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miércoles, 16 de julio de 2025

Hector Hugh Munro (Saki), traducido en México

La narradora mexicana Ana García Bergúa  publicó, el pasado 11 de julio, el siguiente comentario a propósito de la nueva edición de cuentos de Saki realizada en México. Su texto salió en el diario Milenio. En la bajada se lee: "Con traducción y prólogo de José Homero, la Universidad Veracruzana publicó Bestiario y superbestiario del escritor británico, también autor de Cuentos de humor y de horror".

La sutileza, el humor, la crueldad delicada de Saki

La colección “Biblioteca del Universitario” de la Universidad Veracruzana es notabilísima; desde hace muchos años nos permite leer clásicos de todas las épocas y todos los países en traducciones muy buenas. Impulsada por el gran Sergio Pitol, que tradujo varios libros de la misma, pone al alcance de los estudiantes libros que suelen ser costosos, en ediciones muy bellas y bien cuidadas, y sobre todo muy bien traducidas.

Una mala traducción puede arruinar un libro y convertir su lectura en un juego de adivinanzas y suposiciones, un caminar entre baches buscando al autor sepultado entre la mala prosa, los localismos inútiles o de plano la incomprensión. Sin embargo, el trabajo de José Homero en la edición de la UV de cuentos de “Saki” capta a la perfección el ambiente aristocrático de la época eduardiana (la del rey Eduardo VII, de 1900 a 1910, que por cierto murió después de fumar un cigarrillo), el carácter de los nobles rurales y la vida de la clase alta de entonces. Es una traducción que se lee con gusto, que guarda el sabor de la ironía y el humor inglés; nos transporta a otra época y otros valores literarios y sabe poner los acentos y la tonalidad de la prosa en su lugar exacto. Aquí debo confesar que no había leído antes a Saki. Su lectura ha sido para mí un descubrimiento maravilloso: la sutileza, el humor delicado, la crueldad también delicada que habitan estos cuentos me han embelesado.

El grupo de veinte cuentos seleccionados, como su título lo indica, se centra en la presencia protagónica o lateral de los animales; en él aparecen lobos, gallinas, cerdos, alces, perros, una nutria, una hiena, un tigre, pájaros, entre otros animales, y el gato Tobermory que es una delicia. Sin embargo, también recoge muchos en los que aparecen niños que se burlan de los adultos y los logran engañar o incluso cuentos en los que hay cierta magia: muertes predestinadas, espíritus no chocarreros, sino más bien implacables. Está el mencionado gato, que habla por cierto y chismorrea como seguramente haría cualquier gato de saber hablar, pero también hay gente que se convierte en lobo y gente que solo finge hacerlo. La relación de estos personajes con los animales es una manera en la que Saki nos muestra también su naturaleza humana, que nunca es mejor que sus contrapartes peludos o emplumados. Una mujer mata un tigre para ganar mayor notoriedad que la vecina, por ejemplo, o el aullar de unos lobos demuestra quien es en verdad la mujer noble caída en desgracia como institutriz de un matrimonio petulante.

Hay también deslumbramientos, muchas veces a cargo de los niños: en “El desván”, un niño castigado por una tía (las tías no suelen salvarse en estos cuentos) en un desván descubre la magia y la hermosura de un tapiz que cuenta una historia de muchas interpretaciones y un libro de ilustraciones de pájaros que le abre un mundo; es un cuento sobre la epifanía y la epifanía literaria, específicamente, de una enorme belleza. Otro cuento de espíritu similar es “La efigie del alma en pena”, sobre un pajarito y una escultura. Y otro que llamó mi atención es “El fondo”, donde un hombre padece el destino de traer una obra de arte representando “La caída de Ícaro” tatuada en la espalda.

Otra cosa que me gustó mucho de este libro de cuentos fue ver que algunos personajes se repiten, y con ellos se forma un ambiente de familiaridad que permite también la crítica a la clase de nobles rurales. Entre los personajes repetidos está lord Pabham, que tiene un zoológico, la aristócrata Mavis Pellington y especialmente Clovis Sangrail, un joven que por lo que he leído sería un alter ego del autor (ya me lo imagino en las reuniones), que hace siempre comentarios ácidos, similares a los del propio narrador. Un ejemplo: de alguien dice “Lucas tenía una constitución robusta, con un color que en un espárrago indicaría que había sido cuidadosamente cultivado” o, siguiendo con las verduras, dice de una muchacha que “lucía tan pálida como un betabel que acaba de recibir una mala noticia”. O bien el gato Tobermory declina una comida y cuando le recuerdan que un gato tiene siete vidas, acota: “Quizá, pero solo un hígado”.

Por último, me gustaría señalar otro rasgo muy interesante de estos cuentos y es que en ellos hay mucha gente que cuenta historias o compone versos: para lucirse, para engañar, para ganar dinero, para poner trampas. Es como si las narraciones estuvieran también hablando de sí mismas y nos dijeran: mira todo lo que puedes hacer con nosotras, cuidado. Y es que la literatura no es un arma cargada de futuro como dicen los grandilocuentes cursis, pero sí el cuchillo afilado con el que puedes fastidiar al vecino y pasarla muy bien, si te da por ahí.

Agradezco mucho a José Homero esta traducción que me ha hecho pasar ratos encantadores, fuera del mundo, y deseo larga vida a este libro y a esta colección maravillosa de la Universidad Veracruzana.


martes, 27 de mayo de 2025

1984: la historia de una traducción

"La nueva edición de la obra de George Orwell, publicada en Argentina por la editorial chilena La Pollera, rescata una traducción realizada de forma clandestina durante la dictadura de Pinochet." Esto dice la bajada de la nota publicada por Juan Pablo Cinelli, el pasado 24 de mayo, en el diario Tiempo Argentino.

La traducción de «1984» cuya historia es tan apasionante como la propia novela

Hace unos días en el Festival de Cannes se estrenó el documental Orwell: 2+2=5, del cineasta haitiano Raoul Peck. Exministro de cultura de su país, Peck utiliza la figura del escritor George Orwell y su obra más famosa, la novela distópica 1984, para hablar de un presente en crisis que a veces se parece mucho a su ficción. Habrá que esperar al estreno en nuestro país para evaluar la pertinencia del paralelismo, pero si algo deja claro su participación en Cannes es la gran vigencia simbólica que aún tiene 1984, a casi 80 años de su primera edición.

Por eso mismo la reedición de la novela impulsada por la editorial chilena La Pollera, de amplia distribución en Argentina, parece oportuna. No solo por el carácter especular que el texto de Orwell pudiera tener respecto del panorama político contemporáneo, sino porque no se trata de una versión cualquiera de este texto emblemático. Esta edición carga con una plusvalía simbólica que la vuelve única en el mundo y para conocerla hay que remontarse a su origen.

Traducir 1984 en la clandestinidad
Era diciembre de 1983 en Santiago, la capital chilena. El régimen encabezado por el general Pinochet acababa de cumplir una década usurpando el poder institucional de la nación, convirtiéndose en una de las dictaduras más longevas y crueles de las que entonces infestaban América latina. Las libertades habían sido recortadas y las expresiones políticas reprimidas. Los opositores, entre los que no solo se incluía a figuras política sino también a obreros, artistas, estudiantes o cualquiera que no aceptara el discurso oficial, eran detenidos, secuestrados, torturados, encarcelados y en muchos casos, desaparecidos. Además, gran cantidad de libros y obras artísticas se encontraban prohibidas: 1984 era una de ellas.

No es que el libro no se consiguiera: algunas bibliotecas disponían de una edición española, traducida durante la dictadura franquista, censurada y recortada. Pero en Chile no había editoriales dispuestas a financiar una nueva traducción que respetara el original. Ante eso, tres periodistas se propusieron algo que hoy parece nimio, pero que entonces era un gesto político de riesgo: traducir 1984 para editarla en un contexto político muy similar al que se describe en la novela y durante el mismo año que le da nombre.

Eran los chilenos Samuel Silva y Fernando Bendt y la estadounidense Lezak Shallat, quienes durante seis meses se juntaron varias noches por semana, desafiando el toque de queda vigente. “Creíamos -y creemos que Orwell habría estado de acuerdo- que cada traducción debe provocar en los lectores una comparación con su propia realidad”, dijo alguna vez Silva para expresar qué los guió en la tarea de traducir 1984. Cuando la novela al fin se publicó, la campaña de prensa fue igual de clandestina: grafitear toda la ciudad con el título del libro y el nombre del autor. Como en todo el mundo en aquel año 1984, esa edición que los traductores pagaron de su bolsillo fue un éxito.

