses del noble pueblo argentino, dicen que exclusivamente para los organizadores alemanes, que cobran absolutamente por todo, incluido el aire que se respira).

A modo de consideración suplementaria, resulta muy interesante ver que entre los criterios por el que se invita a los distintos escritores a estas primeras manifestaciones no se menciona la calidad de lo que escriben, pero sí la condición de memoriosos o de hijo/a de desaparecidos (en el caso de una muy buena novelista como Laura Alcoba, decir que se la eligió por eso es casi un insulto). Está claro que no faltarán los invitados firmantes de "Carta abierta", esa asociación de intelectuales que a cambio del apoyo político al matrimonio Kirchner hace las veces de agencia de viaje para sus destacados miembros. Y seguramente no faltarán lugares para los omnipresentes filósofos ad hoc –José Pablo Feinmann y Ricardo Forster– y los amigos músicos, entre los que destacan Víctor "Taki Ongoy" Heredia, el humilde cantautor del pueblo que va a todas partes con su morralito y su BMW, generalmente estacionado delante de su triplex en la calle Anasagasti en una de las partes más coquetas del barrio de Palermo (lamentablemente Serrat queda afuera porque es español y sería mal visto por la oposición). Y que nadie vaya a creer que el gobierno tiene "quintas" (como se leerá, la expresión es de Faillace) en el mundo de la cultura

El artículo que se reproduce a continuación –al que se suma un subartículo que lo acompaña– lleva la firma de Patricia Kolesnicov y fue publicado por el diario Clarín del 27 de febrero.

Argentina calienta motores
para su gran año en la Feria de Frankfurt

Como tomando literalmente eso de renacer de las cenizas, en noviembre Marta Minujín levantará su Partenón de libros en la plaza de Berlín donde, en 1933, el nazismo quemó unos 20.000 ejemplares. Palabras sobre cenizas, ahí estarán los libros que la Argentina haya llevado a la Feria de Frankfurt -que se hace en octubre-, los 2.000 libros argentinos que se habrán expuesto en el Museo Judío de Berlín -en una muestra sobre la inmigración israelita en nuestro país-, los libros quemados por miedo y prohibidos por la dictadura militar.

Eso será en noviembre, al final de todo. Pero, paradoja, la Feria de Frankfurt empieza en Leipzig, a mediados de marzo. A ver: la Feria del Libro de Frankfurt es el más importante encuentro mundial del sector editorial, el lugar donde todos van a comprar o a vender derechos o, en tiempos de Internet, a ver las caras de los clientes, a tomar una copa con ellos en un hotel glamoroso cuando cierra la feria, a sonreír, a seducir, a negociar.

Este año, la Argentina es el país invitado a Frankfurt y eso implica una enorme exposición pública y también un enorme trabajo, que viene haciendo un comité (el COFRA) que depende de Cancillería y encabeza Magdalena Faillace. Ese comité decidió que la participación en la Feria gire en torno al tema de la memoria. Algo que toca a los alemanes, por el Holocausto, y a los argentinos, por la dictadura.
Este año la Argentina tendrá también un lugar destacado en la Feria del Libro de Leipzig. "Leipzig -dice Faillace- no tiene tanta importancia para nuestro mundo editorial, pero es uno de los eventos que acompañan la participación en Frankfurt. Como es muy costoso, buscamos un número pequeño de autores valiosos que a ellos les interesaran y que fueran reconocidos".

Serán cuatro días de actividades y los escritores elegidos fueron Laura Alcoba ("vive en París, es hija de desaparecidos y tiene una novela vinculada con la memoria", dice Faillace); el también hijo de desaparecidos Félix Bruzzone ("lo pidieron los alemanes"); Pablo Ramos ("es conocido y está viviendo en Alemania"); Carlos Gamerro ("un escritor muy autorizado") y Tununa Mercado ("por su compromiso, porque estuvo en el exilio y porque nos pidieron a alguien que hablara sobre literatura argentina en una actividad posterior, en Berlín"). Además de una serie de lecturas y charlas, la Argentina tendrá en Leipzig su noche de tango, donde tocará Luis Stazo.

De Leipzig la delegación parte hacia Berlín, donde empieza el festival "Lettrétage". Allí, el 24 de marzo habrá una mesa sobre "Los hijos de la memoria", hablará Carlos Gamerro, leerán Ramos y Alcoba y se dará "En ausencia", el film de Lucía Cedrón que ganó el Oso de Plata en 2003. Las actividades en Berlín siguen hasta el 26 y se suman también los escritores Lola Arias y Sergio Raimondi.

La preparación de Argentina para Frankfurt 2010 -que se hará bajo el lema "Argentina, cultura en movimiento"- sigue en mayo en Bruselas, donde habrá un Simposio Internacional. "Vamos a trabajar sobre políticas de la memoria", dice Faillace. "En particular, las políticas de Derechos Humanos en la Argentina". ¿En qué período? "En especial, 2003-2011", aclara Faillace. "¡Aunque no nos vamos a tragar los juicios que hizo Alfonsín!"

Todavía los panelistas de ese simposio no están designados, aunque se habla de Eduardo Anguita, el director de la Biblioteca Nacional Horacio González, Estela Carlotto, el canciller Jorge Taiana y la ensayista Pilar Calveiro. La presidenta Cristina Fernández daría una conferencia sobre la experiencia argentina en políticas de Derechos Humanos. Y el simposio cerrará con la proyección de Iluminados por el fuego, de Tristán Bauer (hoy director de Canal 7). "Quiero instalar el tema de Malvinas", explica Faillace.

Frankfurt es, bien aprovechado, una inversión en términos de imagen para el país. Pero ¿de cuánto es esa inversión? Cancillería todavía no da números. Sólo un dato: "El presupuesto fue reducido, estamos buscando información sobre cuánto saldrá montar todo esto".


Planean llevar a unos 45 escritores

"Ibamos a llevar 60 escritores, pero con las reducciones presupuestarias, supongo que serán unos 45", dice Magdalena Faillace. En diálogo con la prensa, Faillace ya dijo que "los consagrados" van seguro. Pero ¿cómo se eligen? El tema ya generó inquietud entre escritores. "El año pasado mandamos un formulario a 70 instituciones pidiendo que cada una diera 10 nombres", dice Faillace. "Casi todos contestaron. Pero nos encontramos con una política de 'quintas'. No pensaron en quiénes mejor representarían al país sino quienes representan a su línea, o son sus docentes".

En definitiva, dice Faillace, los nombres se decidirán en el Comité Organizador. Participarán de esta elección, dice, quienes evalúan el otorgamiento de los subsidios a la traducción del programa "Sur" (que ya asignó unos 375.000 euros): Noé Jitrik, Mario Goloboff, Faillace.

sábado, 27 de febrero de 2010

"No es una queja, es protesta y es aviso"

Publicado el 29 de enero pasado en El Cultural, de España, el siguiente artículo de Ramón Sánchez Lizarralde –Valladolid, 1951; ex presidente de la Asociación Colegial de traductores (ACEtt) y traductor del albanés de Ismail Kadare, Mitrush Kuteli, Bashkim Shehu, Mimosa Ahmeti, Ervin Hatibi, Agron Tufa, Xhevdet Bajraj y Zija Çela, entre otros–, nos saca momentáneamente del debate que venimos sosteniendo para sumergirnos bruscamente en la realidad del mercado: "aunque el 25 % de los 75.000 nuevos títulos editados cada año en España son traducciones, apenas el 6'8 % de los traductores puede vivir de su trabajo".

¿Por qué seguimos traduciendo?

La irrupción de las nuevas tecnologías digitales en el sector edi-torial está produciendo ya conmoción en los sectores afectados y, al margen de que el libro electrónico y sus afines vayan a imponerse o no a corto plazo, y de la medida en que lo hagan frente al libro tradicional, el hecho es que los grandes grupos editoriales y plataformas diversas engendradas por ellos se disponen a actuar y, como tienen por norma, a tratar de dic-tar las reglas del juego –del negocio– a los demás.

Estos fenómenos, como otros anteriores, nos encuentran a los traductores literarios en una situación que, si bien ha mejorado algo en las últimas décadas gracias a la labor de nuestras entidades representativas, continúa siendo precaria e indignante. El Libro Blanco sobre el asunto elaborado por ACE-traductores, a punto de ver la luz y de levantar ronchas, revela que, a estas alturas, buen número de editoriales siguen resistiéndose a cumplir la ley y, todavía más, a respetar a un colectivo de autores –los traductores– en el que se funda una parte nada despreciable de su propio negocio: el 27% de los colegas trabaja sin contrato, el 40% de los contratos suscritos son ilegales; las prácticas que numerosas empresas imponen a los traductores son abusivas por diversos conceptos: porcentajes ridículos de participación en los beneficios de la explotación de sus trabajos (0,5% es el más frecuente), aplazamiento impuesto e injustificado del pago de las cantidades acordadas (aunque la abrumadora mayoría de las traducciones se hacen por encargo de las empresas editoriales), plazos de entrega imposibles de cumplir con dignidad, ausencia generalizada de control de ventas y tiradas. Tal panorama se produce en el interior de una industria editorial, la española, que publica cada año más de 75.000 nuevos títulos, de los cuales un 25% son traducciones, porcentaje que se eleva al 38% si nos referimos a los libros de creación literaria. A pesar de ello, sólo un 6,8% de los traductores en ejercicio puede vivir de los ingresos procedentes de esa actividad. Se trata de una vergüenza generalizada, de un baldón para los editores que ejercen tales prácticas, y para el conjunto del sector que, en definitiva, se aprovecha de ello dando pruebas de grave miopía. Ni siquiera los traductores más o menos consagrados, premiados, reconocidos o imprescindibles por diferentes conceptos son capaces de vivir con dignidad de su profesión.

