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martes, 17 de diciembre de 2013

"Tuve que inventar mucho"

Ioram Melcer
Publicada el jueves 5 de diciembre último en El Universal, de Caracas, la siguiente nota sin firma se refiere a la traducción del castellano al hebreo y viceversa. Para que todo resulte más claro, todavía no había terminado la última Feria Internacional del Libro de Guadalajara, este año con Israel como país invitado.




¿Cómo suena la literatura hispana 
en el milenario y bíblico hebreo?

Guadalajara.- En Israel, país invitado de honor en la mexicana Feria del Libro de Guadalajara, las traducciones de la literatura hispana al milenario y bíblico hebreo son tan apreciadas como bizarras: sin casi vocales, ni subjuntivo y con sus características frases cortas alejadas de las florituras.

Si uno toma la versión hebrea de Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Márquez, no sólo la empezará a leer desde atrás hacia adelante y de derecha a izquierda, sino que en seguida se dará cuenta de que todas las expresiones de duda habrán desaparecido y de que la novela eludirá muchos giros lingüísticos combinando apenas dos tiempos verbales con muchos adverbios.

"No hay absolutamente nada semejante entre el español y el hebreo, nada", confiesa a la AFP entre risas el israelí Ioram Melcer, traductor de una cincuentena de títulos hispanos y de autores como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Arturo Pérez Reverte o Horacio Castellanos Moya.

Aunque se ha modernizado, esta lengua con más de 3.000 años de historia y en la que fueron escritos los textos del Antiguo Testamento "tiene mucho de la Biblia y esto no significa que demos un sermón constantemente. Es una lengua muy poética que también utilizamos para hablar de fútbol", ironiza Melcer.

Para este apasionado escritor y periodista de 50 años, cada libro en castellano que cae en sus manos para traducir es un verdadero reto, pero recuerda especialmente los sudores que le dio Rayuela, del argentino Julio Cortázar, una traducción que habían abandonado antes dos traductores por su complejidad.

"Rayuela es un texto dificilísimo en español, que tiene muchas capas, muchas alusiones, muchos estilos diferentes y el hebreo es mucho más directo. Usamos frases muy cortas y había que dividir las frases, poner muchos adverbios para compensar que no tenemos subjuntivo. Tuve que inventar mucho", confiesa este judío de origen argentino y director de contenidos de medios electrónicos de la Biblioteca Nacional de Israel. "Me dije, o muero haciéndolo o ya me retiro", bromea.

Pero no sólo las diferencias gramaticales y morfológicas influyen en las traducciones españolas al hebreo, sino también la connotación de las palabras. Por ejemplo, Melcer relata sus dificultades con la traducción de Historia de la destrucción de las Indias del fraile español Bartolomé de las Casas (1484-1566) sobre la conquista española de América Latina y sus atroces métodos contra los indígenas.

"En el libro se habla de masacres de indios, violaciones, decapitaciones... Nosotros utilizamos mucho los términos masacre, desastre, catástrofes, violaciones, quemados cuando hablamos de la shoah (holocausto) así que tengo que evitar los lugares comunes porque sino le estoy poniendo intenciones políticas y este libro escrito en el s. XVI no puede ser como un relato del holocausto", afirma.

Otro aspecto que interviene a la hora de traducir al hebreo es la longitud de los manuscritos. Por la casi ausencia de vocales en su abecedario, un libro de 300 páginas puede quedar reducido a 220, asegura el autor de El hombre que fue enterrado dos veces y Nieve en Albania.

"Esto tiene una influencia negativa en cuanto a los libros que en español ya son cortos porque se vuelven en libros no viables en hebreo", afirma Melcer al explicar que esto ha hecho inviable la traducción de El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez, por lo que se propuso hacer una antología con varios libros del autor.

Grandes amantes del llamado boom de los 60 y 70 y del realismo mágico, la literatura latinoamericana es una de las favoritas de los israelíes porque "no viene de Europa, por toda la problemática histórica que todos sabemos, ni de Estados Unidos".

Entretanto, en el sentido inverso, el español es el quinto idioma con más traducciones de obras hebreas, con 66 libros de Amos Oz y 29 de David Grossman, una de las grandes figuras presentes en la Feria de Guadalajara, que cierra el domingo.


"No es imposible traducir incluso los textos más complicados mientras tengas el traductor adecuado", afirma Nilli Cohen, directora del Instituto de Traducción de Literatura Hebrea, fundado en 1962 para la promoción de la literatura hebrea.

martes, 2 de abril de 2013

Una novela de Cortázar que esperó cincuenta años

Ioram Melcer
Desde Tel Aviv, Israel, Shlomo Slutzky hace llegar la siguiente noticia, publicada por el diario Clarín, en su edición del 18 de marzo pasado. Según la bajada de la nota, “El traductor es hijo de argentinos, el título elegido es Class, un juego tradicional para chicos en Israel en los 50”.




