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miércoles, 16 de julio de 2014

Del otro lado de la cordillera (8-final)

FOTO: Paulo Slachevsky
A modo de corolario de "Diagnóstico, posibilidades y perspectivas de la traducción literaria en Chile", unas palabras de Pola Iriarte, su tenaz organizadora, quien con su trabajo ha plantado un poderoso antecedente en su país.

Palabras finales

Para nadie que ejerza el oficio de traductor (literario) es un misterio que se trata esta de una actividad solitaria, en la que el traductor o traductora debe lidiar individualmente con el texto, acompañado/a de más o menos herramientas materiales o virtuales y guiado/a fundamentalmente por el instinto, las vivencias, los recuerdos de lecturas pasadas, las numerosas dudas y las escasas certezas.

En un país como Chile, con una industria editorial relativamente pequeña, un IVA del 19% al libro y una población con alarmantes índices de analfabetismo funcional, la soledad del traductor se transforma en invisibilidad. Y es que pareciera que en Chile nadie traduce literatura, ni poesía, ni narrativa, ni teatro, ni filosofía. Y no es cierto. Lo que ocurre es que se trata de experiencias aisladas, esfuerzos individuales de algunas editoriales que no logran articularse en líneas de trabajo sólidas y sostenibles regularmente en el tiempo. Hay algunas excepciones, es verdad, pero por lo mismo no logran romper el cerco ni resonar mucho más allá. Recientemente, la traducción que Óscar Luis Molina hiciera del Gran Gatsby para Editorial Tajamar fue publicitada como tal de manera sorprendente en varios medios de prensa. No tengo ninguna duda de la gran calidad de trabajo de Óscar, sin embargo me atrevo a afirmar que si llegó a los diarios fue más por la coincidencia con el entonces reciente estreno de una nueva versión cinematográfica del libro de Scott Fizgerald que por el interés de la prensa especializada de acometer una crítica a la traducción. 

Y fue a partir de esa sensación de inexistencia, que nos acecha incluso a los que buscamos los intersticios para ejercer este oficio esquivo, que nació la motivación por crear una instancia de encuentro para generar un diagnóstico y reflexionar sobre las posibilidades y perspectivas de la traducción literaria en Chile.

El camino hasta el encuentro del 10 de junio de 2014 en la Universidad Diego Portales no fue corto. Como suele pasar, muchos encontraban interesante, necesaria, urgente incluso, una instancia de este tipo, pero de allí a reunir los medios y convocar las voluntades concretas que se necesitaban para su realización había una distancia considerable. También estaba el problema de definir los contornos de una discusión que por incipiente (si es que siquiera cabe el epíteto), planteaba un inmenso campo de posibilidades. Finalmente los escasos medios financieros de que dispusimos junto a, debo reconocer, mis propias preferencias, dieron forma a un encuentro de una (larga) mañana centrado en cuestiones más políticas y gremiales que técnicas o teóricas.

La convocatoria alcanzada fue muestra suficiente de que hay en Chile muchas personas interesadas en esta discusión. A la Universidad Diego Portales llegaron esa mañana unas sesenta personas, entre editores, traductores, alumnos de la carrera de literatura creativa y escritores, y estoy convencida de que con mayores medios se hubiera logrado una convocatoria aún mayor.

Las intervenciones del público y los comentarios de pasillo dejaron también en evidencia que en Chile hay mucho por discutir en torno a la traducción literaria, y que de haber habido capacidad de gestión y financiamiento, hubiera sido muy bienvenido un encuentro  que hubiese considerado también otros aspectos que los que cupieron en la mañana del 10 de junio.

Quedan tareas pendientes, entonces, muchas, en realidad. Y seremos los propios traductores literarios, junto a los editores independientes, a quienes nos corresponda continuar con la posta. El primer desafío sería visibilizar a aquellos que hacemos traducción literaria en Chile y generar una instancia que nos permita establecer un diálogo constructivo para el futuro desarrollo de nuestro trabajo. Otro gran actor, hasta ahora ausente en este debate, es el sector gubernamental, que tendría mucho que aportar, específicamente a través de sus instituciones encargadas de las políticas culturales y del libro. Porque a la hora de hablar de traducción literaria, no solo está  juego la traducción al castellano (o al chileno) de obras escritas en otros idiomas, sino también la traducción y publicación de nuestros autores y autoras en otras lenguas.

