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jueves, 3 de julio de 2025

Cristina Banegas: “Molly Bloom será un concierto”


El pasado 2 de julio, sin firma, InfoBAE informó sobre un espectáculo unipersonal de la actriz Cristina Banegas, en el que recita una adaptación del célebre monólogo de Molly Bloom, de Ulises, de James Joyce. Según la bajada, "La actriz encarna un personaje que rompe esquemas, explora el erotismo y revela pensamientos ocultos en una noche de insomnio, de jueves a domingos en el Centro Cultural Borges".

Cristina Banegas interpreta a Joyce con un monólogo que “surfea en un río de palabras”

La afirmación de que Molly Bloom “empieza y termina con la palabra femenina Sí”, según escribió James Joyce en una carta a Frank Budgen, resuena como el núcleo de una celebración de la mujer y una epifanía literaria. Esta idea, que atraviesa la adaptación escénica del monólogo final de Ulises, se convierte en el eje de las únicas 8 funciones que Cristina Banegas presenta en el Centro Cultural Borges durante julio, bajo la dirección musical de Carmen Baliero.

La propuesta, titulada Molly Bloom, se presenta los jueves 3, 10, 17 y 24 de julio a las 20, y los domingos 6, 13, 20 y 27 de julio a las 19 hs. El acceso es gratuito: las entradas se distribuyen desde una hora antes de cada función en el primer piso, con un máximo de dos por persona y asignación por orden de llegada.

La estructura del monólogo, compuesta por ocho oraciones sin signos de puntuación, exige una enunciación veloz para trasladar el flujo de conciencia de Molly a la voz hablada. Banegas describe este proceso como un viaje vertiginoso, donde la velocidad genera vértigo y precisión, comparándolo con “hacer surf en ese río de palabras”. En escena, Molly canta, rememora fragmentos de canciones, se emociona, ríe, se erotiza y se enfada, componiendo lo que la actriz define como “la música de la cabeza de una mujer”.

La dirección de Carmen Baliero, a quien Banegas califica como “una gran música” y amiga, transforma la puesta en un concierto. Baliero propuso desde el inicio que los “Sí” de Molly sean fonemas estructurales, y que cada una de las ocho oraciones debía dividirse en movimientos o unidades, como en una sonata. Así, la partitura escénica se construye sobre la del texto original, hallando ritmos, cadencias, staccatos, crescendos y pianísimos. Banegas afirma: “Molly Bloom será un concierto”.

La actriz celebra el regreso a la actuación con este personaje, al que considera “la fiesta más difícil”. No se trata solo de poner en boca el pensamiento de Molly, sino de traducir e interpretar la privacidad, el erotismo y la ausencia total de censura con la que la protagonista atraviesa su noche de insomnio. La libertad con la que Molly expresa sus fantasías sexuales y teorías sobre los hombres y el amor, convierte este monólogo interior —creado por Joyce— en la voz de una Penélope liberada de la moral victoriana.

Banegas comparte el deseo de que James Joyce y Nora Barnacle, su esposa, “si en algún bar del cielo, escuchan esta música, ellos que tanto la amaban, ojalá celebren y brinden por el alma siempre encendida de Molly Bloom”.

La ficha técnica de la obra detalla la autoría de James Joyce, la adaptación a cargo de Ana Alvarado, Cristina Banegas y Laura Fryd, y la traducción realizada por Cristina Banegas y Laura Fryd. La interpretación en escena recae íntegramente en Cristina Banegas.

martes, 25 de julio de 2023

"Ulyses" en las otras lenguas de España



El 27 de noviembre de 2022, Gorka Bereziartua publicó en CTXT, de España, un interesante artículo donde relata las aventuras y desventuras de la traducción de James Joyce al euskera, el catalán y el gallego. Pese al tiempo transcurrido, lo reproducimos a continuación.

Ulises en un hipotético país plurilingüe

No es que quiera abrir la caja de los truenos a estas horas de la mañana, pero hay unas rimas que Gabriel Aresti dedicó al político socialista Tomás Meabe en las que se lee lo siguiente: “Cierra los ojos muy suave, / Meabe, / pestaña contra pestaña: / Sólo es español quien sabe, / Meabe, / las cuatro lenguas de España”. Aparecieron en la portada de un libro de relatos de Meabe publicado en castellano, catalán, euskera y gallego; y lo llamativo, por decirlo de alguna manera, es que desde aquella época (1968) hasta hoy, con todos los pantalones de campana, barricadas, carreras delante de los grises y chaquetas con hombreras que han llovido, la idea de país plurilingüe del escritor bilbaíno sigue teniendo un club de fans cuyos miembros cabrían holgadamente en un ascensor cualquiera. Será porque, tomada literalmente –que es como se toman hoy en día demasiadas cosas– implica que hay pocos españoles. Y claro.

Pero no vamos a seguir por este camino, que alguno se pondrá nervioso y terminará pidiendo un taxi. Además, aquí hemos venido a hablar de literatura, que es en último término la que sufre las consecuencias de este asunto y llegados al 2022, centenario de la publicación de Ulises de James Joyce, el lector español –bueno, el castellano; ya nos iremos aclarando– habrá leído una buena ración de artículos sobre la obra maestra del irlandés e incluso sobre sus traducciones. Porque se ha escrito mucho y muy bien sobre el tema; pero cabe señalar que ha sido difícil encontrar alguna referencia en prensa a las otras traducciones, las que se han hecho en esas otras lenguas que se leen en el Estado español. En las siguientes líneas intentaremos rellenar ese hueco –en la medida de lo posible–.

El manuscrito que desapareció
Hemos empezado con Aresti. Vamos a seguir con él. Porque además de ser uno de los poetas en euskera más importantes del siglo XX, polemista incansable, martillo de puristas y conservadores, y uno de los principales acicates para que la lengua vasca tuviera un estándar unificado; Gabriel Aresti fue también, al parecer, el primer traductor de Ulises al euskera.

Lo cierto es que no se sabe si llegó a terminar la traducción, ni en qué punto se encontraba, ni cómo abordó la tarea, ni qué materiales tuvo a mano… No se sabe casi nada de esa traducción. Sólo lo que cuenta Jon Juaristi en el prólogo de otra traducción, la de algunos poemas de T. S. Eliot (T.S. Eliot euskaraz, Hordago, 1983): que en sus últimos años de vida el escritor había comunicado a algunos de sus amigos su intención de traducir a Joyce, que le parecía imposible hacerlo al castellano manteniendo todos los matices del original, y sin embargo creía que se podía traducir al euskera sin perderlos.

De esa hipotética traducción no se ha vuelto a saber nada. Tras la muerte de Aresti, el propio Juaristi recibió parte de la obra del poeta, pero según explica en el citado prólogo, el 15 de septiembre de 1975 “una Institución Benemérita hizo un registro en mi casa. El así llamado material subversivo que encontraron estaba compuesto por el artículo ‘Las raíces de la burocracia’ de Isaac Deutscher y de un gran conjunto de manuscritos de Gabriel Aresti. Después de la muerte de Franco, todos los intentos para recuperar esos manuscritos fueron en balde (…). Y entre ellos estaba, posiblemente, la única traducción de Joyce al euskera”.

El manuscrito que apareció
La primera traducción catalana, realizada por el manresano Vidal Jové, sí que ha vuelto a aparecer, pese a que nunca llegó a publicarse. La encontró el catedrático Alberto Lázaro en el Archivo de Alcalá de Henares, mientras buscaba rastros de la obra de Joyce en la censura española. Existen dos ejemplares mecanografiados, según explica la investigadora Teresa Iribarren en un artículo publicado en la revista Quaderns.

La historia de ese primer Ulises en catalán comienza en 1966 con un encargo delirante y acaba con más preguntas que respuestas: Antonio Herrero Romero, director del sello barcelonés AHR, pide a Jové que traduzca la obra de Joyce en un plazo de cuatro meses. Herrero había puesto en marcha La Renaixença, colección de clásicos en la cual ya había publicado una traducción al catalán de El Decamerón de Bocaccio. Pero teniendo en cuenta el trabajo que se le pedía y el tiempo del que disponía, Jové tuvo claro que el editor no era consciente de la complejidad del libro.

Según explica Iribarren en el citado artículo, la correspondencia entre editor y traductor refleja que Jové empezó el trabajo sin mucha ayuda y con escasos recursos. No tenía constancia de la primera traducción al castellano –la de José Salas Subirats de 1945, que por cierto también tiene su historia– y tampoco tenía a mano la guía de Stuart Gilbert James Joyce’s Ulysses, publicada ocho años antes. Así que se hizo con la prestigiosa traducción francesa de Auguste Morel supervisada por el propio Joyce, y la cotejó con el original mientras trabajaba a destajo para terminar a tiempo.

A pesar de que logró un plazo algo más amplio –siete meses– y de que contó con la ayuda de su yerno, el hispanista inglés G. J. G. Cheyne, fue una labor realizada en condiciones más que mejorables. Y una vez finalizada terminó en una caja que nadie abriría en 40 años, pese a que la censura había permitido su publicación. Hay varias hipótesis para explicar lo que pasó: que el editor no hizo las gestiones para conseguir los derechos de autor; o que simplemente dejó de lado la idea de una colección de clásicos en catalán. Vidal Jové intentó que el libro se publicase a través de Tomás Garcés, amigo personal que ejercía de abogado en otra editorial. Nunca lo consiguió.

Los fragmentos de la discordia
Una de las cosas que más llaman la atención cuando uno se pone a buscar información sobre las traducciones de Ulises en lenguas que hoy en día son cooficiales en el Estado español es que se tradujo antes al gallego que al castellano. Ese sería el titular. Que, eso sí, requiere matices. Y que suele dar pie a un debate sobre la naturaleza de esa pionera traducción que no se ha cerrado del todo.