Durante décadas se insistió en leer la novela de Orwell como un retrato del comunismo soviético, en particular de la dictadura stalinista. Sin embargo, la Unión Soviética implotó hace más de 30 años y la alegoría de la obra sigue siendo un espejo de estructuras políticas que se ubican en las antípodas ideológicas de aquel régimen.

Desde el prólogo, Ignacio Álvarez recuerda que “el primer y fundamental esfuerzo que pide la lectura de 1984 es evitar una actitud infantil y maniquea, incluso aunque la novela parezca, a veces, entender el mundo como si estuviera dividido entre buenos y malos”. Desde la nota preliminar a esta nueva edición, los traductores también hacen una declaración de principios. “Tratamos de alertar a una generación de chilenos acerca de un mundo distópico que esperábamos la literatura podría ayudar a prevenir. Cuarenta años más tarde esperamos que no sea tarde”.



viernes, 2 de mayo de 2025

Por si alguien tiene unos 5 millones de dólares


La nota, en la que se anuncia una importante subasta, es, en realidad, un cable de la agencia APF que el 23 de abril pasado publicó el diario La Jornada, de México. 

Subastarán lote de recopilaciones históricas de obras de Shakespeare

Un lote de cuatro ediciones históricas de las obras teatrales completas del escritor británico William Shakespeare, estimado en más de 3,5 millones de libras (unos 4,6 millones de dólares), será subastado en Londres el próximo mes, anunció el miércoles la casa Sotheby's.

Una de estas ediciones, publicada en 1623, fue la primera recopilación de obras teatrales de William Shakespeare y se considera uno de los libros más importantes de la literatura inglesa.

Sin esta recopilación, hasta la mitad de las obras del autor se habrían perdido probablemente, incluidas Macbeth, Noche de reyes y Julio César.

Los expertos estiman que se han conservado unas 235 de las 750 copias que se cree fueron publicadas en esa primera edición.

Una nueva tirada en 1632 dio lugar a la segunda recopilación, que contenía enmiendas respecto a la original, mientras que la tercera, con siete obras adicionales, apareció en 1664.

La tercera es la más rara de los recopilaciones, ya que se cree que muchas copias se perdieron en el gran incendio de Londres en 1666.

La serie se completó con la cuarta recopilación en 1685.

La última vez que las cuatro recopilaciones se ofrecieron como un solo lote fue en Nueva York en 1989.

El lote que Sotheby's subastará el 23 de mayo, con un precio estimado entre 3,5 y 4,5 millones de libras (entre 4,6 y 6 millones de dólares), fue reunido en 2016.

"La gran mayoría de las cuatro recopilaciones se encuentra en instituciones, por lo que esta es una oportunidad única para adquirir un conjunto completo", añadió.

La primera recopilación fue publicada alrededor de siete años después de la muerte de Shakespeare e incluye 36 obras, 18 de ellas impresas por primera vez.

viernes, 11 de abril de 2025

Miguel Montezanti presenta dos libros de sonetos del Renacimiento inglés en la librería El Jaúl

 

Quienes siguen el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, saben que Miguel Montezanti, a lo largo de los años, ha sido una presencia permanente, ya sea con sus dos traducciones de los sonetos de William Shakespeare (al castellano y al castellano rioplatense), su antología de baladas anglo-escocesas de los siglos XIV a XVI y también los Cuatro cuartetos, de T. S. EliotVisitas hospitalarias, una antología de Philip LarkinExtraño encuentro, la poesía completa de Wilfred Owen. A todo ello hoy se suman sendos volúmenes de sonetos del Renacimiento inglés: el primero, Sonetos amorosos del Renacimiento inglés, que reúne Idea, de Michael Drayton, y Fidessa, de Bartholomew Griffin, y el segundo  Sonetos amorosos del Renacimiento inglés II,  que reúne traducciones de  Henry Constable (1562-1613) Samuel Daniel (1562-1619). Por este motivo, el próximo martes 15 de abril, a las 19 hs., Montezanti presentará estos dos últimos títulso en la librería El Jaúl, de Gascón 1355 (entre Honduras y Gorriti, C.A.B.A.). La reunión es con entrada libre y gratuita. Los esperamos.

martes, 18 de marzo de 2025

"Los románticos ingleses son la última generación que observa una naturaleza virgen"

La aparición en México de una antología de poetas románticos ingleses, firmada por el poeta y editor Víctor Manuel Mendiola, motiva la siguiente nota, publicada el pasado 14 de marzo, en el diario Milenio, de México, por José Juan de Ávila.



"Nadie ha valorado lo que se ha hecho en México en traducciones"

Poeta, ensayista, traductor y editor, Víctor Manuel Mendiola sostiene que la comprensión profunda de las vanguardias pasa por leer a los poetas románticos, en particular a los ingleses, a quienes tradujo en la antología La arena en fuga (2024), recién publicada en la colección Poemas y Ensayos de la UNAM.

En un mundo actual al que representa cómica y cósmicamente Batman, un héroe oscuro, inspirado en lo gótico, Mendiola destaca el papel que tuvo la naturaleza en el romanticismo inglés, último movimiento poético cuyos protagonistas “tuvieron la oportunidad histórica de contemplar a la naturaleza aún virgen”.

El volumen incluye a William Blake, William Wordsworth, Samuel Taylor Coleridge, Lord Byron, Percy Bysshe Shelley y John Keats y es la nueva parada obligada en una travesía que emprendió el también promotor cultural y colaborador de Laberinto por la poesía clásica inglesa, que tuvo ya un antecedente con Violencia e Inmensidad en los Siglos XVI y XVII (2023), publicada en la editorial que fundó hace 46 años con Guillermo Samperio y Luis Soto, El Tucán de Virginia, dedicada en exclusiva a la poesía.

“Hice Violencia e Inmensidad en los Siglos XVI y XVII tratando de de entender esa convivencia, esa presencia simultánea de la gran poesía en España de Francisco de Quevedo, de Luis de Góngora, de Lope de Vega, con los grandes poetas que llamamos isabelinos”, explica en entrevista. Una selección en edición bilingüe, con traducción y estudio de Mendiola, que va desde Thomas Wyatt, Henry Howard, Edward de Vere, Walter Raleigh, Edmund Spencer, Philip Sidney y Samuel Daniel hasta Christopher Marlowe, William Shakespeare, John Donne, John Milton y Ben Johnson, y en la que se destaca la poesía de mujeres como la misma Elizabeth I, Mary Sidney Herbert o lady Mary Wroth.

“Hay una serie de espejos en este libro. Quería sentir esa presencia doble, múltiple, de esos grandes poetas. Cómo en esos momentos habían estado reunidos autores de esas dimensiones. Un poeta (Góngora) que hizo la 'Fábula de Polifemo y Galatea' y "Las Soledades", tan distinto, pero no tanto, porque 'Polifemo y Galatea', siendo un poema barroco, con su hermetismo, lo puedes ver en perspectiva junto a 'Venus y Adonis', el poema de Shakespeare. Ambos beben de la misma fuente, de Ovidio”, compara el crítico literario.

“Me sorprendió encontrar en poetas ingleses lo que había visto en los españoles: la influencia enorme de Italia, el petrarquismo, pero, al mismo tiempo, tanto en unos como en otros, la desviación hacia a Ovidio, como se observa en Marlowe, que tradujo —modernizó— en pentámetro jámbico los Amores. Esa traducción es una actualización de Ovidio, quien también está presente en Shakespeare y en Donne”, añade.

Para Mendiola, la poesía inglesa de su primera antología está marcada por una época de violencia y transformación. Y en los románticos antologados en La arena en fuga que abrevaron indirectamente, en invisibles vasos comunicantes como lo muestra Biografía literaria de Coleridge, en la filosofía alemana de Fichte y Schelling. “Hay en ellos una intensa unidad de lo ideal y lo real”.

“El poema de Wordsworth, 'La abadía de Tintern', muestra a un hombre que regresa al bosque en el que ha caminado de joven y que siente una felicidad inmensa: la hondura de estar entre los árboles, el río, las escarpaduras... Y la manera en que está expresado y vivido es como una acción interior o un momento ideal. Eso está en todos los románticos. En Coleridge lo vuelves a encontrar. 'Al ruiseñor' y 'La abadía de Tintern' son experiencias paralelas, en que probablemente (ambos poetas) evocan sus caminatas juntos por los bosques de Cumbria. Y lo vuelves a encontrar en los poemas de Byron, en su visión de la naturaleza, en 'La peregrinación del joven Harold'”, pone de ejemplos Mendiola.

“Y de nuevo lo hallas, de manera más filosófica, en Shelley, que comparte el gusto por la reflexión metafísica y filosófica con Coleridge. Shelley murió muy joven, pero poseía una vocación filosófica fuerte. Sus intereses son como ontológicos y mitológicos, esto se ve claramente en el 'Adonáis', una mezcla de la tristeza reflexiva por la muerte de Keats y el reclamo a la sociedad literaria que había rechazado a Keats (lo llamaron poeta cockney), y al mismo tiempo todo esto enmarcado en la visión mitológico-metafísico-platónica”, agrega.

