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viernes, 4 de abril de 2025

"Una escritura precisa y pulcra"

"Anagrama publica una antología del ensayista neoyorkino, seleccionada por él mismo, que ofrece una generosa muestra de su obra en traducción de Aurelio Major." Eso dice la bajada de la reseña publicada al último libro publicado por Eliot Weinberger, firmada por Ignacio F. Garmendia, el pasado 30 de marzo, en El Diario de Sevilla, de España.

El espejo de Weinberger

En el ámbito del ensayismo contemporáneo, el nombre de Eliot Weinberger es sinónimo de una renovación que se distingue por la singularidad de su enfoque panorámico y por su voluntad de asimilar el género, sin merma de la sustancia narrativa, a una suerte de poesía en prosa –y a veces también en verso– donde el vuelo lírico rehúye las expansiones sentimentales. A primera vista, puede parecer que el autor se limita a ejercer de compilador o comentarista, pero conforme nos familiarizamos con su escritura se va advirtiendo la intención y el sentido de su método acumulativo, de modo que la voz aparentemente invisible se trasluce a través de una mirada peculiar que imprime a su obra un tono característico. Reputado traductor de Borges, Huidobro y Octavio Paz, con quien mantuvo una larga relación que se inició cuando Weinberger era un joven hippie, formado al margen del mundo académico en la contracultura de esos años, el ensayista neoyorkino no forma parte del mainstream de los autores de referencia en Estados Unidos, pero ha sido leído con atención en Europa donde su estilo –que algo recoge de los tres latinoamericanos mencionados: la erudición festiva, el afán experimental y el conocimiento de las tradiciones orientales– goza de elevada consideración entre muchos lectores devotos.

Articulada en cinco secciones de las que las dos primeras y las dos últimas contienen catorce piezas, con la tercera como vórtice del conjunto, esta selección de Ensayos elementales, realizada por él mismo y traducida para Anagrama por el editor y poeta Aurelio Major, a quien debemos entre otros títulos de Weinberger las versiones españolas de Rastros kármicos (Emecé, 2002), Algo elemental (Atalanta, 2010) o Las cataratas (Duomo, 2012), ofrece una generosa selección de textos ya publicados a la que se allegan otros hasta ahora inéditos. La estructura, afirma el autor, que recomienda “abrir el libro al azar”, reproduce en su remedo circular la de un “mandala simplificado” que incitaría igualmente a la meditación, aunque por fortuna carece de propósito adoctrinador y se diría inspirada, como el resto de su producción no política, por una concepción a la vez crítica y hedónica de la historia de la cultura. Los ensayos se remontan a su primera entrega, Invenciones de papel, cuya versión española apareció en las prensas mexicanas de Vuelta, la emblemática revista de Paz, y llegan hasta el reciente Dos escenas americanas, traducido por el propio Major para Kriller71 Ediciones, donde el poema aquí incluido ("Un viaje por el río Colorado") comparte protagonismo con otro de Lydia Davis.

La sorprendente variedad temática de los ensayos remite a la tradición del enciclopedismo, pero no es la mirada racional y típicamente ilustrada la que guía un empeño que no se agota en la descripción ni se acerca con fastidiosa condescendencia a las culturas ajenas. Tienen también algo las prosas de Weinberger de gabinetes de maravillas, sólo que los tesoros recogidos no se muestran, por así decirlo, ordenados en vitrinas, sino insertos en un discurso que fluye de manera libérrima y adopta por lo mismo un rumbo impredecible. El viento, los sueños en distintos pueblos y épocas, la primavera, la música del desierto, los tigres, el martirio de una cristiana de Cartago, las visiones de la India antes del descubrimiento de las Indias Occidentales, el taoísmo, los lacandones de la selva de Chiapas, el verano, la legendaria vida de Mahoma, los nombres y formas del azul, los espectros de los pájaros, el otoño, los libros zoroástricos perdidos, el rinoceronte, las variaciones sobre la piedra en diferentes culturas, Empédocles, el invierno, la historia de Adán y Eva, el hielo de Groenlandia, las montañas o las estrellas, son sólo algunos de los motivos tratados. Uno de los capítulos, ya célebre, el titulado El Sáhara, consta de una sola frase: “Las patas de los camellos dejan en la arena huellas de hoja de loto”.