Corría agosto del año 1926 cuando Ramón Otero Pedrayo publicó algunos fragmentos de Ulises en la revista Nós. Se trataba de pasajes extraídos de dos episodios, “Cyclops” e “Ithaca”, y no fueron una publicación aislada. Venían precedidos de tres artículos escritos por Vicente Risco en la misma revista en los que se hacía un repaso de la literatura irlandesa moderna. Que los intelectuales reunidos en torno a la revista Nós, cuyo leitmotiv era elevar la cultura gallega y darle una dimensión europea siguieran de cerca todo lo que pasaba en la recién independizada Irlanda tiene sentido. Pero parece ser que al descubrir a Joyce, Risco tuvo sentimientos encontrados, ya que criticó su anticatolicismo y sus posicionamientos políticos: “Soberbio como el demonio, ni estuvo con los renacentistas irlandeses, ni con sus enemigos”, escribió en el último de esos artículos.

Críticas políticas aparte, el hecho, bastante alucinante, es que los fragmentos de Ulises en gallego estaban ahí cuatro años después de que se publicara el original. Cómo se tradujeron es una cuestión que ha traído de cabeza a académicos durante décadas: ¿Lo hizo directamente del inglés o se basó en fragmentos que ya habían sido traducidos al francés? Cuando la editorial Galaxia publicó en 2003 la traducción de Otero Pedrayo (Ulises, 1926), lo hizo con un estudio introductorio de Kerry Ann McEvitt que pretendía zanjar el tema concluyendo que el traductor utilizó ambas fuentes, la obra original y las traducciones francesas. Pero el debate sigue estando presente, con artículos tan minuciosos como el que publicó Joaquim Ventura Ruiz en la revista 1611, que además de ofrecer datos para cuestionar esa hipótesis, señala otros temas, como la escasa influencia que tuvo esa primera traducción en las generaciones posteriores, entre otras cosas porque fue casi imposible consultarla después del golpe de 1936.

Entre manuscritos requisados en registros policiales, traducciones que quedaron inéditas y fragmentos publicados en una revista que durante la dictadura franquista era más seguro no guardar en casa –materiales subversivos, ya saben–, ha habido que esperar hasta las décadas de 1980 y 2010 para poder leer Ulises en catalán, euskera y gallego.

Tres Ulises catalanes
La primera edición catalana se publicó en 1981, impulsada por la librería Leteradura, que puso en marcha una campaña de mecenazgo –hoy lo llamaríamos crowdfunding– para sufragar los gastos. Todo indica que la operación salió bien en términos económicos: según las crónicas de la época el libro fue la estrella de Sant Jordi aquel año, llegando a vender 15.000 ejemplares de la primera edición y de las dos reimpresiones que siguieron. Más allá de esas cifras, Teresa Iribarren destaca en su artículo el valor simbólico que tuvo la traducción para las letras catalanas: “El catalán ya había hecho suyo el gran clásico moderno (…). Así, se homologaba a las literaturas vecinas”.

El encargado de la traducción fue Joaquim Mallafré (Reus, 1941), profesor universitario que tuvo un punto de partida sustancialmente mejor que su predecesor Vidal Jové: buen dominio del inglés, conocimiento de la obra, experiencia como traductor… “Mallafrè también ha explicado”, según Iribarren, “que comenzó a traducirlo como ejercicio, cuando era profesor en la Universidad Rovira i Virgili, y que al mostrar el primer capítulo a Jaume Vidal Alcover y a Maria Aurèlia Capmany, le espolearon para llevar a cabo la totalidad de la traducción”. Un trabajo que duró siete años, los mismos que tardó Joyce en escribir la novela, lo cual da una idea de lo escrupuloso que fue su trabajo.

Y sin embargo, en 2018 se publicó una nueva traducción al catalán, realizada por Carles Llorach-Freixes. ¿Por qué? Aparte del clásico debate sobre si es necesario o no hacer nuevas traducciones de textos canónicos, lo cierto es que había motivos concretos que justificaron esta nueva versión: como apunta Iribarren, la traducción de Mallafrè es previa al proceso de estandarización del catalán de los años 80-90 y a las políticas de traducción que se implementaron a finales del siglo XX. Además, el primer Ulises catalán se publicó sin textos que acompañaran la lectura –como prólogos introductorios o notas al pie de página–. Llorach-Freixes, además de retraducir la obra, incorporó comentarios explicativos antes de cada uno de los 18 episodios de la novela, con el fin de ofrecer a los lectores algunas claves de lectura básicas. La edición de 2018 incluye, además, dos “mapas de navegación” –el esquema Gilbert y el esquema Linati– elaborados por Joyce para hacer más comprensible la lectura de Ulises.

Los tres Ulises catalanes tienen diferencias considerables. Después de comparar cómo tradujeron el mismo fragmento Jové, Mallafrè y Llorach-Freixes, Iribarren concluye que las tres presentan aciertos y fórmulas mejorables: “Vidal pone mucho énfasis en traducir la musicalidad joyceana y, pese a ser el único que tenía que pasar por la censura, es el que carga más las tintas en la irreverencia. Mallafrè opta por naturalizar el texto –la traducción del nombre Buck es un ejemplo– aunque coge menos licencias interpretativas que Vidal, siempre mirando a ser más fiel al original. Y en la retraducción, Llorach vuelve a distanciarse un poco más de la versión inglesa, una opción justificada por el hecho de que los comentarios introductorios de cada capítulo y las notas ya le permiten iluminar el sentido del texto”.

Un Ulises, ocho manos
“No creo que se pueda comparar con nada de lo que he traducido ni antes ni después”, explica María Alonso Seisdedos, una de las cuatro personas que se encargó de la traducción de Ulises al gallego (Editorial Galaxia, 2013). El trabajo en equipo es una de las particularidades de la versión gallega, que en un principio fue encargada por Víctor Freixanes, editor de Galaxia, a Xavier Queipo. Dada la complejidad de la tarea, éste convenció a Xema Sainz (Antón Vialle) para que se sumara al proyecto. Además, la editorial creyó conveniente la colaboración de otra traductora profesional de reconocida categoría, Eva Almazán, que como explica Alonso, “además de contribuir a la traducción, revisa el texto definitivo”. En 2012 Almazán tuvo que desistir del proyecto y fue entonces cuando Alonso se sumó como cotraductora y revisora. “Acepté por pura inconsciencia y durante doce meses, hasta que se publicó un año después, entre traducciones de doblaje y el Ulises, no tuve un momento de sosiego”.

Los textos iban y venían de Bruselas –desde donde trabajaron Queipo y Vialle– hasta Galicia, donde Almazán primero y Alonso después revisaban, corregían e incluso ponían patas arriba los fragmentos recibidos. En una entrevista que concedieron a El Siglo de Europa en 2014 concluían que cada una de las 265.000 palabras de la novela pasó por las manos de cada uno en varias ocasiones. “James Joyce intenta que el lector entienda los sentimientos de los personajes a través de sus palabras y con el significado que ese personaje otorga a esa palabra, que contrasta con el significado que esas mismas palabras tienen en el mundo exterior, lo que en la novela a menudo provoca situaciones muy cómicas”, explicaron en esa misma entrevista. “Esta polisemia casi nunca funciona en otros idiomas de la misma manera que en inglés, lo que complica mucho la vida de los traductores. Hasta el punto de que llegas a obsesionarte, y no es exageración, con la búsqueda del equivalente en tu idioma de eso que intentas traducir”.

Pero esa forma obsesiva de trabajar tuvo su reconocimiento, el Premio Nacional de Traducción –además de otros muchos premios de traducción de ese año–, que simbolizó un punto de inflexión en la historia de la traducción literaria gallega. “Fue la demostración, no tan evidente para muchos, de que en gallego como en cualquier lengua se puede decir todo”, explica Alonso.

¿Cómo se traduce una obra así a un idioma que, como explica la traductora, no dispone de una gramática oficial? ¿Cómo se dirime la tensión entre la necesidad normativa de una lengua minorizada y las posibilidades expresivas del texto de Joyce? Alonso dice que optaron por ser irreverentes, “no en cuestiones ortográficas, sino principalmente con el léxico, pero siempre partiendo de una base gallega auténtica, sin recurrir a castellanismos, pues eso sí que me parece que sería imperdonable en una traducción”. Y buscaron soluciones imaginativas para los episodios más complejos, como el 14, en el que Joyce parodia en orden cronológico varios estilos que tuvo el inglés literario hasta su época. “Al haber sido tan dispar la evolución de ambos idiomas, no podíamos servirnos de la traducción de textos en gallego coetáneos de los ingleses, ya que son más numerosos los elementos que los diferencian que los que los unen. Por eso tuvimos que recurrir a una solución menos satisfactoria pero también eficaz: incluir palabras, expresiones y modismos que permitan al lector identificar el periodo histórico al que se refieren”, explicaron a El Siglo de Europa.

Después de aquella intensa y agotadora experiencia, Alonso ha vuelto a traducir a Joyce este año: “su” Dublineses es la segunda traducción de este libro en lengua gallega –la primera corrió a cargo de Débora Ramonde, Rafael Ferradáns y Xela Arias en 1990–. “Habiendo tanto y tanto clásico o contemporáneo por traducir al gallego, tal vez no fuera necesario embarcarse en otra edición. Pero esta, como el noventa por ciento de la producción que sale de mi teclado, no fue una propuesta mía”, afirma la traductora. Y añade: “A pesar de la polémica que suscitó como nueva traducción, yo disfruté lo indecible”.