¿Por qué su interés por traducir a los románticos ingleses?

Tengo 45 años trabajando en El Tucán de Virginia, cuya columna vertebral es una colección bilingüe. A lo largo de ese tiempo he venido observando el proceso de traducción realizado en México. Es impresionante. Nadie ha valorado lo que se ha hecho en nuestro país, con trabajos como los de Salvador Elizondo, Ulalume González de León, Tomás Segovia, Guillermo Fernández; y, luego, en las siguientes generaciones, con Marco Antonio Campos, Verónica Volkow, Luis Miguel Aguilar, Javier Sicilia, Pura López Colomé. En el fondo están Villaurrutia y Paz. Puedes hacer una larga lista y obtendrás una biblioteca contemporánea en inglés, portugués, francés, alemán, griego... Hay una gran biblioteca de traducciones, sobre todo de poesía moderna de la segunda mitad del siglo XX.

Este acervo me hizo darme cuenta de que había que ir hacia atrás. A propuesta de Salvador Elizondo publicamos "El Cuervo", de Edgar Allan Poe. Hicimos una pequeña investigación y encontramos cinco versiones. Publicamos dos. Después repetí el ejercicio con Gérard de Nerval. Eso me hizo darme cuenta de que tenía que ir más lejos y salté a las vanguardias y, tratando de entenderlas, comprendí que una buena parte de la discusión literaria se concentraba exclusivamente en ellas y que a éstas no las podías descifrar si no discutías a los románticos. Esto me empujó a leerlos, releerlos y estudiarlos. Y descubrí que en México no existía nada y había poco en lengua española. Excepto Cernuda y Paz. Y después de tanto tiempo de corregir traducciones, vi que tenía un camino que andar gracias a esa relación con los traductores y mis propias lecturas.

¿Cómo llega el romanticismo inglés a los poetas mexicanos?

En traducciones, tardó. Es una cosa sorprendente. Si revisas Contemporáneos, Taller, El hijo pródigo, todas las revistas, hay una ausencia casi total del romanticismo inglés y del siglo XIX inglés. ¿Qué se conocía? A D.H. Lawrence, las traducciones de Salvador Novo de literatura norteamericana. Hay alguien por ahí que creo tradujo a John Donne o a algún poeta metafísico. Es un desierto. El mismo William Butler Yeats, que debería estar, no tiene una presencia fuerte al principio de siglo, y él se ganó el premio Nobel de Literatura en 1922. Se le conoce poco. Ahora más, pero debería ser mucho más leído porque es un gran poeta, como Byron, Shelley o Robert Browning.

¿De qué manera considera que la poesía de estos románticos se conecta con las generaciones más recientes, que se dice que no leen, pero mantienen una preocupación mayor por el planeta?

Los románticos ingleses son la última generación que observa una naturaleza virgen. Pero junto a ellos el mundo de las máquinas avanza de un modo avasallador. A mitad del siglo XIX la polución ya es un problema. Londres no sólo es una ciudad de muchedumbres. Es una ciudad de humo. Aparece también la lucha de los trabajadores y el odio de los campesinos a las fábricas que retrataron Gaskell y Disraeli. Los románticos no vieron eso, pero lo presintieron; lo ves en el feroz poema de Blake a Londres. También lo ves en 'Al ruiseñor', de Coleridge, o en la oda 'A un ruiseñor', de Keats. Elípticamente rechazan la urbe. Ellos podían, de una manera muy simple, salir de su ciudad y estar en la naturaleza. Esa experiencia nosotros ya no la tenemos.

Los poemas del romanticismo son una ventana a lo fantástico, como “Las rimas del anciano marinero” de Coleridge; pero también son una puerta a la phisis, a la naturaleza. En Keats se ve el temor, la preocupación por la pérdida del silencio y la soledad plenas, que sólo se pueden hallar alejándote de la ciudad. Eso es lo que ellos hacían… se alejaban.

¿Cómo definiría entonces la época actual respecto del romanticismo?

Tiene que ver con Coleridge. Vivimos una época gótica que adora el mundo de lo espeluznante. Vivimos, para bien y para mal, en el mundo de Batman, un mundo cósmico, pero también cómico. El héroe es un paladín que tiene un lado oscuro. Podría ser un personaje del poema de Coleridge 'Christabel', sobre una vampira. Es curioso cómo el romanticismo inglés captó esa dimensión negra y bufa. En esta realidad baldía y oscura donde vivimos, el hombre murciélago, para contemplar el mundo, tiene que subir a un rascacielos y lo que mira no es el cielo ni las montañas ni el mar. Mira el proceloso oleaje de la infamia en un laberinto de cristales, electricidad y concreto.

El título de la antología, La arena en fuga, remite al tiempo, al reloj de arena, a partir del poema de Shelley. ¿Qué función tenía el tiempo para los románticos?

Está tomado del último verso del poema 'Ozymandias' (que alude a un rey egipcio). Es una crítica al poder. Al “gran” poder que desaparece. La experiencia directa con la naturaleza te permite tener una idea de la armonía, pero también te revela que todo está en “transformación”. Shelley tiene otro poema, también traducido en la antología ('Mutabilidad'), en donde dice que “nada puede durar, excepto el cambio”. Es la conciencia oscura, irónica, del pensamiento heraclitiano. Y ligado directamente con la antología, todo poder va a convertirse en pedazos de nada, en arena.


martes, 17 de septiembre de 2024

Alejandro Pareja: no aclares que oscurece

El pasado 30 de agosto, la página de El Castellano.org, de Uruguay, reprodujo una nota originalmente publicada en El Cronista España, con firma de Lucía Sánchez, donde se habla de una por lo menos curiosa conducta de un multifacético Alejandro Pareja (foto), traductor español, quien, desde 1989, afirma haber traducido 299 obras de todos los géneros.

No fue la IA: la respuesta del traductor español ante la polémica sobre libros que todos quieren en la Argentina.

El mundo de la traducción vive una crisis sin precedentes, muchas personas creen que, por tener conocimientos en idiomas, cuentan con algún tipo de autoridad para traducir. A eso se le suma que hay múltiples páginas que potencian esta creencia mediante una nueva forma de precarizar el trabajo.

Con esto en mente, el mes pasado surgió una polémica en la red social X. Una usuaria de Argentina señaló al grupo español RBA por una reciente publicación editorial que hizo en el país latinoamericano.

Este grupo, conocido por la edición de libros, revistas y coleccionables, lanzó en dicho país su colección “Novelas Eternas”. Está rinde homenaje a las grandes mujeres que, a lo largo de la historia literaria, han dejado huella a pluma y tinta. La edición es de tapa dura y buscan parecerse a las versiones originales de dichas historias.

El foco de esta discusión es Orgullo y prejuicio, la novela más conocida y popular de Jane Austen. Se estima que, a lo largo de la historia, se han vendido más de 20 millones de copias, repartidas entre 1480 ediciones y todos los años se imprimen alrededor de 50.000 ejemplares.

Si bien esta popularidad suele acreditarse a las adaptaciones cinematográficas que se realizaron en 1940 y 2005, la realidad es que, en los últimos 100 años, este título nunca ha estado fuera del catálogo literario en habla hispana.

Después de un siglo de reimpresión constante, se debate cuál es la traducción “correcta” de esta obra. Como explica la traductora mexicana Cinthia García Soria en su blog dedicado íntegramente a la novela de Jane Austen, “una traducción puede imprimirse y reimprimirse en diferentes ediciones para distintas editoriales. También aparecen traducciones digamos refritas, basadas en traducciones previas y no en el texto original en inglés”.

La polémica no es sobre que se han agotado en todos los canillitas y puestos de revistas del país sudamericano, o que el precio es irrisorio a comparación de otros libros (3000 pesos, equivalente a 2,84 euros). Para muchos usuarios de la red antes conocida como Twitter, la traducción de la historia estaba mal hecha. Incluso, apuntaron a que había sido realizada por inteligencia artificial.

Esto escaló hasta llegar a quien realizó la traducción de dicha obra literaria: Alejandro Pareja.

El traductor de Orgullo y Prejuicio aclara la polémica sobre el uso de IA.

Pareja vive en Valdemoro, y es traductor literario profesional desde 1989. Si bien se especializa en traspasar textos del inglés al castellano, también ha trabajado con obras francesas.

