martes, 30 de junio de 2020

Una respuesta colectiva a la crisis del libro

El pasado 25 de junio, Daniel Gigena publicó un artículo en el diario La Nación, de Buenos Aires, la flamante Red de Librerías Independientes, estrategia ideada por los libreros para defenderse de la crisis y de las perversidades del sistema. 

Con apoyo gubernamental,
las librerías independientes se unen
en una red para afrontar la crisis

Ante la caída en las ventas, el cierre de locales y la decisión de varias editoriales de comercializar sus títulos en forma directa , más de cincuenta locales se asociaron para crear la Red de Librerías Independientes, en la que participan representantes de todo el país. Debido a las restricciones del aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO), la crisis en el sector editorial se agravó y, como señalan algunos libreros, varias editoriales “rompieron los códigos” al comenzar a vender sus catálogos en forma directa en páginas web o por redes sociales, con promociones de todo tipo o, como en el caso del Grupo Planeta, en sociedad con el coloso del e–commerce en la Argentina: Mercado Libre .

Según la opinión de algunos editores, la pandemia no hizo sino acelerar procesos que se estaban dando desde hacía años, además de acentuar la necesidad de “hacer caja” de manera urgente para pagar salarios y servicios de proveedores. La cadena de pagos del sector editorial está rota desde abril. Aunque hubo muchas protestas cuando Planeta decidió abrir una tienda oficial en Mercado Libre, no había ocurrido lo mismo cuando otros sellos comenzaron a vender sus libros y a ofrecer promociones (dos libros al precio de uno, tres al precio de dos) en sus páginas web o cuentas de Instagram. Nadie infringe la ley con esas estrategias, pero las librerías salen perjudicadas. Además, algunos libreros denuncian desabastecimiento por parte de las editoriales, que privilegian los canales de venta online.

La creación de la Red de Librerías Independientes “va por la positiva”, según indica Edio Bassi, de la librería Fedro e integrante de la Ruta del Libro en el barrio de San Telmo.  “Estamos dialogando con el Ministerio de Cultura de la Nación, el Ministerio de Cultura de la ciudad de Buenos Aires y la Cámara Argentina del Libro (CAL) para programar acciones –anticipa–. Necesitamos discutir el rol de las librerías en una nueva etapa en la industria del libro para defender la bibliodiversidad”. Funcionarios del Ministerio de Cultura de la Nación y del de la ciudad de Buenos Aires, además de legisladores nacionales y porteños, coincidieron en que las librerías deben ser consideradas espacios culturales y no sólo comercios minoristas. “Ya estamos trabajando en una agenda común que incluya recursos para sobrevivir a la emergencia, con posibles subsidios, pero sobre todo un apoyo para que las librerías mantengan su importante función en un nuevo paradigma de comercialización del libro, tanto en el espacio físico como en el virtual, y el fortalecimiento de la red federal para ampliar el derecho al acceso a la lectura y al libro”, agrega.

Se espera que la existencia de la Red cree mejores posibilidades para que las editoriales puedan planificar junto con las librerías estrategias de comercialización que no excluyan a ningún actor. Un ejemplo de esto es la inminente edición virtual de la Feria de Editores, del 7 al 9 de agosto, que incluirá a las librerías como puntos de venta. “Editoriales y librerías tienen intereses y problemas complementarios que no podrán ser resueltos con decisiones excluyentes ni cortoplacistas –destaca Bassi–. Es imprescindible una discusión abierta entre todos, no solo por el interés de los actores involucrados sino, y fundamentalmente, para el beneficios de los lectores”.

Los libreros confían en que la Red se convertirá en un interlocutor más dentro del ecosistema del libro argentino. Entre otras, la conforman De la Mancha, Tiempos Modernos, Norte, Biblos, Ávila, La Libre, Musaraña, Del Pasaje y otras de las provincias, como Utopía, de Chaco; Malapalabra, de Neuquén, y Pulpería Las Rosas, de Córdoba. Las librerías ubicadas en localidades de las provincias, cuya actividad está permitida desde hace semanas, informaron a la CAL que no llegan al 50% de la facturación de los días previos a la irrupción del Covid–19. En Buenos Aires, las librerías de las avenidas céntricas como Corrientes, que habían abierto semanas atrás, debieron cerrar por decisión del gobierno. Y las grandes cadenas, con sus locales cerrados en los centros comerciales, estuvieron entre las más perjudicadas por el ASPO.

“A raíz de la pandemia las librerías nos empezamos a unir y conformamos esta red con el fin de armar prontamente una asociación, cámara o algo que nos agrupe –dice Mónica Dinerstein, de Tiempos Modernos, librería que en 2020 cumple treinta años en el barrio de Belgrano–. Estamos trabajando en varios frentes, tuvimos varias charlas con el gobierno de la ciudad y con el gobierno nacional y se están organizando mesas de trabajo para continuar con esta tarea”.

Muchos libreros se adaptaron a la fuerza al comercio digital . “Estuvimos un mes sin vender nada y luego empezamos vendiendo con mucha dificultad por WhatsApp, Instagram, Facebook, entregando por delivery, por correo o como pudimos”, dice Dinerstein. Una vez abiertas con horarios reducidos de lunes a viernes, las librerías se encontraron con un nuevo problema: la llegada del libro a las librerías. “Las editoriales están vendiendo directamente y, por otro lado, las tiradas de ejemplares son menores, no salen muchas novedades y las reediciones casi no existen”, agrega. Las editoriales, al priorizar los canales de venta online, “van vaciando” de ejemplares a las librerías.

Los ministros socorren a las librerías

Los libreros se reunieron con funcionarios del Ministerio de Cultura porteño, entre ellos con el ministro Enrique Avogadro, e idearon en conjunto estrategias digitales de comunicación para fortalecer la presencia de las librerías independientes en los barrios, con los hashtags #RegaláLibros y #ConocéLaLibreríaDeTuBarrio. Además, se van a hacer campañas gráficas y audiovisuales, y orientar el consumo del Programa Pase Cultural a la compra de libros (por un tiempo, los adolescentes no podrán usar el pase en cines, teatros ni recitales). “Desde Impulso Cultural, y con apoyo de la CAL y la Fundación El Libro, desarrollamos acciones que buscan promocionar, difundir y visibilizar las librerías independientes de la ciudad de Buenos Aires”, confirma a La Nación Javier Martínez, gerente de Desarrollo Editorial en el Ministerio de Cultura. Además, se trabaja en un mapa interactivo que permitirá localizar las librerías porteñas por barrio y en la actualización del catálogo online de editoriales y librerías.