Un hito que partió de un papel y un bolígrafo
Xabier Olarra recuerda el día en que empezó su traducción de Ulises al euskera: 16 de junio de 2012. Para entonces ya había traducido a autores de todo tipo, desde Jean-Paul Sartre a William Faulkner, pasando por Francis Scott Fitzgerald, Ford Madox Ford, Agatha Christie, Ambrose Bierce, Raymond Queneau, J.R.R. Tolkien, Ian McEwan o Dashiell Hammett, por citar solo algunos. Es decir: manejaba una variedad de registros que lo convertían en una de las personas con más boletos para embarcarse en una tarea como ésta. Pero incluso para un traductor con tantas horas de vuelo, Ulises iba a ser especial. Para empezar, porque iba a ser analógico: armado con un cuaderno, un bolígrafo y diccionarios en papel, se propuso traducir 500 caracteres al día. “Sin prisas”, explica. Y, de hecho, los tres primeros episodios de Ulises en euskera se tradujeron así. Luego vino la Unión Europea con una zanahoria –una beca de traducción– y un palo –con forma de fecha de entrega–, y la dinámica de trabajo tuvo que cambiar completamente: durante siete días a la semana, Olarra invirtió todas las horas que pudo en Ulises, y el lector vasco lo tenía en sus manos en otoño de 2015.

Este año, coincidiendo con el centenario, la editorial Igela ha publicado una nueva versión con algunas correcciones en un intento por mejorar “las partes difíciles de traducir (poemas, canciones) o las intraducibles (juegos de palabras, etc.). He dedicado otros seis meses a eso”, explica el traductor tolosarra. “Pero si volviera a hacer un repaso dentro de diez años encontraría algo que corregir o que mejorar”. Es más, considera que las traducciones de Ulises siempre serán provisionales: “Para empezar, porque el texto que se publicó tenía varias erratas, que se corrigieron cuando Joyce aún vivía. Luego, el experto Hans Walter Gabler publicó Ulysses. The corrected text en 1984. Todas las correcciones que hizo no han sido aceptadas, pero las nuevas versiones que se han hecho tanto en francés como en español y en italiano se han realizado teniendo en cuenta muchas de ellas. Por lo tanto, no hay unanimidad respecto a la obra que hay que traducir”.

Al igual que en el trabajo del cuarteto gallego, en la traducción de Olarra llama la atención el episodio 14. Sin embargo, parece que la estrategia para traducir los pastiches del original ha sido distinta: “Joyce mismo explicó a algunos de sus amigos que había parodiado nueve estilos (o escritores). Por lo tanto, esa peculiaridad exige al traductor hacer algo parecido. Y eso hice, empezando por imitaciones de Bernart Etxepare y Joanes Leizarraga, pasando por Axular y Txomin Agirre hasta llegar, saltando de uno a otro, a las formas de hablar ‘naturales’ del medio rural y urbano de nuestros días”.

Galardonado con el Premio Euskadi de traducción –el tercero en la colección de Olarra–, Ulises también ha sido un hito en la historia de la traducción literaria vasca. Los escritores que a partir de ahora escriban en euskera tendrán ese referente en su propia lengua. Preguntado sobre la influencia que puede tener ese hecho de cara al futuro, Olarra cree que “el escritor tiene que buscar su voz, pero es mejor que haya escuchado mucha música antes de empezar a cantar. No para imitar a éste o a aquél, sino para conocer, por lo menos, las escalas y los tonos de eso que quiere crear”.

Ulises puede ser, en ese sentido, un muestrario amplísimo de posibilidades de escritura, así como un artefacto que ofrece interpretaciones inagotables. “Joyce quería que los expertos se pasaran 300 años discutiendo sobre lo que quiso decir aquí o allá. Hay gente que ha pasado toda su vida haciendo anotaciones a Ulises. Los debates y las aclaraciones han seguido hasta hoy y el tema no está zanjado”, explica Olarra.

Y si Ulises por sí solo ya genera debates interminables, imagínate lo que podría alargarse la cosa si añadimos el tema del plurilingüismo en el Estado español, que ya ha producido unos cuantos siglos de dimes y diretes: si lo miras bien, escribir sobre estas traducciones puede compararse con abrir una puerta a la eternidad. Una eternidad que gastaremos discutiendo, vale, pero eternidad al fin y al cabo.

jueves, 3 de noviembre de 2022

La Universidad Nacional de la Pampa convoca a un ciclo sobre las traducciones de Joyce en Argentina, que se puede seguir por Zoom


La Universidad Nacional de La Pampa invita participar del Ciclo de disertaciones en modalidad virtual titulado “Tras las huellas de Joyce: derivas de las traducciones del Ulysses en la Argentina", que se realizarán los jueves 3,10, 17 y 24 de noviembre a las 19 h. de acuerdo con el cronograma que se detalla debajo.
 
Enlace de inscripción: https://www.humanas.unlpam.edu.ar/actividades_academicas/90
Asimismo, solicitamos que nos ayuden con la difusión.

Especialistas invitados, fecha y título de las disertaciones:

Disertante: Luis Chitarroni

Fecha: 3/11

Título: "Dédalo en el umbral, Lipoti Virag en su laberinto"

Duración: un (1) encuentro de dos (2) horas.


Disertante: Marcelo Zabaloy

Fecha: 10/11

Título: “Ulises y Odiseo: traducir a Joyce”

Duración: un (1) encuentro de dos (2) horas.


Disertante: Lucas Petersen

Fecha: 17/11

Título: “Salas Subirat: Un traductor inesperado, una traducción histórica”

Duración: un (1) encuentro de dos (2) horas.


Disertante: Carlos Gamerro

Fecha: 24/11

Título: “Homero, Shakespeare, Joyce, Borges: padres, hijos, rivales y fantasmas”Duración: un (1) encuentro de dos (2) horas.

lunes, 18 de abril de 2022

"Es cierto que, salvo para los estudiosos de su obra, Joyce es una molestia"

Christopher Domínguez Michael es una de los críticos más visibles de México; también, uno de los más conservadores. Recientemente, entrevistó al traductor argentino Marcelo Zabaloy, a propósito de sus versiones de Ulises y Finnegan’s Wake, aparecidas en 2015 y 2016, en la editorial Cuenco de Plata. El resultado de esa entrevista apareció en la revista mexicana Letras Libres, del 1 de enero de este año.

Traducir lo intraducible: Joyce en castellano.

Uno de los acontecimientos centrales en esa suerte de vida secreta de la literatura que es la traducción es el trabajo de Marcelo Zabaloy (Bahía Blanca, 1957). Las traducciones de Zabaloy son ciertamente extraordinarias y colocan al argentino, como antes a su compatriota José Salas Subirat (1900-1975) y al polígrafo valenciano José María Valverde (1926-1996), en el muy selecto elenco internacional de los traductores de Joyce. Pero si Ulises (1922) ya había sido traducido íntegramente al español por Salas Subirat y Valverde, la traducción de Zabaloy de Finnegans wake (1939) es la primera versión completa, en nuestra lengua, de una novela por definición intraducible. Tanto Ulises como Finnegans wake han sido editadas en Buenos Aires por El Cuenco de Plata en 2015 y 2016; en ambas traducciones se ha hecho auxiliar por amigos y colegas como Eugenio Conchez, Teresa Arijón, Anne Gatschet, Pablo Hernández y Edgardo Russo. No me fue fácil localizar a Zabaloy, quien generosamente contestó a mis preguntas desde la reticencia y la modestia del verdadero traductor: un oficiante casi secreto.

–Empiezo por lo obvio. ¿Cómo se convirtió usted en traductor de Joyce?
–Por puro azar. Estaba leyendo –en inglés– el Ulises por primera vez y me deslumbró particularmente un párrafo de Ítaca, el episodio 17, donde el narrador nos cuenta las similitudes que Leopold Bloom veía entre la mujer y la luna. Quise traducir ese párrafo para leérselo a mi esposa. Me pasé una tarde para traducir diez o doce líneas y ese ejercicio me produjo un enorme placer; así que seguí, terminé el episodio 17, seguí con el monólogo de Molly Bloom y empecé, como se debe, por el episodio 1. Así fue la cosa.

–Es inevitable preguntarle su opinión sobre las experiencias previas de traducción del Ulises al español, las de José Salas Subirat y José María Valverde, por ejemplo, así como los pocos fragmentos y capítulos de Finnegans Wake que habían aparecido en nuestra lengua. Supongo que es un asunto de gratitud, de emulación, pero también de contrariedad…
–Quise leer el Ulises en inglés para no tentarme con endilgarle las dificultades de comprensión a una traducción supuestamente defectuosa. Y en mi proceso de traducción, por lealtad conmigo mismo, ni siquiera espié ninguna traducción. De todos modos Edgardo Russo, el editor de El Cuenco de Plata, sí leyó la de Salas Subirat y me hacía comentarios de lo que él creía que estaba bien y lo que estaba mal. La traducción que sí tuve como referencia fue la de Auguste Morel y Valéry Larbaud, con la colaboración de Stuart Gilbert y la participación de l’auteur. De estas comparaciones que hacíamos con Edgardo concluí que Salas Subirat había hecho lo mismo. Él jamás habría podido resolver las cosas que resolvió sin ninguna referencia. Que yo sepa, no hay cartas entre Salas Subirat y Joyce. Pero el experto en ese tema es mi compatriota Lucas Petersen, que escribió una hermosa biografía, El traductor del Ulises. Salas Subirat. El único texto disponible que había en 1930 era el libro de Stuart Gilbert, El “Ulises” de James Joyce. Muchas expresiones de Salas Subirat son idénticas a la traducción de Morel y Larbaud; el siguiente es solo un ejemplo:

…by in her noddy. / Let me see. Is he… (“Wandering Rocks”, p. 237)
…pasó en su berlina. / Veamos. ¿Está… (Salas Subirat, p. 255)
…passa dans sa berline. / Voyons. Est il… (Morel y Larbaud, p. 235)