Ha estado involucrado en las adaptaciones de 299 libros donde destacan obras de Frank McCourt (Las cenizas de Ángela, Lo es, El profesor), Mitch Albom (Martes con mi viejo profesor), Deepak Chopra, Carlos Castañeda, William Peter Blatty y otros autores modernos; y de las de obras clásicas de la literatura inglesa como Jane Eyre, Cumbres borrascosas, Frankenstein, Lord Jim, Drácula, varios volúmenes de Sherlock Holmes, además de obras de Mark Twain, R. L. Stevenson, Jack London y William Faulkner.

El Cronista España se contactó con Alejandro Pareja, quien defendió su trabajo: “La traducción de Orgullo y prejuicio la realicé en el verano de 2001. No intervino más inteligencia que la mía, y tampoco se había inventado la artificial” explicó.

jueves, 1 de agosto de 2024

El padre de Borges traduce a Keats

Con el rigor al que nos tiene acostumbrados, Marietta Gargatagli escribió el siguiente artículo y nos lo envío. Trata sobre el padre de Borges y un aspecto poco conocido de su labor intelectual. Al final del texto, se ofrece la versión castellana del texto traducido.


Jorge Guillermo Borges, traductor

En el gabinete de curiosidades que es Internet se vende un poema firmado por Jorge Guillermo Borges. El mundo es tan tremendamente raro ahora que nunca sabemos si soñamos o estamos despiertos.

Se trata de un manuscrito firmado por “Jorge Borges”, en enero de 1914, un mes antes de irse a Europa con toda la familia en el Sierra Nevada de la compañía Norddeutscher Lloyd de Bremen. Es la traducción de la primera versión (1819) de la balada “La Belle Dame sans Merci” en cuatro folios, quizás papel de seda, ahora “ligeramente dorado” (cito el anuncio de venta) y vale 5000 €. La traducción es una belleza absoluta.

En el original, la balada tiene doce estrofas de cuatro versos con un esquema de rima ABCB. Jorge Guillermo Borges mantuvo el número de estrofas y de versos y alteró a veces el esquema de la rima. Introdujo la casi uniformidad del endecasílabo que, junto al frecuente hipérbaton, da a la traducción la melodía del castellano clásico. La naturalidad del idioma desliza suavemente a los oídos del lector la magia de las baladas inglesas, una magia incompleta aunque no menos hermosa. Desaparecen las hadas del original, permanecen los juncos, los lirios y las rosas y la sensualidad entristecida por la femme fatale, quizás más furiosa que en inglés. 

De Jorge Guillermo Borges quedó sólo la traducción de las Rubaiyat de Aboul-Fath-Omar ibn Ibrahim el Khayyam (1051?-1123) de la versión de Edward Fitzgerald. Según Edwin Williamson, hizo esta versión en Mallorca (en el verano de 1919 o de 1920) cuando la intensa belleza de la isla barrió la melancolía de la guerra y de la vida ginebrina. Williamson siempre va un poco más allá y sostiene que en esos días de estío también recuperó la pasión amorosa por su mujer y que la traducción lo refleja.

Aunque Edward Fitzgerald (1809-1893) no fue un erudito en el sentido estricto de la palabra, alcanzó la popularidad gracias a sus traducciones del persa. La versión de Khayyam apareció en 1859, de forma anónima; rápidamente se multiplicaron las reediciones, la fama, y el texto se convirtió en uno de los grandes clásicos de la literatura inglesa. Como ocurrió con Las mil y una noches de Antoine Galland, la versión fue traducida a otras lenguas. En la Argentina, son deudoras del poeta irlandés las traducciones de Carlos Muzzio Sáenz Peña (Talleres de Joaquín Sesé, 1914) y Joaquín V. González (Sopena,1926). Y probablemente vertidas del original las de José Guráieb (Universidad de Córdoba,1959) y Cristovam de Camargo (Losada, 1961). La de Jorge Guillermo Borges fue publicada tres veces: algunas estrofas en Gran Guignol (Sevilla, 1920), completa en dos números de Proa (Buenos Aires, 1925) y bastantes años después en La traducción literaria. Antología del poema traducido de Lysandro Z. D. Galtier (1965). 

Mientras la traducción de Carlos Muzzio Sáenz Peñarecibió elogios de Rubén Darío, La Nación, Buenos Aires, 21 de agosto de 1914), no existe juicio crítico sobre la del padre de Borges, salvo el artículo de Borges hijo que acompañó la primera publicación extensa.

Lamento el silencio porque, en las dos traducciones, la de Khayyam y la de Keats, la lengua castellana alcanza una delicadeza extraordinaria que no siempre tiene, una sutileza que no está del todo en la prosa ni de El caudillo (que pude leer completo) ni en La senda (del que conozco fragmentos).

Se diría que “La Bella Dame sans Merci” no se publicó en ningún lado ni tampoco se conocen otras traducciones de Jorge Guillermo Borges. Como su hijo, no era un traductor del todo fidedigno. Si buscamos fidelidad lo mejor es el original y si nos gusta leer lo importante es la belleza de lo que estamos leyendo. La belleza (con hadas o sin hadas) es una magia permanente. Sublime, magnífica e intensa. Con palabras de Emily Dickinson: “si yo siento como si, físicamente, me volaran la cabeza, sé que es poesía” (M.H. Abrams. El espejo y la lámpara. Teoría romántica y tradición crítica, Barral, 1975, p-246).

Datos biográficos

Jorge Guillermo Borges (Paraná, 1874- Buenos Aires, 1938) fue abogado, secretario de un Juzgado Nacional en lo Civil hasta su jubilación, escritor, profesor y fundador (1904), junto a su tía Caroline Haslam de Suarez del Profesorado en Lenguas Vivas (hoy en la antigua casa Saavedra Zelaya, Carlos Pellegrini 1455) de Buenos Aires.

Referencias sobre “La Belle Dame sansMerci.”

https://www.aber.ac.uk/en/news/archive/2019/05/title-223178-en.html?bblinkid=160156052&bbemailid=13965598&bbejrid=1065862831

https://www.poetryfoundation.org/poems/44475/la-belle-dame-sans-merci-a-ballad[Una curiosidad

https://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-03-07-Keats.LaBelleDameSansMerci.pdf [Otra versión en castellano]

https://en.wikipedia.org/wiki/La_Belle_Dame_sans_Merci [Información enciclopédica interesante]


John Keats
La Belle Dame sans Merci 

I
¿Qué mal os rinde Caballero errante
solitario vagando sin destino?
Los juncos ya no visten la ribera
ha enmudecido el ave ya sus trinos.

II
Que mal os rinde Caballero errante
que el rostro llevas pálido y sumido
ha colmado la ardilla sus graneros,
el espigado campo está sin nidos.

III
¡Sobre tu frente desmayada muere
un afiebrado lirio.
Y flor de angustia en tus mejillas llora
una rosa sus pétalos marchitos!

IV
Es que al cruzar el valle vi una dama
que trastornó de pronto mi sentido,
la negra luenga cabellera suelta
y los ojos muy grandes y aflijidos (sic)

V
La circunda de flores su cintura
sus albas manos y sus negros rizos
y eran lumbre de amores sus pupilas
y eran queja de amores suspiros

VI
De sol á sol en mi corcel de guerra
vagamos al azar por los caminos,
sus ojos en mis ojos y sus manos
y su aliento enervando mis sentidos.

VII
Diome a beber el agua de las fuentes
panal silvestre diome con rocío.
Y con lenguaje extraño
no dudes nunca de mi amor me dijo.


VIII
A su mágica gruta me condujo
sollozando ternuras y cariños,
y yo cerré sus ojos con mis besos,
sus ojos aflijidos (sic).


IX
Sobre su pecho recliné mi frente
entre sus brazos me quedé dormido
soñando cual antes no he soñado
un sueño que maldigo.

X
Damas, guerreros, doncellas, reyes
que a mí elevaron angustioso grito
¡Helas! desventurado caballero
La belle dame sans merci os ha rendido.

XI
¡La bella sin piedad os tiene preso
entre las redes de su amor maldito!-
Y desperteme sollozando y solo
en este valle frío!-

XII
Y desde entonces solitario vago
deshojando mi pena en los caminos
magüer la brisa del universo helado
y las ramas sin hojas y sin nidos.



Traducción de Jorge Borges
Enero 1914

jueves, 27 de junio de 2024

Carlos Gamerro habla de sus traducciones de Shakespeare especialmente hechas para la escena

Foto: Adriano Jerez

El pasado 19 de mayo, Carlos Gamerro estuvo en el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires hablando de sus traducciones de William Shakespeare para la escena. Pero también hubo tiempo para charlar sobre su condición de escritor traducido a otras lenguas.