Por otra parte, en la Secretaría de Industrias Culturales de la Nación, a cargo de Lucrecia Cardoso, se trabaja en la elaboración de un programa orientado a espacios culturales, dentro del que estarían las librerías. Su nombre sería “Marca” y funcionaría a la manera del Mercado de Industrias Creativas de la Argentina (MICA). Se evalúan además subsidios de coyuntura y los planes federales de acceso a la lectura y el libro, en los que las librerías cumplen un rol clave. Y en la Legislatura porteña, representantes del Frente de Todos presentaron un proyecto para que las librerías independientes no paguen servicios ni algunos impuestos durante el tiempo que dure la pandemia. Por último, este sábado, convocados por la Unión de Escritoras y Escritores de la Argentina, escritores, traductores e investigadores participarán de una asamblea por Zoom para impulsar el tratamiento del proyecto de ley del Instituto del Libro que “duerme” en la Cámara de Diputados. Muchos coinciden en que si esa ley se hubiera aprobado en 2019 el Estado estaría mejor preparado para asistir al sector.

lunes, 29 de junio de 2020

¿Cambio de paradigmas, que le dicen?


El 24 de junio pasado, Silvina Friera publicó en Página 12, de Buenos Aires, el siguiente artículo en el que varios editores especulan sobre el futuro editorial argentino y los probables desafíos que tal vez lleguen después de la pandemia. Suponemos que el título curioso que lleva la nota no fue puesto por la periodista.

Se editan pocos libros por la pandemia
y la crisis del sector

Publicar menos libros y prolongar su presencia en las librerías ha sido la respuesta inicial ante la crisis que generó la pandemia de coronavirus. ¿Habrá un nuevo paradigma en la industria del libro, que hasta ahora se sustentaba en la necesidad de editar muchos títulos al año, lo que se conoce como “novedades”, para mantener aceitada la maquinaria editorial? ¿La “nueva” normalidad será más “conservadora” y menos aluvional? La magnitud de la reducción se evidencia en la bajísima cantidad de ejemplares que se produjeron en mayo: 200.000, a diferencia del millón de libros que se imprimieron en mayo de 2019, según datos de la CAL (Cámara Argentina del Libro). Alejo Carbonell de Caballo Negro (Córdoba), Leonora Djament de Eterna Cadencia; Fabián Lebenglik de Adriana Hidalgo, Damián Tabarovsky de Mardulce, Constanza Brunet de Marea y Víctor Malumián de Ediciones Godot, convocados por Página/12, intentan repensar los cimientos de una actividad que se va definiendo “semana a semana”.

¿Cómo publicamos lo que publicamos?
 “Las editoriales pequeñas siempre publicamos pocos títulos al año, así que tenemos gimnasia en eso de estirar los tiempos de un libro para que se sostenga como novedad”, opina Alejo Carbonell, director de Caballo Negro, editorial cordobesa que hace once años publica narrativa, ensayos, poesía y crónicas. “El plan de las editoriales en general venía cascoteado por los cuatro años de macrismo, ya estábamos publicando menos antes de la Covid-19, de modo que esta crisis es una especie de aceleración de lo anterior; no hay cambio de paradigma”, agrega Carbonell. “El cambio de lógica apunta a muy pocas editoriales en el mercado argentino –coincide Víctor Malumián, de Ediciones Godot, sello que empezó en 2008–. Las editoriales con las que suelo conversar difícilmente publiquen más de una o dos novedades por mes. Se habla de cambio de paradigma porque los grupos más grandes, tanto en tamaño como en porcentaje del mercado, quizá vayan a dar un cambio en su norte editorial. Pero las pequeñas editoriales siempre pensaron sus libros muy lejos de la lógica fast seller. Es el karma de la concentración editorial en su máxima expresión”.

Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia desde hace doce años, comenta que es difícil saber si se modificará el modo de editar libros en un futuro cercano. “En caso de que se publiquen menos novedades, es difícil saber si ocurrirá solo porque las editoriales y los lectores tienen menos dinero o por un cambio de paradigma en el sector. Por un motivo u otro, sí tendremos menos títulos y menos ejemplares en los próximos meses. Ojalá que esta difícil situación que estamos atravesando a nivel mundial sirva para repensar las bases de nuestra actividad. Me parece que se vienen discutiendo algunos aspectos (el rol de las librerías independientes, los diferentes y posibles modos de editar, la importancia de la edición artesanal, la relevancia de las múltiples ferias, el problema de la concentración editorial), pero sin embargo hay grandes cuestiones sabidas pero poco debatidas (por caso, el oligopolio de la venta del papel o el casi imposible esquema financiero que guía al sector editorial). La discusión pendiente no es tanto (o no es solo) cuántos libros publicamos sino cómo publicamos lo que publicamos”, plantea Djament.

“Los tiempos de encierro, que seguramente serán largos, traen más introspección y reflexión. Para nuestra editorial de fondo esto no es necesariamente un perjuicio porque lo que se está vendiendo más ahora es el catálogo. La lógica es tener un catálogo de alta calidad que trascienda el tiempo”, explica Fabián Lebenglik, de Adriana Hidalgo, sello que cumplió veinte años en 2019. Constanza Brunet, de Marea Editorial, creada hace 16 años, advierte que la menor cantidad de títulos se trata de una situación coyuntural que no se sostendrá luego de la pandemia. “Las editoriales independientes, que arman un catálogo más específico y que eligen cada título de una manera más artesanal, posiblemente volverán más lentamente a la cantidad de títulos que editaban antes de la pandemia”.

Damián Tabarovsky, de Mardulce, no está seguro de que la industria editorial argentina se sustentaba en la necesidad de publicar muchos títulos. “Eso ocurría en las grandes editoriales o en otros mercados como España, que funciona bajo el sistema de ‘en firme con derecho de devolución’, que favorece la especulación financiera. Pero para las editoriales independientes argentinas publicar de más también es un problema. Lo que tal vez se ponga en discusión a futuro no sea la cantidad de novedades sino las tiradas, que seguramente serán más bajas –precisa el director editorial–. Más allá de los futurólogos de turno, es muy difícil predecir cómo seguirá el mercado editorial, la situación económica y la vida cotidiana. Obviamente sé que se vienen tiempos muy difíciles –o mejor dicho, que ya estamos en ellos-, pero creo que está todo abierto: lo único que veo por delante es incertidumbre”.