El uso de berlina para noddy. Este término solo lo encontré en el Ulysses annotated de Don Gifford y Robert J. Seidman. Lo que hizo Salas Subirat, considerado con la perspectiva de los años, es algo formidable y muchas de sus soluciones que hoy en día consulto me parecen maravillosas; otras no tanto, pero incluso equivocadas son una delicia: “Un hombre de genio no comete errores; sus errores son voluntarios y nos abren las puertas de la percepción…”.
Las otras traducciones no las leí, pero todas me merecen el mayor de los respetos porque sé lo que implica traducir semejante libro. Me parece normal que los españoles prefieran las traducciones locales y los rioplatenses, por supuesto que no todos, se inclinen por la mía. No sería honesto que yo emitiese un juicio crítico. No puedo señalar los errores de nadie, suficiente tengo con los míos. Respecto a Finnegans Wake debo decir que tampoco leí nada de lo traducido al castellano y que sí leí todo lo que pude de la traducción al francés de Philippe Lavergne y, sobre todo, la de Anna Livia Plurabelle que en su momento hicieron los allegados a Joyce, entre ellos Alfred Péron, Eugene Jolas y Samuel Beckett. Yo ya había traducido los primeros ocho capítulos, incluyendo el denominado “alp” y quería ver qué habían hecho ellos dado que el mismo Joyce los supervisaba. Me di cuenta de que las distorsiones que yo había hecho en los capítulos precedentes eran análogas a las que hacían en francés. Y después tuve la extraordinaria ayuda de la traducción de Hervé Michel, Veillée pinouilles, que es una maravilla ignorada por la cátedra francesa. Con Hervé me reuní varias veces y leíamos juntos, él en francés y yo en castellano, y nos divertíamos muchísimo. Cada lector que lee el Finnegans wake en el idioma en que fue escrito hace necesariamente su propia traducción innegociable. Y está muy bien. Juan Díaz Victoria hace un trabajo monumental con su traducción anotada y seguramente superará de lejos la que hice yo, como tiene que ser. Me quito el sombrero ante todas las versiones pasadas y futuras sobre las que no tengo nada que decir que no sean palabras de aliento y felicitaciones por el empeño en algo tan particularmente enredado como Finnegans wake.

–Me llama la atención –lo digo en mi reseña– que la “nueva crítica” del siglo XX se ensañó con Racine y sus exégetas, pero es difícil hallar a los Barthes, a los Genette, a las Kristeva, a los Culler, en las bibliografías críticas sobre la obra en prosa más osada del siglo XX. ¿A qué atribuye esa indiferencia ante Joyce por parte de esos modernos?
–El Finnegans wake por dentro, de Mario E. Teruggi, publicado en 1995 por editorial Tres Haches, es extraordinario; se puede leer independientemente de haber o no leído el libro de Joyce. Según Teruggi la novela es decididamente intraducible, pero lo cuenta tan pero tan bien que dan ganas de traducirlo. Yo lo leí después de terminar mi primera versión, si lo hubiera leído antes posiblemente no me habría animado. Michel Butor escribió “Bosquejo de un umbral para Finnegan”, un ensayo corto y precioso, que también traduje.

El desinterés de la crítica que usted menciona creo que puede deberse a una cuestión de tiempo, quiero decir, a una cuestión de falta de tiempo para casi todo lo que no sea sobrevivir. Según César Aira, vivir consiste en el arte de mantenerse vivo y por consiguiente, a menos que alguien tenga una vida con las necesidades básicas bien provistas o que resuelva que no necesita tanto para vivir como por lo general se cree, el tiempo que insume semejante tarea debe ser remunerado dignamente y el dinero no lo quiere poner nadie y mucho menos las editoriales. Yo creo que es un desinterés entendible. Cortázar decía que los argentinos hacen las cosas por obligación o por fanfarronería. En mi caso, nadie me obligó. Por ejemplo, la única crítica que se emitió en Argentina la realizó un periodista de la Revista Ñ que me pidió por correo electrónico que le dijera dónde estaba este o aquel pasaje –con alusiones a nombres criollos–. Yo le respondí como un ingenuo y el tipo publicó un artículo poco menos que insultante a la semana, poniendo en evidencia que no leyó nada de lo que quería destruir. Los lectores que son fieles seguidores de Joyce por lo común lo siguen hasta Ulises y allí se despiden. También muy comprensible. Y los periodistas de las revistas culturales, como cualquier ser humano, tienen que comer y pagar el alquiler.

–Hay quien dice que con Finnegans Wakr se cierra un camino, que ni Beckett lo siguió. Envejecieron y murieron las vanguardias del siglo XX, incluso las de los años sesenta, y el postmodernismo (lo que sea que eso signifique) tampoco parece muy entusiasta ante Joyce, acaso es más más cercano a Conrad que a nuestro presente. ¿Comparte esa preocupación o ese alivio?
–¿Es verdad que con Finnegans wake se cierra un camino? Puede ser. Como Cervantes clausuró las novelas de caballería, Shakespeare los fantasmas y Aira las novelitas de Aira. Lo que sí cerró es el camino de la deformación de una lengua. No es concebible que un autor quiera hoy escribir un Finnegans wake engordado como El Aleph engordado de Pablo Katchadjian, pero no es imposible que a alguien se le ocurra adelgazarlo. También es cierto que, salvo para los estudiosos de su obra, Joyce es una molestia. Él mismo se lo propuso y lo consiguió. En Francia dicen Joyce; ça suffit. Y lo de las vanguardias es interminable porque todo escritor quiere ser de vanguardia, ¿y si la vanguardia permanente es el surrealismo y el surrealismo consiste en desprenderse de Joyce? ¿Por qué no? Por Queneau. Lo que se tiene hoy por vanguardia es escribir mal porque los vanguardistas dicen que escribir bien, escribe cualquiera. Y provocar. Pero si Joyce los provoca con un monstruo como Finnegans wake la vanguardia se enoja y lo descalifica. Beckett se desprendió de Joyce y qué bien que lo hizo. Gombrowicz se preguntaba por qué una enorme cantidad de escritores del siglo XX se dedicó a escribir libros incomprensibles. Qué sé yo; y mire que lo dice un vanguardista en serio. Se me ocurre pensar que Finnegans wake es una invitación al ingenio y al uso literario del sinsentido y justifica la pose del escritor que dice prescindir del lector porque todo escritor sueña con ese “lector ideal aquejado por un insomnio ideal” que le dedique su vida. (El lector ideal que le dedique su vida al escritor, como pretendía Joyce.)

–Tomas Segovia, el poeta y traductor mexicano, que lo fue de Lacan y de varios de los estructuralistas, decía que no hay relación más servil, servicial y a la vez íntima que la establecida entre el traductor y lo que traduce. ¿Está usted de acuerdo con ello? ¿O prefiere la idea del traductor como una suerte de coautor, casi una celebridad como lo son actualmente los curadores del arte contemporáneo?
–Y sí, si uno quiere traducir algo, le guste o no, tiene que convertirse en un servil desde el momento en que es imperioso ponerse al servicio del texto que traduce. El servicio es de transporte de un punto a otro, de una lengua a otra. Es un servicio al lector de la otra orilla del entendimiento. Traducir es convertir algo que otro ya produjo. Este que produjo el texto es el que se convirtió en celebridad. El traductor es un laburante –entre nosotros, un trabajador, un obrero– y, como todo laburante, los hay descuidados y perfeccionistas. Si con eso el pobre hombre se consigue un pequeño prestigio es justo que lo disfrute y sobre todo si le resulta rentable, pero de ahí a dárselas de coautor me parece, como se dice, a bit over the top. Y para qué hablar de los curadores de lo que sea. Los referentes, las palabras autorizadas, los especialistas ylos guardianes del Templo que sea me producen escalofríos. ~

lunes, 14 de marzo de 2022

Joyce, "el aliento cervantino" y la omisión de José Salas Subirat en una edición española de "Ulises"


A lo largo del tiempo, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires ha manifestado en este blog el profundo disgusto que siente por la percepción hegemónica y condescendiente que los académicos, intelectuales, periodistas y otros pajarracos españoles manifiestan respecto de su propia cultura y en desmedro de América latina. Por más que pretendan esconder sus intenciones detrás de la cortina del panhispanismo, enarbolada como estandarte desde la época de Franco, se les nota. Muchos españoles lectores de este blog se han sentido ofendidos por nuestros comentarios que, en el mejor de los casos, no alcanzan a entender. Sin embargo, ese punto de vista absolutamente autocentrado se pone de manifiesto una y otra vez. Hoy, por ejemplo, en esta nota publicada el 9 de enero de este año, en el diario El País, de Madrid, firmada por el cagatintas Jesús Ruiz Mantilla, quien se ocupa de elogiar la nueva edición de Ulises, publicada por Galaxia Gutemberg, con ilustraciones del pintor Eduardo Arroyo, pero sin mención del traductor… que no es otro que el argentino José Salas Subirat, primer traductor de la obra, cuya versión, en España sufrió todo tipo de oprobios. La omisión resulta demasiado grosera como para pensar que es la distracción de un mal periodista.

La última voluntad de Eduardo Arroyo: el Ulises, ilustrado por primera vez

Eduardo Arroyo solía contar que el Ulises de James Joyce le salvó la vida. “Estaba obsesionado con eso, completamente obsesionado”, asegura su viuda, Isabel Azcárate. Fue hace tiempo, en el año 1989. El pintor sufrió una gravísima peritonitis en París que a punto estuvo de matarlo. La convalecencia le duró un año. Pero él, que era vigoroso, vital y tozudo, utilizó la obra del irlandés para medir sus fuerzas. En cierto modo, para sobrevivir agarrado a aquella necesidad de reinvención como artista que manaba y lo apelaba desde el poderoso texto de Joyce.