Quien desee ver el video de esa reunión puede hacerlo en este link:

https://www.youtube.com/watch?v=ci--4bTGiUA



miércoles, 26 de junio de 2024

Christopher Domínguez Michael cuenta su vida y habla de una nueva traducción de Malcolm Lowry

Conservador, dogmático y muchas veces sobrevalorado, Christopher Domínguez Michael es uno de los críticos literarios más respetados de México, país que, a pesar de sus muchos y muy grandes intelectuales, salvo excepciones, no ha logrado desarrollar una crítica literaria que prescinda de la retórica autorreferencial. Con todo, siempre vale la pena enterarse de lo que escribe. En este caso, un comentario sobre la nueva traducción de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, debida a María Vinós, que fue publicado el pasado 1 de mayo en la revista mexicana Letras libres. En su bajada se lee: "Malcolm Lowry escribió una de las novelas en lengua inglesa más importantes del siglo XX. Una traducción publicada a últimas fechas permite que nuevos lectores puedan adentrarse en esta obra cabalmente moderna que se ocupa, con igual interés, tanto de las minucias cotidianas como de los temas universales". 

Nueva traducción de Bajo el volcán

Tan pronto recibí esta nueva traducción de Bajo el volcán (1947), de Malcolm Lowry, pretendí leerla como una novedad absoluta de autor desconocido para mí, es decir, sin confrontarla, en primera instancia, con la versión canónica de Raúl Ortiz y Ortiz –editada por Era en la Ciudad de México en 1964– ni tampoco tocar el ejemplar en inglés, y mucho menos leer, como habitualmente hago, bibliografía secundaria sobre el autor y la obra. De hecho, tenía la biografía de Douglas Day (en cuya presentación en 1983 conocí a Héctor Manjarrez), pero no la de Gordon Bowker, las dos traducidas al español por el FCE.1 Ambas biografías, según escribió hace años en Letras Libres Hernán Lara Zavala, se complementan pues la primera (publicada en 1973) cuenta la versión de Margerie Bonner, la viuda de Lowry, y la segunda (de 1993) se basa en los testimonios de Jan Gabrial, su primera esposa.2

Jugar con ese ejercicio me parecía posible porque desde 1979, cuando Jaime Casillas me regaló la novela, misma que leímos devotamente antes de cumplir la mayoría de edad, hasta la semana pasada, transcurrido casi el primer cuarto del siglo XXI, no había releído Bajo el volcán. En 1981 y en Barcelona, mientras hacía mi Grand Tour, leí cuanto pude del resto de la obra de Lowry, con admiración garantizada. Pero nunca más lo volví a frecuentar y creo que tampoco escribí sobre él y ni siquiera se me pasó por la cabeza Bajo el volcán, entre 1999 y 2001, cuando redacté más de cincuenta reseñas y ensayos sobre mis libros favoritos del siglo pasado que terminaron por ser La sabiduría sin promesa3, ni incluir a Lowry, quién sabe por qué, aunque en algunas listas de autores, por supuesto, aparecía.

En la medida en que fui bajando por los círculos del Cónsul Geoffrey Firmin en Quauhnáhuac y de su selecta compañía –M. Laruelle, el doctor Vigil, su hermanastro Hugh y su exesposa Yvonne– me descubría ante la verdadera revelación de un vasto y detallado recuerdo que había permanecido esperándome. Y en la medida en que mi lectura, sin duda apasionada, avanzaba cobraba yo conciencia de que Lowry y su mundo, menos que la novela en sí misma, eran un consistente mito personal siempre cercano, aunque silencioso. Mito no en el sentido griego que un Roberto Calasso exige, sino en la acepción de lo que ocurre cuando uno le habla a alguien de Nerón, de Drácula, de Marilyn Monroe, de Benito Juárez… o de Malcolm Lowry: “se entiende” inmediatamente de qué se está hablando, o cada cual entiende lo que quiere o lo que puede, sin necesidad de dar explicaciones o pedirlas. Obviamente ese mito denota la condición clásica de Bajo el volcán, aunque su contenido varíe según cada persona o la época de la vida en que se relea.

Fue resultando imposible despersonalizar mi lectura porque muchas páginas me remitían a “mi mito” lowriano, presente en una vida mexicana como la mía. Mis primeros viajes a Oaxaca, por ejemplo, me dieron a conocer el celo con que los guardianes de la vieja Antequera defendían a esa ciudad y a sus cantinas como la verdadera locación, antes que Cuernavaca, de Bajo el volcán, aunque ahora sabemos que se trata de una combinación; el haber entrado intrépidamente a beber en lugares con aserrín en el suelo y mingitorio colectivo a la vista, para beber mezcal, era lowriano, intencionalmente o no. De igual manera descubrí que llamar “gatástrofes” o “gatastróficos” a mis gatos es Lowry puro.4

No faltaron los borrachos que se aficionaron al traicionero mezcal por espíritu de emulación del Cónsul, muchos de ellos personajes de lamentable destino. Más tarde, ya iniciado en los asuntos literarios, escuché leyendas sobre una sociedad secreta, cultora de Lowry, que sesionaba en Cuernavaca y era presidida por un jubilado abstemio de origen británico, como no podía ser de otra manera, y conocí a dos o tres escritores, mayores que yo, que aducían pertenecer a ese cenáculo. También me contaron que Fernando Benítez, a quien apenas traté, se jactaba de haber sido uno de los funcionarios menores que expulsaron del país a “ese borracho” en su segunda y última visita a México, en mayo de 1946, un año antes de la publicación de Bajo el volcán.

Fui invitado (y no fui) a visitar en su domicilio a don Raúl Ortiz y Ortiz, el ya mítico traductor de Bajo el volcán (que cultivó una buena amistad con la viuda de Lowry, de quien se sospecha le dio el último empujoncito hacia la muerte a su atorrante e incurable marido).5 Y a la vuelta de mi casa vivía uno de los extras de aquel filme –actor de carácter y grandulón muy mexicano cuyo aspecto ya no puedo adjetivar porque mi época me juzgaría mal–, que participó en el sacrificio del Cónsul, en la escena final de la película (me pareció pésima, como si fuese publicidad del Fondo Nacional de Fomento al Turismo) de John Huston basada en Bajo el volcán.

Pero lo que mejor recuerdo de esa película, estrenada en 1984, es que meses después el extra entró a la cantina La Guadalupana frente a la cual pernoctaba en la calle de Higuera, y le provocó un ataque de pánico a un bebedor avezado y para colmo lowriano, quien tuvo motivos suficientes para creerse el Cónsul Firmin en su hora última. Y finalmente me oí a mí mismo decir, en mi consabida condición de crítico literario, que Bajo el volcán era una de las mejores novelas escritas en México, aunque Lowry (como después Roberto Bolaño) nunca pudo conjugar correctamente el verbo chingar, defecto que ni Ortiz ni María Vinós –traductora y escritora mexicana avecindada en Tepoztlán, Morelos, según ella misma se presenta– juzgaron pertinente corregir (y acertaron).6

Lowry (1909-1957) ya había muerto cuando se publicó La muerte de Artemio Cruz (1962) donde Carlos Fuentes dedica una página a todas las declinaciones del verbo, sacado de los bajos fondos una década atrás por Octavio Paz y por Armando Jiménez, de cuya Nueva picardía mexicana (1971) llegó a ser prologuista el poeta. Y Bolaño –otro de los autores de un México “profundo”– se ve que no releyó La muerte de Artemio Cruz a la hora de escribir Los detectives salvajes (1998).

Mi mito lowriano resultó ser una verdadera orquesta que acompañó mi desahuciada lectura aséptica del libro porque, más allá de los cuarenta años pasados sin tocar Bajo el volcán, la novela se había transformado en médula de mis huesos. Por razones del oficio, también, había yo leído bastante crítica sobre escritores extranjeros en México, sobre todo anglosajones, quienes ayudaron a que Lowry permaneciera en mi panorama. Sin embargo, a esa fastuosa música de fondo, la disfruté muchísimo en esta relectura. Era imposible apagarla con un simple clic. Mi regreso a Bajo el volcán, nada tuvo de decepcionante, como sí me ocurrió con Rayuela o con Graham Greene y con algunas novelas de Honoré de Balzac, que ya no son, para mí, lo que fueron. No releo a Henry Miller, a pesar de que me lo propongo cada año y enlisto mi convicción en una libreta amarilla clavada junto a la cocina, por pavor a la decepción anunciada.