La pandemia de Covid-19 cambió los planes editoriales. Adriana Hidalgo redujo los libros a publicar durante este año a la mitad: de los 24 títulos previstos quedarán 12. “No se trata de nuevos paradigmas sino de un paso a paso para ir viendo qué sucede cada semana”, detalla Lebenglik. “Teníamos planificado un año de doce novedades, ahora es muy probable que hagamos la mitad –admite Carbonell de Caballo Negro–. Hay que tener en cuenta que en nuestros calendarios hay hitos para los cuales se trabaja: llegar con novedades a la Feria del libro de Buenos Aires y a la Feria de Editores (FED) y, en nuestro caso, también llegar con novedades a la feria del libro de Córdoba, es decir que no solo se reduce la cantidad de novedades, o que se atrasan, sino que es necesario pensar todo el esquema de nuevo, porque para cada feria uno llega con determinado perfil de novedades”. Desde Ediciones Godot, Malumián confirma que -si el escenario no empeora- publicarán cuatro o cinco libros más de acá a fin de año. En Mardulce publicaron hasta ahora dos novedades y una reimpresión, todas en marzo. “Recién pudimos distribuirlas en mayo, cuando las librerías comenzaron a trabajar”, cuenta Tabarovsky y revela que por la pandemia iniciaron la digitalización de parte del catálogo: “No sé cómo seguirá el plan editorial, que seguramente va a ser sustancialmente menor al previsto”. Eterna Cadencia pospuso un 30 a 35 por ciento del plan de este año. Djament calcula que terminarán sacando 11 nuevos títulos, aunque todavía no sabe. Marea tenía previsto publicar 18 novedades, pero posiblemente salgan solo 10.

El riesgo intelectual
¿Cómo garantizar que la disminución de novedades no afecte la bibliodiversidad, la apuesta por nuevos autores o por escrituras y proyectos, cuyas prioridades no pasan por vender más? “Es probable que muchas editoriales ante una situación de crisis e incertidumbre como la que vivimos, se vuelvan más conservadoras: apostar a temáticas, géneros y autores de venta más o menos segura –responde Djament-. Para aquellos que editar no significa solo ‘volver algo público’ sino poner en discusión lenguajes y perspectivas imperantes, la edición va a seguir siendo el modo de llevar a cabo esa actividad. Y también habrá que estar muy atentos a lo que pueda surgir con esta crisis: a las nuevas formas de trabajar, colaborar y pensar en el sector”. Para Lebenglik, publicar menos títulos no afecta la bibliodiversidad. “No cambiamos el gusto de lo que veníamos haciendo. La bibliodiversidad no es una cuestión de cantidad”.

Brunet recuerda que las editoriales independientes siempre editaron una cantidad limitada de títulos. “La bibliodiversidad no está garantizada por la cantidad de títulos, sino por la variedad de las propuestas, por la visibilidad de los proyectos alternativos y por su mínima sustentabilidad económica. Puede haber una cantidad enorme de títulos orientados exclusivamente a una misma idea comercial y eso no genera mayor bibliodiversidad –aclara la directora editorial de Marea–. En cambio, las editoriales independientes, de capital nacional, garantizan la diversidad de voces, de géneros, de autores, eso es lo que está en riesgo por la crítica situación que vive el sector y que se agravó con la situación de pandemia”.

Carbonell, de Caballo Negro, reconoce que la realidad va empujando a las editoriales a volverse conservadoras y a experimentar menos. Malumián observa que se recortan los títulos más experimentales y las nuevas apuestas. “Hay una pregunta latente por el tamaño de la tirada, la rentabilidad por ejemplar y el costo unitario de precio al público. Nadie olvida que la pandemia irrumpe en un contexto de cinco años de caída sostenida de ejemplares”, recuerda el director editorial de Godot. En cuanto al catálogo por venir, Tabarovsky anticipa que van a optar por el camino inverso: “a más crisis, más riesgo intelectual”.

Muchas editoriales tenían sus catálogos sin digitalizar o digitalizados parcialmente antes de la Covid-19. “Hicimos muy pocos ebooks hace unos años, cuando parecía que una parte de los lectores estaba virando hacia los libros digitales y podía llegar a explotar. Luego eso se amesetó y nosotros, como muchos, abandonamos un poco el tema”, reconoce Carbonell y añade que Caballo Negro tiene el 10 por ciento del catálogo en los dos formatos –digital y físico–, mientras que el resto está publicado solo en papel. Lebenglik especifica que la cuarta parte del catálogo de Adriana Hidalgo está disponible en ebook y que están digitalizando más títulos.

Para Malumián, las condiciones en las cuales creció la lectura digital son artificiales y habrá que esperar para ver en qué medida se mantiene el ritmo de lectura digital. “Es verdad que por precios o simplemente por la falta de oferta del libro en digital, el crecimiento de ese soporte fue más lento. Tampoco hay que descartar el factor del parque tecnológico y lo difícil que es acceder a un e-reader. Pero en muchos otros casos se puede ver la caída en la venta del libro digital en paralelo con la apertura del delivery de libros físicos –compara el editor de Godot-. Seguramente exista una cantidad de lectores híbridos que pueden leer en ambos formatos y otro tanto que gracias a la pandemia le tomó el gusto al libro digital”. Djament subraya que gran parte del catálogo de Eterna Cadencia está digitalizado y que en el último tiempo intentan publicar ambos formatos a la vez.

Marea tiene más de la mitad del catálogo digitalizado, “aunque con escasos resultados económicos”, puntualiza Brunet. “A raíz de la pandemia hemos realizado nuevas acciones como publicar directamente novedades en ebook antes que en papel. Los resultados por ahora son inciertos hacia el futuro. La experiencia hasta acá fue muy pobre, aunque apostamos a que al menos mientras dure la pandemia crezca. El público argentino no está habituado ni dispuesto a pagar por contenidos digitales. Y la piratería está a la orden del día, basta con asomarse a Facebook y ver qué es lo que se comparte públicamente”, sugiere la editora. Mardulce tiene digitalizados 16 títulos. “De ahora en adelante saldrán todas las novedades en los dos formatos al mismo tiempo. Pero sin demasiado optimismo en las ventas de ebook, que aunque aumenten algo por la cuarentena, siguen siendo poco numerosas”, asegura Tabarovsky. “Los libros en papel son uno de los más hermosos inventos de la humanidad”, concluye el editor de Mardulce.


viernes, 26 de junio de 2020

Santiago Sylvester y un ensayo ejemplar


Santiago Sylvester (Salta, 1942) es uno de los poetas más sólidos de la argentina, con una obra sin duda importante. Lo que no todo el mundo sabe es que es también un excelente ensayista, con un sentido de la observación notable y una claridad a prueba de balas. Así lo demuestra Sobre la forma poética, su último libro, publicado por la editorial EUDEBA, donde sin aspavientos y con absoluta claridad examina los distintos ensayos formales por los que ha atravesado la poesía prácticamente desde sus orígenes. Por su pertinencia, se ofrece a continuación un fragmento donde el autor de Café Bretaña se ocupa de la traducción de la Divina Comedia y los problemas que les planteó a sus primeros traductores al castellano la ausencia de versos endecasílabos. 