Así fue fraguando alrededor de 130 ilustraciones en color y 200 en blanco y negro. Pero nunca en vida del artista ―murió el 14 de octubre de 2018― se publicaron como a él le hubiera gustado: ilustrando el texto de la novela. La mayoría, sin embargo, vieron la luz en un cuaderno que apareció en 1991 para conmemorar el 50 aniversario de la muerte del autor.

Se lo había encargado Hans Menke, editor de Círculo de Lectores. Pero su nieto Stephen Joyce impidió que aquellos dibujos acompañaran la novela. Alegaba que su abuelo nunca quiso ver el Ulises ilustrado. “Aunque lo cierto es que, en vida, el escritor planteó a Picasso y a Matisse algo similar”, asegura Joan Tarrida, responsable de Galaxia Gutenberg. Y lo cierto también fue que Picasso no le contestó, lo que le enfureció.

Tarrida, por tanto, está convencido de que a Joyce le hubiera gustado la idea. Pero a Arroyo más. Y su amistad con el pintor ―fue también su editor en vida― le ha llevado a cumplir esa promesa hecha antes de que muriera y de paso a que la novela aparezca, por tanto, ilustrada por primera vez en todo el mundo justo cuando se cumple, además, el centenario de la primera edición del libro, publicada en París en 1922. “Llegó a ver maquetado un tercio del libro, aproximadamente, se fue con la idea de que el deseo se iba a hacer realidad”. Pero no solo en español. También en inglés, con la editorial Other Press.

A Judith Gurewich, la responsable del sello estadounidense donde aparecerá la obra, no tuvo Tarrida ni que convencerla para que le acompañara en el proyecto. “Había quedado con él en su oficina de Barcelona para hablar de otras cosas y mientras le esperaba vi varios dibujos esparcidos en la mesa”, afirma Gurewich. “Lo tomé como una señal. Nací en Canadá pero crecí en Bélgica y, de repente, aquellas imágenes evocaban algo muy profundo de mi infancia”, afirma, “de cuando mis padres me llevaban a museos y bebía junto a ellos las vanguardias del siglo XX”.

Cuando Tarrida entró en el despacho, su colega le preguntó qué era aquello. “Había tenido lo que yo llamo un ‘momento Madeleine’, en memoria de mi madre, que era una refugiada judía de origen húngaro en Bruselas. Los dos supimos que llevaríamos a cabo el proyecto juntos, casi ni lo tuvimos que hablar”, afirma Gurewich.

Arroyo también se enteró. “Aunque no tuve la suerte de conocerle”, asegura la editora norteamericana ahora. Tarrida se lo contó en julio de 2018. Pero debía pasar un tiempo hasta que expiraran los derechos de autor en España y pasaran a dominio público, algo que se cumplió el pasado 31 de diciembre. El libro aparecerá a finales de enero simultáneamente en inglés y español.

Dentro de sus páginas se regocijan Stephen Dedalus y Buck Mulligan, humedecidos en los trazos de Arroyo mientras contemplan seducidos, narcotizados, medio borrachos por la bruma, el mar verdemoco, según lo define Joyce, que rodea Dublín. Mientras Molly Bloom se cuela en los sueños húmedos de unos cuantos y traiciona su destino fiel de Penélope con la connivencia callada de los gatos y los murciélagos. Al tiempo que Leopold, su esposo, devora casquería y funde mollejas con el sueño de viajar por Europa sin salir de Irlanda…

Ulises fue un texto perfecto para Arroyo. Casi un destino en un artista que logró una simbiosis ideal entre pintura y literatura. Trazó toda su vida imágenes que se podían leer y textos que se veían. Fue un letraherido constante, obsesionado con su vertiente de ilustrador. Junto a Tarrida publicó una Biblia asombrosa. “Lo hicimos a principios del 2000 y ahí empezó a hablarme de su deseo con el Ulises”, asegura el editor.

Jamás se negó a mandar un dibujo para una portada de un libro de cualquier amigo o de un medio que se lo pidiera. Colaboró en eso con Juan Goytisolo y contó con la complicidad de Julián Ríos para el proyecto de Joyce. A petición de este periódico ilustró portadas de Babelia o El País Semanal. Se le podía sugerir con suficiente tiempo de antelación que daba lo mismo: al día siguiente lo enviaba. Acompañar cualquier labor de imprenta le motivaba como a un niño.

Existen multitud de interpretaciones del Ulises. Desde el punto de vista del lenguaje, de diversas corrientes de la psicología, vanguardistas, imbricadas en la tradición, trágicas, cómicas, filosóficas, astrológicas… El psicólogo Néstor Braunstein lo ha estudiado desde la perspectiva lacaniana. El creador de dicha corriente sostenía que el autor era “un desabonado del inconsciente”.

Aun así, no hizo otra cosa, según Braunstein, que labrarse un nombre. “Joyce es el inverosímil inventor de una escritura sin precedentes. Intentó con ella hacerse un nombre”, asegura. Todo ello conlleva una complejidad que se plasma en el esfuerzo de esculpir con carácter y de manera radicalmente original cada párrafo, cada diálogo de la obra. Pero casi mejor atenerse a lo que el propio escritor le dijo un día a Djuna Barnes en vísperas de su publicación. Quedaron en el café Les Deux Magots, de París, y le confesó: “Lo malo es que el público pedirá y encontrará una moraleja en mi libro, o peor, que lo tomará de algún modo en serio, y, por mi honor de caballero, no hay en él una sola línea en serio”.

El aliento cervantino, pues, llevó también a Joyce a pulir y a fantasear en cada página bajo el mandamiento de la ironía. También del influjo poético trasladado a la prosa. Cada vez que en el Ulises se nos presenta un personaje, el autor levanta un monumento verbal para definirlo: entre la iconografía visual y el zarpazo del misterio. ¿Tendrá que ver en eso, según la teoría de Lacan, su obsesión por esculpir cada identidad ajena en un nombre digno para cada una de sus criaturas?

La teoría de Gurewich es que Arroyo, en su genio y su intuición, dice, “jamás interpretó el texto”. Fue una decisión sabia. De curtido lector y libérrimo pintor. Sacar conclusiones fuera de lo que las palabras le provocaban como imagen hubiese desnaturalizado el trabajo. “Interpretó lo que veía. Y en el texto veía y veía, más que leer”, afirma la editora.

Obra coral

También quiso compartir con otros la fiesta de crear un imaginario para Ulises. Invitó a otros pintores como Gilles Aillaud, Andreu Alfaro, Adrien Jacques Le Seigneur junto al traductor del árabe Kadhim Jihad al alimón o Rougemont y también a Grazia Eminente, que aporta una fotografía. Tarrida explica por qué Arroyo sintió la necesidad de que todos ellos lo ayudaran con una colaboración. De hecho, el propio artista le dijo: “Cuando traté de imaginar una playa cubierta de conchas me di cuenta inmediatamente de que solo Gilles Aillaud podía hacerlo”. Lo mismo pasó con Rougemont, a quien pidió el baño turco del quinto capítulo; a Luis Gordillo, que le introdujera, aseguraba Arroyo, “en el laberinto y los batiburrillos de Circe, o Alfaro, que torneó con delectación el seno de Molly…”.

Completó así una obra coral y, en su caso, resucitadora, bajo la guía pertinente de un homenaje y una simbiosis: la de la pintura con la escritura, una unión de la que Arroyo se convirtió en maestro absoluto. Su obra viva continúa al alza y se puede contemplar en la exposición que hasta el 27 de febrero sigue abierta en las Naves de Gamazo, en Santander, bajo el título Eduardo Arroyo: El buque fantasma, en alusión a uno de sus últimos cuadros, así como en la galería Álvaro Alcázar de Madrid, donde se han expuesto autorretratos y una serie de sus personajes favoritos.

jueves, 3 de marzo de 2022

Marietta Gargatagli y tres de "Ulises" (III)

Esta es la tercera y última entrada que Marietta Gargatagli le dedicó al Ulises de James Joyce y sus peripecias en las tierras del Cid.

El Ulises de Salas Subirat en España

En las bibliotecas públicas y universitarias españolas se encuentran numerosos ejemplares de la traducción de Ulises de José Salas Subirat (foto), de las reediciones de 1952, 1959 y 1972. Y dos ejemplares firmados de la primera edición de 1945. Uno perteneció al escritor Juan Benet (Biblioteca Nacional de España) y otro al psiquíatra y discípulo parricida de Freud, Ramón Sarró (Biblioteca de Catalunya). 

En un plano diferente de la realidad, aquel Ulises también aparece en los archivos de la censura literaria de Alcalá de Henares, por lo menos, dos veces. Aunque de la primera aparición no queda más huella que la segunda aparición: la solicitud de impresión y depósito de ejemplares de la editorial Planeta que tenía intención de editarlo en 1962. Un Ulises sigue ahí muy intonso. No se encargó una traducción a nadie: simplemente se presentó para su aprobación la tercera edición (1959) del trabajo de José Salas Subirat publicado por Rueda de Buenos Aires. La novela de Joyce sería precedida del “Estudio Biográfico de James Joyce de R. Fernández de la Reguera”. 