No me queda entonces más que apuntar somera y desordenadamente lo que encontré en esta relectura, con nueva traducción, de Bajo el volcán. Lo primero que me dije a mí mismo fue una tontería que sería difícil de defender, con argumentos, en un foro digamos que académico, algo así como “ajá, qué alegría regresar a la vieja y maravillosa novela moderna”: digresiva pero no híbrida, llena de literatura infusa y directa, pero no libresca ni “ensayística”, con un héroe inolvidable que en sus veinticuatro horas joyceanas, el 2 de noviembre de 1938 y Día de Muertos, nos propone un inferno donde el doctor Vigil y M. Laruelle –según yo– compiten por ser los Virgilios del Cónsul, pero al final la desolación del Cónsul británico, defenestrado por la expropiación petrolera del 18 de marzo, obligó a Lowry a hacerlo descender solo.7

Si el Cónsul Firmin es un titán, propio de un Auguste Rodin que abandona el pedestal a la búsqueda de humana compañía, como personaje, a mí, me parece un ruso, es decir, obra de un Dostoievski o, quizás, de un Thomas Mann. Todavía pertenece a la estirpe de aquellos seres novelescos que encarnaban sin temor de Dios. Eran “la conciencia de la novela”, dueños de una visión verdaderamente trágica (en el sentido griego, no periodístico, de la palabra) de lo humano como un destino supremo por fatal, una “batalla por la supervivencia de la conciencia humana”, escribe un Lowry quien es capaz de hacerle decir a Geoffrey, su criatura: “Tu Ben Jonson, por ejemplo, o quizás fue Christopher Marlowe, tu hombre fáustico veía a los cartagineses peleando en la uña del dedo gordo de su pie. Ese es el tipo de claridad que te satisface. Todo está perfectamente claro, porque en efecto lo está, en términos del dedo gordo del pie.”8

Esa declaración trae el aroma de un Kafka o de un Joyce, es decir, la literatura entera (que incluye a Tito Livio y su Segunda guerra púnica) cabe en el delirio o en la dislalia de un personaje plenamente moderno. Dostoievski, antes, estaba demasiado preocupado en el deicidio como para pensar en los dedos gordos del pie; un posmoderno solo escribe sobre esos apéndices, aumentando el zoom a placer, porque cree, o le han dicho, que todo lo demás –incluida la muerte de Dios– ya está dicho. Página tras página, mi nuevo Lowry me fascinó por esa soberbia “modernista” de creer que todo lo literario puede y debe ser enunciado porque es inagotable.

En 1979, calculo, yo no tenía la preparación para subrayar la mucha literatura que había en Bajo en volcán. Mi ejemplar de Era, autografiado por Casillas, tiene pocos subrayados y ninguna marginalia, cosa extraña en una edad dada al pasmo y a la alharaca. Más adelante citaré, para comparar así sea superficialmente las traducciones de Ortiz y Vinós, uno de mis escasos subrayados. Pero esta relectura vaya que los tiene, por deformación profesional. Lo que yo recordaba que recordaba era una novela más movida y enérgica, menos “intelectual”, y ahora disfruté de encontrarme, aquí y allá, no solo con William Shakespeare y el resto de los isabelinos, sino con Joseph Conrad (“era fácil pensar en el Cónsul como una suerte de pseudo ‘lord Jim’ más lacrimoso que vivía sometido a un exilio impuesto por él mismo”, diría M. Laruelle),9 con los versos de A. E. Housman que después leí gracias a David Huerta, con los barcos donde se curtió el mentalmente imberbe Hugh y que honran a Sófocles, con un Jack London a quien me rencontré en la pandemia, con Jean Cocteau y su Machine infernale, con Tolstói y la Historia de Tlaxcala, con Charles Baudelaire en varias páginas.

La justificación dada por Hugh a su hermanastro sobre su simpatía (la de Hugh, se entiende) por el comunismo viene del crítico y moralista Matthew Arnold: como el cristianismo en su día, el comunismo es tan simple y poderoso como un nuevo espíritu del mundo.10 Así, Bajo el volcán es una obra epocal, es decir, una novela inconcebible fuera de los años treinta, “la década canalla”, como la calificó W. H. Auden, y la pasión de Hugh por una República española a la cual acaban de abandonar las Brigadas Internacionales, lo presenta como una víctima de la “promesa” a lo Cyril Connolly, quien substituye o complementa la homosexualidad ritual y pasajera de los campus de Oxbridge por el reto de enrolarse –mundano– en la causa revolucionaria.

La sofisticación literaria de Bajo el volcán no impidió –contra los peores temores de Jonathan Cape, el editor (también lo fue de Joyce), a quien Lowry convenció de publicarla, con eficaz desesperación– que fuera un gran éxito, manteniéndose varias semanas en una lista de best sellers, la mayoría de ellos del todo olvidados. Muy pronto, el inverosímil y desértico Maurice Blanchot, un reseñista para mí inesperado de Lowry, saludaba, en 1950, la traducción francesa de esa “ebria Comedia, travesía de un hombre a la vez perdido y soberano”.11 Novela política en el amplio sentido de la palabra, entre Bajo el volcán y su tiempo se trasmite una corriente eléctrica similar a la que une a la Comedia, en efecto, con la Monarquía del propio Dante, pues el florentino y Lowry ven con un ojo al gato, la Ciudad de Dios, y con otro al garabato, la ciudad de los hombres.

¿Y en qué sentido, me preguntaba mientras leía Bajo el volcán, sigue siendo, para un mexicano del siglo XXI, una “novela mexicana”, cualquier cosa que ello signifique? La encontré idiosincrática y, como desde hace tiempo no me molesta tanto la identidad en la ficción, la mexicana cultura de la muerte en Bajo el volcán, nos guste o no, dejó de ser solo un asunto pintoresco. Para no ir más lejos, desde Tomóchic (1893), de Heriberto Frías, hasta 2666 (2004), de Bolaño, México nunca acabó por abandonar, de la represión porfiriana, pasando por la Revolución de 1910, a las guerras narcas, el arquetipo de la nación violentísima, se atribuya a la historia o al atavismo, pese al medio siglo, hoy tan olvidado, de la paz institucional.

Por fuerza, Bajo el volcán debía tener algo de turismo, en los años treinta del siglo pasado; se olvida que, en la decisión de Balzac de placear a los héroes de la otra comedia, la humana, por la Francia provinciana, también jugó el cálculo egoísta del impresor convertido en novelista nacional. Nunca hay demasiado color local en Bajo el volcán aunque, de haber sido Cape, yo sí le habría metido tijera a la promoción de Tlaxcala en el capítulo X, aunque podría contraargumentarse que la folletería de menús y corridas de camión es un recurso vanguardista del cual Lowry se sirvió correctamente. Es, además, su recurso final, un letrero del jardín público vecino.

Sí, sí comparé un poco las traducciones de Ortiz y Vinós. Ambas son trabajo honrado comprometido con su tiempo. Más denso el Bajo el volcán de Ortiz, a veces barroco en sus soluciones gramaticales, dueño de un español más cercano, desde luego, al de Agustín Yáñez que al del llorado Álvaro Uribe (para hablar de un estilista impecable). Más contemporáneo y práctico el de Vinós, quien resuelve con pericia aquellos nudos en los que Ortiz parece atorarse, ganando en velocidad lo que pierde en densidad. A veces, Vinós cede a la tentación de agregar palabras que no están en la versión original, por mor de claridad.

Pongo como ejemplo mi subrayado de 1979, que está en el capítulo VII y en las páginas 252-253 de Ortiz y en las páginas 271-272 de Vinós. El Cónsul bebe unos tragos con la señora Gregorio y mira una pintura que puede estar allí o puede ser otro de los delirium tremens escritos por Lowry, los más exactos de la literatura universal.

Ortiz y Ortiz:

De un solo trago el Cónsul acabó su tequila; luego se dirigió al mostrador. –Señora Gregorio –gritó; esperó, paseando su mirada por la ‘cantina’, que parecía haberse iluminado mucho más. Y volvió el eco: Orio… ¡Hombre, aquellas locas pinturas de lobos! Se había olvidado de que estaban aquí. Los cuadros que ahora se materializan (seis o siete de tamaño considerable) venían a completar, en defecto del muralista, la decoración de El Bosque. Precisamente eran idénticos, en cada detalle. Todos mostraban el mismo trineo perseguido por la misma manada de lobos. Los lobos daban caza a los ocupantes del trineo a lo largo del bar y a intervalos regulares en torno del cuarto, aunque en el proceso ni el trineo ni los lobos se movían una pulgada. ¿Hacia qué enrojecido Tártaro, oh, misteriosa bestia? De modo incongruente recordó el Cónsul la cacería de lobos de Rostov en La guerra y la paz… ¡ah, y después, aquella incomparable tertulia, en casa del viejo tío, la sensación de juventud, la alegría, el amor! Al mismo tiempo recordó haber oído que los lobos nunca cazaban en manadas. Sí, por cierto. Cuántas concepciones de la vida se basaban en errores congéneres, cuántos lobos sentimos que nos pisan los talones, mientras que nuestros verdaderos enemigos pasan junto a nosotros con piel de ovejas.12 –Señora Gregorio –volvió a decir, y vio que regresaba la viuda arrastrando los pies, aunque tal vez era demasiado tarde y no tendría tiempo de tomarse otro tequila.