"La época de llegada marca más que la de partida"

Es sabido que un artífice del endecasílabo en Italia fue Dante Alighieri con su Comedia, bautizada luego como “divina” (bautizo atribuido a Boccaccio). La opción elegida por Dante de escribirla en lengua vulgar, no en latín, según lo previsible en su época, está explicada en De vulgaris eloquentia, lógicamente en latín, como si hubiera necesitado exponer sus razones y convencer, no al pueblo llano, sino a los académicos y cultivados de su entorno. En esa explicación, Dante aporta una serie de razones políticas, lingüísticas, de unificación de un país, de una cultura y de un idioma; y agrega una razón personal, íntima, que salta más de siete siglos y llega hasta nosotros con una emoción convincente: “(el toscano) era la lengua en que mis padres se amaron”.

Analizar la Divina Comedia, el virtuosismo de su construcción en endecasílabo, no es el propósito de este apartado, sino recordar cómo fue resuelto el problema de su traducción a nuestra lengua, considerando que durante un tiempo no se contó con ese verso en castellano.

Dejo de lado la polémica, supongo que concluida, sobre si es posible traducir poesía. El poeta Edoardo Sanguineti refutó alguna vez este dilema con un argumento imbatible: sin traducciones –dijo– no hubiera existido ni judíos ni cristianos en Europa puesto que nadie, salvo los especialistas, estuvo en condiciones de leer los textos sagrados en los idiomas bíblicos. A esto puede agregarse el hecho específico de que, sin una célebre traducción, no hubiera existido la reforma luterana. Si esto vale para la fe, por qué no para la poesía, para la cultura en general. La traducción es necesaria a veces en un mismo idioma: algún socarrón dijo que para traducir a Heidegger a cualquier idioma es necesario traducirlo previamente al alemán. Sin alguna traducción nos resultaría difícil leer el Poema del Cid; y se puede recordar que, con polémica incluida, se han hecho “traducciones” (adaptaciones) del Quijote para facilitar su lectura actual. No sólo de idiomas se alimenta una cultura, sino de paso del tiempo. Pero la discusión acerca de la posibilidad de traducir poesía de un idioma a otro se acaba pronto porque ya nadie (descontando a un esteta en pleno ataque) rechaza un traslado, y menos en estos días en que, según la contribución de George Steiner, ha cundido la “paulatina internacionalización del sentimiento poético”.

Lo que parece más interesante, en todo caso, es el cómo: la manera en que se traslada un poema, no sólo a otro idioma, sino a otro contexto, a otra época y, por lo tanto, a una percepción distinta acerca de qué es poesía. Este es el nudo de la cuestión.

Se ha dicho que una traducción pertenecerá al tiempo en que haya sido hecha: la época de llegada marca más que la de partida, en el supuesto de que no sean las mismas. En una traducción de la Comedia realizada en el siglo XVIII, leeremos sobre todo siglo XVIII. Palabras, expresiones, modos, cambian con el tiempo, y las opciones que use el traductor corresponderán al suyo. Eliot aconsejaba que las sucesivas generaciones traduzcan de nuevo lo ya traducido: los libros fundamentales, para entender desde el hoy inevitable el trabajo de la humanidad.

El ejemplo de la Comedia sirve para reflexionar porque, obra cumbre de cualquier época, pertenece a una sola y viene siendo traducida desde el siglo XIV de muy distinta manera. Esta “distinta manera” ha dependido de los sucesivos momentos históricos; por eso sirve como pieza de laboratorio para deducir cómo ha sido la traducción a lo largo del tiempo. Hay un caso extremo de conservadorismo, que pareciera no ser otra cosa que una curiosidad: el traductor Rudolf Borchardt, a comienzos del siglo XX, tradujo la Comedia de Dante al alemán antiguo con el objeto de mantenerla lo más cerca posible de su idioma original. Imagino la paciencia que una idea similar exigiría en nuestro idioma (tal vez sucedió lo mismo en alemán), ya que sería imprescindible traducir a su vez esa traducción al castellano de nuestro siglo para que pudiera ser útil a un lector actual.

Dejando de lado estos anacronismos, pareciera fuera de discusión que hoy la Comedia debiera ser vertida al castellano en endecasílabo, puesto que en ese metro está en el idioma original; y sin embargo es históricamente cierto que al menos en sus primeros dos siglos y medio de vida no pudo ser así porque sencillamente no existía en España el endecasílabo italiano: faltaba todavía, no sólo dos siglos y medio, sino ganar una pelea. Hasta entonces la Comedia había recibido tratamientos varios: decasílabo catalán, dodecasílabo, prosa, pero no en el hoy inexcusable endecasílabo. Para eso hubo que esperar, y sólo fue posible cuando el oído castellano admitió esa posibilidad. A partir de ahí, las variantes fueron dentro del endecasílabo: con rima consonante, asonante, o en verso blanco.

Hoy la percepción de qué es poesía, y sobre todo su morfología, se ha ampliado y también ha variado; puede decirse que la más frecuente está dada por el verso libre. Cabe entonces la pregunta sobre la posibilidad de traducir la Comedia (y podemos llevar la especulación a cualquier poema) en verso libre, considerando su predominio evidente. La pregunta podría formularse así: si durante dos siglos y medio no pudo emplearse el endecasílabo para traducir la Comedia al castellano, ¿por qué hoy tiene que ser obligatorio? Una traducción actual que quiere dar respuesta a este dilema (y que yo sepa, hasta hoy la única) es la de Jorge Aulicino, en verso libre, o al menos variado, entre diez y catorce sílabas, con rimas ocasionales, consonantes o asonantes; todo esto según criterio o conveniencia.[1]

El problema siempre en pie será si una traducción es buena o mala (hay buenas, malas y mediocres en todas las modalidades); pero la evaluación es tan inevitable que ni vale la pena mentarla.

He traído el ejemplo de la Comedia en representación de otros, puesto que cada tanto se censura la traducción en verso libre cuando el original está formulado en preceptiva tradicional. Qué leemos cuando leemos a Shakespeare, a John Donne o a Baudelaire, si el resultado en castellano no respeta ritmo, rima, ni prosodia original. Pero la misma objeción podría recibir el traductor de Whitman, Rimbaud, Francis Ponge, Bertolt Brecht o cualquier otro poeta de verso libre, puesto que tampoco el verso libre de origen (que como se sabe nunca es tan libre) puede ser reproducido por el nuestro: siempre se colarán acentos traicioneros, otra elocución, cadencias inexistentes; y esto es inevitable. También es inevitable que Borges lo haya dicho mejor: “el original es infiel a la traducción”.