Habrá quien se pregunte por qué en tal caso continuamos traduciendo. Puedo responder que, en mi caso, estoy en ello por la literatura, porque esa ha sido mi forma (principal) de participar en ella, porque he decidido que esa es mi vida. Los propios traductores, también los críticos y otros implicados, discutimos a menudo sobre lo que se pierde o lo que se gana en la traducción, sobre fidelidades e infidelidades, en torno a los milagros y los imposibles logrados que convierten una traducción en una obra creativa relevante. Esas intimidades y esos secretos, esos retos forman parte de nuestras obsesiones y de nuestro trabajo, y necesitamos iluminarlos para avanzar, para alcanzar las metas que nos proponemos o nos imponen los autores originales. Pero que nadie se confunda, la traducción no necesita ser justificada ni perdonada; forma parte de la literatura desde que ésta existe, y la sociedad culta o lectora de un país no sólo no puede prescindir de la traducción sin privarse de la mayor parte del patrimonio literario mundial, sino que, de hecho, la lee como si fuera lo que es en realidad: la literatura misma. Desde la epopeya de Gilgamesh, la Ilíada, Esquilo, la Biblia, Horacio, Dante, Shakespeare, Cervantes (por no hablar de lo que sigue en el tiempo), todo ello se lo viene apropiando la humanidad principal e inevitablemente mediante textos traducidos.

No se trata de un problema o de un dilema única ni esencialmente económico-empresarial, que lo es. El menosprecio y el maltrato de la traducción y los traductores poseen hondas raíces en toda nuestra sociedad, en primer lugar en las instituciones culturales mismas, públicas y privadas. No es una queja, es protesta y es aviso. En esa sociedad orgullosa, en apariencia, de su lengua, se mantiene y se ahonda el déficit de estímulos para que se traduzcan a ella los logros literarios alcanzados en otras del mundo: en premios, becas, ayudas, reconocimiento, visibilidad social, respeto de los logros, remuneración equitativa, estamos a no poca distancia de otros países y lenguas europeos, aunque parece que el mal se generaliza. Las consecuencias son más graves de lo que la mayoría imagina. Contribuyen a la ignorancia, la aculturación, el desprecio por lo bien hecho, la pasividad ante la indecencia; y al trato indecoroso que se dispensa a unos profesionales consagrados al aumento de la lucidez y el entendimiento.

viernes, 26 de febrero de 2010

¿Arco o portería?

Luego de mencionar lo que, desde su perspectiva, nos une y nos separa a españoles e hispanoamericanos, Andrés Ehrenhaus –escritor y traductor argentino radicado en España desde hace tres décadas, vicepresidente de ACEtt, y, por ello, sospechado de ser doble agente–  lleva el debate hacia otro lugar, tratando, como dice, de orientarlo hacia una perspectiva más históricamente americana.


La cosa se pone seria

A medida que crece y se realimenta el debate sobre la lengua de la traducción y la panhispanidad del castellano, las variantes parecen aumentar de modo caleidoscópico y el campo de juego se expande hasta volverse vastísimo, tanto que a veces cuesta divisar un arco desde el otro, si de fóbal (o, si prefieren, fulbo) estuviéramos hablando. Nótese que digo arco y no portería, que a mí me sonó siempre a vivienda o despacho de encargado de edificio de vecinos, a pesar de que deba confesarme reo del peor de los pescados: en tiempos, y no demasiado lejanos, trabajé de desargentinizador de traducciones argentinas para alguna editorial española y domeñé los arcos en porterías. ¿Quién más idóneo –se debieron de preguntar retóricamente los sucesivos editores– para desargentinizar un texto argentino que un argentino no (del todo) desargentinizado? Curiosamente, este penoso ejercicio me deparó alguna sorpresa: mi trabajo, más que lexicográfico o prosódico, acabó siendo preposicional (y de tiempos verbales, pero eso merece un análisis más pormenorizado y riguroso).

Hasta entonces no había reparado en que lo que más nos separa, cuando redactamos nuestros textos a uno y otro lado del charco, son los regímenes preposicionales. Cosa que ilustra maravillosamente la anécdota del título de la película basada en el libro de Reynaldo Arenas, Antes que anochezca, hipercorregido por la distribuidora española hasta convertirlo en Antes de que anochezca, para subsanar así el craso error atribuido a la ignorancia del productor estadounidense, creo, y la subsiguiente incomodidad del público vernáculo. Por suerte, un crítico local advirtió a la distribuidora de la existencia de un libro cuyo título original era el "equivocado" y no el "correcto", y la atrocidad no llegó a multiplicarse por millones en los cerebros gugleados del espectro hispano.

Pero yo no iba a esto, sino a orientar una parte importante del debate hacia una perspectiva más históricamente americana. Es una lástima pero hay un número, el 12 (año 2008), de la revista de traductología TRANS, publicada por la Universidad de Málaga, que tiene un dossier que lleva por título, precisamente, "La traducción y la conformación de la identidad latinoamericana"; y digo lástima porque la revista tiene un sitio en la red (http://www.trans.uma.es/presentacion.html) en el que están colgados todos los números... hasta el 11. Supongo y espero que pronto puedan leerse online los siguientes. Ese dossier, dirigido por Georges L. Bastin, tiene varios méritos, uno de los cuales, y no el menor, es el de demostrar que en España (y me refiero aquí al ámbito de la traducción y su estudio o análisis) no todo son oídos sordos al rumor transatlántico; los otros méritos están en varios de sus artículos, uno de los cuales es, por ejemplo y sin ir más lejos, de Patricia Willson.

Bien, pues Bastin dice en su breve pero iluminadora introducción algunas cosas que me han dado que pensar, porque son tan obvias que uno a menudo las pasa por alto. Cito:

Desde el momento mismo en que los americanos conocieron a Colón, late en las mentes y los corazones un ‘proyecto’ emancipador. Emancipación de la ‘madre patria’ pero también de un conflicto íntimo por la circunstancia del mestizaje racial, intelectual y afectivo del hombre americano. En efecto, la idiosincrasia americana se caracteriza en numerosos aspectos de la vida por un conflicto permanente entre etnocentrismo y apertura al extranjero. [...] La emancipación suramericana apeló a la valoración del ser americano frente a la metrópoli española y los demás centros de poder. Una valoración que derivó hacia un activismo sociopolítico y sociocultural sui generis con un denominador común: la traducción como herramienta de conformación de la identidad”.

Y cita, a su vez, un fragmento de Bassnett y Trivedi, que dicen que la traducción “...lejos de ser una actividad inocente y transparente, [...] está cargada de significación en todos los niveles; raramente, a lo mejor nunca, implica una relación de igualdad entre textos, autores o sistemas”.

Todo esto para insistir en algo que planteé varias entradas atrás, cual es la distinta perspectiva política que necesariamente tenemos de nuestra actividad traductores americanos y españoles, y que tal vez explique lo que a veces parece un diálogo de sordos (pero no lo es). Así, pues, y a modo de resumen, creo que la cuestión de la emancipación no es baladí en este debate. En otro de los artículos del mentado dossier (“Tradukzión y rrebelión ortográfika”), Gertrudis Payàs refiere algunos de los intentos de independencia ortográfica que, inspirados en la política soberanista del inglés americano de Webster o en las propuestas de Andrés Bello, se consumaron (y, paulatinamente, rebrote más o menos, consumieron) en Chile sobre todo a partir de la segunda mitad del s. XIX. Así como los planteos de Webster (“Let us then seize the present moment and establish a national language, as well as a national government”, proponía en 1789) acabaron imponiéndose y la traducción estadounidense puede considerarse emancipada de las imposiciones de la metrópoli, la de la América de cuño peninsular (con la honrosa excepción de Brasil) aún se debate, como este blog es testigo, entre la dependencia y la insubordinación.

Sólo una acotación para acabar: no entiendo la conciencia panhispánica de la traducción como una necesidad de estandarizar la lengua, sino más bien todo lo contrario. De ahí mi énfasis en el pan (del sánguche o sanguche, como prefieran).

jueves, 25 de febrero de 2010

El misterio de Elena Rius

Al margen de la significación que en sí misma tuvo la muerte de J. D. Salinger, hay que decir que, al menos en el ámbito de este blog, sirvió como desencadenante para una serie de polémicas que prosiguen hasta hoy. Las primeras giraron en torno de la traducción del título de The Catcher in the Rye. Luego llegó el turno de varios problemas de traducción registrados en algunos de los Nueve cuentos. Pero lo interesante es que una y otra polémica fueron desencadenantes de una mucho mayor sobre a qué castellano se debe traducir, la responsabilidad del traductor a la hora de hacer sus elecciones, la aparente hegemonía adquirida por el castellano de España a partir de los usos y costumbres impuestos por los editores españoles y sus secuaces hispanoamericanos, el proyecto político-cultural que subyace detrás de esas imposiciones, etc., etc., etc. Hoy, a través de la lectora Maria Iruzurmendi, a todas luces profesora universitaria y conocedora de lo que se publica de uno y otro lado del Atlántico, se ofrece a continuación una breve y escandalosa investigación por ella realizada, que envió por mail para someterla a los lectores de este blog.

Opus I

Hace ya algunos años incluí «El hombre que ríe», uno de los Nueve cuentos de J.D. Salinger, en un curso de la universidad. Fue, creo, la única vez que tuve la impresión, como profesora, de tener un éxito arrollador. El mérito, comprenderán, era de Salinger.