En uno de los apartados de los formularios de la censura previa se mencionaba como antecedente una importación suspendida el 14 de junio de 1946, relacionada con la primera publicación de la editorial argentina, aunque en realidad la primera edición de Rueda (que se sepa) no se vendió en España. La autorización de 2000 ejemplares tiene fecha del 16 de marzo de 1962 y está precedida por el informe del lector “don 10”. Es decir, un anónimo, que dijo lo siguiente:

Con fragmentos verdaderamente incomprensibles, el Ulises de James Joyce tiene páginas consideradas por la crítica literaria como antológicas, dentro de las nuevas líneas de expresión propias de nuestro siglo. Es cierto que en algunos pasajes, como en el monólogo final de la señora Bloom, existen descripciones crudísimas; pero no están hechas con afán pornográfico, como tampoco las irreverencias religiosas de algunos personajes tiene tono proselitista. En definitiva, estamos ante una obra publicada casi hace medio siglo, que si en su tiempo escandalizó, ahora se la considera más bien como una curiosidad literaria, que como una piedra de escándalo, de interés, por su difícil lectura, solamente para una minoría.” A mano se añadió: “Por todo ello considero que PUEDE PUBLICARSE” Y con otra letra: “En cuanto al prólogo (se refiere al de R. Fernández de la Reguera) no tiene nada censurable.”

Curiosamente la obra no vio la luz hasta 1964 cuando fue incluida en una colección de Planeta llamada, paradójicamente, Maestros ingleses. Se trataba del Tomo VI, en papel biblia y donde Ulises compartía volumen con George Wells (La guerra de los mundos), D.H. Lawrence (La mujer perdida), AldousHuxley (Un mundo feliz) y Graham Greene(El poder y la gloria), libros que, como Ulises, también habían sido editados en la Argentina.

La versión de Salas Subirat fue publicada en España varias veces más. Anotada por Julián Ríos e ilustrada, apareció en Círculo de Lectores de Barcelona en 1991 con una frase que decía así: “La obra de Joyce, en la versión de José Sala Subirat que hemos seleccionado, mereció la aprobación de Jorge Luis Borges, primer traductor de un pasaje del Ulises al castellano”.

En 1992, se publicó El Ulises Prohibido: los dibujos originales de la edición de Ulises ilustrado. Un recorrido visual y literario por la novela del siglo de Eduardo Arroyo y Julián Ros, conmemorativa del cincuentenario de la muerte de James Joyce en 1991. Entiendo que se trata de un cuaderno/catálogo de la exposición en Madrid de las obras de Arroyo que el nieto de Joyce no permitió que se incluyeran en la primera edición de Círculo de Lectores.

En 1996, Planeta volvió a editarUlises o cierta versión de Ulises que encargó a Eduardo Chamorro quien corrigió la traducción y eliminó las palabras argentinas de Salas Subirat que (curiosamente) siempre fueron muy pocas, aunque irritantes.

En 2022 (retomando el deseo de Eduardo Arroyo, cuyas ilustraciones de Ulises hubieran debido estar en la edición de 1991 de Círculo de Lectores), la editorial Galaxia Gutenberg volvió a editar la traducción de Salas Subirat en un volumen precioso de 710 páginas.

En las bibliotecas españolas, públicas y universitarias, figuran otros Ulises traducidos por Salas Subirat, los editados por Brontes (2009) y Edicomunicación (2003, 2006) (de los que no existen mayores (ni menores) referencias) y por la editorial Diana de México que solía repetir las ediciones más interesantes de Buenos Aires.

No conozco ninguna investigación sobre la recepción del trabajo de Salas Subirat en España ni tampoco cuánto pudieron pagar por él (al autor o a sus herederos) los sucesivos editores. Con la excepción de Galaxia Gutenberg que incluye el ã de los herederos de Salas Subirat y no modificó el texto del traductor.

Gracias al hallazgo de un manuscrito de otra versión de Ulises, en este caso, al catalán,del profesor de la Universidad de Alcalá de Henares, Alberto Lázaro Lafuente, hallazgo que conocí por un artículo de Teresa Iribarren i Donadeu («La primera traducció de l´Ulisses a Espanya»ScientiaTraductionis, n. 12, p. 342-363, 2012, traducción al portugués de Brasil por MauriFurlan) es posible imaginar los posibles honorarios de la época por la versión de un clásico y las naturales zozobras del oficio.

La traducción de Joan Francesc Vidal Jové (1899-1978, narrador y dramaturgo catalán que tradujo a Joan Maragall, Salvador Espriu, Mercé Rodoreda, Balzac, Rabelais, Rimbaud, Sade, Zola y Joanot Martorell) fue presentada por Alfredo Herrero Romero para la editorial que llevaba su nombre AHR a lo que se denominó, después de la Ley de Prensa de 1966, la “consulta voluntaria”. Mecanografiada y con 1082 páginas, la obra de Vidal Jové recibió la autorización el 15 de marzo de 1967. Por razones que se desconocen aquel permiso no fue suficiente para que fuera editada. En este caso sí sabemos cuánto cobró el traductor, 31 pesetas por folio, que el trabajo debía hacerse a partir de la versión francesa de Auguste Morel y en cuatro meses. Una de las cartas de Vidal Jovéal editor resulta bastante elocuente de las vicisitudes no literarias de la novela más extraordinaria del siglo xx.

“Si no está Vd. en la cárcel (hoy todo es verosímil) escríbame Vd., telefonéeme. Si no es así —como espero— y no me contesta, únicamente los servicios de pompas fúnebres podrían justificarle. Y aun no, a sus herederos. Un saludo, cordial y un tanto desesperado.”

miércoles, 2 de marzo de 2022

Marietta Gargatagli y tres de "Ulises" (II)

Este es el segundo artículo de la serie de tres que Marietta Gargatagli escribió sobre las peripecias de Ulises, de James Joyce en España.

El segundo primer Ulises

La siguiente versión fragmentaria del Ulises apareció en La Gaceta Literaria, a finales de 1927, firmada por Ernesto Giménez Caballero (foto; 1899-1988) y también fue presentada como la primera traducción. Parece necesario adelantar que tampoco estos fragmentos proceden del inglés. Son una traducción al castellano de otro anticipo de la traducción francesa de Auguste Morel aparecida en 900, Cahiersd´Italie et d´Europe, la revista italiana fundada por Massimo Bontempelli con la colaboración de CurzioMalaparte. El Ulises italiano era una tarea que había ocupado a Carlo Linati (para el que Joyce construyó el llamado Esquema Linati en 1920) que publicó fragmentos de su versión en IlConvegno en 1926. La versión italiana completa de Ulisse, considerada muy notable, de Giulio De Angelis, la publicó Arnoldo Mondadori en 1960.

A diferencia de la Revista de Occidente, proyección del largo influjo del Instituto Libre de Enseñanza sobre la vida intelectual española y de las notables iniciativas de las primeras décadas del siglo que permitieron el desarrollo científico y cultural, La Gaceta Literaria (1927-1932) fue esencialmente una plataforma de la industria editorial. La publicación se inspiraba en lo que venía promoviendo la Revista de las Españas fundada por la Unión Ibero-americana (1885), el primer órgano planificado para influir en América Latina, el mercado natural de España. La nueva publicación que dirigía Giménez Caballero (con la colaboración de Guillermo de Torre) aspiraba a hegemonizar lo producido en ese período —de hecho, fue comprada por la CIAP (Compañía Ibero-Americana de Publicaciones), empresa que representó el primer intento de monopolización de la industria del libro en castellano— y continuar la ocupación editorial y cultural de los países americanos comenzada a finales del siglo xix.

Esa meta —controlar la edición del vasto continente— implicaba también ampliar la visibilidad de lo propio (lo que ahora se conoce como marca país) que tuvo en La Gaceta Literaria la forma de un recorrido publicitario: ciencia, artes plásticas, arquitectura, cine, música, literatura y un énfasis especial en la modernidad desbordante que según Giménez Caballero debía definira España. “No se da cuenta el país que la nueva literatura le aporta (…) ventajas inapreciables, como ahora diremos, al subrayar su valor europeo, por ejemplo. La nueva literatura es ésa que logró en España lo que no alcanzó nuestra nación desde el XVII: dar una nota original y numerosa en el concierto cosmopolita. […]. Hoy todas las revistas extranjeras poseen en sus colaboraciones un nombre joven español. Y se traducen más cosas nuevas que nunca” decía en el “Cartel de la nueva literatura” (La Gaceta Literaria, 32, 1928). La versión de Joyce formaba parte de la presentación de la literatura inglesa(sic) contemporánea y que se tomara lo publicado en 900 de forma literal indica lo irrelevante que podía resultar la creación verdadera.

Un fascista en las vanguardias

Ernesto Giménez Caballero (Madrid, 1899-1988) fue un fascista convencido que participó de la vida editorial de los años treinta y hubiera caído en el total olvido si los poetas y escritores españoles de la generación del 27, a la que pertenecía por edad, hubieran podido desarrollar libremente su talento en una España republicana y democrática. Ese vacío benefició su memoria e incluso su obra gráfica —a la que llamó carteles[1]— tuvo no hace muchos años un espacio en las salas de exposición como si el carácter de mero plagio de los collages del futurismo italiano no pudiera ser percibido por nadie. La serie más relevante de los carteles futuristas: Parole in libertà (Filippo Marinetti), Parolelibera (Francesco Cangiullo) o 13 introspezioni (Carlo Carrà) se hizo en 1914 cuando Marinetti también compuso la Sintesi futurista de la guerra, cuyo espíritu y forma repite explícitamente Giménez Caballero.