Si es cierto que en una traducción del siglo XVIII se lee sobre todo siglo XVIII, lo que se lea en cualquier traducción de hoy será la época actual: las inflexiones de nuestro lenguaje y la carga de contemporaneidad que admita el ejercicio. Y esto casi debiera conformarnos; porque lo contrario, que no nos llegue la época, sería como decir que Homero, Virgilio o Dante ya han concluido su ciclo y han dejado de trabajar para nosotros. Para leer siglo XVIII podemos confiarnos en una traducción de entonces; y sobre Homero podemos elegir cualquier época, ya que en la suya no había traductores. Pero si queremos que esos venerables nos acompañen, no queda otra solución que traducirlos para hoy, con la complejidad que esto implique.



[1] La Divina Comedia fue traducida cuatro veces en Argentina. Bartolomé Mitre, en 1897; es la primera en América: tercetos encadenados, endecasílabo y rima consonante. Ángel Battistessa en 1972: endecasílabo blanco. Antonio Milano en 2003: endecasílabo y rima consonante. Jorge Aulicino, en la versión que se ha dicho, en 2015.

jueves, 25 de junio de 2020

Y dale con las librerías: esta vez, las de Argentina


“Un informe difundido hace unos días por la Cámara Argentina del Libro (CAL) pone números ahí donde conjeturábamos: en los últimos cinco años las caídas acumuladas en la producción de la industria editorial son alarmantes. En el caso de las librerías, la pandemia accionó como un parteaguas demoledor: hoy venden entre un 20 y un 25% de lo que facturaban antes. Ante este panorama, ¿pueden desaparecer las librerías porteñas? Responden los involucrados.” Tal es la bajada de esta nota –probablemente la mejor que salió hasta la fecha sobre el tema de las librerías argentinas–, publicada por Natalia Viñes (foto) en el diario Perfil, de Buenos Aires, el pasado 21 de junio.

Peligro de extinción

Las librerías atraviesan la crisis más grande de su historia. Resulta difícil calcular su futuro cuando el presente naufraga en una distopía imposible de haber imaginado tres meses atrás. La realidad que les toca desde el confinamiento cambia abruptamente cada semana, y vienen de enfrentar una embestida profunda durante los años de gestión de Cambiemos.

¿Seguirán existiendo luego del crecimiento de las ventas de libros vía internet durante el aislamiento? ¿Qué pasará en Buenos Aires, la capital mundial de las librerías, una vez que pase el temblor? Especialistas de la industria auguraron, días atrás en Perfil, un posible cierre masivo de librerías. Consultados por este diario, los libreros cuentan su actual situación, su estado de alerta e incertidumbre, y las posibles consecuencias que vislumbran.

Argentina es el país con mayor hábito de lectura en la región, y Buenos Aires es la ciudad con más librerías por habitante en el mundo: 8 mil habitantes por cada una. Son un total de 350 librerías que, si se juntan con las de Provincia, concentran el 63 por ciento de las librerías de todo el país, según el último informe estadístico (2018) de la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP). En el mismo informe se observaba que el sector editorial conservaba una estructura tradicional a la que aún le faltaba un largo camino por recorrer hacia las nuevas tecnologías.

Esta situación se está reflejando durante la pandemia con diferentes consecuencias en las ventas de las librerías. Algunas, las menos, en los últimos años, ya habían incorporado un sistema de ventas online que funcionaba de manera aceitada desde antes del aislamiento. La actual situación aceleró procesos que, en muchos casos, ni siquiera estaban planeados. La mayoría de las librerías incursionaron en la venta online por primera vez con resultados aún bastante escasos, las editoriales agregaron de urgencia carritos de compra en sus páginas web; y los sitios de venta de libros de modalidad virtual como Mercado Libre o Busca Libre aumentaron exponencialmente sus ventas, a la vez que nuevas plataformas similares hicieron su aparición de la noche a la mañana, como: Sakura Libros, Colorín Colorado y Mandolina Libros, entre muchas otras.

Al comienzo del aislamiento las librerías estuvieron cerradas un mes, con una pérdida de ganancias del 100 por ciento. Luego se autorizó la venta por delivery y, a partir del 12 de mayo, el gobierno porteño habilitó la reapertura de los locales. Aun así, las librerías que no estaban preparadas para la venta vía online calculan entre un 60 y un 80 por ciento de pérdida en sus ventas y coinciden en que necesitan ayudas especiales para el sector.

Pablo Braun, dueño de la librería Eterna Cadencia y de una cadena de cuatro librerías Estación Libro, que está en los shoppings, dice: “Por un lado estábamos bastante bien preparados en Eterna con la venta online y eso casi pudo suplir lo que se vendía antes. Pero por otro lado están las cuatro librerías de los shoppings cerradas. Hay casi cuarenta personas trabajando. Por suerte está la ayuda estatal de los sueldos, que nos sirve, pero no sé cuántos meses más podrán hacerlo. Eso es una catástrofe total y absoluta vendiendo cinco libros por día”. En el mismo sentido, Sandro Barrella, de Librería Norte, percibe que cuando se iniciaron las ventas online alcanzaron a facturar entre un 40 y un 50 por ciento de lo que venían vendiendo normalmente. Con la apertura de la librería física comenzaron a vender un 40 por ciento más de lo que vendían solo online. “La librería tenía una estructura en torno a la página web que funciona desde hace muchos años y eso nos permitió acomodarnos rápido para salir a la cancha. Después, es una carrera día a día porque el libro viene de una crisis de cuatro años durísima”.

En cambio, José Rosa, de Librería de las Luces y delegado de la Cámara de Libreros, hasta el momento registra un 80 por ciento en la caída de las ventas. “La gente no viene al Centro si no hay movimiento normal. Si sigue la cuarentena voy a tener que pensar en una política de cierre”, dice el dueño de la librería histórica fundada en 1965. “Recién ahora estamos comenzando a vender por Internet. Pero eso representa un diez por ciento. Es como abrir un negocio nuevo, lo cual es un suicidio en esta época. Necesitamos una ayuda especial para el sector porque las librerías son un negocio de muy baja rentabilidad”.