Aquellos alumnos no sólo descubrieron todo lo que el relato inicial sugería –los programas de radio, las historietas implícitas, Victor Hugo y su hombre que ríe– también leyeron los otros cuentos, buscaron con desesperación todas las obras de Salinger, continuaron las indagaciones sobre cualquier cosa que tuviera que ver con este autor y no llegaron a persuadirlo de que abandonara su voluntario retiro porque, como los comanches, dependían de sus padres y no tenían dinero para viajar a New Hampshire.

Entre las muchas cosas que se descubrieron en esa lectura más que minuciosa fue que la traducción argentina que yo había ofrecido de «El hombre que ríe» era idéntica a la que firmaba Elena Rius en Alianza Editorial. Ante el misterio insondable (aunque como se verá a continuación cualquiera puede sondearlo) pensé entonces que el nombre de esta traductora debía ser un pseudónimo o un apelativo imaginario. Confieso que no volví a ocuparme de ese tema.

Ahora, la muerte de Salinger y los homenajes y los debates del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires trajeron estos recuerdos que, combinados con búsquedas, molestias a los amigos e indagaciones en las bibliotecas, se convirtieron en lo que, a continuación, voy a referir del modo más claro posible.

Los relatos Nueve cuentos aparecieron por primera vez en castellano, en Buenos Aires, en 1971, editados por Sudamericana. En la página de créditos de la edición que tengo delante de mis ojos, comprada en la Librería Papacito de Montevideo, aparece como traductor Marcelo Berri y como revisor Alberto Vanasco. Al margen de esta traducción no encontré otras informaciones sobre Marcelo Berri y sólo deseo, para seguir confiando en nuestras modestas existencias, que no sea otro hipotético pseudónimo. En cambio, Alberto Vanasco es (¿o debo decir fue?) muy conocido. Su nombre formaba parte de una tradición oral que se ejecutaba con notable frecuencia en el bar Iberia (Rosario) propiedad de dos encantadores personajes que tenían los asimétricos y asturianos nombres de Pepe y Martínez. La conversación giraba en torno a la nueva narrativa francesa y cuando llegábamos a Michel Butor alguien siempre decía lacónicamente: «Todo eso lo hizo antes Vanasco». La admiración continúa hasta hoy, por lo menos en mi recuerdo, cuando reflexiono que parte del encanto sintáctico del castellano de esos nueve cuentos se debe a la prosa de Vanasco, a su estilo (rememorado en la distancia atlántica) austero de escritor.

La traducción Berri-Vanasco volvió a publicarse. En Barcelona, en Bruguera, en 1977. ¿Existió algún acuerdo entre Bruguera y Sudamericana? Lo desconozco. No cabe duda, sin embargo, de que el diseño de la portada española repite los mismos números del uno al nueve que eran la única ilustración de la edición de Buenos Aires. Lamento comunicar ahora las novedades: Alberto Vanasco desapareció del libro y, como traductor, figura escuetamente Marcelo Berri.

La siguiente noticia (y sólo es la primera de una larga serie de desastres que continuarán en Opus II) es que «A Perfect Day for Bananafish», el primer cuento del libro, pasó a llamarse «Un día perfecto para el pez plátano» en lugar de «Un día perfecto para el pez banana» como en la versión argentina. Ajá, dije. Marcelo Berri ya sin Alberto Vanasco pero tampoco sin Marcelo Berri, ¿en qué se convierte? ¿En un chiste? Como en euskera «berri» quiere decir «nuevo», deduje que este Marcelo Nuevo no iba a tardar en llamarnos chavalas como los adorados Pepe y Martínez. Tal cual. Descubrí con rutinario espanto que los cambios se deslizaban sin pausa por las páginas destejiendo algunas puntadas, cambiando el estilo de algunas palabras, pero dejando en el conjunto la apariencia de pulóver, jersey, rebeca, tricota, suéter, cárdigan que tenía antes. La prenda era otra, pero parecía la misma. ¿Es lo que Ben Hecht llamaba peinar un guión? Exacto. Darle unos toques para que funcione. Hacerlo más romántico, más osado, más movido, más erótico o más español. ¿Objetivo? Uno solo: venderlo. Porque,¿dónde están los lectores perfectos que puedan descubrir que están comprando una traducción que se hizo y se publicó en Buenos Aires varios años atrás?

Bien, sigamos, en 1986 Edhasa publicó nuevamente Nueve cuentos, traducidos, ahora, por Elena Rius.

¿Elena Rius? Tal como observaron por patético asombro aquellos maravillosos estudiantes, lo que tenemos delante otra vez es la versión Berri-Vanasco. ¿La misma? Noooo. Tenemos delante a Marcelo Nuevo Nuevo que, a diferencia de Marcelo Nuevo a secas, transmite un optimismo implacable sobre las posibilidades léxicas de la lengua castellana. Mencionaré sólo un ejemplo:

«Mientras el teléfono llamaba, con el pincelito del esmalte se repasó la uña del dedo meñique, acentuando el borde de la luna.» Los auténticos Marcelo Berri y Alberto Vanasco.

«Mientras el teléfono llamaba, con el pincelito del esmalte se repasó la uña del dedo meñique, acentuando el borde de la luna.» Marcelo Nuevo.

«Mientras el teléfono llamaba, con el pincelito del esmalte se repasó la uña del dedo meñique, acentuando el borde de la lúnula.» Marcelo Nuevo Nuevo.

¿La lúnula? Pronuncien, por favor, estas palabras en voz alta y, si lo consiguen, pregunten: ¿adónde vinimos a parar? ¿al cristalero?, ¿al dermatólogo? ¿al soporte para el viril de la custodia (expresión que no inventé yo y que figura como tercer significado de la palabra lúnula en el diccionario de la RAE? Por favor, hace un segundo en el cuento estábamos con unos de los personajes femeninos más maravillosos de Salinger, ¿de qué lúnula están hablando?

No tengo ni idea. De lo que estoy segura es que, a pesar de los viriles de las custodias o lúnulas, la traducción que aparece firmada por Elena Rius es, vuelvo a decirlo, la publicó en Buenos Aires en 1971…

Sigamos. Nos hallábamos en 1986, con ya dos ediciones españolas de Nueve cuentos. Tres, si contamos con la segunda edición de Edhasa de 1989. Y llegó la cuarta. En 1990, Madrid, Alianza Editorial, Libro de Bolsillo. Mi ejemplar menciona las siguientes ediciones posteriores: 1991, 1996, 1997, 1999, 2000, 2001, 2002, 2003, 2006, 2007. No tengo claro cuáles son reediciones, cuáles reimpresiones, cuáles corresponden a Libro de Bolsillo y cuáles a Área de conocimiento: Literatura donde se situó a este libro en 1997.

En cualquier caso son bastantes ediciones. Traductora: ¿Elena Rius? No, otra vez Berri-Vanasco convertidos ahora en Marcelo Bueno Bueno Bueno.

¿Qué pasó con el pulóver, jersey, rebeca, suéter, cárdigan que cumplía el aforismo que se enuncia en El gatopardo: cambiar algo para que todo siga igual? Más o menos lo que sigue. Ofrezco como prueba estilo botón el párrafo final de «Un día perfecto para el pez banana»:

«Bajó en el quinto piso, caminó por el pasillo y abrió la puerta del 507. La habitación olía a valijas nuevas de cuero de vaquillona y a quitaesmalte de uñas.
Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las valijas, la abrió y extrajo una automática de bajo una pila de calzoncillos y camisetas —Ortgies calibre 7.65—. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Corrió el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se descerrajó un tiro en la sien derecha.» [Los auténticos Berri y Vanasco]

«Bajó en el quinto piso, caminó por el pasillo y abrió la puerta del 507. La habitación olía a maletas nuevas de piel de ternera y a quitaesmalte de uñas.
Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las maletas, la abrió y extrajo una automática de bajo una pila de calzoncillos y camisetas, —«Ortgies» calibre 7,65—. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Corrió el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se disparó un tiro en la sien derecha. [Marcelo Nuevo o bien Bruguera]

«Bajó en el quinto piso, caminó por el pasillo y abrió la puerta del 507. La habitación olía a maletas nuevas de piel de ternera y a quitaesmalte de uñas.
Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las maletas, la abrió y extrajo una automática de debajo de un montón de calzoncillos y camisetas, una Ortgies, calibre 7,65. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Quitó el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se disparó un tiro en la sien derecha. [Marcelo Nuevo Nuevo o bien Elena Rius o bien Edhasa]

«Bajó en el quinto piso, caminó por el pasillo y abrió la puerta del 507. La habitación olía a maletas nuevas de piel de ternera y a quitaesmalte de uñas.
Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las maletas, la abrió y extrajo una automática de debajo de un montón de calzoncillos y camisetas, una Ortgies, calibre 7,65. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Quitó el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se disparó un tiro en la sien derecha. [Marcelo Nuevo Nuevo Nuevo o bien Elena Rius o bien Alianza]

Si se tratara del juego de los siete errores ya habríamos ganado. De las 105 palabras del fragmento de la traducción original, los marcelos nuevos repiten 98; como «maleta» figura dos veces, sólo cambian, en realidad, seis palabras. Y añaden una como resultado de una transformación morfosintáctica: «de bajo una pila de», sustituida por «de debajo de un montón de». ¿De cuántos «de» estamos hablando». Esta eliminación de las preposiciones porque pueden resultar cacofónicas ya la recomendaba Andrés Bello?, ¿pero los Marcelos habrán leído a Bello? ¿Marcelo Bello?

También hay un pequeño lío con la pistola, lío que no estaba en la traducción original, unas comillas que aparecen y desaparecen, los dos artículos que lleva la automática, primero como sustantivo común, después como marca…. En fin.