Usando de una escritura precisa y pulcra que no recurre a los adornos para seducir, ágil en lo formal y densa en el contenido, Weinberger guía al lector a través de tiempos sucesivos o superpuestos que lo transportan a los vastos dominios de Occidente y Oriente, la India, China o el Japón, pero también a las culturas no euroasiáticas, abordadas en textos rítmicos y fragmentarios que transmiten un exotismo incisivo, exento de complacencia. Sus heterodoxos informes son los de un sabio que derrocha inteligencia y sensibilidad, además de una finísima ironía que es, junto a la desnudez antirretórica, otra de las marcas de su sello. Erraría quien pensara que sus estimulantes recorridos apuntan a una sofisticada forma de arqueología literaria. Hablando de realidades tan distintas y a menudo tan distantes, el objeto de sus inquisiciones no es otro que la experiencia humana en su diversidad casi infinita, expresada a través de una red de conexiones y analogías en la que podemos mirarnos como en un espejo.

lunes, 25 de octubre de 2010

¿Una respuesta de muchísimo nivel para fogonear una guerra groseramente provinciana? ¿O una pelea de gente que se cree informada para ver quién la tiene más larga?

Y como hay que ser justos, acá está la contestación de Aurelio Major (foto), papá de Granta español-inglés, y compañero/pareja/marido de Valerie Miles, directora de Duomo, según se publica en el sitio de Granta en español. Se omiten esta vez, por falta de espacio, los numerosos comentarios que pueden ser consultados en http://www.granta.es/?p=375

El listillo

Como un náufrago que se desmelena desde la balsa tras el hundimiento de su transatlántico ideológico, es como se presenta el reseñista Ignacio Echevarría en sus comentarios en Rebelión y El Cultural acerca de la selección de narradores jóvenes que Granta ha publicado recientemente.

Que su reprimenda a la prensa cultural, por hacerse eco de esta iniciativa, la haya escenificado con una pataleta farisea, como si no hubiera sido y aún fuera él mismo, que nadie se engañe, parte activa e influyente del entramado periodístico y editorial en España, Chile y Argentina, no es algo que me concierna directamente aquí.

Si Echevarría hubiera tenido la probidad de leer la introducción a este número de Granta que recoge a los que a nuestro juicio son los mejores narradores menores de treinta y cinco años, no habría tergiversado hechos que me conciernen en sus improvisadas notas. Aunque sin duda le deparará otros motivos para vociferar la lectura de esas páginas preliminares, las cuales están a disposición de los interesados en la bitácora en español de la revista.

Las pasadas cinco antologías de Granta que recogen a jóvenes novelistas estadounidenses y británicos publicadas desde 1983 en inglés, y luego algunas traducidas al español, fueron armadas por un jurado que integraron muy diversos narradores, periodistas culturales, editores y los sucesivos directores de la publicación. Nunca intervinieron únicamente críticos literarios, apocalípticos o integrados, y a excepción de la última siempre recogieron a novelistas menores de 40 años de edad. Cualquier lector puede constatarlo, como también puede verificar si la elección de aquellos jurados resultó óptima al acertar en sus veredictos.
Todo parece indicar que así fue. En Granta en Español no hemos hecho otra cosa que ceñirnos a esos usos ya establecidos. En este caso, como John Freeman, director de la revista en inglés, no conoce la literatura de nuestro idioma, publica entonces nuestra edición justamente para dar nuevo relieve a la joven literatura hispanoamericana y española en Estados Unidos y el Reino Unido, principalmente.

Así pues, las condiciones fueron claras y manifiestas en nuestra convocatoria hace más de un año: narradores nacidos después de 1975 y con al menos un libro publicado, dato esencial este último que Echevarría tramposamente escamotea en sus notas. También pretende confundir a los lectores de buena fe acarreando términos y criterios que nunca pretendimos exclusivamente emplear para orientar nuestros juicios, como “emergentes”, “nuevos”, “veinteañeros”, publicados sólo por editoriales marginales, o de determinado sexo o preferencia sexual, o país, o sin agente literario o con proclividades geoculturales aviesas o poco politizadas. Nunca quisimos caer en ecumenismos estériles. La insistencia en ellos la ha puesto él, atribuyéndonoslos falsamente. En suma, está disputando con su delirio de náufrago, pues no compusimos una antología sujeta a deslindes que nunca procuramos. Pero es ahora, un año después, que sospecha del jurado.