La espera para traducir Rayuela
al hebreo ya terminó: duró medio siglo

Cincuenta años después de la publicación original de Rayuela, el nombre de Ioram Melcer fue el primero que se le ocurrió al editor argentino–israelí Uriel Kon cuando pensó en quién se animaría a traducir la obra cumbre de Julio Cortázar al hebreo. Razones no le faltaban: Melcer es hijo de argentinos y tiene 93 traducciones en su haber, incluidas dos de Cortázar.

Medio siglo después de la primera edición de la novela, los israelíes se veían obligados saltar de “Tierra” a “Cielo” por los complejos caminos del lenguaje original de Cortázar y por las dificultades que presenta en sus numerosas traducciones.

Muchos de los 80 mil argentinos y otros tantos inmigrantes latinoamericanos en Israel, se encontraron en más de una ocasión buscando Rayuela en su biblioteca en medio de una reunión con amigos nativos, mostrándoles alguna de las tantas ediciones y exclamando: “¡Si pudieran leer este libro, entenderían!”. Y ahora pueden.

Porque apareció Rayuela en hebreo, lleva el nombre de Class: el juego de niños que era tradicional en la Israel de la década de 1950. El trabajo, claro, es obra Melcer.

Cuando este corresponsal osa preguntar al traductor políglota si traducir una obra como Rayuela no obliga a tener un conocimiento riguroso de París, Buenos Aires y Montevideo, Melcer sonríe, con un dejo de complicidad de hijo de argentinos, pero también como israelí hasta los huesos: “Por una parte sí conozco estas tres capitales y no solo como turista casual, pero me parece que hay un misticismo de la Argentina y los argentinos respecto de Rayuela, como si se tratara de la mismísima Biblia.

Pero si la Biblia está traducida a no menos que 250 idiomas, ¿por qué no Rayuela?

Ducho ya en las preguntas sobre las dificultades en la traducción de Cortázar, en el pasado ya había hecho lo propio con Octaedro y Final de Juego, abre el ejemplar de Rayuela en hebreo y nos pide que leamos el capítulo 68 y recordemos el original en castellano, un intento de traducción simultánea que asegura una regia migraña a un simple bilingüe que intente buscar la forma de convertir al hebreo las palabras y los juegos idiomáticos de Cortázar.

Dice Melcer: “Los traductores a los distintos idiomas optaron por estrategias diferentes, hasta el punto de que la traducción al turco de este capítulo viene acompañada, al pie, por una explicación y un pedido de disculpa del traductor, explicando que para permitir al lector la comprensión del texto, decidieron dar una interpretación concreta a las palabras e imágenes que salieron de las manos de Cortázar.

Este no es un camino que yo pueda aceptar. El hebreo, como una lengua viva, debe tener sus propios sistemas para expresarse y para traducir hasta las complejas frases de Cortázar. El resultado está a la vista: “El lector hebreo no entiende necesariamente cada una de las palabras inventadas por mí en una licencia cortazariana , pero no hay lector inteligente que no entienda que se trata de una descripción erótica de un acto de amor.” Según Melcer, “para traducir hay que meterse lo suficiente en la piel de Cortázar. Quien no se mete en la piel del escritor no hace su tarea hasta el final, no hace su tarea. No se trata de traducir una palabra, una frase, un párrafo. Se trata de concebir una creación, de un acto de amor”.

Melcer utilizó a muchos otros de sus conocidos y amigos para mejorar la calidad del producto final: “Para revisar se hace un trabajo colectivo. Lo lee alguien que puede descifrar el original, alguien que sabe castellano pero no es argentino, ni latinoamericano ni un estudioso del idioma. Si algo no le ‘suena’ en hebreo, me envía su observación o pregunta, sirviéndome estas —en ocasiones— para hacer algunos cambios que hagan la traducción más natural al lector israelí”, explica.

“También fui publicando algunos capítulos en mi blog y recibiendo de mis lectores en este sistema de comunicación instantáneo, preguntas y observaciones que fui corrigiendo hasta el día antes que el libro bajara a imprenta”.

El entusiasmo de Melcer por momentos nos hace pensar que tiene acciones en la empresa y que quizás perciba mayores honorarios en función de las ventas. Pero no. “Para nada. Si lo hice fue solo por el desafío de traer una obra que creo que es relevante a pesar de las distancias de lugar y tiempo a los lectores israelíes. ¿Acaso los temas de Rayuela no son la relación entre la identidad, la conciencia, el lugar, el exilio, la memoria, la lengua? A qué pueblo le pueden ser relevantes estos temas sino al pueblo judío?”.

Melcer se permite un corto respiro y subraya: “Si hice esto, fue también para sentir que estoy haciendo algo para ofrecer a la gente con inquietudes la oportunidad de recibir una inyección de vitaminas motivadoras, una proclama libertaria que les dice a los israelíes: ¡Abran la ventana!, ¡miren afuera!”.

“Literatura puede ser también esto y no solo el best–seller de turno que apareció en el New York Times de la semana pasada. Algo más que todo lo que ustedes conocen y todo lo que conocían aquellos primeros lectores de Rayuela, cincuenta años atrás”.