Y si este encuentro tuvo una significación, más allá de dar inicio a una reflexión que esperamos encuentre continuidad, fue la de aunar voluntades y generosidades a un lado y al otro de las fronteras chilenas. Las institucionales desde ya, como las de la Asociación de Editores de Chile, el Goethe Institut de Santiago, la Universidad Diego Portales y el Fondo del Libro, pero también las de los colegas traductores argentinos, mexicanos y chilenos que aportaron comprometidamente a este debate.  





martes, 19 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (14)

Las respuestas de dos  traductoras, una argentina y otra chilena, especializada en lengua alemana.

Carla Imbrogno

Formada en la Universidad de Buenos Aires y en la de Friburgo, se desempeña como traductora de alemán, editora y periodista cultural, y es curadora de Programación Cultural y responsable de Relaciones Institucionales en el Goethe-Institut Buenos Aires. Ha traducido prosa de JeremiasGotthelf, Franz Rosenzweig, Georg Simmel, Witold Gombrowicz, Moritz Rinke, Alexander Kluge y Mauricio Kagel, libretos de ópera contemporánea, guiones cinematográficos y piezas teatrales de Elfriede Jelinek y René Pollesch, entre otros. Escribe prosa breve y poesía. Es autora de Die Dauer der Greta Bo (La duración de Greta Bo), incluido en la antología Die Nacht des Kometen. Argentinische Autorinnen der Gegenwart, Zúrich, edition 8, 2010.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Traducir es escribir y escribir es traducir mundos posibles. Creo que muchos estaremos de acuerdo en ese sentido. En los últimos años me estuve dedicando bastante a la edición de traducciones. La ediciónde una traducción (como la de un original) va más allá de la revisión. La revisión (ver algo con atención y cuidado, someterlo a nuevo examen para corregirlo o enmendarlo) muchas veces se queda a mitad de camino de lo que efectivamente suele necesitar una traducción para estar terminada. Por lo menos en el caso de los textos que vienen del alemán, esa tarea de editar traducciones ajenas me hizo tomar conciencia abrupta de la diferencia entre traducir y escribir. Cuando estoy ante una traducción con el mandato de editarla, la sensación a veces es que le falta una vuelta de tuerca. Que por más correcta que sea, le falta atravesar sus propias capas, ir hasta el fondo de sí misma, hasta sus últimas consecuencias. Como si, por el pudor de estar traduciendo, el traductor hubiera frenado antes de tiempo. La sensación es que a la traducción le falta revolcarse en la lengua meta: ensuciarse. A la traducción terminada, muchas veces, le falta escritura.
En cuanto a escribir y traducir como procesos de escritura: cuando traduzco, antes de pasar al momento del enchastre, el camino es el de una espiral (vuelvo a empezar una y otra vez, retomo las frases, reescribo alejándome cada vez más del punto de partida). Cuando escribo, “lo poético es recolectar” (Alexander Kluge): dedico muchísimo tiempo a coleccionar asociaciones libres que recién después me pongo domesticar por escrito, en forma bastante aleatoria también.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Tengo problemas con los “debe” y sé que uno podría ponerse muy específico y discutir. Pero en general opino que una buena traducción no grita a los cuatro vientos: “¡Soy una traducción!”.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No creo que “deba” ser más visible el traductor que la traducción como tampoco creo que deba ser más visible el autor que cualquier texto de su autoría. Recuerdo ediciones de antes: sin biografías extensas en la solapa.