Vayamos al todo que son los cambios léxicos. Van de lo previsible (valija-maleta; cuero-piel) a lo estrambótico o lo inexplicable (vaquillona-ternera; corrió-quitó; disparó-descerrajó.)

No voy a analizar cada una de estas mudanzas porque, en conjunto, predican algo que siempre me desconcierta: el horror a la diferencia. Ese sentimiento en el plano lingüístico (y en otros ni hablemos) que instala la desazón y el disparate. Veamos. Aunque su métier es ir cambiando unas palabras por otras sin más (y en general porque sí) los marcelos, incapaces de pensar en el nombre que recibe la piel o cuero con la que se hacen los zapatos y portafolios y etcétera en España porque quedaron congelados por el horror que produjo la sola mención de las vaquillonas, buscan en el diccionario de sinónimos de qué se está hablando. Sólo en ese lugar (jamás en el texto inglés de Salinger) puede aparecer como equivalente la voz «ternera», porque coinciden en la edad: dos años. De ternera a piel de ternera hay un paso. Y todo sea para sacarse esos espantosos animales de encima.

Las vaquillonas en la Argentina son algo muy normal: están en los informativos de la radio (el mercado de Liniers…) o en el Santos Vega de Ascasubi:

Aunque de facha tristona
Era el rancho, en la ramada
Con cuero estaba colgada
Media res de vaquillona.

En España, las terneras también son muy conocidas; sin embargo nadie confunde lo que se come (¿a cuánto está la ternera?) con el envoltorio de la vaca. Por eso las tiendas venden maletas de piel, bolsos de piel, sofás de piel. Y cuando se especifican las pieles, suelen ser de becerro, cabritilla, ante... No existen las maletas de ternera, los bolsos de ternera o los sofás de ternera. Sería como si en la Argentina alguien se comprara un cinturón de marucha, un monedero de cuadril o una campera de lomo alto o de pulpa de la tapa.
En honor a la verdad tengo que, empero, reconocer que lo de piel de ternera tiene un uso canónico y memorable, aunque algo antiguo. Como dijo Leandro Fernández de Moratín (1798) al traducir a Shakespeare:

Hamlet: —¿No se hace el pergamino de piel de carnero?
Horacio: —Sí señor, y de piel de ternera también.
Hamlet: —Pues, dígote, que son mas irracionales que las terneras y carneros, los que fundan su felicidad en la posesion de tales pergaminos... Voy á tramar conversacion con este hombre. (Al sepulturero.) ¿De quien es esa sepultura, buena pieza?

La relación entre los misteriosos marcelos nuevos y Nueve cuentos (que prometo ahondar) no me parece que pueda ser un caso aislado. Sin ninguna excepción, todas las obras de J.D. Salinger, en castellano, se editaron primero en la Argentina y después migraron hacia el viejo continente a vivir una existencia que sospechamos oscura. Recuerdo este linaje: El Cazador oculto fue traducido por Manuel Méndez de Andes en 1961; Franny y Zooey fue traducido por Jesús Pardo en 1963; los Nueve cuentos fueron traducidos en 1971 y Levantad, carpinteros, la vida del tejado y Seymour: una introducción de Aurora Bernárdez apareció en 1973. No hubo que yo sepa ningún otro Salinger en español que pudiera leerse en la Península hasta que aparecieron los Nueve cuentos de Bruguera en 1977 y El guardián entre el centeno de Carmen Criado en 1978.

Más afortunados, los lectores de lengua catalana (contradiciendo el argumento de la censura fascista que no habría permitido leer a Salinger y cuyo largo brazo habría alterado las decisiones de Carmen Criado como traductora) tuvieron en 1965 a L'Ingenu seductor, primera versión catalana de The catcher in the rye, de Xavier Benguerel y, en 1970, un primer Franny i Zooey, del también catalán Jordi Sarsanedas.

Me preguntaba mientras buscaba estas informaciones si cuando en estos libros (me refiero a las sucesivas ediciones de Nueve cuentos) se menciona a Elena Rius, si cuando se la nombra como traductora de otros libros, si cuando se la cita como traductora en artículos académicos o en tesis doctorales se está hablando de la misma Elena Rius de la que estoy hablando yo. Desearía verdaderamente equivocarme. Sin embargo, tampoco sé muy cuál sería mi error.

En la única nota al pie de página de la edición de Sudamericana, el auténtico Marcelo Berri había escrito:

«Aquí la niña se refiere a Seymour Glass (pronunciado simor-glass) cuyo nombre confunde ella con las palabras see more glass (ver más vidrio) por su casi idéntica pronunciación.» (N. del T.)

En la edición de Edhasa, Elena Rius escribe:

«Aquí la niña se refiere a Seymour Glass (pronunciado simor-glass) cuyo nombre confunde ella con las palabras see more glass (ver más vidrio) por su casi idéntica pronunciación.» (N. del t.)
En Alianza (estoy citando por la edición de 2007), Elena Rius vuelve a escribir:

«Aquí la niña se refiere a Seymour Glass (pronunciado simor-glass) cuyo nombre confunde ella con las palabras see more glass (ver más vidrio) por su casi idéntica pronunciación.» (N. de la T.)

Como tengo delante el ejemplar de Salinger comprado, como dije, en la Librería Papacito, situada en la calle Andes 1340 de Montevideo, no tengo duda alguna de que el sujeto de la enunciación que postula la nota del traductor es (la textualidad no engaña) quien se presenta en otros espacios paratextuales como el traductor: es decir, Marcelo Berri. O quien firme como Marcelo Berri.

Ese sujeto textual escribe una lengua asombrosamente neutra (ya lo comentaré en Opus II) y resuelve todos los problemas de traducción que presenta el texto. Prueban esta afirmación: un parcial cotejo con el original, la agradable lectura del texto en castellano y, como detalle no menor, la única recurrencia a las aclaraciones extratextuales: la propia y aislada nota.

Creo, como dije arriba, que a estas excelencias se sumó una revisión, la de Alberto Vanasco que, conjeturo, dio a las historias una parte de su inmensa grandeza.

No sería difícil demostrar que estas afirmaciones, las mías, son esencialmente imaginarias. Es verdad. Sólo una revisión a fondo del original y de la traducción, sólo una investigación sobre las diferentes intervenciones de Berri y de Vanasco, permitiría validar, convalidar o desmentir las apreciaciones sobre la calidad de esta obra.

Sin embargo, no estoy hablando de la calidad de la obra (por lo menos ahora y en este lugar). Hablo de que leyendo este libro cualquier lector puede conjeturar algo bueno o malo de quien lo tradujo.

¿Qué podemos conjeturar del sujeto textual llamado Elena Rius?

Como peinar guiones de cine no es lo mismo que peinar traducciones ni cambiar vaquillonas por terneras representa ningún esfuerzo intelectual, ¿cuál es la actividad que realiza el sujeto textual antes aludido? ¿Y sobre todo cómo devino sujeto del texto de otro?

¿Podrían decirnos algo las notas al pie de página que en las sucesivas ediciones de Nueve cuentos llevan su firma? Sería interesantísimo porque si a lo largo de la lectura de los cuentos «oímos» o deberíamos oír a J.D. Salinger, en las notas habla queda y modestamente el intérprete: el traductor o la traductora.

Pero Elena Rius no dice nada, porque en las notas del traductor de los libros firmados por Elena Rius, Elena Rius no puede decirnos nada; lo que oímos, parodiando a las sirenas de Kafka, es su silencio. Un silencio que deviene locuacidad cuando se consulta  el International Standard Book Number (ISBN) de España, donde una persona llamada Elena Rius, aparece como traductora (entre otras) de las siguientes obras: La fuerza de las cosas de Simone de Beauvoir, Edhasa (1986), de la que existe una versión anterior en Sudamericana (1969) de Exequiel de Olaso; Elogio de la ociosidad de Bertrand Russell, Edhasa (1989), de la que existe una edición anterior de Aguilar (1953) de Juan Novella Domingo; Las puertas de la percepción de Aldous Huxley, Edhasa (1995), de la que existe una traducción anterior en Sudamericana (1956, 1962, 1971, 1973 y 1976) de Miguel de Hernani; Luces de neón de Jay McInerney, Ediciones B (1987 o 1997), de la que existe una traducción anterior [Luces de una gran ciudad] de Juan Forn, Emecé (1986); Los jugadores de titán de Philip K. Dick, Edhasa (1989), de la que existe una traducción anterior de Jordi Arbonés, Martínez Roca (1979); El mundo de Rocannon de Ursula K. Le Guin, Edhasa, (1989) de la que existe una traducción anterior de Ana Goldar, Bruguera (1982); El misterio de Edwin Drood de Charles Dickens, Edhasa (1989), de la que existe una traducción paralela de Carlos Gardini, en Sudamericana, del mismo año; Alexias de Atenas: una juventud en la Grecia clásica, Edhasa (1992) [pero también Salvat (1995), Planeta Argentina (1999)] de la que existe una traducción anterior de Luis de Caralt (1961) firmada como C.P.S.

Las biografías de los traductores, así como su suerte, suelen ser esquivas. Nos alegramos y nos asombramos cuando alguien descubre y reconstruye el ser y el no ser de los que vertieron a nuestro idioma (con un índice de anonimato colosal) los libros que leímos.