Justamente por eso integramos un tribunal que pudiera leer con una mirada distinta, sensible e inteligente a los escritores jóvenes a fin de reducir al mínimo toda injerencia de agentes literarios (casi la mitad de los autores no tiene), editoriales (¿publicar en Anagrama o Mondadori es un demérito?) y otros interesados (incluidos los intereses que Echevarría enarbola, y a la vez oculta de un modo grotesco, pretendidamente ajenos a todo código de circulación literaria). Pero es falso suponer (hay que leer el prólogo) que no contamos y consultamos a múltiples informantes (incluso leímos con esmero a nuestro reseñista, embozado en dos periódicos liberales) en Méjico, el Caribe (incluida Cuba), Centroamérica, toda Hispanomérica (incluida Venezuela) y Estados Unidos, los cuales llamaron nuestra atención y a veces pusieron en nuestras manos la obra de muy diversos narradores, muchos de ellos poco conocidos, y que finalmente relegamos porque otros nos parecieron mejores (varios de ellos apenas publicados incluso en sus países de origen). Esto puede constatarse, y por citar un ejemplo entre muchos, leyendo el extenso comentario de Salvador Luis, director de la revista Los Noveles, a la nota de Echevarría reproducida en Cuarto Poder.

Pero lo que sí ya no es de risa, sino de carcajada, es que Echevarría arguya cual comisario lanzando fulminaciones desde su balsa, que el jurado de Granta carece de autoridad para emitir un juicio sobre la literatura escrita en español. Volviendo las tornas, ¿con qué autoridad lo afirma? Pues con la de alguien que sólo sustenta su reputación en haber polemizado con Antonio Muñoz Molina, en haber sido expulsado del suplemento cultural de El País (y no hay antipatía en esta afirmación, pues Valerie Miles y yo estamos entre el conjunto de firmantes que protestaron por su salida) y en ser el fugaz editor al parecer ya exterminado de la obra póstuma de Roberto Bolaño. Es un reseñista competente, pero ¿la publicación de dos recopilaciones de reseñas basta para acreditarla? Las obras de críticos literarios como Ángel Rama o Beatriz Sarlo, por citar a dos mayores con los que simpatizaría, o Christopher Domínguez, por citar a uno más joven, permiten una valoración justa del mandarinato espectral del reseñista. Si hasta francotiradores como Jean-Paul Aron, o hace poco Constantino Bértolo, han argumentado sus reflexiones en un libro.

¿No es sospechoso que no emita juicio alguno en sus notas sobre los narradores seleccionados, con nombres y apellidos? ¿Que no escriba siquiera sobre cada uno de los escritores chilenos o argentinos elegidos? Para ceñirnos a un país, no estaría de más que nos dijera qué autores mejicanos a su juicio debían figurar. Acaso prefiera no pronunciarse sobre el resultado concreto a fin de no hacerle más el juego al imperialismo mercadológico (como si él fuese ajeno al mercado), aunque la mínima probidad intelectual exige que ejerza de “dietista literario”, con las “ínfulas que quiera darse”, según él mismo ha escrito. No bastan los amagos.

Sospecho que sus aspavientos obedecen en realidad, y éste podría ser el origen de su patochada, a que este número de Granta desarregló su mapa literario, y ha frustrado o interferido en los planes de Echevarría de reflotarse, a golpe de reseña, en comisario privilegiado, en traficante único de influencias literarias y editoriales entre la América hispana y España.

Sí produce bochorno verme obligado a recordarle que he publicado a muchos escritores mejicanos y sudamericanos desde 1988 y que “conozco el terreno”. Conviene informarle que Francisco Goldman ha sido instigador de la efectiva publicación en Estados Unidos de José Prieto, Martín Solares y Roberto Bolaño, por citar a unos cuantos, y yo mismo de la publicación de Evelio Rosero, Enrique Vila-Matas, Horacio Castellanos Moya, César Aira o Rodrigo Rey Rosa, por citar a otros. Valerie Miles fue directora o subdirectora de Emecé y Alfaguara, y Duomo apenas comienza su andadura. Que Echevarría finja no conocer la obra narrativa ampliamente traducida y reseñada de Edgardo Cozarinsky o de Francisco Goldman (que tanto han hecho por autores jóvenes de lengua española en sus respectivos ámbitos), no sorprende dado el fariseísmo de las notas de marras. Mercedes Monmany ha sido, y él lo sabe perfectamente, jurado de múltiples premios literarios en España y el extranjero y conoce también el terreno. En fin, para qué seguir.

Por último, y respecto de nuestras “elocuentes posiciones tanto ideológicas como geoculturales”, sólo cabe preguntarse si Echevarría estaría dispuesto a manifestar con claridad sus propios determinismos, a fin de que despidamos en su balsa al último “agente cultural” de inspiración zhdanovista de España.
Cuando nuestro náufrago se recupere de su delirio se dará cuenta de que en realidad estaba reflotando en su bañera. Su provincianismo es patético.