Pola Iriarte Rivas
Estudió periodismo en la Universidad de Chile. Trabajó como redactora de cultura de la revista Cauce, corresponsal del Servicio para la Mujer Latinoamericana de la agencia IPS, editora general del programa de Radio Mujeres Hoy, editora general de la revista Innovaciones Locales y docente en la carrera de Comunicación Social de la Escuela de Estudios Superiores, vivió durante casi una década en Europa, mayoritariamente en Alemania. En ese país, fue alumna oyente durante dos años de la carrera de Licenciatura el Literatura española de la Universidad de Hamburgo,  y trabajó para los servicios latinoamericanos de la agencia de prensa alemana (dpa) y la radio alemana (dW), en el área de cultura. Vuelta a Chile en 1998, se ha desempeñado como editora, traductora e intérprete. En el ámbito de la traducción literaria, ha traducido diversas novelas desde el alemán, entre ellas, Casandra de Chista Wolf (Cuarto Propio) y MOI de Heiko Michael Hartmann (Andrés Bello) y más de 15 obras de teatro, entre ellas La obra y Los contratos del comerciante de la Premio Nobel Elfriede Jelinek. En 2005 fue invitada por el Festival de teatro de Mülheim (Alemania) para participar en un taller de traducción teatral y en 2009 participó como invitada de la Academia de verano de traductores literarios del Literarische Colloquium Berlín en la capital alemana. En 2007 obtuvo el Diploma de trabajo destacado, por la traducción de la obra de teatro Sex según Mae West de René Pollesch, Premio Teatro del Mundo de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Tanto la traducción como la escritura constituyen procesos creativos cuya materia prima es el lenguaje. Autor(a) y traductor(a) se enfrentan al desafío de construir a partir de las palabras: realidades, historias, atmósferas, imaginarios. Ambos (as) deben ser capaces de transportar al lector(a) no solo a un determinado universo argumental, sino también a un universo emocional y sensorial, el de la rabia, la pena, el dolor, la felicidad, el asombro, la risa o la desesperación, a la vez que provocar extrañeza, familiaridad, identidad, rechazo…
Para lo anterior, evidentemente, es fundamental el acabado conocimiento y manejo del idioma, sin el cual ni la escritura ni la traducción lograrán superar el nivel de lo anecdótico, lo literal, lo evidente.
Por cierto, el punto de partida de ambos actos creativos es donde radica la mayor y sustancial diferencia. Mientras la escritura constituye un ejercicio “libre”, en el sentido de que no hay más sustrato inicial para la creación que las opciones –más o menos conscientes– del autor(a), la traducción es un acto de recreación de una obra existente, que debe ser precisamente (re)creada en un universo idiomático distinto del original.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
La estrategia de traducción que se siga dependerá en alguna medida del objetivo de la publicación de una determinada obra en una lengua distinta a la original, lo que a su vez volverá más o menos visible su calidad de texto traducido. En términos generales, sin embargo, creo que las traducciones deberían aspirar a ser leídas como si se tratara de textos originales, lo que no implica por cierto “ocultar” el hecho de la trasposición idiomática ni tampoco prescindir de señales que lo dejen en evidencia, como las “Notas del traductor(a)”. De hecho, me parece deseable que las obras traducidas estén acompañadas de un “Prólogo a la traducción”, en el que se dé cuenta de la estrategia de traducción seguida. Así, que una traducción pueda ser leída como si se tratara de un original no implica pretender que se lo tenga por un original, sino lograr que el texto posea coherencia idiomática interna y funcione estilística, sintáctica y semánticamente, de manera que el lector(a) no se tropiece con palabras  o formulaciones impropias del idioma de llegada. En ese empeño habrá de sacrificarse más de una vez la literalidad de la traducción en pos de las necesidades propias del idioma al que se está traduciendo. 

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
A pesar de lo dicho en la respuesta anterior, en el sentido de que el texto debe funcionar como un texto autónomo en el idioma de llegada, no me parece deseable que el estilo del traductor(a) sea a tal punto dominante que resulte más fuerte que las particularidades de los diferentes autores(as) traducidos o las diferente obras de un mismo autor(a).