Lamento no poder ofrecer algunas de esas historias que merecen ser contadas. Lamento también no poder ofrecer ni siquiera un perfil, un indicio, un holograma de aquellos extraños oficios y más desconocidos orfebres que fueron convirtiendo un texto escrito en la Argentina en 1971, para lectores de literatura, en una suerte de clásico escolar del futuro. Lamento por fin que mi retrato no tenga el misterio luminoso que posee el de Fernando Sorrentino en este excelente morceau choisi del linaje castellano de Salinger.

http://cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/marzo_03/13032003.htm

Continuará.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Poe en México

En el blog Las Historias, del prolífico narrador y ensayista mexicano Alberto Chimal (Toluca, 1970), con fecha de noviembre del año pasado, se anuncia, la publicación una nueva traducción de "La caída de la casa Usher", de Edgar Allan Poe, así como la de una colección de adaptaciones de textos de Poe –y de H.P. Lovecraft– realizada por el historietista Richard Corben. Por su pertinencia, se reproduce únicamente la primera de las dos novedades.

Dos novedades de Poe (1)

Acaban de salir dos ediciones muy interesantes y asequibles de obras de Edgar Allan Poe. La primera es una nueva traducción de "La caída de la casa de Usher", publicada por Nostra Ediciones:

Además del cuento en sí, por supuesto, hay que destacar la edición cuidadísima, cuyo diseño busca integrar el texto, sin quitarle una sola palabra, con las ilustraciones y una serie de artificios tipográficos: sin llegar a ser “arte secuencial”, cómic en el sentido tradicional, los colores y las composiciones se vuelven una parte central de la experiencia de la lectura. Y el gusto visual del conjunto, creo, no tiene ningún rival en las ediciones recientes de Poe.

Además, las ilustraciones son espléndidas: su autor, el argentino Diego Molina, fue discípulo del gran Alberto Breccia y parece empeñado en llevar todavía más lejos el uso del negro y el claroscuro que hizo famoso a su maestro. La atmósfera de locura e intranquilidad de la historia de Poe, además, se logra visualmente con viñetas de trazos aparentemente apresurados, temblorosos, pero tan expresivos que se ve en ellos la mano de un artista que domina su oficio a la perfección.

Por último está la traducción, realizada por Andrea Fuentes Silva y Yeicko Sunner. Se trata de una versión nueva, que no recurre a la clásica de Julio Cortázar y no tendría por qué hacerlo: parte del sentido de la traducción es mantener vivos a los textos a pesar de los cambios en los idiomas y las culturas, y de hecho –con lo bueno y entrañable que es el trabajo de Cortázar– este año debió haber más traducciones como ésta, en lugar de sólo reediciones de las ya existentes. Muchos términos de la traducción de Fuentes Silva y Sunner son más precisos, más cargados de significado que los correspondientes en la de Cortázar; no sé si la intención de esta “Casa de Usher” es acercarse más a lectores de una cultura que se vuelca más en lo visual, pero en todo caso el resultado es excelente, y eso es lo que cuenta.

(http://www.lashistorias.com.mx/index.php/archivo/dos-novedades-de-poe-1/),

martes, 23 de febrero de 2010

Revista virtual mexicana e importante diario español ocultan nombres de traductores

Tanto la revista digital mexicana Justa (cfr. el artículo que se presenta a continuación) como el diario español El País acaban de dar la noticia de la publicación de Vivir para contar, un libro con textos inéditos del escritor italiano Primo Levi, editado y prologado por Arnold I. Davidson y publicado por la editorial Alpha Decay. Uno y otro medio omiten el nombre de los traductores Albert Fuentes y Piero dal Bon, quizás dando a entender que el libro se tradujo espontáneamente. Lamentablemente, en caso de los Cuentos completos, fuera de la mención de Carmen Martín Gaite como traductora de uno de los libros que componen el volumen, ni en la página web de la editorial El Aleph, que lo publica, ni en ningún otro sitio de Internet hay noticia de los "traductores varios" que se ocuparon del resto del volumen.

Se edita en España libro
con textos inéditos de Primo Levi

A 65 años del término de la Segunda Guerra mundial y de la liberación de los campos de concentración antisemitas, la literatura reaviva una de las voces más importantes que describieron la vida dentro del holocausto, el italiano Primo Levi, quien sobrevivió del campo de exterminio de Auschwitz.

Las librerías españolas acaban de recibir Vivir para contar (Alpha Decay), libro que reúne textos inéditos en español creados poco antes de la liberación de Levi. Este lanzamiento coincide con la reciente publicación de sus Cuentos completos (El Aleph). Por su parte, Italia se une a la conmemoración de Levi con una exposición que reconstruye la amistad entre él y sus jóvenes compañeros, desde la promulgación de las leyes raciales en 1938, hasta la publicación de Si esto es un hombre, título emblemático en el que su autor describe la estancia dentro del campo de concentración.

lunes, 22 de febrero de 2010

Consideraciones para propios y ajenos

Hasta aquí ha habido algo así como una semana de discusiones a propósito de diversos temas que tuvieron como centro a) la ilusión del panhispanismo y b) la responsabilidad del traductor a la hora de tomar decisiones.

También hasta aquí participó una serie de traductores muy calificados, tanto de España como de la Argentina; entre otros, Juan Gabriel López Guix, Maite Gallego, Carlos Fortea, Andrés Ehrenhaus, Jorge Aulicino y Julieta Lionetti. Es de desear que a ellos se sumen muchos otros.

Promediando el debate, el Administrador intentó realizar un resumen de las cuestiones que se trataron, de lo que resultó una lista, que se transcribe:

a) Hay una dimensión política de la traducción que tiene que ver con
-1) las decisiones del traductor en relación con la propia modalidad de la lengua y
-2) las decisiones editoriales, que no siempre se apoyan en hechos meramente económicos, sino también lisa y llanamente políticos (cfr. la muy buena ponencia de Marietta Gargatagli en este mismo blog, cuando el simposio del castellano neutro y el negocio que se esconde detrás de los intereses por instalar métodos de aprendizaje del castellano con el único sesgo del "español de España").

b) Hay una aparente imposibilidad de traducir el lenguaje de la intimidad (formas coloquiales, argot, etc.) a un castellano único, por lo que corresponde que cada cual trabaje con el material que tiene más a mano, sin por ello ofender a nadie.

(Apostilla: acá, irremediablemente, se choca con lo que quieren las editoriales, por lo que la ilusión no funciona.)

c) Hay una posibilidad de deslocalización de formas muy particularmente locales, apelando a la buena voluntad del traductor, el diccionario, etc.

ch) (¿Se acuerdan de la ch?) Hay una necesidad manifiesta de equiparar, cuando esto sea posible, la lengua a la que se traduce con la lengua a la que se escribe, siempre y cuando esto no cause violencia en los textos, para lograr que tanto los entendidos como el público sean conscientes de la jerarquía a la que puede aspirar una traducción.

d) Hay que tratar de que todas estas cuestiones se debatan sin la menor sospecha de nacionalismo (Borges se refería a esa lacra como "la manía de los primates"), viendo la circunstancia geográfica como un accidente antes que como una razón última de cortocircuitos entre pares.

f) Hay que remitir lo más que se pueda a las cuestiones estilísticas.

A esto, Maite Gallego sumaba:
g) la necesidad de rebelarse ante las imposiciones de ciertas editoriales.

Algo después, Jorge Aulicino y Andrés Ehrenhaus introducían un nuevo sesgo:
h) la diferenciación de los traductores “profesionales” –vale decir, los que se ganan la vida traduciendo por un pago– de aquéllos que lo hacen por mero placer, con la misma profesionalidad que los primeros, pero sin tener que lidiar con los problemas de índole administrativa con que se las ven quienes viven de traducir. En este punto, hubo otro intercambio de opiniones sobre lo que es traducir, desde una perspectiva filosófica e incluso abstracta, y lo que es hacerlo dentro del contexto de un mercado que paga por ese trabajo.

Como se ve, son muchos temas distintos, por lo que, me parece, se pueden ir discutiendo uno por uno en sucesivas entradas, algo que, desde ya, se propone. No obstante, algunos temas me parecen menos inmediatos que otros. No es que no tengan la misma importancia, sino que se prestan, en todo caso, a reflexiones de índole incluso metafísica y, la verdad, la experiencia revela que si los traductores a veces parecemos estar metafísicos es porque tenemos hambre.

Según se discuta desde una u otra orilla, hay un punto en el que irremediablemente se tiene la sensación de que por más buena voluntad que se ponga el diálogo comienza a ser de sordos. Me explico y para ello voy a recurrir a una serie de ejemplos y datos, muy transparentes y claros desde Latinoamérica, pero que a veces parecen no tener la misma importancia desde España.

Para comenzar con un ejemplo nítido: los Estados Unidos tienen una industria cinematográfica de la que viven miles de personas. España o la Argentina, no. Ambos países dependen de capitales privados, sí, y también de subsidios estatales para producir películas. A la hora de competir en los mercados internacionales, resulta poco menos que imposible que los países periféricos a la industria central tengan las mismas oportunidades. Por otro lado, si en los Estados Unidos fracasa una película en la que se invirtió más plata de la habitual, peligran cientos de puestos de trabajo. En cambio, si una película argentina o española no tiene los suficientes espectadores, a lo sumo es el Estado el que tendrá un déficit en su balance. Pero no mucho más.

Esto, me imagino, tanto un español  como un argentino pueden entenerlo perfectamente bien.