Gabriel Waldhuter, de Librería Waldhuter, dice que “la venta por delivery representa un 15 por ciento de la venta total de una librería; muchas de ellas, sobre todo las pequeñas, no cuentan con página web, y recurren a Mercado Libre, que entre impuestos, comisiones y gastos de envío representa una quita del 20 por ciento. Una librería pequeña obtiene un 35 y un 40 por ciento de descuento del editor.  Entonces, sobre esa pequeña venta que hacemos la rentabilidad es nula. Con la reapertura de la librería, si antes por día entraban unas cien personas, ahora lo hacen diez. La venta de abril de 2020, contra abril de 2019, fue de un 80 por ciento menos. Me imagino que la pérdida anual rondará entre el 60 y el 70 por ciento, dependiendo, claro, de cómo marche la pandemia. Los gastos fijos se mantienen, y los ingresos no paran de caer. Todo hace pensar que cerrarán librerías. La preocupación es muy grande. La cadena de pagos está rota completamente. El sector editorial y librero está sangrando, pero venimos sangrando desde hace tres años”.

Ecequiel Leder Kremer, director de Librería Hernández y colaborador y participante de la Cámara de Librerías, Fundación el Libro y Cámara Argentina del Libro (CAL), cuenta que “las pérdidas son importantes. Actualmente estamos teniendo una caída de un 60 por ciento. Si bien ese 40 por ciento que percibimos es esencial porque nos permite cumplir con nuestras obligaciones, pagar salarios con la ayuda del ATP (programa de Asistencia al Trabajo y la Producción) y pagar a nuestros proveedores, esto plantea un panorama que no es bueno. La ayuda del Estado es muy importante y es definitorio el comportamiento de la gente en cuanto a lo que la situación le permita hacer desde el punto de vista sanitario y económico.

Planeta y Mercado Libre.
Sumado a este panorama, 15 días atrás estalló en el sector como una bomba la noticia de que la Editorial Planeta abrió su propia tienda online en Mercado Libre. A través de las redes y bajo el hashtag LasLibreríasImportan, un gran conjunto de librerías emitió una declaración expresando su profundo malestar. Desde ese momento, libreros, escritores y lectores se suman día a día al hashtag para expresar su apoyo a las librerías.

La editorial Planeta, respondió días atrás a Perfil, a través de Santiago Satz, gerente de prensa de la empresa: “Esto de ninguna manera implica que no se comercialice más vía librerías, que son nuestra prioridad”. Sin embargo, eso no llevó la calma a los libreros que, a raíz del hecho, se están juntando para ver cómo se pueden organizar frente a lo que consideran una amenaza.

Planeta legalmente puede abrir un canal directo con Mercado Libre (y además no es la única editorial que vende directo a través de esa plataforma), pero al ser un coloso, gracias a su poder económico, puede posicionarse para lograr una visibilidad muchas veces mayor que la de las librerías que venden y sobreviven a través de ese canal en este momento. A su vez, la lógica de Mercado Libre dirige a través de sus algoritmos las búsquedas de los productos de mayor rentabilidad. Esta confluencia de fuerzas es lo que las librerías señalan como un posible efecto devastador para sus locales.

“La Librería Norte está en total desacuerdo con lo que está haciendo Planeta. La idea es mantener una postura crítica, ver qué acciones se pueden tomar desde un colectivo de librerías y vinculados también con las editoriales para ver qué protección se le puede dar al sector”, apunta Sandro Barrella.

A Pablo Braun le parece que “esto puede hacer que cambien las reglas del juego y si eso pasa la reconversión puede ser más profunda. Si Mercado Libre cambia las reglas y decide, por ejemplo, vender directo a través de las editoriales y no por las librerías, como hace Amazon en Estados Unidos, ahí este canal puede ser peligroso. Y para una gran editorial también, ponele que a la editorial le vaya fantástico y MercadoLibre le diga: ‘Si no me hacés el 60 por ciento no te compro’. En este caso el libro está bastante protegido con la ley del precio único. No sé si puede tener más protecciones que eso. Me parece que lo mejor, aunque muy difícil, es estar atentos a lo que hace Mercado Libre”, concluye.

La situación no es ajena a los especialistas en el área. Alejandro Dujovne, investigador y especialista en la industria del libro, dice que “Planeta (con esta decisión) rompe cierto pacto implícito existente” y que es fundamental que hubiera mesas de conversación y espacios de diálogo. “El problema es tener un sector fragmentado y una crisis que no contribuye a fortalecer esos espacios de conversación. Creo que si uno deja al mercado librado a sus propias reglas vamos a ir a una situación de una mayor vulnerabilidad de las librerías”.

Por su parte, a Natalia Calcagno, socióloga especializada en economía de la cultura, le parece que “la práctica de Planeta es nociva para las librerías en un momento de emergencia y habría que reaccionar, en ese sentido, para protegerlas”. Pero dice que le parece que no es posible que las editoriales puedan poner en riesgo el canal de las librerías: una editorial intermedia no puede existir sin ellas. Calcagno considera que hay que pedir regulaciones al Estado y que “hay muchas leyes de emergencia cultural en otros países, como Alemania, España, Canadá, o Francia.

Propuestas.
Consultado por Perfil, días atrás, Enrique Avogadro, ministro de Cultura porteño, comentó sobre su voluntad de prestar atención al tema: “Hay que defender a las librerías independientes”. Mencionó que el gobierno porteño permitió la reapertura de las librerías y que se está avanzando en reuniones con el sector para analizar qué medidas paliativas se pueden tomar. “Estamos alentando a las librerías a que se estructuren como asociación o como grupo, al menos para trabajar en conjunto”, aseguró.

Por su lado, la Cámara Argentina del Libro (CAL) dio a conocer el pasado martes 9 un documento que informa sobre el estado del sector de la industria del libro y plantea propuestas para aplicar en pandemia e incluso luego de ella. Entre las medidas que involucran directamente a las librerías, proponen un trabajo conjunto con Correo Argentino para reducir los costos de logística que tiene la venta online. La idea sería contemplar una tarifa especial para libros y el envío gratuito en algunos casos. En este momento esos costos favorecen la concentración de las cadenas de librerías y plataformas de venta, y reducen el porcentaje de facturación de las librerías a menos del diez por ciento.

El Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc-Unesco) publicó en mayo de este año un documento urgente para entender la situación del sector editorial iberoamericano. Dice que “analistas como Bernat Ruiz, Manuel Gil o Guillermo Schavelzon coinciden en que la principal medida gubernamental para la recuperación del sector no sólo pasa por la compra de libros, sino que se debe dar prioridad a las librerías por ser el eslabón más débil de la cadena de valor del libro”. “Las librerías necesitarán una rápida inyección de liquidez que les permitiría evitar el cierre, disminuir las devoluciones y seguir haciendo pedidos” manifiesta Ruiz. Y da cuenta del atraso tecnológico que aún existe en la cadena de valor del libro en la mayoría de los países de la región.