Tampoco tiene interés su obra literaria de la que destaca la prosa eficaz, habilidad compartida por Agustín de Foxá (compañero de filas falangistas) que fuecapaz de utilizarla en tramas narrativas queson formalmente notables si uno es capaz de olvidar el contenido. No parece el caso de Giménez Caballero. De la lectura de Yo, inspector de alcantarillas, por ejemplo, difícilmente quede un recuerdo. Son asimismo insignificantes los libros de ensayos. Sólo corroboran que la adhesión a las ideas de extrema derecha es paralela a la incoherencia retórica, a la dificultad de organizar una cadena argumental sobre el tema del que se habla o escriba. También las colecciones de l´artbrut de Jean Dubuffet contienen elementos estéticos curiosos, sin embargo, su propia naturaleza patológica los sitúa en un espacio para artístico, al lado del arte o contra el arte según la doble definición de la forma griega para. No tiene este origen el surrealismo cuya pertenencia y hasta su inicio en España se atribuyen a Giménez Caballero, que no estaba lejos de Onésimo Redondo, Ramiro Ledesma Ramos o de José María de Salaverría que en 1938 imaginó al poeta Garcilaso de la Vega ciñéndose apresuradamente la espada para ponerse a las órdenes del general Franco.

[Ulysses, Text, with an introduction and notes by Jeri Johnson, Oxford University Press (1993), pág 92.

“He crossed to the bright side, avoiding the loose cellarflap of number seventyfive. The sun was nearing the steeple of George's church. Be a warm day I fancy. Specially in these black clothes feel it more. Black conducts, reflects, (refracts is it?), the heat. But I couldn't go in that light suit. Make a picnic of it. His eyelids sank quietly often as he walked in happy warmth. Boland's breadvan delivering with trays our daily but she prefers yesterday's loaves turnovers crisp crowns hot. Makes you feel young. Somewhere in the east: early morning: set off at dawn. Travel round in front of the sun, steal a day's march on him. Keep it up for ever never grow a day older technically.”

Auguste Morel, 900, pág 110-111

“Il traversa et prit le côtédu soleil, évitant le trou de la cave dunumérosoixante- quinze. Le soleil s´approchait du clocher de George church. J´ail´idéequ´ilferachaud. Et surtout en noir ça se sent davantage. Le noir conduit, reflète (est-ceréfracte?) la chaleur. Mais je ne pouvais pas y aller avec cecompletclair. Çan´estpas un pique-nique. Par moments ces yeux se fermaint de beatitudedanscettebonnetiédeur. La voiture de Boland qui vientlivrernotrepainquotidienavecsesplateux, mais elle préfère le pain de la vieilleauxdemi-lunes croquantes et auxcouronneschaudes. Ça vous fait sentir jeune. Quelquepart en Orient: le petirjour; partir à l´aube, marcher en avanti du soleil, lui dérober un jour. Et toujoursainsithéoriquementn´être jamais plus vieux d´un jour.”

Ernesto Giménez Caballero, La Gaceta Literaria, pág. 3

“Atravesó y tomó la acera del sol, evitando el agujero de la cueva del número setenta y cinco. El sol se acercaba al campanario de la iglesia de San Jorge. Me parece que va a hacer calor. Y, sobre todo, de luto se siente más. Lo negro refleja (¿refracta?) el calor. Pero no se podía salir con un terno claro. No se trataba de un piscolabis. Por momentos, sus ojos se cerraban de beatitud en esta tibieza excelente. El coche de Boland, que viene a darnos el pan de cada día en sus bandejas, pero ella prefiere el pan de la víspera a los croisants tiernos y a los vienas calentitos. Esto hace sentir el ayuno. Algún sitio de Oriente: el alba; partir a la madrugada, caminar delante del sol, robarle un día. Y siempre así, teóricamente, no ser más viejo de un día.” 

Como antes Marichalar (aunque entre los dos existía un abismo cultural), la versión de La Gaceta Literaria distorsiona el texto que funciona como punto de partida. La domesticación de lo escrito por Auguste Morel (dejando de lado los errores evidentes de Giménez Caballero con el francés) convierten los fragmentos en una narración española: la iglesia de San Jorge, el luto de Bloom, el “terno”, el “piscolabis”, los “vienas calentitos” y el “ayuno”. 

No son las únicas incoherencias en un texto que nadie desconoce que ocurre en Dublin, con personajes de Dublin, con costumbres de Dublin y hasta con el pan de Dublin. Sin embargo, fue posible escribir en otros fragmentos traducidos de Auguste Morel: “un viejo camastrón”, “negociejo”, “hele ahí”, “qué hay”, “pues bien”, “buenos los tengamos (los días)”. O, por fin, en un arrebato de imaginación antisemita: “Se les ve llegar de su cuchitril judaico, seminaristas pelirrojos, fregando recipientes vacíos, en tanto el patrón está en la cueva” cuando Morel había escrito “On les voitarriver de leurcambrouse de Leitrim, séminaristesrouquins, ilsrincent des récipients vides, le vieuxest à la cave” y el original decía: “Coming up redheadedcuratesfromthecounty Leitrim, rinsingempties and oldman in thecellar”. 

Traducir de esta manera (la otra experiencia traductora conocida de Giménez Caballero son una serie de ensayos de CurzioMalaparte a los que tituló pomposa y antiunamunianamenteEn torno al casticismo en Italia) no es exactamente traducir. Es una extraña tarea en la que la realidad literaria se ve totalmente invadida y distorsionada por los sucedáneos. Este Joyce hispánido (Giménez Caballero se llamaba a sí mismo precursor hispánida del fascismo panlatino) de La Gaceta Literaria que copiaba el trabajo de los artífices franceses del Ulises (Valery Larbaud, Stuart Gilbert y el propio Joyce) al tiempo que aconsejaba que los escritores latinoamericanos dejaran de mirar a París y eligieran como meridiano Madrid[2], no tenía otra meta que vender algo: desde una vanguardia ecuménica a la “España universal y necesaria” que cruza exaltada y compuesta el “Cartel de la nueva literatura”.Es la transformación del arte en una mercancía cuya circulación masiva está destinada a eliminar, con palabras de Walter Benjamin, la presencia de lo irrepetible. Y Joyce eralo irrepetible.

 


[1]Se publicaron en Carteles, Madrid, Espasa-Calpe, 1927. Después en Poesía. Revista ilustrada de información poética, 1976. También fueron el tema de una exposición casi al terminar el siglo pasado: “Carteles Literarios” de GeCé. Universitat de Barcelona. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Barcelona, 1994.Ernesto Giménez Caballero fue entrevistado, en 1977, por Joaquín Soler Serrano en el programa A fondo.

[2]La llamada “polémica del meridiano” la originó una suerte de editorial (“Madrid, meridiano intelectual de Hispanoamérica”) que apareció sin firma en La Gaceta Literaria del 15 de abril de 1927 y que después se atribuyó Guillermo de Torre. Contiene algunos de los argumentos paranoides propios de la derecha española desde antiguo (“las turbias maniobras anexionistas que Francia e Italia vienen realizando respecto a América, so capa de latinismo”) y disimulos intensos como, por ejemplo, la necesaria dependencia cultural o científica de Francia (o de otros países) como si tal cosa hubiera sido un invento latinoamericano y no lo que necesitaba (incluyendo a España) cualquier país que quisiera modernizarse. Los debates tuvieron recorridos cómicos y serios pero fueron resumidos por el poeta argentino Nicolás Olivari con toda claridad: “América es simplemente un problema editorial”.

  

martes, 1 de marzo de 2022

Marietta Gargatagli y tres de "Ulises" (I)

A un mes de cumplido el centenario de la publicación de Ulises, de James Joyce, Marietta Gargatagli dedica una serie de tres artículos a su traducción al castellano. Éste es el primero y, justamente, trata de la primera traducción.

El primer Ulises 

Alguna vez me llamó la atención la declaración de Borges que precede a la traducción de la última página del Ulises que publicó en Proa en 1925.

“Soy el primer aventurero hispánico que ha arribado al libro de Joyce: país enmarañado y montaraz que Valery Larbaud ha recorrido y cuya contextura ha trazado con impecable precisión cartográfica (N.R.F, tomo XVIII) pero que yo reincidiré en describir, pese a lo inestudioso y transitorio de mi estadía en sus confines.” 

Ahora se menciona la última parte de la cita: Borges no había leído entera la novela de Joyce. A lo mejor no fuera cierto y tampoco importa. Se habla menos de las palabras del comienzo “soy el primer aventurero hispánico” que siempre me parecieronuna ironía (sin explicación durante mucho tiempo) que a las que desmienten dos circunstancias: Antonio Marichalar había traducido el mismo fragmento final de Ulises un año antes y Borges no era obviamente hispánico, palabra que, en 1925, no había alcanzado todavía el extravagante significado pangermánico añadido en 1956: “Perteneciente o relativo a la Antigua Hispania o a los pueblos que formaron parte de ella y a los que nacieron de estos pueblos en época posterior (rae)”.

Es difícil interpretar una ironía porque las palabras no dicen lo que dicen y no sabemos qué dicen. Los hechos son que en el número de la Revista de Occidente (II, XVII,1924),donde apareció publicado “Menoscabo y grandeza de Quevedo”, figuraba en primer lugar “James Joyce en su laberinto” de Antonio Marichalar, al que Borges a lo mejor conoció aunque seguro leyó. Quizás en lo que leyó (eso pensé) estaba el verdadero chiste. Borges no publicó nada más en la revista de Ortega y Gasset y se abrieron los oscuros abismos sobre las traducciones de Franz Kafka que llevaron (o siguen llevando) su firma y que, anónimas, aparecieron en números sucesivos (entre 1925 y 1928) de la Revista de Occidente.

Metió el primero su sombrero de copa

Antonio Marichalar y Rodríguez Monreal de Codes (foto), marqués de Montesa (1893-1973), miembro de la Academia de la Historia —al que Manuel Abellán situó como uno de los catedráticos y profesores al servicio del fascismo español— fue un divulgador cultural que tuvo alguna participación en las revistas literarias de los años treinta y que, al terminar la guerra civil (que pasó en Francia), colaboró en Escorial, una publicación editada en Madrid por la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda de Falange Española Tradicionalista y de las jonsque reunió a los escasos nombres literarios que convocaban las ideas del régimen: de Dionisio Ridruejo a Gerardo Diego.