Transportando ese ejemplo al mundo editorial, España tiene una industria pujante, que ocupa a cientos de personas, cosa que no ocurre en la mayoría de los países latinoamericanos donde las editoriales suelen proceder casi artesanalmente. Hay, a lo sumo, alguna que otra editorial mediana y filiales de empresas multinacionales españolas (aunque en muchos casos España es apenas una excusa para capitales extranjeros) que dominan los pequeños mercados de Latinoamérica, manteniéndolos absolutamente parcelados. ¿A qué me refiero? A que, aunque Alfaguara, Planeta y Random House Mondadori, al menos en la Argentina, tengan el 60% del mercado editorial, no distribuyen a los autores publicados en la Argentina en otros países ni a los de otros países en la Argentina, excepción hecha con España. Entonces, si un autor  publica en las casas centrales de esas editoriales, todas situadas en España, se asegura su distribución latinoamericana. Tal es así que, cuando uno busca un libro publicado por Alfaguara Argentina en la Feria de Guadalajara o en la de Santiago de Chile, tal libro no existe, salvo que llegue a través de la Cámara del Libro de Argentina o de su par chilena. Pero atención: no llega al stand de Alfaguara, sino al de las cámaras en cuestión y con cuentagotas. Por caso, y a modo de ejemplo, Juan José Saer, acaso el escritor argentino más importante después de Borges, no se distribuye en las librerías mexicanas porque la filial de Seix Barral en ese país no lo importa de la filial argentina. En consecuencia, Saer, en México, no existe.
Se comprenderá entonces que las filiales prácticamente no traducen y por lo tanto inundan el mercado latinoamericano con traducciones realizadas en España.

Acá podrá argüirse entonces que las editoriales latinoamericanas independientes deberían comprar los derechos de traducción para que haya traducciones locales en cada país. La respuesta es que se hace en la medida en que se puede, porque  las grandes editoriales españolas y los agentes internacionales instauraron la moda de la venta de derechos “para la lengua castellana”, haciendo que para un mediano o pequeño editor latinoamericano resulte prácticamente imposible competir con su par español a la hora de ofertar por un libro. De hecho, a veces se da el caso de un autor comprado en bloque por un agente español, que luego vende parcelados los derechos a los distintos países, condicionando las tiradas y la distribución. En todas estas circunstancias, quienes traducen para la industria editorial española no tienen arte ni parte y mucho menos culpa alguna, pero sí bastante en qué pensar porque, al fin y al cabo, su traducción será prácticamente la única que se leerá en todo el ámbito de la lengua española y eso conlleva responsabilidades.

Yendo un poco más a fondo, a los primeros datos, tratemos de sumar otros igualmente pertinentes. Por ejemplo, qué tipo de mercados existe en Latinoamérica. En México, el 70% de los libros que se publican están subvencionados por el Estado mexicano, el cual, a su vez, los compra, creando la ficción de una producción enorme que, finalmente, no vende entre el público. Si esta estadística parece exagerada, contémplese que México, un país con 70 millones de habitantes, tiene apenas 250 librerías (vale decir, menos de un cuarto que la ciudad de Buenos Aires, con 2 millones y medio de habitantes y, si consideramos los suburbios, con apenas 14 millones). Esas librerías mexicanas están ubicadas exclusivamente en 5 estados y sólo en ciudades con más de 500 mil habitantes. En otros lugares las cosas son peores: todo Chile tiene sólo 100 librerías; todo Perú, apenas 30 (20 de las cuales están en Lima). Señalo que son estadísticas oficiales y no cifras caprichosas, pero de todas ellas se podrá inferir cuál es el porcentaje de libros que se traducen. 

Se trata de fealdades, de hechos del mercado y, como dirían Aulicino y Ehrenhaus, de consecuencias directas del capitalismo. Por lo que resulta claro que los traductores que realmente se consideren “humanistas” debería realizar una serie de consideraciones, acaso accesorias en otro contexto, donde          –estamos de acuerdo– no serían pertinentes. De ahí entonces la necesidad de volver atrás y reconsiderar que este debate tiene que realizarse con todo esto en mente y no en un mundo ideal donde los giros locales pueden deslocalizarse y todos contentos. De eso también vamos a discutir, pero tal vez donde sea más lógico hacerlo.

Como última consideración, quiero agregar que no se trata aquí de uniformar lo que unos y otros hablamos y escribimos, creando la ilusión de un discurso único, sino de buscar la manera de incluir al otro sin atentar contra nuestras convicciones íntimas sobre la lengua y nuestros intereses laborales. Me parece que a esto también se refería Juan Gabriel López Guix cuando hablaba de evitar los nacionalismos y considerar los problemas de la lengua a la que se traduce en términos estilísticos. Entiendo que sea difícil y, por momentos, hasta incómodo, pero hacerlo es honesto y solidario. Y todos necesitamos de la solidaridad de todos.

El debate, entonces, va por este andarivel y no por otro.

domingo, 21 de febrero de 2010

Sí, como mínimo...

Lo que sigue es la columna del escritor español Alejandro Gándara (Santander, 1957), publicada en el blog El Escorpión, del diario El Mundo, y mencionada por María Teresa Gallego en el debate que está teniendo lugar en la entrada correspondiente al día 20 de febrero del blog del Club de Traductores Litearios de Buenos Aires.

Quien desee enterarse de los comentarios aludidos en el debate por Andrés Ehrenhaus, puede acceder a ellos en http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/escorpion/2010/02/19/las-traiciones-al-traductor.html

Las traiciones al traductor

Hacia el mes de mayo, saldrá a la calle el Libro Blanco de la Traducción, elaborado por ACE-Traductores, que promete ser algo así como una patología general de la edición en España, al menos (aunque tengo la impresión de que se verán más cosas) en relación con estos profesionales, gracias a los cuales nos enteramos de la materia universal. El 25% de los libros publicados en España precisan de este oficio y si nos referimos a lo literario hablamos del 38%.

Lo cierto es que cualquiera que tenga un amigo traductor sabe que vivir de ese trabajo es una epopeya, tan dramática y absurda a veces que serviría para animar cualquier club de la comedia, si no fuera porque el espectáculo se interrumpiría prontamente a causa de los llantos.

Hay en esto un asunto más que gremial y reivindicativo, o sea, justicia aparte: de los profesionales de la traducción depende lo que leemos, lo que entendemos y los elementos del imaginario colectivo para acercarse a otras culturas y otros mundos; depende el empobrecimiento o enriquecimiento de nuestra lengua; depende la actualización de nuestros conocimientos y de nuestra manera de estar en lo ajeno; y depende también el que la palabra siga siendo un vehículo del pensamiento, del intercambio y de la comunicación humana.

Como mínimo, habría que cuidarlos mucho.

sábado, 20 de febrero de 2010

Un marco apropiado para el debate

Con el buen tino de costumbre, Juan Gabriel López Guix consigue reorientar el debate, en esta breve intervención, suscitada por las últimas entradas a propósito de a qué castellano se traduce y cuáles son las responsabilidades del traductor.

El problema transatlántico

En relación con el interesante problema de lengua utilizada en las traducciones, el debate sobre el español de aquí y de allá tiene el grave peligro de que es muy fácil que el aspecto geográfico enmascare el aspecto realmente importante, el literario. Con el consiguiente efecto indeseado de que el debate degenere en una guerra de banderas y personalismos. En la entrada "Decisiones y responsabilidades" (17 de febrero del 2010) del blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, Jorge Fondebrider cita una traducción plagada de decisiones de traducción que, según afirma, resultan en un tono general "que parece excluir a cualquier lector que no sea peninsular". Creo que se trata de una apreciación demasiado general y que, en cierto modo, puede llevar el debate a un terreno no deseado. Quizá habría que matizarla, puesto que no es improbable que haya también lectores peninsulares que se encuentren incómodos con opciones como las citadas y a quienes les resulte difícil seguir sosteniendo en tales circunstancias la burbuja de la ficción. Por ello, creo que nos encontramos ante un problema estilístico, no lingüístico. De otro modo, tendríamos que postular la existencia de lectores peninsulares "no peninsulares".

En cuanto a la parte de las responsabilidades, es cierto que en el mundo editorial peninsular muchos editores, revisores y traductores parecen embebidos de una actitud patrimonialista con respecto a la lengua. En las jornadas tituladas "La utopía del castellano neutro" organizadas por el Club de Traductores Literarios y el Centro Cultural de España en Buenos Aires que se celebraron en esa ciudad a principios de noviembre del 2009, Gerardo Gambolini expuso el caso extremo de una traducción suya encargada por la editorial Turner en las que sus opciones, lingüísticamente comprensibles de modo "transatlántico" y acertadas en términos estilísticos, fueron cambiadas en el proceso de revisión realizado en Madrid por otras, localistas en lo lingüístico y, lo que es peor, incorrectas en lo estilístico. Y ello en una traducción que debía venderse sólo en Argentina.

En realidad, el problema no es tanto la utilización de palabras diatópicamente marcadas, sino que el que éstas carezcan de justificación estilística y saboteen la propia coherencia de la obra. Los traductores no somos Pierre Menards capaces de borrar por completo cualquier rastro de nuestros orígenes (por más que el "lector empírico", entregado al fervor de la ficción, pida exactamente eso). Cierta sensibilidad literaria puede ayudar a atenuar las distancias, pero, sobre todo, a armar una ficción literaria autosostenible y susceptible de posibilitar la suspensión voluntaria de la incredulidad.

Desde una posición extrapeninsular, los comentarios sobre las traducciones "españolas" tienen a incurrir en la generalización abusiva de considerar la lengua empleada como un conjunto homogéneo, olvidando que existen diferencias entre el centro y en la periferia peninsular, que el castellano meridional presenta unos usos mucho más cercanos a los americanos y que el colectivo traductor "español" tiene una buen representación de traductores argentinos.

viernes, 19 de febrero de 2010

Lo que vendrá

En la Argentina, donde muchas editoriales grandes no firman contratos de traducción y donde, si lo hacen, en muchas oportunidad incluyen una cláusula de cesión de derechos a perpetuidad y para todos los formatos existentes y por haber (violando, entre otras cosas, leyes constitucionales), parece el futuro. Pero en España ya se está a un paso del libro digital y de otras formas de distribución de contenidos a través de la web. Por eso la ACE y la ACE Traductores colgaron recientemente en su página web la siguiente noticia, que tal vez valga la pena considerar en los distintos países de Latinoamérica, para estar preparados ante la nueva tecnología y el tipo de negociación comercial que deberá realizarse en el futuro inmediato.