Sobre el futuro de las librerías.
Una vez que acabe la pandemia, los libreros creen que muchas librerías podrían cerrar. Dicen que no es fácil saber cómo se van a dar las cosas, pero no ven posible que la librería, la figura del librero y la tradición cultural que tenemos aquí vaya a terminar. Sin embargo, no pueden arriesgar una mirada clara sobre qué les deparará el futuro luego de esta transformación que están comenzando a conocer ahora.

Pablo Braun dice que “hay un cambio en el paradigma del consumo de la gente, y las librerías no son ajenas. Me parece que hay un delivery que llegó para quedarse. Esto es un golpe muy fuerte y todos vamos a tener que reconvertirnos. No me imagino un futuro sin librerías. Habrá menos, serán más chicas, trabajarán menos personas, es muy difícil. Pueden empezar a pasar cosas como esto de las editoriales vendiendo directo, puenteando librerías. Ahí hay algo que no tiene que ver con el mundo del libro, tiene que ver con que todo el mundo quiere matar al intermediario. Y eso traería consecuencias muy graves porque, si no hay intermediarios, ¿qué es lo que van a terminar comprando?

Gabriel Waldhuter opina que “esto recién empieza, tengo imágenes de 2001, creo que esta crisis sanitaria será peor. Ahora, si aparece la tan deseada vacuna, iremos volviendo a visitar librerías, a continuar las que teníamos. 

Las librerías no van a desaparecer.
Para Ecequiel Leder Kremer, “probablemente haya una práctica residual de las compras a través de los canales digitales, pero me parece que, como muchos están esperando volver al cine, muchos lectores y lectoras están esperando volver a las librerías con todo lo que esto implica: la relación con el librero, la posibilidad de recorrer la librería, de recorrer los sectores temáticos, de identificar editoriales. Esto en modo alguno lo reemplaza una pantalla en una computadora”.

Sandro Barrella: “No tengo otro remedio que ser optimista porque es lo que me permite la posibilidad de estar trabajando. Después, si todo se derrumba, se derrumba. Me parece que hay un espacio más allá de la mística para las librerías pequeñas. Si no hay una condición más pareja para competir, nos la vamos a ver muy complicada. 

Toda la economía mundial está pensada para la gran escala. No es un tema solo del libro”.

¿Qué desaparece si desaparecen las librerías?
Natalia Calcagno: “Cuando entrás a una librería a hablar, a mirar, se abre un mundo de diversidad a través de la recomendación del librero. El tema de la exhibición es fundamental para conocer. Si no, estás limitando la venta. Si mirás lo que venden en un supermercado, son diez, veinte libros, y tenemos decenas de miles de títulos por año que se producen en Argentina. Más lo que se produce en otros países. La librería es la posibilidad de la editorial chica o pequeña de acercarse al lector.”

Alejandro Dujovne: “Ahí se juegan varias cuestiones para pensar, una es cuál es el valor social y cuál el cultural que tiene una librería. Es una discusión que la sociedad y la política tienen que darse para ver qué hacer con eso. Las librerías son algo más que un mero canal de comercialización. Aunque no hay que desatender su dimensión mercantil o comercial, porque de eso vive mucha gente. Al mismo tiempo son, desde el nivel de la producción de valor del libro, un lugar importantísimo, porque tienen que ver con la experiencia de la lectura, con el modo en el que la literatura y el libro se relacionan con la sociedad en su conjunto, y cómo circulan los libros. Las librerías le añaden un valor y le dan una visibilidad. Y en ese caso el libro pasa a ser percibido y a ser parte de una experiencia social distinta que si uno solamente hace un clik y le llega a su casa.”

El escritor Jorge Carrión, que acaba de publicar en Argentina Contra Amazon (Galaxia Gutenberg), dice que “en todas partes se ha impuesto la lógica que inventó Jeff Bezos (fundador y director ejecutivo de Amazon) hace más de veinte años: lo que importa es la velocidad y por tanto hay que eliminar las figuras de los prescriptores intermediarios (como el editor, con la autoedición, o el librero, con la compra en la web). Pero esa lógica, si se piensa bien, es bastante absurda. Elimina el paseo, el deseo, la historia que te une con la adquisición y la lectura de un libro, el descubrimiento, la posibilidad de un encuentro o de un café. Al igual que en su día Buenos Aires protegió a sus cafés notables, ahora debe proteger a sus librerías. Pero sobre todo deben hacerlo los lectores.”

miércoles, 24 de junio de 2020

Como decíamos ayer...

El pasado 19 de julio, en el sitio Chilango, de México, Mauricio Nava publicó un artículo cuya bajada dice: “La librería A Través del Espejo se despide de CDMX, tras 22 años de historia, con algunos libros gratis y el resto de su catálogo a mitad de precio”. La ubicación para quien no sepa es Avenida Álvaro Obregón número 118-A, Col. Roma, CDMX

A Través del Espejo se despide
regalando y rebajando sus libros

Una muy querida librería chilanga dice adiós; antes de irse, hay algunos libros gratis en A Través del Espejo y todos los demás tienen 50 por ciento de descuento.

La librería está obsequiando los títulos que tiene afuera de su local, ubicado en la Roma, mientras que el resto de su catálogo lo ofrece a mitad de precio.

Libros usados, antiguos, raros y fuera de circulación en Ciudad de México (y el mundo) era lo que podías encontrar entre sus estantes. La librería A Través del Espejo permaneció abierta desde 1995 sobre la avenida Álvaro Obregón.

La tradición de la librería de viejo no se fue ni con la partida de su fundadora, Silvia López Casilla, o tras los estragos del 19s en Ciudad de México. Los chilangos mostraron solidaridad en ese momento para llevarse libros desde 10 pesos.

Hoy algunos libros gratis en A Través del Espejo y el descuento de 50 % son una manera de despedirse de sus lectores y la ciudad, que le dieron vida durante 22 años.

En sus buenos tiempos, este espacio para lectores logró reunir hasta 120 mil ejemplares de todo tipo. Recientemente abrió sus puertas con medidas de sana distancia y protocolos sanitarios, para que puedas conseguir un ejemplar que contiene historia digna de quedarse para siempre en tu hogar. Un recuerdo que formará parte de ti y la historia de A Través del Espejo.

Jean Paul Sartre bien puede convivir en el mismo espacio que Stephen King o Charles Bukowski. Ciencia ficción, fantasía y suspenso convergen junto al teatro, la filosofía o las artes.

El mayor placer de un melómano es excavar entre vinilos de antaño; el de un lector, el olor a historias entre los pasillos de viejo.

martes, 23 de junio de 2020

Las pequeñas librerías de la Ciudad de México son también víctimas de la pandemia


El pasado 17 de junio, en El Economista, de México, Ricardo Quiroga publicó un artículo sobre el destino de las librerías del D.F. La bajada dice: “A pesar de que el gobierno de la ciudad ha permitido su reapertura este jueves, algunos locales del último eslabón de la cadena del libro abrirán para rematar sus libros y otros definitivamente no podrán volver”.