Ineluctable modalidad de lo visible

 Más que un crítico— resulta difícil subrayar hoy alguna frase memorable en sus escritos— ocupó un lugar en la industria cultural de los años veinte y treinta, cuya modernización incluyó una expansión editorial gobernada por inéditos contactos con otros países europeos y por la primera e inicial hegemonía de lo mediático. El progreso de las artes gráficas y la multiplicación de los medios de comunicación escritos (a los que sumó la radio en los primeros años del siglo veinte) determinaron que la información literaria y artística incluyera públicos más amplios que conocían nombres y rostros separados de las obras. El artículo de Marichalar repite esas tendencias: los anticipos iconográficos (una foto de Joyce), los sucesos banales (un lord inglés, una dama y un Rolls Royce), la recensión de las ideas de dos o tres plumas famosas como argumento de autoridad y exageradas insignificanciasforman una presentación convencional ajena, por completo, a la lectura crítica que tuvieron Ulises y su autor en otros países.

Si porque anteriormente jamás había hecho nada parecido

Revela y subraya lamera función divulgativa el fragmentoelegido de Ulises—tomado literalmente de la versión francesa— que Valery Larbaud había publicado en Commerce (Été 1924, Cahier I), la revista trimestral que dirigían Paul Valéry, Léon-Paul Fargue y el propio Larbaud. Se trataba de párrafos del primer borrador de la traducción completa de Ulysse de Auguste Morel (con la colaboración de Stuart Gilbert, Valery Larbaud y James Joyce,) que se publicó después, en 1929, en La maison des Amis des Livres, de AdrienneMonnier. El crítico y traductor de la Revista de Occidente no mencionó la fuente de su traducción ni tampoco la lengua verdadera de la versión: el francés. Con contradictoria minuciosidad, aparecen en su textonoticias sobre una versión de Dubliners (Gens de Dublin, 1926) que se estaba preparando, presenta la traducción francesa (1924) de A Portrait of theArtist as a Young Mande LudmilaSavitzky, anuncia la existencia de una versión sueca y otra española, menciona una traducción italiana de Exilesy por fin informa (como si repitiera los argumentos de “Cuando la ficción vive en la ficción” que enumeró Borges) que “se han traducido algunos fragmentos en la nueva revista Commerce (Paris, 1924)”. 

[Ulisses. James Joyce. Sylvia Beach, 1922, pág 731]

“I wear a white rose or those fairy cakes in Liptons I love the smell of a rich big soap at 7 ½ d a lb or the other ones with the cherries in them and the pinky sugar I Id a couple of lbs of course a nice plant for the middle of the table Id get that cheaper in wait wheres this I saw them not long ago I love flowers Id love to have the whole place swimming in God of heaven theres nothing like nature the wild mountains then the sea and the waves rushing then the beautiful country with fields of oats and wheat and all kinds of things and all the fine cattle going about that would do your heart good to see rivers and lakes and lakes and flowers all sorts of shapes and smells and colours springing up even out of the ditches primroses and violets nature it is as for them saying theres no God I wouldnt give a snap of my two fingers for all their learning why dont they go and create something I often asked him atheists or whatever they call themselves go and wash the cobbles off themselves first then they go howling for the priest and they dying and why why because theyre afraid of hell on account of their bab conscience ah yes I know them well who was the first person universe there was anybody that made it all who ah that they dont know neither do I so there you are they might as well try to stop the sun from rising tomorrow the sun shines for you he said the day we were lying among the rhododendrons on Howth head in the grey tweed suit and his straw hat the day I got him to propose to me first I gave him the bit of seedcake…”

 

[Ulisse, Commerce, 1924, pág 156]

“Je porteraiporterai-je une rose blanche ouses gateaux de chez Lipton jaimelodeur dune belle et grande boutique a 15 sous la libre ou les autres avec des cerisesdedant et le sucre rose a 22 sous les deux libresnaturellementunejolieplante pour le milieu de la table je trouveraiçameilleurmarche chez voyonsouestce je les vus il ny pas longtempsjaime les fleurs jaimerai que toute la maisonnage dans les roses (…) quant a ceux qui disentquilny a pas de Dieu je ne donnerai pas ça de touteleur science pourquoi ne se mettent-ils pas a creerquelque chose je lui ai souventdemande les atheesoucequ´illeur plait de sappelerquils commencement par aller se faire enleverleurcrasse et puisensuiteilsdemandent le prete a grand cri quandilsmeurent et pourquoipourquoiparcequilsontpeur de lenfer a cause de leurmauvais conscience ah oui je les connais bien qui a ete la premiere personne dans luniversavantqu´ilnyaitpersonne qui a tout fait qui ah celails ne savent pas nimoi non plus et voila ilspourraientaussi bien essayer dempecher le soleil de se lever demain matin le soleil brille pour vousdit-il le jour ou nous etions couches dans les rhododendrons a la pointe de Howth dans son complet de tweed gris et avec son chapeau de paille le jour ou je lai amene a se declarer ouidabord je lui ai donne le morceau…”

[Antonio Marichalar, Revista de Occidente, 1924, pág 193]

“qué llevaré llevaré una rosa blanca oesos pasteles de casa de Liptons me gusta el olor de una tienda grande y buena a quince perras la libra olos otros con cerezas dentro a 22 perras las dos libras naturalmente una bonita planta paraponerenmedio de lamesa la encontraría más barata en casa de vamos dondehe visto yoaver eso hace poco me gustan las flores me gustaría que todala casa nadase en rosas…” “y los que dicen que no hay Dios yono daría niesto por toda su ciencia por qué no se ponen a crear alguna cosa les he preguntado yo algunas veces los ateos o como quieran llamarse quemepiezan por ir aque les quiten la grasa yen seguida llamar al curagritos cuando se mueren y por qué por qué porque tiene miedo del infierno por culpa de su mala conciencia ay si que bien los conozco quien hasido la primera persona en el universo que queantes que nohubiera nadie loha hecho todo que ah eso solo saben si yo tampoco iya podía seguneso impedir que saliera mañana por la mañana el sol brilla portí me dijo eldiaaquélqueestábamos echados en los rhododendros en el cabo de Howth con su traje gris isusombrero de paja el día que le hice que se me declarase lehabía dado yo…etc.”

Qué camino paralelo

Traducir desde el francés resultaba entonces una práctica muy extensa. En esta ocasión, sin embargo, se produce un efectoextraño. En la versión de Auguste Morelse multiplicaron las alteraciones verbales: porcentajes mínimos del original (de dos a cuatro palabras por página) se convirtieron en acentos, apóstrofos y guiones ausentes siguiendo, sin embargo, ciertos patrones o facilidades de la lengua francesa. La desarticulación de la lengua —uno de los rasgos textuales de las vanguardias— está presente en la prosa de Ulises;convertirla en dominante parece un modo erróneo de leer las innovaciones del texto. Porque no fueron las alteraciones formales las que dieron a la novela la fuerza extraordinaria como para modificar, presidir y seguir influyendo en la narrativa del siglo xx. Fue la manera como esas variaciones se insertaron tanto en modos convencionales de narrar como en procedimientos innovadores hasta el punto de que podría definirse el trabajo de Joyce como una enciclopedia de las formas narrativas modernas.

Tampoco la exagerada representación de los juegos verbales combina con la vulgaridad verbal que se atribuye a Molly Bloom en la versión española porque ni perras ni grasa ni echados en los rhododendros (sic) corresponde a la oralidad del personaje. La articulación de lagrasería con el acelerado encadenamiento de extravagancias desconocidas por el original produce un efecto raro, como un pliegue superficial y fraudulento en la voluntad declarada de las publicaciones de la Revista de Occidente y de las colecciones y obras que sugirió Ortega en Calpe: formar lectores. Ese anhelo proponía un canon complejo: filosofía, estética, psicoanálisis, literatura clásica, literatura contemporánea. La versión francesa del Joyce de Marichalarpudo formar épatés, no lectores de literatura.

Dentro y fuera de sus artículos e infinitas colaboraciones, Borges tradujo fragmento a fragmento a casi todos los autores (salvo Shakespeare) que lo impresionaban. Se olvidaba palabras, no siempre era fiel, se equivocaba, no importaba mucho. Cualquiera de sus líneas traducidas era útil, mostraban al lector algo, un descubrimiento, un modelo, un método, ciertas emociones, una ironía. La página final[1] del Ulises (en realidad, las dos páginas finales), casi los comienzos de esa costumbre, revela con la melodía inigualable de su prosa, cómo podía leerse el inglés de James Joyce en castellano. Cómo se oía. Muestra una riqueza por venir.

Oh ese torrente atroz y de golpe Oh y el mar carmesí a veces como fuego y los ocasos brillantes y las higueras en la Alameda sí y las callecitas rarísimas y las casas rosadas y amarillas y azules, y los rosales y jazmines y geranios y tunas y Gibraltar de jovencita cuando yo era una Flor de la Montaña si cuando me até la rosa en el pelo como las chicas andaluzas o me pondré una colorada sí y como me besó junto al paredón morisco y pensé lo mismo me da él que otro cualquiera y entonces le pedí con los ojos que me pidiera otra vez y entonces me pidió si quería sí para decirle sí mi flor serrana y primero lo abrazé (sic) sí y encima mío lo agaché para que sintiera mis pechos toda fragancia sí y su corazón como enloquecido y sí yo dije sí quiero Sí.

 


[1] La versión completa de “La última hoja del Ulises”puede encontrarse en Proa, Núm. 6, enero de 1925, pp. 3-6, en el Archivo histórico de revistas argentinas: https://ahira.com.ar/