Nota informativa a todos los socios
de ACE y ACE Traductores

En la reunión del martes 26 de enero de 2010, la Comisión de Nuevas Tecnologías de la ACE, formada por los escritores Ignacio del Valle, Juan Pedro Molina Cañabate y Juan Gómez‐Jurado; el escritor y traductor Ramón Sánchez Lizarralde; la traductora de ACE TRADUCTORES María Teresa Gallego; los expertos en nuevas tecnologías en el mundo digital Antonio Cuerpo y Javier Celaya, y el escritor Antonio Gómez Rufo, que actúa como presidente de la Comisión, se ha acordado:

Informar a los todos los escritores y traductores de la ACE y de ACE TRADUCTORES que el mundo del libro y de la edición va a sufrir un importante cambio en el modelo de negocio, un hecho que todos deben tomar en seria consideración porque va a afectar tanto a empresas editoriales como a autores y traductores.

Adoptar una postura pública ante los cambios en el modelo del negocio de libro que pueda servir de referencia tanto a los escritores y traductores agrupados en ACE y ACE TRADUCTORES como a todos los demás que lo deseen.

Para este cambio, que empezará a notarse durante el año 2010 y que va a ser trascendental en años sucesivos, se están preparando intensamente las grandes editoriales españolas (como las de todo el mundo),
así como los grandes servidores de contenidos digitales: Amazon, Google, Telefónica, iTunes y otros muchos.

En España, concretamente, se está terminando de constituir una Plataforma formada por las editoriales
Random House, Planeta y Santillana que se convertirá en una nueva empresa para compra de licencias de
derechos digitales a los autores y la subsiguiente venta de sus libros en formato de libro digital o e‐book. A
esta Plataforma (que todavía no tiene nombre) se incorporarán en breve, previsiblemente, otras muchas
editoriales españolas. Esta nueva empresa digital de Libros de España tiene previsto presentarse a la opinión
pública en la Feria del Libro de Madrid (junio, 2010).

Los escritores (por sí mismos o a través de sus agentes literarios) deben prepararse para que el nuevo modelo de negocio editorial no perjudique la difusión de sus obras ni se limiten sus derechos de autor y su
remuneración, finalidad para la que se ha creado y va a trabajar la Comisión de Nuevas Tecnologías de la
Asociación Colegial de Escritores de España y la Asociación Colegial de Traductores. EL ÚNICO INTERÉS DE LA COMISIÓN ES INFORMAR A LOS COLEGAS DE SUS DERECHOS Y DE LAS POSIBILIDADES DE DEFENDERLOS, SIN QUE ELLO SIGNIFIQUE QUE CADA CUAL PUEDA LLEGAR CON SUS EDITORIALES A LOS PACTOS QUE CREAN OPORTUNOS.

En opinión de esta Comisión, los escritores y traductores deben tener en cuenta que:

a) Por los estudios e investigaciones realizados, hemos comprobado que todavía nadie (ni editores ni
autores) sabe cómo va a desarrollarse el negocio digital del Libro.

b) Tampoco son conocidos ni evaluados correctamente (porque falta información) cuáles son las
tecnologías ni los canales de multidifusión (e‐book, descargas en móvil, otros…) en que se van a plasmar los
nuevos negocios del libro digital. Por eso los autores y traductores tenemos que estar preparados ante
cualquier posibilidad.

c) Es posible que las empresas editoriales busquen, en el nuevo modelo de negocio, quitarse gastos de
infraestructura y poner en marcha un negocio de elite sólo para autores de amplia repercusión popular.

d) Es preciso tener en cuenta que la promoción y publicidad de las nuevas obras puestas en el mercado (al
igual que ocurre ahora con los libros en papel) necesitarán de empresas (editoriales o no, pero parece que
deberían ser las actuales editoriales) para llevar a cabo la labor promocional de los libros. Por eso es preciso
llegar a acuerdos con las empresas editoriales y con las Plataformas Digitales que se constituyan.

e) A partir del próximo mes de junio, los autores podrán gestionar sus propias obras cediendo sus
derechos digitales a las plataformas digitales que deseen, sea Google, Amazon, Telefónica, iTunes o cualquier otra, en las condiciones que acuerde, conforme a sus intereses. No hay por tanto obligación alguna de ceder la licencia de explotación digital de sus obras a su actual empresa editorial. Pero sí hay que tener muy en cuenta de dichas plataformas no ofrecen servicios editoriales y sopesar los pros y los contras. (Véase más abajo el punto E).

f) ES MUY IMPORTANTE SABER QUE LA CESIÓN DIGITAL NO ES UN CONTRATO DE EDICIÓN, SINO UNA LICENCIA DE EXPLOTACIÓN. Y QUE EN TODO CASO LA LICENCIA TIENE QUE CEDERSE EN UN CONTRATO INDIVIDUALIZADO PARA CADA OBRA, ANTIGUA O NUEVA, SIENDO NULA CUALQUIER CLÁUSULA QUE SE HAYA FIRMADO EN UN CONTRATO DE EDICIÓN, PARA LIBRO EN PAPEL, QUE INCLUYA EL DERECHO DEL
EDITOR PARA EXPLOTAR LOS DERECHOS DIGITALES DE ESA OBRA.

En opinión de esta Comisión, y a la espera de preparar en breve un Contrato‐Tipo para la Cesión de Licencias Digitales, se aconseja a los escritores y traductores que tengan en cuenta que las condiciones más razonables para la ceder una obra a una plataforma digital son:

A) Siempre se deben ceder los derechos SÓLO PARA FORMATO de libro electrónico. Si las empresas
editoriales tratan de comprar la licencia para descarga de móvil u otro formato, se recomienda hacer en un
contrato diferente y a precio mayor.

B) Las cesiones deben ser por un corto periodo de tiempo (uno o dos años, como máximo), porque no se
sabe por dónde va a discurrir el nuevo modelo del negocio del Libro ni la reforma de la Ley de Propiedad
Intelectual (LPI).

C) El autor debe exigir tener un control de descargas/ventas, teniendo acceso al Contador de Descargas
(algo técnicamente muy sencillo porque la Plataforma –el editor‐ sólo tiene que facilitar la clave de acceso).

D) Si se fija un anticipo por la cesión de la licencia, el autor empezará a cobrar cuando se amortice el
anticipo. De no existir anticipo (que será lo más frecuente) el autor debe exigir liquidación positiva desde la
primera descarga.

E) Teniendo en cuenta que Amazon, tratándose de una autoedición (colgar en la red los libros sin tratar,
tal cual los envía el autor) establece un porcentaje de 70/30% (70% para el autor, 30% para Amazon), sobre ingresos netos, creemos que es preferible seguir el ejemplo anglosajón de permitir que los editores pongan los libros a la venta en mejores condiciones (tratados, formateados, cuidados), por lo que el porcentaje para el escritor, a exigir por cesión de licencia, debería estar entre un 30 y un 50% del ingreso neto del editor desde la primera descarga, dependiendo de si el editor garantiza o no una promoción adecuada de la obra (publicidad, gira promocional, elementos propagandísticos, etc.). En cuanto a los traductores deben pactar unos derechos que equivalgan a la cantidad que reciben por sus derechos sobre la venta del libro en papel. Multiplicar por 2,5 esos derechos parece una pauta adecuada.

F) En todo caso, debe distinguirse entre libros ya editados (en cuyo caso el porcentaje debería rondar el
50% para el escritor y multiplicarse por 2.5 para el traductor) y libros nuevos (en cuyo caso pueden pactarsecondiciones de promoción, un anticipo sobre derechos equivalente a un número mínimo de descargas (1.000, por ejemplo) y unos derechos en torno al 30%, para que el escritor no pierda poder adquisitivo. En el caso del traductor, además de un anticipo semejante, equivalente a un número mínimo de descargas, habrá que tener en cuenta el precio del libro en papel y el precio de libro digital para calcular la equivalencia de ambos porcentajes. El ejemplo que figura es válido mutatis mutandis para escritor y traductor:

a. Por ejemplo: Si un libro en papel cuesta 21 euros, el 10% de derechos de autor son 2’10 euros. Si
descargar un libro digital cuesta 7 euros, el 30% equivale a los mismos 2’10 euros.

G) Estimamos contraproducente que la descarga de un libro digital puesta a la venta por la Plataforma
española cueste una cantidad superior a los 10 dólares (8,50 euros), que será el precio aproximado que
establezcan los grandes servidores mundiales.

Por último, se ruega a los escritores y traductores que difundan entre sus colegas autores lo que crean
conveniente de estos datos para que estén informados y puedan realizar las preguntas o plantear las dudas
que estimen necesarias.

Pueden dirigirse a nuestras webs www.acescritores.com y www.acett.org

jueves, 18 de febrero de 2010

Dos blogs dedicados a la literatura francesa


Los traductores argentinos Florencia Baranger-Bedel y Miguel Frontán Alfonso administran sendos blogs dedicados a la literatura francesa, donde se ofrecen excelentes versiones de prosa y poesía.

Las Egerias (http://www.lasegerias.blogspot.com/), de Florencia, existe desde septiembre de 2009. Allí pueden leerse magníficas versiones de Yves Bonnefoy, así como poemas de Charles Baudelaire, Paul Verlaine, Stephane Mallarmé, Paul Eluard, Francis Ponge, Guillevic, Philippe Jaccotet, entre otros.