María Vinós:

El Cónsul terminó su tequila de un trago y se dirigió al mostrador. “SEÑORA Gregorio”, llamó. Esperó echando una mirada por la CANTINA, que parecía mucho menos oscura que antes. Y el eco le devolvió: “Orio”. –¡Vaya, los cuadros disparatados de los lobos, se le habían olvidado! Qué locura. Las imágenes materializadas, seis o siete, cada una de considerable longitud, completaban la decoración de El Bosque, dada la deserción del muralista. Eran iguales en todos sus detalles: mostraban el mismo trineo, perseguido por la misma manada de lobos. Los lobos perseguían a los ocupantes del trineo a lo largo de la barra y en algunos trechos alrededor del cuarto, aunque ni trineos ni lobos avanzaban una pulgada en el proceso. ¿A qué tártaro rojo, oh, bestia misteriosa! De manera incongruente, el Cónsul recordó la cacería de lobos de Rostov en La guerra y la paz –¡ah, la incomparable fiesta después, en casa del viejo tío, la sensación de juventud, de alegría, de amor! Al mismo tiempo, recordaba haber oído que los lobos nunca cazan en manada. De hecho, ¿cuántos patrones de la vida estaban fundados en similares suposiciones equivocadas, cuántos lobos sentimos a nuestros talones mientras nuestros enemigos de verdad visten pieles de oveja? “SEÑORA Gregorio”, dijo de nuevo. Vio que la viuda regresaba, arrastrando los pies, aunque quizás era demasiado tarde: no le daba tiempo de otro tequila.

Leyendo algunas páginas en inglés, me da la impresión de que Ortiz es más fiel a la gramática lowriana que Vinós, pero entraríamos a la querella sin fin entre la literalidad y la “traición”. Ambos tradujeron para su tiempo y por razones lógicas, de tener que recomendar a un joven lector qué traducción elegir, acaso recomendaría la de Vinós. Su edición es pulcra y muy legible, aunque conté más de cinco erratas y es “privada” porque “es un homenaje a la memoria de Malcolm Lowry en México y no tiene fines comerciales o de lucro”, de tal manera que el colofón dice 2027, supongo porque en ese año se cumplirán los setenta años de la muerte del autor, quedando bajo el dominio público los derechos, según las legislaciones inglesa y estadounidense. No se indica lugar de edición. Quizá los mexicanismos sean una buena medida, finalmente, para seguir a Lowry en el español de México entre 1964 y nuestros días. Ortiz usa “cactus” en vez de “nopales”, utilizados sin problema por Vinós, mientras que ella todavía duda entre “resaca” y la proverbial “cruda”.

El significado asumido de Bajo el volcán, para la literatura del siglo XX, sigue siendo el consignado por el redactor anónimo de la cuarta de forros de Era (sospecho, sin ninguna prueba, que fue escrita por José Emilio Pacheco por aquello de que “Malcolm Lowry es uno de los pocos escritores actuales que ha dejado tras de sí una leyenda”, frase de uso frecuente en JEP). Su sentido es “el abismo de la caída, la Barranca infernal”, es decir, la expulsión de un paraíso que ya está únicamente sobre la tierra. Tras esa Segunda Guerra Mundial que amenaza el mundo en Bajo el volcán, el letrero es una lápida:

¿LE GUSTA ESTE JARDÍN?
¿QUE ES SUYO?
¡EVITE QUE SUS HIJOS LO DESTRUYAN!13

No quisiera concluir sin mencionar a Yvonne, la heroína, y lo mucho que la fui recordando, al releer, como un personaje que, en mi adolescencia y juventud, encarnaba lo que entonces se entendía por ser “una mujer liberada”, no del amor romántico, pero sí del matrimonio (se divorcia y por ello, libre, regresa a buscar al Cónsul Geoffrey Firmin tras haber amado a Hugh), y entendí que, desde Bajo el volcán, lo que yo esperaba de todas las mujeres, en mis separaciones y a través de las grietas, era su regreso, pero no para salvarme (aunque la fantasía estuviese presente), sino para decir la última palabra, ese no del que justamente había sido despojada la masculinidad, que entonces, al finalizar los años setenta del siglo pasado, no se llamaba así.

Lo digo por experiencia: si el alcoholismo es una procrastinación salvaje que solo se parece al suicidio, porque ambos terminan en la muerte, concluyo, no hay quien lo haya entendido tan dramáticamente como Malcolm Lowry. “Por la mente del Cónsul”, leemos en Bajo el volcán, una de las grandes novelas clínicas de la historia, “pasó una procesión de pensamientos formados en fila como animalitos envejecidos y, también en su imaginación, cruzaba la terraza con paso firme como lo había hecho una hora antes, inmediatamente después de que el insecto escapara de la boca de la gata”.14 ~


Aquella presentación fue el jueves 12 de mayo de 1983. Además de Manjarrez, presentaban el libro Héctor Aguilar Camín, uno de los traductores, Raúl Ortiz y Ortiz y Miguel Espejo. Douglas Day, Malcolm Lowry. Una biografía, traducción de H. Aguilar Camín, Manuel Fernández Perera y Juan Antonio Santiesteban, Ciudad de México, FCE, 1983; Gordon Bowker, Perseguido por los demonios. Vida de Malcolm Lowry, traducción de María Aída Espinosa Meléndez, Ciudad de México, FCE, 2008. ↩︎

Hernán Lara Zavala, “Malcolm Lowry: vivir bajo el volcán”, en Letras Libres, septiembre de 2007. ↩︎
La primera edición de La sabiduría sin promesa. Vida y letras del siglo XX [Joaquín Mortiz] apareció en 2001; la segunda, aumentada, en 2009 [Debate] y la tercera y definitiva, en dos tomos, será editada por El Colegio Nacional en 2025. ↩︎

Lowry, Bajo el volcán, traducción de M. Vinós, op. cit., p. 163. ↩︎

Bowker, op. cit., pp. 669-675. ↩︎

Mi madre llegó a la Ciudad de México desde Nueva York pocos años después de la muerte de Lowry y tampoco aprendió nunca a conjugar ese idiosincrático verbo, aunque su español era muy eficiente. Por ejemplo, mi edición en inglés de Under the volcano es la que yo le regalé, pero me la regresó porque no le había interesado el libro. Me habría dicho que la novela era una “chingonería” queriéndome decir que la consideraba una “chingadera”. En cuanto a mi padre no sé si leyó la novela pero a menudo, como psiquiatra, citaba Las manos de Orlac (1924), la película omnipresente en Bajo el volcán, como un caso de “desplazamiento esquizofrénico”. Cuando perdió la cabeza por la arterioesclerosis, se miraba obsesivamente las manos y movía armoniosamente el índice y el pulgar de cada una, en una secuencia mecánica. La escena era sombría, por decir lo menos. ↩︎

Aprovecho para decir, como mínimo homenaje a José Agustín [1944-2024], que su gran novela fue, en mi opinión, Se está haciendo tarde (final en laguna), de 1973. No la concibo sin Bajo el volcán. Seguramente, alguno de los que lamentaron su muerte, lo recordó. ↩︎

Lowry, Bajo el volcán, traducción de M. Vinós, pp. 258-259. ↩︎

Ibid., p. 45. ↩︎

Ibid., p. 361. ↩︎

Maurice Blanchot, “Au-dessous du volcan” [1950] en La condition critique, París, Gallimard, 2010, pp. 175-177. ↩︎

Exactamente lo que subrayé en 1979. ↩︎

(Vinós respetó la frase final tal cual fue escrita por Lowry en español en 1947 mientras que Ortiz la tornó más comprensible y menos enigmática o no tan defectuosa como lo parece, metiendo la segunda frase en la primera interrogación: ¿LE GUSTA ESTE JARDÍN QUE ES SUYO? ¡EVITE QUE SUS HIJOS LO DESTRUYAN! (Lowry, Bajo el volcán, traducción de Ortiz, op. cit., p. 403).)) ↩︎

Lowry, Bajo el volcán, traducción de M. Vinós, op. cit., p. 169. ↩︎

martes, 25 de junio de 2024

Los traductores teatrales son los más perjudicados a la hora de cobrar: el caso de Cataluña

En el diario catalán La Vanguardia, Magi Camps planteó, el 22 de junio pasado, un caso piloto sobre cómo un teatro barcelonés se cargó el nombre de los traductores de al menos cuatro obras que en él se representan y cuál fue la reacción de las asociaciones de traductores. Se trata de un caso testigo que debería interesarles a autores, traductores y adaptadores teatrales.