Agonizan pequeñas librerías de la ciudad

El viernes pasado, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum Pardo, anunció que, de mantenerse la tendencia se estabilización y ligera disminución de las personas hospitalizadas por Covid-19, el semáforo epidemiológico cambiará en los próximos días, por lo que la semana que transcurre fue designada como “de transición hacia el semáforo anaranjado” y con ella se autoriza la apertura este jueves de pequeños comercios de las colonias con una operación de menos de cinco empleados, incluyendo a las pequeñas librerías.

Sin embargo, el recuento de pérdidas por el cese de la actividad en este eslabón de la cadena del libro ha sido drástico, tanto así que varias de ellas definitivamente no podrán retornar a la actividad comercial.

Selva Hernández administra la librería A través del espejo, ubicada sobre Álvaro Obregón, en la Roma Norte, con más de 20 años de tradición y enfocada en libros antiguos, raros, primeras ediciones y autografiados. Hasta hace dos días comenzó la planificación de apertura, así como el proceso de sanitización del espacio y la adquisición del equipo de seguridad e higiene para los responsables de atender el negocio. El plan es abrir con dos trabajadores por la mañana y dos por la tarde y con una limitante al interior de no más de cinco compradores a la vez. Sin embargo, la apertura será solamente por unos días, dado que al final de este mes la librería habrá desaparecido.

“Para nosotros es una apertura triste porque solamente vamos a abrir para cerrar. La pandemia aceleró el cierre. El dueño me pidió el local anticipadamente porque ha recibido ofertas mucho mejores de lo que yo puedo pagar. Nosotros teníamos contrato hasta octubre, pero no hubo manera de negociar alternativas. Estaremos rematando el inventario que tenemos, con precios muy bajos, porque necesitamos desocupar el local antes de que termine junio. Al mismo tiempo vamos a mudar algunos libros a una librería mucho más pequeña en la Condesa, que se llama La oficina del libro. A otros tendremos que mandarlos a reciclaje”, comparte.

Alejandro Zenker es cofundador de la Librería del Ermitaño, en San Pedro de los Pinos, nacida hace seis años, más que como una librería, a manera de un proyecto de vinculación cultural con su comunidad y, junto con Ediciones del Ermitaño y Solar Servicios Editoriales, parte integral de una triada de proyectos editoriales encabezados por Zenker, quienb, sin embargo, no ve viable la continuidad de la librería.

“No pensábamos que esto duraría tanto tiempo. Las pérdidas son totales después de tantos meses de tener la librería cerrada. Todos los costos se nos han venido acumulando, de tal manera que la librería quedó totalmente descapitalizada. La dinámica que llevábamos se vino abajo, porque una librería de barrio se distingue por el contacto con la gente. Si la abrimos, tendríamos que atenernos a las pautas: atención de mostrador y que la gente puede entrar a cuentagotas, únicamente para comprar. Pero ese no era el esquema de nuestra librería, un lugar que ofrecía una experiencia. Pero con la pandemia la experiencia muere por completo. Eso lo hace un proyecto totalmente inviable en nuestro caso”, lamenta.

Mercurio López Casillas es administrador de Bibliofilia y otras tres librerías de viejo en el Centro Histórico. En este momento se encuentra limpiando y sanitizando los espacios, colocando señalética y dando capacitación a quienes serán responsables de los espacios para procurar la distancia y los protocolos de higiene. Esto, con el objetivo de abrir el lunes con una sola persona responsable por negocio. Sabe de al menos dos propietarios de librerías de viejo en la ciudad que ya han vaciado sus locales.

“Han sido tres meses de cero ingresos y todo tipo de gastos. Le pedimos un descuento de la renta a los dueños de los lugares que arrendamos, pero no aceptaron. Todavía muchos gastos por pagar y nos resta ver cuánto resistimos hasta el final de año. Ya me gasté todo mis ahorros. Estoy muy endeudado y casi seguro de que habrá que cerrar uno o dos locales”, comparte.

Entre el negocio de las librerías A través del espejo y La oficina del libro dependían unas 20 personas que se quedaron sin trabajo durante la contingencia. Más de la mitad no podrá continuar después del cierre de la sede en la Roma. La Librería del Ermitaño, por su parte, tendrá que prescindir definitivamente de dos trabajadores, el resto tendrá la posibilidad de continuar en los demás proyectos editoriales que encabeza Zenker.

De las cuatro librerías que administra Mercurio López dependen alrededor de 20 personas. A pesar de que la alcaldía Cuauhtémoc le entregó un apoyo de 30,000 pesos para pagar la renta durante la contingencia, esta cantidad únicamente alcanzó para el pago del mes para un solo local.

“Todas las políticas que se han hecho a favor del libro en México han sido de muy poco efecto. El precio único no es respetado por las editoriales y las grandes cadenas. Si una librería pequeña quiere vender grandes sellos, no puede porque las exigencias son altísimas y los márgenes de ganancia son muy bajos. Ganamos el 40% de lo que cuesta el libro, pero no podemos competir con una cadena que siempre tiene los libros en descuento. Las comunidades son las que van a mantener el libro a flote. Hay gente que está consciente de que al comprar en una librería pequeña está beneficiando a toda la cadena. Hay muchas personas que ya tienen conciencia de la compra sustentable y responsable de libros y ellos son los que se han acercado a nosotros”, asegura Selva Hernández.

Por su parte, Alejandro Zenker opina que “para que haya realmente un ecosistema librero tan amplio como lo necesita el país, se requiere de la participación del gobierno. Ya si no apoya a las librería, cuando menos debería utilizar los recursos que naturalmente tiene para apuntalarlas, como podría ser la distribución de los libros de texto a través de los puntos de venta, los centros culturales y la bibliotecas, es decir que los alumnos vayan a recoger esos libros y de esa manera se familiaricen con esos espacios libreros y culturales”.

La RELI ha emitido un listado de recomendaciones para la apertura, entre las que se considera:

- Garantizar una distancia mínima de dos metros entre clientes y trabajadores.
- Colocar guías y marcadores para hacer hincapié en el respeto de la distancia saludable.
- Instalar tapetes húmedos y secos para la limpieza de zapatos.
- Limpiar y desinfectar superficies de contacto frecuente al menos dos veces al día.
- El tiempo de permanencia en los espacios será el estrictamente necesario para la compra.
- Se evitará la manipulación de los libros por parte de los visitantes.
- Se sugerirá como principal medida de pago la tarjeta y se limpiará y desinfectará la terminal después de cada uso.