Por su parte, Literatura Francesa y traducciones (http://literaturafrancesatraducciones.blogspot.com/), activo desde abril de 2009, tiene de todo. En él Miguel sube versiones de Verlaine a Paul Léataud, pasando por Jean Racine, La Fontaine, André Chenier, Alphonse Allais, Charles Nodier, Jean, Lorrain, Remy de Gourmont, Colette, Oscar Vladislav de Lubicz Milosz, René Daumal y tantísimos otros. Además, el blog no desdeña los cruces con la literatura de otras latitudes.

Uno y otro son empeños solitarios que merecen el mayor apoyo y que tienen muy buenos materiales tanto para el neófito como para el lector de paladar negro.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Decisiones y responsabilidades

Aparentemente, la entrada correspondiente al martes 9 de febrero de 2010, un comentario del escritor Martín Cristal –publicado en http://elpezvolador.wordpress.com/2009/04/20/traducir-a-salinger/  como "Traducir a Salinger" y republicada en éste, bajo el título de  "J. D. Salinger: el turno de los cuentos" – ha producido un cierto revuelo. Sobre todo, a partir del momento en que Juan Gabriel López Guix tuvo la amabilidad de hablarle de este blog a su compatriota José Antonio Millán, quien estableció un vínculo con la entrada, colgándola a su vez en su blog Libros & Bitios (http://jamillan.com/librosybitios/blog/index.htm), desde donde fue reproducida a muchos otros blogs españoles. El resultado inmediato traduce la cantidad de consultas al blog, por lo que vaya nuestro agradecimiento a Juan Gabriel y a Millán.

Considerando el promedio histórico de entradas,  el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires siempre tuvo el doble de consultas argentinas respecto de las españolas, quedando en tercer lugar aquellas provenientes de México. Al día de hoy, las entradas argentinas son 1207, las españolas 915 y las mexicanas 165. No sé si estos datos se relacionan con la pasión que despierta Salinger o tienen que ver con una discusión en ciernes, que se está desarrollando desde hace casi una  semana en la mencionada entrada del 9 de febrero, sobre los problemas que se plantean en el momento de decidir a qué castellano se traduce. Si así fuera, ésta es una magnífica oportunidad para continuarla, por eso se publicaron la columna del argentino Andrés Neuman (cfr. lunes 15 de febrero), así como el artículo de la costarricense Jacqueline Murillo (cfr. martes 16 de febrero), a los que hoy sumo una breve reflexión sobre las decisiones del traductor y la responsabilidad que éstas conllevan.

Hace poco me tocó escribir la reseña de Beber para contarlo, un libro algo tramposo publicado en Gran Bretaña, que recopila cuentos, fragmentos de novela, fragmentos de piezas teatrales y alguna crónica que tienen como común denominador el alcohol y sus consecuencias. Los derechos de ese volumen fueron adquiridos por la editorial Norma, la cual encomendó la tarea a un equipo de traductores españoles, integrado por Miguel Martínez-Lage, Jaime Blasco Castiñeyra, Gerardo Mendoza Álvarez, J. L. Miranda, Carlos Gerald Pranger y Eugenia Vázquez Nacarino, los cuales, en la mayoría de los casos, parecieron especialmente empeñados en buscar las palabras más  lejanas del castellano que se habla en otras provincias de la lengua, dificultando así la lectura a niveles por momentos increíbles. Y no se trata aquí de la traducción de juegos de palabras o de referencias extremadamente locales, sino más bien de un tono general, que parece excluir a cualquier lector que no sea peninsular.

Prácticamente en todos los textos hay escollos, pero en el caso de aquéllos traducidos por Martínez-Lage se convierten en cordilleras. Véanse, por caso, las siguientes expresiones tomadas al azar de "Por gracia", el cuento de James Joyce que abre el volumen, y que también puede consultarse en otras versiones de Dublineses (tengo a mano la de Oscar Muslera, publicada por Fabril Editora, de Argentina, en 1961). En sólo dos páginas y media del cuento y con verdadero desprecio de cualquier lector que no sea español, Martínez-Lage se despacha con  “coche de punto” (por “coche de alquiler”), “dar el pego” (por “engañar”), “soltar puyazos” (por “burlarse”), “pimplarse” (por “beber”), “pasarlas canutas” (por “pasarlas negras”), “bebercio” (por “bebida”), etc. . Quisiera dejar sentado que, en la mayoría de los casos, la aclaración entre paréntesis corresponde a la primera acepción que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española, con lo que resulta claro y evidente que los localismos podrían haberse evitado con un poco de buena voluntad y pensando en el prójimo. Se dirá que esas expresiones en España son transparentes. Sin embargo, en la mayoría de los países de Latinoamérica no quieren decir nada. Si se hubiera optado por el sentido común, el cuento, en todo caso, habría ganado lectores, o al menos podríamos imaginar que su acción transcurre en Dublín y no en Pamplona.

Habrá quien diga que la culpa es del editor y no voy a ser yo quien defienda a los editores. Pero antes está el traductor, que es quien decide en primera instancia, ofreciéndole al editor, llegado el caso, el material con que éste va a trabajar. Y me permito acá dudar de que a algún editor se le ocurra corregir "tonto" reemplazándolo por "cuatrilicoche" (como efectivamente pone Martínez-Lage). Sus decisiones implican responsabilidades para con los lectores, y no sólo para aquéllos que viven en la otra cuadra. Y esto vale tanto para españoles como para argentinos, mexicanos o chilenos. Dicho de otro modo, no hay excusas.

Jorge Fondebrider

martes, 16 de febrero de 2010

Ese Asimov era un tío patilludo

La costarricence Jacqueline Murillo, de manera coincidente con los puntos de vista planteados en la entrada de ayer, de Andrés Neuman, se pregunta por el destino de la publicación única para todos los hispanohablantes. Lo hace en Nisaba, un blog dedicado a la lengua, el diseño, la edición y las tecnologías de la palabra.


¿Es posible editar para todos los hispanohablantes?

Una de las ventajas de la lengua, en tanto código internacional de comunicación e intercambio, es su capacidad para darnos acceso a cualquier texto, publicado en cualquier país. No obstante, aun cuando quisiéramos una sola lengua universal, idéntica y comprensible por todos sus hablantes, los giros y particularidades de una región la pueden volver críptica para los hablantes de otra.

Tomemos, como ejemplo, el español. Nací en Costa Rica, un país al que llegan, de alguna manera, influencias de muy diversas procedencias. Así, he leído libros editados en casi cualquier país de habla hispana: México, El Salvador, Colombia, Argentina, España... nunca me he sentido incapaz de leerlos, aunque ciertamente me daba algo de risa encontrarme un "Oye, tío" en alguna traducción española de una obra de Isaac Asimov. Aclaro: en Costa Rica, "tío" es y siempre será el hermano de mi madre, nadie más; el otro sería "mae", pero no es nada elegante para incluirlo en una traducción literaria, mucho menos de Asimov.

Así, la edición que traspasa fronteras se ve obligada a hacerse preguntas y tomar decisiones. El editor de obras técnicas tiene la responsabilidad de procurar textos que cumplan con ciertos requisitos básicos: comunicabilidad, ¿se tiene éxito en la comunicación texto-lector?; lecturabilidad, ¿se puede leer fluidamente, sin tropiezos en el camino?; naturalidad, ¿se siente cómodo el lector con el texto?; claridad, ¿el texto se entiende tal cual, sin equívocos? Aclaro que estos son requisitos propios de la edición técnica porque ahí donde un manual de uso o un texto didáctico requieren de una comunicación eficaz, transparente, clara, sencilla, directa y unívoca, la comunicación literaria puede aspirar a producir ambigüedad, pluralidad, multidireccionalidad, deliberada oscuridad y, sobre todo, múltiples posibilidades interpretativas.

Así, en teoría, todo parece muy sencillo y abstracto. El problema es cuando un texto invadido por vocablos y giros de la vida cotidiana quiere traspasar las fronteras de una latitud a otra. Tomo, como ejemplo, una obra enfocada en la incorporación de recursos tecnológicos en los procesos de enseñanza-aprendizaje. ¿Qué clase de dificultades léxicas podríamos encontrar ahí?, se puede preguntar el editor. Estas son solo algunas: España, ordenador / América, computadora (no computador, como tienden a pensar algunos); España, pizarrón / América, pizarra; España, plumón / América, marcador (Costa Rica, pilot); España, ordenador de sobremesa / América, computadora de escritorio... (profundizo en eso... a mí me dicen "ordenador de sobremesa" y me imagino "¿una computadora para usarla después de tomar café, en la mesa...?").

De repente, una obra perfectamente escrita en español, o eso creemos, se vuelve Babel... y eso sin mencionar términos no tecnológicos, como enojo/enfado, que son exactamente lo mismo salvo que en América preferimos enojo y en España, aunque se entiendan las dos y el DRAE recomiende la primera, los españoles hablan siempre, en su vida cotidiana, de enfado (aclaro que no sé si esa es una afirmación universal, para toda la Península o solo para algunas regiones); o las diferencias que tenemos en el uso de ser y estar.

Así, la revisión de una obra escrita en una latitud para ser publicada en otra puede incluir un trabajo complejo de adaptación/traducción. La decisión de cuánto elijamos traducir dependerá, ciertamente, de los editores y el grado de compromiso que tengan con sus lectores. Un vocablo perfectamente normal en una región puede producir extrañeza, rechazo o hasta risa cuando aparece en un texto pensado para ser leído en otro lugar. Se puede convertir en una piedra de tropiezo, un estorbo en la lectura, un factor distractor que desconcentra y desconcierta al lector. Es ese factor clave el que subyace en las decisiones del editor, y no una simple gana de adaptar por adaptar, o de corregir por corregir.