El Teatre Lliure ha programado cuatro obras de otras lenguas en las que no consta el traductor

Cuando Kenneth Branagh se dedicaba a adaptar para el cine obras de Shakespeare, la broma que le hacían los colegas es que se ahorraba mucha pasta de guionista, porque al autor de Mucho ruido y pocas nueces no había que pagarle nada ni pedirle permiso. Pasados setenta años de la muerte de un autor, los derechos sobre sus obras pasan a ser de dominio público. Eso significa que el adaptador puede hacer lo que quiera con las obras de Shakespeare, sin tener que pagar un céntimo. Ahora bien, si Branagh hubiera hecho lo mismo con un autor no anglófono, habría tenido que disponer de una traducción y, por lo tanto, satisfacer los derechos, excepto si ya hiciera más de setenta años que el traductor criaba malvas. ¿Qué derechos? Eso depende de cada caso, desde los derechos de traducción con exclusividad a partir de un porcentaje de taquilla hasta un precio cerrado y listos.

En todo caso, los derechos de traducción cuentan, y entran dentro del paquete del 10% de taquilla convenido (aunque no es un porcentaje cerrado y puede oscilar según el acuerdo), que se reparten los dramaturgos, los adaptadores y los traductores. Fuentes de la SGAE* explican que, cuando la obra es de dominio público, el adaptador que hace la dramaturgia cobra un 7 o un 8 por ciento, y el traductor el 2 o 3 restante.

La polémica sobre los derechos de traducción ha saltado esta semana a raíz de un tuit del profesor del Institut del Teatre Lluís Hansen interpelando al Teatre Lliure: “Veo que en la programación 24-25 no consta de quién es la traducción de La gavina, El misantrop, Hamlet i Electra, pero sí en The employees, L’herència i Una mena d’Alaska. En los primeros solo consta quien hace la adaptación. ¿Podéis precisarlo, por favor?”.

Las reacciones no se hicieron esperar, como la de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana (AELC), pero el Teatre Lliure también hizo público un comunicado, donde exponía algunas consideraciones al respecto. La Vanguardia ha hablado con el Teatre Lliure y con algunos traductores sobre qué hay que hacer en los diferentes casos de obras de otras lenguas, cuando la adaptación se basa en una traducción o en más de una y de diferentes idiomas, o va más allá y se considera una versión libre. Este caso es el que explicaba la nota del Teatre Lliure con respecto a La gavina, de Chéjov, adaptada por Julio Manrique, Cristina Genebat y Marc Artigau.

Artigau explica cómo trabajaron con Les tres germanes, que es la obra anterior de Chéjov que los tres adaptaron: “No hemos hecho ninguna traducción de traducciones. Esta práctica no nos parece bien. Hacemos público para quien quiera el texto de Les tres germanes para que contraste su originalidad. El de La gavina todavía no porque estamos a punto de empezar ensayos. Son dos reescrituras libres. No sabemos ruso, es cierto, y la manera que tenemos de trabajar es leer traducciones, versiones de todo tipo (literarias, teatrales, cinematográficas...), materiales diversos que nos pueden ayudar y entonces empezamos a escribir nuestra La gavina. Ciertamente, habría que haber citado las fuentes consultadas. Cuando escribimos pensamos en la puesta en escena, en el aquí y ahora, y eso significa, por ejemplo, trabajar con el escenógrafo con el fin de adecuar mejor la pieza al espacio. Un espacio puede condicionarnos el texto. En el caso de Les tres germanes tomamos decisiones dramatúrgicas como reducir personajes, actualizar conflictos y debates (ecologismo, mirada de género, realidad virtual), añadir un prólogo y un epílogo, intentar explicar a los personajes desde el presente. Las tres protagonistas acababan encerradas en un cubículo de cristal apelando a romper los muros invisibles que nos aprisionan”.

Por su parte, el presidente de la AELC, Sebastià Portell, informa de que el Teatre Lliure se ha puesto en contacto con la asociación, aspecto que confirma el director Julio Manrique, “para mantener una reunión en las próximas semanas y tratar de consensuar una manera de actuar”. “Nosotros creemos que aquí hay un conflicto, sobre todo con respecto a la propia concepción de la adaptación, de la práctica de la adaptación, y desde la asociación lo que defendemos es que se haga una lectura legal. Nosotros representamos alrededor de 1.850 autores literarios, 400 de los cuales son traductores, y también representamos a dramaturgos que hacen adaptaciones. Por lo tanto, no estamos de ningún modo en contra de la idea de la adaptación. Lo que exigimos es que cualquier uso de propiedad intelectual sea escrupulosamente respetuoso con los derechos de autor”.

Portell especifica tres puntos: “En primer lugar, transparencia, es decir, explicar el uso que se ha hecho de la obra. En segundo lugar, que haya una autorización expresa de los titulares de los derechos, en caso de que no hayan expirado. Y tercero, tiene que haber una compensación, que se debe negociar proporcionalmente, según el uso que se haya hecho de esta propiedad intelectual. La última directiva europea sobre derechos de autor en el mercado único digital dice que tiene que ser una remuneración adecuada y proporcionada”.

Portell también detalla: “Hemos hecho un llamamiento a los asociados, por si sospechan de que alguna traducción suya ha sido utilizada sin su consentimiento, y ya hemos conocido seis casos potenciales de este tipo de mala praxis. Ahora estamos estudiando qué procedimiento hay que seguir. Porque la ley vigente, que la AELC ayudó a redactar en los años ochenta, es muy clara”. El PEN Català se ha adherido al manifiesto de la AELC y su presidenta, Laura Huerga, declara a La Vanguardia que darán “el apoyo que sea preciso, para que en todos los casos haya, como mínimo, un reconocimiento moral de la traducción” .
Miquel Cabal Guarro, traductor del ruso, es una de las personas que han pedido información sobre las traducciones de Chéjov: “Ya me pasó con el texto de Les tres germanes, que se había llevado a escena en el Lliure (2021) y no se decía en ningún sitio la traducción. En el 2011 hice una, que dirigió Carlota Subirós en el propio Lliure, donde trabajé codo con codo con el equipo y donde estuvo todo perfectamente claro. Hace un par de años, me quedó la espina clavada y con el mensaje de Hansen pensé que quizá era un patrón que se iba repitiendo y valía la pena pedir explicaciones, porque hay un problema de autoría muy claro”.

Joan Sellent opina que “no hacer constar el traductor no es ni legal ni ético”. El reconocido traductor teatral pone un ejemplo del Reino Unido: “Existe una costumbre que es pedir a un traductor una ‘traducción literal’. De hecho, lo que quieren decir es que sea una traducción ajustada. Así consta en todos los programas y es el punto de partida para hacer la adaptación que consideren”.

Sellent explica el caso de un Hamlet en el que se vieron reflejados él y Salvador Oliva, pero no constaban como traductores. Aunque no quiere decir de qué montaje se trataba, sí aclara: “En ningún caso se trata de la compañía Parking Shakespeare, que son muy legales”. Sellent recuerda un caso de 1990, cuando Vázquez Montalbán fue condenado por haber plagiado la traducción de Julio César que había hecho Ángel Luis Pujante.

El director del Teatre Lliure , Julio Manrique, también atiende la llamada de La Vanguardia : “Como director del Lliure , lo que quiero es que encontremos una solución. Más allá del malestar a nivel personal, la polémica tiene que servir para abrir una conversación y estoy convencido de que hallaremos una solución. Lo primero que hice fue llamar a Sebastià Portell a raíz del comunicado de la AELC para mantener un encuentro entre las dos entidades, donde debemos abordar el debate que se ha abierto, que, escuchando voces y opiniones, entiendo que es delicado. Necesitamos escuchar, entender, definir criterios, modificar si hace falta, y después, una vez se llegue a un acuerdo, respetarlo escrupulosamente. Quiero dejar clarísimo que la nueva dirección del Lliure quiere proteger a todos los autores, porque autores, adaptadores y traductores son todos autores. Hay cuestiones jurídicas, terminológicas, qué pasa con una obra de dominio público cuando se adapta y cuando los adaptadores no conocen la lengua en que ha sido escrito el original, que ya es de dominio público, y utilizan a modo de consulta, como defendemos nosotros, varias traducciones en varias lenguas, para acercarse a la obra, y alejarse del material para hacer la propia versión y la firman, defendiendo la originalidad de ese trabajo de versión o adaptación. Nosotros, en todo caso, no hemos tenido nunca la sensación de haber hecho una mala praxis. Necesito tener este debate y estoy convencido de que encontraremos una solución”, concluye.

Nota: La SGAE es la entidad sin ánimo de lucro, que en España se dedica a la defensa y gestión colectiva de los derechos de propiedad intelectual en artes escénicas, audiovisuales y música.